El sabor metálico inundó mi boca forzándome a escupir. Sangre. Mi vista comenzó a nublarse. Mis brazos presionaron mi abdomen golpeado. El dolor invadió mi sistema nervioso de forma abrupta y los latidos de mi corazón aumentaron su ritmo al punto de sentirlo explotar en mi pecho… se detuvo.

El mundo entró en pausa ante mí.

Una gota de sangre demostró que mi situación no era tan simple como un choque de adrenalina. Se escurrió perezosa por mi mentón y, tras perder el contacto con mi cuerpo, quedó suspendida en el aire. Inerte.

Contemplé la quietud que me rodeaba, completamente anonadado. Me dejé caer sentado al suelo, intentando no empeorar las lacerantes punzadas que recorrían mi cuerpo, y respiré lentamente.

Definitivamente esta no era mi noche o… tal vez sí…

Recuerdo que salí a correr para despejar mi mente antes de dormir. Supongo que cambiar las rutas no es una medida infalible contra los secuestros. Desde que abandoné las filas de la Armada Interestelar he intentado mantenerme en óptima forma pero, aun así, sin los aditamentos de los trajes multifuncionales es imposible evitar dardos tranquilizantes inesperados. Luego de perder el conocimiento en aquel sendero, con la humedad del rocío enfriando mi cuerpo tendido sobre la hierba, desperté por apenas unos momentos en una impoluta habitación. El cambio de escenario no logró afectarme o, al menos, no tanto como el verla a ella, mi antigua subalterna, con una sonrisa sádica y una mirada despectiva dirigida hacia mí.

«¿Qué sucedió con su mirada inocente y sus sonrojadas sonrisas?» me pregunté mientras la veía regodearse ante mí.

No tenía caso preguntarle y menos intentar escapar.

Kalissa se pavoneo maliciosa hacia mí, arrebató una jeringa de las manos de un “doctor” y la acercó a mi pupila amenazadora.

A cada segundo que pasaba el sudor frío comenzaba a cubrirme, mi visión se dilataba y la aguja se acercaba más y más.

–Ya no eres más que basura, Capitán –dijo dominante apartando la aguja–, y voy a divertirme mucho reciclándote –susurró con voz seductora que hacía pensar en una víbora antes de atacar y, como tal, clavó sin compasión la aguja en el inverso de mi muñeca.

Solo me permití liberar un pequeño gruñido de dolor mientras el contenido de esa inyección incineraba todos y cada uno de los vasos sanguíneos de mi cuerpo hasta que, liberadoramente, perdí el conocimiento.

Desorientado desperté en medio de este cuadrilátero, entre los gritos de la eufórica audiencia,  y frente a mí el bíblico Goliat asesino, ahora petrificado.

–No tengo idea de que está sucediendo –dije levantándome de apoco, aún sosteniendo mi abdomen magullado y viendo una marca dorada brillar en mi muñeca– pero no puedo dejar pasar esta oportunidad –resolví–. ¡Necesito vivir! –clamé.

Caminé hasta mi adversario mire el arsenal de armas que colgaban de su cuerpo. Tomé unas dagas gemelas que guardaba en su espalda, supongo que con el tiempo en pausa sería imposible usar un revólver, y sin mostrar misericordia apunté a su cuello.

«¿Qué estoy haciendo?» me pregunté en el último momento.

Este hombre tal vez sea una miserable víctima más.

–Kalissa –susurré mirando a mí alrededor.

No pude encontrar el objetivo de mi búsqueda por ninguna parte pero no me daré por vencido tan fácilmente.

Trepé con dificultad la malla que rodeaba el cuadrilátero y salí lentamente buscando a esa escoria.

–¡Acabaré contigo! –Declaré mientras cruzaba la salida, luego de revisar cada rincón del edificio sin resultados–. Esto no se quedará así –proclamé notando como el tiempo volvía a correr a mi alrededor–, dominaré este poder –dije sosteniendo mi pecho y notando que la marca en mi muñeca ya no brillaba–, acabaré contigo y con todas las cucarachas inmundas de la Armada Interestelar –susurré decidido perdiéndome en la multitud.

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