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CAPÍTULO TREINTA Y TRES - PRIMERA VEZ

CARMEN

La vida de casada no me podría ir mejor. Llevo siete meses viviendo con mi marido en su piso y, como diría Magda, todo son ventajas.

Mi suegro me pidió ayuda para que chantajeara a mi marido y, aunque al principio no me pareció buena idea, después de convivir con él y darme cuenta de lo mucho que trabajaba, lo convencí para que aceptase tres mil euros mensuales, una ridiculez según Eric, para cubrir nuestros gastos y que así no tuviese que trabajar tanto, porque cuando comenzó el curso, se empeñó en que yo dejase mi trabajo en la hamburguesería y que cuando acabase mis estudios ya podría contribuir a la economía familiar.

De nada sirvió, porque entre semana no puede bajar el ritmo, ya que está trabajando en su doctorado, y los viernes por la tarde y sábados los japoneses los acaparan para ellos solos. Ha intentado trabajar menos horas, pero es misión imposible.

A pesar de todo, nos hemos organizado bastante bien, sobre todo ahora que solo tengo mis clases de prácticas tuteladas, el trabajo de final de grado y que ir a trabajar a la farmacia del padre de Ruth, que es donde estoy haciendo las prácticas.

Mi amiga está haciendo las suyas en la farmacia de unos conocidos de su padre, aunque también está estudiando las dos asignaturas que aún no ha conseguido aprobar. Está saliendo con Toni, el amigo de mi marido, que vivió con nosotros los fines de semana hasta que se mudó con su novia hace un mes y medio.

Me alegro mucho por los dos, porque aunque al principio Ruth no se decidía por culpa de su ex, al final un día lo encontró con otra y eso le hizo abrir los ojos.

Sin embargo, lo más interesante de todo lo que me ha pasado, es que ayer me hice un test de embarazo y dio positivo. No pensé que fuese a quedar embarazada tan rápido, porque dejamos de usar preservativos el día que Toni se fue de la habitación de invitados, pero me alegro. El que casi se cayó de culo fue mi marido.

En el fondo se me encoge el corazón, ya que sé cómo se pone cuando está nervioso, y ayer, por miedo a hacerme daño, no me puso un dedo encima.

—¿Qué estás haciendo? —gime mi marido, cuando se despierta y siente mi boca en su erección.

—No estoy muy segura, es mi primera vez —le digo para que se apiade de mí y me diga lo que tengo que hacer.

—Joder —es lo único que dice antes de gruñir.

No me dice nada, pero con su mano mueve mi cabeza para que mantenga el ritmo que a él le gusta.

—Para, Carmen, me voy a correr —gruñe y yo, por supuesto, no le hago caso hasta que consigo que llegue al clímax.

—Feliz cumpleaños —lo felicito.

—¿Te lo has tragado? —me pregunta con la respiración aún agitada.

—¿No debería?

—Estoy intentando ser bueno y me lo estás poniendo muy difícil —me dice mientras me da la vuelta y se pone encima de mí.

—No tienes que ser bueno.

—No quiero hacerle daño al bebé —afirma, preocupado.

—El bebé es como un bolichito, además, el sexo no podría afectarle. Es tu cumpleaños, hoy puedes hacer conmigo lo que quieras —lo incentivo.

A pesar de mis palabras, Guillermo intenta controlarse, hasta que llegado un momento se deja llevar.

Me hace gracia que siempre se disculpe, como si yo no disfrutase lo que hacemos. Me gusta que mi marido me mime y sentir que me quiere sobre todas las cosas, pero también sentirme deseada y que a veces pierda el control de las ganas que me tiene.

—Hoy no voy a ir a nadar, me has dejado hecho polvo —se queja Guillermo al levantarse de la cama.

—Todavía te da tiempo —le indico, porque aún son las siete de la mañana y no tiene que estar en la facultad hasta las ocho y media, al igual que yo en la farmacia.

—Pero me quedé sin fuercitas, aunque deberías de hacerme eso que me hiciste con la boca más a menudo, me tienes muy abandonado últimamente —me dice mimoso.

—Eso no es verdad, pero parece que a quien se le han revolucionado las hormonas por el embarazo es a ti.

Es fascinante ver cómo Guillermo hace todo completamente a oscuras y cuando piensa que me tengo que levantar, enciende la luz, como si a él también le ayudase en algo. No sé cómo serán el resto de ciegos en sus casas, pero mi marido puede hacer absolutamente todo, incluso plancharse una camisa.

Como tenemos tiempo, Guillermo hace uno de sus desayunos especiales, parece que la cumpleañera soy yo.

—¿Qué cantas? —le pregunto al entrar en la cocina y Guillermo canta algo que está escuchando con los auriculares para no molestarme con la música.

Cuídate de La Oreja de Van Gogh —me dice y yo me echo a reír.

—¿Nadie te ha dicho que cantas fatal? —le digo mientras le doy un abrazo por detrás y un beso en la mejilla.

—Creí que el amor era ciego.

—No, el único ciego aquí eres tú —bromeo.

—No puedes decirme cosas así, bonica. Me voy a acomplejar —me riñe con cariño al darme la vuelta y besarme en los labios.

—Pero si sabes que eres ciego desde que naciste.

—No, lo de que canto fatal. La próxima vez que vaya a un karaoke no voy a salir a cantar ninguna canción.

—No sé cómo lo haces, pero en el karaoke parece que cantas de maravilla.

—Entonces el amor es ciego, pero tienes que beberte alguna copa antes —me responde el muy tonto.

A mí me queda de camino la facultad de Física para ir a mi trabajo, por lo que solemos ir juntos si nuestros horarios nos lo permiten. Hace dos semanas nos encontramos a Fran, aquel idiota que le dijo que en cuanto yo supiese que Guillermo es físico, lo dejaría porque no me gustan los empollones.

No entiendo cómo mi marido le hizo caso en su día. Ni siquiera nos saludó cuando nos vio. Según me contó Guillermo, también está haciendo un doctorado, pero no en el mismo departamento que él.

—¿Almorzamos juntos? —le pregunto antes de despedirnos.

—Si no te molesta hacerlo con dos de los responsables de mi doctorado. Hemos quedado a la una y luego quieren almorzar en la cafetería donde nos conocimos. Saben que es mi cumpleaños y quieren darme una sorpresa, pero yo hago como que soy sordo a la vez que ciego —me cuenta el tonto de mi marido.

—Te llamo a las dos para ver por dónde andas —me despido antes de darle un corto beso en los labios.

Esta noche tenemos una cena en casa de la madre de mi suegra, donde celebramos nuestra boda, y luego vendrán algunos amigos de mi marido. Es lo que suele hacer todos los años, aunque el año pasado no lo hizo para que no me diese cuenta de que su familia es rica, muy rica.

No entiendo cómo no me di cuenta de todas las cosas que me ocultó Guillermo, sobre todo que estaba estudiando en la facultad. No es fácil hacer el último año de Física y Matemáticas, hacer un doctorado y trabajar en uno de los departamentos de Física y que tu novia no se percate de nada. En este sentido, parece que la ciega soy yo.

Pero me encanta que Guillermo sea tan empollón, como lo llamó Fran. Incluso me ha ayudado con algunas asignaturas porque es un genio de la química, claro, le viene de familia. El que me está ayudando mucho en mi trabajo de final de carrera es mi suegro, que es un verdadero genio, aunque es lo normal, ya que se ha especializado en Química Farmacéutica y siempre está estudiando y actualizándose. Guillermo me dice que por eso sabe tanto, porque su padre tenía la costumbre de escuchar los apuntes y su hijo muchas veces estaba con él. 

GUILLERMO

Joder, me he despertado totalmente empalmado y muy excitado. Lo normal, si anoche me dormí con ganas de hacerle de todo a mi mujer y me contuve, aunque aún no sé cómo lo conseguí.

—¿Qué estás haciendo? —gimo sin saber muy bien qué está pasando.

—No estoy muy segura, es mi primera vez —me dice y me doy cuenta de que me la está mamando.

¡Qué gusto! Es imposible que sea la primera vez que lo hace.

—Joder —se me escapa antes de indicarle el ritmo que me gusta.

Nunca me ha hecho algo así. A pesar de que yo me la como casi todos los días y a ella le encanta, no se me ha pasado por la cabeza que me hiciera lo mismo y a ella tampoco.

—Para, Carmen, me voy a correr —gruño, aunque ella sigue hasta que me corro dejándome totalmente extasiado, no entiendo cómo podía vivir sin intimar con mi mujer antes de conocerla.

—Feliz cumpleaños —me felicita.

—¿Te lo has tragado? —le pregunto sin haberme recuperado aún del orgasmo.

—¿No debería? —se preocupa, lo que hace que me ponga más cachondo de lo que estaba cuando me desperté, si eso es posible.

Intento ser un marido y futuro padre responsable, pero mi mujer me lo pone muy difícil. Cuando me explica que el sexo no incomoda al niño de ninguna manera, pierdo un poco los papeles y me la follo como quería haberlo hecho anoche. Menos mal que durante nuestra luna de miel nos insonorizaron la habitación.

Como ya es costumbre, vamos juntos a la facultad. Mi jefe siempre se burla de mí, porque dice que pasé de ignorar a las chicas a casarme con la primera por la que mostré un poco de interés, pero no podría importarme menos.

Soy el hombre casado más feliz de la tierra y me da la sensación de que Carmen disfruta de nuestro matrimonio tanto como yo. Desayunamos y cenamos siempre juntos, aunque yo suelo levantarme antes que ella porque a Carmen le gusta dormir más que a mí, y los domingos no nos separamos ni para ir al baño, o eso es lo que dice Eric.

De resto, nos vemos cuando podemos. Hoy, por ejemplo, almorzaremos juntos, pero cuando no puedo, ella me entiende. Tengo mil cosas que hacer en la facultad y ella sabe lo que eso significa, porque ella también ha estado así, sin tiempo para nada.

***

Eric nos ha regalado su coche, aunque ahora que estoy recibiendo de mi familia alemana todos los meses tres mil euros mensuales, tenemos más dinero que nunca en la cuenta corriente. Él se empeñó en que quería un Mercedes AMG A45, mucho más rápido que su coche anterior, y nadie le pudo quitar la idea de la cabeza. Me lo ha dejado dos veces y tengo que reconocer que es más deportivo.

—Ya es oficial, le van a dar el Premio Nobel a Krausz y a dos físicos más —me dice mi jefe emocionado, cuando entra en nuestro departamento.

—Ya me lo chivó Joseph hace dos días —le digo sin dejar de escribir en el portátil que tengo delante de mí.

—Pues a mí me dijeron que iba a nombrar tu contribución en sus estudios y que si nos damos prisa pondrán que estás doctorado en esta universidad, además de que impartes clases.

—Solo sustituyo a algún profesor en alguna de sus clases y se supone que no me doctoro hasta principios del año que viene y únicamente si cumplo con los plazos establecidos.

—Pues vas a tenerte que poner las pilas porque el decano quieres que estés doctorado y seas profesor de esta facultad a mediados de septiembre.

—¿Mediados de septiembre? Tengo planeado un mes de vacaciones con mi mujer, mis primos y mi tía.

—¿Y no puedes trabajar desde donde quiera que estés? —me pregunta el director del departamento, como si fuese lo más normal del mundo.

—Vamos a recorrer Latinoamérica en un yate —le cuento, un poco avergonzado.

—¿Qué haces aquí, hijo? Cualquiera que estuviese en tu pellejo, estaría malgastando los millones de tu familia. Así que esto lo has elegido tú, ya verás cómo te las arreglas para terminar en plazo. De todas maneras, vas bastante adelantado. Yo podría ayudarte durante Semana Santa, aunque no sé si tu mujer te dejará venir esa semana.

—Eres un idiota. Sabes que he venido a la facultad de lunes a viernes sin excepción desde que regresé de nuestra luna de miel —insulto a mi superior, menos mal que tenemos una relación en la cual a ninguno de los dos nos molestan estas confianzas.

—¿Y venir los sábados?

—Voy a tener que trabajar menos horas en el spa —pienso en voz alta.

—Lo que tienes es que dejar ese trabajo —se queja mi jefe.

—Con lo que me pagan aquí, me muero de hambre —lo molesto.

—Pues vas a comer a casa de tu mamá y si no, te pones a mendigar en la puerta del decanato. Eres ciego, seguro que te va bien.

—Con los masajes me está yendo mejor que nunca. Mi jefe ha cuadriplicado el precio por mis masajes y ese aumento me lo da integro, además de mi sueldo, pero las propinas son lo mejor. El sábado una señora me dejó mil euros de propina, eso sí, me hizo prometerle que este sábado le conseguiría un hueco para su sobrina —le cuento orgulloso.

—¿Mil euros? ¿Tu mujer sabe lo que les haces a esas señoras? —se mete conmigo.

—Muy gracioso, pero no creo que pueda ganar tanto dinero en la universidad aunque te quitase tu puesto —lo molesto yo a él mientras me vuelvo a concentrar en lo que estaba haciendo.

A la hora del almuerzo todos se van antes que yo porque prefiero esperar a mi mujer mientras adelanto mi doctorado. Va a ser complicado, pero puedo terminar el doctorado a finales de julio si trabajo un poco los domingos en casa. En agosto, que es cuando tenemos planificado nuestro viaje, podría volar un día para defenderlo y así cumplir con los plazos del decano.

—Hola, guapo. ¡Qué bien te sienta cumplir años! —me dice mi esposa, cuando se acerca hasta donde estoy sentado y me besa.

Recojo todo y me voy con ella, hoy me voy a casa temprano para prepararme para la cena de esta noche.

—Deberíamos hacer una siesta y terminar lo que empezamos esta mañana —le digo a mi esposa en cuanto salimos de la facultad.

—Esta mañana terminamos los dos muy bien, aunque podemos empezar de nuevo —me responde Carmen mientras no lo puedo evitar y la cojo por el culo para pegarla más a mí mientras nos comemos la boca.

—Debería daros vergüenza, estáis en la calle —escucho que dice Fran.

—Perdona, pensé que estábamos solos —se disculpa Carmen.

—Ahora la ceguera también se pega —le dice el idiota a mi mujer.

—Adiós, Fran —me despido por no discutir con él.

—¿Es siempre así de antipático? —me pregunta mi mujer con una risita boba.

—Ni siquiera le he dado la oportunidad de empezar. No sé qué le pasa a ese tipo, pero no está bien —le digo lo que llevo dándole vueltas a la cabeza desde hace meses.

Como era de esperar, todos los compañeros de nuestro departamento están en la cafetería y de otros departamentos también. Pedimos tapas para todos y unas claritas porque la mayoría tiene que seguir trabajando luego. Aunque al principio se niegan, les invito, ahora que realmente me lo puedo permitir, no veo la razón de no hacerlo.

Carmen tiene que preparar algo para su trabajo de final de carrera, así que después de almorzar la acompaño a su facultad y quedo con Toni, que tiene que estudiar y yo también aprovecho el tiempo. Mi amigo se está poniendo las pilas, se nota que Ruth es muy buena influencia para él, por lo menos en lo referente a los estudios.

Cuando llegamos a casa de mi abuela para la cena, Eric se queja de que no nos ha visto desde el martes. Solo no nos vio ayer, pero mi primo es un dramático que, ahora que Toni no está en el piso, se queda más a menudo los sábados por la noche en el cuarto de invitados.

—¿No brindas con champán, Carmen? —le pregunta Mercedes a mi esposa, cuando después de terminar la cena, hacemos nuestro tradicional brindis.

—He tomado una pastilla y no la quiero mezclar con alcohol —le contesta Carmen, ya que solo tiene cuatro o cinco semanas de embarazo, muy pronto para decírselo a la familia.

—¡Lo sabía! Cuando hace seis semanas dejasteis de pedirme condones, pensé que ibais a intentar ser padres porque no he visto en tu casa pastillas anticonceptivas, aunque no pensé que fuese a pasar tan pronto. ¡Felicidades, prima! —felicita Eric a Carmen por el nombre que la llama desde hace meses.

—¡Eric! —le riño, porque es lo menos discreto que he conocido en toda mi vida.

—Estamos en familia, esas cosas se cuentan —me responde y me da un abrazo.

—¿Es verdad? ¿Estás embarazada? —le pregunta mi abuela, emocionada.

En este momento, mi cumpleaños queda en un segundo plano. Ni siquiera recuerdan el darme mis regalos hasta que comienzan a llegar los invitados de la fiesta. Eric, que no se sabe estar callado, le cuenta a Toni que voy a ser papá y al final, lo que se iba a quedar en familia, es un secreto a voces.

—Me alegro de que te hayas atrevido. Si es como tú, voy a hacerle las mismas putadas que te hicimos de pequeño —me dice mi primo, que aún está alucinando con la noticia de que voy a ser papá.

—¿Quieres enfadarme o eso es una promesa? —le pregunto confundido.

—Solo quiero que sea la mitad de buena gente de lo que eres tú y si es necesario el tener que fastidiarlo de vez en cuando, yo seré el responsable de hacerlo. Contigo no podría haberme salido mejor.

—Tania me acaba de llamar para felicitarme. Si esto sigue así, me felicitará mi profesor de primero de la ESO en media hora —le riño.

—Lo siento, pero estoy muy contento. Mi prima también lo está, mira cómo no la dejan sola ni un segundo, ni la abuela, ni tu madre, ni la mía.

—No es tu prima —le contesto, molesto.

—Es la única prima que voy a tener, así que sí es mi prima. ¿Qué te pasa? ¿No estás contento por lo del bebé?

—Estoy cagado de miedo —confieso.

—Será coser y cantar, ya lo verás —me dice mi primo, antes de darme otro abrazo.

Solo espero que tenga razón, aunque sé que hasta que no nazca y pueda averiguar si es invidente o no, no volveré a dormir tranquilo.

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