◈ 01 ◈
01: On porpose
Tus ojos
Chocando en mis ojos
Fue caer accidentalmente en el amor.
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Seonghwa siempre había creído que la independencia tenía un sabor especial, algo que iba más allá del esfuerzo y el cansancio. Cada billete ganado con horas detrás del mostrador, cada noche en la que sus pies dolían después de una jornada larga, le recordaban que estaba construyendo algo propio, lejos de las expectativas ajenas y las comodidades que una vez le ofrecieron como si fueran una jaula de oro. Había algo profundamente satisfactorio en ganarse las cosas con sus propias manos, en escuchar a los clientes agradecerle por un café perfectamente servido o una sonrisa en el momento justo. Para él, esa rutina no era simplemente trabajo; era libertad, un pequeño triunfo cotidiano contra un lugar del que intentaba alejarse.
La cafetería tenía un aire cálido y melancólico, con la luz dorada del atardecer filtrándose por las ventanas grandes. El lugar estaba decorado al estilo clásico de los años 90: paredes en tonos pastel, cuadros con paisajes bucólicos y un reproductor de cassettes reproduciendo suaves baladas que se mezclaban con el tintineo de tazas y el murmullo de conversaciones.
Seonghwa, con su cabello negro perfectamente peinado bajo la boina gris del uniforme, trabajaba en la barra preparando capuchinos y cafés americanos. Su sonrisa profesional y educada se iluminaba cada vez que entregaba una bebida, aunque sus ojos denotaban un cansancio que ni siquiera las últimas semanas del verano podían disimular.
—Gracias, que tenga una linda tarde —dijo, inclinando levemente la cabeza al despedir a una clienta.
El sonido de la campana en la puerta llamó su atención. Una pareja entró al local, llamando la atención de inmediato por sus prendas elegantes: un traje perfectamente ajustado para él y un vestido de diseñador para ella, combinado con joyas discretas pero claramente costosas. Sus movimientos eran firmes, seguros, como si estuvieran acostumbrados a ser el centro de atención.
Seonghwa sintió su sonrisa titubear por un instante al reconocerlos, pero la sostuvo con esfuerzo, volviendo rápidamente a limpiar la barra mientras el mesero principal, un hombre mayor y amable, se apresuraba a recibirlos.
—Bienvenidos. ¿Una mesa para dos? —preguntó el mesero con cortesía.
—Sí, por favor, en el fondo estaría perfecto —respondió la mujer con una sonrisa encantadora.
Se dirigieron hacia la mesa más alejada, junto a una ventana que daba al parque. Mientras se acomodaban, ella le susurró algo al oído a su acompañante, que asintió antes de levantar la mano y llamar al mesero.
—Disculpe, ¿podría hacer que ese joven nos atienda? —preguntó el hombre, señalando a Seonghwa con un ademán casual pero seguro.
El mesero miró hacia la barra y luego a la pareja, dudando por un momento.
—Por supuesto. Un momento —respondió, caminando hacia donde estaba Seonghwa, quien ya había notado el gesto y se había quedado petrificado por un instante.
Sus ojos se cruzaron con los de ellos. La mujer le sonrió ampliamente, casi como si estuviera disfrutando de la situación, mientras el hombre asentía con una mirada firme.
Seonghwa negó con la cabeza de forma casi imperceptible, sus manos tensas sosteniendo un paño. Su sonrisa finalmente desapareció, sustituida por una expresión rígida y ansiosa.
—Seonghwa —susurró el mesero al llegar junto a él—, quieren que los atiendas.
—Yo... no puedo. De verdad, no puedo hacerlo. —Su voz era baja, apremiante, mientras miraba fijamente el mostrador.
El mesero lo miró con cierta preocupación, pero luego le puso una mano en el hombro.
—No puedes decirles que no, hijo. Esos son tus padres, ¿cierto?
Seonghwa apretó los labios, su garganta cerrándose de repente. No respondió, pero el ligero movimiento de su cabeza fue suficiente confirmación. El mesero suspiró.
—Entonces, hazlo por respeto. Hazlo rápido si necesitas, pero hazlo bien.
Con un nudo en el estómago, Seonghwa se ajustó la boina, respiró hondo y tomó una libreta. Caminó hacia la mesa al fondo, cada paso pesándole más que el anterior.
—Buenas tardes, ¿qué desean ordenar? —dijo al llegar, su tono formal, pero su voz apenas audible.
La mujer sonrió aún más.
—Hola, querido. Qué gusto verte trabajando tan... profesionalmente. ¿No es así, cariño? —dijo, mirando a su acompañante.
—Un orgullo. No podríamos estar más complacidos. —El hombre le devolvió la sonrisa, pero en sus ojos había algo frío, calculador.
Seonghwa tragó saliva, deseando que esa conversación terminara lo más rápido posible.
La risa de la pareja resonó en la tranquila cafetería, contrastando con la suave música de fondo. El hombre se acomodó en su silla, cruzando una pierna sobre la otra con aire relajado, mientras la mujer inclinaba ligeramente la cabeza, todavía sonriendo.
—Oh, hijo, no seas tan nervioso. —La mujer dejó escapar una pequeña risa melodiosa, como si estuviera hablando de algo trivial—. Solo queríamos verte. Te has pasado todo el verano trabajando aquí, y nosotros... bueno, entre nuestros viajes y reuniones, no habíamos tenido oportunidad de sentarnos contigo.
—Y sinceramente, esta cafetería tiene su encanto —añadió el hombre, mirando alrededor con una mezcla de curiosidad y desdén—. Aunque es... modesta, supongo.
Seonghwa apretó ligeramente la libreta entre sus manos. Esa mezcla de afecto y juicio lo ponía incómodo, como si tuviera que justificar cada decisión que había tomado. Pero mantuvo la calma, apoyándose en años de practicar una sonrisa profesional.
—Pidan algo, por favor. Después hablamos en casa. —Su voz fue tranquila, pero con un filo apenas perceptible. No estaba suplicando, sino poniendo límites.
—¿En casa? —repitió la mujer, alzando una ceja, aunque sin dejar de sonreír—. Querido, ¿y si esta es nuestra única oportunidad de verte trabajar? Es tan... fascinante ver cómo haces esto.
—Fascinante, sí, pero tampoco es necesario llamar tanto la atención —respondió Seonghwa, inclinándose un poco hacia ellos y bajando la voz para evitar que alguien más escuchara—. Si quieren verme trabajando otra vez, no lo hagan así. Prefiero que la gente no sepa que soy hijo de un CEO y una famosa diseñadora.
La sonrisa de su madre titubeó por un instante, pero volvió rápidamente, aunque ahora algo más contenida.
—Seonghwa, no tienes que esconder quién eres —dijo, con ese tono entre dulce y condescendiente que siempre le provocaba un nudo en el estómago.
—No quiero esconderlo —corrigió él, firme, mirándolos a ambos a los ojos—. Quiero ser solo yo, solo Seonghwa. Aquí no soy "el hijo de", ni "el heredero de". Soy un chico que prepara cafés y disfruta de ello.
Hubo un breve silencio en el que el padre de Seonghwa se aclaró la garganta, mientras la mujer se acomodaba en su silla con una expresión casi intrigada. Finalmente, el hombre dejó escapar una pequeña risa y asintió.
—Está bien, hijo, entendemos. Solo... trae un par de cafés. Que sean buenos, como los haces tú.
Seonghwa asintió y dio media vuelta hacia la barra, respirando profundamente mientras recuperaba su compostura. Quizá trabajaba en una cafetería vieja, pero era su mundo, y no dejaría que nadie lo definiera por algo que él no había elegido.
Se movía detrás de la barra con movimientos mecánicos pero precisos. Agarró los granos de café y los colocó en el molinillo, ajustando la máquina con cuidado. El zumbido del molinillo llenó el espacio, mezclándose con el murmullo de los clientes. Sus manos trabajaban con la destreza de alguien que había repetido ese proceso docenas de veces, pero su mente estaba en otro lugar.
—Relájate, hyung. —La voz de Jongho, un chico más joven con uniforme idéntico, interrumpió sus pensamientos. Estaba a su lado, limpiando una bandeja con movimientos pausados. Lo miró con una sonrisa ladeada, pero sus ojos reflejaban preocupación.
Seonghwa se tensó por un segundo antes de soltar un suspiro y mirar el vapor que comenzaba a salir de la máquina de café.
—Estoy relajado —murmuró, aunque el temblor en sus manos al ajustar la boquilla de la leche lo delató.
—Sí, claro. —Jongho arqueó una ceja y dejó la bandeja sobre la barra. Luego, con una mueca divertida, agregó en voz baja—: No dejes que su presencia te altere. Mira, solo nosotros sabemos que ellos son tus padres. Bueno, el jefe y yo.
Seonghwa giró un poco la cabeza hacia Jongho, su expresión sorprendida suavizándose al darse cuenta de que tenía razón. Aparte del dueño y Jongho, nadie más conocía ese detalle. Para los demás, eran solo clientes adinerados.
—Tienes razón. —Seonghwa sonrió de lado, su mirada volviendo al café mientras lo vertía con cuidado en una taza de cerámica blanca—. No debería dejar que me afecte.
—Exacto. Además, si te alteras demasiado, arruinarás su café, y eso sí sería un drama. —Jongho le lanzó una mirada burlona, ganándose una risa contenida de Seonghwa.
Seonghwa se giró hacia él con una chispa en los ojos, su tensión disipándose un poco.
—Oye, Jongho... —dijo, apoyándose contra la barra mientras limpiaba una gota de café con un paño—. Si algún día empiezo a actuar pretencioso o a verme tan "finolis" como ellos, prométeme algo.
—¿Qué cosa? —Jongho lo miró con curiosidad, deteniendo por un momento su tarea.
—Que me golpees. Así, con ganas. —Seonghwa acompañó sus palabras con un gesto teatral de golpear el aire, lo que provocó que Jongho soltara una risa genuina.
—Hyung, no creo que sea buena idea que el mesero más joven golpee al mejor empleado de aquí. Podría costarme el trabajo.
—Entonces hazlo a escondidas. —Seonghwa sonrió ampliamente, dejando la taza lista en la bandeja junto a otra que estaba preparando—. Solo asegúrate de que nadie nos vea.
Jongho negó con la cabeza, riendo mientras tomaba la bandeja para llevarla a una mesa cercana.
—Trato hecho, pero no me hagas usarlo. —Le lanzó una última sonrisa antes de alejarse.
Mientras lo veía marcharse, Seonghwa sintió que su cuerpo finalmente se relajaba. Quizá Jongho tenía razón: podía manejar la situación. Terminó de preparar la segunda taza de café, decorándola con un corazón de espuma, y la colocó en la bandeja con una precisión casi artística. Cuando una voz, cálida y despreocupada, lo interrumpió.
—Vaya, eso es prácticamente arte. —El tono tenía un aire de admiración ligera, como si el dueño de la voz hablara más para sí mismo que para el barista.
Seonghwa alzó la vista, curioso, y se encontró con unos ojos oscuros y brillantes que lo miraban con una mezcla de interés y diversión. El chico frente a él tenía el cabello negro, ligeramente despeinado, como si acabara de salir corriendo de algún lugar o nunca hubiera prestado demasiada atención al peine esa mañana. Vestía una boina que inclinaba con estilo, junto a un jersey de rayas azul y negro que le daba un aire relajado pero llamativo. Su sonrisa era amplia y despreocupada, lo suficientemente luminosa como para atraparlo en una burbuja de silencio.
Seonghwa parpadeó, aturdido, como si el tiempo se hubiera ralentizado por un instante. No sabía qué responder ni cómo actuar; se sintió torpe, incómodo incluso. Pero los ojos del chico seguían fijos en él, y su sonrisa no se desvanecía, como si disfrutara del efecto que tenía sobre el barista.
—¿Siempre haces esto tan perfecto? —insistió el desconocido, señalando las tazas decoradas con un ligero movimiento de la barbilla.
—Ah... —Seonghwa tartamudeó ligeramente antes de aclararse la garganta—. Bueno, es parte del trabajo.
El chico rió suavemente, un sonido bajo que lo sacó por completo de su ensimismamiento.
—Si todos trabajaran así, esta cafetería sería una galería. —El muchacho le guiñó un ojo con aire juguetón.
Seonghwa sintió cómo sus mejillas se calentaban, y de repente, tuvo que obligarse a mirar hacia otro lado, alejándose de la intensidad de esa mirada que parecía examinarlo como si fuera él quien estaba en exhibición.
El chico no se movió de la barra, debía entregarle el pedido a sus molestos padres pero, en lugar de irse tras ese cumplido, se quedó ahí, viendo al otro apoyado con los codos sobre la madera, su mirada todavía fija en Seonghwa. Había algo en esa sonrisa —tan segura, tan desarmante— que no se molestaba en ocultar su interés, y eso ponía a Seonghwa incómodamente nervioso.
—¿Siempre trabajas tan concentrado? —preguntó el desconocido, ladeando la cabeza como si intentara descifrarlo.
Seonghwa, aún un poco aturdido por el intercambio previo, intentó enfocarse en colocar complementos al café. No mirarlo a los ojos parecía la única defensa razonable.
—Es lo que se espera —respondió sin mucha emoción, como si esperara que su tono seco terminara la conversación.
—No creo que sea solo eso. —El muchacho soltó una pequeña risa, tan ligera como una brisa cálida. Dio un paso más cerca, inclinándose apenas hacia él, lo suficiente para invadir su espacio personal sin parecer amenazante—. Parece que te importa más que a otros. Como si quisieras que cada taza fuera especial.
Seonghwa apretó los labios, sintiendo cómo un extraño calor comenzaba a subir por su cuello hasta sus mejillas. Le molestaba cómo esa observación daba en el blanco. Era cierto, y que alguien lo notara —y peor aún, que lo dijera en voz alta— lo hacía sentir expuesto. Como si ese chico, con su sonrisa de superioridad encantadora, hubiera leído más de lo que él quería mostrar.
—Solo hago mi trabajo. —Su tono salió algo cortante, aunque no tuvo el efecto que esperaba.
El chico pareció disfrutarlo aún más. Se rió de nuevo, suave pero sin molestarse en ocultar su diversión.
—Claro, claro. —Dio un paso atrás, pero no desvió la mirada, como si lo estudiara con un interés casi descarado—. Pero aun así, no todos trabajan como tú.
Seonghwa levantó la vista en un reflejo, encontrándose con esos ojos oscuros que lo atraparon de nuevo. Esta vez, sin embargo, no retrocedió, aunque sentía que sus propias emociones lo estaban traicionando.
Había algo en ese extraño sentimiento que lo desconcertaba. Era como si lo estuvieran poniendo a prueba, como si el chico supiera exactamente cómo desestabilizarlo y estuviera disfrutando del juego. Pero había algo más profundo: una chispa de curiosidad involuntaria que Seonghwa no quería admitir. No era solo incomodidad; también era un pequeño tirón en el pecho que lo empujaba a quedarse en ese momento, aunque su instinto le gritaba que lo evitara.
—¿Siempre eres así de insistente con la gente? —preguntó Seonghwa, intentando sonar casual, aunque había un leve temblor en su voz.
El chico sonrió aún más amplio, con una tranquilidad que parecía imposible.
—No siempre. Solo cuando alguien me intriga.
El descaro de la respuesta lo dejó sin palabras por un instante. Seonghwa se obligó a mirar hacia otro lado, volviendo a concentrarse en las tazas frente a él mientras intentaba calmar el latido irregular en su pecho.
—Pues no deberías. Es molesto. —Intentó sonar firme, pero incluso él notó el leve temblor en sus palabras.
El chico no se lo tomó en serio. De hecho, su sonrisa solo se suavizó, y sin decir nada más, se giró lentamente hacia la salida, como si no tuviera prisa alguna.
—Nos vemos, artista del café. —Se despidió con un tono juguetón sacudiendo su vaso de café frio, dejando a Seonghwa congelado, mirando la puerta que se cerraba tras él.
El corazón de Seonghwa seguía latiendo con fuerza mientras intentaba procesar lo que acababa de pasar. Había algo en ese chico, en su aire despreocupado que lo inquietaba. Pero más que eso, lo asustaba la idea de que, tal vez, había disfrutado ese extraño y breve encuentro más de lo que quería admitir.
Despejándose de eso, debía llevarle la orden a sus padres que ya estaban firmando un par de autógrafos en su lugar. Seonghwa imploró paciencia.
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