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🌹17🌹

Una tormenta toma el cielo de Múnich y decidimos poner fin al día de compras.

Cuando a las seis de la tarde Chungha me deja en la casa, Taehyung no está. Sarah me indica que ha ido a la oficina, pero que no tardará en llegar. Rápidamente subo las compras a la habitación y las escondo en el fondo del armario.

No quiero que las vea.

Pero antes de cambiarme miro por la ventana. Diluvia y recuerdo haber visto junto a los cubos de basura al perro abandonado.

Sin pensarlo dos veces, voy a la habitación de invitados y cojo una
manta.

Ya compraré otra.

Bajo a la cocina, cojo un poco de estofado de la nevera, lo pongo en un recipiente de plástico, lo caliento en el microondas y salgo de la casa. Camino con gusto entre los árboles hasta llegar a la reja; la abro y me acerco a los cubos de basura.

—Susto… —Le he bautizado con
ese nombre—. Susto, ¿estás ahí?

La cabeza de un delgado galgo color
canela y blanco aparece tras el cubo.

Tiembla.

Está asustado y, por su aspecto, debe de tener hambre y mucho…, mucho frío. El animal, receloso, no se acerca, y dejo elestofado en el suelo mientras lo animo a comer.

—Vamos, Susto, come. Está rico.

Pero el perro se esconde y, antes de
que yo le pueda tocar, huye despavorido.

Eso me entristece. Pobrecito. Qué miedo tiene a los humanos. Pero sé que va a volver. Ya son muchas las veces que lo he visto junto a los contenedores de basura, y dispuesto a hacer algo por él, con unas maderas y unas cajas, levanto una especie de improvisada caseta en un lateral. En el centro de la caja meto la manta que llevo y el estofado, y me voy.

Espero que regrese y coma.

Ya en la casa, subo de nuevo a mi habitación, me cambio de ropa y regreso al salón con la caja del árbol de Navidad.

Yong ho está jugando con la
PlayStation. Me siento a su lado y dejo
la enorme y colorida caja ante mis
piernas. Seguro que eso llamará su
atención.

Durante más de veinte minutos lo
observo jugar sin decir una sola palabra, mientras la pinche música atronadora del videojuego me destroza los tímpanos. Al final, claudico y pregunto a voz en grito:

—¿Te apetece poner el árbol de
Navidad conmigo?

Yong ho me mira ¡por fin! Para la música.

¡Oh…, qué gusto! Después observa la caja.

—¿El árbol está ahí metido? —
pregunta, sorprendido.

—Sí. Es desmontable, ¿qué te
parece? —contesto, abriendo la tapa y
sacando un trozo.

Su cara es un poema.

—No me gusta —afirma rápidamente.

Sonrío, o le doy un manotazo.

Decido sonreír.

—He pensado en crear nuestro
propio árbol de Navidad. Y para ser
originales y tener algo que nadie tiene, lo decoraremos con deseos que
leeremos cuando quitemos el árbol.
Cada uno de nosotros escribirá cinco
deseos. ¿Qué te parece?

Yong ho pestañea. He logrado atraer su atención, y enseñándole un cuaderno, un par de bolígrafos y cinta de colores, añado:

—Montamos el árbol y luego en
pequeños papelitos escribimos deseos. Los enrollamos y los atamos con la cinta de colores. ¿A que es una buena idea?

El pequeño mira el cuaderno.

Después, me mira fijamente con sus
ojazos oscuros y sisea:

—Es una idea horrible. Además, los
árboles de Navidad son verdes, no rojos.

¡Qué poca imaginación!

Si ese pequeño enano dice eso, ¿qué dirá su tío?

Vuelve al juego y la música atruena de nuevo. Pero dispuesto a poner el árbol y disfrutar de ello, me levanto y con seguridad grito para que me oiga:

—Lo voy a poner aquí, junto a la
ventana —digo mientras observo que
sigue diluviando y espero que Susto
haya regresado y esté comiendo en la
caseta—. ¿Qué te parece?

No contesta. No me mira. Así pues,
decido ponerme manos a la obra.

Pero la música chirriante me mata y opto por mitigarla como mejor puedo.

Enciendo el iPod que llevo en el
bolsillo de mi pantalón, me pongo los
auriculares y, segundos después, tarareo.

Encantado con mi musiquita, me
siento en el suelo, saco el árbol, lo
desparramo a mi alrededor y miro las
instrucciones.

Soy el rey del bricolaje, por lo que en diez minutos ya está montado. Es precioso.

Rojo…, rojo brillante.

Miro a Yong ho. Él sigue jugando ante el televisor.

Cojo el bolígrafo y el cuaderno y
comienzo a escribir pequeños deseos.

Una vez que tengo varios, arranco las
hojas y las corto con cuidado. Hago
dibujitos navideños a su alrededor. Con algo me tengo que entretener.

Cuando estoy satisfecho enrollo mis deseos y los ato con la cinta dorada. Así estoy durante más de una hora, hasta que de pronto veo unos pies a mi lado, levanto la cabeza y me encuentro con el cejo fruncido de mi Iceman.

¡Vaya!

Rápidamente me levanto y me quito
los auriculares.

—¿Qué es eso? —dice mientras
señala el árbol rojo.

Voy a responder cuando el enano de
ojos grandes se acerca a su tío y, con
el mismo gesto serio de él, responde:

—Según él, un árbol de Navidad.
Según yo, una caca.

—Que a ti te parezca una ¡caca! mi
precioso árbol no significa que se lo
tenga que parecer a él —contesto con
cierta acritud. Después miro a Taehyung y añado—: Vale…, quizá no pegue con tu salón, pero lo he visto y no me he podido resistir. ¿A que es bonito?

—¿Por qué no me has llamado para
consultármelo? —suelta mi alemán
favorito.

—¿Para consultarlo? —repito,
sorprendido.

—Sí. La compra del árbol.

¿Lo mando a la mierda, o lo insulto?

Al final, decido respirar antes de
decir lo que pienso, pero, molesto,
siseo:

—No he creído que tuviera que
llamarte para comprar un árbol de
Navidad.

Taehyung me mira…, me mira y se da
cuenta de que me estoy enfadando, y
para intentar aplacarme me coge la
mano.

—Mira, Kook, la Navidad no es mi
época preferida del año. No me gustan
los árboles ni los ornamentos que en
estas fechas todo el mundo se empeña en poner. Pero si querías un árbol, yo podía haber encargado un bonito abeto.

Los tres volvemos a mirar mi
colorido árbol rojo y, antes de que Taehyung vuelva a decir algo, replico:

—Pues siento que no te guste el
período navideño, pero a mí me encanta. Y por cierto, no me gusta que se talen abetos por el simple hecho de que sea Navidad. Son seres vivos que tardan muchos años en crecer para morir porque a los humanos nos gusta decorar nuestro salón con un abeto en Navidad.—Tío y sobrino se miran, y yo prosigo —: Sé que luego algunos de esos árboles son replantados. ¡Vale!, pero la mayoría de ellos terminan en el cubo de
la basura, secos. ¡Me niego! Prefiero un árbol artificial, que lo uso y cuando no lo necesito lo guardo para el año siguiente. Al menos sé que mientras está guardado ni se muere ni se seca.

La comisura de los labios de Taehyung se arquea. Mi defensa de los abetos le hace gracia.

—¿De verdad que no te parece
precioso y original tener este árbol? — pregunto aprovechando el momento. Con su habitual sinceridad, levanta las cejas y responde:

—No.

—Es horrible —cuchichea Yong ho.

Pero no me rindo. Obvio la
respuesta del niño y, mimoso, miró a mi chico.

—¿Ni siquiera te gusta si te digo que
es nuestro árbol de los deseos?

—¿Árbol de los deseos? —pregunta Taehyung.

Yo asiento, y Yong ho contesta mientras toca uno de los deseos que yo ya he colgado en el árbol:

—Él quiere que escribamos cinco
deseos, los colguemos y después de las Navidades los leamos para que se
cumplan. Pero yo no quiero hacerlo.

—Faltaría más que tú quisieras —
susurro demasiado alto.

Taehyung me reprocha mi comentario con la mirada y, el pequeño, dispuesto a hacerse notar, grita:

—Además, los árboles de Navidad
son verdes y se decoran con bolas. No
son rojos ni se adornan con tontos
deseos.

—Pues a mí me gusta rojo y decorarlo con deseos, mira por dónde —insisto.

Taehyung y Yong ho se miran. En sus ojos veo que se comunican.

¡Malditos!

Pero consciente de que quiero mi árbol ¡rojo! y lo mucho que voy a tener que bregar con estos dos gruñones, intento ser positivo.

—Venga, chicos, ¡es Navidad!, y una
Navidad sin árbol ¡no es Navidad!

Taehyung me mira. Yo lo miro y le pongo ojos de cachorrito. Al final, sonríe.

¡Punto para Corea!

Yong ho, enfadado, se va a alejar
cuando Taehyung lo agarra del brazo y dice, señalándole el cuaderno:

—Escribe cinco deseos, como Kook te
ha pedido.

—No quiero.

—Yong…

—¡tío! No quiero.

Taehyung se agacha. Su cara queda frente a la del pequeño.

—Por favor, me haría mucha ilusión
que lo hicieras. Esta Navidad es
especial para todos y sería un buen
comienzo con Kook en casa, ¿vale?

—Odio que él me tenga que cuidar
y mandar cosas.

—Yong… —insiste Taehyung con dureza.

La batalla de miradas entre ambos es
latente, pero al final la gana mi Iceman.

El pequeño, furioso, coge el cuaderno,
rasga una hoja y agarra uno de los lapiceros.

Cuando se va a marchar, le digo:

—Yong ho, toma la cinta verde para que los ates.

Sin mirarme, coge la cinta y se
encamina hacia la mesita que hay frente a la tele, donde veo que comienza a escribir. Con disimulo me acerco a Taehyung y, poniéndome de puntillas, cuchicheo:

—Gracias.

Mi alemán me mira. Sonríe y me
besa.

¡Punto para Alemania!

Durante un rato hablamos sobre el
árbol y tengo que reír ante los
comentarios que él hace. Es tan clásico para ciertas cosas que es imposible no reír.

Segundos después, Yong ho llega hasta nosotros, cuelga en el árbol los deseos
que ha escrito y, sin mirarnos, regresa al sillón. Coge el mando de la Play, y la
música chirriante comienza a sonar.

Taehyung, que no me quita ojo, recoge el cuaderno del suelo y el bolígrafo, y
pregunta cerca de mi oído:

—¿Puedo pedir cualquier deseo?

Sé por dónde va.

Sé lo que quiere decir y, meloso,
murmuro acercándome más a él:

—Sí, señor Kim, pero recuerde que pasadas las Navidades los leeremos todos juntos.

Taehyung me observa durante unos
instantes, y yo sólo pienso sexo…,sexo…, sexo.

¡Dios mío!

Mirarlo me excita tanto que me estoy convirtiendo en un ¡esclavo del sexo!

Al final, mi morboso novio asiente, se aleja unos metros y sonríe.

¡Guau!

Cómo me pone cuando me mira así. Esa mezcla de deseo, perdonavidas y mal genio ¡me encanta!

Soy así de masoquista.

Durante un rato, le veo escribir
apoyado en la mesita del comedor.

Deseo saber sus deseos, pero no me
acerco. Debo aguantar hasta el día que he señalado para leerlos. Cuando acaba, los dobla y le doy la cinta plateada para que los ate.

Tras colgarlos él mismo en el árbol, me mira con picardía y, acercándose a mí, mete algo dentro del bolsillo delantero de mi sudadera.

Después, me besa en la punta de la nariz y apunta:

—No veo el momento de cumplir
este deseo.

Divertido, sonrío. Calor… ¡Dios,
qué calor! Y poniéndome de puntillas le doy un beso en la boca mientras mi
corazón va a mil por hora.

Tras un cómplice azotito en mi trasero que me hace saber lo mucho que me desea, Taehyungse sienta junto a su sobrino. Yo aprovecho, saco la pequeña caja que ha metido en mi bolsillo junto a un papel y leo:

—Mi deseo es tenerte desnudo esta
noche en mi cama para usar tu regalo.

Sonrío.

¡SEXO!

Con curiosidad, abro la cajita y
observo algo metálico con una piedra
verde. ¡Qué lindo!

¿Para qué será?

Y mi cara de sorpresa es para verla cuando leo que en el papel pone: «Joya anal Rosebud».

¡Vaya…!

Me entra la risa.

Alegre, camino hacia la ventana
mientras el calor toma mi cara, y
continúo leyendo:

«Joya anal de aceroquirúrgico con cristal de Swarovski. Ideal para decorar el ano y estimular la zona anal».

¡Qué fuerteeeeee!

Observo, acalorado, que Taehyung me
mira. Con comicidad levanto el pulgar en señal de que me ha gustado, y ambos nos reímos.

Esta noche ¡será genial!

Tras la cena, propongo jugar una
partida al Monopoly de la Wii. Tirada a tirada nos vamos animando. Al final,
dejamos que Yong ho gane y se va pletórico a dormir. Cuando nos quedamos solos en el salón, Taehyung me mira. Su mirada lo dice todo.

Impaciencia.

Lo beso y murmuro en su oído:

—Te quiero en cinco minutos en la
habitación.

—Tardaré dos —contesta con
autoridad.

—¡Mejor!

Dicho esto, salgo del salón. Corro
escaleras arriba, entro en nuestra
habitación, me desnudo, dejo la joya junto al lubricante sobre la almohada y me tiro sobre la cama a esperarlo. No hay tiempo para más.

La puerta se abre, y mi corazón late
con fuerza. Excitación. Taehyung entra, cierra la puerta, y sus ojos ya están sobre mí.

Camina hacia la cama y lo observo
mientras se quita la camiseta gris por la cabeza.

—Tu deseo está esperándote donde
lo querías.

—Perfecto —responde con voz
ronca.

Como un lobo hambriento, me mira.
Veo que echa un vistazo a la joya y sonríe. El deseo me consume. Tira la
camiseta al suelo y se pone a los pies de la cama.

—Flexiona las piernas y ábrelas.

¡Dios…, Dios…!, ¡qué calor!

Hago lo que me pide y siento que
comienzo a respirar ya con dificultad.


1/2

Dividí este cap en dos partes, asi que esperen hasta mañana :3

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