Un doctor los llamó, ella fue la primera en ponerse de pie e ir hasta él. La seguí pero ella no me notaba todavía. Observé al hombre quién mantenía una expresión sin esperanzas, igual que el que me llamó para decirme que Annie se había ido. Después la vi a ella quien sólo negaba lentamente con su cabeza esperando a que fuera mentira sea lo que sea que él diría.
—Lo siento.—apenas comenzó él cuando ella ya había soltado sus primeras lágrimas.
—No, no, no, no—se lamentaba ella con un llanto desgarrador, ocultó su rostro de la vista de todos y tapó su boca para evitar gritar—, dígame que es mentira—sus palabras apenas salían—, por favor—suplicó.
Me sentí lejano a esa conversación, mis pensamientos me absorbieron pero esa voz en mi mente sólo repetía que no podía ser posible. Ya no escuché nada, toda mi atención se centraba en la escena de aquella chica de ojos volátiles que derramó café de vainilla en mi camisa hace cuatro años, como se destrozaba a si misma con cada segundo que pasaba y como todas las personas que la veían sentían pena por ella. Mi prima no tuvo que preguntar, sólo se limitó en ir a su lado y compartir el dolor.
Estaba congelado, algo dentro de mí no podía creer que yo fuera la causa de esto. No había nada que pudiera hacer.
—Papi, ¿qué pasa?
—No puedo despertar, Émeli.—respondí con todo el peso en cada una de mis palabras.
Las ideas iban y venían; esto era la razón por la cual vi a Annie, la razón por la cual me sentí perdido por horas cuando solamente fueron segundos, la razón por la cual toda mi vida pasó frente a mí. Y mientras todo eso pasaba vi a Émeli atrapada aquí, luché por regresar pero era demasiado tarde.
Llevé mi mano acariciando mi torso hasta llegar a mi pecho, todo me dio vueltas: mi corazón seguía sin sentirse. El único que seguía vivo era el de ella. Lo único que podía escuchar era el pequeño corazón de Émeli luchando por seguir latiendo.
Quizá era una decisión que me dejaron tomar a mí, estaba aquí sin saber qué hacer. Fui con ella, bajé hasta quedar de su tamaño y con un fuerte movimiento la abracé. Ella rodeó mi cuello con sus delgados brazos y fue cuando ambos comenzamos a llorar.
No podía hacerle esto, no podía sólo llevarla conmigo, no era justo. Yo no podría vivir sin ella pero ella si podría vivir sin mí.
—Tengo miedo—dijo entre sollozos.
—¿Usted es la madre de la niña? —alguien preguntó, era la misma frase que escuché cuando ella nació.
—Sí. —sin dudarlo y con una voz firme, Rosa respondió.
—Necesito que me escuches—me alejé de ella y la tomé de las mejillas. Quise grabarme su rostro, quise que ella se grabara el mío, absorber la dulzura que siempre me provocaron ese par de ojos y convencerme de que estaba en lo correcto —. Prométeme que te portarás bien, prométeme que seguirás siendo buena con todos. Tu puedes Émeli, porque eres inteligente, eres fuerte, no dejarás que nadie te detenga, ¿si? —besé su frente.
—¿Qué pasa? —pidió con más desesperación.
—Déjame ir—le espeté—, ya no me llames, no llores mi nombre, ignora mi presencia. Émeli, necesito que despiertes.
—No, ¿a dónde vas? —se amarró a mi pecho de nuevo.
—No muy lejos—dije buscando las palabras para decirlo—. Voy con tu mamá Annie—intenté aclarar.
—Llévame contigo. —sollozó.
—Necesito que te quedes y cuides Rosa por mí—acaricié su cabello y le dediqué una sonrisa torcida—Te amo, te amo mucho—besé sus mejillas lentamente queriendo que ése momento durara para siempre—. Despierta, por favor—ella negó desesperada y tomó mi camisa para evitar que me alejara—Émeli—mi voz se cohibió y por alguna razón sonó como una orden—, déjame ir—repetí.
—¿Ya no voy a verte? —me amarró a mí de nuevo pero ésta vez no lo respondí, ella lo sintió y el terror la inundó de nuevo provocando que su llanto fuera más fuerte.
—Cuando tenga que pasar, pero eso no es ahora—tomé sus brazos y obligué a que dejara de presionarse a mí, besé su frente mientras ella asentía temblando—, sigo siendo tuyo, eso no lo olvides.
—Aaron... —habló en susurro al ver que me ponía de pie—: ¿Logré que fueras feliz?
—Me has dado la máxima felicidad posible.
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