Capítulo 17
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Esa mañana Mirai se despertó temprano a pesar de haberse acostado tarde. Tenía el día cargado. Desayunó como toda una reina glotona y la sonrisa en su rostro no se borraba en ningún momento; su madre y su hermana no podían dejar de mirarla y cuestionarse que la traía de ese humor. Luego de sus tostadas y su jugo de naranja, la protagonista abandonó la casa y fue con rumbo al hospital, allí acompañaría a Takemichi hasta que le dieran de alta. Lo distrajo un poco, hablaron como si nada hubiera pasado y rieron tanto que molestaban incluso a los médicos del pasillo con sus sonoras carcajadas. Luego de eso al final le dieron el alta a Takemichi y su madre fue a recogerlo. Mirai acompañó a su mejor amigo a casa y se aseguró de dejarlo bien cómodo, preguntó una y otra vez si estaba bien dejarlo e irse, pero él respondió en toda ocasión que estaría perfecto. Así que ya por fin, a las dos de la tarde, Mirai pudo llamar a su novio.
La castaña esperó a Mikey sentada en el borde de la acera, con una gran sonrisa, tarareaba algo mientras movía su cabeza a la par, y de vez en cuando, revisaba su teléfono y miraba la hora buscando saber cuántos minutos habían pasado ya. Recordaba que hacía un tiempo había estado en la misma situación con Celeste, y sabía a la perfección que cuando él le pidió que lo esperara allí, significaba que la iría a buscar en su moto, pero ni siquiera ese aparato de tortura podría aguar su buen humor, hoy estaba especialmente felíz.
Cuando por fin habían pasado alrededor de quince minutos, el rugir especial de un motor llegó a sus oídos. Al alzar la vista, Mirai pudo ver al rubio aparcarse frente a ella, el chico colocó ambos pies en el suelo, guardó ambas manos en sus bolsillos y se levantó, pero sin apartarse por completo de su CB250T.
Mirai se levantó de un salto y guardó su teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón. Cuando Manjirō le sonrió, ella sintió sus mejillas arder; si bien era cierto que comenzaba a acostumbrarse a esa abrumadora aura y esa traviesa personalidad, cada día le gustaba más, y por ende el resultado seguía siendo el mismo. Al menos Mirai quería perder la timidez con Mikey, sabía que de momento no era posible, pero poco a poco tal vez lo lograra. Así que con esos pensamientos en mente, se armó de valor para acercar su rostro al del chico —aprobechando la ligera elevación de la acera— y depositar un dulce beso en sus labios.
Algunos civiles pasaron por allí y cuchichearon algo, pero sinceramente, a Mirai no le importó. Estaba aprendiendo se Manjirō cada día más.
Lo único que logró separarlos de su beso fue el intenso sonido de un teléfono. El de Mirai no vibró, además de que ese no era su tono de llamada, lo cual significaba que pertenecía a Mikey. Sus sospechas se confirmaron cuando el referido apartó sus labios de los de ella con una oscura mirada, sacó una de sus manos de los bolsillos —en la traía su móvil— y se lo colocó en la oreja.
—Celeste me has hecho veinte llamadas perdidas, sino te lo cogí a la primera es que no me interesa en lo más mínimo hablar contigo —dijo Manjirō, de forma seria y cortante, sin apartar sus ojos de los de Mirai. Se le enterneció el corazón al verla sonreír mientras se encogía de hombros.
—Vas a morirte solo, Manji, Rai Rai no te va a aguantar toda la vida, no te la mereces —refutó la aludida, y más que una amenaza sonó a puchero—. Eres demasiado cruel.
—¿Qué quieres? —imquirió tajante.
—¿No puedo llamarte porque te ame y....
—Al grano.
—Por fis, por fis, por nuestra súper amistad, acompáñame a ver al Michi —suplicó, y aunque Manjirō no la estuviera viendo pestañeó consecutivas veces, solía hacer aquello cuando intentaba manipular a alguien.
—Estás jodida —contestó el varón.
—No seas malo, Manji, te prometo que no te dejaré solo de nuevo —lloriqueó, echando su labio inferior hacia adelante—. No quiero ir sola.
—Estoy con MiMi, vas tu sola o no vas —dijo, dibujando una pequeña sonrisa en su rostro.
—¡Joder! Eres un puto bloque de hielo infantil —musitó, resoplando. Era la verdad, Manjirō era como un niño pequeño, juguetón y travieso, pero cuando quería podía ser más cortante y frío que un témpano de hielo—. Anda, pásame a Rai Rai.
—Que quiere hablar contigo dice —informó Mikey a su pareja, extendiéndole el teléfono móvil.
La chica tomó el aparato entre sus temblorosas manos y lo llevó a su oído, y justo como había hecho Mikey, nunca apartó sus ojos de los de él.
—¿Si? —cuestionó la castaña.
—Rai Rai, eres la única que resistiría a Manji, si lo dejas algún día se va a quedar solo forever —bromeó, y supo que podía reírse cuando al otro lado del auricular sintió las risas de su amiga—. Anda, dame la dirección de Takemichi, tengo que hacerle una visita.
—¿De Mi-chan? Por supuesto, es...
—¡Espera! —exclamó Celeste, con cara de horror—. La voy a olvidar, mándamela en un mensaje.
—Claro.
—Eres un solecito, Rai Rai —sinceró, con voz de cordero.
—Gracias, Cele, tú tam-
Antes de que Mirai pudiera terminar su frase sintió como el teléfono era arrebatado de sus manos. Siguió con la vista al culpable —Mikey con cara de enfadado nuevamente— de semejante acción y lo vio ponerse por última vez el teléfono en la oreja.
—Deja de molestar ya —espetó a Celeste. Sin darle tiempo a la pelirrosa a replicar —cosa que seguramente haría— colgó el teléfono y lo guardó en su bolsillo. Después posó la vista en su pareja y guardó de nuevo su mano en el bolsillo de su pantalón—. Hoy eres mía, ni se te ocurra separarte de mí ni un segundo, ni siquiera por Cele-chi.
—¿Puedo enviarle un mensaje? —preguntó, forzando una sonrisa y sintiendo como el sudor descendía de su frente. Lo vio fruncir el ceño y todas sus alarmas se activaron. Negó con sus manos y su cabeza a la vez—. ¡Solo será este mensaje, es un favor! Me pidió la dirección de Mi-chan.
Y Mirai lanzó un suspiro de alivio cuando divisó el semblante de Manjirō relajarse.
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Celeste vio por última vez el mensaje que había recibido de Mirai, comprobando que la dirección fuera la correcta. Luego alzó la vista y divisó la casa frente a ella, no había duda alguna, tenía que ser esa. Guardó su teléfono, apretó la bolsa entre sus manos y caminó hasta colocarse frente a la puerta. Por último tocó el timbre y esperó pacientemente hasta que le abrieran.
Del otro lado había una mujer un poco mayor que le sonreía, seguramente era la madre de Takemichi.
—¿Eres amiga de mi hijo? —inquirió la adulta.
—Si, he vendido a verle. —Sonrió, mostrando su perfecta dentadura. Cuando Celeste quería podía disfrazar al lobo en su interior como una linda ovejita. Draken halagaba esta capacidad de actuación y ella se aprovechaba de esta para poder dar buena impresión a las personas—. ¿Se puede?
—Por supuesto —dijo la otra, apartándose de la puerta para dejarla pasar. Se limpió las manos de algo que parecía ser harina de pan con su delantal y apuntó a las escaleras—. Su habitación está en el segundo piso. Puedes subir con libertad, yo estoy ahora mismo ocupada, pero cuando pueda les llevaré algo de picar.
—Muchas gracias —sinceró la pelirrosa, haciendo una reverencia. Ya habiendo mostrado su gratitud se dirigió a las dichosas escaleras.
—Que niña más dulce —comentó la madre de Takemichi al aire, luego se giró para regresar a la cocina.
Celeste caminó por la casa con total libertad, como si ya la conociera. La verdad es que era bastante parecida a la de Kyomi, el mismo estilo, solo que diferentes decoraciones. No fue difícil encontrar el cuarto de Takemichi porque era el único que tenía un ridículo pero gracioso cartel por fuera. Por un momento casi entra sin avisar por la costumbre, mas debía recordar que estaba en un lugar lleno de personas prácticamente desconocidas y que tenía actuar con respeto, principalmente porque la situación lo requería. Dio tres ligeros golpes sobre la madera y el grito de autorización del chico del otro lado no tardó en llegar.
A Takemichi la mandíbula inferior casi le toca el piso cuando vio la puerta abrirse y detrás de ella se encontraba Celeste. Se preguntó una y otra vez si estaba soñando, si los golpes que le habían proporcionado le habían dejado secuelas y ahora veía espejismos, o si simplemente la muchacha estaba ahí para matarlo. Todos sus pensamientos y deducciones se derrumbaron cuando la vio regalarle una sonrisa alegre mientras le mostraba una bolsa que traía en sus manos.
—Hola, Michi —saludó energética la jóven. Dando pequeños saltitos de alegría se acercó al mesa del computador y arrastró una silla hasta colocarla al lado de la cama del rubio. Colocó la silla al revés frente al muchacho y se sentó, con las piernas abiertas y ambas manos apoyadas en el espaldar, agradeció haberse puesto un short y una blusa—. Te traje cositas.
—¿Sky-san? —nombró anonadado el aludido. Estaba atónito con el cambio tan drástico de personalidad que estaba contemplando. El último recuerdo que tenía de aquella muchacha era de ella casi que queriendo matarlo.
—Soy yo —dijo ella, sin borrar sus sonrisa.
—¿Que haces aquí?
—Vine a verte, Michi —soltó obvia. Abrió la bolsa y sacó una caja de cartón grande que tenía dibujada algo—. ¿Te aburres? Te traje un rompecabezas de doscientas piezas. Si quieres podemos empezar a armarlo juntos.
—Ay, dios, algo anda mal —susurró aturdido el rubio.
—Pero eso no es todo, Michi, también traje unos yogurts y unos panqueques por si nos da hambre —anunció con alegría.
—Sky-san, no es que sea un desagradecido, me alegra que hayas venido, pero me da mucha curiosidad la razón por la que estás aquí —confesó Takemichi, lo suficientemente alto como para que ella lo escuchara.
Celeste solo se levantó de la silla y de una pequeña patada la movió un poco. Lanzó las cosas al suelo y se sentó de pies cruzados en el piso. Hizo un gesto con su mano y dió pequeñas palmaditas a su lado, incitando a Takemichi a tomar lugar allí. En todo ese tiempo su traviesa sonrisa no se borró.
El rubio estaba un poco intimidado por el aura que había mostrado esa pelirrosa hacía un tiempo, aunque hoy se mostrara distinta a cuando estaban en almacén no olvidaba esa sádica sonrisa y sus palabras filosas cuál cuchillos. Sabía que no le quedaba más remedio que hacer lo que ella le pedía, así que tragó en seco y abandonó sus sábanas para ocupar el lugar que Celeste había designando para su persona.
Celeste viró la caja del rompecabezas y todas las piezas se exparcieron en el piso desordenadas. Tomó la base del rompecabezas y lanzó la caja a una esquina. Espero a que Takemichi separara todas las piezas y le diera lugar para poner el cartón justo en el medio y comenzar a armar el puzzle.
Durante unos minutos todo fue silencio mientras ambos buscaban piezas que encajaran.
—¡Así no! —exclamó Celeste, soltando amplias carcajadas luego de haberle pegado una ligera palmada a la mano de Takemichi. Lo vio soltar una de las fichas mientras se quejaba por lo bajo—. Con razón no has aportado nada. Escucha bien, Michi. Debes comenzar buscando las esquinas, de este modo el trabajo se facilita mucho.
—Buen truco —comentó el muchacho, sonriendo.
—Lo sé, me lo enseñó Mitsuya hace un tiempo —dijo, con una sonrisa nostálgica. Recordaba ese día como si fuera ayer, fue una tarde lluviosa después de la escuela, hace dos años; Mitsuya la había invitado a su casa para que le ayudara con sus hermanas, a ella se le ocurrió la magnífica idea de armar un rompecabezas con las niñas, pero se les daba fatal. Aún recordaba como Mitsuya con el delantal puesto y una gran cuchara se acercó donde ellas y les dio ese consejo, era como un padre haciendo sus tareas sin olvidar a sus hijas, preocupado por ellas—. ¿Sabes? Yo realmente amo la Tokyo Manji Gang, Michi.
El nombrado colocó la pieza que tenía en su mano en una de las esquinas agradecido de haber aportado algo por primera vez. Al escuchar esas líneas alzó su vista con una sonrisa, mas dicha se borró al ver el semblante de la pelirrosa. Ella lo miraba de una forma que él no comprendía con exactitud ni teniendo veintiséis años de vida en su espalda; se le hizo muy raro pero hermoso ese brillo en sus dorados orbes, distinto al de hacía unos días en todo sentido, porque aquel brillo ahora no impartía miedo, por el contrario, provocaba amor.
—La ToMan es mi familia, todos en ella son lo único que tengo, y no exagero de forma dramática. —Celeste tomó una pieza entre sus manos y la observó, como si fuera un cristal que le permitiera echar una ojeada a su pasado—. No te imaginas lo que ellos han hecho por mí, Mitsuya es como un padre, Pa es el hombro en que siempre podrás llorar, Baji es el adolescente rebelde pero sentimental, Draken es el hermano mayor, y Mikey... Manji simplemente es el niño pequeño que todos debemos cuidar pero que nos salva a todos. Mi vida estaba vacía antes de conocerlos y siento que no fuera quien soy si Manji jamás hubiera llegado a mi vida.
Takemichi no sabía con exactitud que decir, así que prefirió no decir nada y simplemente escuchar, porque estaba sintiendo que ese monstruo a su lado se abría lentamente.
—La verdad es que no lamento nada —confesó, y colocó la ficha para mirarlo—. Quería disculparme contigo pero no es lo que siento, sería engañarme a mí misma. Fui ruda, pero cuando alguien llega de la nada a decir que algo que amas va a desaparecer te alteras, ¿verdad? No quieres que suceda, y tratas de impedirlo, y tratas de decirte a tí mismo que no pasará, y niegas cualquier posibilidad. Me pasé tres cuadras contigo pero no me arrepiento de haber defendido a mi familia. —Soltó par de carcajadas y negó con su cabeza—. Me he liado, a veces ni yo sé ordenar mis ideas y simplemente hablo sin pensar, no sé si entiendes a qué me refie-
—Lo entiendo —dijo Takemichi, serio. Vilsumbró a Celeste mirarlo con el ceño fruncido y un semblante de incredulidad—. Lo entiendo perfectamente, Sky-san. Lamento haber dicho todas esas cosas, yo también le he tomado cariño a Mikey-kun y a la ToMan. Me pondría triste si algo le pasara, y definitivamente lucharía para que así no fuera.
—Si recién nos conoces —añadió la fémina, doblando ligeramente su rostro a la derecha.
—No importa el tiempo, sino lo que se siente.
Celeste soltó unas risitas, no entendía con exactitud la convicción con la que Takemichi había dicho esas líneas, ni el espíritu y la seriedad que lo rodeaban. El joven se había tornado muy serio de la nada, como si fuera algo personal.
—Que tierno —murmuró, revolviendo sus cabellos—. ¡Oh! ¡Te ves más lindo así! —exclamó sorprendida, acercándose al varón—. Deberías dejar de peinarte el cabello de esa forma tan ridícula y dejártelo así, te ves super mono.
El rubio sintió sus mejillas arder, no solo por el cumplido, también influía la poca distancia que existía entre sus caras. A ella no parecía afectarle en lo más mínimo, pero pocas veces una mujer había estado tan cerca y lo ponía nervioso, además, Celeste era un bombón en toda regla. No estuvo tranquilo hasta que ella se apartó para seguir buscando piezas.
Takemichi la observó toda ilusionada. La tarde transcurrió tranquila, la Izumi pasó allí horas. El ambiente tenso se había disipado y poco a poco pudieron agarrar confianza, gran parte era gracias a Celeste, que no le tenía miedo a nada y era muy suelta. Pronto llegaron bromas y anécdotas. Ella le pedía que le contara de su pasado con Mirai y de igual modo le contaba de los miembros de la ToMan. Luego llegó la madre del muchacho con unos aperitivos que compartieron entre risas, tímidas por parte de Takemichi y sinceras por parte de la fémina.
En todo ese tiempo, él solo se preguntaba si de verdad era la misma Celeste Izumi que conocía. Luego de saber de su existencia, en el viaje al futuro dónde habló con Mirai, Takemichi le preguntó a Naoto respecto a Celeste, este le había contado que la muchacha era un demonio encarnado, la mano derecha de Sano Manjirō y la apodaban como "serpiente de ojos dorados", con solo nombrarla los más peligrosos temían. Vamos, que en ese futuro ella estaba de mierda hasta la boca, involucrada con la red de prostitución y protagonista de varios asesinatos. No sabía que podía haberle ocurrido a esa simpática y alegre chica para conventirse en semejante ser, porque a pesar de ser temperamental, Celeste tenía una sonrisa muy hermosa y sincera. Takemichi solo sabía que fuera lo que fuera lo que la hubiera llevado a terminar así, debió ser horrible.
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Celeste llegó a casa y lo primero que hizo fue quitarse los zapatos. Nada como el hogar, había estado ausente todo el día y extrañaba esas paredes. Desde la puerta principal le llegó el aroma de un curry recién hecho, y todo su estómago rugió de hambre, como si no hubiera comido en casa de Takemichi. Corrió a la cocina y encontró allí a Emma frente a una caldera, dándole un sorbo a una cuchara.
—Hola, Emma —saludó, poniéndose a su lado.
La aludida entendió el por qué de aquella acción y cargó la cuchara con un poquito de curry, luego se la extendió. La pelirrosa saboreó el exquisito sabor.
—¡Está buenísimo!
—Aunque me gustaría quedarme con el crédito, he de admitir que no me pertenece —dijo la rubia, lanzando la cuchara al fregadero. Después tomó varios platos de la despensa y se los dio a Celeste para que la ayudara a preparar la mesa, cosa que hizo—. Ha sido Yukine.
—Hemos sido los dos —argumentó un muchacho entrando en la cocina. Tenía sus largos cabellos azulados recogidos en una coleta y traía un delantal rosado totalmente intacto.
—Lo único que hice fue darte los ingredientes que me pedías —aclaró Emma, riendo.
—Más que una que conozco que se desapareció desde por la mañana y solo viene a casa a comer y dormir —farfulló Yukine, mirando fijamente a Celeste, de forma seria y aplastante.
Celeste colocó el último de los cubiertos y corrió donde él varón para abrazarlo con todas sus fuerzas casi que levantándolo del suelo—. Ese es mi pequeño Yuuki, eres el mejor cocinando.
—Ne-chan, me ahogas —dijo el peliazul dando pequeñas palmaditas en una de la las manos de su hermana. Estaba casi que afónico por la presión que ejercía Celeste.
La pelirrosa soltó a su hermano menor y lo miró con una sonrisa mientras él se peinaba los revueltos cabellos y se acomodaba la ropa. Tanto sentimentalismo últimamente la tenía un poco mal, y al ver a su única famila de sangre de ese modo tan tierno, solo podía pensar que si algo le pasaba ella se moría.
—¡Muero de hambre! —exclamó Manjirō, entrando por la puerta. Acababa de llegar de su larga cita con Mirai y él también sintió el olor del curry. ¿Había comido? Si, pero era Sano Manjirō, él siempre tenía hambre.
—Ya está la cena, llama al abuelo —ordenó Emma, cargando el caldero para ponerlo en el medio de la mesa.
—No hace falta, ya estoy aquí —indicó el viejo, apareciendo detrás de Mikey—. Sentémonos todos.
El primero en correr a su silla fue Manjirō, que sin esperar a nadie lanzó el cucharón en la olla y sacó una gran ración. Fue seguido de cerca por Celeste, quien a pesar de ser un poco más lenta hizo lo mismo que él. Yukine se sacó el delantal y deshizo su moño para tomar asiento junto a su hermana. Emma y el abuelo se tomaron su tiempo pero también los acompañaron. Y así empezaron a cenar juntos, una tradición que se había mantenido a lo largo de cuatro años. Entre charlas y risas se contaban como les había ido.
Esa era la familia de Celeste, y aunque no compartiera lazos sanguíneos con la mayoría allí, compartía algo mucho más profundo y especial. Los amaba más que a sí misma, a ellos y a la Tokyo Manji Gang.
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Palabras del autor:
Bueno, después de mucho aquí está el capítulo. La protagonista por excelencia fue Celeste, ella comenzará a tomar fuerza a partir de aquí.
En el primer futuro Celeste es un demonio encarnado, totalmente leal a Mikey y su despiadada forma de ser. Takemichi se pregunta el por qué. Yo les dejé pistas en el capítulo del por qué. Y cuando el libro llegue a 10k y le tengan más cariño a la waifu, hago un especial con la razón bien explicada :)
Bueno, no hubo mucho Mikerai en el capítulo pero si hubo una cita, porque esos dos comienzan a fortalecer su relación para lo que viene.
Próximo capítulo, Draken y Mikey. Ahora sí de verdad comienza lo turbio.
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~Sora.
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