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El sudor en la frente, el último esfuerzo desgarrador, el segundo llanto que corta el aire, ya todo ha terminado.

Son emociones nuevas, hormonas trabajando en embriagador control, vidas nuevas que llegaron a calarse en los más profundo del corazón de la señora Fazbear, que tras una respetable trayectoria sirviendo a la sociedad como heroína, se retiró para dedicarse a una rutina igual de caótica por muy mundana que parezca, no podría ser tranquila en ningún momento al haber sorprendido a todos como siempre lograba con la noticia de que su embarazo era de ni más ni menos unos gemelos, un par que se sumaban a una lista bien contada de casos como el suyo, sobre todo si se hablaba de una mujer como ella, con individualidad, era un suceso que casi se considera milagroso por su poca probabilidad.

La madre se hacia la poco sorprendida, alegando que los Fazbear simplemente llevan en la sangre sorprender cuando menos se lo esperan.

Y ahí los tuvo, sanos, pequeños y rellenitos, de cabellos castaños, con piel clara en evidencia de la pureza de un recién nacido, el par que ahora formaría parte de una nueva etapa en su vida.

Su hijo menor fue el pequeño Freddy Fazbear, de risas risueñas dotado de unos ojos azul cielo capaces de desarmar la indiferencia de cualquiera, irradiaba una alegría y ternura que hacía irresistible no sostenerlo en brazos por horas contra ti, él era su favorito para alimentar al ser de comer con rapidez y dormirse con unos cuantos balanceos en la mecedora. Por otro lado, su hijo mayor por míseros minutos de diferencia, fue su tesoro Fred Fazbear, que a diferencia de su hermano, no heredo una mirada azulada, sino una profunda de color negro conectados hasta las pupilas que asemejaba mucho a los de peluches de felpa, con cierto brillo de aparente inocencia que daban ganas de proteger; era el más curioso y quien más demandaba atención y comida, nunca estaba quieto y odiaba ser cargado por manos extrañas.

Ella fielmente estuvo ahí, en sus primeras palabras, sus primeros pasos, en cada centímetro que crecían al pasar los meses, siendo la principal testigo de la evidente conexión que esos gemelos manifestaban pese a sus diferentes personalidades, uno parecía un huracán dispuesto a comerse el mundo, el otro una fresca primavera que apreciaba cada flor que tenía, cuando se juntaban, el huracán hacía de las suyas haciendo volar las flores, la primavera siente el viendo de un revuelo nuevo, el huracán le da una visión, una nueva dirección en donde sus flores puede volar, y el huracán a cambio es acompañado de esas flores llenas de cariño, haciendo su recorrido feliz y emocionante, eran un par que se complementaba sin palabras, su primer lazo más cercano a tan temprana edad.

Y como madre, ella no podría ser más dichosa, ver como sus pequeñitos sonreían a lo grande frente a la cámara, y se acercaban el uno al otro para salir los más juntos que fuera posible, con unas risueñas expresiones en sus caras imparable, un brillo que se podría definir como la apariencia viva de la felicidad, la más pura felicidad.

Ellos al ir creciendo y ser conscientes de su condición, sólo acentuó más el lazo, saber que eran pocos lo que podrían presumir de tener un gemelo y que ellos fueran afortunados de tener uno, hacía que el otro cobrara una pesada importancia, no sólo por ser hermanos de sangre, también porque de cierta forma compartían mucho más que otros hermanos, como si una parte de ellos viviera latente en su contrario y su conexión fuera mucho más allá de lo que otros pueden presumir en entender al no pasar por las mismas condiciones.

Aquello era una situación excepcional, amigos y cercanos de la señora Fazbear esperaban emocionados los indicios de poder en sus pequeños, puesto que al ser de padres con individualidad, las probabilidades de que ellos también heredaran sus habilidades eran realmente altas. Los casos podían variar, algunos niños presentaban sus peculiaridades en plenos días de haber nacido, unos incluso antes de nacer (como eran los casos de personas con prótesis animal o alguna suma o falta de miembros en su anatomía por condiciones que pone su propios poderes) pero la edad de oro son los 4 años, edad aproximada en donde los poderes se materializan de forma notoria dado que el infante todavía no sabrían controlar su poder, y fue ahí, con sus cuatro añitos de edad que Fred llegó a dar una sorpresa.

Sería tonto pensar que ella no esperara el despertar de sus dones, pero admite que aun sabiendo todo eso la tomaron con la guardia baja en el momento en que su pequeño Freddy se acercó y jaló su camisa deportiva en plena rutina en el gimnasio, diciéndole a prisas y brincando:

— ¡Momi! ¡Momi! ¡Ted estaba levantando la pesa!

Ella detuvo la caminadora y le dedicó más atención a su pequeño.

— ¿Qué dices, cielo?

—Ted... —Vuelve a decir, mientras apunta con su manita a un lugar del gimnasio en donde se concentraba una multitud asombrada— Un señor le dijo a Ted que no podía levantar la pesa porque era muy pequeño, y Ted la levantó momi, tienes que mirarlo, vamos, vamos... —Insistía una y otra vez mientras jalaba su ropa.

Eso fue como alarma roja en los pensamientos de la madre, tomo a su hijo y se encaminó hacia la reunión de personas, escuchando comentarios con cada pasada. «Lo levanta como si nada» «Es tan pequeño» «Son más de 80kg»

Y lo vio, ahí en medio de la mirada desconcertada del público, al lado de un señor fornido que estaba con la mandíbula que caía al suelo, su pequeño Fred, su Fred de apenas cuatro años tomando una pesa por uno de sus extremos y con el otro apuntado al techo como si se tratada de una simple vara de madera.

Los ojos de la señora Fazbear, al igual que el resto, parecían querer salirse de sus orbitas ante la imagen.

— ¿Lo ves momi?! ¡Ted es fuerte! ¡Ted es muy fuerte! —Brincó Freddy emocionado.

— ¡Fred! —Llamó al salir del desconcierto.

El niño volteó hacia su madre, como si no estuviera cargando más de 80kg entre sus dos manitas, sin tambalearse ni un poco.

—Momi... —Dice con un parpadeo y después sonríe— Mira momi, dijo que no podría y sí pude, y lo hice yo solito momi.

—Fred... oh cielo, tus... tus ojos...

— ¿Eh?

— ¡Ted, tus ojos están rojos! —Dice el pequeño Freddy con genuino asombro, al notar que las iris oscuras en la mirada de su hermano quedaron opacadas con un color de rubí fuerte, casi eléctrico.

— ¿Mis ojos? —Repite Fred.

—S-señora... ¿ese es... s-su hijo? —Habló el hombre fortachón al lado de Fred.

—Ah, hijo, por favor, baja esa pesa, el señor debe seguir con su rutina.

—Bueno momi. —Y tal cual lo dijo soltó la pesa, esta dio un desagradable estruendo al caer, y luego otro cuando el extremo faltante también cayó al suelo, todos casi de forma instintiva dieron un paso atrás, la señora Fazbear se acercó con valor y tomó a su niño en brazos, evitando la mirada del público consternado lo mejor posible.

—Vamos al auto, Freddy.

—Sí, momi.

Días después de unos cuantos exámenes y pruebas quedo todo confirmado, su Fred había heredado súper fuerza, y justo como le pasaba a ella, en el momento en que utilizaban su poder y se rebasaba la fuerza de un niño promedio, sus ojos se tornaban de otro color, en su caso, un rojo brillante, como si se incendiaran de adrenalina listo para lo que venga.

Detalle que era bueno saber, así se podría comprobar si Fred hacia trampa a la hora de jugar con la pelota. El pequeño Fred estaba tan emocionado por su individualidad que buscaba cualquier excusa para usarla, desde ayudar a su mamá a cargar cosas en la limpieza profunda, hasta pasear a Freddy por toda la casa a sobre su espalda si sudar una gota o mostrar el mínimo esfuerzo.

Freddy también mostró euforia por su hermano, y pedía continuas demostraciones de su poder, e incluso hacia pequeños experimentos caseros para ver de lo que su hermano era capaz de lograr con su don, desde hacer adornos para su mamá con barras de hierro doblados como si fueran figuritas de globos para el jardín, hasta saltar tan alto que ya llegaba sin problemas al tejado de la casa.

El despertar de los poderes de Fred fue el detonante de muchas cosas, de muchos cambios, cambios que la señora Fazbear no quería dar importancia a la espera que su otro pequeño también despertara una cualidad, más los meses pasaron y Freddy no mostraba ningún indicio de tener algo fuera de lo habitual, el niño constantemente le preguntaba a su madre si también llegaría a ser como Fred, o como cualquier integrante asombroso de su familia.

— ¿Y si no tengo nada, mamá? ¿Y si soy...? —Ni siquiera lograba plantearlo, la idea le generaba diferentes emociones y conflicto, es decir, todos en su familia tenían algo excepcional ¿por qué no ocurría lo mismo con él?

— ¿Crees que eso sería algo malo, Freddy? —Le preguntó su madre en una ocasión.

Los ojos azules se quedaron en la nada, analizando la pregunta, luego, se tornaron algo triste tras llegar a una conclusión.

—Pues... si no tengo nada, entonces no podré ir con Fred a la misma escuela. —Se explicó, con un encogimiento de hombros y desviando la mirada a un lado.

Ese era el cambio más notorio y latente de todos, el hecho de que Fred al tener sus 6 años debía ser registrado por el gobierno oficialmente como un niño con individualidad, y ser acogido en un programa de formación infantil, una escuela primaria en donde se reunían a todos los niños de su condición para que aprendieran no sólo las enseñanzas básicas como leer y escribir, sino controlar su dones para que fuera seguro su integración en la sociedad, y después, más adelante, si ellos lo querían, podían optar de usar su individualidad por el bien social y solicitar ingreso para profesión de súper héroe.

Todo eso implicaba distanciamiento, como si Fred poco a poco se metía en un mundo que Freddy no puede acceder por completo dado a su falta de poderes, y que por ende, tuviera que resinarse a distanciarse de su único hermano al no ser compatible con su nuevo panorama.

Eso para la edad de 6 años parecía el fin de todo, como si arrancaran una parte de él que no merecía por el simple hecho de no haber desarrollado nada sobre humano.

—Mamá.

— ¿Si, cielo?

— ¿Por qué Freddy todavía no ha despertado poderes? —Consultó el otro gemelo picoteando su desayuno una mañana cualquiera, una en la que Freddy se encontraba durmiendo en el segundo piso.

—Quizás tu hermano tiene su propio ritmo, hay que darle su tiempo.

— ¿Y si simplemente no tiene poderes?

—¿Sería malo?

—No. —Apresura en decir, pero murmura con torpeza lo demás— es decir, quisiera que también fuera conmigo al programa... —Va hablando, dejando el plato a un lado— No me importaría si no llega a tener poderes, igual siempre parece que debemos esconderlo de los demás para no asustarlos, a Freddy se le haría más fácil, es más, puedo fingir ser normal mamá, si aparento ser como los otros niños entonces podría ir con Freddy a una primaria cualquiera. —Sonríe por su idea y mira a su mamá esperando aprobación.

Pero eso no fue lo que encontró.

—Fred, tú debes ir con los niños del programa, es lo correcto, tu condición es diferente.

—Pero mamá... yo sé esconderlo, puedo ser normal, es más, si me pides no usar mi fuerza, lo haría. —Sigue insistiendo— Por favor mamá, no quiero ir a ese programa sin Freddy, y Freddy también estará sólo en esa escuela si no estoy yo.

El corazón de esa madre se estruja conmovido al ver esa disposición en Fred a abstenerse de usar su poder con tal de estar con su gemelo, que por muy tentadora que fuera la idea, seguía siendo arriesgada, el programa infantil no se creó por mero capricho de los gobiernos mundiales, tenía un serio propósito, protección. Proteger a los niños con dones increíbles y hacerlos ver lo importante de controlarlos y usarlos por el bien humanitario. Era un camino que Fred tenía que recorrer, la súper fuerza que portaba era algo que debía tomarse con responsabilidad.

Pero esos ojos negros, brillosos y suplicantes se clavan en lo más hondo de ella, logrando arrebatarle contra su voluntad un pequeño...

—De acuerdo, lo pensaré. 


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