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CAPÍTULO ONCE - UN FLAN

CARMEN

No es la primera vez que salgo con un chico, pero ni cuando comencé con mi primer novio estaba tan nerviosa. En realidad, llevo así desde que colgué el teléfono el sábado y agradecí que tuviese tanto trabajo ese día y ayer domingo, porque fue en el único momento que me olvidé un poco de mi cita de amigos con Guillermo.

—¿Vas a ir así? —me pregunta Concha al verme con una simple pinza en el pelo y sin una pizca de maquillaje.

—No la va a ver —le recuerda Magda.

—Los demás sí la harán y cuanto más guapa les resultes a los conocidos que os podáis encontrar, mejor —opina Concha.

—Nunca he sido de maquillarme mucho y se agradece que él no lo note —les hago saber antes de salir del piso.

—¡Mucha mierda! —me desea Magda, algo normal entre nosotras para desearnos suerte.

He elegido un bar donde podemos tomar unas tapas y luego cenar, para no estar dando vueltas por la ciudad durante toda la tarde. El sitio no es muy caro, así que no tendré que dejar de comer los próximos días, además de que en la hamburguesería estoy ganando mucho más dinero que en mi antiguo empleo.

Como no vamos a movernos mucho, decido ir en mi moto, al fin y al cabo tardo menos de cinco minutos en llegar con ella y caminado tardaría tres o cuatro veces más.

Antes de ponerme el casco suena mi teléfono. No conozco el número, pero espero que no sea Guillermo para cancelar nuestra cita. Nos hemos enviado algún que otro mensaje estos últimos días y parecía muy interesado.

—¿Quién es? —pregunto, precavida.

—¿Carmen? ¿Eres tú? —escucho la voz de Mercedes, la tía de Guillermo.

—¿Le pasó algo a su sobrino? —me asusto un poco.

—Tranquila, como dice Eric, ese chico es de goma. No estaba segura de que fuese tu número. Lo copié a escondidas del teléfono de Guille y ya llamé a otro número porque marqué un uno al final y no un siete —me hace sonreír.

—Cada vez estoy más convencida que eso de tener un novio ciego son todo ventajas —bromeo.

—¿Lo dices en serio? —se asombra, dándome cuenta de mi metedura de pata.

—Es algo con lo que bromeamos mis compañeras de piso y yo, pero no lo decimos en serio. Bueno, imagino que sabrá que desde que conocí a Guillermo he estado interesada en conocerlo mejor. No digo que nos vayamos a casar, solo conocerlo, es que tiene que pararme, porque cuando me pongo nerviosa hablo y hablo y no tengo fin —le explico, inquieta.

—A mi sobrino también le gustas mucho, Carmen.

—Parece ser que no lo suficiente —le digo antes de que se me escape un suspiro.

—No le hagas caso. La mujer del hermano de su padre ha convencido a sus padres y a él mismo de que si Guillermo tuviese hijos sería algo nefasto, ya que existe la posibilidad de que también sean ciegos. Además de que tener una relación con una chica tampoco es buena idea porque no podrá darle descendientes y tendrá que sufrir por culpa de su ceguera.

—Ya he discutido sobre los niños con él, pero no atiende a razones. Si él es feliz, sus hijos también lo serán. Por supuesto que es preferible que vean, pero también que vuelen y yo no echo de menos volar porque nunca lo he hecho —le expongo mi punto de vista.

—Sabía que eres una chica lista, Carmen. Yo soy de la misma opinión que tú, sin embargo, Guille puede ser muy obstinado.

—Lo sé.

—Las dos también sabemos que tú puedes hacer que cambie de opinión —dice para mi sorpresa.

—¿Yo?

—Sí, desde que te conoció va suspirando por las esquinas, pero los días que no lo llamaste después de nuestro almuerzo estaba irreconocible. Su alegría habitual se esfumó y se pasó los días escuchando Waves de Dean Lewis y cosas así. Lo tienes detrás de ti como un corderito, así que aprovéchate y hazlo sufrir un poco, para que se vea obligado a suplicarte por una oportunidad.

—¿Me lo está diciendo en serio?

—Adoro a mi sobrino, si aún tengo hijos se lo debo a él. No sé qué habría hecho con mi vida si ese condenado niño no hubiese estado a mi lado cuando me divorcié, no obstante, quiero que sea completamente feliz y sé que ahora mismo solo lo será si está contigo —me dice Mercedes, dejándome anonadada.

En cuanto cuelgo, regreso al piso para contarle a Magda la extraña conversación que he tenido con Mercedes. Magda, entre la sorpresa y la alegría, no sabe que decir y lo único que me aconseja es que obligue a Guillermo a prometerme que me acompañará a la boda de mi ex.

Por supuesto, que no voy a hacerle caso y, sin aclararme las ideas del todo, me dirijo al bar donde hemos quedado. Al final decido en no ir en moto, por lo que ya llego con unos minutos de retraso y a mí siempre me ha gustado ser puntual.

***

Nada más entrar en el local, lo veo sentado en una mesa. No se le nota nervioso y está charlando con un chico que se encuentra de pie a su lado, parece que se conocen por cómo el desconocido le pone su mano en el hombro cuando comienza a reírse.

Seguro que se me queda cara de tonta, pero es que Guillermo está muy guapo. Me encanta verlo en polo y mocasines, pero la camisa de manga corta rosa pálido le queda espectacular. Además, se ha cortado un poco el pelo y hace dos o tres días que no se afeita. A pesar de no tener la barba muy poblada le queda muy bien, tanto que se me está cayendo la baba.

—Siento el retraso. Tuve un imprevisto de última hora —me disculpo mientras Guillermo se levanta y se pone a mi lado.

—Solo son cinco minutos, no te preocupes. Él es Tito, un amigo de Eric. Ella es Carmen, una amiga —nos presenta girando la cara en cada momento hacia la persona con la que está hablando.

—¿Tan amiga como yo lo fui de tu primo? —le pregunta Tito antes de acercarse y darme dos besos en las mejillas.

—Pensé que seguías siendo su amigo —le responde Guillermo, no sé si para evitar explicarle lo que hay entre nosotros o porque entre Tito y Eric ha habido algo y Guillermo desconoce que se haya acabado.

—Solo estuvimos tonteando hace dos semanas, pero este fin de semana ni se dignó a llamarme o enviarme un mensaje.

—Ha estado muy liado —defiende Guillermo a su primo.

—No puedes negar que es un rompecorazones —le responde Tito con una sonrisa.

—Sabes que eso no es cierto y de verdad que ha estado liado. Su hermana envió a una amiga de visita a Granada y él tuvo que hacer de guía turístico. Yo me he salvado, porque de algo me tenía que valer lo de ser ciego.

—Porque no puedes verlo, pero tu primo es muy guapo, aunque tú no te quedas atrás. ¡Qué pena que no te gusten los chicos! —le dice Tito sin vergüenza alguna.

—Si algún día me cambio de acera, serás el primero en saberlo —le responde divertido.

—Dale recuerdos a tu primo y encantado —se despide Tito diciendo la última palabra mirando hacia mí.

—Igualmente —le contesto antes de que Guillermo mueva una silla de la mesa y la coloque para que pueda sentarme.

No sé cómo lo hace, pero siempre se comporta como un completo caballero, a pesar de que debería de ser yo la que lo ayudase a sentarse a él. 

GUILLERMO

Estoy nervioso como un flan. El viernes, cuando Carmen me llamó, no esperaba que me invitase a tomarme algo y me alegré porque, a pesar de que no había dado señales de vida durante cinco días, quiso volver a verme.

—¿Qué hago en estos casos? —le pregunto a Eric, que es el encargado de llevarme al local donde he quedado con Carmen.

—¿Qué casos? —me pregunta sin entender lo que le estoy diciendo.

—¿Debería invitarla, dejar que pague ella o pagar entre los dos? —le explico.

—No sé si ella está sobrada de dinero.

—No hemos hablado sobre ello, pero sé que estudia y trabaja, por lo que, posiblemente, sus padres no puedan pagarle los estudios —le digo lo que he pensado.

—O es una tozuda como tú y no les permite a los padres que le ayuden porque quiere hacerlo sola todo.

—Sabes que lo hago para valerme por mí mismo, Eric —le respondo, molesto.

—Y me parece genial, pero nuestros viajes podrían ser mucho más placenteros, si permitieses que te los pagara mi tío —me dice refiriéndose a mi padre.

La relación de mis padres conmigo no es mala, solo que no les ha gustado que intente vivir la vida como una persona normal.

Cuando era pequeño se enfadaron cuando reuní dinero para comprarme un balón sonoro y comencé a jugar al fútbol. Por supuesto que solía tener más accidentes que cualquier otro jugador, pero, como dice siempre Eric, soy de goma y nunca me ha pasado nada, salvo algún moratón o raspón.

Tampoco les hacía gracia que montara en bici, a pesar de que me caí mucho menos que Eric o que Tania, pero lo que realmente les enfureció fue que me hiciese masajista y, como dice mi madre, la guinda que adornó el pastel, fue que estudiase Física y Matemáticas, si al menos hubiese estudiado Química.

Por eso suelo ver mucho más a mi tía y a mi abuela, porque mis padres se han pasado toda la vida reprochándome algo o preocupándose por tonterías.

—Entonces, ¿qué hago? —insisto.

—No lo sé, ese problema no lo he tenido nunca, pero yo pagaría a medias. Si intentas ser un caballero puede que se lo tome a mal y piense que eres un machista —opina mi primo.

—Pues ya puedes irte —le digo para evitar que se encuentre con Carmen.

—¿No me vas a dejar que la salude? —se sorprende.

—No, primo. Lo mejor será que te vayas antes de que llegue —le digo al bueno de Eric, que pasó por mi trabajo para acompañarme los casi quince minutos que estuvimos caminando hasta el local donde Carmen quiere encontrarse conmigo.

En cuanto mi primo se va y comienzan a pasar los minutos, me doy cuenta de que Carmen va a llegar tarde. La verdad es que no sé si es como Tania, que eso de llegar con retraso es algo innato en ella, o que quizás le haya sucedido algo.

—¡Qué alegría verte, Guille! —me saluda Tito, el nuevo amigo cercano que tiene mi primo.

—¿Cómo estás, Tito? —le devuelvo el saludo.

—Hoy abre el pub a las diez y media y he tenido que venir a trabajar.

—¿Hoy lunes?

—Sí, como está todo el mundo de vacaciones, se llena —me explica.

Tito es muy divertido y no tardamos en ponernos a bromear, hasta que escucho una voz que he echado de menos todos los días desde la última vez que la oí.

—Siento el retraso. Tuve un imprevisto de última hora —se disculpa mientras me levanto para hacer las presentaciones, ser ciego no significa que sea un maleducado.

Tito no desaprovecha la oportunidad para quejarse de Eric, por lo que me anoto mentalmente recordarle que lo llame. Mi primo es un desastre y siempre que se interesa por alguien lo deja de lado si está haciendo otra cosa, lo que significa que el interés que tiene por Tito no es el mismo que el que Tito tiene por él.

En cuanto el amigo de Eric se despide de nosotros, le coloco la silla a Carmen para que pueda sentarse.

—¿Cómo lo haces? —me pregunta Carmen y no tengo la más remota idea a lo que se refiere.

—¿El qué?

—Colocar la silla para que me siente —me saca de dudas.

—Soy ciego, no manco —le tomo el pelo, aunque cuando era pequeño estuve horas practicando con mi abuela hasta que me salió a la perfección.

—Menos mal, si no Hilda se llevaría una desagradable sorpresa —bromea, lo que hace que yo suelte dos carcajadas.

—Seguro que los mancos pueden hacer todo lo que se te pasa por esa cabecita perversa tuya y más con los pies —le explico.

—O la nariz —me dice la muy descarada.

—O con la boca, aunque a mí me encantaría hacerlo con la boca, a pesar de que no soy manco —me atrevo a decirle.

—Guillermo —gime dejando escapar un suspiro.

—Me tienes muy mal —me sincero.

—Tú a mí también. Además, hoy estás muy guapo —me piropea y mi autoestima supera la estratosfera.

—¿Sería correcto besarte, aunque solo seamos amigos? —le pregunto esperanzado.

—Sí, sería lo apropiado —me dice ella y siento cómo se acerca.

Estamos en un lugar público y todo el mundo puede vernos, aun así, no puedo evitar ir al encuentro de sus labios. No puedo esperar más, necesito besarla.

Lo hacemos con delicadeza, aunque unos segundos después Carmen se separa y el camarero nos toma la comanda.

—¿Mañana trabajas? Estamos a unos metros de un pub donde suelo ir con Eric y que hoy estará abierto, a pesar de ser lunes —le explico, cuando el camarero se va.

—Mañana comienzo a trabajar a la una y termino a las nueve —me dice antes de poner su mano en mi pierna, haciendo que mi erección me dé un latigazo.

—¿Te apetece bailar? —le pregunto, como si no fuese la primera vez que hago algo así en la vida.

—Si es contigo, sí —me responde y me da un apretón en la pierna con su mano.

—Estoy intentando ser un buen amigo, Carmen —gruño, cuando su mano roza mi entrepierna.

—Yo también —me susurra en el oído.

En cuanto el camarero llega con la cerveza de Carmen, mi botella de agua y unas tapas, le pido una copa de vino. Esta noche voy a pasarlo muy mal y el vino seguro que me ayuda a sobrellevarlo.

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