005
El regreso a Volterra fue... Tenso. Jane permaneció en silencio todo el camino, a pesar de mirarme siempre con sus ojos frívolos e indescifrables.
- Gracias. - Bree me agradeció mientras la guiaba a una habitación al lado de la mía.
-No agradezca. - me volví para mirarla. La niña recién creada exudaba terror. - Ser un Volturi puede ser peor que la muerte.
Bree apartó la mirada de la mía. Podía sentir a kilómetros de distancia lo aterrorizada que estaba esa niña. La verdad es que Bree me trae recuerdos de cuando era humana.
El miedo había estado muy presente no sólo en la mía, sino también en las vidas de Jane y Alec. Todo contribuyó a que seamos quienes somos hoy.
- Debes estar hambrienta. - sus ojos vuelan hacia mí en un milisegundo, luego traga saliva. - Ordenaré que te lleven la cena a tu habitación. Mientras tanto, no te muevas de aquí. Los vampiros aquí no son muy...Amistosos.
La chica simplemente asiente. Me dirijo a la puerta y salgo sin mirar atrás. Ni siquiera doy diez pasos antes de que Alec me alcance y comience a caminar a mi lado.
- Aro solicitó tu presencia. - dice a mi lado.
- Lo esperaba. - admití. -¿Crees que estoy en muchos problemas?
Miró a mi hermano con una sonrisa traviesa en mis labios.
- Quizás si fuera cualquier otro miembro de la guardia. - dice, luego se encoge de hombros. -Pero todo el mundo sabe que eres la favorita de Aro.
- No soy la única.
Respondo, refiriéndose a él y Jane. Alec tiene razón. Parte de la razón por la que intervine en la muerte de la neófita fue porque sabía que las consecuencias no serían tan graves.
Somos el tesoro de Aro y él no haría nada que le hiciera perdernos. Y la otra parte fue la forma en que los Cullen la defendieron. No vemos mucho de eso en nuestro mundo.
Son... peculiares.
-Alec, por favor pídele a Heidi que le lleve la cena a Bree.
- Como desees.
Dice y luego se va en dirección opuesta a la mía. Unos pasos más y estoy frente a las enormes puertas del salón de los tres tronos.
- Maestros.
Me inclino cuando entro al gran salón. Miro hacia arriba, Marcus y Caius estaban sentados en sus asientos, como siempre, Aro estaba de pie, su postura falsamente relajada y su enorme sonrisa igual de falsa.
-¡Mia dolce ragazza!
Aro me saluda, haciéndome un gesto para que me acerque. Lo hago sin dudar. Su mano se extiende hacia mí y sé bien lo que eso significa.
- Maestro.
Extiendo mi mano y él la toma, cerrando los ojos para concentrarse en mis recuerdos y pensamientos.
Puedo sentir la mirada de Caius ardiendo sobre mí, y puedo apostar que si fuera por él, sería castigada por tomar una decisión tan importante sola.
Por ir en contra de las reglas del clan. No porque los siga ciegamente, sino porque está tan aburrido que cualquier oportunidad de fastidiar a alguien lo deja emocionado.
Sólo habían pasado unos segundos cuando Aro soltó mi mano. Sabía exactamente lo que había visto y oído: justo lo que quería que viera y oyera.
Con el tiempo, engañar el don de Aro se convirtió en un juego de niños para mí. Algunos de nosotros, con mucho esfuerzo, logramos desarrollar una mayor protección alrededor de la mente.
Bueno, al menos conmigo fue así.
-Bree. - Aro dice en voz alta el nombre de la niña recién creada. -Al parecer no tiene nada de especial... Neófita.
El disgusto estaba visiblemente presente en sus palabras.
-Tengo curiosidad por saber de ti, querida, ¿qué te llamó la atención de la niña recién creada?
-Veo potencial en la chica. - digo con firmeza, manteniendo su mirada. - Aunque no tenga ningún don especial, si me deja encargarme de su entrenamiento...
Caius me interrumpe, como era de esperar.
-Esto está fuera de discusión. - dijo con dureza. -Tus obligaciones de custodia son diferentes.
- Con todo respeto, señor. - intento elegir mis palabras con cuidado. -Mis misiones ocurren raramente, tengo tiempo suficiente para encargarme de la formación de la neófita, además del mío.
Aro sonrió de oreja a oreja. Mil años no me ayudaron a acostumbrarme a su peculiar humor y muecas.
-Entonces quieres asumir la responsabilidad de la recién creada. - solo asentí. -¡Que así sea!
Aro me despidió. Me despedí con una reverencia y salí del salón, aún escuchando las quejas de Caius, la risa de Aro y el silencio de Marcus.
Aunque sabía que no recibiría un castigo muy alto, todo parecía demasiado fácil. Aro no hace una puntada sin un nudo, y esta no fue la excepción.
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