Capítulo 27
La reunión había terminado. Ciertamente hubieron gritos de festejos y adulaciones hacia quienes habían salvado a Draken. Más que una reunión era una forma de decir que habían ganado, una fiesta sin bebidas porque la vida del subcomandante se había preservado. Después de los acontecimientos Manjirō, Celeste y Ken habían estado demasiado ocupados como para convocarla antes, tenían cosas más importantes entre manos.
Se encontraban todavía en el templo. Aunque la reunión hubiera terminado algunos se quedaron un rato más a charlar, entre ellos quienes conformaban el círculo de nuestros protagonistas.
Draken, Celeste, Manjirō, Takemichi y Mirai todavía mantenían una amena conversación. De algún modo los dos últimos comenzaban a encajar cada vez más con ese ambiente, cada vez era más fácil llevarse mejor.
—Takemicchi estaba histérico —dijo Ken, entre risas. Tantas fueron sus carcajadas que tuvo que llevarse una mano al lugar de la herida debido al dolor.
—¡Draken-kun! —exclamó el aludido, en tono de reproche.
—Ya me habías dado por muerto, sino es por Mirai-chan me hubiera dado una hipotermia allí —siguió, todavía bromista. Era un poco raro ver esta faceta en el rubio, solo se la mostraba a los más cercanos, pero esos dos chicos se lo habían ganado.
A su vez, tras escuchar esta última declaración todos estallaron en risas. Al Hanagaki casi se le salen los ojos al ver como su mejor amiga trataba de controlar sus carcajadas por lo bajo, ¡hasta ella se estaba burlando de él!
—Hubiera dado la vida por ver eso —susurró Celeste, jocosa.
—Eso no es cierto. Yo no estaba tan histérico —refutó Takemichi, cruzándose de brazos—. Mirai-chan, pensé que estabas de mi lado.
—Perdón, Mi-chan —contestó ella, encogiéndose de hombros con un sonrojo en sus mejillas. Tenía una sonrisa ladina dibujada en su rostro y su mirada escapó de la azulada de su mejor amigo.
—¡Hachi, espera! —exclamó una voz ajena, en la distancia.
Todos se voltearon a ver qué estaba sucediendo.
Nada más dar media vuelta en su eje, Mirai fue embestida por un perro de hermoso pelaje. El animal no le había dado tiempo a observar nada ni a pensar, la lanzó al suelo —porque tenía la fuerza suficiente y ella pesaba lo mismo que una pluma— y comenzó a lamerle la cara juguetón. Sus patas delanteras se colocaron sobre los hombros de la fémina cuando ella se levantó para quedar sentada.
La castaña tardó en procesar la situación, pero temrinó acariciando al animal mientras trataba de separar su rostro para que no lo llenara de más baba.
—Hachi, chico malo —reprendió Kyomi, incorporándose en la escena después de correr detrás de su perro. Tomó a su mascota de la correa y lo jaló hacia atrás, obligándolo a separarse de Mirai—. Lo siento mucho, Mirai-chan. Los animales tienen un sexto sentido y perciben las buenas vibras en las personas.
—No te preocupes —negó rápidamente la mencionada, con el rostro sonrojado y una sonrisa sincera.
La protagonista se puso en pie con la ayuda de Manjirō —quien la tomó de los brazos y la levantó con facilidad— y se limpió la ropa, dándose pequeños golpes sobre el polvo y la tierra que había sobre esta para que se esfumara. Iba hacer lo mismo con su rostro, pero se detuvo en seco.
—Ten, Mirai —dijo otra persona, adentrándose en el grupo. Caminó tranquilo hasta llegar donde la castaña y le extendió un pañuelo.
Todos pestañearon consecutivas veces incrédulos, todos menos Mirai que lo observó durante unos segundos.
Se trataba de un joven muy apuesto. Era dueño de una larga melena azabache que le llegaba a la altura de los hombros, los cuales recogía en un peinado parecido al de Mikey, lo único que lo diferenciaba era un flequillo que caía en picada por delante de su ojo derecho. Sus orbes también eran negros como la noche, pero tenían un resplandor blanco, brillante. Portaba el uniforme de la Tokyo Manji Gang, pero con los dos primeros botones sin abrochar, dejando parte de su pecho al descubierto.
Él le sonrió sincero a la chica al no obtener reacción ninguna por parte de ella. No la culpaba para nada, había cambiado mucho.
—¿Y tú quién eres? —inquirió Manjirō, abrazando de los hombros a Mirai y empujando la espalda de la fémina contra su pecho. Tenía el semblante de un gato enfadado.
—Kuro-chan —murmuró sorprendida la Hoshizora, con la boca abierta. Por pura inercia se separó de su novio y caminó hacia el ya no tan desconocido.
—¿Carlos? —preguntó Takemichi, incapaz de creerlo.
—¿Me recuerdas? —cuestionó el susodicho, con los ojos abiertos de par en par, más sorprendido que todos los demás.
—Por supuesto —contestó la castaña, tomando el pañuelo con una gran sonrisa. Sus manos sostuvieron la tela y ella la miró durante unos segundos. Luego alzó la vista y al observar al varón nuevamente no pudo evitarlo, lo abrazó con fuerza.
Takemichi esbozó una gran sonrisa, al igual que su amiga, él también conocía a ese chico y le agradaba verlo de vuelta. Kyomi abrió tanto la boca que casi toca el suelo, perdió fuerza y soltó a su mascota, afortunadamente el animal entendió el ambiente y simplemente se sentó en el piso a observar. Celeste y Draken aguantaron a Mikey de un brazo diferente al verlo intentar ir donde Mirai y Carlos; ellos conocían a su mejor amigo, y sabían las locuras que era capaz de hacer.
El azabache tardó un poco, pero terminó por abrazar de vuelta a su amiga. No esperó ni en sus mejores sueños que ella fuera capaz de reconocerlo, pero ella siempre lograba sorprenderlo. Mirai era increíble, y al parecer no había cambiado nada, después de todo allí estaba, como una igual con tipos más fuertes que ella.
—No sabía que habías regresado —comentó ella, separándose.
—Ni yo que iba a regresar. Todo fue muy rápido —dijo él, haciendo lo mismo—. Llegué hace apenas una semana. Cuando nos instalamos decidí unirme a una pandilla, todos hablaban de la Tokyo Manji Gang y como había derrotado a Moebius, y aquí estoy. Me sorprendió verte entrar de la mano con el comandante. Nunca has tenido miedo a nada.
—Hola... —llamó Manjirō, con un semblante serio, todavía siendo sostenido por sus mejores amigos—. Sigo aquí. ¿Quién demonios eres tú?
—Oh... —Mirai sonrió, apartándose para que todos pudieran observar a su amigo—. Él es Carlos, Mi-chan y yo lo conocemos desde pequeños. Su familia vino de Inglaterra cuando tenía cinco años, pero por razones familiares tuvieron que irse nuevamente cuando tenía trece. Durante todo ese tiempo jugamos juntos.
—Mirai-chan y yo fuimos novios y he regresado para recuperarla —continuó Carlos, colocando un brazo sobre el hombro de la aludida.
La pobre chica sintió su rostro arder.
Takemichi vislumbró con claridad como Mikey se soltaba de Draken y Celeste para ir donde ellos, así que se apresuró y corrió hasta pasarle por al lado y colocarse junto a Carlos para jalarlo de su uniforme lejos de la Hoshizora.
—Mirai-chan olvidó mencionar que también es una persona muy bromista —añadió el Hanagaki, con el sudor descendiendo de su frente como cascada. El apreciaba a Carlos, así que no quería verlo morir en los brazos de otro importante amigo. Al parecer el azabache todavía no conocía a Sano Manjirō.
—¿Broma? —cuestionó Mikey, deteniendo su paso y alzando una ceja.
Takemichi asintió frenético y obligó con su mano a Carlos a mover su cabeza también en forma de afirmación.
—A Kuro-chan siempre le gustó hacer bromas —añadió la castaña, inflando un moflete. Había olvidado lo chistosito que a veces se creía ese chico.
Manjirō se colocó frente a Carlos, depositó una mano sobre su hombro y comenzó a darle palmaditas con una sonrisa, parecido a lo que hizo el día en que Takemicchi lo desafió en la escuela y él había fingido enfadarse.
—No me gustan tus bromas, no las repitas. —Aunque era en tono amistoso y divertido, aquello más que una petición era una orden.
—Si, señor —añadió rápido Carlos, tragando en seco.
—Bien. —Se dió media vuelta y tomó a Mirai de la mano para comenzar a caminar—. Los dejo a ustedes aquí, yo me voy con Mi Mirai.
—Demonios, siempre hacer lo mismo —farfulló Celeste, enfurecida—. ¡Yo la traje, no tienes ningún dere...
Pero antes de que la pelirrosa pudiera terminar su oración, y aún con los intentos de Mirai de despedirse de sus amigos, Mikey ya se encontraba lejos del grupo.
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Mirai conocía a la perfección ese lugar. Lo habían frecuentado con anterioridad incontables veces, después de todo, allí fue donde se hicieron pareja. A ella y a Manjirō les gustaba ir de vez en cuando a ver la puesta de sol, tomados de las manos, al final de algunas citas. Era un pequeño espacio silencioso, dónde sus risas hacían eco y podían estar solos.
Si bien habían estado antes en la tarde, jamás se había quedado mucho más allá del ocaso. Bueno, generalmente a esa hora ya debía estar en su casa.
Ese día Manjirō estaba un poco más risueño que de costumbre. Ella lo seguía escaleras arriba observando su sonrisa, sonrisa que no se borró ni un solo segundo. Lo cual la hacía preguntarse qué estaba sucediendo. Mikey siempre portaba una sonrisa, pero esa noche era extraña.
El recorrido terminó en el último piso. A diferencia de la primera que fueron, ella había subido a su lado, y no detrás de él; cuando llegaron y Mirai se apoyó en sus rodillas para recuperar fuerzas, Mikey no siguió caminando sin ella, se detuvo a esperarla y ya de paso burlarse un poco; no habían estado en silencio, en cambio él le había hecho un cuestionario sobre Carlos y su relación, la castaña había tenido que jurar por su propia vida que no tenían ese tipo de relación, que solo eran grandes amigos; a diferencia de la primera vez que fueron, él la tomó de la mano para llevarla hacia su pequeño rincón, el lugar donde el mundo para ellos solo tenía veinte centímetros de ancho y nada era más importante que ellos dos. Por alguna razón, la protagonista no podía dejar de comparar todo con la primera vez que fueron allí, fue como ver cuánto habían crecido como relación.
—¿Qué hacemos aquí, Jiro-kun? —preguntó al fin la castaña, siendo dirigida por su pareja.
—Tenía que ser aquí —contestó Mikey, sonriéndole por encima del hombro.
—¿Aquí? —repitió la joven, deteniendo su paso frente al gran hueco en la pared. La vista era preciosa, como era de esperarse
—Cierra los ojos, MiMi —pidió Manjirō, soltándola.
—¿Por qué?
—Tú solo hazlo.
Mirai miró en dos direcciones antes de hacer lo que se le ordenó. Sus orbes castaños fueron cubiertos por su piel. Y mientras esperaba un beso por parte de Mikey, comenzó a jugar con los dedos de sus pies, nerviosa e impaciente.
Para su sorpresa, segundos después no llegó un beso, en cambio sintió como él la rodeaba, se colocaba detrás y le ponía algo en el cuello. Sin esperar a que el chico le pidiera que abriera los ojos, eso hizo y agachó la mirada solo para descubrir una cadena dorada con un dije circular del mismo color. En ese mismo instante Mikey terminó de poner el cierre y se colocó a su lado.
—¿Qué es esto? —preguntó la chica, tomando el dije con delicadeza, viendo a su novio.
—Un regalo —repondió obvio, guardando ambas manos en los bolsillos del pantalón de su uniforme.
—P-pero... —balbuceó sonrojada—. ¿Por qué?
—Porque quiero, MiMi.
Por un momento Mirai sonrió recordando esa misma línea en incontables veces. Mikey siempre había sido de hacer lo que se le diera la gana, y lo había dejado en claro siempre. Sin razón aparente, él siempre va hacia donde quiere y hace lo que quiere, sin temores.
—Pero yo no tengo nada para tí —dijo, todavía sujetando el dije y jugando con los dedos de sus pies. Estaba nerviosa y roja por lo que tuvo que agachar el rostro. Era la primera vez que un chico que no fuera Takemichi le regalaba algo. No sabía cómo reaccionar ni que hacer.
—MiMi... —Manjirō la obligó a alzar la vista cuando, con una mano, la tomó del mentón. Dió un paso hasta ponerse frente a ella y le sonrió—. Tú eres el regalo.
Mirai sintió su corazón acelerarse con fuerza. Todo su ser cerebro se apagó. Tan solo se movió. Tomando de sorpresa a Manjirō, estiró sus manos y atrapó sus mejillas entre sus finos dedos, se puso en puntillas y se atrevió a depositar un beso sobre sus labios.
Manjirō impidió que ella se separara abrazándola de la cintura. Volvió a estampar sus labios sobre los de la castaña y la besó, una y otra vez. La besó abrumado por como se sentía, asustado por todo lo que comenzaba a experimentar con esa chica.
Pero usando toda la fuerza que habían adquirido sus sentimientos por Mirai la abrazó contra él. Llevó una de sus manos a la media espalda de Mirai; la otra mano tuvo la osadía de meterla por dentro del pullover ancho que portaba la fémina, apresando su cintura.
Mirai no lo detuvo, esta vez se dejó llevar, porque como ya había dicho antes, dejó de pensar. No había consecuencias, no había un después ni arrepentimientos, solo había un ahora en el que quería llegar un más lejos.
Pronto ambos estaban arrodillados sobre el suelo. Manjirō besaba el cuello de Mirai mientras ella se deshacía de la felpa que recogía su cabello. Más confiado, el varón se atrevió a besar hasta la clavícula de su novia.
Por un momento la miró, con sus revueltos cabellos sobre su rostro, dándole un aire más sexy del que ya tenía. Le sacó una risa verla roja como un tomate.
Mirai no fue capaz de manterle la mirada a Manjirō, así que huyó. Se acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja y se mordió el labio inferior. Se sentía rara. Había algo caliente que estaba quemando todo su interior, y ese calor solo se intensificaba cuando él la tocaba como lo hacía; cualquiera preferiría no hacerlo, pero ella quería ser quemada por completo. Era como aquella vez en el callejón. Alzó la vista, él seguía mirándola. Se armó de valor y dió nuevamente el primer paso.
Por supuesto que sabía que le pasaba. Nunca lo había experimentado, pero eso no significaba que fuera lo suficientemente inocente como para no saber que se moría de ganas por ir aún más profundo con Manjirō.
Volvió a sorprenderlo cuando llevó ambas manos a los bordes de su pullover y se lo quitó frente a él. La refrescante brisa del casi final del verano que impactó contra su piel desnuda la escalofrío, mas ni siquiera el frío de la noche fue capaz de apagar su fuego.
Mirai tuvo que cerrar sus ojos con fuerza cuando sintió que Manjirō acariciaba su abdomen con sus dedos, haciendo una trayectoria hasta su pecho, lugar dónde se escabulló por debajo de la tela de su sostén para acariciar el lugar.
—Mirai... —murmuró, acercando sus rostros, haciendo que su aliento chocara contra el de la chica.
Por un momento solo se vislumbraron. Sus orbes estaban a tan solo milímetros, al igual que sus bocas. Por alguna razón Mirai vio brillar esos ojos que siempre estaban apagados, esos que parecían un abismo sin fondo hoy cobraban vida para ella.
Iban a volver a besarse, pero antes de poder hacerlo sonó el teléfono de la fémina, haciendo que se tuvieran que detener. La Hoshizora suspiró, buscando entre los bolsillos de su pantalón el dichoso aparatico.
—¿Si? —imquirió.
—Hoshizora Mirai, ¿dónde estás? —dijo una Nozomi encolerizada—. ¿Tú estás viendo la hora?
—Lo siento, mamá —respondió la aludida, sincera—. Estaré ahí en diez minutos.
—Diez minutos, ni uno más, ni uno menos —añadió, antes de cortar la llamada.
Mirai observó el teléfono y luego volvió a suspirar antes de guardarlo en su bolsillo.
—Lo siento, Jiro-kun, mi madre...
La protagonista sintió como su piel se erizaba, y no por el frío. Las manos de Manjirō habían apresado su rostro, y sin previo aviso él había juntamos sus frentes, justo como aquella vez en el callejón.
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Mirai terminó de acomodarse una última vez sus ropas y su cabello antes de entrar a la cafetería. Por su cabeza pasó el recuerdo de ella y Manjirō en el suelo, a punto de tener relaciones, esto hizo que se sonrojara. Tuvo que negar consecutivas veces y aplaudirse las mejillas buscando recomponerse.
El lugar todavía no había cerrado, así que habían dos o tres mesas con personas. Ella pasó por al lado de estas y fue hacia la puerta que había detrás de la barra. Se adentró en la cocina de la casa y observó las espaldas de su madre y Hikari frente al horno. Ambas hablaban y compartían opiniones sobre algún pastel de chocolate para la venta.
—Mamá, Hi-chan —las llamó, tomándose de las manos sobre el pecho.
Las mencionadas voltearon a la par, encontrando a una Mirai inclinada, haciendo un reverencia.
—Por favor, enseñenme a hacer dulces caseros —suplicó, sin variar de posición.
La madre y la hija se miraron con el ceño fruncido en su totalidad. Se preguntaron con una expresión de rostro si habían escuchado lo mismo. Tenía que ser un error.
Mirai siempre había sido un asco en la cocina. Una vez la castaña había intentado aprender a cocinar, pero la cosa terminó horrible y ella se rindió. Cuando casi quema la casa, la castaña decidió que bajo ningún concepto volvería a acercarse a los hornos.
¿Qué la había hecho cambiar de parecer?
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Palabras del autor:
Felíz noche buena. NAVIDAD es el 25 de diciembre 😂😂😂😂😂
Bueno, aquí capítulo. Siempre dejan al Maikis con las ganas >:u
No tengo mucho que comentar en este capítulo, por ellos solo les pregunto que les pareció y que opinan de Carlos.
La relación de Mikey y Mirai se fortaleció, cada vez se quieren más :3
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~Sora.
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