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CAPÍTULO SEIS - UNA INVITACIÓN

CARMEN

Aunque han pasado cuatro días desde que me encontré a Guillermo en mi lugar de trabajo, aún sigo buscándolo cuando salgo o entro a la hamburguesería, como si él no me hubiese dejado más que claro que no nos íbamos a volver a encontrar.

—¿Te alcanzo a tu casa? —me pregunta Antonio, mi jefe, cuando cerramos la hamburguesería a las cuatro de la tarde.

—He venido en moto.

—Pues entonces tendré que ir directo al grano. ¿De qué conoces a Guillermo? ¿Estáis saliendo?

—No creo que esté permitido esta clase de interrogatorio en el trabajo —le contesto molesta, porque en realidad Guillermo y yo no somos nada y eso me fastidia mucho más de lo que quiero admitir.

—Perdona, es que es amigo de mi hijo y siempre se ha portado muy bien con él y conmigo. Nunca he conocido una pareja suya, de hecho, pensé que era gay —se disculpa mi jefe.

—¿Por qué supuso que era homosexual?

—Sus dos primos lo son, es un chico guapo y cae bien a la gente, por lo que consideré que la única razón para que no tuviese novia era que le gustaban los chicos, no que tuviese una chica escondida por ahí —me dice, haciéndome reír.

—No se equivoque, Antonio. Estuvimos tonteando un poco, pero él no tiene intención de salir conmigo, ni siquiera de volverme a ver o, en este caso, escuchar —me sincero.

—Pues me chivaron que os vieron muy acaramelados en el pub hasta que os fuisteis. No me mires así, aquí la gente es muy chismosa —me aclara al ver mi cara de sorpresa y se echa a reír.

—A mí no me importaría intentarlo, pero él no pone de su parte. Solo me ha dicho que es masajista, porque hasta el número de teléfono que me dio, cuando nos conocimos, era inventando —le resumo mi historia con Guillermo.

Antonio no me responde, sino que se queda pensativo unos segundos para luego despedirnos. Debo ir a casa porque comienzo a trabajar otra vez a las ocho, tengo que aprovechar el verano para ganar el máximo de dinero posible.

***

Últimamente, todo me recuerda que mi vida sentimental es una mierda. Podría definirla como pobre o que no está en su mejor momento, pero es que, en realidad, nunca ha sido mucho mejor.

Mi primer novio me duró demasiado tiempo si tenemos en cuenta que era un chico muy simpático, aunque muy egoísta, sobre todo en la cama. Perdí mi virginidad con él y, ni siquiera ese día, se preocupó de que yo disfrutara tanto como él o, al menos, lo suficiente para llegar a un orgasmo. Siempre puso de excusa que a las chicas nos costaba acostumbrarnos al sexo y que, con el tiempo, lo disfrutaría más.

Mi hermana Lola, a la cual siempre le he contado todo, me decía que era una auténtica gilipollez y tenía razón, pero eso lo descubrí mi primera Semana Santa en Granada, cuando estuve con mi segundo novio que, a pesar de ser un mujeriego y un mentiroso, hizo que disfrutase de un orgasmo.

Me sorprendió que lo consiguiera la primera vez que estuvimos juntos mientras nos masturbábamos. Me costó un poco darle una oportunidad, porque solo había intimado con un chico antes, pero tengo que admitir que se lo curró muchísimo y era muy detallista, sobre todo, cuando mis compañeras estaban conmigo, por lo que fueron ellas las que me convencieron de que saliera con él.

Nuestra relación duró tres meses, demasiado, ya que lo único que me gustaba era acostarme con él. No era ni divertido ni simpático, al contrario, era un muermo, aunque durante tres meses compensó que me hiciera llegar al clímax, aunque fuese con sus dedos, porque nunca consiguió que llegase de otra manera.

Después de mi segunda y última relación, solo he tenido encuentros casuales, algunos mejores que otros, pero nada digno de mención. Incluso nos dimos una oportunidad, hace un año, mi primer novio y yo durante el verano, pero fue un fiasco total.

Él había empezado a trabajar en la empresa de la familia, se había comprado un cochazo y supuso que eso compensaba lo idiota que se había vuelto. Ya no era el chico simpático y divertido que conocí en el instituto, además de que le sobraban un par de kilos y estaba obsesionado con bajar de peso.

Solo nos acostamos una vez, pero ese fue el detonante para separarme de él. Seguía siendo un fiasco en la cama y esa vez no pudo culpar a mi poca experiencia de ello.

No obstante, aprendí una lección importantísima: si quiero poder llegar al orgasmo con penetración, tengo que ser yo la que marque el ritmo, por lo que en los tres encuentros íntimos que he tenido el curso pasado, siempre fui la que se puso encima y una vez conseguí lo que quería, les dejé que ellos hicieran lo que les apetecía.

—¡Has llegado! —se alegra Magda sobremanera.

—No he tardado más de lo normal —le contesto desconfiada, porque este recibimiento no es común.

—Tu ex ha estado aquí, ese que vive en tu pueblo, y te ha dejado una invitación —dice Concha sin la efusividad de Magda, quien la mira como si pudiese asesinarla con sus rayos láser oculares.

—¿Una invitación? —le digo sin entender de lo que están hablando.

—Se casa en último día del año y te ha invitado —me explica Magda.

—¿Por qué? —sigo sin comprender.

—Se casa en Granada y, posiblemente, no tenga a nadie en la ciudad a quien invitar —opina Magda.

—¿Por qué está abierta? —interrogo a mis compañeras al darme cuenta del estado del sobre que contiene la invitación.

—Tu ex vino vestido como si se fuese a presentar a un concurso de la tele, nos dio la invitación y nos contó que se casaba. ¡No pudimos esperar! —se excusa Magda.

—¿Vino a traerla personalmente? —me extraña, porque él siempre ha presumido de no venir a la ciudad si puede evitarlo.

—Sí, iba a esperarte, sin embargo, le dijimos que no volverías hasta mañana porque estabas con tu novio —me aclara Concha.

—¿Qué novio? —ironizo.

—Tienes que pedirle a Guillermo que te acompañe a la boda como si fuese tu pareja.

—¿Estás loca? Es ciego, mejor que se lleve a cualquier otro —le riñe Concha.

—No pienso ir a esa boda —les hago saber.

—Por supuesto que irás —me dicen mis compañeras a la vez, que nunca se ponen de acuerdo sino para molestarme.

Nunca he tenido que demostrar nada a nadie y menos a mi ex. Me da igual que sepa que no tengo novio, aun así, no me apetece nada celebrar la vida sentimental de otras personas cuando la mía es una mierda.

GUILLERMO

Estoy cansado de no poder quitarme a Carmen de la cabeza. Parezco un quinceañero y en las últimas cuatro noches he ensuciado las sábanas dos veces.

Nunca había estado así, pero es que no dejo de recordar una y otra vez el momento en el que me pidió que la tocase. Cada vez que lo revivo se me pone dura y no comprendo cómo tuve tanta fuerza de voluntad para no hacerlo.

Incluso en estos momentos, cuando debería estar preocupado por la llamada amenazante del gerente de la empresa en la que trabajé hasta hace menos de un mes, no puedo olvidarme de ella.

—¿Crees que es buena idea dejarte solo con ese buitre? —me pregunta Leo, mi cuidador desde que me fui de la casa de mis padres.

—Si pasa algo, pulsaré el botón de ayuda del móvil —le tranquilizo.

—Estaré fuera, pero llámame, si ocurre lo más mínimo. Tenías que haberme permitido partirle la cara cuando te echó —me dice enfadado, porque Leo estaba presente cuando me dijeron que no podía seguir trabajando en la empresa porque soy ciego.

Leo es cuidador de una señora jubilada que se está quedando ciega paulatinamente. Desde que nos conocemos ha cambiado todos los años a la otra persona a la que cuida, pero no ha querido separarse de mí.

No solo nos llevamos bien, sino que se preocupa por mí, al igual que, a mi manera, yo lo hago por él. De hecho, ni siquiera llevamos un horario fijo, sino que me acompaña cuando lo necesito o me viene a ver cuando él necesita compañía. Incluso ha comenzado a estudiar en la universidad a distancia, aconsejado por mí, a pesar de tener treinta y tres años, y lo ayudo en lo que puedo con sus estudios de enfermería.

—¿No crees que será mejor que entre contigo? —insiste Leo.

—Me has dado clase de boxeo desde hace cuatro años. Sabré darle un buen puñetazo sin que lo vea venir —bromeo antes de entrar a la sala donde me espera el gerente, dejando a Leo por fuera.

Nada más sentarme y después del seco saludo, tras cerrar la puerta de la sala de juntas del que fue mi superior, escucho la respiración de otra persona a mi derecha.

—Si no vamos a estar solos, puedo decirle a Leo que me acompañe. Soy ciego, no sordo —advierto a los que se encuentran conmigo en la habitación.

—Mi nombre es Roberto Jiménez, abogado de la empresa —se presenta el desconocido.

—Ya que no estoy acompañado y es uno contra dos, grabaré la conversación —les hago saber mientras enciendo la grabadora de mi teléfono móvil a la vista de todos, excepto a la mía, por supuesto.

—Me parece lo más justo —dice el abogado.

—No queremos perder mucho el tiempo contigo, Guillermo. La empresa preparará una demanda contra ti si no le devuelves los clientes que te has llevado a tu nuevo lugar de trabajo. Los clientes no son tuyos, son de la empresa —me amenaza el gerente levantando la voz.

—Yo no me he llevado a ningún cliente, además de que la razón por la que me echaron fue porque a ellos les incomoda que sea ciego. ¿Por qué vendrían a que les hiciera un masaje si trabajase en otro lado? —le contesto tranquilo, porque es la verdad.

—No a todos los clientes les molesta que seas invidente —se pronuncia el abogado.

—No lo sé. Como me dejaron muy claro, yo no estoy capacitado para percatarme de cosas como esa —les recuerdo.

—Bueno, sabemos que Marina preguntó por el lugar donde estás trabajando ahora, porque para ella es una ventaja que no veas a la hora de hacer el masaje, pero la señora Claro y sus amigas no han vuelto y sabemos que están yendo al centro donde trabajas ahora —afirma más tranquilo el abogado.

Es verdad que hace dos días Marina apareció para que le diera un masaje, lo cual no fue una sorpresa. Es mi cliente desde hace más de un año y un día me confesó que al practicar el sexo con su marido, muchas veces tiene marcas y que no las vea es una ventaja para ella. Yo no le quise preguntar, porque no es de mi incumbencia, sin embargo, a veces noto vestigios en los pies y en las manos, como si hubiese estado atada durante mucho tiempo, o de flagelación en la espalda.

—Marina consiguió la dirección de mi nuevo trabajo, ya que apareció por allí hace unos días —afirmo porque no es un crimen hacerle un masaje a alguien que aparezca por sus propios medios en tu lugar de trabajo.

—¿Y la señora Calvo? —me grita el gerente, que es como llaman a mi abuela, puesto que la familia de su marido es muy conocida.

—A la señora Calvo lo menos que le interesa son los masajes —afirmo, cansado.

—¿Te la estás tirando? —me acusa el gerente y en este momento podría darle un buen puñetazo.

—¿Olvida que estoy grabando la conversación? —le recuerdo para no darle la paliza que se merece.

—¿Entonces? —pregunta el abogado, perdiendo la paciencia.

—Es mi abuela, no se ha fijado en mis apellidos. Y ni una palabra de esto a nadie porque no dudaré en demandarlos por discriminación, ya que, incluso en mi carta de despido, pusieron que la causa era mi ceguera —les amenazo.

—¿Es tu abuela? Vaya, pues te has llevado una buena fuente de ingresos de la empresa —responde el abogado más tranquilo.

—Cuando comencé a trabajar tuvieron que contratar a un masajista nuevo porque muchos de mis clientes venían directamente a que los atendiera yo —les recuerdo.

—No lo sabía. ¿No te interesa volver? —me pide el gerente con un tono mucho más agradable del que ha utilizado conmigo desde que nos conocemos.

—¿Está loco? Me encanta el lugar donde trabajo. Antes también, pero nadie me defendió cuando me echó, cosa que no sucedería ahora. Además, me llevo un diez por ciento de los ingresos generados y está a pocos minutos de mi piso, por lo que son todo ventajas —les hago saber.

—Pues siento mucho el malentendido, Guillermo —se disculpa el abogado.

No alargamos mucho más la conversación y cuando salgo, Leo me está esperando para acompañarme a mi piso.

Estoy aprovechando el verano para trabajar todo lo que me permiten y así adaptarme mejor a mi nuevo lugar de trabajo.

No es mentira que me siento muy cómodo y valorado. Me han pasado clientes relevantes sin importarles que sea invidente y teniendo en cuenta solo mi profesionalidad. Me lo merezco, siempre estoy actualizándome con cursos y nuevas tendencias, incluso utilizo parte de mis vacaciones para hacer uno o dos cursos intensivos de algún tipo de masajes y no desaprovecho la oportunidad de aprender más sobre los diferentes masajes chinos, que son mi especialidad, además de los masajes deportivos y los estéticos.

También intento aprender en mi trabajo y esta semana mi jefe me ha enseñado a dar un mensaje con pindas, un preparado natural de hierbas aromáticas y medicinales envueltas por un saco de tela. En este sentido, he tenido que aprender para qué se utilizan las diferentes plantas y aceites. A mi jefe le encanta todo lo relacionado con los chakras, drenar la linfa y la relajación.

El mes que viene quiere que mejore el masaje holístico y podré dar todos los masajes que ofrece el centro, aunque mi especialidad son los masajes de cuerpo entero.

—Me puedes dejar en el garaje —le pido a Leo, cuando intuyo que estamos llegando a mi piso.

—¿Sigues escondiéndote de esa chica? —me riñe Leo.

—No me escondo, es solo que prefiero que no me vea —me excuso, aunque, en realidad, es lo mismo.

Sí, soy un cobarde, pero es que estoy seguro de que sime la vuelvo a encontrar, no podré alejarla otra vez de mi lado. Es más fácilcuando la primera vez supuse que ella se había olvidado de mí al segundo otercer día de conocerme. Sin embargo, al enterarme de que me estaba buscando ypedirme que le diera una oportunidad a lo nuestro, soñé por primera vez quetambién yo podría tener un final feliz, con una chica a mi lado y una familia. ¡Quéiluso puedo ser a veces!

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