Seis.
Tenía que encontrarla, tenía que encontrarla ahora. Intenté concentrar mi mente en un lugar donde ella estuviera. Mareado, lentamente me puse de pie, cerré mis ojos con fuerza y comencé a correr. Con cada paso que daba, una extraña fuerza me hacía retroceder dos, no era viento, era algo más frío y pesado que jalaba de mí como si tuviera cuerdas atándome en todo el cuerpo para impedir que huyera.
Algo caía sobre mí, como un diluvio tan fuerte y que azotaba todo a su paso haciendo que los murmullos volvieran, pero más que palabras eran siseos que se burlaban.
Seguí corriendo, seguí huyendo de la verdad. Fue ése en el momento en el que la imagen de una chica de ojos cambiantes y sonrisa tímida cayó dentro de mi memoria, recordándola con más claridad, como si golpeara los demás recuerdos y los conectara entre sí.
Mi cuerpo pegó con algo, era algo realmente duro pero en vez de detenerme, lo atravesé.
Al abrir mis ojos no había una explicación lógica para ello, no la había para nada en ese momento.
"—Aaron, ¿Por qué no le das flores a Rosa? — agitó el pequeño ramo de rosas rosadas que le regalé por ser su cumpleaños número cinco, tenía días diciendo los bonitas que eran—. Son rosas rosas como Rosa—aclaró con dificultad al juego de palabras y rió.
La chica a mi lado solo negó riendo ante la dulzura de la niña. Émeli tenía el poder de hacer sentir cómodo a cualquiera que la conocía, tal y como Annie lo hacía.
—Quizá después—dije siguiendo su juego, Émeli sonrió ampliamente presionando aún más mi mano. Los dos sobrinos de Rosa corrieron hacia los famosos juegos una vez que entraron al restaurante, Émeli me miró pidiendo permiso y yo la solté indicándole que podía hacerlo—. Con cuidado—sentencié antes de que no pudiera oírme.
Émeli insistió en que quería que Rosa nos acompañara, después de algunos meses de frecuentarnos casi todos los días, Émeli sintió un rápido cariño por ella. A Rosa no le quedó otra más que aceptar.
Buscamos una mesa libre para vigilarlos y pedir lo que comerían.
—No puedo creer que sea tu hija.
Lo dijo sin quitarles la mirada de encima. Su fleco había crecido lo que hizo que lo arreglara hacia los lados, su cabello era más lacio ese día pero eso no evitaba que estuviera desarreglado. Relamió sus labios y me miró.
—¿En serio? —reí bajando mis ojos de los suyos, jugué con el servilletero que tenía frente a mí y fruncí el ceño tratando de verme concentrado como si pensara en otra cosa que no fuera ella—, ¿por qué?
—No lo sé—suspiró—, no soy nadie para juzgar tu vida pero bueno, eres joven, es lo último en lo que piensas—bromeó y ambos reímos pero no le respondí nada, porque fuera de la broma estaba en lo correcto, y ella lo sabía—. Debe ser y debió haber sido difícil para ti.
—¿Qué cosa? —levanté mi vista y me encontré con sus brillosos ojos y con una tierna sonrisa en sus labios.
—La madre de Émeli —dijo como si fuera lo más obvio, en voz baja y con tímidas pausas.
—Sabes—respiré hondo buscando palabras para comenzar—, nunca he sido bueno en pensar las cosas antes de hacerlas—dije y ella asintió confundida—. Hace cinco años estaba en una sala de espera asustado porque nunca en mi vida había estado en esa situación, entonces llega un doctor preguntando por un familiar, después de segundos sin que nadie respondiera se me ocurrió levantar mi mano. Fui con él y con el peso del mundo me dijo que mi mejor amiga murió— Rosa me miró perpleja, nunca antes le había contado esto a nadie que no fuera mi prima, la chica frente a mí me estudió de arriba abajo buscando una respuesta ante la duda que le creé—Annie no merecía eso, Annie merecía ver a Émeli crecer. Cuando me preguntó si yo era el padre lo único que salió de mi boca fue un si—respiré hondo y dirigí mi mirada al grupo de niños que jugaban dentro de un tobogán de plástico—. Y heme aquí, cuidando de ella como si fuera realmente mía, temiendo que llegue el día en el que la familia de Annie logre quitármela, y si eso pasa no sé qué voy a hacer, porque realmente creo que no podré vivir sin ella.
Rosa sólo se quedó ahí, sabía que no debí contarle aquello porque eso significaría meterla en mis problemas de forma indirecta. Lo único que hizo fue colocar su mano encima de la mía mostrándome apoyo, cosa que hizo que parara de jugar con el servilletero. Me sonrió, de ese tipo de sonrisas que te dicen que todo estará bien, y yo se la devolví.
—Tu eres su padre después de todo, no importa lo que la sangre diga—aclaró.
—¿Me cuidas mis rosas? —la vocecita de Emeli nos interrumpió, le tendió el pequeño ramo para que ella las tomara, un par de ellas estaban más que maltratadas. Rosa las tomó asintiendo pero antes de que las quitara de su alcance, Émeli sacó del ramo una de las que seguían intactas—Yo te regalo esta.
—Oh—Rosa la tomó con delicadeza y la olfateó—. Muchas gracias.
—Es bonita, igual que tú—Émeli se quedó ahí observando su reacción, Rosa simplemente la miró con ternura y después a mí, yo le sonreí ignorando nuestra pequeña plática anterior—. Aaron, ¿puedes querer a Rosa para que sea mamá? Porque yo la quiero."
Todo pasaba realmente lento a mi alrededor, como si fuera a propósito para que yo notara todos y cada uno de los detalles. Había personas caminando de un lado a otro, algunas eran felices, otras no tanto.
El primer recuerdo de mi madre, mi primer día de clases, mi primera caída de una bicicleta, mi primer beso, la fiesta de graduación, las cenas familiares, el día que me aceptaron en la universidad, aquella vez que conocí a esa chica de ojos verdes en un pub, el día en que decidimos compartir departamento, la primera vez que tuve a Émeli en mis brazos, la felicidad que se formó dentro de mi cuando me llamó "papá" por primera vez, todas esas tardes en las que jugamos las escondidillas, todos los cuentos que le leí para que pudiera dormir y yo pudiera seguir con mis tareas, el día en el que tuve todos esos incidentes con la chica de ojos volátiles, el día en el que Rosa se quedó con nosotros.
Todos esos recuerdos llegaron.
—¡Papá! —su voz era diferente, estaba llena de miedo. Sabía que tenía que voltear pero no quería hacerlo, algo dentro de mí no me lo permitía. Me miré, mi piel estaba sucia, tanto como mi camisa. Por alguna razón creí que tenía que sentirme adolorido pero no lo estaba, no había nada.
Dirigí mi vista buscando algo conocido. Una chica de cabello oscuro y largo mantenía sus brazos cruzados con tanto desasosiego que podía transmitírtelo. Su fleco era corto, talló las lágrimas de sus ojos y comenzó a caminar de un lado a otro haciendo bailar su corto vestido azul. Azul como sus ojos en ese momento.
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