① Wεαк ρσιит
El auto negro aparcó frente a un edificio en la iluminada cuidad de Seúl. La noche ya estaba sobre toda la cuidad, y era hermoso observar las luces resplandecientes de los anuncios de algunos locales o clubes que se ubicaban en aquel lugar.
Los tres hombres de trajes y lentes oscuros bajaron del auto, seguidos de un chico cuya vista era completamente obstruida por una bolsa de tela negra que le colocaron en la cabeza. Lo bajaron a la fuerza, y gracias a que no veía nada, no forcejeó ni mucho menos. A pesar de la situación, no sentía ni una mínima pizca de miedo.
No podía ver nada desde que estaba caminando por las calles con rumbo a su departamento. El auto se estacionó frente a él, impidiéndole el paso y molestándolo un poco. Dos de los hombres —el tercero se mantuvo al volante— lo tomaron por los brazos y lo obligaron a meterse a ese automóvil negro.
Antes de que pudiera decir u objetar algo, le prohibieron la vista, colocándole aquella bolsa y dejándolo ver únicamente destellos de luces blancas y amarillas que se colaban por el tejido de la bolsa.
A pesar de este evidente secuestro, el chico de baja estatura y ojos chicos, se mantuvo sereno. Sabía que nada malo podría ocurrirle a él; quien era un asesino a sueldo y ladrón internacional. Nada le podían hacer.
Lo único que podía sentir, era movimiento y una luz blanca apuntándole directamente a los ojos, molestándolo así y haciéndolo achicar sus ojos aún más. Después de unos cuantos minutos, y de sentir la inercia adquirida al subirse a un elevador, escuchó el picaporte de una puerta y esta cerrándose.
Seguido de esto, un fuerte golpe en su trasero, pues lo habían sentado de golpe en una silla de madera, que, si le preguntan a su trasero, no era para nada cómoda. Se quejó en voz alta y al respirar el aire de esa nueva habitación, supo en dónde estaba.
Ese olor a puro de chocolate; la silla dura y la brutalidad con la que había sido raptado. Ya sabía perfectamente en dónde estaba, y sólo estaba esperando con una sonrisa burlona a que le quitaran la bolsa de la cabeza.
Escuchó un chasquido y, enseguida, pudo estar seguro de su paradero. Observó a un hombre frente a él; estaba de pie mientras vestía un precioso traje negro, sostenía una mirada de desprecio y, en su mano, un puro de chocolate —causante del delicioso aroma en la habitación—. No pudo evitar sonreírle al verlo.
—Borra esa estúpida sonrisa de tu cara, Park. —soltó el hombre de hombros anchos y perfecto cutis, que lo miraba con desprecio y se sentía completamente indignado de ver esa espeluznante sonrisa en el rostro del otro.
—No puedo, SeokJin. —habló encogiéndose de hombros, aún sentado en la silla. Mantuvo su sonrisa y pasó su mano por su cabello rubio con reflejos rosas, para peinarse después de utilizar la bolsa—. Toda esta situación me da risa.
Estaba siendo demasiado sincero en ese momento. Trataba, con todas sus fuerzas, de aguantarse una sonrisa de burla y no llegar a soltarle una carcajada en la cara a su ex-jefe.
—¿En serio? —preguntó alzando ambas cejas el hombre castaño—. Bueno, me alegra que toda esta situación, en la que has estado desaparecido por dos meses, te sea divertida. —tomó asiento en su cómoda silla y le dió una calada a su puro—. ¿Creíste que podías ocultarte de mí?
—Por supuesto que no lo creí; lo hice, Jin. Cómo dijiste, fueron dos meses los que pude descansar de tus estupideces. —SeokJin soltó una risa, escondiendo indignación y mirando la expresión cínica del otro.
—Y lo disfrutaste mucho, me imagino. —indagó el jefe Kim SeokJin; dueño de la cadena de criminales más extensa y adinerada de Corea del Sur—. La pasaste bien con el dinero que robaste de mi cuenta bancaria, ¿no es así?
Park JiMin miró al techo, fingiendo pensar un poco, llevando su dedo índice a su mentón y regresando a ver a su jefe con una sonrisa—. Muy bien, SeokJin; gracias por preguntar.
—Eres un bastardo, Park. Desde el principio supe que no podía confiar en ti.
—Entonces eres estúpido. —se ganó una mirada de confusión por el otro chico y rodó los ojos—. Por haber confiado en mí, aún cuando sabías que no era fiable. Eres estúpido, Kim. ¿Así diriges una organización? ¡Por dios!
—¡Cuida tus palabras, Park! —alzó la voz el castaño, al momento que sus hombres le apuntaron a JiMin con sus armas—. Bájenlas —ordenó, mucho más calmado—. Sabes que todo lo que tienes ahora me lo debes a mí; tu vida misma te la di yo.
El rubio bajó su mirada al recordar que Kim SeokJin era el hombre que lo había sacado de las calles cuando apenas era un adolescente robando por necesidad. Sabía que lo había salvado de morirse de hambre sin un techo sobre su cabeza.
—No te pertenezco, Jin.
—¡Claro que lo haces! —gritó de nuevo, alarmando a los hombres de traje—. Tú eres mío; si yo digo rana, tú saltas. Y si yo digo que no puedes renunciar, no puedes hacerlo. —aclaró, dejando su puro a un lado y conectado su mirada con la de Park.
—¿Eso crees? —se levantó de un impulso.
—¡Oh, Park! —se burló el mayor de los dos—. Lo sé. Y si yo digo que vas a matar a alguien mañana, lo vas a hacer.
—¡No trabajo más para ti! —gritó en respuesta a lo que le había impuesto el otro individuo—. Yo renuncié, no quiero saber más de este mundo.
—¿Te estás escuchando, JiMin? —preguntó, observando el hermoso rostro de Park-. Has pasado toda tu vida aquí; dejarlo todo jamás es una opción. Y harás lo que yo diga.
—Yo creo que no.
—Cómo si pudieras opinar. —se burló el mayor, llevando de nuevo el puro a sus labios e inhalando el humo; deleitándose con el sabor exquisito.
—Pues no haré otro trabajo más para ti. No hay manera de que me obligues. —habló con seguridad—. Mejor muerto, antes de tener que trabajar para ti.
—Sí hay una manera de obligarte —habló con una sonrisa, dando pequeños golpecitos sobre su puro para que las cenizas cayeran al cenicero. Se ganó una mirada confundida por parte del otro—. Todos tienen un talón de Aquiles, ¿no es así? Su punto más débil...
—Te deseo suerte descifrando cuál es el mío; prácticamente no existe, Kim. No pierdas tu tiempo. —finalmente, se puso de pie con intenciones de marcharse.
—Es curioso —comenzó—. No perdí mucho mi tiempo, porque encontré el tuyo en tres segundos. —el rubio se volvió a sentar y miró con sorna al contrario—. Es un chico pálido de nombre Min YoonGi.
—¿Quién? —preguntó incrédulo. En realidad trató de sonar lo más confundido posible; se supone que nadie sabía de ese chico pálido con ojos felinos. Tenía que parecer confundido.
—No te hagas el loco, Park. —negó el mayor con su cabeza y volvió a fumar—. Un chico de mejillas rosadas, cabello lacio de color negro y ojos gatunos. ¿No te suena?
—No. Por supuesto que no; estás desvariando. ¿De dónde se te ocurre semejante-
—Ese chico —paró para levantarse de su silla y caminar hacia la ventana para observar los enormes y resplandecientes edificios—, está en tu apartamento en este momento. Está esperándote con un ramo de rosas en la mano y una sonrisa esperanzada. Quiere que Park JiMin vuelva a casa, para poder desearle un perfecto día del amor y la amistad.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó con un semblante preocupado. Esta vez, fingir ya no ayudaría en nada; SeokJin lo sabía todo. Y tenía vigilado al chico pálido.
—Mientras tú estás aquí discutiéndome, tengo a un francotirador en el techo del edificio de enfrente. Está apuntándole a tu precioso novio a la cabeza en este preciso instante. —advirtió con una amplia sonrisa de satisfacción al notar la evidente preocupación en el rostro de JiMin.
—¿Qué ocurre? —preguntó sin deshacerse de la sonrisa—. ¡Muéstrame esa boba sonrisa una vez más! ¡Anda! —el gritó en su oído—. Ah... —suspiró—. Es muy reconfortante saber que eso te pone los pelos de punta. Imaginarte que estoy apunto de matar a tu precioso YoonGi...
—¡Bien! ¿Qué mierda quieres de mí?
—¡Ah! —exclamó el mayor al percatarse de que su plan sí funcionaría—. ¿Park JiMin sí tiene un punto débil?
—¡Cállate, bastardo! ¿Qué es lo que quieres? —preguntó el de labios regordetes y ojos grises.
—Quiero que mates a quien yo te diga, cuando yo lo diga. También quiero que cierres tu boca de una vez por todas y aceptes que soy tu jefe, dueño de ti y que, sin mí, estarías muerto de hambre en las calles.
Era, por supuesto, un daño y un insulto a su gran orgullo. Pero así era JiMin, era una persona muy orgullosa y obstinada. Sabía que, desde el momento en el que Min YoonGi apareció en su vida, se había condenado a la muerte.
Le dolió demasiado, pero no le quedó de otra—. Acepto. Acepto, SeokJin.
—¡Magnifico! —exclamó el excéntrico hombre con una sonrisa, que desapareció segundos después—. Pero aún no está a salvo el punto débil de JiMin; y no lo estará hasta que mates al hombre que te metió esas ideas de independencia en tu cabeza.
—¿Ahora de quién mierda hablas? —estaba muy fastidiado para esos momentos; era evidente por su tono de voz y la manera en la que rodaba los ojos con cansancio.
—Del idiota de Kim NamJoon; el hombre que te hizo creer que eras independiente, que te metió esas ideas a la cabeza de que podías sobrevivir sólo y que, algún día, podrías dejar este mundo.
—¿Hablas de ese hombre? —preguntó con una hermosa sonrisa; sabía que SeokJin odiaba su sonrisa, por eso trataba de sonreír el mayor tiempo posible—. El que te dejó el año pasado... eres un controlador de mierda; por eso te dejó. No creo que sea correcto que mandes a otros a hacer tu trabajo.
—¡Silencio, Park! —gritó, levantándose de su silla de golpe y llevando el puro a sus labios con rabia—. Ten en cuenta que, si no tomas el primer vuelo a Estados Unidos el día de mañana y no lo matas, Min YoonGi muere.
—¡Bien! —el contestó con un tono de voz alto. Sus miradas se enfrentaron como dos luces poderosas en aquella habitación; chocando y creando una tensión enorme en todo el lugar.
—¿Ves lo sencillo que puede ser? —mostró una sonrisa que le dio cólera a Park—. Cuando una persona tiene un punto débil, lo único que tengo que hacer es presionar ahí.
—Ya entendí; eres brillante —pronunció con una mueca de desagrado mientras colocaba sus manos en su cintura—. Ahora, diles a tus hombres que dejen de apuntarle a Min.
—Las órdenes las doy yo. Además —acercó su rostro al contrario, mirándolo con desprecio—, lo que tienes que hacer en este momento, es sacar a Min de tu apartamento antes de que lleguen mis hombres con las armas que usarás para asesinar a ese bastardo.
JiMin abrió sus ojos en sorpresa y desacuerdo; no le fascinaba la idea de que una gran cantidad de individuos entraran a su apartamento a mitad de la noche para mostrarle las armas asesinas.
—¡Oh! —exclamó el mayor con cierta diversión—. YoonGi no lo sabe aún, ¿no es así? Él no sabe que eres un criminal... Ah, qué hermoso. —suspiró, fingiendo estar enamorado de aquella situación que le repugnaba enormemente.
Park se quedó en silencio, sintiendo su cuerpo y su sistema invadirse con nervios de decirle a YoonGi quién era él en realidad. Cuando lo conoció, no pensó que llegarían a enamorarse de esa manera; tampoco pensó que él terminaría haciendo hasta lo imposible para cuidar del otro—. Mi recomendación —habló el castaño antes de darle otra calada a su puro moribundo—, es que cortes la relación que tengas con ese chico de una vez.
—No. —contestó fríamente, sabiendo que SeokJin sólo decía eso porque simplemente ya lo creía más en el amor—. Yo-
—¿Lo amas? —soltó una risa venenosa—. Entonces déjalo ir. ¡Mira la situación en la que se encuentra ahora! ¡Por tu culpa, Park!
—Eres un bastardo... —susurró el menor de los dos mientras fijaba su vista en algún punto del resplandeciente piso de madera.
—Lo sé, JiMin. Y justo por eso, te diré que tienes dos horas para que Min se vaya a su casa y lleguen las armas. —Park lo miró y notó que el castaño miraba su reloj con una expresión ridícula. Después alzó las cejas y conectaron miradas—. Empezando ahora. Deberías correr.
Dicho esto, el más bajito de los dos emprendió su carrera hacia su departamento; sus nervios lo comían vivo y la culpa no lo dejaba aclarar sus pensamientos. Tenía miedo de que YoonGi muriera por su culpa; iba a ser toda su culpa por permitirse amar a alguien.
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