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Cinco.

Nunca antes me había sentido tan vulnerable como en este momento. Los recuerdos de mi vida pasaban frente a mí como enormes flashes que cegaban mis ojos para después entrar a mi mente para hacerme sufrir. Mi agonía era de verdad, no podría ser un sueño.




"—¿Puedo comer helado? — preguntó con dificultad con cada paso que daba intentando seguir mi ritmo, sujeté mejor su mano porque se estaba resbalando—, ¿puedo? —repitió casi sin aire.

—Hace mucho frío y está lloviendo afuera, ¿en verdad quieres helado? — le respondí—, disculpe—esquivé a un grupo de personas que estaban a la mitad del camino. El mundo no quería que pagara las cuentas del banco hoy.

—Nunca es un mal día para helado—dijo—, ¡ah! —gritó cuando sus piernas se enredaron entre sí, por poco caía si no la hubiera sujetado de su brazo por instinto, ella se rió por estar colgando de esa forma. Con un rápido movimiento la tomé de la cintura y la cargué a en mi costado como si de un costal de harina se tratara —. ¿Puedo? —siguió hablando entre risas. Sus brazos colgaban y jugó con ello como si fuera una muñeca de trapo.

—Ya veremos—caminé lo más rápido que pude, mi viejo reloj marcaba casi las cuatro en punto y esa era la peor hora para ir a un centro comercial un sábado.

—¡Mira! — señaló un grupo de chicas que salían de una tienda de lencería—. ¿Ellas podrían ser mi mami?

Émeli—suspiré—, no es así de fácil.

—Pero muchos tienen una, eso quiere decir que es fácil, sino nadie tendría.

Émeli, no lo entiendes.

—Quiero entender— refunfuñó molesta.

—Después—mi mente estaba más centrada en poder llegar al lugar, solo me limité a ignorar cada vez que señalaba a una mujer. Las luces del banco estaban siendo apagadas y un guardia de seguridad salió de ahí cerrando la puerta detrás de él—, no, espere, espere— me apresuré más hasta llegar a él, el hombre sólo frunció el ceño sin dejar de hacer lo que hacía—. Aún faltan cinco minutos.

—Según mi reloj y de los trabajadores no—enfatizó—, lo siento—sentí su disculpa de verdad y solo me limité a asentir, estaba cansado y muy defraudado.

—¿Su bigote es de verdad?—le señaló la niña, con pena la bajé y la obligué a caminar conmigo lejos de ahí—. ¡Es peludo y divertido! — gritó para él cuando estábamos lejos—. ¿Por qué tú no tienes uno? — preguntó abriendo más sus ojos para mí, no le respondí—, ¿estás molesto?

—Contigo no—acomodé mi mochila una vez más y rasqué mi cabeza pensando en qué hacer ahora, tendría que pagar después y eso significaría un atraso. La miré algo triste pero ella me sonrió ampliamente.

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—La fresa sabe mejor que la vainilla—observó con dedicación el helado de yogurth que tenía en sus manos. Tomé una de las servilletas que le dieron junto con ella y limpié una mancha que estaba sobre su pantalón—, aunque la fresa es menos dulce.

—Es mejor, ¿no crees?, así no enloqueces—le miré y ella dudó pero terminó dándome la razón.

—Papi—su voz bajó de tono, sonó más pausada y triste.

—¿Sí? —dejé de tallar y lancé la servilleta sucia al contenedor de basura que tenía a escaso medio metro de mí. Puse mi mochila sobre mi regazo y ella rodeó mi brazo con los suyos.

—Papi, ¿eres feliz? —sus ojos se hicieron más grandes, había tanta pena y sinceridad en ellos que me hacía imposible el mentirle. Sólo sonreí, lo intenté. Émeli era demasiado lista como para no notarlo.

—Claro—liberé mi brazo y ahora fui yo quien la rodeó con él—, pero a veces hay cosas muy difíciles de resolver, no es tu culpa—recordé lo de su pequeña carta y ella asintió—, pero me siento feliz porque sigues conmigo, eso me hace olvidar los problemas.

—Oh—levantó su rostro para mirarme— ¿entonces no necesitas una mami?

—No, digo, no es que no necesite una—reí nervioso—, mira—pensé en cómo explicarle eso a una niña de cinco años. Ella se separó dispuesta a escuchar lo que fuera a decir—. Tener una mamá—aclaré quitando el diminutivo que ella usaba—, sería diferente para ti y para mí. Ella tiene que querernos a ambos, tiene que quererte a ti como yo te quiero, y tiene que quererme a mí como esas parejas que tu tía June ve en sus películas—aclaré—, y también tienes que quererla y yo a ella, ¿entiendes? No solo es cuestión de preguntarle a cualquier chica que si quieren ser tu mamá.

—¿Y si llega alguna así, te hará sonreír de nuevo? — preguntó—, yo quiero que seas feliz todo el tiempo—dijo sin cuidado y le dio otro par de lamidas a su helado.

—Estas coincidencias me dan miedo— la burlona voz de una chica nos hizo mirar hacia arriba. Émeli se abrazó a mí de nuevo y ella emitió una risa nerviosa—. Lamento si interrumpí—notó la incomodidad que causó en ella. Retrocedió un poco con vergüenza, usaba las mismas botas cafés que aquel día de todos los accidentes, su cabello estaba atado y cargaba bolsas de tiendas de ropa.

—No interrumpiste—tartamudeé y acaricie la delgada masa de cabello de Émeli—, es así cuando alguien extraño llega.

—Oh—arqueó las cejas y se acercó—, no tengas miedo, no todas las personas son malas—le dijo atenta—. Me llamo Rosa, ¿podemos ser amigas?

—¿Rosa?—Émeli se retiró un poco y frunció sus delgadas cejas castañas—. ¿Como la flor? —acertó.

—Como la flor—le sonrió.

—Son bonitas—se incorporó estudiando detenidamente a la chica frente a nosotros. Se sonrieron mutuamente con mucha naturalidad —, ¿quieres ayudarme a hacer sonreír a Aaron? —preguntó con inocencia.

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