CAPÍTULO VEINTINUEVE - UN SECRETO
CARMEN
Entrego mi último examen y en lo único que pienso es en que Guillermo me está esperando en su piso para ir a ver a mi familia y almorzar con ellos. Es la primera vez que llevo a un novio a casa, sí, novio, porque me da igual cómo lo quiera llamar el pesado de Guillermo, nosotros somos novios.
Estas dos semanas han sido fantásticas. He trabajado bastante, porque no he tenido que estudiar mucho para los exámenes, me ha ido genial en la facultad y he visto a Guillermo, prácticamente, todos los días.
Incluso el lunes pasó a recogerme cuando acabé un examen para invitarme a almorzar en su piso.
Almorzar no tanto, pero cenar en su piso lo hemos estado haciendo cada dos o tres días y me gusta su forma de organizarse para las cenas. Suele hacerlo ligero, preferiblemente algo de picoteo o un revuelto. Alguna vez nos bebimos una copa de vino, pero normalmente toma agua. Lo que más me gusta es que me siento parte de su vida compartiendo cosas tan sencillas, aunque más de una vez se nos ha unido su primo e incluso un día se trajo a Tito.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto a Eric al verlo esperándome por fuera del aula.
—Me ha dicho mi primo que se van a tu pueblo y que estabas haciendo el último examen del semestre y, cómo estaba cerca, pensé en ver qué tal te había ido. Eres la única persona que conozco que aún le quedaba hacer un examen hoy —me responde.
—Me han salido genial todos, pero también he estado estudiando todo el semestre, por lo que me lo merezco —le contesto, más que contenta.
—Así que has convencido al no-voy-a-tener-una-relación-Guillermo para que vaya a conocer a tu familia. Este chico es más lanzado de lo que me esperaba. Yo nunca he conocido a la familia de ninguno de mis amigos —intenta molestarme Eric.
—Porque no has tenido ningún novio —lo fastidio ahora yo.
—Entonces, ¿es oficial? —se emociona el primo de mi novio.
—Él no le quiere poner ese nombre, porque sigue opinando que tener una relación con una chica es lo peor que podría pasarle a ella, pero sí —presumo.
—Imagino que os va bien, porque hoy le he comprado una caja de condones y es la segunda en los últimos días —me provoca.
—Tenemos mucho tiempo perdido que recuperar —es mi escueta respuesta mientras pienso en que casi todas las noches acabamos en su piso, aunque la mayoría de las veces yo me vuelva al mío porque tengo cosas que hacer por la mañana e imagino que él también.
—Lo de los condones está bien para el primer y el segundo año, después los agujerearé porque, como dice mi abuela, Guillermo es la única esperanza de que la familia Claro crezca y quiere muchos bisnietos.
—Creo que tu primo tiene miedo de que sus hijos tengan el mismo problema con la ceguera que él —le aclaro a Eric.
—¡Qué gilipollez! No he conocido niño más feliz y revoltoso que mi primo y todos esperamos, al menos, dos o tres. Yo solo te lo digo para que no te coja por sorpresa —me dice Eric antes de empezar a caminar los dos juntos hacia la salida de la facultad.
—A mí no me importaría, pero es tu primo el que tiene la última palabra —le respondo, seria.
—¿Te alcanzo a tu piso? ¿Cómo vais a ir a tu pueblo? —se ofrece.
—En mi moto, solo es media hora de viaje.
—Mañana, para celebrar que acabamos los exámenes, deberíamos de salir por ahí cuando termines de trabajar.
—Eso está hecho.
***
Cuando recojo a Guillermo en su piso, él ya me está esperando en la entrada. Me da un tierno beso en los labios, como siempre que nos vemos por primera vez en el día, y me sigue para subirse detrás de mí en la moto.
Comparado conmigo, Guillermo es enorme, pero la moto puede con los dos.
—Si te cansas, me avisas y puedo llevarla yo un rato —me dice el muy tonto.
—Sí, claro. Seguro que mi madre se alegra de visitarme en el hospital y así se ahorra el almuerzo. ¿Qué tienes en la chaqueta? —le pregunto al notar algo duro detrás de mi espalda.
—Dos botellas de vino y unos piononos que he comprado esta mañana temprano —me dice para mi sorpresa.
—¿Y los vas a llevar ahí todo el camino?
—Lo que uno hace por agradar a los suegros —se hace el sufrido, pero es tan mono cuando dice cosas así.
La media hora en moto pasa volando y cuando llegamos a la casa de mis padres, noto a Guillermo un poco intranquilo.
—¿Saben que soy ciego? —me pregunta y entiendo lo que le está pasando por la cabeza.
—Desde que te conocí, mi hermana ha puesto a toda la familia al día, pero hoy solo seremos mis padres, mis abuelos paternos y mi hermana. Cuando tengas que conocer a la familia Ortega, podrás ponerte nervioso —le quito importancia a que sea invidente.
—¿Debería hacerme también el cojo? Quizás no noten tanto lo de mi falta de vista —bromea, pero noto que está nervioso.
—Tranquilo, ellos saben que me haces feliz y en esta familia es lo único que importa.
Me agarro del brazo que me ofrece y entramos juntos a mi casa sin avisar.
—¡Carmen! Habéis llegado pronto —grita mi abuela al vernos.
—Si quieres nos vamos y luego volvemos —la molesto.
—Es que aún tenemos todo patas arriba —se queja mi abuela, que siempre ha sido una dramática.
—Por mí no se preocupe. Ya sabe que no puedo ver nada —le dice el bueno de Guillermo, que aún no ha sido presentado.
—Magda tiene razón, tener un novio ciego son solo ventajas —interviene mi hermana, cuando llega a nuestro lado.
—Y tan guapo. Por aquí no hay chicos tan guapos —añade mi abuela.
—Abu, no lo digas muy alto, que es un secreto. Si se entera, no habrá quien lo aguante —bromeo yo.
—¿Por qué estáis todos en la entrada? Pasa, Guillermo y no les hagas caso a estas maleducadas. Yo soy la madre de Carmen —se presenta mamá a sí misma.
Guillermo es encantador con todos y quince minutos después está ayudando a mi madre en la cocina, mientras mi padre se queja de que, gracias a él, su mujer lo obligará a ayudarla cuando estén solos. Por supuesto que es una broma, ya que mi padre suele cocinar la mayoría de las veces en casa.
—¿Por qué está la caja de piononos en vertical? —pregunta mi abuelo, nada más entrar a la cocina, donde estamos todos hablando a la vez, excepto mi padre.
—Les dije que me los colocaran así en la pastelería porque es más cómodo para llevarlos en la moto —le responde Guillermo, que ya ha sido presentado formalmente a todos los integrantes de la familia, incluido a Sombra, nuestro gato.
—Este chico me gusta, Carmen, es muy práctico. Menos mal que habéis traído a casa a alguien sensato para variar —me dice mi abuelo.
—Yo nunca he traído a nadie a casa —le recuerdo.
—Lo dice por mí y voy a tener que darte la razón, Abu —interviene Lola.
La comida transcurre entre bromas y a nadie se le ocurre hacerle un interrogatorio como los que mi padre suele hacerles a los chicos que mi hermana trae a veces. Mi abuela solo le pregunta si es verdad que hace masajes y cuando él lo afirma le pide que la próxima vez le haga uno que sea bueno para la circulación, porque una prima de la Pili se lo ha hecho en Sevilla y le dijo que era fantástico.
—He visto a tu novio y no me ha saludado —me dice mi ex, cuando lo encuentro en mi casa para mi sorpresa.
—Seguro que no sabía que estabas aquí —excusa mi madre a Guillermo.
—Claro que sí, he pasado a solo unos metros de él —le contesta mi ex.
—¿Por qué no lo saludaste tú? Él no puede verte —continúa mi madre, que desconoce que Guillermo hizo pensar a todos en la boda de mi ex que podía ver.
—¿Por qué no puede verme?
—Porque es ciego —le explica mamá.
—¿Ciego? Cuando lo conocimos veía perfectamente —le contesta mi ex preocupado.
—No, no veía, pero nadie pareció darse cuenta —intervengo.
—Pues voy a saludarle y a darle su regalo personalmente, aunque menuda mierda de regalo le hemos hecho —se molesta.
—¿Qué es? —le pregunta mi madre y le quita las dos fotos enmarcadas de las manos.
—¡Qué guapos estabais! Sobre todo tu novio, Carmen, es que no tiene ni un fallito —me dice mi madre, observando las dos fotos donde se nos ve a los dos bailando en a la boda, en una nos estamos riendo como locos y en la otra nos sonreímos de manera cariñosa.
—Es ciego —nos recuerda mi ex.
—Pero según las amigas de mi hija, que no pueda ver son solo ventajas —le explica mi madre.
—Me han dicho que vas a ser papá —cambio el tema.
—Sí, estoy cagado de miedo, pero imagino que como todo el mundo cuando va a ser padre por primera vez —me responde mi ex.
Antes de saludar a Guillermo, mi ex le enseña a mi madre una veintena de fotos de su luna de miel y le cuenta lo agradecido que está por el viaje que le regalamos, todo un lujo. Yo ya he visto todas las fotos, así que no les presto atención y observo a través de la puerta cómo Guillermo juega con mi abuelo y mi padre al dominó.
Se nota que se están divirtiendo y me gusta que Guillermo se haya integrado tan fácilmente en mi familia, aunque sobre todo me encanta cómo se atreve a todo. Mi madre se quedó alucinada cuando lo vio cortando cebollas como un profesional y mi abuelo y mi padre no daban crédito al principio cuando se dieron cuenta de que solo bastaba una rápida pasada de los dedos de mi chico para que él sepa de qué ficha se trata del dominó.
GUILLERMO
Esta mañana me levanté tan nervioso, que pensé que iba a vomitar y ahora me siento como si estuviese en la casa de mi familia. Sabía que a la hermana de Carmen no le iba a suponer un problema que sea ciego, pero no me esperaba este recibimiento por parte de sus padres y sus abuelos.
Todos, sin excepción, me han aceptado tal y como soy y parece que no tienen ningún problema con que sea invidente.
El padre de Carmen me cae bien, pero el abuelo es increíble, al igual que su esposa.
Como he ayudado en la cocina antes de almorzar, ahora no me dejan que lo haga cuando acabamos de comer y los tres hombres de la casa, que es como nos ha llamado el abuelo, nos ponemos a jugar al dominó.
—¿Cómo puedes saber que no quedan más fichas de tres? —se molesta mi futuro suegro.
—Soy ciego, no idiota —le respondo, divertido.
—Pero no ves las fichas que están en la mesa —interviene el abuelo, con un ligero acento anglosajón.
—Compensa que tenga buena memoria, sobre todo con los números —presumo un poco.
—Pues eso es una buena cualidad en esta familia. Mi mujer se pone hecha una fiera si me olvido de una fecha —se chiva el abuelo.
—Hola, Guillermo —escucho al ex de Carmen saludarme nervioso, seguro que se ha dado cuenta de que soy ciego.
—Hola, no sabía que ibas a venir —le contesto, mientras me levanto y le ofrezco mi mano para saludarlo.
—Ni yo que fueses ciego, lo siento —se disculpa.
—Siempre lo he sido, así que no me importa mucho —le quito hierro al asunto.
—¿No sabías que era ciego? —se extraña el abuelo.
—En la boda no le noté nada raro cuando hablé con él o cuando estaba bailando con Carmen y el resto de invitados tampoco y créame cuando le digo que todos estaban muy pendientes de él —les explica el ex de Carmen.
—¿Por qué estaban pendientes de él? —le pregunta mi futuro suegro a la defensiva.
—Porque iba vestido muy elegante y un coche con chófer los llevó y los recogió, además de que todos sabían el pedazo de regalo que nos hizo, todavía estamos alucinando.
—Fue todo un detalle por tu parte, el querer compartir un día tan importante con Carmen —es lo único que se me ocurre decir.
Carmen y Lola vienen en mi ayuda y se llevan con ellas al ex de mi novia. Sí, no sé a quién quiero engañar, con mucho que me niegue a aceptar que somos más que amigos, Carmen es mi novia desde hace un tiempo y cada vez me siento más cómodo con la idea.
***
Carmen me acompaña al piso cuando llegamos a Granada, por lo que aprovecho para poner música y sacarla a bailar.
—Después de la taza de "¿Qué mapacheo contigo? Me encantas" que me has regalado por San Valentín con el mapache de peluche, esto es lo más cursi que has hecho desde que te conozco —me echa en cara, cuando comienza a sonar If the world was ending de JP Saxe.
—Siempre es mejor que no regalarme nada —me meto con ella.
—No sabía que me ibas a hacer un regalo, ni siquiera me acordaba de que era San Valentín. Además, siempre dices que solo somos amigos —se defiende.
—Tu familia piensa que soy tu novio —la confronto.
—Todos saben que eres mi novio, el único que no se ha enterado eres tú —me responde mientras continuamos bailando.
—Yo también lo sé, bonica —no puedo evitar decirle.
—A mi familia les has encantado —me dice, haciéndome sentir orgulloso de mí mismo.
—Y a mí ellos también. Tu abuelo es increíble, me ha dado muchos consejos para no acabar fulminado bajo la furia de las mujeres de la familia —bromeo.
Saber que la familia de Carmen no ve con malos ojos nuestra relación, me quita un gran peso de encima. Si ellos piensan que puedo hacerla feliz, que la conocen mejor que nadie, es que puedo hacerlo y pondré todo mi empeño para que lo sea durante todo el tiempo que quiera estar a mi lado.
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