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Capítulo 4

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Mirai mordisqueó la goma de su lápiz mientras miraba su cuaderno. Intentó poner toda su atención a lo que decían esas páginas, mañana tenía un exámen importante y debía estudiar para no decepcionar a su familia, pero cualquier cosa —por remota que fuera— le parecía mucho más interesante. Literatura nunca había sido una de sus materias favoritas, y por supuesto mucho menos ameno era tener que dedicar su noche a ella; encima había faltado hoy a la escuela por irse por ahí con Celeste, no podía permitirse el lujo de reprobar.¡Ahora mismo podría estar jugando con Takemichi y había tenido que plantarlo! Lanzó su cabeza contra la mesita de su habitación y farfulló dos maldiciones, llevaba más de media hora así.

Necesitaba un milagro o se cortaría las venas ahí mismo.

—Mirai, cariño —llamó su madre, abriendo ligeramente la puerta del cuarto de su hija. Traía una sonrisa plasmada en sus labios y cuando divisó a la castaña estudiando se puso aún más feliz—. ¿Puedes hacerme un favor?

Dios si existía, acababa de demostrárselo a esa pobre chica que asintió frenética ante la pregunta de su madre. Su milagro había ido personalmente a buscarla.

—Necesito que busques algunas cosas en el juzgado. Daisuke quiere que le eche un ojo extraoficial a un caso, y yo estoy demasiado ocupada aquí. Tu padre tuvo que salir y la tienda se ha quedado conmigo —explicó brevemente. Segundos más tardes arqueó una ceja y observó seria a su hija—. ¿Crees que podrás? No irás a perderte, ¿verdad? Hace mucho que no vas al juzgado, si es así puedo mandar a tu hermana.

—¡Mamá! —exclamó Mirai, abriendo sus ojos de par en par con una expresión molesta—. ¿¡Cómo puedes decir eso de mí?

Daisuke era el antiguo jefe de su madre, uno de los jueces más importantes de la ciudad. En realidad Nozomi tenía título de oro de la universidad, graduada con honores y fue alumna ejemplar en su tiempo; se convirtió en una gran abogada y ejerció durante tres largos años la profesión. Luego de un buen arranque en su carrera, conoció el amor en un joven que recién llegaba del pueblo con el sueño de montar una cafetería. Lo suyo fue un flechazo, desde la primera vez que se vieron supieron que debían estar juntos. Las cosas cambiaron, Nozomi ayudó a ese hombre a cumplir su sueño y ambos crearon un local precioso. Menos de un año después, ese tipo se convertiría en el padre de Mirai.

Según le contaba su madre, ser abogada le gustaba, pero no significó ningún sacrificio dejarlo, en realidad fue ella quien tomó semejante decisión. Fue mucho más feliz en su nueva vida, sabía que tenía mucho más de lo que jamás hubiera podido tener en la vieja.

—Mirai, que nos conocemos, una vez te perdiste caminado de regreso a casa de la escuela —siseó la mayor, cruzándose de brazos con una sonrisa socarrona.

—¡Eso fue hace mucho!

—Dos meses.

—¡No me voy a perder!

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¡Se había perdido! En su defensa debía decirse que Tokyo era una ciudad gigantesca. Su madre tenía razón en todo, ella era una despistada. Lo que más la molestaba no era el hecho de encontrarse caminando sola de noche en las calles repletas de personas que ni siquiera la miraban, o apestar a sudor porque no había tenido tiempo de bañarse cuando llegó a casa, tampoco era que su teléfono se hubiera quedado sin carga por lo descuidada que era; no, lo peor de todo es que tampoco tenía idea de cómo volver. No había un camino de ida ni uno de vuelta.

Ella de verdad se había creído capaz de encontrar el juzgado, tampoco era tan difícil, estaba a unas cuadras del parque. Ah, pero que ingenua, todo por dejar de estudiar un rato, se metía en esos líos solita.

Intentó dirigirle una palabra a un señor, pero el tipo ni la miró cuando pasó por su lado a toda prisa. Lo mismo fue con una joven pareja que reía mientras la ignoraba. Otro intento fallido llegó cuando hizo el ademán de preguntar a una mujer adulta, pero esta también pasó de ella. Y como esos decenas más, ¿es que no existía nadie en Tokyo con buenos modales?

Si el día había empezado mal, peor pintaba a terminar.

—¡MiMi!

Mirai conocía aquel apodo y casi llora al girarse en la dirección de dónde provenía la voz. Manjirō se encontraba sentado en una moto, aparcado al borde de la acera; traía un pantalón negro ancho, del mismo color era la chaqueta que llevaba colgada en sus hombros, la misma tenía grabadas algunas letras en dorado; además portaba un pullover blanco, que hacía un contraste perfecto con los colores tan oscuros con los que vestía. Con ambas manos al volante e inclinado hacia adelante le dedicó una sonrisa, y acto seguido se acomodó herguido sobre el asiento.

Mirai corrió en su dirección con miedo a que decidiera irse.

—Jiro-kun —lloriqueó feliz, estando frente con frente al chico. Durante unos instantes recuperó su aliento y luego prosiguió—. Menos mal.

—¿Jiro-kun? —inquirió él de vuelta. Luego soltó unas sonoras carcajadas comprendiendo el apodo—. ¿Qué sucede? ¿Estás perdida?

Ella negó rotundamente con su cabeza, después se dió cuenta de que fingir para hacerse la cool no la iba a salvar, aceptar la realidad y pedir ayuda si. Se sonrojó y, admitiendo su derrota, afirmó también con un gesto de cabeza.

Manjirō volvió a dejar escapar algunas risas. La había visto en medio de su travesía y decidió parar para saludarla, pero antes de poder hacerlo se percató de como ella solicitaba decesperada algo a cada persona que veía.

—No le cuentes a Mi-chan, se burlará de mí, justo como haces tú ahora —pidió la fémina, encogida de hombros mientras jugueteaba con la falda del uniforme escolar. Tenía la cara gacha y no se atrevía a mirarlo a los ojos, pero podía escuchar perfectamente sus carcajadas.

—¿Quieres que te lleve? Ya me iba a casa, no me molestaría acompañarte —le dijo. Habían cesado sus risas, pero aún sonría.

—¿¡Harías eso?! —Mirai alzó su rostro esperanzada. Le brillaban los ojos y tenía la expresión de un cachorrito que ve a su dueño después de un largo día de trabajo.

Mikey hasta la imaginó moviendo una colita.

—Claro, ¿a dónde vas?

—Al juzgado, tengo que recoger unos papeles.

—Monta —ordenó el, de manera sublime, haciéndole una seña con su mentón.

—¡Ahhhhhh! —gritó revolviéndose el cabello, se mostraba entusiasmada. La acción la dejó "ligeramente" despeinada—. Es la primera vez que veo una moto tan cerca, siempre quise subirme a un traste de estos.

Acatando las órdenes del joven, Mirai se trepó de forma torpe pero esmerada en la parte trasera de la moto. Afortunadamente si sabía dónde colocar los pies y se ahorró pasar otra pena delante de su salvador. Por un momento estuvo en los aires, pero al instante recuperó la conciencia. Estaba en una moto, con un chico, sola, de noche. Esperen un momento, su cerebro está procesando la información. Entró en pánico y se mordisqueó las uñas. La sonrisa por encima del hombro que le dedicó Mikey tampoco ayudó, y mucho menos sus siguientes palabras:

—Agárrate fuerte.

Mirai sintió que se caía en medio de un volcán en erupción. Tenía la cara más roja que un tomate y le temblaban los labios. Estiró sus manos con ese propósito pero luego las recogió. ¡No podía! Era como abrazarlo, o más intenso. Estarían muy cerca y no. Era muy distinto a cuando apapuchaba a Takemichi, lo era porque Takemichi era su mejor amigo desde niños, como su hermano, y Manjirō era un pandillero al que conoció hace poco más de veinticuatro horas; además, había que admitir que era alguien bastante apuesto y hasta masculino.

—Mejor no —Se recogió un mechón detrás de la oreja y trató de parecer indiferente, pero Dios, le titubeaba hasta la voz.

—Dos segundos —dijo simple, arrancando su moto de una vez y adentrándose en la carretera.

La manera tan brusca que había adoptado Manjirō para comenzar el viaje solo provocó que Mirai sintiera algo revolverse en su estómago, casi pierde el equilibrio y tuvo que aferrarse con fuerza al abdomen del chico para impedir que se caerse. No sabía que esos "trastes" alcanzaban dicha velocidad y mucho menos que se sintiera como si tuvieras un nudo en la garganta por la adrenalina tan grande. Pegó su cara contra la espalda de Mikey porque a decir verdad la brisa la estaba matando. Le rezó a dios una última vez por hoy, solo quería tocar tierra estando viva.

Cada instante que pasaba apretaba más su agarre contra el varón. Pronto sus ojitos se llenaron de lágrimas y ya no le importó la vergüenza ni el pudor, se acurrucó contra Manjirō como si su vida dependiera de ello... Tal vez si era así.

Mirai comprendió rápidamente que la última oración de Mikey se refería al tiempo que tardaría en abrazarlo de ese modo. Tampoco era tonta, solo un poquito lela.

—Me vas a ahogar —dijo el chico en tono elevado —algo necesario por la velocidad alcanzada—, entre risas. Aquella muchacha lograba sacarle par de carcajadas con su actitud infantil y tierna.

—¡Perdón! ¿Esta cosa no puede ir más lento?

—Hasta hacía un minuto estabas toda contenta de poder subir.

Mirai cerró los ojos con fuerza mientras se aproximaba aún más a Manjirō —si es que eso era posible—. Dos padre nuestro, tres avemaría, y cuatro San Pedro seguro la salvarían.

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Toda mareada por el viaje, Mirai acarició lo primero que encontró cerca, que en este caso fue una farola encendida. Manoceó dicho objetivo entre llantos de alegría y regocijo. Le temblaban los pies, parecían gelatina. Tenía la garganta seca, pero poco a poco comenzaba a sentir que se recuperaba

—La vida es un maravilloso regalo, hay que apreciar cada detalle —recitó tonta. Casi se cae al piso, afortunadamente era bastante fuerte y eso le sirvió para poder agarrarse del metal e impedirlo—. Bendita farola.

Manjirō observó la escena con una sonrisa de medio lado. Apoyó sus pies en el piso y llevó ambas manos a sus bolsillos.

—Apresúrate, te esperaré aquí.

Ante la declaración de varón, Mirai salió rápidamente de su estado ensemismado y se volteó a encararlo.

—¿Me llevarás de regreso?

—Eso depende... ¿Te sabes tú dirección? —preguntó, alzando una ceja.

Ella se sonrojó hasta las orejas, hizo un mohín y se inclinó ligeramente hacia adelante para en voz de reproche soltar:—. ¡Claro que me sé mi dirección!

—Pues apresúrate, estaré esperando.

La castaña murmuró algo que fue inaudible para Manjirō y se dispuso a cumplir, porque para ser claros, era una oferta irresistible. Si él sabía cómo llevarla se quitaba de arriba el pequeño problema de conocer el camino de regreso, además de que aunque la moto fuera una máquina de terrible sufrimiento, era realmente veloz y eficiente.

«Orgullo fuera», se dijo a sí misma.

Mikey pensó que alguien tan distraído como aquella muchacha tardaría demasiado en regresar, pero no fue así. No pasaron más de diez minutos cuando la vio volver cargada con algunas carpetas que seguramente contenían documentos importantes. Mirai trotaba en su dirección con una gran sonrisa en sus labios.

—Perdón si tardé. —Hizo una mini reverencia.

—No te disculpes, los amigos nos hacemos este tipo de favores —dijo, restándole importancia.

El momento había llegado Mirai, había que armarse de valor. Ella no tenía idea de si volvería a ver a aquel chico, no sabía si sus caminos volverían a cruzarse y por ende, debía ser sincera.

—Hay otra cosa que quiero decirte. —Apretó las carpetas contra su pecho. Esta vez no le huyó a la mirada oscura de su receptor, en cambio la esperó paciente y cuando por fin sus orbes chocaron se mantuvo firme—. Muchas gracias.

—Ya te dije que no es...

—Por esto no, que también, te estoy agradeciendo por salvar a Mi-chan —corrigió rápidamente. Sus ojos brillaron de una forma melancólica y agridulce,  perfectamente armonizados con la sonrisa sutil de sus finos labios. El silencio de Manjirō y su expresión seria le dieron a entender que podía seguir hablando sin problema ninguno—. Mi-chan no me contó lo que le estaba sucediendo, prefirió ocultáramelo por miedo. ¿Sabes? Desde pequeña siempre fui un desastre, mi cuerpo se mueve solo cuando veo algo injusto y aunque después tenga que pagar las concecuencias intento proteger a los más débiles. Ni siquiera sé que hubiera hecho si Mi-chan me hubiera contado de Kiyomasa y los constantes abusos a los que era sometido con sus amigos, no sé a qué extremos hubiera llegado y no sé cuales hubieran sido los resultados. Por eso me alegra que hayas estado ahí para detenerlos, a veces querer justicia no es suficiente para lograrla, no cuando no tienes la fuerza necesaria.

—Alguien que protege a los demás sin preocuparse por sí mismo. —El rubio sobó su mejilla, recordando cuando la novia del Hanagaki lo había golpeado malinterpretando la situación, luego rememoró su charla con el mismo y como le había hablado de la chica frente a él; y como acto reflejo sonrió—. Takemicchi está rodeado de personas increíbles.

Semejante afirmación provocó que la estabilidad mental de Mirai se viera por los suelos. Sobra decir que se sonrojó... otra vez, asqueroso Manjirō y su súper poder para ponerla roja. Hasta ahora nadie había alabado su terquedad, todos —incluido su mejor amigo— le habían pedido que por favor cambiara, que se convirtiera en alguien más prudente, más cuidadoso; pero ahí estaba Mikey, considerándola una persona increíble.

No pudo aguantarlo más, ni un segundo más pudo sostenerle la mirada. Mirai tuvo que colocar las carpetas delante de su rostro, cubriéndolo por completo, quería impedirle la vista a Manjirō y sin lugar a dudas lo consiguió. Entre escucharlo reirse por su tierna acción, a escucharlo reirse porque la sangre seguramente envidiaría su color si la viera ahora mismo, prefería mil veces lo primero. 

Asomó un extremo de su rostro por arriba, bajando un poco los papeles, de manera en que su cara a partir de su nariz hacia abajo estuviera cubierta. Pestañeó consecutivas veces y trató de tranquilizar su respiración. No dijo nada, y cuando las risas de Manjirō cesaron solo se escuchó un prolongado silencio; bueno, había que agradecer a los grillos que habían escogido ese lugar para dar un concierto y a los carros que pasaban por las calles, todos ellos impedían que se escuchara su corazón acelerado.

—¿Vas a estar ahí toda la noche? —preguntó el chico, sonriendo de medio lado.

Ella negó y aprovechó la oportunidad para subirse nuevamente a la moto. Esta vez no se opuso, lo abrazó desde el primer momento. Colocó las carpetas entre ambos y aprovechó la cercanía para impedir que los papeles volaran.

De regreso el camino fue silencioso, exectuando el pequeño instante en que ella le dio su dirección. Mirai poco a poco se fue acostumbrado a la velocidad que adquiría Manjirō, ya no se le hacía tan molesta; eso sí, todavía tenía el corazón en la boca y le temblaban las manos mientras trataba de aferrarse con fuerza al abdomen del chico. Doce minutos fueron suficientes para que comenzara a reconocer todos sus alrededores. Casi llora de alegría.

La moto se detuvo a una cuadra de su casa y al fin la protagonista volvía a estar sobre el suelo segura.

—¿Estás segura de que quieres que te deje aquí? —preguntó el varón, arqueando una ceja pero con una gran sonrisa.

—Por supuesto, soy fuerte, puedo pegar a quien quiera hacerme seño —refutó la joven, haciendo una pose de vencedora con sus carpetas en sus manos. Percatándose del grado de vergüenza ajena que daba lo que había acabado de decir, se encogió de hombros y casi muerde su lengua. Se llamó a sí misma parlatana—. Si mi madre me ve llegar en una moto con un chico es capaz de provocar la tercera guerra mundial. Ah, cierto. ¿Cómo tienes una moto? No puedes ser tan mayor.

Mikey amplió aún más su sonrisa y le dio con su mutismo la respuesta.

—¡No quiero saber! —exclamó retrocediendo dos pasos. Hacer semejante idiotez marcha atrás provocó que casi se cayera cuando sus pies se enredaron. Afortunadamente logró reincorporarse y rezó a todo dios no haberse visto tan ridícula como ella creía.

—MiMi, un día tu torpeza te traerá problemas.

—¡No seas tan franco por favor!

Mikey dejó escapar una risita e hizo un gesto con su mano en forma de despedida—. Nos vemos.

—Gracias... de nuevo... Ahora si por traerme. —Hizo una mini reverencia —. Hasta pronto.

Tras concluir su oración, Mirai salió pitando de ahí. Comenzó a correr tomando distancia del rubio y acercándose a paso veloz a su hogar. Había tardado demasiado y le preocupaba como estuviera su familia. Se aseguró que ninguno de los papeles estuvieras cayéndose por sus bruscos movimientos y cuando volvió a alzar la vista la moto de Mikey pasó por su lado; iba tan rápido que dejaba un rastro leve del reflejo de la luz roja en el aire, el motor se escuchaba que parecía que estaba rugiendo.

Ya viendo por fin la entrada del café, Mirai apresuró aún más su ritmo. Aunque la asustó la escena, la verdad no la había tomado por sorpresa; su madre estaba sentada en una de las mesas del local, marcaba como loca números en su teléfono mientras se sostenía la frente preocupada; su hermana, Hikari, le sobaba los hombros a Nozomi mientras inspeccionaba curiosa todo lo que esta hacía, también se podía apreciar en sus ojos su grado de estrés. La castaña supo inmediatamente que era su culpa y prefería desaparecer de ahí ahora mismo. ¡La de regaños que le caerían por despreocupada! Manjirō tenía razón, solo que el día que predijo que le traería problemas su torpeza no estaba tan lejos.

Pronto dos pares de ojos dieron a parar inmediatamente en Mirai, y al verla, su familia suspiró aliviada.

—¡Mirai Hoshizora! —exclamó la más mayor, con el ceño fruncido, poniéndose en pie para ir donde su hija.

—Con la chancla no, mamá —rogó la aludida, extendiédole las carpetas.

—¿Por qué tú teléfono está apagado? ¿Para eso pagamos tu padre y yo un servicio de telefonía? ¿Sabes lo preocupadas que estábamos tu hermana y yo? —imquirió una y otra vez, sin darle tiempo a Mirai a responder. Llevó ambas manos a sus caderas y torció su semblante a uno enfadado.

—Lo siento, se quedó sin batería.

—¿Por qué tardaste tanto? Pensaba que te habías perdido.

Tecla floja. La castaña pensó lo más rápido que pudo y le entregó las dichocitas carpetas a Nozomi—. Aquí están los archivos.

Cómo hoy su don oculto era desaparecer, aprovechó el momento de despiste de su madre para marcharse por las escaleras que llevaban al segundo piso —donde se hayaba su verdadera casa—. Soltó sus zapatos por el camino y le gritó a las otras dos chicas:

—¡Voy a bañarme!

Bendita excusa para no aceptar que tal y como habían supuesto, ella se había perdido el medio de la ciudad.

Mirai se trancó en su habitación. Cuando su puerta estuvo cerrada se recostó contra ella, y se dejó caer lentamente hasta que chocó contra el piso. Tenía el pulso acelerado, demasiado ejercicio por hoy, demasiadas emociones para un día. Si es que su vida parecía una película barata, todo lo malo le pasaba por pendeja.

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Palabras del autor:

PRIMERA GRAN INTERACCIÓN CON EL MANJIRŌ. Mi fantasía es que me lleve en su moto así que lo cumplo a través de Mirai, aunque yo si lo hubiera abrazado fuerte... muy fuerte :)

Bueno, Mirai es muy tímida y por culpa del Mikey se sonroja por todo. Vamos conociendo mejor a la niña y a su familia, el ambiente dónde se crió y cuántas pendejeces ha hecho en su vida.

También pudimos ver un poco como es la relación de Mirai y Manjirō, aunque haya sido excaso espero que lo hayan disfrutado.

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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿

~Sora.






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