Nineteen
HERMIONE
Observo mis pies, mientras doy vueltas por toda la celda. Natasha sigue dormida y no sé qué hora es. Por la claridad que hay en los pasillos, sé que es de día. Me cuesta mucho dormir y cuando lo logro, alguien hace escándalos o arman problemas con los policías.
Tengo que comprar una cama. Ni siquiera sé cuántos días tengo de estar aquí, pero si de algo estoy muy segura, es que voy a trabajar para poder salir adelante, porque estar aquí dentro no es nada fácil. Necesito muchas cosas. Estar lamentándome todo el tiempo día y noche o recordando mi patética vida, no me está ayudando en nada.
El hambre me tiene muy débil y hoy voy a tener que ir, aunque no me guste el olor tan repugnante de la comida. Lo peor es saber que el baño de mujeres está cerca de allí y salen olores horribles, es una tortura.
Dejo de pensar un rato, cuando suena un garrote, que golpean con ferocidad contra las rejas. Me doy la vuelta con los ojos como platos, pues me asuste. Pero solo veo a un policía que intenta llamar mi atención.
—Como cuesta que usted escuche, ¿Esta sorda?—reprende con enojo—Tiene visitas—habla malhumorado. Arrugo el cejo, ¿Visitas? No creo que hayan dejado venir a Harmony, es menor de edad, a solo que sea mi abuela y vino sola. Entra el guarda junto con otros tres que me vigilan con cautela.
—Muévase—me empuja para que camine. Uno de ellos, lleva mis manos detrás de mi espalda para a continuación ponerme las esposas. Desconcertadamente los sigo, o más bien, me llevan hasta una puerta. Mi corazón se acelera de la sorpresa. Yo no creí que alguien me viniera a visitar.
—¿Están seguros que me buscan a mí?—interrogo, recibiendo a cambio una mirada de cansancio por parte de otro policía.
—¿Hermione Golubev?—asiento levemente. Abren la puerta. Creí que eran sillones decentes donde te sientas para hablar con tus familiares. Pero solo veo paredes llenas de mojo, piso de cemento, todo completamente vacío y en el centro de la salilla, una mesa con dos sillas. Una enfrente de otra.
Me quitan las esposas, para poder entrar. Busco en el lugar a un posible conocido, pero no veo nada. Alguien se aclara la garganta a mi lado. Ahogo un grito asiéndome rápidamente hacia atrás.
—Hola mi coqueta—escucho la voz ronca de la persona que menos creí que se iba a aparecer por aquí. Me quedo tiesa en mi lugar. Lentamente me giro para enfrentarlo, no me creo esto. Tengo que verlo hasta mil veces para analizar si de verdad es cierto. Con su típica ropa negra que consiste en una chaqueta de cuero, camiseta de calavera, pantalones negros y fleco que le cubre casi los ojos. Creí que nunca más lo iba a volver a ver. Me sonríe y no puedo evitar soltar un sollozo.
—Kay—me tiro en sus brazos. Me entra tranquilidad, hasta desahogo de mi parte, cuando lo siento abrazarme con fuerza. Por alguna razón me dan más ganas de llorar al sentirme protegida. Enredo su cabello entre mis dedos y escondo mi rostro en su cuello, aspirando el aroma que tanto me hacía falta.
—Tranquila mi preciosa, yo estoy contigo—Me aferro más, contándole solo con mis llantos lo mal que me siento. Sollozo de una manera que quería hacer antes, yo no lo hacía por las personas de afuera.
No pienso en nada solo, me concentro en sacar el dolor que tengo por dentro. Me salen gritos de impotencia, cólera. Siento adrenalina por querer sacarme este peso de encima. Odio mis errores, desearía ser perfecta y saber siempre que es lo correcto. Con él me siento un poco más llena, sé que cuando me promete algo, siempre lo cumple. Exijo con cada llanto, una petición, suplica y ayuda. No quiero más esto.
—Yo...—se me entrecorta la voz. Las ganas de llorar no me dejan hablar. Kay me aleja un poco para tocar nuestras narices con la punta de su nariz.
—Esto solo es temporal y se va a acabar—su voz suena rasposa, dolorosa—Lo siento mucho—me muerdo el labio para tratar de calmarme.
—Yo no quería pelear contigo, fui muy grosera, de verda...
—Eso es lo menos importante—se aleja un poco y con el pulgar, alza mi barbilla para que lo vea a los ojos—No tienes idea, de lo mucho que te extraño—se acerca a mi boca, me besa con enojo, furia. No es nada erótico o perverso, solo me da a entender lo muy mal que se siente por esto. Choco contra la pared por la fuerza que genera con su boca—No me importa lo que digan los demás Hermione—se chupa los labios, mantiene sus ojos cerrados, sin alejarse de mi rostro—No me importa lo que piensen de nuestra amistad, ni me interesa saber si de verdad empujaste a esa mujer o no.
—Pero yo...
—Shh—calla con disgusto—Yo te conozco y sé que has cambiado—lo alejo y retrocedo dándole la espalda.
—Te equivocas Kayleth—sorbo mi nariz—Merezco estar aquí—gruñe fuertemente.
—No tengo mucho tiempo, solamente me brindan menos de media hora para hablar contigo—exaspera—Mira coqueta, esto es tuyo—me doy la vuelta. Tiene dinero en la mano. Lo veo con el ceño fruncido.
—No inventes.
—Yo me voy a encargar de mi familia, te guste o no—aclara con su típico tono autoritario—Ustedes son mis hermanitas y tu Abuela mi Madre—suspira desordenándose el cabello cuando no tomo el dinero—Ellas están bien y tu necesitas esto porque yo sé lo que es estar aquí encerrado, créeme, tu vida aquí, está en riesgo.
—No me interesa mi vida—hablo entre dientes, tratando de no quejarme de las molestias que siento en mi mandíbula—Entiendo que quieras ayudarme, pero...yo no puedo permitir que me des dinero.
—Para todo lo necesitas—toma mi mano con fuerza y me lo entrega—Traje una bolsa con cosas que ocupas, lo están revisando y asegurándose que no allá nada extraño.
—Yo...—le quito la mirada—Gracias—se me entrecorta nuevamente la voz.
—¿Quién te golpeo?—suelta la pregunta que menos quería contestarle en estos minutos.
—Tuve un problema con unas mujeres—brinco del susto cuando alza un poco la voz.
—Esos golpes son de hombre—las venas de sus brazos se asoman, cuando presiona los puños con furia—Los voy a desaparec...
—Tú no vas a hacer nada—reprendo inmediatamente—Recuerda que todos tus actos, los voy a pagar yo.
—Malditos desgraciados—grita empujando la mesa hacia delante. Me acerco a calmarlo.
—Te van a sacar, maldita sea, cálmate—reacciona quedándose callado. Su ceño está fruncido y la furia se marca en sus facciones.
—Yo te quiero Hermione y si algo te pasa—me apunta con el dedo—Cada uno de esos estúpidos van a quedar muertos, te lo aseguro—asiento levemente.
—Yo estoy bien no te preocupes—de su boca sale una carcajada falsa.
—Por favor, mira como estás—se señala su sien con obviedad—Estás muy delgada, toda golpeada, está no eres tú, esa ropa no te queda bien, hasta tu hermoso cabello rubio está perdiendo su color, esto no es justo.
—Solo cuida a mis princesas Kay—niega mordiéndose el labio.
—Cada vez que pueda venir, lo voy a hacer y vamos a buscar alguna manera para que salgas de esta penumbra que no te caracteriza—me ve a los ojos—Te mandan saludos las dos y recuerda que hay una niña que pregunta por ti. Le guste o no a los demás es la verdad—lo vuelvo a abrazar por última vez.
—Te estaré esperando—besa mi cabello.
—Deje un abrigo nuevo entre las cosas que te traje, aprovéchalo—lo abrazo más, el me alza como si fuera una bebé—Pronto tendrás tu cama y voy a encontrar la manera de que te aíslen de las demás—me separo con brusquedad.
—No quiero que gastes tanto dinero en mí, Kay tu trabajas mucho y eso no es justo.
—Yo gano muy bien coqueta—sonrió.
—Gracias—le doy un beso en la mejilla—Tú eres lo más importante, no dejes de venir por favor.
—Lo prometo.
—¿Cómo están todos, estás saliendo con alguna chica o sigues con...
—Todos están bien—es lo único que contesta con rapidez. Le hago mala cara y bufa sabiendo a lo que me refiero—Uma es parte de esa familia y no me interesa involucrarme con ellos, le dije un par de cosas, no me importa.
—No significa qué, por mis problemas, tu tengas que alejarte de una persona que quieres.
—Yo no me enamoro, ¿Ok?—enfurece.
—Ya tiene que irse—abren la puerta. Kay se aleja de mí y por encima de su hombro me dedica una sonrisa
—Usa algo de dinero para hacerme una llamada, tu Abuela, estaría encantada de hablar contigo.
LAURA
—Pero no me gusta este uniforme Mamá—se queja el gruñón de mi hijo, arrugando el ceño con enfado.
—Bryan siempre usas ese uniforme—lo peino para acomodarle el pelo como le gusta, pero sigue ignorando mi mirada. Dejo el cepillo a un lado para girar la silla donde está sentado el mini hombre—Voy a llevarte al parque después de clases, también le diré a tu tío que me preste a Madison para que juegue contigo.
—¿Lo prometes?—frunce las cejas. No puedo evitar reírme con ese gesto.
—Si mi amor—le doy un beso en la mejilla—Pero ya la buseta está afuera y puede irse por que no quieres salir.
—Si—toma la lonchera donde lleva la merienda—Chao Mami y feliz cumpleaños—repite por décima vez. Me tira un beso con la manita y sale para luego subirse al bus junto con su hermano que le reclama enojado. Cuando se van, me entran las ganas de llorar que me estaba aguantando, no me gusta que ellos me vean mal. A veces siento que, si no fuera tan buena, no me iría tan mal. Tomo la ropa sucia de mis hijos para echarla a lavar, intento pensar en otras cosas.
Voy hacia la cocina, conecto el Coffe maker y saco el café para echar las cucharadas que necesito. Escucho la puerta abriéndose e inmediatamente me tenso cuando lo escucho entrar a la cocina. Abre la refrigeradora, tras de que llega en la mañana, tiene el cochino descaro de venir con el cuello manchado de labial y andar por la casa como si no hubiese pasado nada. Cuando estoy enojada, se me nota lo suficiente.
—¿Y los chicos?—los busca con la mirada, suelen entrar todos los días por la tarde, a eso de las 12 medio día y en la mañana se levantan solo para golosear. Siento la mirada azulada como espera una respuesta, pero paso por su lado para irme hasta la habitación, no me interesa hablarle ahorita, porque no quiero decirle cosas de las que me puedo arrepentir después. Me abrigo con una bata de seda, ya que solo andaba un juego de pijama que consiste en un short y una blusa de tirantes. En el sillón de la habitación, veo la sudadera de Gael, es su favorita y está triste porque se abrió un poquito en una de las mangas, le dije que iba a coserla para que se la pueda poner. La acerco a mi nariz y el olor a bebé se hace presente haciéndome sonreír. Ulises entra al cuarto. Me concentro en el abrigo, pero la mirada de molestia la siento encima y eso me pone incomoda—¿Ya no tengo derecho de preguntar por mis hijos?—dejo el hilo con la aguja, alzo la mirada clavando mis ojos celestes con los de él.
—No es culpa mía que usted este ausente para todo—bajo la mirada hasta la mancha—Qué regalo de cumpleaños tan interesante, a la próxima le dice a su amante que se ponga un labial diferente, porque ya me aburrí de ver el mismo todos los días—hablo con sarcasmo. Aprieta la mandíbula—Gracias por al menos acordarse de sus hijos.
—Laura déjese de tanto drama—escupe cabreado—A mis hijos los tengo pendientes día y noche.
—Y es lo que estoy diciendo, gracias por eso—tengo intenciones de seguir con la sudadera, pero me la quita de las manos.
—¿Estamos hablando o va a seguir haciéndose la tonta?
—Asiéndome la tonta—repito lo que me dijo—¿Qué es lo que estoy haciendo mal?—la voz me falla y esa mirada de desinterés amenaza con hacerme llorar—¿Le da asco la cicatriz de la cesárea que me hicieron con Gael?—lo encaro—¿Ya le doy asco, tengo algo que ya no le guste o nunca me vas a perdonar?—una lágrima se me resbala sin poder retenerlas más—No me estoy haciendo la tonta, estoy tratando de no cagar más la relación—el semblante de repulsión se suaviza y quita la mirada—Pero está bien—camino hasta el closet, saco la carpeta y la tiro en la cama—Solo falta tu firma—la toma viéndome con desconfianza, abre el documento, se queda ido en la hoja y después arruga las cejas.
—¿Divorcio?—me ve con desconcierto.
—Infidelidades, groserías, me hace pasar un ridículo al frente de su familia, apenas y me respeta cuando están sus hijos cerca—un sollozo se escapa de mis labios—Yo te amo, pero, ya veo que el sentimiento no es mutuo y lo que paso...no me vas a perdonar y no tiene sentido—no quería llegar a esto, pero ya no puedo. Me limpio las lágrimas y él no deja de ver el papel como si fuera una broma—Tu elijes, me voy yo o usted, pero hoy mismo preparo las cosas para irme—deja de ver la hoja. Se desordena el pelo y...
—Se va usted, pero a mis hijos no los saca de aquí—amenaza.
—¿Qué?—trago grueso.
—La custodia si hace falta me la dejo yo, pero nadie de su familia tiene los medios para cuidar de mis hijos correctamente y ni se le ocurra meterse porque si tengo que quitárselos lo hago.
—No puede quitarme lo único que tengo en mi vida—le grito—Yo no voy a permitir que solo por sus egoísmos no pueda seguir criando a mis hijos como lo he hecho hasta hoy, el matrimonio por su culpa se fue a la mierda, pero esto no.
—¿Por mi culpa?—habla fuertemente, pero intenta no gritarme—Usted es la que ha cambiado sola, siempre está de entrometida en asuntos ajenos, ya no pasa tiempo conmigo, solo se importa por su cochino trabajo y tiene el descaro de meterse en la cama con otro.
—Ni siquiera hablo con nadie, ridículo—se frota el puente de la nariz para calmarse. Respiro para sentirme un poco más tranquila—Dejemos de pelear, ya le di lo que quería, no sé porque sigo aquí—me acerco al closet, bajo mi maleta, pero me cierra la puerta.
—A eso me refiero, toma decisiones por los dos y yo ni siquiera le he dicho que me quiero separar—niego con una sonrisa de burla.
—Con sus acciones, ya me lo dijo todo y lo peor fue, amenazarme con mis hijos—veo el anillo en mi dedo y lo deslizo hasta quitármelo. Tomo la mano de Ulises y se lo dejo reposando en está. Mi lágrima cae en la mano del hombre que creí que me amaba—Ellos van a vivir conmigo y tienes el derecho de verlos siempre—él observa el anillo, porque el que debería de estar en su mano, no lo tiene. Abro otra vez el armario.
—Laura—susurra. Saco mis chaquetas, pantalones y vestidos—¿Puedes escucharme un momento?
—Es lo que estoy haciendo—se posiciona de manera que queda enfrente del closet.
—Está casa es de mis hijos y tienes derecho a quedarte aquí porque eres mi esposa.
—Era—lo corrijo.
—Yo no voy a firmar ningún estúpido papel—se chupa los labios—Y si no quieres mi presencia cerca, él que se va a ir soy yo—lo alejo cuando siento lo cerca que está.
—No es necesario, me voy a ir yo.
—No podría soportar verlos en un lugar en el que no están acostumbrados a estar y tú tienes 10 años de no pisar un lugar de esos—que me diga eso solo me dan más ganas de llorar, porque el me conoció en un pueblo pequeño donde vivía con mi Mamá. Es cierto que ahora tengo una vida completa, porque el me rescato del hambre que pasaba a diario en ese lugar. La persona que tenía como mejor amiga en mi vida, ya estaba adulta y empezó a convulsionar, solo éramos nosotras dos. Mi madre se puso tan mal que tuve que llamar a una ambulancia, donde conocí a Ulises.
—Si lo tengo que hacer, lo voy a ser, porque ya estoy cansada de ver, como hechas a la basura todo lo que intento darte—las venas se marcan por lo fuerte que aprieta los puños—Vete o lo hago yo Ulises—traga. Su manzana de Adán se contrae al hacer eso. Me hago a un lado cuando toma una llaqué negra, se va hacia la puerta y antes de abrir, suspira fuertemente, logrando que un sonido varonil se escape de su boca.
—Lo siento—susurra para después abandonar la casa. Me dejo caer en la cama, ya no escondo las ganas de llorar, porque cuando amas a alguien, no deseas que algo así te pase. Intentas dar lo mejor para que este feliz, pero esto se me fue de las manos y duele mucho.
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CHALETO
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