03.
Abandonaron el auto en una callejuela del otro lado de la ciudad.
Según las indicaciones que Raven le había dado, existían unas cien formas de entrar al lugar conocido como Helvete. El santuario donde los asesinos y mercenarios más dementes del país se reunían o se ocultaban.
Un sitio donde la principal regla era muy básica: Nada de peleas ni muertos dentro de la casa. Los infractores serían desterrados en el mejor de los casos, en el peor, se decía que Blackie, el dueño, les tenía finales peores que la muerte deparados.
Buck insistió en cargarla gran parte del camino, hasta llegar al portón marcado con una media luna roja, en una zona llena de almacenes.
—Eres un príncipe azul adorable, forastero. Ahora haz el favor de bajarme, no voy a entrar ahí como si estuviera inválida —refunfuñó.
Golpeó la puerta tres veces, hizo una pausa de medio minuto y volvió a golpear tres veces más. Un rectángulo de luz se abrió en el centro, mostrando un par de ojos negros como la noche.
—¿Quién...?
—Si me pides el santo y seña, Dave, te juro que vuelo esta porquería de sitio.
Al instante se descorrieron los cerrojos. La contrapuerta dio a un pasillo semi iluminado por luces de neón, de pie en la entrada había un hombre de más de dos metros de estatura con la cara cubierta de cicatrices. Se quedó contemplando detenidamente a Bucky y luego regresó la mirada hasta la chica que lo empujaba a un lado para entrar.
—Un Cuervo y el Soldado de Invierno, nada bueno se espera —comentó el gigante.
El soldado se tensó por completo, cerró los puños, preparándose para la pelea que creía inminente. Siempre acababa en pelea, sin importar a dónde fuera.
Raven estaba a medio pasillo de distancia cuando se dio la vuelta para anunciar.
—Viene conmigo, grandulón, así que apártate. Déjale en paz.
Dave se hizo a un lado y él la siguió, receloso, sin dejar de mirar por encima del hombro todo el tiempo. Al llegar al final del pasadizo los esperaba otra puerta, esta de acero sólido, sin ningún distintivo o mirilla a la vista.
—Hazme el honor —pidió señalando con un gesto.
Tiró con fuerza del portón esperando encontrar resistencia, una humareda fría les dio la bienvenida al interior.
El sitio tenía el aspecto de un club de jazz inmenso, con mesas desperdigadas por todos lados y una barra de caoba al fondo. Parecía surreal que existiese un lugar como ese bajo la ciudad al que solo los mercs tenían acceso.
Había ojos observándolos en todos los rincones, podía notarlos clavándose como cuchillas, haciéndole sentir más incómodo y alerta a cada paso. Ella ni siquiera se inmutaba con la situación.
—¡La reina del Inframundo y su nuevo Cancerbero! —rugió una voz tras el mostrador.
Raven emitió una risita cortada. Verla presionarse el costado con una mueca solo le confirmó a Bucky lo que ya imaginaba: su factor curativo estaba en baja. Probablemente las balas le habían hecho más daño del que aparentaba.
Una nueva mole salió a recibirlos. Tenía los ojos rojos, el cabello negro, largo y una expresión bonachona que desentonaba totalmente con el resto. Estuvo a punto de abracar a la chica entre sus inmensos brazos, aunque se contuvo.
—Te ves como una mierda, Crow —parecía alarmado y eso preocupó aún más a Barnes.
—Pues me siento como una rosa —contestó entre risas, golpeándolo ligeramente en el brazo.
El viejo se quedó viendo a su otro invitado inesperado, calibrando los problemas que le traería aceptarle en su morada.
—Blackie, no tengo deseos de debatir la situación ahora —parecía cada vez más cansada.
—No puede quedarse, Revi. No me malinterpretes, no tiene nada que ver con quién es, pero no quiero a toda la maldita élite de SHIELD allanando este sitio después de lo que hizo.
Buck y Raven se miraron extrañados, la misma interrogante en sus ojos.
¿Después de lo que hizo? ¿A qué se refería?
Su anfitrión captó al momento las miradas perplejas de ambos.
—¿No lo sabes, Crow? Tu nuevo amigo es el hombre más buscado del país después de volar en pedazos una embajada del gobierno de Wakanda, con todos dentro.
Fue hasta la barra y les mostró la primera plana de la prensa del día. El titular era tan real como espantoso:
*EL SOLDADO DE INVIERNO HA VUELTO: Ataca la embajada de Wakanda y dispara a todos los que intentaban salir para salvar sus vidas. Las víctimas ascienden a 50 personas*
A Bucky se le empañaron los ojos por las lágrimas. No estaba seguro si eran de rabia, impotencia o simple tristeza. Las secó con un gesto brusco y buscó los ojos de su compañera, necesitaba que alguien le dijera que aquello era una broma, que no estaba al borde de una nueva pesadilla hecha realidad.
—No... No fui yo —la voz le salió entrecortada.
Su mente gritó: ¿¡Estás seguro!?
Ahora las miradas de los presentes le parecían más penetrantes, estaban llegando a un veredicto implacable: si había cometido tantos crímenes que ahora no recordaba bajo el control de HYDRA, uno más no haría la diferencia. Era culpable, más que nada por no saber si de verdad era inocente.
La voz de Raven, cargada con ese tono de seguridad tan apaciguador, disipó las tinieblas.
—Esto no lo hizo él, Black. Es falso.
—¿Qué seguridad tienes, Crow? Mucha gente le vio.
—Te doy mi palabra. Estaba conmigo cuando ocurrió.
Sabía que ella estaba mintiendo para protegerle. La fecha del ataque en la portada coincidía con una de las noches que había estado solo en el apartamento, así mismo, también sabía que iría hasta el final con su versión. Su mente no paraba de acosarlo, de hacerle preguntas para las que no tenía respuesta. No podía confiar en sí mismo porque le era imposible saber si las voces tenían razón y el condicionamiento a que lo habían sometido bajo tortura era capaz de activarse mediante sus pesadillas.
—No fue él y punto —Raven lo miró a los ojos. Tienes que creerlo también o no servirá de nada, decía esa mirada.
—Yo no lo hice —repitió. Ya no le temblaba la voz— No hago más ese tipo de cosas.
Blackie suspiró resignado. Conocía a la Dama sin Sombra desde hacía demasiados años y aunque se daba cuenta que su juicio estaba, tal vez, velado por los deseos de ayudar al Soldado de Invierno, también sabía que era de las que no empeñaban su palabra en vano, no por cualquiera, así que el hombre era legal. No había más que discutir.
—Vamos a solucionar esta porquería de la forma que sea —prometió mirándolo. Después se volvió al salón, levantando la voz— Las normas se mantienen. El cazador que alce un arma contra él será juzgado bajo las reglas de Helvete.
Le tendió la mano. Barnes dudó un par de segundos, luego la estrechó.
—Ahora lleva a Revi a su habitación antes que se desplome en medio de mi bar.
Hasta ese instante no se había fijado en cuán decaída parecía ella. Tenía los ojos semi entornados, sujetándose de la barra con un gesto que quería parecer despreocupado y terminaba causando el efecto contrario.
Hizo ademán de cargarla cuando la vio tambalearse, pero Rave lo apartó con suavidad. Echó a andar hacia un nuevo pasillo que se perdía en el interior del local. La siguió, tendiendo los brazos cada vez que la veía sostenerse de las paredes o la barandilla de las escaleras que llevaban al segundo piso.
La habitación estaba al final del todo. Un cuervo disecado los contemplaba desde la pared junto a la puerta. Raven sacó la llave de su pico.
—Blackie es todo un nostálgico —comentó cuando estuvieron dentro— Ha mantenido esta porquería de sitio exactamente igual para mí durante años.
Se dio vuelta, sonriendo como una niña pequeña.
—De acuerdo, forastero, vas a escucharme decir esto solo una vez en tu vida. Sé un buen príncipe y sujétame antes que me desplome.
Dudó sólo un instante, luego la tomó en brazos, tumbándola en la cama y sentándose a su vez en el suelo, a su lado, para verla dormir.
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