[Zibá]

Perdona mi imprudencia y mis repentinas visitas con el pasar de los días; no puedo evitarlo, me gusta estar a tu lado.

 Perdona de nuevo, pero las palabras salieron de mis labios, no quería ofenderte ni faltarte al respeto, ni mucho menos que pensaras que soy un degenerado, pero lo que digo es verdad.

No me entiendes, ¿verdad? Linda, eres como la hermosa rosa blanca que me da esperanza entre rojas que tientan con sus hojas. No voy a negar, mi instinto me guiaba a aromas femeninos de perfumes baratos, me idiotizaban con cada movimiento de cadera y yo me creía un experto en la belleza; sin embargo, en ti conocí otra belleza, una inmarcesible y desconocida.

Me encuentro a media noche con poca luz en mi escritorio mientras dibujo tus ojos; aquello que no son un simple zafiro que un minero puede encontrar, es algo mas difícil de alcanzar; el cielo azul, por ejemplo, solo lo veo, pero no lo puedo tocar.

Diosas. No puedo dejar de verte; mi corazón baila sin parar con solo un roce de tus manos y seguiría así con el pasar de los años. Porque eso quiero, quiero estar contigo.

—Esto... yo...— titubee al ver con amplía expresión y un cosquilleo en mi pecho y estómago —A-A  veces pienso en voz alta y.... y no creí que estarías aquí— tu solo observaste la hoja negra, prestando atención a los detalles de tu retrato rodeado de rosas.

Me escuchaste balbucear tu nombre entre versos, escuchaste hablar a mi corazón, hiciste temblar mi alma y ahí estabas, sonriendo con ternura a mi sonrojo.

—Es hermoso, Meliodas— tus ojos brillaron, una chispa especial alojados en ellos y yo deseaba ser marinero y perderme en los senderos de ese océano. Indagar en lo más profundo del universo de tus pupilas y descubrir los sentimientos llenos de misterios.

—Gracias. Aunque no se compara contigo.

Por ti, también soy escritor de los reos de tu cuerpo en hermosos versos.