Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Espacial °|Primer Futuro|°

Celeste se encontraba agachada, fumando lo poco que le quedaba de la coletilla del cigarro en silencio, con solo el molesto sonido de los pájaros cantando a su alrededor. El cementerio ese día se encontraba vacío, era una de las ventajas de ir un domingo, que era muy raro encontrarse a alguien allí. Ella prefería el mutismo a tener que estar escuchando los llantos y lamentos de los demás.

El clima también era perfecto —nótese el sarcasmo—, jodidamente caluroso, tanto que quería mandar a la mierda al primero que se le cruzara delante. Era de mañana, por lo que el sol estaba en su máximo explendor en el cielo, cubriendo con sus rayos todo lo que veía a su paso.

Celeste dejó escapar el humo de su boca y admiró su cigarro, solo quedaba el cabo. Se paró, lanzó la coletilla al suelo con desdén y la pisó. Luego buscó en sus bolsillos otro cigarro y se lo llevó a la boca, sacó el encendedor que siempre llevaba entre sus pechos y prendió aquella pequeña máquina de matar.

Estando a esa altura admiró mejor las tumbas. Tenía los ojos secos, así que no podía llorar, en algún momento, después de tantos años, ella había perdido todas las emociones, ya no se creía capaz ni siquiera de sonreír. Era simplemente una muñeca andante.

El ruido de una rama partiéndose la obligó a apartar la mirada. Giró su rostro en dirección al sonido y encontró a Kyomi, en pie, maldiciéndose por ser tan descuidada, abrazando su bolso, con una expresión triste. Aquello le sacó un bufido cansado.

—Hola, Celeste —dijo la castaña. Portaba un vestido negro de mangas largas que le llegaba hasta las rodillas, debajo de este llevaba una camisa blanca, de la cual solo se podía ver el cuello perfectamente acomodado sobre el vestido. Tenía su largo cabello recogido en un moño alto. Unos pendientes finos y pequeños que hacían juego con una cadena idéntica.

—Pareces monja —comentó la pelirrosa, apartando la mirada con desinterés—. El paso de los años fue jodido contigo.

—¿Cómo has estado? —inquirió la Kobayashi, ignorando el tono venenoso en aquellas palabras. Más que ofendida estaba preocupada.

—Bien. Mírame. Estoy entera y de una pieza —respondió, irónica, dando una calada a su cigarro, sin dejar de observar aquella tumba.

—Tú y yo sabemos que eso no es así —siseó Kyomi, atreviéndose a dar unos pasos. Antes se encontraba a tres metros, ahora tan solo a dos—. Hace años que no estás bien.

—Y si lo sabes, ¿para que cojones preguntas? —cuestionó la pelirrosa, volteándose a ver a quien, en algún momento de su vida, llamó su amiga.

—He intentado contactarte, pero cambiaste de teléfono, lo haces siempre. No es fácil encontrarte en el cementerio y siempre andas desaparecida —reprendió, abrazando con más fuerzas su bolso. Dios sabía que había que tener valor para atreverse a hablarle a Celeste de ese modo con todo el historial detrás de su persona. Ya era un milagro verla sin que estuviera drogada hasta arriba o cerca de algún crimen.

La Izumi ignoró aquellas palabras con otra calada a su cigarro, mostrándose de forma indiferente.

—¡Celeste! —exclamó Kyomi, esperando una contestación.

Pero lejos de obtener lo que quería, la castaña solo tuvo por respuesta otro bufido pesado, cargado de cansancio y hostine.

—Por eso no quiero hablar contigo. Eres una molestia —dijo Celeste, soltando el cigarro—. Nos vemos el siguiente año.

Tras aquellas frías palabras, la Izumi comenzó a caminar lejos de allí. Kyomi no había sido capaz de objetar nada porque todavía estaba inmóvil procesando la voz tan podrida y cansada de su amiga y lo sinceras, punzantes y crueles que fueron esas palabras.

Ellas, que durante su adolescencia habían sido tan unidas, ahora eran tan distantes como dos desconocidas. Ese año solo se habían visto ese día, por pura casualidad, el año pasado también se habían encontrado una única vez, y porque la Kobayashi localizó a la pelirrosa. Incluso ser dos desconocidas hubiera sido menos doloroso para Kyomi, porque Celeste era como un iceberg, fría y dura, y la trataba con tanto desprecio que en las noches, cuando nadie veía, ella tenía que ponerse a llorar.

Aún así, Kyomi no era capaz de culpar a Celeste, no podía.

Caminó hasta colocarse frente a una tumba, se agachó, y con la llema de sus dedos tocó la lápida. Una lágrima se le escapó y sintió un nudo en su garganta.

—Lo siento, Emma —murmuró, hundiéndose en su propia miseria—. No pude salvar a tus hermanos, a ninguno de ellos.

Tras aquello, miró con cuidado la tumba de Yuukine, esa que se encontraba al lado de la de Shinichiro, continua venía la de Emma, y por último la del abuelo, quien había muerto de depresión cuando se enteró del asesinato de dos más de sus nietos. Si bien Celeste y Manjirō aún vivían, estaban tan perdidos que no había ni rastro de lo que alguna vez habían sido.

Kyomi llevó ambas manos a su rostro y trató de controlar su llanto, pero los recuerdos la atormentaron. El amor de su vida había muerto, su mejor amiga igual, pero ella al menos tenía a su familia, en la que se pudo apoyar para salir adelante; ¿qué tenían Manjirō y Celeste? El dolor que la atacaba ahí mismo, no era nada comparado con el infierno al que ellos tenían que llamar vida.

Y Kyomi se sentía tan miserable y frustrada por no poder cambiar eso...

.
.
.

Que uno de los líderes más importantes de la mafia más conocida y temida de todo Tokyo odiara la música alta y las dichosas lucesitas de una discoteca podía parecer imposible, pero Celeste era el claro ejemplo de que existe todo tipo de personas. A medida que caminaba por aquel lugar, su grado de irritación iba en aumento. Fue todo un alivio cuando entró en el pasillo continuo a la sección VIP y poco a poco la música se iba alejando cada vez más, puede que todavía se escuchara, pero ya no era el ruido rompe tímpanos aquel que la desesperaba.

Su paso se detuvo frente a una puerta, y a cada lado de esta habían dos hombres de gran estatura —casi dos metros—, vestidos con un esmoquin negro, con un pinganillo en el oído, con gafas negras en los ojos —cosa que a Celeste le parecía ridículo puesto que estaban en un lugar oscuro—, de manos tomadas y con la mirada colocada al frente. Al verla, ambos se miraron y tomaron, cada uno, una pomo distinto de aquella puerta doble y la abrieron, dejándola pasar. Ya la conocían, imposible no hacerlo.

Celeste se adentró en aquella gigantesca y lujosa oficina. Estaba acostumbrada a hacer visitas frecuentes allí, pero cada vez que iba parecía que había algo nuevo. Su vista dio a parar en el escritorio, y sentado detrás de este, con el teléfono en la mano, se encontraba el hombre que más odiaba en el mundo, Kisaki Tetta.

—¿Para qué demonios me llamaste? —preguntó, acercándose con pasos lentos. Le importaba un comino con quién estuviera hablando o ser educada—. ¿Tienes lo mío?

Kisaki sonrió de medio lado y colgó el teléfono sin tan siquiera despedirse. Depositó los codos sobre la madera de bubinga y colocó su rostro sobre sus manos. Un duelo de miradas se desató, le encantaba ver lo dependiente a su persona que era aquella mujer. Finamente se echó hacia atrás, abrió una gaveta de su escritorio y sacó una bolsa grande, transparente, con polvo blanco en su interior.

—Un kilogramo de cocaína —dijo al fin el varón, rompiendo el silencio—. Justo como me pediste.

—Bien —espetó ella, colocando la mano sobre la bolsa, pero antes de poder levantarla, la mano de Kisaki la obligó a mantenerse en el lugar. Celeste puso los ojos en blanco y resopló, sabiendo lo que significaba aquello—. ¿A quién quieres que mate?

—Eres una mujer muy inteligente, Celeste.

—Suéltalo de una vez —escupió ella, tomando bruscamente su droga. Llevaba tres días sin colocarse y ya le estaba pareciendo una eternidad.

—Necesito que me hagas un favor y acabes una cuenta pendiente que tengo con alguien —explicó, volviendo a la posición de antes, con la barbilla apoyada en sus manos—. Alguien me debe dinero y no me gusta que no me paguen en tiempo. Los detalles te los daré más adelante. Disfruta tu mercancía.

—Vete a la mierda. —Le sacó el dedo del medio y se dió media vuelta en sus pies para irse. Ella se había convertido en una gran hija de puta, pero por alguna razón esa persona le parecía despreciable, desquiciada y le daba muy mala vibra. Todavía recordaba el día en que había comenzado a depender de él.

Celeste había reventado...

Ya no sabía si lo que estaba en su interior era furia, ira, tristeza, agonía u odio. Simplemente quería matar a alguien, necesitaba desquitarse. La vida había perdido sentido por completo, y toda esas emociones hacían una tormenta en su interior.

Con apenas dieciséis años, ella tomó un cuchillo de su casa y se encaminó hacia donde sabría que estaría Kisaki. Afortunadamente el chico era fácil de localizar. No fue difícil que la dejaran pasar, todavía seguía siendo del alto mando de la ToMan a pesar de lo jodida que estuviera.

Caminó donde Kisaki, en aquel viejo santuario, y se colocó frente a él. Si, lo iba a matar. Ya no tenía razón para permitirle todo lo que le había permitido.

La Tokyo Manji Gang se había ido a la mierda desde la muerte de Draken. El estúpido frente a ella había manipulado a Manjirō para que se tomaran decisiones horribles y la pandilla se convirtiera en un centro de delincuentes. Durante los primeros meses ella pudo llevarlo, lograba convencer a Mikey de que no era el camino, y aunque le costó, pudo mantener el orden durante un tiempo; pero todo se torció con la muerte de Emma. En un incidente, la hermana de los Sano había tenido la desdicha de abandonar este mundo, y aunque murió en situaciones difíciles de explicar, no había suficientes pruebas para levantar una investigación.

Tras aquello, controlar a Manjirō se hacía cada vez más difícil, mas no había sido imposible, con mucho esfuerzo, dedicación y voluntad, Celeste intentó mantener a su más que amigo por el buen camino, fingiendo estar bien después de la muerte de alguien tan cercano. Tuvo que hacerlo por él. Cada día era más difícil y duro, cada día iba perdiendo fuerza, mas no podía permitir que la ToMan cayera bajo las influencias de Kisaki, así que seguía luchando.

Hasta hace dos semanas...

Yuukine había sido atacado por unos ladrones, y para poder llevarse sus cosas, los asquerosos lo golpearon fuertemente en la cabeza. Fue encontrado y llevado al hospital, pero era demasiado tarde, la lesión cerebral traumática había sido más de la que el pequeño pudo aguantar, y terminó muriendo sin poder despedirse de los suyos.

A partir de ese día, Celeste había dejado de respirar. La desgracia parecía perseguirlos. Había sido más de lo que pudo llevar, tanto que terminó en completo shock. Al principio se había negado a aceptarlo entre llantos desgarradores. Sus alaridos se habían escuchado por todo el hospital, y con el abuelo abrazándola, estuvo llorando toda la noche mientras le gritaba "mentirosos" a los doctores que le habían dado la noticia. Al llegar a casa se encerró en su cuarto, en dónde estuvo llorando hasta hacía dos días, cuando tuvo que enterrar a otro familiar, su abuelo, que no había podido con el peso de perder tres nietos y la tristeza lo había matado.

Ya no le quedaba nada, lo único que tenía era a Manjirō y a la Tokyo Manji Gang, por eso había decidido emplear sus últimas fuerzas en protegerlos. Estaba frente a él, el causante de que su otra familia estuviera sumida en el caos, quien se había aprovechado de la muerte de sus seres queridos para manipular a Mikey y mover los hilos para crear una organización horrible.

—Te voy a matar —dijo convencida, acercándose. Estaba dispuesta a ir a la cárcel, ya no le importaba nada. Ahora mismo solo era movida por el odio.

—Yo no tengo la culpa de que tu vida sea una mierda —refutó el rubio, acomodándose los lentes.

—¡Hijo de puta! —exclamó Celeste, abalanzándose contra él. Soltó el cuchillo y agarró con sus dos manos el cuello de la camisa de Kisaki.

Por un momento, los secuaces del chico parecieron dispuestos a intervenir, pero él lo impidió con un gesto de mano.

—Yo no tengo la culpa de que tu vida sea una mierda y que hayas perdido todo lo que te importa. La culpable eres tú qué no supiste protegerlo. Puede que quieras desquitarte conmigo, pero en el fondo hasta tú sabes que eres un asco de persona y que no has sido capaz de cuidar nada, ni siquiera a tu propio hermano.

—¡Cállate! —chilló, con un mar de lágrimas asomando de sus ojos. El cabrón tenía toda la razón, ella se sentía culpable como el culo.

—Vas por ahí haciéndote la fuerte, pero eres un saco de mierda que es capaz de dejar a su hermano andar solo de noche en las calles porque estás con tus amigos en una pandilla.

—Cállate —susurró, perdiendo fuerzas. Lo soltó porque ya no podía sostenerlo. Sus pies perdieron el equilibrio y se vio forzada a caer de rodillas en el suelo. Quería morir.

—Yo no tengo la culpa de que tu vida sea una mierda —repitió, por tercera vez. Se acomodó su ropa y sacó un pequeño saquito de nailon, el cual tiró al suelo frente a Celeste—. Pero puedo hacer que la olvides.

—¿Qué es esto? —cuestionó la pelirrosa, tomando con temblorosas manos el objeto.

—Es marihuana. Es difícil de obtener, así que cuídala bien.

—¡Yo no soy una puta drogadicta! —gritó, con despecho.

—Las drogas hacen el dolor más liviano y soportable, con ellas te olvidas de todo—dijo, llevando ambas manos a los bolsillos de su pantalón—. Pensé que querías dejar de pensar en todo lo que pudiste haber hecho para evitar esas desgracias. Te lo regalo, tu dirás qué hacer con él.

Y habiendo dicho aquello, Kisaki se dió media vuelta. Durante unos segundos hubo un silencio, pero una sonrisa se le dibujó en rostro al sentir como Celeste rasgaba desesperadamente el envoltorio para drogarse. Había triunfado.

Con aquella mujer en el medio, jamás podría controlar a Manjirō. Había pensado que asesinar a Emma y Draken había sido suficiente, pero no fue así, porque Celeste se empeñó en mantener al rubio por el bien camino, así que tendría que eliminarla a ella. Pero después de tanto pensar, se le había ocurrido una mejor solución, mucho más interesante que matarla era controlarla a ella también, hacerla su juguete, que dependiera de él; así que planeó el robo de Yuukine y como engancharla a las drogas que él le conseguiría. Ahora no tenía solo al líder de la ToMan a sus pies, sino que también a la miembro más fuerte.

Todo estaba saliendo de acuerdo al plan.

.
.
.

Celeste salió de la habitación, observando su droga. Caminó por aquel largo pasillo hasta la salida, pero antes de poder abandonar el lugar, la figura de alguien muy conocido se cruzó en medio.

Manjirō se había parado frente a Celeste, con una mirada seria, un el semblante recio, y los ojos muertos. Él estaba tan o más jodido que ella, pero aún así al chico todavía le quedaba tiempo para andar jugando a los detectives supuestamente por su bien.

El rubio extendió una mano, de forma autoritaria.

—Dámela —exigió, sublime.

—No sé a qué te refieres —dijo ella, escondiendo la cocaína en su espalda.

—¡Dame la puta droga, Celeste! —tajó, encolerizado. Lo alteraba que alguien le llevara la contraria, y Celeste no parecía aprender que a Sano Manjirō nadie podía negarle nada.

—¡Joder, déjame en paz! —gritó de vuelta la pelirrosa, transformando por primera vez en mucho tiempo su semblante a uno furioso.

—Dámela —repitió, más calmado, volviendo a su expresión anterior, todavía mantenía su mano extendida.

Celeste lo miró. Lo odiaba. Manjirō se había empeñado en que ella no debía drogarse, por eso no podía conseguir la droga con nadie más. Desde que el líder había dicho que estaba prohibido darle cualquier tipo de productos relacionados a ella, había sido un infierno el poder colocarse, nadie podía desafiar sus órdenes. El único que hacía lo que se le daba la real gana era Kisaki, porque era tan inteligente que podía manipular, hacer y deshacer a su antojo.

Mikey solo provocaba que Celeste dependiera de Kisaki con la estúpida excusa de que lo hacía por su salud. Según él, ella era lo único que le quedaba, y no podía permitirse ser avisado un día de que había sido encontrada muerta por sobredosis.

—¡Joder, Manjirō! ¡Mírame! —gritó, desesperada—. ¡Me he convertido en todo lo que alguna vez odié! ¡Soy despreciable! ¡Un asco! ¡La puta droga es lo único que me permite olvidar la basura de ser humano que soy! ¡No me la quites, es lo único bueno que me queda!

Manjirō caminó hasta Celeste y le arrebató el pequeño saco de entre las manos, con decir palabra alguna.

Celeste asintió consecutivas veces, calmando su ira. No iba a conseguir nada peleando, no había habido una puta vez en la que hubiera vencido a Mikey, además de que todos en el local se hubieran puesto en su contra, y solo saldría perdiendo. Sabiendo todo esto, recogió las piezas de su orgullo y se dignó a pasar por el lado de Manjirō, mas unas palabras que salieron de los labios del hombre detuvieron su paso.

—Ya no eres la Celeste que conocí —comentó, viendo al frente. Su relación se había reducido a eso, ni siquiera se miraban.

—Tú tampoco eres aquel Manji que me salvó —contestó ella, viendo al frente igual, solo que quedaban en direcciones opuestas—. Supongo que todos cambiamos.

Si con Kyomi era horrible, con Manjirō era aún peor. No era que actuaban como desconcidos, era que entre ellos existía una pared que se había estado fundiendo tras años de separación y abandono.

Ellos que, cuando jóvenes eran los más unidos, que siempre contaron con el otro, que estuvieron allí en sus peores momentos, ellos que eran más que hermanos, más que familia, más que todo, ahora no eran nada, fueron reducidos por completo. Dos personas que no se reconocían, que estando juntos revivían todo el dolor y agonía que habían sufrido. Dos adultos que habían construido un muro para aislarse olvidando que podían haberlo hecho juntos.

Entre Manjirō y Celeste solo quedaban aquellos fugaces recuerdos de hacía doce años. Aquel trozo de felicidad que no había sido más que un simple cristal que ahora estaba completamente roto.

Celeste se alejó por completo, y por primera vez en años se sorprendió cuando sintió una lágrima surcar su mejilla. Agradeció que Manjirō estuviera de espaldas para no verla. Al parecer todavía podía llorar...

.
.
.

Y ese había sido otro día en la vida de Celeste. El sol se ocultaba en el horizonte marcando el final. Cada vez le quedaba menos para morir, afortunadamente.

Desde aquellas altas escaleras, Celeste podía ver el panorama de Tokyo. Recostada a la baranda, volvía a fumarse su cigarro, mirando al horizonte. Ese era el mejor lugar.

—Seguramente me regañarías si me vieras así, Ken-kun —dijo, tocándose con una mano el tatuaje de dragón que se había hecho en el hombro, luego de la muerte de su mejor amigo.

No era común para ella pensar, pero hoy era especial y su mente no dejaba de plantearse posibles escenarios que hubieran podido ser su vida. Inevitablemente pensó, que si pudiera viajar en el tiempo, hacer las cosas de nuevo, ella lo cambiaría todo y evitaría todas esas desgracias.

Le hubiera gustado que todo fuera distinto, pero al fin y al cabo las cosas como los viajes en el tiempo no existían, así como tampoco existía la posibilidad de salvar a su familia. Era una dura realidad que había que aceptar.

Un sonido de quejido obligó a Celeste a apartar la vista de la ciudad y posarla en la parte superior de las escaleras. Hoy querían interrumpirla en todo.

Un chico pelinegro se había caído torpemente, y cuando se puso de rodillas para levantaste descubrió que se trataba de sus cordones desatados. Celeste lo observó en silencio fumando, lo vio hacerse un lazo en sus zapatillas y ponerse en pie con sumo cuidado.

Y durante un instante sus miradas chocaron. El dorado muerto en aquellos orbes se encontró con un hermoso azul cielo. El viento sopló. Todavía existía luz del sol, naranja, pero allí estaba.

El chico pareció recordar algo importante, separó sus ojos de los de Celeste, se revolvió el cabello y exclamó:

—¡Llego tarde!

La pelirrosa lo vio alejarse a paso veloz, sin mirar atrás. Tomó esto como impulso para hacer lo mismo. Por hoy solo quería ir a cada y dormir.

Mañana iniciaría de nuevo la supervivencia.

.
.
.








Palabras del autor:

Vaya mojón de futuro, es una mierda. Afortunadamente este futuro ya no existe, Takemichi y Mirai lo cambiaron salvando a Draken. Ya veremos en el próximo arco que futuro habrá.

Si tienes alguna duda házmela saber, sé perfectamente que el lío de las líneas temporales es un infierno.

Ahora sí, los dejo con la sección de dibujos e imágenes uwu

Primero que nada, les traigo las imágenes de las fichas de las nenas en el futuro, Mirai y Celeste. Si, se que Mirai no aparece, pero quería mostrarles como es la niña en el campo :3

Cabe aclarar que estas imágenes serán añadidas a las fichas

Celeste Izumi


Mirai Hoshizora

Ahora les dejo dos o tres dibujos de la waifu rota :(

1:

2:

3:


Recuerden que todas estas imágenes son obra de mi amada: 000sky-blue000

Recuerden seguirme en mi Twitter: Mio_Uzumaki, donde estaré publicando cositas de mis historias, adelantos, dibujos, etc.

Si te está gustando la historia vota y comenta para que llegue a más personas ~(˘▽˘~)(~˘▽˘)~

Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿

~Sora.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro