Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO TRECE - SIN IMPORTARTE QUIÉN

CARMEN

En cuanto termina mi turno, me cambio de ropa y me acerco a la mesa en la que están sentados Guillermo y Eric riéndose, como si en este mundo no hubiese problemas ni preocupaciones.

No puedo evitar preguntarme cómo puede ser tan feliz. Yo estoy cada vez más agobiada por el hecho de que se supone que no debemos estar juntos, de la misma forma que mis ganas de estar con él aumentan cada día más.

Me siento frente a Guillermo, al lado de Eric, sin decir nada. No vaya a ser que el del oído supersónico me escuche, aunque, por supuesto, que lo hace.

—Tito se va a desilusionar mucho cuando se dé cuenta de que te has sentado en su sitio —me advierte Guillermo con una sonrisa de niño ruin.

—¿Y tú no? —lo confronta Eric.

—Yo más. ¿Por qué no te sientas conmigo? ¿Tan mal lo pasaste anoche? —me pregunta, dejándome descolocada completamente.

—No sabía que existía un orden establecido para sentarnos —le respondo a la defensiva.

—No, pero supuse que prefieres sentarte a mi lado, yo lo hago —me contesta sin un ápice de duda.

No le contesto, solo me siento a su lado y él me toma la mano debajo de la mesa desde que se da cuenta de que me he cambiado de asiento.

—Te he echado de menos —se atreve a susurrarme al oído, aunque estoy segura de que Eric lo puede escuchar.

—He cambiado mi turno y soy tuyo hasta las once y media de la noche —nos interrumpe un Tito sin aliento, posiblemente, porque ha venido corriendo desde que Eric le avisó que cenarían en la hamburguesería.

—¿Qué haces trabajando un martes? —le pregunta Eric después de que Tito nos dé un beso en la mejilla a Guillermo y a mí sin perder un segundo de su tiempo y luego un pico a Eric.

—El jefe pensó que sería buena idea abrir estos últimos días de agosto durante toda la semana y la verdad es que ayer fue todo un llenazo, ¿verdad, Guille?

—Sabes que no lo pude ver bien, eso mejor se lo preguntas a Carmen —dice Guillermo, aprovechando para pasarme un brazo por encima de mis hombros.

Yo he tenido que poner cara de no entender nada, porque Eric me mira, sonriéndome, y se encoge de hombros.

—¿Cenamos rápido y damos una vuelta antes de que empiece a trabajar? —le pregunta Tito a su medio novio.

—Claro, así le damos un poco de privacidad a la pareja —le responde Eric.

—No necesitamos privacidad —les respondo avergonzada.

—¿Ah no? ¿Y os vais a besar en público? —pregunta Eric levantando una ceja.

Nunca imaginé que Guillermo fuese tan lanzado y, para la sorpresa de todos, no espera a que yo diga algo al respecto, sino que me levanta la barbilla y me besa.

No es un simple beso. No sé si lo hace para fastidiar a su primo o porque tiene tantas ganas de esto como yo, pero me come la boca sin importarle su primo, su novio, mi jefe o quién quiera que esté mirando.

Le dejo hacer, porque no seré yo la que le niegue un beso después de todo lo que me ha costado llegar hasta donde estamos en este momento, aunque no sé realmente a dónde demonios nos está llevando todo esto que ha sucedido los últimos días.

—Oye, no nos des envidia a los demás. Ya anoche nos dejaste a todos con la boca abierta —nos interrumpe Tito.

—¿Anoche? —se interesa Eric.

—Apareció con una chica, ya sabes que no es su estilo, y se puso a bailar de tal manera que le faltó poco para follársela en la pista —le aclara Tito para mi disgusto.

—No es cierto y lo sabes. Además, no deberías de faltarle el respeto así a Carmen.

—Pero si todos nos quedamos maravillados y no es para menos, Carmen, considerando que has conseguido mucho más que cualquier otra —se defiende Tito.

—¿Me vais a dejar en vergüenza cada vez que tenéis una oportunidad? La próxima vez vengo yo solo —se queja Guillermo, pero no se separa de mí ni un centímetro.

No puedo añadir nada al respecto porque Marisa llega a nuestra mesa y nos toma la comanda. Me mira un poco asombrada y antes de irse me sonríe y me pica un ojo. Seguro que está recordando la conversación que tuvimos hace media hora.

***

Tito es muy divertido, aunque también un loco, y se lleva a Eric a rastras después de que este último pague la cuenta de todos. Guillermo me explica en voz baja que lo deje hacer, que su madre lo mantiene y tiene bastante más dinero en la cuenta que nosotros tres juntos.

—¿Tienes prisa por irte a casa? Soy un sintecho hasta las once y media —me pregunta Guillermo, cuando salgo agarrada de su brazo del local donde trabajo.

—¿Por qué?

—No debería interrumpir a mi primo y a Tito hasta que este último se vaya a trabajar, no sería un buen amigo.

—¿Vive contigo?

—No, aunque tiene un dormitorio que utiliza cuando le viene en gana. Esta mañana me dijo que se quería mudar conmigo. Ya le dije que adoro mi independencia. Ni de coña le permitiría hacer algo así —me dice mientras caminamos sin rumbo fijo, aunque yo voy marcando el camino.

—¿No es tu amigo? Además de tu primo, quiero decir. Parece que os lleváis muy bien.

—Es mi mejor amigo, pero no quiero tener a mi tía en el piso, enviándome a una chica para que limpie y cocine todos los días y haciendo lo primero que se le pasa por la cabeza. La quiero mucho, pero solo un ratito —me cuenta divertido.

—¿Siempre ha sido tu mejor amigo? —le pregunto curiosa, porque él sabe mucho sobre mí, sin embargo, no me ha contado mucho sobre él mismo.

—Hasta que tuve nueve años me hacía la vida imposible y luego nos volvimos inseparables, aunque él sea un año mayor —me explica.

—¿Por qué? —le pregunto, como va siendo costumbre desde que salimos del local.

—Con esa edad yo era un niño que no entendía la diferencia entre ser ciego y no serlo y siempre los imitaba a su hermana y a él. Creo que no soportaban que estuviese todo el día detrás de ellos intentando hacer lo mismo.

—¿Cómo lo hacías si no los veía?

—Pero los escuchaba y preguntaba a los otros niños. Un día le metí un gol jugando al fútbol y esa fue la gota que colmó el vaso.

—¿Cómo se volvieron tan amigos? —sigo con mi interrogatorio.

—Cuando tenía nueve años, mi tía se pasó un mes del verano en la costa italiana y me llevó con ella. A mí siempre me gustó nadar y solía entrenar casi todos los días, por eso me alegré tanto al averiguar dónde iríamos —comienza a contarme.

—¿Qué pasó? —lo animo para que siga con la historia.

—Hicimos unas excursiones con un profesor privado a unas cuevas que para llegar tenías que bucear. Por supuesto que todos llevaban luces para orientarse en la oscuridad, menos yo, claro, que me aprendí el camino de memoria después de ir y venir guiado por el profesor varias veces. Al día siguiente, los hermanos decidieron ir solos, aunque sus linternas se quedaron sin batería y se encontraron en una cueva, sin poder regresar y subiendo cada vez más la marea. Le dijeron a mi tía a dónde iban, pero a mí no, porque no querían que los siguiese.

—¿Y luego?

—Cuando pasaron dos horas y no volvían, mi tía empezó a preocuparse y me preguntó si los había visto. Yo estaba jugando a tirarme con unos cartones viejos desde un pequeño montículo de tierra con unos niños del pueblo, pero enseguida me fui con mi tía a buscarlos. Intentamos encontrar al guía que nos había llevado el día anterior, pero como no dimos con él, nadie sabía de esas cuevas y mi tía cada vez estaba más nerviosa, decidí irlos a buscar por mi cuenta.

—¿Y los encontraste?

—Claramente, si no me habrías conocido con otro mejor amigo, porque cuando llegué, les quedaba poco más de quince minutos para ahogarse —me dice y se queda tan pancho.

—¿Les salvaste la vida? ¿Cómo?

—Cuando los encontré estaban muy asustados, les convencí de que me siguieran porque yo conocía el camino y salí con ellos de la mano. A la primera a quien saqué fue a mi prima y Eric imaginó, en un principio, que lo iba a dejar allí por haberse portado siempre tan mal conmigo. Pero cuando regresé y lo salvé, me prometió llorando que no iba a hacerme más putadas en la vida, aunque a veces se le escapaba alguna, sin embargo, no me quejo, porque yo también hacía lo mío —me cuenta sonriendo.

—¡Eres un héroe! —exclamo sorprendida.

—¿Me merezco un beso por eso? —me pregunta juguetón y yo lo beso antes de que termine la frase.

Se supone que solo somos amigos, pero ayer salimos y no parecíamos amigos en absoluto y hoy me ha venido a buscar al trabajo para cenar luego conmigo. Si esto es para él ser amigos, no me importaría en absoluto seguir siéndolo durante un tiempo indefinido.

GUILLERMO

En cuanto Eric desaparece, dejándonos a Carmen y a mí solos, unas ganas irremediables de besarla invaden todo mi sistema nervioso. No sé lo que me está pasando, pero cada día estoy peor.

Salimos caminando juntos y yo dejo que me guíe. No quiero separarme aún de ella, aunque en este momento tampoco tengo a dónde ir, ya que Eric está en el piso con Tito y no quiero cortarles el rollo.

Esta noche está muy preguntona y le cuento la historia de cuando salvé de acabar ahogados a Eric y a su hermana. No lo hago con intención de presumir, al fin y al cabo, ella fue quien me preguntó, sin embargo, me gusta que piense que he hecho algo importante en la vida, es uno de mis mayores logros, salvar dos vidas.

—¡Eres un héroe! —se sorprende, cuando le cuento la historia.

—¿Me merezco un beso por eso? —le pregunto, porque, aunque sé que no debería, reconozco que deseo demasiado besarla.

Carmen no me contesta, sino que posa sus labios contra los míos, lo cual aprovecho para pasarle un brazo por su cintura y profundizar el beso.

—Nunca tienes cuidado. Algún día pasará alguien conocido y te arrepentirás por besarme así sin importarte quién esté cerca.

—Solo nos hemos besado. ¿Qué más da si hay alguien cerca?

—Solo somos amigos, ¿recuerdas?

—Eso es lo que yo digo, sin embargo, no nos comportamos como tal —me sincero.

—Entonces, ¿qué somos?

—No lo sé bien, Carmen. Intento mantenerme alejado, porque sé que no es justo para ti que estemos juntos, sin embargo, no puedo y cada día me resulta más difícil.

—Eso no es una respuesta válida.

—¿Cuál es una respuesta válida? —le pregunto esta vez yo a ella.

—Yo lo definiría como que nos estamos conociendo, pero sin obviar que somos casi pareja. Anoche te invité a salir y esta noche has pasado por mi trabajo. Además, si no nos hemos visto más es porque tú lo has evitado. ¿Te gustaría que desapareciese una semana sin dejar rastro en tu vida?

—Me volvería loco —le digo antes de volverla a besar.

—¡Guillermo! —se molesta, pero después de devolverme el beso.

—¿Qué quieres que te diga? Es la verdad, pero también lo es que soy un egoísta por dejar que pase lo que sea que esté pasando entre nosotros.

Seguimos caminando mientras ella me cuenta lo que le gusta escaparse con su moto a la playa cuando está quedándose en su pueblo.

No le digo que a mí también me gusta montar en moto mientras Eric me guía porque no quiero que piense lo mismo que pensaron mis padres cuando me vieron por primera vez, que estaba loco.

—Estamos por fuera de mi piso, ¿quieres pasar? Seguro que están mis dos compañeras esperando a que regrese del trabajo, aunque les escribí que cenaría fuera.

—¿Saben que existo? —le pregunto incrédulo.

—Claro, me llevo muy bien con ellas —me responde sin darme importancia y no puedo evitar sonreír como un idiota.

Ella me guía para que salga del ascensor y luego al entrar en su piso. Admito que estoy un poco nervioso, pero noto a Carmen tan normal que me tranquilizo.

El piso de Carmen es más caluroso que el mío y huele a mantequilla y a jabón de coco.

—He traído visita —grita Carmen, cuando entramos.

—¿A quién? —pregunta una voz más aguda que la de Carmen.

—A mí —digo sin casi pensarlo y escucho la risita disimulada de Carmen a mi lado.

—¿Es Guillermo? ¿El de la boda? —grita otra chica, como si yo fuese una estrella de la música.

—¿El de la boda? —le pregunto a Carmen, desconcertado, mientras camino a su lado.

—Es una larga historia. Prometo contártela después —me dice antes de entrar en la habitación donde se escucha una película de fondo y a dos chicas que no dejan de parlotear.

—Hola —digo a modo de saludo.

—Eres guapo —dice la que gritó después de que dijese que era a mí a quien había traído Carmen.

—Ya os lo dije —les responde Carmen sin muestra de vergüenza alguna.

Un segundo después, me veo rodeado de voces que opinan sobre mí, como si no estuviese presente. Es divertido, aunque también aterrador, saber todas esas cosas que pueden pensar las chicas.

—Señoras, soy ciego, no sordo —les digo, para que se corten un poco con sus comentarios.

—Es que eres el segundo novio que Carmen nos ha traído al piso desde que comenzó en la facultad —me informa Magda, la que se ilusionó cuando escuchó mi voz como si fuese alguien famoso.

No contradigo a Magda cuando dice que soy el novio de Carmen, no quiero avergonzarla delante de sus amigas y, además, tampoco puedo negar que entre los dos existe una relación.

Nos sentamos en el salón y charlamos un rato los cuatro, hasta que mi primo me llama para pedirme mi ubicación y venirme a buscar, ya que tiene que dejar a Tito en su lugar de trabajo.

Me da mucha pereza irme y dejar a Carmen en su piso,sin embargo, no me atrevo a pedirle que me acompañe. A veces soy un cobarde.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro