🌹03🌹
Pasa el viernes, ¡y el mundo no se acaba! Los mayas no acertaron.
El sábado me despierto muy pronto.
Estoy agotado por mi trabajo de camarero, pero ¡es lo que hay! Miro por la ventana.
¡No llueve!
¡Bien!
Saber que Taehyung está a pocos kilómetros de donde me encuentro y que puede haber alguna posibilidad de que lo vea me inquieta en exceso.
No comento nada en casa.
No quiero que esto los altere y, cuando llegan los amigos de papá con
el remolque de la moto y mi padre monta junto a Hoseok, sonrío.
—¡Vamos, bebé! —grita mi padre—. Ya está todo preparado.
Mi hermana, mi sobrina y yo salimos de casa con la bolsa de deporte, y al llegar al auto me alegro al ver aparecer a Yugyeom.
—¿Te vienes? —pregunto.
Él, jovial, asiente.
—Dime cuándo he faltado yo a una de tus carreras.
Nos dividimos en dos autos. Mi padre, mi sobrina, y sus amigos van en un auto, y mi hermana, Hoseok, Yugyeom y yo, en otro.
Cuando llegamos nos dirigimos al lugar donde se va a celebrar el evento. Está a rebosar de gente, como todos los años.
Tras hacer la cola para comprobar la inscripción y que le den un número de dorsal, mi padre regresa feliz.
—Eres el número 87, bebé.
Le dedico un gesto de asentimiento y miro a mi alrededor en busca de Min ho.
No lo veo. Demasiada gente.
Compruebo mi móvil. Ni un solo mensaje.
Me encamino con mi hermana hacia los improvisados vestuarios que la organización ha dispuesto para los participantes.
Mi hermana me coloca las protecciones de las rodillas.
—Jungkook, algún año le tendrás que decir a papá que esto ya no lo haces —asevera—. No puedes seguir dando saltos sobre una moto eternamente.
—¿Y por qué no, si me gusta…?
Yang mi sonríe y me da un beso.
—También tienes razón. En el fondo admiro al guerrero que hay en ti.
Por primera vez en varios días, mi sonrisa es abierta y conciliadora.
Hago algo que me gusta, y eso se ve en mi cara. Pasa un hombre vendiendo bebidas y mi padre me compra una coca-cola.
Complacido, empiezo a tomármela cuando mi hermana exclama:
—¡Aisss, Jungkook!
—¿Qué?
—Creo que has coqueteado.
La miro, y acercándose a mí con comicidad, susurra:
—El corredor que lleva el dorsal 66, el de tu derecha, no para de mirarte.
Y no es por nada, pero el tipo está bueno.
Curioso, me vuelvo y sonrío al reconocerlo. Éste me guiña el ojo, y ambos nos movemos para
saludarnos. Nos conocemos desde hace años. Es de un pueblo de al lado de Busan. A los dos nos apasiona el motocross y solemos coincidir de vez en cuando en algunas carreras.
Hablamos durante un rato.
Él, como siempre, es encantador conmigo. Un bomboncito.
Cojo lo que me entrega, me despido de él y regreso junto a mi hermana.
—¿Qué llevas en la mano?
—Mira que eres chismosa, Yang mi —le reprocho. Pero al comprender que no me dejará en paz hasta que se lo enseñe, respondo—: Su número de teléfono, ¿contenta?
Mi hermana primero se tapa la boca y después suelta:
—¡Aisss, Tontoo!, si vuelvo a nacer pido ser tú.
Me echo a reír justo en el momento en que oigo:
—¡Jungkook!
Me vuelvo y me encuentro con la maravillosa sonrisa de Min ho, que corre hacia mí con los brazos
abiertos. Lo recibo con satisfacción y lo abrazo, cuando me percato de que tras él van Woojin y Taehyung.
—El mundo no se ha acabado —murmura Min ho.
—Te lo dije —contesto, alegre.
¡Diosssssssss! ¡Taehyung ha venido! El estómago se me encoge y, de pronto, toda mi seguridad comienza a esfumarse.
¿Por qué seré tan imbécil?
¿Acaso el amor nos hace volvernos inseguros?
Vale…, en mi caso, rotundamente sí.
Sé lo que supone para Taehyung haber acudido a un evento como éste.
Dolor y tensión. Aun así,
decido no mirarle.
Sigo enfadado con él. Tras abrazar a Min ho, saludo con cariño a Woojin y al pequeño niño, que está en sus brazos y, cuando le toca a Taehyung, articulo sin mirarle:
—Buenos días, señor Kim.
—¡Hola, Kook!
Su voz me inquieta.
Su presencia me inquieta.
Todo él ¡me inquieta!
Pero saco las fuerzas que guardo en mi interior para momentos así, vuelvo la cabeza y digo a mi
desconcertada hermana:
—Yang mi, ellos son Min ho, Woojin y sus pequeño hijo, y él es el señor Kim.
La cara de mi hermana y de todos es un poema. La frialdad que demuestro al referirme a Taehyung los desconcierta a todos menos a él, que me mira con su habitual gesto de mal genio.
En ese instante, aparece Yugyeom.
—Jungkook, sales en la siguiente manga —me advierte.nDe pronto, ve a Taehyung y se queda parado. Ambos se saludan con un movimiento de cabeza, y yo miro a Min ho.
—Tengo que dejarlos. Me toca salir.
Min ho, soy el número 87. Deséame suerte.
Cuando me doy la vuelta, el motero con el que he hablado antes, se acerca a mí y chocamos los nudillos. Me desea ¡suerte! Yo sonrío y, sin más, me alejo acompañado por Yangmi y Yugyeom.
Cuando estamos lo suficientemente lejos de los otros me dirijo a mi hermana, entregándole el papel que llevo en las manos:
—Grábame el número de teléfono en mi móvil, ¿de acuerdo?
Mi hermana asiente y lo agarra.
—¡Carajo, Tonto! —profiere—. ¡Taehyung ha venidooooooooo!
Con gesto incómodo, a pesar de mi tonta alegría interior, ironizo:
—¡Oh, qué emoción!
Pero mi hermana es una romántica empedernida.
—¡Jungkook, por el amor de Dios! Él está aquí por ti, no por mí, ni por otro.
¿Es que no lo ves? Ese pedazo de tipo está loco por ti.
Siento deseos de estrangularla.
—Ni una palabra más, Yang mi. No quiero hablar de ello.
Mi hermana, sin embargo…, ¡es mi hermana!
—Por cierto —insiste—, eso de llamarlo por su apellido ha tenido su gracia.
—¡Yang mi, cállate!
Pero como es lógico en ella, vuelve a la carga.
—¡Guau, cuando se entere papá!
¿Papá? Me paro en seco. La miro y aclaro.
—Ni una palabra a papá de que él está aquí, y antes de que prosigas con tu cotorreo de telenovela, te recuerdo que el señor Kim y yo ya nada tenemos que ver. ¿Qué es lo que no has entendido? Yugyeom, que está con nosotros, intenta poner paz.
—¡Chicos, vamos!, no discutan. No merece la pena.
—¡Cómo que no merece la pena! — le recrimina mi hermana—. Taehyung es…
—Yang mi… —protesto.
Yugyeom, que siempre se divierte con nuestras extrañas discuconversaciones, dice, mirándome:
—¡Vamos, Jungkook!, no te pongas así.Quizá debas escuchar a tu hermana y…
Incapaz de aguantar un segundo más las palabras de estos dos, miro a mi amigo con mal genio y grito:
—¡¿Por qué no cierras el pico?! Te aseguro que estás más guapo.
Yugyeom y mi hermana intercambian una mirada y se ríen. ¿Se han vuelto idiotas?
Llegamos a donde está mi padre con sus amigos. Me pongo el casco, las gafas de protección y escucho lo que mi padre me tiene que decir en cuanto a los reglajes de la moto.
Después, monto y me dirijo hacia la puerta de entrada.
Aquí espero junto a otros participantes a que nos dejen entrar en pista.
Nervioso tras mis gafas miro hacia donde está Taehyung. No puedo obviarle.
Además, es tan alto que es imposible no verle. Está impresionante con esos pantalones negra que lleva.
¡Qué guapo, por Dios!
Es el típico hombre que hasta con una lechuga podrida en la cabeza estaría impresionante.
Habla con Woojin y Min ho, pero lo conozco; su gesto denota tensión. Me busca con la mirada.
Esto me hace aletear el corazón. Pero soy pequeño y, entre tanto motorista vestido igual, no consigue localizarme, lo que me da ventaja.
Yo le puedo observar tranquilamente y disfrutar de las vistas.
Cuando la pista se abre, los jueces nos colocan en nuestra posición en la parrilla de salida. Nos advierten que hay varias mangas de nueve personas, da igual hombre o mujer, y que de momento los cuatro primeros de cada manga se clasifican para las siguientes.
Situado en mi posición, oigo la vocecita de mi sobrina llamarme y asiento. Ella ríe y aplaude.
¡Qué linda que es! Pero mi mirada vuela a Taehyung.
No se mueve. Casi no respira.
Pero ahí está, dispuesto a ver la carrera a pesar de la angustia que sé que esto le va a ocasionar.
De nuevo, me centro en mi cometido.
He de entrar entre los cuatro primeros si me quiero clasificar para las siguientes rondas. Despejo
mi mente y doy gas a la moto.
Me concentro en la carrera y me olvido del resto. Debo hacerlo.
Los instantes previos a la salida siempre me suben la adrenalina. Oír el bronco acelerar de los motores a mi alrededor me pone la piel de gallina, y cuando el juez baja la bandera, acciono a tope el acelerador y salgo disparado. Tomo buena posición desde el principio y, como me ha advertido mi padre, tengo cuidado en la primera curva, que está demasiado bacheada.
Salto, derrapo, ¡me divierto! Y al llegar a una bajada espectacular disfruto como un loco mientras veo que el corredor de mi derecha pierde el control de su moto y se cae.
¡Vaya golpe que se ha dado!
Acelero, acelero, acelero, y vuelvo a saltar. Derrapo, acelero, salto, derrapo de nuevo, y tras tres vueltas al circuito, en tanto otra gente va cayendo, llego entre los cuatro primeros.
¡Bien!
Me clasifico para la siguiente ronda.
Cuando salgo de la pista, mi padre,
más feliz que una perdiz, me abraza.
Todos se congratulan de mi éxito mientras yo me quito las embarradas gafas. Mi sobrina está emocionada y no para de dar saltitos. Su tío es su héroe, y yo estoy muy contento por ella.
Mi amigo sale en la siguiente manga. Al pasar por mi lado choco los nudillos con él otra vez. En ese
instante, Min ho se acerca y, encantado de la vida, grita:
—¡Felicidades! ¡Oh, Dios, Jungkook!, ha sido impresionante.
Sonrío y bebo un trago de coca-cola.
Estoy sediento.
Miro más allá de Min ho y no veo que Taehyung venga a abrazarme. Lo localizo a varios metros de distancia, con el hijo de Min ho en brazos, hablando con Woojin.
—¿No vas a saludarlo? —pregunta Min ho.
—Ya lo he saludado.
Él sonríe y se me aproxima aún más.
—Eso de llamarle señor Kim tiene su morbo —murmura—, pero en serio, ¿de verdad que no te vas a acercar a él?
—No.
—Te aseguro que ha hecho un gran esfuerzo por venir. Y sabes por qué lo digo.
—Lo sé —respondo—, pero se podía haber evitado el viaje.
—¡Vamos, Jungkook…! —insiste Min ho.
Hablamos durante un rato, pero, como dice mi padre, me niego a dar mi brazo a torcer. No me voy a acercar a Taehyung.
No se lo merece.
Él me dijo que lo nuestro había acabado, y yo le devolví el anillo. Fin del asunto.
La mañana transcurre y yo voy superando rondas, tantas que llego a la final. Taehyung continúa
ahí y le veo hablar con mi padre.
Ambos están concentrados en la conversación, y ahora mi padre
sonríe y le da un varonil golpe en la espalda. ¿De qué charlarán?
He observado cómo Taehyung me ha buscado continuamente con la mirada.
Esto me excita, aunque me he mantenido al margen. Ha intentado acercarse a mí, pero cada vez
que he adivinado su intención, me he escabullido entre la gente y no me ha encontrado.
—Tienes cara de querer tomar una coca-cola, ¿verdad?
Me vuelvo y veo a mi amigo ofreciéndomela.
Lo acepto y mientras esperamos que nos avisen para correr la última carrera nos sentamos a tomar el refresco.
Taehyung, no lejos de mí, se quita las gafas. Quiere que yo sepa que me está mirando.
Pretende que conozca su enfado.
Pero incluso con ellas puestas ya sé cómo me mira. Finalmente, le doy la espalda, pero aun así siento sus ojos sobre mí.
Esto me incomoda y, a la par, me excita.
Durante un buen rato, mi amigo y yo hablamos, reímos y observamos a otros compañeros correr la última ronda de clasificación. Mi pelo flota al viento, y amigo coge un mechón y me lo pone tras la oreja.
¡Vaya, eso al señor Kim le habrá sacado de sus casillas!
No quiero ni mirar.
Pero al final el morboso que vive en mí lo hace y, efectivamente, su gesto ha pasado de incomodidad a enfado total.
¡Anda y que le den!
Nos avisan de que en cinco minutos se correrá la última carrera. La definitiva. Mi amigo y yo nos
levantamos, chocamos los nudillos, y cada uno se encamina hacia su moto y su grupo. Mi padre me entrega el casco y las gafas, y acercándose a mí, pregunta:
—¿Estás encelando a tu novio con ese amigo tuyo?
—Papá…, yo no tengo novio — afirmo.
Él se ríe, y antes de que diga nada más, añado—: Si te refieres a quien yo creo, ya te dije que terminamos. ¡Se acabó!
Mi padre suspira.
—Creo que Taehyung no piensa como tú. No da lo suyo por finalizado.
—Me da igual, papá.
—¡Ay!, eres igualito de cabezón que tu madre. ¡Igualito!
—Pues mira…, me alegro — contesto, malhumorado. Mi padre asiente, resopla y me suelta con gesto divertido:
—¡Aisss, bebé!—Se ríe—. Yo no dejé escapar a tu madre, y Taehyung no te va a dejar escapar a ti. Son demasiado preciosos e interesantes.
Con rabia, me ajusto el casco y me pongo las gafas. No quiero hablar.
Acelero y llevo mi moto hasta la parrilla de salida. Una vez aquí, como en las anteriores mangas, me concentro, y mientras espero la salida, acelero mi motor repetidamente.
La diferencia es que ahora estoy enfadado, muy enfadado, y esto me hace ser más loco. Mi padre, que me conoce mejor que nadie en el mundo, me hace señas con las manos desde su posición para que baje mi intensidad y me relaje.
La carrera comienza y sé que tengo que hacer una buena salida si quiero conseguir mi objetivo.
La hago y corro como alma que lleva el diablo. Me arriesgo más y disfruto, con la adrenalina por los aires, mientras salto y derrapo.
Con el rabillo del ojo, veo que mi amigo y otro más me adelantan por la derecha. Acelero. Consigo rebasar a la otra moto, pero mi amigo es muy bueno, y antes de llegar a la zona bacheada, acelera y salta los baches que a mí me hacen perder tiempo y casi caerme.
Pero no, no me caigo. Aprieto los dientes; consigo mantener el control de la moto y continúo acelerando. No me gusta perder.
Le doy aún más gas a la moto. Me acerco a mi amigo. Lo rebaso. Me pasa otra vez.
Derrapamos y un tercer corredor nos adelanta a los dos.
¡A por él!
Acelero a tope, consigo llegar hasta él y dejarlo atrás. Ahora, mi amigo salta, arriesga y me pasa por la izquierda.
Acelero…,
acelera…,
todos aceleramos.
Cuando paso por la línea de meta y el juez baja la bandera a cuadros, levanto el brazo.
¡Segundo!
Mi amigo, primero.
Damos una vuelta por el circuito y saludamos a todos los asistentes.
Recibir sus aplausos y contemplar sus felices caras nos hace sonreír. Cuando paramos, mi amigo viene hacia mí y me abraza. Está contento, y yo lo estoy también.
Sé que esa cercanía a Taehyung no le estará gustando. Lo sé. Pero la necesito, e inconscientemente quiero provocarlo.
Soy dueño de mi vida.
Soy dueño de mis actos, y ni él ni nadie conseguirá doblegar mi voluntad.
Mi padre y todos los demás salen ala pista para felicitarnos. Mi hermana me abraza, al igual que
mi cuñado, Yugyeom, mi sobrina, Min ho.
Todos me gritan «campeón» como si hubiera ganado un campeonato del mundo.
Taehyung no se acerca. Se mantiene en un segundo plano. Sé que espera que sea yo el que me aproxime, que vaya como siempre a él.
Pero no.
En esta ocasión, no.
Cuando en el podio nos dicen el dinero que se ha recaudado para los regalos de los niños, alucino.¡Qué dineral!
Instintivamente sé que una gran cantidad de ese dinero lo ha donado Taehyung. Lo sé. No hace falta que nadie me lo diga.
Encantado al escuchar la cantidad, sonrío. Todos aplauden, incluido Taehyung.
Su gesto está más relajado y veo el orgullo en su expresión cuando levanto mi copa. Esto me
conmueve y me atiza el corazón.
En otro momento, le habría guiñado un ojo y le habría dicho con la mirada «te quiero», pero ahora no.
Ahora no.
Cuando bajo del podio me hago miles de fotos con mi amigo y con todo el mundo. Media hora después, la gente se dispersa y los corredores comenzamos a recoger nuestras cosas.
Mi amigo, antes de marcharse, se acerca a mí y me recuerda que estará en su pueblo hasta el día 6 de enero.
Prometo llamarlo, y él asiente.
Cuando salgo de los vestuarios con mi traje de corredor en mano me agarran del brazo y noto que tiran de mí.
Es Taehyung.
Durante unos segundos nos miramos.
¡Oh, Dios! ¡Oh, Diossssssssss!
Ese gesto suyo tan serio me vuelve loco.
Sus pupilas se dilatan.
Me dice con la mirada cuánto me necesita y, al ver que yo no respondo, me atrae hacia él.
Cuando me tiene cerca de su boca, murmura:—Me muero por besarte.
No dice más.
Me besa, y unos desconocidos que están a nuestro alrededor aplauden encantados por la demostración de efusividad. Durante unos segundos, dejo que Taehyung saquee mi boca.
¡Guau! Lo disfruto locamente.
Cuando se separa de mí, Iceman comenta con voz ronca, mirándome a los ojos:
—Esto es como en las carreras, cariño: quien no arriesga no gana.
Asiento. Tiene razón.
Pero dejándolo totalmente descolocado, respondo, consciente de lo que digo:
—Efectivamente, señor Kim.
El problema es que usted ya me ha perdido.
De inmediato, su mirada se endurece.
Me separo de él, dándole un empujón, y camino hacia el auto de mi cuñado.
Taehyung no me sigue.
Intuyo que se ha quedado parado por lo que acabo de decir mientras sé que me observa.
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