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CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO - NOS VEMOS

GUILLERMO

Ahora que sé lo que me gusta ser profesor en la universidad, me dan ganas de llamar al decano y darle las gracias por las noches en vela que pasé los meses antes de agosto. Ni siquiera lo conozco, así que no podré agradecerle nada.

Sé que mi colaboración con el profesor Krausz ha sido fundamental para que me ofrecieran el puesto de profesor contratado, sin pasar por profesor ayudante. Sin embargo, no me voy a quejar ni un poquito, eso ya lo hizo Fran con bastante intensidad.

No entiendo a ese tipo, creo que se ha obsesionado conmigo, sobre todo desde que me vio la primera vez con Carmen.

Nos ha encontrado más de una vez en una situación comprometida y Carmen y yo somos de la opinión de que se esconde esperando a que hagamos algo un poco subido de tono para amonestarnos. No puede darnos más igual a los dos.

Mi mujer también ha terminado las prácticas y entregado el trabajo de fin de grado antes de nuestras vacaciones de agosto y ahora es oficialmente una farmacéutica.

—¿Guillermo? —escucho una voz familiar a mis espaldas y me paro, estoy a pocos minutos del spa y mi primer masaje es en media hora.

—¿Nos conocemos? —le pregunto, porque no me apetece ponerme a adivinar quién es.

—Soy Lucio, tu tío, el padre de Eric y Tania —me dice tan contento, que no puedo evitar pensar en la cara dura que tiene mi tío.

—Lucio. No hemos sabido de ti desde hace muchísimos años —le contesto para echarle una pulla por desaparecer y no preocuparse de sus hijos.

—Me dijeron que te vieron con un perro guía —me sorprende.

—Solo estuvo un tiempo conmigo, pero en realidad no lo necesitaba y cuando me casé lo devolví, al igual que ya no tengo a nadie que me ayude o me lleve a los sitios —le digo recordando que el martes tengo una cita para almorzar con Leo.

—¿Te has casado? —me pregunta y no entiendo cómo pueden contarle que me vieron con un perro guía, pero no que me he casado.

—Sí, hace más de un año y si todo sale según nos ha dicho el ginecólogo, seremos padres a finales de diciembre o principios de año.

—Vaya, te veo bien. ¿Cómo están Eric y Tania?

—Tania triunfando en Londres, no creo que vuelva salvo para vernos en vacaciones. Eric acabó la carrera de Informática y está trabajando para Microsoft, tiene que viajar cada quince días a Madrid, pero le gusta lo que hace, aunque solo le ha dado tiempo de ir una vez a la capital —le respondo por respeto.

—Podrías hablar con ellos para que me acepten. Soy su padre y no me queda nada más en la vida —me suplica.

—Lo siento, Lucio. No me gusta interferir en las relaciones ajenas, aunque mis primos estén involucrados. Si quieres un consejo, intenta preocuparte más por nuestra familia, empezando por Mercedes. Compartiste una relación durante años con ella y no entiendo cómo te olvidaste de todos en un abrir y cerrar de ojos.

—Me he enterado de que se ha buscado un novio multimillonario y sin familia —me dice en tono irónico.

—Ella no necesita el dinero de nadie y lo sabes, Lucio. No conozco a su novio, solo sé que en agosto no pudo venir con nosotros de vacaciones porque mi tía le dijo que era muy pronto para presentárselo a sus hijos y él no puso ningún impedimento. Eric lo conoció el fin de semana pasado y es la primera vez que le gusta un novio de su madre.

—Mercedes siempre fue muy sensata, una de las únicas cosas en las que se equivocó fue conmigo —se entristece.

—Ella nunca diría algo así, gracias a que estuvisteis juntos, ahora tiene a Eric y a Tania. Llama a Mercedes de vez en cuando. Si ve que realmente estás interesado en los niños, le será más fácil aceptarte.

—Gracias, Guille.

—Nos vemos, tío —bromeo, al igual que hacía cuando era un mocoso, y puedo escuchar cómo se aleja su risa.

***

En septiembre quería hacer menos horas en el spa, no obstante, está siendo complicado por los compromisos que mi jefe ha adquirido. Está incluso formando a otro chico ciego como masajista porque no hemos encontrado a ninguno para que pueda hacer, al menos, la mitad de mis horas, pero con todo el respeto del mundo, el chico es malísimo. Se le da tan bien como a mí cantar.

—¿No sería más fácil enseñar a los masajistas que tenemos a dar el masaje a oscuras? —me pregunta mi jefe, cuando he acabado la jornada de trabajo y espero por Eric para que me venga a recoger.

—Podría ser una opción. Pero que tengo que bajar el ritmo es un hecho. En unos meses voy a ser papá y me va a tocar a mí estar más en casa, porque Carmen está con su doctorado y no lo terminará hasta dentro de tres años —me sincero.

—¿Lo vas a cuidar tú?

—¿Por qué no?

—¿Y si tienes que bañarlo o cambiarle el pañal?

—Parece que no me conoces. Seguro que le cambio la rueda a tu coche antes que tú y mejor —me meto con él.

—Nunca le he cambiado una rueda al coche.

—Ni yo tampoco —le digo con una sonrisa.

Mi primo no tarda en llegar, está empeñado en celebrar que Carmen comenzó su doctorado, que él está trabajando y que yo soy profesor en la universidad. Da igual el motivo, él solo quiere salir y, sobre todo, ir al pub donde trabaja su amigo con derechos, que le está durando muchísimo más de lo que suelen durarle.

—Le preguntaremos a Carmen cuando lleguemos a casa, no obstante, desde que esté cansada, nos vamos, parece que se te olvida que está embarazada —le riño.

—Pero si siempre es la última que se quiere ir —me dice, teniéndole que dar la razón en silencio.

—¿Cuáles son los planes?

—Cenamos en tu casa, que Carmen me dijo que después de ir a la piscina esta mañana preparaste ravioli con queso de cabra y pera, y luego salimos a tomarnos algo y a bailar. He tenido que trabajar toda la semana. Ya le he dicho a mi jefe que prefiero cobrar la mitad y trabajar menos horas —me dice el loco de mi primo.

—¿Y qué te dijo?

—Que aún estoy empezando y tengo que adaptarme, pero que en unos meses lo podremos volver a discutir.

—La máquina para hacer pasta es el mejor regalo que me hicieron este año por mi cumpleaños —le digo, porque me la regaló él.

—Porque nos enteramos ese día de que ibas a ser papá, si no todo hubiese sido para el niño. Por cierto, hoy invitas tú a las copas —me sorprende Eric.

—¿Por qué?

—Voy a intentar vivir con mi sueldo, a ver si me las apaño y he visto un montón de billetes de quinientos en el bolsillo.

—No son tantos y son las propinas por los masajes —le explico.

—Siguen dándote propinas como si les hicieras una mamada.

—¡Eric! —le llamo la atención.

Cuando entramos en el piso, sé que Carmen está en la cocina porque escucho Todo cambio de Camila a todo volumen, desde que se quedó embarazada le ha dado por escuchar canciones románticas.

Para mi sorpresa Ruth y Toni están con mi mujer, menos mal que hice ravioli para un regimiento.

—¿De qué es esta sopa, Guille? —me pregunta Toni, porque sabe que suelo ser yo el que cocina en casa, por lo menos con tiempo, Carmen es más de hacer la comida sobre la marcha.

—De cacahuetes y curri —le explico mientras termino de cortar el queso para ponerlo en la mesa.

—Pues huele de maravilla —dice Ruth.

—Tú también hueles de maravilla —piropeo a mi mujer, que está a mi lado y aprovecho para darle un beso en la mejilla.

—¿Cómo te ha ido en el spa? —se interesa Carmen.

—No hay manera de conseguir a alguien que haga mi trabajo. El chico ciego es tan malo, que mi jefe ha desistido como alternativa.

—Joder, con las propinas que dan, ya podría poner más por la labor —interviene Eric.

—Lo de los masajes es un don —le explico.

—Doy fe de ello —añade mi mujer.

—Lo que te hace a ti son otro tipo de masajes, aunque no estoy totalmente seguro, le dan propina en billetes de quinientos —se chiva mi primo.

—¿Por tocarles un rato la espalda? —se sorprende Toni.

—Pero hay que saber tocar —me defiende mi mujer.

Es verdad que los masajes que le hago a ella no tienen nada que ver con los que hago en el spa. Pero también he investigado y he aprendido técnicas de masaje erótico, aunque solo sea para volver loca a Carmen cuando me pide que le dé uno en la espalda o en los pies.

***

Casi nos dejan sin comida en casa, porque todos traían un hambre vieja, palabras textuales de mi primo, que está buscando un piso para irse a vivir solo, pero eso de cocinar o hacer la compra lo frena bastante.

—¿Por qué hay tanta policía por fuera del pub? —pregunta Carmen a mi lado.

—No lo sé, pero ahí viene Tito corriendo, seguro que nos lo cuenta —se alegra mi primo.

—Ni se os ocurra entrar —nos dice Tito sin haberle preguntado.

—¿Qué ha sucedido? —le pregunta el alcahuete de mi primo.

—Ha habido una pelea y la policía desalojó la discoteca. Llevamos más de diez minutos en la calle, aunque nos han dicho que en breve nos dejarán volver a entrar —nos informa Tito.

—¿Por qué intentas siempre fastidiarme? ¿No hay más sitios donde ir en Granada que tienes que venir aquí a molestarme? Lo que te gusta es echarme en cara, que tú acabaste ya tu doctorado y yo no —grita Fran, mi excompañero de la facultad.

—¿Estás hablando conmigo, Fran? —le pregunto, porque no estoy seguro de que así sea.

—Sí, es que además de ciego, eres sordo. No haces, sino fastidiarme la vida —me grita.

—No he hecho nada que afecte a tu vida de alguna manera —intento razonar con él.

—Por supuesto que sí. Te casaste con la chica que me gustaba y te quedaste con el trabajo que yo quería —continúa gritándome.

—Será mejor que nos vayamos a otro lado —dice Tito.

—Claro —decimos Carmen y yo a la vez.

Soy ciego, pero no sordo, aun así, en la calle hay tantas personas armando bulla, que no escucho cuando alguien se acerca por detrás y me da con un objeto contundente en la cara tan fuerte, que casi caigo al suelo.

—¡Guillermo! —escucho que gritan Carmen y Eric, entre otros.

—Estoy bien. ¿Y vosotros? —me preocupo.

—¿Seguro? —me pregunta una voz masculina que no conozco.

—Sí, Carmen, ¿estás bien? —le pregunto intentando averiguar dónde se encuentra mi esposa porque no la escucho al lado mío, perdiendo un poco el equilibrio.

—Está sangrando y parece desorientado, señor. Será mejor que se lo lleve la ambulancia que está esperando por uno de los heridos del pub que no quiere subirse.

—Por supuesto que no, solo quiero saber cómo está mi esposa —le contesto muy seguro de mí mismo.

—Todos estamos bien, ha sido Fran quien te ha dado con una porra que le quitó a un policía. Ve con Carmen al hospital y nosotros os seguimos con un taxi —me dice mi primo, ya que ninguno trajo su coche.

No me queda más remedio que hacerle caso, sobre todo, porque es verdad que estoy totalmente desorientado. Al menos, sé que a nadie le ha pasado nada, bueno, a mí, pero de esta, seguro que no me muero. Ya sé que es una broma de mal gusto.

CARMEN

Se supone que hoy íbamos a salir para celebrar que la vida es maravillosa y que he sido aceptada para hacer un doctorado, aunque me paguen una miseria y no tenga tantos medios como en Chicago, pero no me puedo quejar.

Todo iba de maravilla, hasta que nos encontramos con Fran, que comenzó a gritarle a Guillermo tonterías por fuera del pub donde trabaja Tito.

Lo que no consigo comprender es cómo Fran le pudo quitar la porra a uno de los policías y luego le pegó a mi marido por la espalda.

En principio, Guille solo está intranquilo porque estemos todos bien, el pobre no comprende qué ha pasado, aun así, cuando me subo con él a la ambulancia y veo cómo uno de sus ojos está sangrando, comienzo a preocuparme.

La policía se lleva a Fran a un coche patrulla mientras nosotros aún esperamos a que venga uno de los enfermeros para irnos al hospital. Por lo que pude escuchar, lo que ha hecho puede acarrearle muchos problemas tanto a él, como al policía a quien le quitó el arma.

Alguien grabó un video que le enviaron a Tito y él me envió a mí. Ni siquiera lo miro para saber lo que contiene. ¿Cómo pueden grabar algo así y no evitar que suceda?

—¿Estás bien, bonica? —me pregunta Guille, que está más callado de lo normal.

—Yo sí, solo estoy un poco nerviosa porque estás sangrando por dos sitios diferentes y nadie viene a curarte —le confieso a punto de ponerme a llorar.

—No me duele nada —me dice y toma mi mano y me da un tierno beso en ella.

—¿Puede ver bien? —le pregunta a mi marido el enfermero que acaba de entrar a la ambulancia antes de que esta se ponga en marcha.

—Tanto como hace media hora —bromea mi marido.

—Es ciego —le advierto al enfermero, porque estoy tan nerviosa que no puedo ni bromear.

—¡Vaya por Dios! —es lo único que contesta el paramédico.

—Tiene razón, a mí, cuando me pongo nervioso, me da por querer acostarme con mi mujer y, a ella, por decir la verdad. Es una mezcla explosiva, si no le gusta lo que le hago en la cama —continúa Guillermo con sus tonterías.

—Sé que estás intentando que me tranquilice, haciéndome ver que no te pasa nada. Pero no puedo, Guillermo. Acabo de ver cómo un energúmeno te destroza la cara con una porra de un policía —le explico a mi marido.

—Yo estoy bien, pero ella está embarazada de siete meses —le dice mi marido serio.

—Se lo diré a mi compañero —nos dice antes de irse a la zona de delante a hablar con el conductor.

—Te prometo que estoy bien, bonica. Sé que he omitido información en el pasado, pero nunca te he mentido, nunca —se preocupa.

—Lo sé —le contesto y por fin me pongo a llorar, apoyada en su pecho mientras él me abraza.

Tardamos unos diez minutos en llegar, por lo que supongo que nos han trasladado al hospital San Rafael. En cuanto salimos de la ambulancia, Eric, Ruth y Toni nos están esperando, quejándose de haber tardado menos caminando que nosotros en ambulancia, porque no encontraron un taxi.

—¿Cómo se encuentra? Me han dicho los compañeros que es ciego —le dice un médico, que se nos acerca.

—Estoy bien, pero mi mujer está muy nerviosa y está embarazada de siete meses.

—Enfermera, traiga por favor una silla de ruedas —le pide el doctor, en cuanto escucha a Guillermo.

—No la dejes sola, Ruth, por favor. Llama a mi madre, Eric, y que venga a verla —es lo último que escucho decir a mi marido, porque luego la enfermera me obliga a irme con ella acompañada de Ruth.

Ni siquiera se me ocurre protestar. Estoy tan nerviosa, que estoy segura de que mi marido tiene razón y no puede ser bueno para el bebé, así que cierro los ojos e intento tranquilizarme.

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