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Capítulo 20

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Manjirō se encontraba sentado de pies
cruzados en el sofá de su habitación, sus potentes ojos negros estaban clavados sobre Celeste, quien se hayaba sentada igual en el piso frente a él. Ambos se mostraban serios, el ambiente parecía tenso, pero no era así. Se miraron durante largos segundos y sus expresiones no variaban ni un poco. Todo fue mutismo hasta que el joven decidió tomar la palabra.

—¿Qué sucede? —inquirió. Conocía a esa chica mejor que nadie, sabía que cuando se comportaba así era porque se traía algo entre manos.

—Tengo cosas —respondió ella, colocando una carpeta en el espacio entre ambos.

Mikey alzó una ceja, sin comprender nada. Al obtener como respuesta un movimiento de cabeza, no le quedó más remedio que inclinarse para tomarlo. Por alguna extraña razón aquello parecía un juego de mafias donde el jefe recibía por parte de su esbirro más leal información sobre el siguiente objetivo.

La volvió a mirar con la carpeta entre sus manos, y ella solo volvió a asentir, como si de un juego se tratara. Sin más dilatación Manjirō optó por abrirla, y al hacerlo sus pupilas se dilataron a más no poder. Alzó su vista buscando una explicación en Celeste, pero esta solo se cruzó de brazos con aires de grandeza.

—Una mujer tiene sus trucos —dijo la fémina, guiñándole un ojo a Mikey. Todas las fotos que se había tomado con Mirai y todas las que le había tomado sola a Mirai se encontraban en el interior de aquella carpeta—. Y hay muchas de dónde vinieron esas.

—Suelta ya que es lo que quieres.

—Todo en la vida son negocios, Manji —comentó la pelirrosa, sonriendo socarronamente.

—Ya te pregunté que querías, no me hagas perder tiempo —siseó Manjirō, cerrando la carpeta para colocarla a su lado, eso ya era suyo.

—Quiero que... —Las palabras de Celeste se quedaron en el aire cuando el ridículo sonido de una canción infantil le impidió seguir hablando. Ambos jóvenes sabían que ese era el tono de llamada de la Izumi. La chica alzó un dedo e hizo un gesto para que su compañero esperara, sacó de entre sus voluminosos pechos su teléfono y lo tomó—. La gran Celeste al habla. Oh, Rai Rai.

Mikey divisó a su mejor amiga mantener una amena conversación con Mirai, al menos fue así al principio, porque luego el semblante de la pelirrosa se torció por completo. La cosa se hizo bastante larga, Celeste consolaba a Mirai, y él se hacía a una básica idea del por qué, sabía con exactitud que seguramente era algo referido al tema del festival.

Pasaron unos cinco minutos quizás, en los cuales de vez en cuando la fémina le dedicaba miradas amenazantes al varón y luego seguía hablando con la castaña. Después de ese tiempo Celeste colgó la llamada y se guardó el teléfono de vuelta en el pecho, se puso en pie y llevó ambas manos a su cintura mientras mataba en su cabeza de mil formas a Manjirō.

—¿Se puede saber por qué coño no aceptaste ir con Rai Rai al festival? —preguntó autoritaria, con tono molesto como el de una madre reprendiendo a su hijo—. Encima de que tiene que pedírtelo ella vas y la rechazas, ¿pero tú de qué vas, Sano Manjirō?

—No puedo ir —respondió el aludido, rascándose el cuello, pero no como acto de indiferencia, parecía más bien estar insatisfecho—. Recibí un mensaje de Moebius citándome ese día. No puedo ir al festival, y aunque me gustaría salir con Mirai no quiero involucrarla en nada peligroso. Solo estoy preocupado por ella.

—¿Y no puedes dejar la reunión con Moebius para otro día? ¿Tiene que ser el tres de agosto? —cuestionó rápidamente, sin ablandar su expresión, tenía el ceño fruncido. Al ver a Mikey negar bufó—. ¡Joder! Siempre es lo mismo contigo, nunca aprendes. Tienes pareja, y es una chica fenomenal. Haz lo que hacen los adolescentes a tu edad, ve al cine con ella, salgan a alguna parte juntos, llévala al festival. Sé que tienes responsabilidades como el líder de la ToMan, pero también hay veces que debes dejarlas de lado por tí mismo.

—No puedo, y lo sabes.

La seriedad impregnada en la voz del Sano le aclaró a Celeste que bajo ningún concepto cambiaría de opinión. Desde niños ella siempre había tenido un poder sobre él, lo que nadie lograba ella si podía conseguir. Que Mikey cambiara de opinión con respecto a algo parecía imposible, pero para Celeste no era el caso; mas habían escasas ocasiones en las que el rubio no cedía ante nada, y eran esas en las que ponía ese semblante. No había remedio.

—¡Bien! —exclamó, pasando por su lado, y cuando lo hubo hecho le dio zape en la cabeza—. Ella había comprado un yukata para ir contigo, estaba realmente emocionada y ahora está jodidamente triste. Me parece injusto que la única persona que pueda hacer a Mirai confiar en sí misma y en su belleza como mujer la deje de lado de ese modo. Ojalá Takemichi o yo tuviéramos el poder de hacer a Rai Rai ver lo hermosa que es como tú. ¡Ah! —Tomó la carpeta con fotos y la guardó debajo de un brazo—. ¡Y me llevo esto!

Tras aquellas palabras Celeste siguió caminando y se marchó de la habitación de Mikey, dejándolo solo.

El chico se sobó el lugar golpeado por su amiga, había dolido un poco, pero permitió a Celeste proporcionárselo para autocastigarse. Era a él a quien menos le agradaba la idea. Por supuesto quería ver a su Mirai en yukata luciendo solo para él, verla sonreír como niña pequeña; la imaginaba jalándolo con la misma emoción que lo había hecho en su primera cita, la imaginaba frustrada sin poder vencerlo en ninguno de los juegos, la imaginaba feliz abrazando al pez dorado que conseguiría solo para ella. Si quería ir, pero no podía.

El tenía un deber para con la ToMan, y debía reunirse con quiénes se lo habían solicitado ese día. Tan vez si se apresuraba podría verla un pequeño momento de la noche.

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El festival había llegado, tocaba la puerta de las personas invitándolas a asistir y disfrutar como nunca en todo un año. Las calles rebozaban de vida, se escuchaban a lo lejos los gritos y risas de las personas y, a través de su ventana, Mirai podía admirar como varios jóvenes de su barrio pasaban con sus yukatas o kimonos rumbo a la dichosa celebración.

La protagonista se encontraba sentada en su cama, abrazada a sus piernas, con la cabeza recostada al cristal y una mirada triste. Llevó un dedo a la ventana y comenzó a dibujar algo que ni ella sabía de qué se trataba.

Hikari la observaba desde la puerta, con las manos hechas puños y una mirada de desaprobación. La pequeña sufría al ver a su hermana en ese estado y la frustraba no poder hacer nada. Determinada, volvió a adentrarse en el cuarto de Mirai y caminó veloz dónde la castaña.

—Mirai, el festival ya comenzó, debes vestirte —dijo, forzando una sonrisa. Tocó el hombro de la aludida provocando que ella se volteara a observarla.

—No voy a ir, Hi-chan —refutó la mayor, inflando un moflete, quería poner la situación un poco de broma pero en realidad si se encontraba afectada.

—Vas al dichoso festival todos los años, inclusive compraste un yukata. Mamá y yo estábamos súper emocionadas por vértelo puesto.

Mirai negó y volvió a acurrucarse contra la ventana—. Siempre he ido con Mi-chan, pero este año él tiene novia y no quiero estorbar. Se lo pedí a Jiro-kun... —hizo una pausa—, pero parece que tenía otras cosas que hacer.

—Tu vida no gira en torno a esos dos hombres —siseó la pelinegra, arrugando su entrecejo—. Ahora tienes amigas, y una de ellas es una modelo famosa. Ellas quieren ir al festival contigo, yo quiero ir al festival contigo. Deja la amargura, ese es mi papel.

—Lo siento, Hi-chan, la verdad es que no tengo ganas —sinceró la castaña, sin mirar su hermana menor.

Otra vez el silencio reinó entre ambas. Hikari solo podía divisar a Mirai lamentándose y suspirando. Esa era la cuarta vez que intentaba convencerla de que se preparara para asistir al festival, pero en todas las ocasiones la castaña se negó rotundamente excusándose en cosas ridículas.

A Hikari le dolía verla así e iba a volver a hablar, pero sintió como alguien tocaba la puerta allá abajo y tuvo que abanadonar el cuarto para poder atenderla.

Al ver por el rabillo del ojo cómo Hikari se iba por completo de ahí y cerraba la puerta, Mirai se puso en pie y caminó hacia su armario. Doblado sobre uno de los cajones se encontraba el yukata que había comprado con antelación, lo tocó. Le sacó una risita recordar la reacción de su madre y hermana al verlo, estaban completamente perplejas e incrédulas, su progenitora incluso se acercó hacia ella a tocarle la frente preocupada porque se tratara de fiebre; su padre, por otro lado, sonrió como todo un niño y le brillaron los ojitos mientras la abrazaba y decía que su hija sería la más hermosa del festival con el puesto. La verdad era que todos en su familia estaban ansiosos por verla luciendo semejantes prendas, pero ella nunca se lo había probado por temor a descubrir que le quedaba fatal.

El bordado era muy bonito, tenía un estampado de hojas otoñales que hacían un increíble contraste con el color naranja que cubría todo el yukata. Era sencillito pero encajaba a la perfección con alguien como ella.

Mirai volvió a dejar escapar otro suspiro, ya había perdido la cuenta de cuántos llevaba ya. Recordó a Manjirō en la última vez que se vieron y le temblaron las piernas por alguna razón. Había sido una etapa desconocida en su relación, mas no desagradable. Una sensación extraña recorrió todo su estómago y se extendió al cuerpo entero. Poco a poco iba sintiendo más mariposas traviesas que desordenaban todo en su interior. Ella se estaba dando cuenta de que sus sentimientos iban en aumento, y ya no sé trataba de un simple "me gustas", iba más allá.

El sonido de la puerta abriéndose de golpe la hizo dar un respingo en el lugar y llevar una mano a su pecho para tratar de controlar su agetreado corazón. Desconcertada, se volteó dispuesta a reñirle a Hikari por semejante acción, mas Mirai no encontró la figura de su hermana debajo del humbral, no, quien estaba allí era...

—¡Llegó por quién lloraban! —exclamó alegre Celeste, haciendo pose de diva. Traía entre sus manos una gran bolsa.

Kyomi se encontraba detrás de la pelirrosa, y al escuchar las líneas de su amiga se golpeó con fuerza la frente, como preguntándose por qué la chica era así—. Deja de ser tan escándalosa, Celeste, esta no es tu casa.

—Mija, échale un poco más de azúcar a la vida, pareces una vieja amargada —dijo la de orbes dorados, tornándose más seria.

—¡No lo digas tan en serio, que parece que es verdad! —pidió la bicolor, perdiendo los estribos. Vaya que era difícil alterarla, pero su amiga parecía hacerlo a drede.

—Cele, Kyo-chan, ¿qué hacen aquí? —inquirió Mirai, irrumpiendo la pequeña discusión de esas dos, no se sintió mal, porque la verdad ellas había irrumpido en su cuarto antes. Pestañeó consecutivas veces incrédula.

—¿No es obvio, Rai Rai? —preguntó la pelirrosa, colocando su bolsa sobre la cama de la mencionada—. Venimos a vestirnos contigo para ir juntas al festival. Draken le ha dado plantón a esta —apuntó a Kyomi y la pobre chica no dijo nada pero su rostro fue el reflejo de algún demonio—, tú tampoco tienes pareja y yo soy demasiado buena para un hombre. Solteras las tres es obvio que debemos ir juntitas.

—Pero... —Mirai alzó su mano y balbuceó dos o tres cosas sin sentido—. Le dije a Hi-chan que les dijera que no iría al festival.

—Y lo hizo, pero también nos dejó pasar para que te convenciéramos de lo contrario —añadió Celeste, sonriendo.

El aura maldita de Kyomi se disolvió y asintió en aprobación a las palabras de su amiga.

Mirai dobló su cabeza procesando aquellas líneas, y cuando lo hubo hecho se volteó a ver la puerta, por ella se podía observar el pasillo, lugar donde se encontraba Hikari recostada a la pared. Sentir la potente mirada de su hermana solo hizo que Hikari apartara la suya, dándole la razón con su silencio a las palabras de Celeste.

—No quiero ir —añadió la castaña, haciendo un puchero por el comportamiento de su hermana.

—Mirai, sabemos del estúpido comportamiento de Mikey, pero no te preocupes, él se lo pierde —argumentó Kyomi, caminando donde la mencionada para abrazarla de los hombros. Cuando la pequeña alzó su vista para verla, la de orbes azules le dedicó una sutil y sincera sonrisa.

Mirai podía ser sincera con sus amigas, ¿verdad? Para eso son amigas. Ellas habían ido hasta allí para animarla, para llenarla de coraje, sería una falta de respeto no responderles con el corazón.

—Compré el yukata porque quería verme linda —murmuró, jugando con la tela de su pijama. Tenía la mirada clavada en el piso y sus labios temblaban—. Quería verme linda para Jiro-kun, quería que él me viera, quería que fuéramos juntos. Es muy frustrante, ni siquiera pude decirle lo triste que me puso que me dijera que no, soy una persona terrible.

—Eres tan linda —dijo Kyomi, abrazándola con más fuerza. Ella también había caído en el hechizo de Mirai.

—¿Qué si no va Manji?  —cuestionó Celeste, acercándose dónde las otras dos—. Es como dice Omi-chan, él se lo pierde. No te hicimos ese peinado por gusto, no compraste ese yukata por gusto. No te arregles para él, arréglate para tí misma, porque te sientas cómoda, y si eso no es suficiente para motivarte... —La tomó de las manos y le sonrió ampliamente, mostrando su perfecta dentadura—. Ponte linda para mí, Rai Rai.

—Y para mí —añadió Kyomi, colocando su cabeza al lado de la de la castaña.

Mirai se sintió tan querida en ese momento, había una chica que la abrazaba con fuerza mientras que otra tomaba sus manos, ambas trataban de subir su estado de ánimo y lograr que saliera de casa. Celeste y Kyomi estaban allí a pesar de que podían haberse ido sin ella, escucharon su problema y plantearon una solución simple pero correcta. Las conocía desde hace poco, pero realmente se sentía como si tuvieran un gran vínculo.

—¿Qué me dices, Rai Rai? —preguntó la pelirrosa, rompiendo el silencio que se había formado entre ellas—. ¿Te podemos poner linda ya?

—Debe gustarte lo que veas en el espejo, Mirai, no lo que a otra persona le guste. Tú nos dices que hacer —dijo Kyomi, soltándola para colocarse junto a Celeste—. Somos todas oídos.

—Yo... —Se encogió de hombros, pero una sonrisa acompañada de un sonrojo adornaron su cara—. Si quiero ir al festival, y si quiero ponerme ese yukata.

—¡Yei! —exclamó Celeste, dando un pequeño brinquito en el lugar.

Kyomi divisó a la de dorados orbes con una sonrisa y luego a su nueva amiga, orgullosa.

Entonces comenzaron los preparativos. Y, en la habitación que anteriormente solo se escuchaban los suspiros de una Mirai triste, ahora no paraban de sonar risas y carcajadas por parte de las tres jóvenes. Hikari las escuchaba desde afuera y una sonrisa se dibujó en su rostro, ella no había podido convencer a su hermana, pero si supo que esas dos lo harían; no quería que Mirai se quedara sin ir al festival cuando le gustaba tanto.

Para cualquier otra persona la situación podría tornarse un poco tonta, pero para Mirai —quien se encontraba mirándose en el gran espejo de piso de su cuarto— eso no era más que crecer. Durante toda su vida pasó por alto la posibilidad de verse femenina, y puede que la opinión de los demás se haya clavado como un puñal en su corazón y la haya hecho creer que era porque no le gustaba, pero nunca le había interesado la idea de verse linda o vestir como una auténtica chica. Sin embargo, luego de varios años, después de conocer a Manjirō y con la ayuda de sus amigas, ella había descubierto que ahora sí quería verse más linda, y se había forzado a negar la idea porque después de tantos años se vería raro; pero ya no más, evolucionar es parte del ser humano, y los cambios lo son también.

Negarse a sí misma que eso era lo que quería solo le hacía más daño. Estaba empezando a creer más en si misma, y parte de esa confianza se debía a Celeste, Kyomi y Manjiro, quienes a partir de ahora compartirían un puesto de angel guardián junto a Takemichi.

Sus dos amigas se colocaron a su lado examinando el reflejo en aquel espejo. Quien dijera que Mirai no era linda debería arder en el infierno, porque en aquel yukata, y con ese flequillo, parecía un auténtico angel.

Celeste se había puesto un conjunto más revelador, era una combinación de yukata con kimono, de color violeta con detalles en dorado; tenía dibujado una gran serpiente dormida y era corto hasta mucho más por encima de las rodillas; lo acompañaba con un par de medias largas y negras; la guindilla del pastel era su hermoso pelo rosado suelto completamente. Kyomi, por otro lado, hacía contraste entre lo sencillo de Mirai y lo ostentoso de Celeste, su vestimenta era la más frecuente entre las mujeres que asistían al festival; traía puesto un yukata tradicional color rosa con estampado de mariposas, y en la cabeza se había colocado un adorno muy hermoso.

En fin, aunque no hubieran chicos en su vida la noche del festival pintaba bien para ellas. Solo por hoy no habrían problemas, al menos eso esperaban.

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Palabras del autor:

Holis, ahora sí mi gente, ya nos fuimos pa el festival :D

¿Que pasará? ¿En qué cambiará la historia la prescencia de las nenas? ¿Por qué MIKEY está tan pendejo? Preguntas que por ahora no tienen solución :D

En este capítulo podemos ver a una Mirai creciendo un poco y ganando una pizca de confianza en sí misma. Realmente ella no es un personaje con un pasado horrible, es solo una persona normal con un complejo de inferioridad muy grande, el cual se lo va quitando con el tiempo, a medida que haya evolucionado.

Adjunto foto de las nenas en yukata hecha por: 000sky-blue000


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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿

~Sora.

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