CAPÍTULO VEINTISIETE - JAMÓN DE BELLOTA
CARMEN
La semana que viene no hay clase y los exámenes comienzan una semana después. Los tengo al día, por lo que he quedado con Antonio en ir a trabajar algunas tardes y por eso hoy me ha dado el día completamente libre, aunque también trabajé el viernes ocho horas y ayer catorce.
Necesito un masaje, así que, a pesar de ser las nueve de la mañana de un domingo, llamo a mi masajista preferido. Esta semana no nos hemos visto y él sigue afirmando que solo somos amigos, pero hemos hablado todos los días por teléfono.
—Buenos días, bonica —responde Guillermo al teléfono.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto, cariñosamente.
—Acabo de llegar de nadar.
—Te invito a desayunar —le digo para poder verlo.
—Eric me trajo ayer un jamón de bellota ibérico de Monesterio que está casi mejor que tus orgasmos —me dice el muy idiota.
—¿Me estás invitando a desayunar a tu piso o a otra cosa? —tonteo un poco.
—A desayunar y luego que surja lo que tenga que surgir —me sigue él la corriente.
—Cojo la moto y estaré en tu piso en cinco minutos—le respondo, entusiasmada.
—Prefiero que tardes quince minutos y que vengas caminando. Eric me va a invitar a almorzar y, si no tienes otra cosa que hacer, podrías venir con nosotros —me pregunta y mi corazón comienza a latir acelerado, porque tengo ganas de estar a solas con él en su habitación, pero más ganas tengo de pasar todo el día con él, aunque Eric nos acompañe.
El paseo me viene bien para calmarme un poco. Sé que no debería ser tan optimista después de todas las veces que Guillermo ha desaparecido de mi vida, pero la esperanza es lo último que se pierde, o eso es lo que me dijo Mercedes el viernes cuando vino con su hijo y su madre a cenar a la hamburguesería.
Vinieron tempranísimo porque, según Eric, a ellas les gusta hacer merienda-cena. Guillermo no pudo venir, puesto que estaba trabajando, pero aprovecharon para cotillear sobre todo lo que hemos estado haciendo Guillermo y yo últimamente.
Para mi sorpresa, la abuela lo celebró cuando Eric se enteró de que por fin su primo había intimado de verdad con una chica, aunque aún siguiese siendo virgen.
La abuela es divertidísima y me estuvo contando locuras que hacía su nieto de pequeño y no tan pequeño, como cuando le dio un raquetazo a un amigo jugando al pádel y cuando lo llevaron al médico y no lo dejaban pasar a con él, hizo creer a todo el mundo que acababa de perder la visión y así entrar en la clínica y estar con su amigo.
Pero la abuela no se queda atrás y entre ella y Mercedes me contaron con todo lujo de detalles cómo habían escogido a una prostituta que olía bien y con una piel suave, aunque nunca podrán olvidar la nariz tan horrorosa que tenía, para que se le insinuara a Guillermo por su vigésimo cumpleaños y así tuviese relaciones con una chica por primera vez.
Guillermo no quiso ni tocarla y la mujer acabó confesándoselo todo. Imagino la cara que habrá puesto él, con lo poco que le gusta que se metan en su vida.
Solo pude sentarme con ellos veinte minutos, porque luego comenzaron a llegar clientes y tuve que ponerme a trabajar, que es para lo que me pagan.
—¡Hola! —le grito en cuanto veo a Guille por fuera de su portal.
Tiene ropa de deporte puesta y me encanta. He hablado con Lola sobre lo atractivo que me parece Guillermo y lo bien que está sin nada puesto y es de la opinión de que cuando nos enamoramos, vemos a esa persona con otros ojos, es decir, más guapo, más mono y mucho más atractivo de lo que en realidad es.
Puede que tenga razón y por eso dicen que el amor es ciego.
—¡Qué bien hueles! —me dice en tono cariñoso mientras me abraza.
—Te eché mucho de menos —le digo mimosa yo también.
—Y yo, bonica —me responde antes de darme un casto beso en los labios.
Subimos abrazados en el ascensor y cuando una pareja sube en la primera planta, nos mira y nos sonríe. Nos saludan y Guillermo los saluda por su nombre. El edificio es pequeño y seguro que se conocen todos los vecinos.
—¿Qué estás escuchando? —le pregunto, cuando entramos en el piso y la música está sonando.
—High hopes de Kopelina.
—No la conozco —admito.
—Tiene al menos diez años y no recuerdo que la pusieran en la radio —me dice mientras me lleva a la cocina de la mano.
—¡Vaya! —es lo único que puedo decir al encontrarme el desayuno preparado.
Conozco a muchísimos hombres que no prepararían algo así para su pareja, aunque no sean invidentes, y mujeres también. Incluso me ha hecho zumo natural de naranja y preparado tomate con aceite por si quiero comer pan tumaca.
—¿Cómo te van las clases? —se interesa Guillermo.
—Bien, ya acabó el semestre y en una semana empiezan los exámenes —le resumo para no aburrirlo.
—¿Tienes alguna asignatura que te cueste más que las demás?
—No quiero cansarte con esas cosas, no es tan interesante —intento no agobiarle con mis tonterías.
—¿Por qué no es interesante?
—Guillermo, sé que eso de leer y estudiar no es lo tuyo —le digo sincera.
—¿Por qué no? ¿Por qué soy ciego? —me dice, un poco molesto.
—Bueno, no he visto muchos libros por aquí —le explico mi lógica.
—No, porque los libros escritos en braille son limitados, pero me gusta leer como a cualquier persona, sobre todo, porque los ciegos no podemos entretenernos durante horas viendo la tele o jugando con el móvil —me riñe de forma cariñosa.
—¿Cuándo fue la última vez que leíste? —lo confronto.
—Anoche, me pasé dos horas leyendo un libro de niños en japonés —me dice para mi sorpresa.
—¿Japonés? ¿Por qué? —no puedo evitar preguntar.
—Desde hace dos meses se ha puesto de moda entre los turistas japoneses que vienen a Granada pasar por el spa donde trabajo y que "el chico que no puede ver, pero que tiene manos de ángel" les haga un masaje.
—Lo de las manos de ángel es verdad, pero ¿puedes entender cuando lees?
—No leo de manera literal, sino que lo escucho. Por eso leo libros de niños, ya que es más fácil su comprensión. Aunque no es la primera vez que estudio japonés porque Tania tuvo una época de fan total de los animes, así que a Eric y a mí nos tocó aprender bastante el idioma —me sigue sorprendiendo.
—Eres una caja de sorpresas —le digo después de darle un beso en la mejilla.
—No lo sabes tú bien —me dice con un suspiro.
Guillermo siempre me ha parecido una persona culta, imagino que por la gente con la que se rodea y por todo lo que ha viajado con sus primos, conoce muchos más países y culturas que la mayoría de las personas de su edad.
Con todo, me sorprende que esté interesado en aprender japonés solo porque tenga clientes de esa nacionalidad en el spa, la mayoría de mis conocidos que trabajan en un hotel no tienen siquiera interés en aprender inglés.
GUILLERMO
La llamada de Carmen me termina de alegrar el día. Esta semana ha sido decisiva para mí porque, a pesar de no haber terminado el doble grado, he comenzado con mi doctorado, partiendo de mi trabajo con el que he colaborado con mis compatriotas alemanes. La buena noticia es que nos hemos trazado un plan de trabajo y si todo sale conforme a lo planeado en dos años tendré el título. Deberé trabajar duro, pero eso nunca me ha importado.
Cuando se lo he contado ayer a Eric, estaba tan alucinado como yo. Además, después de haber impartido tres clases, sé que ser profesor es lo mío. Como dijo el jefe de mi departamento, en menos de un segundo me meto a los alumnos en el bolsillo y me encanta que se me dé tan bien.
No me esperaba la llamada de Carmen porque, aunque hemos hablado todos los días, sé que ayer trabajó muchísimas horas y pensé que aprovecharía el domingo para descansar y estudiar para los exámenes que están a la vuelta de la esquina.
Sé que me pongo un poco burro por teléfono cuando me llama, a pesar de que siempre defiendo mi postura de que solo somos amigos, pero estoy tan feliz por todo lo que está pasando en mi vida últimamente, que no puedo controlar mi estado de ánimo.
En cuanto me intereso por sus estudios, Carmen intenta cambiar el rumbo de la conversación. Supongo que opina que soy demasiado simple para entender una reacción química o la preparación de un compuesto, pero crecí en medio de ese mundo. Por eso no quise seguir los pasos de mi padre y mi abuelo y no me matriculé en Química o Farmacia. Llevo toda la vida escuchando hablar sobre estas dos materias y me aburriría infinitamente en esas facultades. Matemáticas y Física, por el contrario, son un soplo de aire fresco y todos los días aprendo algo nuevo.
—¿Cuándo fue la última vez que leíste? —me pregunta Carmen, dándome a entender que opina que no suelo leer mucho.
—Anoche, me pasé dos horas leyendo un libro de niños en japonés.
—¿Japonés? ¿Por qué? —se extraña, menos mal que no le mencioné, que por la tarde me había pasado unas horas leyendo sobre la interacción de la luz con las moléculas.
—Desde hace dos meses que se ha puesto de moda entre los turistas japoneses que vienen a Granada pasar por el spa donde trabajo y que "el chico que no puede ver, pero que tiene manos de ángel" les haga un masaje —le explico sin entrar en detalles, ya que las últimas semanas no he podido, sino atender a japoneses y tan solo en propinas este fin de semana me he ganado setecientos euros, puesto que parece ser que me adoran.
—Lo de las manos de ángel es verdad, pero ¿puedes entender cuando lees?
—No leo de manera literal, sino que lo escucho. Por eso leo libros de niños, ya que es más fácil su comprensión. Pero no es la primera vez que estudio japonés, porque Tania tuvo una época de fan total de los animes, así que a Eric y a mí nos tocó aprender bastante el idioma —me intento explicar.
—Eres una caja de sorpresas —me dice después de darme un beso en la mejilla.
—No lo sabes tú bien —le respondo, pensando en qué opinaría si supiese que además de inglés y alemán, también hablo francés, chino, italiano, griego y bastante bien el letón.
Mis padres siempre se preocuparon de que hablase los idiomas oficiales de los países donde se encuentran las fábricas de la empresa farmacéutica de la familia y al japonés fue el único que no le pusieron mucho empeño. Es irónico que sea ahora el que más necesito, aunque entender, entiendo muchísimo.
—Tú preparaste el desayuno y a mí me toca recoger —dice Carmen al terminar de comer.
—Sé que ayer trabajaste mil horas. Siéntate y descansa —no le permito que se levante.
—Si luego me haces un masaje en los pies —me pide cariñosa.
—¿Solo en los pies? —le pregunto para molestarla.
—Me invitaste a desayunar y a lo que surja —me sigue el juego.
No tardo mucho en recogerlo todo mientras Carmen me cuenta que mi tía y mi abuela fueron a cenar a la hamburguesería el viernes por la tarde y le estuvieron contando mil historias de mí y de lo loco que era de pequeño.
Me encanta escucharla hablar y cómo se ríe, parece que ella también vivió esa época de mi vida y compartimos chistes.
—¿Quieres hacer algo que nunca has hecho? Sin tener en cuenta fantasías sexuales —se apresura a aclarar.
—Conducir un coche. Eric nunca me ha dejado y Tania tampoco. Imagino que un día le robaré a alguno de los dos el coche y lo haré sin ayuda de nadie. Por lo menos, sé cambiar y utilizar el embrague —le confieso.
—No sé cómo puedes hacer cosas así. Yo me moriría del subidón de adrenalina.
—Para subidón de adrenalina lo que hicimos el domingo en mi cuarto —le digo sin adornos ni aderezos antes de besarla en los labios, como quiero hacerlo desde que escuché su voz en la calle hace media hora.
Ella me devuelve el beso y nos vamos a mi cuarto. Cierro la puerta con llave y la dejo puesta, porque conociendo a mi primo, no le importaría entrar en la habitación, aunque los gritos de Carmen se escuchen en todo el edificio.
—Te he prometido un masaje —le digo antes de tomar el aceite de rosa mosqueta y llevármelo a la cama conmigo.
Le quito los zapatos y los calcetines y comienzo con el masaje. Los dos sabemos cómo vamos a acabar y quince minutos después le quito los pantalones y, sin saber cómo, unos minutos más tarde estamos los dos desnudos en mi cama.
—Si no quieres que me corra, debes parar —le digo cuando, después de que ella se corriera en mi boca, se pone encima de mí a frotar su sexo contra mi erección.
—¿Tienes un condón? —me pregunta para mi sorpresa.
—Sabes muy bien que no —le digo, porque para qué voy a tener un preservativo si soy virgen.
—Creo que tu primo me metió un par de ellos en el bolso —dice sin dejar de moverse.
—Soy virgen.
—¿Quieres seguir siéndolo eternamente? —me pregunta acelerando los movimientos y volviéndome loco.
—No, pero no sé si estoy preparado para darte placer —me sincero.
—La primera vez suele ser un fiasco y luego mejora con el tiempo.
—Prométeme que tendrás paciencia conmigo, además de que no aguantaré mucho —le pido, preocupado.
—Espera a que busque el preservativo y luego tú te pones encima, para que puedas marcar tu ritmo. A mí me gusta también estar arriba, porque, si no, no consigo correrme —me dice y me sorprende con la naturalidad que me lo dice.
En cuanto siento que me está poniendo el preservativo, tengo que concentrarme para no correrme. Intento entrar en ella despacio, como si fuese de porcelana y tuviese miedo de que se rompiese.
—Joder, Carmen, ¿puedo moverme? —le suplico al entrar en ella.
Jamás pensé que se sintiese tan bien. A pesar de tener un preservativo, noto lo caliente y húmeda que está y eso hace que me ponga aún más cachondo.
—Sí, muévete —me pide ella y nada más comenzar con la primera estocada, sus gemidos me hacen subir al cielo.
Sé que no voy a tardar mucho en llegar a mi liberación, pero por los gemidos de Carmen, ella tampoco.
—Me voy a correr, Guillermo —gime mientras siento cómo se corre a mi alrededor.
—Te quiero —es lo único que puedo decirle, cuando mi mente se queda en blanco y llego al clímax.
Nos quedamos quietos un momento y luego yo me aparto para no escacharla. Cuando salgo de ella, me ayuda a deshacerme del preservativo y luego nos acurrucamos juntos en la cama, tapados por una fina manta.
—He oído cómo me decías que me quieres. Yo también te quiero, Guillermo —me dice y se me parte el corazón, porque no debería de quererme.
—Lo he dicho porque me estaba corriendo, es algo natural y no tiene que ver con los sentimientos, solo con el placer sexual —intento salirme por la tangente.
—Pues yo te quiero cuando haces que llegue al orgasmo y cuando no, también te quiero. Te quiero siempre.
—No deberías, Carmen. Nosotros solo somos amigos —le respondo, preocupado.
—Por supuesto que sí, y sé que tú también lo haces.
Después de hablar de los sentimientos que no deberíamos tener, Carmen me explica que no ha tenido muy buenas experiencias con el sexo, posiblemente porque la otra persona era un idiota y un egoísta en la cama.
Me cuenta que es la primera vez que llega al orgasmo junto con su pareja y que le ha encantado y yo no sé si me dice todo esto para que me sienta más seguro de mí mismo con el sexo o porque es verdad, pero no puedo evitar utilizar otro preservativo antes de que llegue Eric a buscarnos para salir a almorzar.
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