Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Ganawenjigaazo - Ella es protegida

El penoso temporal retuvo a Namid en el interior de la vivienda, a pesar de que anhelaba con todas sus fuerzas permanecer lejos de mi persona. Horas antes habíamos compartido una cariñosa intimidad —aunque provocada por mí—, pero inevitablemente existía una tensión entre nosotros difícil de eludir. Parecíamos solo ser capaces de amarnos o de destruirnos.

— ¿Por qué has aceptado su invitación?

Yo estaba sentada en el suelo, junto a la chimenea, inmiscuida en las últimas palabras intercambiadas con Jack, y él estaba de pie, mirando por la ventana.

— Sospecharán si los evito constantemente — musité, sin posar la vista en su figura.

"¿Por qué he accedido a recibir esos estúpidos patucos?", imprecó mi corazón repentinamente melancólico.

— Son de tu agrado, es evidente.

Su comentario, el cual indicaba que estaba dando excusas en vez de admitir que me gustaba su compañía, produjo que me girara.

— No tienes por qué acudir.

— ¿Acaso me han invitado? — repuso como si se tratara de una broma de mal gusto.

— No me importa si te invitan o no. Yo decido.

— Él es mi criado, no el de mi marido — reprodujo las palabras que le había dirigido a Jack —. ¿No es cierto?

— Irás adonde yo vaya, comerás donde yo coma y cortarás la leña que a mí me venga en gana, le pese a quien le pese.

Namid también viró el gesto y nuestras miradas se encontraron. Había una tenue oscuridad que vagaba por sus ojos como una neblina madrugadora.

— Obedeceré cuando haya blancos mirando, nada más. Antes muerto que tener que soportar una cena con pieles pálidas. Quedarme aquí mientras socializas es lo mejor para todos.

Sin embargo, Catherine quería rebelarse. Quería rebelarse aunque un muro incapaz de ser derribado se lo impidiera. Quería levantarse una y otra vez hasta poder caminar hacia delante.

— Yo quiero que me acompañes.

— ¿Acompañarte? ¿Para qué? ¿Se trata de una especie de reunión de matrimonios?

Con los sentimientos a flor de piel, me enfureció sentir que iba a ponerme a llorar como una cría.

— Supongo que dormir conmigo te ha ensombrecido el ánimo esta mañana — me levanté, espolsándome la falda arrugada —. Te dejaré solo, no es mi intención molestarte.

Caminé con la frente alta, pasándolo de largo unos cuantos pies, pero su voz llegó antes de que saliera de allí para dirigirme a la planta superior:

— Dormiré aquí de ahora en adelante.

Me detuve en seco, como si hubiera recibido una bofetada, y apreté los puños.

— Bien — reprimí las ansias de golpearle y sollozar, aún dándole la espalda.

— Y no te encariñes con ellos, Catherine.

Con las pestañas humedecidas, me di la vuelta.

— No eres mi padre ni nadie que pueda indicarme qué debo hacer.

— Es un consejo — añadió con aquella compostura fría.

— ¿Por qué debería de escuchar tus consejos? — elevé el tono —. ¿Tanto te importa mi sufrimiento? ¿Crees que recibiré un dolor irrecuperable por despedirme de ellos cuando llegue el momento? No eres...

— No soy tu marido, ni lo seré — me cortó con sequedad, retándome con aquellas pupilas heridas.

Aquella farsa era como un espejo de doble filo, una imposta que soñaba con poder mantener una convivencia conyugal tan lícita como la de aquellas personas.

— Por mucho que vivamos en la misma casa durante un tiempo, no puedo ser quien quieres que sea. Es una mentira.

Pero yo quería engañarme. Y olvidar.

— Lo mejor es que mantengamos las distancias y...

— Yo me he comportado como una cobarde, pero nunca pensé que tú llegaras a serlo algún día.

— ¿Disfrutas teniéndome como sirviente? ¿Te ayuda a creer brevemente que puedes tenerme?

No tuvo que sacar ninguna daga para clavármela entre las costillas. No obstante, su ataque era dolorosamente cierto: una parte de mí se consolaba en aquella pantomima, en aquella ilusión de control y posesión.

— ¿Te tuve alguna vez? — apreté los labios para ocultar las lágrimas iracundas —. Creo que llevo años persiguiendo a un recuerdo, no a una persona.

— Debería hacerte la misma pregunta.

Nos miramos fijamente.

— Porque subiste a ese barco y dejaste atrás al que te hubiera seguido hasta el fin del mundo.

Los envenados reproches provocados por años de silencio habían sido eludidos y, si no se enfrentaban, la ponzoña de aquella herida que nos habíamos infligido mutuamente no sanaría.

— ¿Tu compromiso es una forma de vengarte del daño que te causé? Debo darte la enhorabuena, es un castigo ejemplar.

Su semblante se violentó: Namid había sido alcanzado por una flecha mortal. Culpable por su decisión, que le perseguiría el resto de sus lunas, me oteó con furia mísera.

— No te atrevas a decir eso.

— Si no hubiera enfermado, te hubieras marchado. Habrías subido a un barco y me habrías abandonado. Ambos hemos ajustado cuentas entonces.

— Catherine, retíralo.

— Solo soy una estúpida blanca como las demás. Ya estoy curada, Antoine se encargará de tu viaje en cuanto nos alcance. Tranquilo, no tendrás que soportarme más.

— ¡Tú no sabes nada! — gritó —. ¡Eres una egoísta!

Acalorados, nos acercamos el uno y al otro, increpándonos.

— ¡¿Cómo voy a saber algo si te niegas a comunicarte conmigo?! ¡Eres una maldita pared de piedra! — le empujé — ¡¡Quiero ayudarte!!

Él me agarró la muñeca antes de que volviera a sacudirle y chilló:

— ¡¡¡No puedes ayudarme!!!

Su aullido, el más animal y estruendoso que había recibido hasta el momento, me puso la piel de gallina. De un manotazo, me soltó, haciéndome balancear por la fuerza infligida, y bajó el rostro enrojecido por la cólera.

— No puedes ayudarme, Catherine... — repitió en un susurro entrecortado —. Por mucho que te empeñes en ello, los pieles pálidas nunca me aceptarán. Ríndete de una vez. Es humillante. Ese mundo con el que sueñas, no existe. No tienes el poder suficiente para hacerme válido a los ojos de tus semejantes. Ríndete. Es una mentira.

— ¡¿Y qué hay de malo en creer en una mentira?! ¡¿Y si necesito engañarme, maldita sea?! — vociferé, llorando —. ¡¡¡Me arrebataron lo que más quería, pero no pueden quitarme mis sueños!!!

Ahogada por el torrente que descendía por las mejillas, salí de allí sin aliento, aplastada como una insignificante hormiga bajo los pies del hombre, y eché a correr.

Un muro. Solo un muro.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro