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Capítulo 35

Las clases habían terminado por completo ese día. Hinata caminó sola por las calles de la ciudad, ese día tenía un encuentro con su tutor privado, debía mantener sus calificaciones altas. Aunque la entristeció un poco no poder acompañar a Mirai y Alexia —a quien la castaña se había encargado de meter en el grupo a sal y sangre—, estaba felíz porque habían quedado en ir juntas a un baño público próximamente.

Una sonrisa tonta se dibujó en su rostro. Se estaba haciendo de grandes amigas y poco a poco su juventud comenzaba a llenarse de increíbles recuerdos.

Quiso llamar a Takemichi para hacer algo luego de sus clases extras, pero él le había dicho que tenía un asunto importante que resolver, que se lo recomepnsaría más adelante. Esto también la puso felíz. Si bien su relación no iba viento en popa, lograban salir adelante con los pocos momentos que tenían.

Dio vuelta a una esquina y se encontró con un callejón oscuro. Recordaba a la perfección ese atajo. Si quería llegar cinco minutos antes, podría tomar ese camino y ahorrarse una buena caminata, pero Hinata todavía no era tonta. Ella siempre esquivaba ese lugar dando una increíble y maravillosa vuelta. 

Esa era su rutina y eso estaba dispuesta a hacer, hasta que chocó con el pecho de un joven que se encontraba indagando en su teléfono algo. Ambos iban distraídos, así que no fue culpa de ninguno en específico.

—Lo siento —dijo la Tachibana, incorporándose.

El tipo no contestó, en cambio guardó su teléfono en el bolsillo de su pantalón rasgado. Se inclinó a verla y al examinarla descaradamente esbozó una sonrisa complacido con lo que veía.

—Vaya, vaya —murmuró, relamiéndose el labio—. ¿Qué tenemos por aquí?

Todos los sentidos de alarma dentro de Hinata se activaron. Ya conocía esa frase, era la típica que se decía antes de intentar hacer algo indebido. Intentó contra todo pronóstico escapar, y antes de que él terminara su oración, ella se escabulló por el costado, tratando de seguir de largo.

Hoy definitivamente no era su día. Frente a ella habían dos chicos más, que impedían que siguiera su camino. Se mostraban amenzantes y estoicos. Uno tenía un bate en la mano y el otro se encontraba lamiendo una navaja. Si querían intimidarla lo habían logrado.

—Les pido que abran paso, estoy apurada —exigió completamente seria la de cabellos salmón. Dejar que el miedo la consumiera no era lo suyo y nunca lo sería.

—La gatita ha sacado garras —comentó uno, dándole pequeños golpecitos a su bate con su otra mano.

—Si hasta resulta que va a ser una amargada —añadió jocoso el que se encontraba a su espalda. Se volteó a verla y tomó uno de sus brazos para elevarlo en el aire, el hecho provocó que la joven soltara su maleta—. Anda, no seas aburrida.

—Suéltame —ordenó ella, frunciendo el ceño. Hizo un ademán brusco por separarse, pero la fuerza de su contrario lo impidió.

El chico ignoró la solicitud de la chica y comenzó a arrastrarla rumbo al callejón, acompañados de los demás. La lanzó contra la pared de forma tosca y se posicionó al frente, no muy cerca.

Hinata se recompuso como pudo e intentó volver a escapar aprovechando la distancia que los separaba, pero la salida fue bloqueada por los otros dos.

—¿Y ustedes qué? ¿Son los perros de este delincuente? —escupió la chica, hastiada.

—¿Qué dijiste? —cuestionaron los dos varones, dedicándole una mirada mortal. Habían perdido la paciencia y eso se notaba.

Hinata se sintió como una niña pequeña cuando los vio aproximarse hacia ella con todas las posibles malas intenciones dibujadas en sus ojos sombríos. Tembló y retrocedió sus pasos, casi por puro instinto. Cuando sintió su espalda chocar contra la del tercero, se vio en la necesidad de incorporarse e ir nuevamente hacía adelante.

Necesitaba a Takemichi allí.

—¿Qué sucede aquí? —inquirió una cuarta voz masculina. Todos voltearon al ver como de la punta del callejón se hacía cada vez más visible la silueta de un chico. Estando más cerca arqueó una ceja—. ¿Qué están haciendo?

—L-lo se-sentimos mucho —balbuceó quien parecía el líder, empujó ligeramente a Hinata contra la pared nuevamente, pero esta vez pasó por su lado con el objetivo de llegar al intruso—. Solo estábamos jugando.

—Saben bien que este es territorio de la Toman, ¿acaso quieren pelea? —siseó el otro, completamente serio. Se le marcó una vena en la frente y otra en el cuello. Estaba conteniendo bastante su ira y eso fue algo que todos notaron, inclusive Hinata.

—No es el caso, de verdad, solo estábamos de paso, ya-

—¡Largo! —bramó, dando una patada a un contenedor de basura, dicha provocó que el metal se arrugara ligeramente.

Los tres tipos que hasta hacía un momento parecían imponentes se miraron asustados. No dijeron nada, simplemente comenzaron a correr despavoridos, abandonando el callejón.

Hinata se dió a la tarea de examinar a su salvador aprovechando la luz que se filtraba por el exterior. Era alto, atractivo y realmente se veía muy imponente. Tenía cabellos largos y ojos negros como el azabache. Su rostro se veía muy maduro, seguramente tendría dos o tres años más. Portaba el uniforme de la Toman, pero de un modo que le recordó a Manjirō, puesto que llevaba la chaqueta colgada de los hombros.

—¿Estás bien?

—Perfectamente —respondió veloz la chica, incorporándose. Se sobó el hombro por el ligero dolor punzante que la angustiaba. Todo el peso de su cuerpo había caído allí cuando ese tipo la había empujado—. Gracias.

—¿Segura de que estás bien? Puedo acompañarte a casa —sugirió el pelinegro, acercándose. Dibujó una sonrisa coqueta y se incorporó frente a ella, con una mano apoyada en la pared, ligeramente inclinado.

—No, gracias. Estoy bien —cortó la pelisalmón. Ya conocía esas intenciones. Si bien estaba agradecía tampoco le permitiría que se propasara. Ágilmente lo esquivó y se dirigió a la salida del callejón. Tomó su maleta del suelo y se dispuso a seguir andando.

El chico de antes se incorporó a su lado y la estructuró con su mirada. Ella lo ignoraba y esto llamaba aún más su atención.

—Deberías darme tú número como recomepensa por salvarte —tajó él, sin dejar de caminar, puesto que ella no se detenía.

—Ya te di las gracias —replicó la jóven, sin siquiera mirarlo. Su semblante no variaba, estaba completamente seria.

—No es suficiente. Invítame a un café y estamos a mano —siseó, posicionándose frente a ella. Comenzó a caminar de espaldas dado que la chica era bastante dura y no estaba dispuesta a poner fin a su marcha.

—Mira, tengo novio y es muy fuerte. No te recomiendo seguir por dónde vas —añadió Hinata, después de soltar un suspiro cansado. Demasiadas interrupciones por hoy.

—Uy, que miedo —soltó sarcástico, moviendo sus manos como si estuviera aterrado, todo sin borrar su sonrisa coqueta.

—Deberías tenerlo —espetó la Tachibana, deteniéndose en seco. Estaba molesta.

—Te apuesto a que no es más guapo que yo.

—Te apuesto a que es más educado —revatió. Defendería a Takemichi dónde fuera y contra quien fuera.

—Un café no significa que te esté tirando los tejos. ¿Tan importante te crees? —cuestionó le pelinegro, cruzándose de brazos. Esperaba desmantelarla con ese comentario, pero en cambio recibió una sonrisa de medio lado como respuesta.

—En ese caso, buenas tardes —concluyó, antes de colarse por el costado del chico y seguir de largo.

El pelinegro quedó desconcertado y bastante sorprendido. Le costó unos segundos asimilar lo que había ocurrido, mas cuando lo hubo hecho se giró a ver a la chica, quien estaba cada vez más próxima a desaparecer por la acera.

—¡Ni siquiera me dijiste tu nombre!

—¡No necesitas saberlo! —exclamó de vuelta la joven, volteándose un solo instante para despedirlo.

—¡¿Y mi café?! —gritó, pero ya no obtuvo respuesta.

La pelisalmón se había esfumado.

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Mirai y Alexia caminaban a la par. Codo con codo. La primera hablaba hasta por los codos de todo lo que le ocurría y la segunda escuchaba atentamente. Habían descubierto que la dirección de sus casas quedaba relativamente cerca, así que se había hecho un poco costumbre caminar juntas.

Mirai se había encargado de pasar por encima de la opinión de Alexia cuando esta le dijo que no quería amigos. Ella la seguía a todas partes en la escuela, almorzaban juntas, pasaban el recreo juntas y luego en el salón eran inseparables. Añadiendo a esto que cada vez que había reunión de chicas, la castaña arrastraba a la pelirroja.

Alexia no solía hablar mucho, así que seguía siendo como un misterio para revelar. Uno que Mirai confiaba plenamente que con el tiempo sería capaz de decifrar.

—Así que Jiro-kun y yo estamos tratando de que mamá no se entere. Llevamos varios días teniendo citas en secreto y está funcionando bastante bien —confesó orgullosa la Hoshisora, pero había algo más en sus ojos que Alexia fue capaz de persibir.

La de orbes esmeraldas se reprendió a sí misma. Cada día se involucraba más con Mirai y sus amigas. Ni ella podía creer lo que estaba a punto de decir.

—¿Y no sería mejor tratar de hacer a tu madre aceptar a Manjirō?

Mirai se encogió de hombros. Todo el ánimo que tenía se fue por el caño tras escuchar aquella cuestión. Admiraba a Alexia por percatarse de esa otra cosa que la afligía por dentro. Dibujó una sonrisa triste y miró al cielo, siempre cuidándose de no caer.

—Lo he intentado. Hi-chan también lo ha intentado. Todos estamos tratando, inclusive papá le ha pedido que no sea tan radical con él. —Suspiró, ahogando su tristeza—. Pero mamá parece bastante segura de que Jiro-kun no vale la pena y que solo me hará daño.

—¿Y tú estás segura de que no es el caso? —cuestionó Alexia, ganándose una mirada inquisidora y descontenta de su compañera—. ¿Digo que si estás segura de que estar con Manjirō no te hará daño? Estamos hablando de un chico del bajo mundo, cuyo futuro probablemente sea ser un criminal. Está involucrado en peleas. Me parece bastante evidente que terminará haciéndote llorar. No es el tipo de persona que-

—A-chan, pareces mi madre —confesó Mirai, doblando su rostro. Miró a la pelirroja encogerse de hombros incómoda, en respuesta le sonrió sincera—. Me alegra que te preocupes por mí.

—¡No he dicho eso! —exclamó rápidamente, con las mejillas sonrojadas. Sentía su rostro arder. A la mierda su reputación de la chica fría.

—Pero tranquila, si Jiro-kun me hace llorar es algo que yo misma decidí —dijo, fijando sus orbes en el camino que las estaba llevando a un viejo puente. Sus orbes grisáceos brillaron recordando parte de sus momentos con Mikey—. Creo que es un destino inevitable que alguien nos haga llorar, pero esto no significa que sea malo. Quién te quiere también te hace llorar; por ejemplo mamá me ha hecho llorar mucho últimamente, y jamás pondría en duda sus sentimientos por mí. —Apretó las asas de su maletín y ensanchó su sonrisa—. Sé que mi relación con Jiro-kun no serán solo risas, nunca lo han sido. Pero ni yo veo el futuro y ni me interesa hacerlo. Lo que vaya a ocurrir, lo enfrentaremos juntos. Donde me lleve esto que estoy viviendo será mi decisión y la de Jiro-kun. No dejaré que nadie decida que nos haremos daño.

—Valiente... suicida, pero valiente —murmuró pelirroja para ser escuchada.

La castaña ahogó una risita ante semejante comentario y siguió caminando. Por alguna razón le gustaba hablar de lo que estaba afrontando junto Manjirō con Alexia. Ella era muy madura y le daba buenos consejos.

Ambas se adentraron en el puente y siguieron charlando de un tema ajeno. A veces también era bueno cambiar de aires.

La Shinomiya fijó sus ojos al frente y se tensó al presenciar en el otro extremo, caminando en dirección opuesta y lista para encontrarse con ellas, a Honoka. Miró de solsayo a Mirai y comprendió, con solo analizarla, que la protagonista no se encontraba mejor que ella.

Pronto la Hoshisora clavó su vista en el suelo, ocultó su sonrisa y trató de tapar su rostro con su flequillo. Solo quería pasar por al lado de Honoka sin tener ningún tipo de problema. Inevitablemente comenzaron a temblarle las manos y sintió el sudor descender por todo su rostro.

Honoka se había encargado de hacerle la vida un poco imposible. Si bien no llegaba a ser bullying, se parecía un mundo. En el almuerzo la hacía tropezar con su comida y desperdiciarla. En el baño la esperaba para intimidarla con palabras que figían ser amables, siempre metiéndose con su apariencia y burlándose de su amabilidad. En clases se reía a carcajadas apuntándola junto con un extenso grupo de estudiantes. En la salida, de vez en cuando, vertía algún líquido sobre su uniforme fingiendo que había sido un despiste.

Mirai estaba cansada y aterrorizada. No quería contárselo a nadie, por eso trataba de hacerlo ver algo normal y no prestarle mucho atención. Pero Alexia no era tonta y había notado alguna que otra cosilla.

—¡Anda, que alegría verte, Mirai-chan! —exclamó eufórica Honoka. No había mentira, Mirai iba a alegrarle la tarde.

—Hipócrita —susurró Alexia, poniendo los ojos en blanco.

—¿Dijiste algo? —inquirió la rubia, mirando a la nerd de la clase con una gran sonrisa.

El gesto se le devolvió por parte de la Shinomiya.

—No, nada. Un gusto verte igual —respondió, notándose la ironía en su tono de voz.

—Veo que no sabes escoger compañías, Mirai-chan —comentó Honoka, frunciendo el ceño bastante ofendida. Se acercó a la castaña que no se había movido ni un centímetro ni había dicho una palabra, la tomó del mentón y la obligó a alzar su cara—. Mírame cuando te hablo.

—Lo siento —dijo la Hoshisora, avergonzada.

Alexia corrió la mirada, apretando los puños. Estaba dispuesta partirle la cara a Honoka si hacía algo en frente de ella. Se reprendió a sí misma por segunda vez. Desde hacía años se había obligado a sí misma a apagar su empatía, pero por alguna razón eso no le salía con Mirai cerca.

No le cabía en la cabeza como alguien pudiera odiar tanto a ese pedazo de dulce. Más que amabilidad con Mirai, era repulsión hacia Honoka.

—Te perdono porque soy muy generosa y buena persona. —Ensanchó su sonrisa. Sus orbes azules dieron a parar en la evilla que Mirai solía llevar siempre—. Que cosa más fea.

Sin previo aviso, la rubia se robó el mayor tesoro de Mirai y retrocedió velozmente.

Cuando la protagonista se percató de lo que había ocurrido, llevó una mano al lugar donde debía estar su clip nerviosa y bastante agitada. Miró a Honoka y abrió los ojos como platos. Por ahí sí que no pasaba.

—Devuélvemela —exigió, abalanzándose contra la chica. Intentó quitarle la evilla, pero maldecía su metro cincuenta contra el caso metro ochenta de su contrincante, quien cómodamente alzó la mano para evitar que se le fuera arrebatado lo que ella misma arrebató—. Es importante.

—Está muy fea, Mirai-chan —siseó Honoka, sin poder evitar soltar unas risas. Era como jugar con un niño.

—Devuelvésela, pedazo de mierda —ordenó Alexia, desde su lugar. Tenía los ojos sombríos, el semblante muerto y una expresión que atemorizaría a cualquiera.

Honoka se sintió intimidada. Maldecía a Mirai por tener siempre a alguien que la protegiera. Estaba cansada ya. Lanzó con mucho desdén la avilla al río y se paró seria.

—Ups, se me cayó —dijo, sin cambiar de posición. Ni siquiera miró a la castaña, sus ojos vacíos estaban clavados sobre la pelirroja—. Si no hubieras actuado tan tosca te la hubiera podido devolver.

—Maldita... —masculló Alexia, chasqueando los dientes. Estaba lista para saltar sobre la rubia, mas antes de poder hacerlo fue testigo de como Mirai corrió hacia la baranda del puente, se trepó en ella y saltó hacía el río.

La Shinomiya tuvo que ir veloz hacia el lugar. Asomó su cabeza y observó a Mirai buscando desesperadamente su evilla. Algo se le revolvió dentro, no tenía ni idea de que fuera tan importante. Se volteó con dirección a Honoka, pero esta había desaparecido.

Otra vez farfulló mil maldiciones, tomó el maletín que había dejado tirado Mirai y le dio la vuelta al puente para poder descender por la bajada que llevaba al río. Se colocó en la horilla y llamó a su compañera. No fue escuchada.

Mirai seguía peleando contra las aguas bajas para poder encontrar su más preciado tesoro. Buscó y buscó, lo hizo durante horas hasta que la luz del sol ya no estuvo para ayudarla. Aún así no se quería rendir, no estaba dispuesta a permitir que se le perdiera el regalo de que Takemichi.

—¡Ya es tarde! ¡Regresa! ¡Tú teléfono ha estado sonando hace rato! —gritó Alexia, admirando la voluntad de no rendirse de la joven, pero dándole una ligera bocada a la realidad. Era evidente que la evilla no aparecería.

Otra vez fue ignorada por la castaña, quien con todas sus fuerzas trataba de perseverar.

Mirai miró al cielo estrellado, la luna brillaba intensamente esa noche. Debía tener un millón de llamadas perdidas de su madre y debería enfrentarse a un infierno. Lo que más la aterraba era la cara con la que tendría que contarle a su mejor amigo que había perdido su regalo.

Se dejó caer de rodillas y el agua le llegó el pecho. Frustrada y adolorida, lanzó un manotazo al río. Echó un grito al aire y dejó que las lágrimas descendieran por sus mejillas. Quería ser más fuerte para no llorar como una bebé, pero las personas son lo que son, y ella era incluso más sentimental que Takemichi.

—Mirai... —llamó Alexia. Se había quitado los zapatos y las medias para adentrarse en el río. Sostenía ambos maletines colgados de brazo derecho. Estiró una mano y la posicionó sobre el hombro de la joven castaña.

—Mi-chan me regaló eso hace años —confesó, después de un sollozo. Se limpió el rostro y trató de esbozar una sonrisa, pero solo le salió una mueca de tristeza—. Mi-chan me regaló esa evilla hace años y yo acabo de perderla.

—No fue tu culpa, fue esa Barbie estúpida —revatió la pelirroja.

Pero Mirai solo le dedicó una mirada angustiada y agonizante.

Alexia supo, entonces, que era momento de ponerle fin a Honoka y su reinado del terror. La muy puta tenía a casi todo el instituto de su parte, así que ir ella en su contra sería como suicidarse. Afortunadamente era una adolescente muy inteligente, con un alto coeficiente intelectual, que sabía exactamente que era lo que debía hacer.

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