Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Awakaan - Un esclavo

Taciturnos, sumidos en nuestras penurias personales, cabalgamos hasta bien entrado el mediodía. La magulladura del cuello resquemaba con apremio, como lo hubiera hecho una soga, y no dejé de sentir miedo hasta que nos adentramos en Loughton y la foresta nos ocultó. Mis manos, agarradas al caballo, estaban rígidas, todavía alerta, y mi corazón..., mi corazón retumbaba fuera de control. Con el rostro mojado por la llovizna matutina, medité sobre lo que Namid y yo habíamos hecho en la tienda, lo que habíamos compartido. Me había atrevido a besar a un hombre comprometido y, a pesar de aquella desdicha, aún poseía el valor de sonrojarme porque él me había correspondido. ¿En qué pensaba? Puede que no estuviera casado, pero su futura esposa merecía un respeto que había ultrajado. Además, la había ofendido conociendo las consecuencias, sabiendo que yo no podría tener un hueco en la vida de Namid y que, si me entregaba a él, me estaría ofreciendo a un papel en blanco. Catherine, la amante del guerrero indígena. "Ni hablar", rechiné los dientes. ¿Me había dejado llevar por una pasión momentánea e inmadura? ¿Ello significaba una falta de respeto, no solo hacia su mujer, sino hacia a mí? ¿De verdad me importaba cederle mi honra a un hombre atado? ¿Me conformaría con una noche y sería capaz de afrontar mi solitario destino?

Demasiadas preguntas sin respuesta angustiaron el trayecto, sobre todo teniendo en cuenta la tensión vivida y la proximidad de Namid al envés de mi cuerpo. Él dirigía el camino con calma, mas con un apaciguamiento que poco tenía que ver con sus verdaderas emociones: su postura, como la mía, era tensa. Debía ser precavida, puesto que era capaz de tornar sus actos de manera imprevisible, sin que pudiera anticiparlos ni protegerme de ellos. ¿Estaría pensando en lo ocurrido entre nosotros? ¿Su comportamiento podría tratarse de un arrebato de lujuria y nada más? Una parte de mí albergó dudas con respecto a la honestidad de sus intenciones. Al fin y al cabo, él conocía la intensidad de mis sentimientos y podía usarla a su favor para yacer conmigo sin inmiscuirse a un nivel íntimo. Me aterraba que quisiera culminar nuestros afectos y después me dejara olvidada en un cajón repleto de polvo, justo después de haberme encadenado para siempre.

— Estamos llegando.

Apabullada por desconocer cuál debía ser mi próximo paso en nuestra "relación", asentí con rectitud y no me atreví a decirle que me soltara la cintura: mi alma se negaba a que me dejara sola tan pronto. Otra vez.


‡‡‡


Encendí todos mis sentidos cuando divisamos una abandonada cabaña de madera en la lejanía. La chimenea expulsaba un humo negro y se escuchaban voces de varias personas. "El susodicho Jack tiene compañía", pensé. A diferencia de lo que había imaginado por las indicaciones de Antoine, supuse que aquel hombre viviría en solitario y no nos veríamos obligados a relacionarnos con curiosos que podrían efectuar cuestiones innecesarias o propagar rumores molestos.

— Piensa en un plan antes de que nos vean llegar.

Namid también había deducido lo mismo que yo y me apremió con aquellas palabras dichas casi sin vocalizar. Jack podía estar esperando nuestra visita, pero habíamos atacado a dos hombres y era complicado explicar por qué una joven estaba viajando con un indio y buscaba tan desesperadamente ocultarse.

— Y hazlo rápido.

Tragué saliva y me concentré. De pronto recordé que tenía la garganta y la mejilla amoratadas por el ataque, junto con una falda rasgada. El animal era ya visible por los desconocidos que estaban cortando leña con un hacha y vi cómo se erguían, observando a los recién llegados. Noté cómo Namid se ponía en guardia.

— Di que soy tu criado — me susurró en la oreja.

— ¿Có-cómo?

— Di que soy tu criado — repitió —. Y salúdales antes de que crean que venimos a robarles.

A correprisa, elevé la mano para rendirles mis respetos de forma afable. Fruncieron el ceño, aunque respondieron al saludo. Uno de ellos pronunció el nombre de Jack, llamándole, y éste apareció de la parte trasera de la vivienda.

— ¡Saludos, señorita! — se apresuró en darnos la bienvenida.

Arribamos hasta el grupo de tres hombres, dos mujeres y cinco niños. Intranquila, coloqué una sonrisa agradable en el rostro y Namid dejó de comandar al caballo para que pareciera que era yo la que estaba al mando. En el momento en que estuvimos en su campo de visión, a un palmo de distancia, presencié cómo palidecían al distinguir a un hombre de piel morena y apariencia exótica.

— Buenas tardes — hice una reverencia. Debía parecer una noble para despertar su simpatía —. Buscaba a un leñador conocido como Jack.

Él se adelantó y le miré con tibieza: treintañero, de baja estatura, pelo oscuro y ojos despiertos. Advertí que las mujeres escondían a los niños detrás de sus vestidos, oteando a Namid con impresión. Él permaneció detrás de mí, impasible.

— Soy yo — se llevó la mano al pecho —. ¿Quién me requiere?

— Me envía su madre bajo la palabra pactada con Antoine Clément.

Nos analizó detenidamente, cauteloso.

— Mi madre no enviaría aquí a cualquiera. ¿Cuál es el motivo de su visita?

— Necesito refugio — contesté en singular, ya que Namid no debía de existir más allá de su inevitable presencia física allí.

— ¿Por qué necesita refugio? Mi madre...

— ¿Treinta monedas de plata serán suficientes? — le corté —. Su madre me aseguró que no haría preguntas estúpidas — fría, como alguien de mi alcurnia debía de ser, rebusqué en mis bolsillos con cuidado para extraer el monedero —. ¿Treinta? ¿Cincuenta?

Los demás siguieron mis movimientos con el recelo propio de la pobreza heredada.

— Pero...

— Tome: dos monedas de oro — se las di —. No más preguntas estúpidas, ¿entendido? Indíqueme dónde puedo ocultarme y le aseguro que no seré molestia.

Jack las cogió con impresión y parpadeó. Dos monedas de oro equivalían a una enorme suma de dinero. Agradecido por aquel golpe de suerte inesperado, me hizo una reverencia exagerada.

— No haga eso, es su pago por procurarme un refugio seguro y cerrar el pico.

— ¿Pu-puedo preguntar cuál es su nombre?

Mi mente actuó rápido.

— Catherine Clément. Mi esposo se unirá a mí dentro de pocos días, si el temporal lo permite.

Quieto como una estatua, supe que Namid había reprimido una sonrisa satisfecha por mi mentira.

— Por favor, señorita Clément, permita que le ofrezcamos una taza de té. Debe de estar helada y cansada.

En cierto modo, detestaba aquella servidumbre que parecía ser exigible. Sin embargo, la farsa debía continuar y bajé del caballo con confianza, provocando que las mujeres abrieran la boca.

— Somos dos matrimonios honrados — me señaló a uno de los hombres y a las féminas, quienes eran sus esposas, respectivamente —. Este es mi hijo mayor, Lucas — le incliné el rostro y se ruborizó —. Y..., bueno..., estos son el resto de nuestros vástagos.

Sin el permiso materno, los más pequeños no habían salido de su escondrijo y nos tasaban con curiosidad reservada.

— Inmensa prole la que deben alimentar — comenté, sin centrar la atención en ninguno de ellos.

Oí cómo Namid también descendía del corcel y se quedaba de pie, a la espera de órdenes. Su majestuosidad y aura peligrosa les arrebató el aliento.

— Les pediría que no fueran indiscretos con mi criado — les avergoncé —. Es un trabajador digno, me lo trajeron del Nuevo Mundo.

Ni tan siquiera parpadeó, efectuando su papel a la perfección.

— Se-señorita..., está herida... — se asustó Jack, viendo mis heridas a plena luz del día.

Instintivamente me cubrí el cuello con la palma de la mano. La manta de Wenonah cubría las consecuencias de la agresión, pero era obvio que mis ropajes estaban destartalados por un forcejeo violento.

— Me aseguraron que estas eran tierras seguras. Se equivocaron, no obstante.

La rancia apatía de mis gestos fue creíble, pero les desconcertó aún más.

— Es una de las razones principales por las que mi criado es indispensable — indolente, me apoyé en el pecho semidesnudo de Namid como una hada pretenciosa. Solo yo fui capaz de enmascarar que mi tacto le había sobresaltado. Las mujeres dejaron ir un asombro ahogado por mi osadía: pensaban que me transmitiría alguna enfermedad si le tocaba —. Pelea como un espartano, ¿a qué sí?

Le miré con cierto ronroneo, sin dejar de tocarle, y él no apartó la vista del horizonte, sin expresión.

— El pobre no habla nuestra lengua — le di dos toquecitos comprensivos y me aparté —. ¿Dónde está el té que me prometieron?

Jack dio un brinco, de nuevo amonestado por su maleducado fisgoneo, y me invitó a pasar a la casa de inmediato. El resto nos siguió como una muchedumbre extasiada que persigue a las figuras religiosas en las procesiones de Semana Santa. Solo Lucas, el primogénito, siguió las órdenes de su padre y se quedó con Namid para ayudarle con el equipaje.

— No es gran cosa, señorita Clément, pero...

— Será suficiente, sin duda.

Inspiré el aire hogareño de las paredes de madera. El calor de la chimenea golpeó mis fosas nasales, frías como un témpano de hielo. Un olor a estofado con especias y pan de centeno hizo rugir mi estómago vacío. Aquella morada era grande considerando los múltiples miembros que debía resguardar. Estaba estructurada en dos plantas y varias estancias, como descubriría más adelante, pero en aquel momento me condujeron hacia el improvisado salón. El piso inferior carecía de paredes que dividieran unas dependencias de otra, siguiendo la moda británica, y la amplitud de la estancia acogía la cocina, el comedor y la sala de estar. Carecía de excesivo mobiliario: una mesa, un par de sillas, un horno, varias ánforas de agua y dos sillones raídos situados al lado de las llamas.

— Qué alfombra más bonita — alegué, admirándola bajo mis pies. Era de tonos marrones, de piel de carnero, y supe que aquellas mujeres la habrían cosido de parte a parte.

— Gra-gracias, señora — agradeció una de ellas.

No sabían qué hacer conmigo y Jack me ofreció asiento con torpeza. Al sentarme, mi falda quedó un poco al descubierto y uno de los niños, pecoso y de profundos ojos grisáceos, halló el secreto que guardaba al vuelo.

— Subid arriba — solicitó el otro hombre al captar sus miradas inquisitivas.

No se quejaron y desaparecieron en silencio. Una vez rodeada de adultos, las mujeres se movieron hacia la tetera y ellos carraspearon, claramente incómodos con mi presencia.

— Si pudieran traerme unos paños fríos, reducirán la hinchazón de los hematomas — rompí el silencio.

Sin tener que transmitírselo, las esposas trabajaron con diligencia para satisfacer mis necesidades. La puerta crujió y Lucas y Namid entraron. Dejaron los macutos en el suelo y su padre musitó:

— Llévalo a las cuadras.

Mis puños se crisparon al comprender que se refería, única y exclusivamente, a Namid.

— El indio solo cumple órdenes que provengan de mí — le detuve con seriedad.

Los tres se pusieron pálidos y Jack intentó excusarse diciendo que no estaba permitido por ley que los negros o los esclavos pudieran dormir bajo el techo de los ciudadanos ingleses, mas que no pretendía ofenderme ni sobrepasarse sin mi aprobación.

— Entiendo sus reservas. No permanecerá cerca de sus hijos, aunque es inofensivo — me encogí de hombros sin mostrar un ápice de disgusto —. De todas formas, no les conozco y su trabajo es cuidar de mí.

Me costó horrores no girarme hacia él y pedirle disculpas.

— Se quedará en la puerta mientras platicamos.

Jack lo miró con reserva, accediendo.

— Muchas gracias, querida — le sonreí a una de las mujeres cuando me dio los paños. Me los restregué por el moflete hinchado y ellos se sentaron por fin —. Dígame, ¿dónde nos ocultaremos?

— Cerca de aquí, en la cabaña de mi hijo Lucas.

— Oh, ¿vas a casarte pronto, Lucas? — adiviné.

Él bajó la mirada y se ruborizó. No tendría más de veinte años, quizá menos.

— Buena dote. Una casa es el mejor regalo para una pareja de recién casados. ¿Quién es la afortunada?

Se rió y le sonreí, disminuyendo la precaución que despertaba.

— Cuidaré bien de tu cabaña, querido Lucas. Tal vez podría darle unos toques femeninos, sería una agradable sorpresa para tu futura consorte.

Sin demasiado esfuerzo, me había ganado el agrado de todos. La que interpreté que sería su madre —por el flagrante parecido físico entre ellos— me ofreció la taza de té humeante con complacencia.

— No permaneceremos demasiado tiempo — aclaré —. Les agradezco de corazón que me hayan brindado ayuda, mi marido les recompensará con creces.

Me pasé el paño por los labios y me sorprendió encontrar un rastro de sangre. Aquel malnacido me había abofeteado con toda su rabia.

— ¿Necesita medicinas? — inquirió Jack.

— No se preocupen, mi criado es un excelente curandero. Fue una reyerta tonta, quisieron robarme.

— Lo lamento, señorita.

Las tres mujeres de aquella sala intercambiamos miradas significativas: tanto ellas como yo sabíamos que había sobrevivido a una violación. Ninguna pronunciamos palabra.

— Estoy a salvo, es lo que importa — les sonreí, pegando un sorbo de aquella bebida sanadora —. Podría visitarles en alguna ocasión, si es cierto que las viviendas están próximas. La soledad es una tortura que prefiero evitar.

Necesitaba salir de allí a toda costa y verme amparada por la intimidad entre Namid y yo, por lo que apuré el té y conversé sin demasiada calidez, siempre manteniendo la distancia.

— Venga a vernos cuando guste, será un honor.

Jack me indicó que él nos llevaría hasta la cabaña y todos me llevaron hasta la salida para despedirse. "Qué gentes tan amables", pensé. Namid continuaba en el mismo sitio, inmutable, y le aspaventé la mano para que saliera primero, cargado con los macutos. Advertí cómo la mujer que no me había ofrecido el refrigerio lo miraba. "Le gusta", descifré el brillo de sus ojos almendrados. Captó mi inquisitiva mirada y se ruborizó.

— Gracias, Lucas — le sonreí al tiempo que él me posaba el abrigo sobre los hombros con educación —. Precioso nombre — miré a su padre con aprobación —. Como el del apóstol.

Tímido, me devolvió la sonrisa y me despedí. Había dejado de llover, pero se avecinaba otra tormenta. El exterior estaba tranquilo y el caballo no se había movido del sitio. Namid se encargó de volver a cargar nuestras pertenencias y Jack, ya con su corcel, me susurró:

— ¿Está segura de que quiere quedarse a solas con él?

Violentada sin poder evitarlo, le miré con fijeza. La inocencia de su expresión, que en ningún momento pretendía ser mal intencionada, me cercioró una vez más que los seres humanos de mi mundo habían naturalizado la inferioridad de los indígenas o de cualquiera que no respondiera a su color de piel o religión.

— Si confío en una persona en este mundo es en él — dije con aplomo. Para disminuir la intensidad que alertaba con exteriorizarse, le apreté el hombro con cariño y añadí:— Le agradezco su preocupación, es usted un buen hombre, como su madre. Acudiré a su consejo y ayuda cuando lo necesite.

Pareció halagado y ello repercutió a que olvidara a Namid durante la travesía hacia la cabaña. Era doloroso ver la manera en la que lo ignoraba, como si no existiera, o se empeñaba en no tocarlo ni por accidente. ¿Qué estaría sintiendo él? 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro