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Capítulo 38

Celeste miró una última vez la hora en su teléfono. Revisó nuevamente el mensaje de Takemicchi y dejó escapar un suspiro. El chico estaba llegando tarde.

Caminó hasta uno de los columpios del parque para niños y se sentó sobre él. Con ambas manos se agarró de las tiras de metal y miró al suelo pensativa.

Luego del incidente con Honoka, Takemichi había pedido unos minutos a solas con Mirai, y Mikey muy condescendiente, cabía mencionar, se los había brindado. Celeste no esperó verlo más en todo el día, pero se había equivocado. Cuando estaba tranquila, dándole mantenimiento a su moto en el local que alquilaba con todo el dinero que ganaba en su trabajo, de repente recibió un mensaje del chico citándola en aproximadamente una hora, justo en ese mismo parque, cerca de la casa Sano.

La luz del sol se había esfumado por completo mientras aguardaba le llegada de su amigo. Estar sola le permitió darse el lujo de pensar en todo lo que él le había contado sobre el futuro, Alexia y ella misma.

Comenzó a dibujar círculos con sus pies en el suelo mientras organizaba sus ideas. Necesitaba traer a Alexia de su lado, ella sería de mucha utilidad según todo lo que le había dicho Takemichi.

—Cele-san —llamó una voz dulce, frente a ella.

La aludida tenía la mirada en el piso, por lo que pudo ver como un par de pies se colocaba cerca. Alzó su rostro con una gran sonrisa y se levantó de un movimiento rápido.

—¡Michi! —exclamó, alegre por verlo—. Llegas veinte minutos tarde —informó, dándole un sueve golpe en el hombro.

—Lo siento —susurró el rubio, sobándose la nuca nervioso. Un ligero sonrojo se apoderó de sus mejillas y miró por el rabillo de ojo a la pelirrosa, cómo analizándola.

—Te perdono —añadió energética la Izumi, estirándose. Dejó escapar un bostezo y volvió a colocar sus grandes orbes sobre el Hanagaki—. Y bien, ¿qué querías hablar?

Takemichi fue atacado por el rojo. Todo su rostro se convirtió en un tomate mientras agachaba la mirada. Hasta él mismo se comparó con su mejor amiga. No tenía el valor para decir lo siguiente mirando a Celeste.

—Nada, solo quería ir contigo a casa —confesó, no tan sincero.

Celeste esbozó una gran sonrisa y unas luminosas estrellitas se dibujaron en sus ojos. Por un momento su semblante fue como el de un perrito contento. Abrazó con ambas manos el brazo derecho del rubio y comenzó a caminar, jalándolo consigo.

—Eres una dulzura, Michi —soltó la joven, alejándose del parque. Ella lo guiaba, bueno, lo arrastraba en la dirección correcta. Estaba entusiasmada, como casi siempre—. Pero la próxima vez podrías habérmelo dicho y me habrías ahorrado un susto. Pensé que había pasado algo.

Takemichi tragó en seco, asustado y apenado. Trató de concretar su respiración, sabiendo lo que estaba por llegar. No tenía el valor suficiente para contarle lo que estaba a punto de ocurrir a su nueva amiga, aún sabiendo que le incumbía a ella más que a nadie.

Acompáñame a casa ese día, Michi. Por favor no me dejes sola y, sobre todo, detenme...

Esas fueron las palabras de la Celeste del futuro. Él la consideró loca por pedirle eso, como si alguien tan débil pudiera detener a un monstruo. Lo mejor hubiera sido solicitar la ayuda de Mikey y Ken, pero cuando fue a proponerlo, ella lo detuvo bruscamente y aseguró que nadie, salvó el propio Takemichi, sería capaz de impedir que hiciera una locura.

Así que allí estaban. Caminando a la par mientras sus pasos los acercaban cada vez más a la casa Sano. La chica hablaba hasta por los codos; entre chistes sobre Honoka, cuentos de cuando Mikey era niño e historias de sus hazañas, no tuvo tiempo de guardar silencio. Takemichi, en cambio, iba tan callado que le extrañó a Celeste, tragaba bruscamente y se mantenía cavilante, con su vista fija en el piso.

A menos de una cuadra, el oscuro panorama de la calle que tenían ambos adolescentes fue iluminada. Y no por el brillo de las estrellas en el firmamento. No, frente a ellos, y justo parqueado frente al hogar de la pelirrosa, se encontraba una patrulla de policías, el resplandor rojo y azul se mezclaba de forma aterradora con las luces del coche encendidas.

El sonido de las sirenas fue como escuchar un infierno.

Celeste se separó de Takemicchi, comprendiendo ahora el motivo de sus acciones. Seguramente él sabía de eso. Lo miró con el ceño fruncido, preguntándole con la expresión qué demonios estaba ocurriendo. No esperó respuesta por parte de su cómplice, no. Corrió rápidamente hacia el interior de la casa.

—¡No puede llevárselo!

Mientras se adentraba en el jardín de recibimiento, Celeste escuchó el grito con voz cortada de Emma. Supo inmediatamente que la chica estaba llorando. Esto solo agudizó más sus sentidos.

—Claro que puedo —sentenció otra voz, una que la Izumi conocía a la perfección... pues se trataba de otra Izumi—. Es mi hijo.

En ese instante se adentró en la sala, abriendo bruscamente la puerta corrediza de la entrada principal.

—¿¡Qué está ocurriendo!? —inquirió autoritaria, con un semblante serio y muerto.

Por un segundo detuvo el tiempo, solo para analizar lo que estaba pasando. Emma se encontraba abrazando a Kyomi, quien trataba por todos los medios de no llorar para darle fuerzas a su mejor amiga. El abuelo hablaba encarecidamente con uno de los dos oficiales. El segundo agente tenía sujeto a Yuuki con una mano, mientras con la otra informaba por el Woki que había cumplido su misión. Por último y no menos importante, la mujer que le dio la vida a Celeste estaba de pie, con ambas manos cruzadas y sonrisa socarrona.

—Vaya, pero si mira quien llegó —comentó con voz hastiada la Izumi mayor.

—Verónica... —farfulló Celeste, torciendo su rostro y fulimando con la mirada a su madre. Aunque a ella no le gustaba llamar a esa mujer "madre"—. ¿Qué demonios quieres?

—Esa boca, jovencita... —reprendió la mayor.

De repente la escena se encontraba protagonizada por ellas dos.

—No tienes ningún derecho de regañarme —escupió Celeste, sin cambiar su expresión.

—¡One-chan! —llamó desesperado Yuuki, forsejeando aún más que antes con el policía para poder ir donde su hermana mayor.

—¡Yuuki! —Solo hubo una cosa que pudo distraer a Celeste de su odio hacia su progenitora, y esa era el amor que le tenía a su hermanito.

La pelirrosa intentó acercarse, pero su camino fue interceptado por el segundo agente, que había dejado con la palabra en la boca al abuelo para impedir que Celeste llegara donde el pequeño Yuuki. Abrió ambas manos y tapó la vista de la joven con su increíble altura. Intentó intimidarla con su aura, al parecer no sabía que tenía un monstruo sediento de sangre al frente.

—Aparta de mi camino —masculló la de orbes dorados, haciendo sus manos puños, apretó tanto sus dedos que terminó por sacarse sangre con las uñas que accidentalmente clavó en su propia piel. Afortunadamente no sentía dolor, había apagado ese y el interruptor de humanidad con el objetivo de salvar a su hermano.

—No puedo permitir eso. Nos llevaremos al pequeño Izumi a dónde pertenece —siseó el agente, acomodando la mano sobre la pistola guardada en su funda.

—Él pertenece a donde esté yo... —replicó, con un tono venenoso, poniéndose en posición de pelea.

Iba a atinarle un golpe en la cara lo suficientemente fuerte para ponerlo a dormir tres días seguidos, pero unas manos la abrazaron de la cintura y la alejaron bruscamente de allí.

Celeste se vio apresada por las calidez y grandes manos de Takemicchi, quien se había encargado de ponerlos a ambos, en la misma posición contra la pared de una esquina a varios metros de donde estaban los policías. Por un momento parpadeó asimilando la situación. No esperó nunca eso del rubio, y debía admitir que si no llegaba a ser por él le hubiera partido el cuello a aquel hombre.

Su instante de lucidez quedó en el olvido cuando vio como comenzaban a llevarse a Yuuki a base de empujones y brusquedad. Intentó zafarse de Takemichi por segunda vez en el día. La cegó ver cómo Yuuki extendía su mano hacia ella, llorando, llamando su nombre, luchando por llegar a su lado. Hizo lo mismo, en el intento golpeó consecutivas veces a su amigo. Forsejeó con fuerzas por soltarse e ir donde su hermano. No podía dejarlo irse.

—Cele-san... Cele-san... —decía con un deje de tristeza. Intentaba hacerla reaccionar sin perder el aliento. Recibió más de un codazo que lo hizo contener la respiración y perder fuerzas, pero no flaquearía. Ya sabía lo que pasaría si la dejaba ir.

—¡Suéltame! —gritó ella ronca, sintiendo como las lágrimas descendían por sus mejillas. Las manos de su hermano estaban más lejos de las de ella—. Se lo están llevando... ¡Se están llevando a Yuuki a un lugar donde no puedo alcanzarlo!

—¡Este no es el modo!

Celeste clavó sus uñas sobre las manos de Takemicchi, intentando hacer que él la soltara. No importaba cuanto hiciera, el chico solo afianzaba su agarre con más fuerza después de cada acción o intento de alejarse, como si se hiciera fuerte con el dolor.

—¡One-chan! —lloriqueó una última vez el peliazul, antes de ser sacado por el agente.

—Estate quieto, niño —exigió el mayor, llevándolo a la patrulla para montarlo en el coche.

—Tú y yo... —susurró la madre, inclinándose hacía Celeste. Cuando nadie la vio esbozó una sonrisa de medio lado, acompañada de una mirada filosa—. Ya hablaremos más tarde de cuánto tendrás que pagarme.

La pelirrosa abrió sus ojos de par en par, al borde de la histeria. Ya no se fijó en Emma, quien lloraba desconsoladamente en los brazos de Kyomi, ni en el abuelo, que miraba al techo, tratando de buscar paciencia y tranquilidad. Todo se nubló.

Por momento... quiso matarla.

Quiso matar a su madre.

Detenme...

Recordó Takemichi. Fue como ver la triste mirada de Celeste cuando le había pedido por favor que evitara hacer una locura. Fue como tenerla delante en ese momento.

Nadie más podía hacerlo. Si ella se lo había pedido, él lo cumpliría.

La joven gritó mil maldiciones por lo alto. Ahora más que nunca tratando de zafarse para estrangular a esa mujer. Iba a noquear a Takemichi de una vez por todas con su mano alzada, pero la tomó por sorpresa la siguiente acción del chico.

El Hanagaki volteó a Celeste, para que ella quedara de frente de él, y la abrazó con fuerza.

Verónica aprovechó ese momento y desapareció. Sabía que si se quedaba ahí no sería capaz de contener a su hija. Estaba en peligro.

La pelirrosa se quedó en shock, con la misma mano alzada. Todo estaba tan frío antes, ahora era tan cálido. Sintió las lágrimas de Takemichi mojar su hombro, empatizado por la situación. Se estremeció cuando el chico aflojó su agarre, subió una mano a su espalda y con la otra sostuvo la cabeza de la chica, enredando sus dedos en su sedoso cabello.

—Mi-Michi... —logró formular, con voz entrecortada.

—No es así, Cele-san... —razonó el rubio, intentando que su llanto no le entrecortara la voz—. Recuperaremos a Yuuki-san, pero no así. No le harás ningún favor a nadie.

Ella sabía que él tenía razón, pero le costaba tanto aceptarlo. Se separó y lo miró a los ojos. Llevó ambas manos al pecho del chico y se aferró a su camisa. La fuerza en sus pies flaqueó y sintió que se desvanecía, pero Takemichi no la dejaría caer sola, también lo hizo.

Celeste quedó entre sus piernas. Escondió su rostro entre el cuello y el hombro del varón y dejó que su desconsolado llanto fuera apaciguado por la paz y calidez que le brindaba el Hanagaki.

Todos perdieron la cuenta de cuánto tiempo se mantuvieron en esa posición. De a poco Emma fue recuperándose, al menos lo suficiente para ir donde el abuelo, quien ahora intentaba sonreír forzosamente para no preocupar a su nieta y su mejor amiga. Celeste, en cambio, se mantenía en la misma posición, apretando cada vez más su agarre sobre Takemichi.

Por la mente de la chica pasaron todos los recuerdos de su vida junto a Yuuki. Fue torturoso, pero a ella le encantaba hacerse daño. Necesitaba recuperarlo y tenerlo en sus brazos.

Más tarde, la escena fue irrumpida por la otra persona que vivía en esa casa. Nadie se había acordado de Manjirō, pero ahora que lo tenían al frente, todos temblaron.

Frenar a Celeste era una cosa.

Frenar a Manjirō era imposible.

Mikey guardó las llaves de su moto y hogar en el bolsillo de su pantalón. Tranquilo analizó el paisaje, tratando de sacar información con solo verlos. Ni siquiera cerró la puerta a sus espaldas. No se movió ni un paso. No sé adentró. No se acercó a nadie.

—¿Qué sucedió? —cuestionó, arqueando una ceja.

Celeste no lo miró, ella se concentró en seguir ahí. Ya no estaba llorando, pero se encontraba débil.

—Se llevaron a Yuuki —soltó Kyomi, la única cuerda allí.

Manjirō abrió sus ojos de par en par. No necesitaba una explicación, estaba más que informado. Por un leve instante su semblante cambió drásticamente a uno mucho más alterado. Rápidamente devolvió su expresión seria. No dijo nada, simplemente se volteó sobre su propio eje y comenzó a caminar hacia el exterior.

Emma y Kyomi se miraron sabiendo que sucedería. Manjirō también había apagado su humanidad y estaba listo para ir a recuperar a Yuuki por la fuerza. Ellas eran las dos personas que más lo conocían, así que sabían a la perfección que si no lo detenían eso sería una masacre.

La que siempre solía poner a Mikey en el camino correcto se encontraba incapaz de encontrarlo por sí sola. Les tocaba intervenir y devolverle a Takemichi el favor.

Así que, segundos más tardes, Kyomi y Emma corrieron donde Manjirō. La primera se puso en frente, impidiendo su paso, la segunda lo abrazó del brazo y colocó su cabeza sobre el hombro del chico.

—Aparta —ordenó autoritario, con un semblante muerto.

—Mikey, no hagas esto —rogó Kyomi, alzando sus manos para empujarlo por el pecho cuando él hizo el ademán de seguir caminando—. Si Cele fue capaz de controlarse, ¿por qué tú no?

—Yo no soy Celeste —escupió, mirando de solsayo a Emma. Ella temblaba, y eso solo lo estresó aún más—. Voy a traer a Yuki-chi de regreso y seremos una familia nuevamente.

—¿Después de que lo tengas qué harás? ¿Lo condenarás a vivir en las sombras? ¿Obligarás a Celeste a huir con Yuuki eternamente de la policía? ¿Dividirás la familia por tu deseo egoísta? —preguntó una y otra vez Kyomi, encarando a Manjirō. Ella era la única persona que, a pesar de ser más débil que él, podía llegar a intimidarlo. Su mejor amiga—. No se lo llevaron por capricho. Fue su propia madre. Para el mundo Yuuki está en su hogar. Si queremos demostrar que no es así...  ¡Tienes que detenerte, Sano Manjirō! Si no lo haces nunca seremos capaces de recuperarlo.

—Por favor, Mikey... —suplicó Emma, mirando con los ojos cristalizados a su hermano.

El mencionado lo pensó durante un minuto. Quieto, sin cambiar su expresión, con los ojos muertos. Después de tanto deliberar llegó a una conclusión. Colocó sus orbes sobre los de Kyomi y le dijo:

—Tráeme a Mi Mirai.

No hicieron falta palabras para explicarle a su mejor amiga que, en esos momentos, la única capaz de detenerlo se encontraba ausente. Él estaba haciendo el esfuerzo del mundo para no cagarla. Pero necesitaba su lugar para ser débil inmediatamente.

Kyomi asintió con una sonrisa en el rostro. Recibió de Mikey las llaves de su moto cuando él se las lanzó.

—Tienes quince minutos.

—Estaré aquí en diez.

Fue lo último que dijo ella antes de comenzar a trotar.

Manjirō se mantuvo en la misma posición, mirando siempre a Emma. Ella no terminaba de similar la situación y, a pesar de querer mostrarse fuerte para detenerlo, todavía no podía asimilarlo. Estaban tan dolidos.

Un rato más tarde, Manjirō se adentró en la casa. Sin decir nada fue hacia Celeste y Takemichi. No le sorprendió verla así, indefensa entre los brazos del chico, de cierto modo le recordó a Mirai y a él. Se dejó caer sentado a su lado.

La pelirrosa sacó la mirada del cuello de Takemicchi para ver a Manjirō. Esbozó una sonrisa triste y no ocultó las lágrimas.

—Se lo llevaron. Verónica se lo llevó...

—¿Qué debería hacer, Cele-chi? —inquirió, mirando el techo—. Quiero matarla.

Celeste sabía que aquella afirmación era verdadera. Ella se había encargado personalmente toda la vida de contener los impulsos de Mikey, pero ahora no podía. Se lamentó y, sin contestar nada, escondió su rostro en el pecho de Takemicchi.

Manjirō lo vio todo negro. De repente todo se tornó oscuro. Se le nubló la vista y escuchó un pitido inexistente destrozarle el tímpano. Sintió una sed de sangre inhumana.

Iba a ceder, pero la luz lo envolvió antes de poder seguir a esa oscuridad que, poco a poco, se alejaba.

Cuando volvió a abrir los ojos descubrió el rostro de Mirai, quien lo miraba desde lo alto, interrumpiendo su vista al techo. La chica se encontraba arrodillada en el piso, justo detrás de él. Lo había abrazado de los hombros y colocó la cabeza de Manjirō contra su pecho.

¿Cómo demonios le hacía Mirai para traerle tanta paz?

—Lamento la tardanza, Jiro-kun... —susurró apacible la joven, sonriéndole con dulzura y un atisbo de tristeza.

Kyomi los observó desde la distancia, cansada, tratando de recuperar el aliento. Esbozó una sonrisa al ver que, justo como pensó, toda la oscuridad y aura amenazante de Manjirō había desaparecido por completo.

Ahora él y Celeste eran dos niños pequeños en los brazos de sus guardianes.

De cierta forma, a pesar de las circunstancias, la hizo felíz.

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