Capítulo nueve
Es la primera vez que veo mi figura en el espejo. Es en el de mi casa, uno que lleva décadas allí, enmarcado en cedro y de unos dos metros. He adelgazado mucho, la imagen que me devuelve aquel cristal da pena. El color de mi piel, desde mi tez hasta tobillos es de un pálido mustio y apagado. Mi juventud parece haberse escapado, como las pelusillas de un diente de león soplado por el viento. Envejecí décadas, entre la perdida y aquel vistazo fugaz del averno.
Tirito de solo pensarlo, por eso no lo hago, cada vez que vienen a mi esos recuerdos huyo de ellos, me obligo a alejarlos, pero... como si fueran palomillas devorándose las migas de mi cordura, se acercan, siempre regresan.
Tengo miedo; le temo al olvido. Temo que un día ya no recuerde el sonido profundo y dulce de su voz... la sonrisa de esa boca que me besaba con adoración, aquel índigo intenso de su mirada que hacía que todo tuviera sentido, que todo importara.
Muchos se han acercado en estos días. Parientes, amigos, conocidos. Conocen la razón de mi intento de suicidio y puedo verlo en sus ojos... me compadecen " Querer morir por amor, que locura" " Solo pensó en ella, y se olvido de sus pobres padres" murmuran, y puede que tengan razón. Fui egoísta al no tener en cuenta su dolor, soy su única hija, soy su todo... el terror de perderme aun lo llevan grabado en sus rostros.
Por ellos es que estoy frente al espejo observándome para luego hacer lo que ellos esperan: Bañarme, peinarme, vestir algo bonito y bajar a almorzar con ellos.
Lo haré, es necesario. Pero todo esto no hará que dejo de hacer lo otro. Aquello que es lo único que me mantiene cuerda. Esperarlo...porque sí, lo espero.
Y sé que vendrá, lo sé con la certeza de que mi madre cocina (un día más) mi comida predilecta. Con esa misma esperanza y con esa misma fe.
Él vendrá y yo lo recibiré. Vuelva como vuelva.
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