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Pov Pedro.
Hola!!!, me llamo Pedro , una lectora me puso ese nombre.
Te dejo un pañuelo 🤧, por las dudas.
Chao.
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En la sala de espera del hospital, Belén y Alejandra estaban sentadas juntas, rodeadas por el ruido monótono de las máquinas y las conversaciones apagadas de otros familiares. El ambiente era opresivo, con la tensión palpable en el aire mientras esperaban noticias sobre Isabella.
En la habitación contigua, la situación era mucho más crítica. Isabella yacía en la cama, su cuerpo retorcido en espasmos incontrolables. Los médicos y enfermeras se movían con agilidad frenética alrededor de ella, tratando de estabilizar la situación. La habitación estaba iluminada por las luces frías y clínicas, que proyectaban sombras inquietantes sobre el rostro de Isabella.
El cuerpo de Isabella estaba tenso y en constante movimiento. Sus brazos y piernas se movían violentamente, sacudiéndose con una fuerza descontrolada que desestabilizaba las vendas y los tubos conectados a ella. El monitor a su lado emitía pitidos agudos y erráticos, reflejando la agitación de su estado interno. Su piel, pálida y cubierta de sudor, brillaba con un tono húmedo bajo las luces del quirófano. Las vendas se habían desplazado, revelando moretones y cicatrices que se marcaban en su piel.
Sus ojos eran particularmente inquietantes. Estaban abiertos, pero no en un estado de conciencia; las pupilas se movían de un lado a otro, como si intentaran enfocarse en algo invisible. Los ojos de Isabella parecían vidriosos y desorbitados, con una mirada perdida que reflejaba el caos interno de su cuerpo. La tensión en sus párpados y la forma en que sus ojos se movían frenéticamente agregaban un aura de desesperación y confusión a la escena.
Las convulsiones eran extremadamente intensas, sacudiendo su cuerpo de manera violenta. Cada contracción y espasmo parecía desgarrar su cuerpo, y los movimientos de su cabeza se tambaleaban descontroladamente. La boca de Isabella estaba abierta en un grito silencioso, sus labios se movían de forma errática mientras su respiración era irregular y entrecortada.
Los médicos, con caras tensas y concentradas, trabajaban con rapidez para administrar medicamentos y controlar las convulsiones. Las enfermeras ajustaban los equipos, tratando de estabilizar los parámetros vitales en los monitores. Las luces parpadeantes del equipo médico y las voces urgentes añadían al caos en la habitación.
En la sala de espera, Belén y Alejandra intercambiaron miradas preocupadas, sus corazones palpitaron al ritmo de la incertidumbre que llenaba el espacio. La angustia de esperar noticias se hacía cada vez más insoportable, mientras el recuerdo de Isabella en su estado de desesperación persistía en sus mentes.
En medio del caos, de repente, Isabella dejó de moverse. Su cuerpo, que hasta ese momento había estado en un frenético vaivén de espasmos, se detuvo abruptamente. El monitor junto a la cama dejó de emitir pitidos erráticos y comenzó a emitir un tono constante, indicando que su ritmo cardíaco se había detenido. La alarma de la máquina resonó con una intensidad aguda y penetrante, llenando la habitación con una sensación de urgencia y pánico.
El rostro de Isabella, antes marcado por la lucha y el sufrimiento, ahora parecía inexpresivo, con los ojos aún abiertos, pero sin vida. La piel, que había estado sudorosa y brillante, ahora se veía opaca y sin color. La tensión en sus músculos se había relajado, dejando su cuerpo en una postura rígida pero sin movimiento.
Los médicos y enfermeras se movieron en un frenesí, sus movimientos eran rápidos y coordinados, pero el aire estaba cargado de desesperación. Uno de los médicos comenzó a realizar maniobras de reanimación cardiopulmonar (RCP), presionando con firmeza en el pecho de Isabella mientras otro preparaba el desfibrilador. Las enfermeras conectaron los electrodos al pecho de Isabella, sus caras tensas y concentradas mientras esperaban el momento adecuado para aplicar una descarga.
El zumbido de la máquina de desfibrilación llenó el espacio, y el médico gritó una cuenta regresiva. "Uno, dos, tres," y una descarga eléctrica recorrió el cuerpo de Isabella, haciendo que su cuerpo se sacudiera momentáneamente. La tensión en el aire era palpable mientras esperaban a ver si la descarga había tenido efecto. El monitor continuaba emitiendo su tono constante, pero la mirada de los médicos no se apartaba del equipo, ansiosos por ver cualquier cambio.
Alejandra y Belén, en la sala de espera, se aferraban a las manos una de la otra, sus rostros pálidos y tensos. Cada sonido de la alarma y el zumbido del desfibrilador aumentaban su ansiedad, mientras miraban hacia el pasillo con esperanza y miedo.
En la habitación de emergencia, los médicos continuaban con las maniobras de reanimación, sus esfuerzos visibles en la forma en que su ropa y rostros se empapaban de sudor. La sensación de desesperanza y la urgencia de la situación se reflejaban en cada acción que tomaban.
El tiempo parecía ralentizarse mientras luchaban por devolverle la vida a Isabella. Los segundos se sentían como minutos, y cada pitido y cada movimiento eran monitoreados con una atención desesperada. La sala estaba llena del sonido de las máquinas y del esfuerzo de los médicos, y la pregunta sin respuesta de si Isabella lograría superar este crítico momento se mantuvo en el aire.
En la sala de emergencias, el caos se apoderó del ambiente mientras los médicos trabajaban frenéticamente. Isabella estaba en un estado crítico, su cuerpo rígido y sus movimientos espasmódicos. Sus ojos, antes vidriosos y sin vida, apenas parpadeaban. El monitor de ritmo cardíaco emitía un tono constante, un signo de que su corazón había dejado de latir.
"¡Prepárense para otra descarga!" ordenó el médico principal con una urgencia palpable. Las enfermeras se movieron rápidamente para ajustar los electrodos en el pecho de Isabella y preparar el desfibrilador para una última tentativa.
"Cargando... ¡Ahora!" El médico gritó mientras se aplicaba la descarga. El cuerpo de Isabella convulsionó violentamente, los músculos tensándose bajo el impacto eléctrico. El monitor permaneció en silencio durante unos momentos eternos.
Un silencio pesado llenó la sala mientras todos esperaban, conteniendo la respiración. De repente, una ligera respuesta comenzó a manifestarse. Los dedos de Isabella se movieron imperceptiblemente, sus manos temblaron. Sus ojos, antes inmóviles, parpadearon débilmente. El monitor de ritmo cardíaco empezó a emitir un pulso irregular, pero estaba allí.
"¡Vuelve!" exclamó uno de los médicos con alivio. Los otros se unieron a él, ajustando rápidamente el equipo para estabilizar a Isabella. Sus movimientos eran aún erráticos y su respiración, aunque superficial, estaba presente.
Mientras los médicos trabajaban para asegurar que su corazón se mantuviera estable, la atmósfera en la sala cambió. El tono constante del monitor fue reemplazado por un ritmo cardíaco intermitente pero esperanzador. Isabella estaba comenzando a recuperar funciones vitales.
En la sala de espera, Alejandra y Belén, al tanto del riesgo que había corrido Isabella, vieron con ansiedad a los médicos salir de la sala. Sus rostros mostraban la mezcla de tensión y agotamiento que reflejaba la gravedad de la situación. Un médico se acercó a ellas con un leve aire de alivio.
"Lo logramos," dijo el médico, tratando de ofrecer un consuelo en medio de la preocupación. "Isabella está respondiendo al tratamiento. Su condición es crítica, pero ha mostrado señales positivas."
Alejandra y Belén se miraron, con una mezcla de alivio y preocupación en sus rostros. Sabían que la batalla de Isabella estaba lejos de terminar, pero por ahora, el hecho de que estuviera respondiendo a la última tentativa era una chispa de esperanza en un momento de gran incertidumbre.
Pov Alejandra.
Han pasado algunos días desde que Isabella sufrió aquel ataque desesperante. Ya son once días que lleva en coma. Cada día que pasa parece un siglo. Su cuerpo sigue frágil y vulnerable, cubierto de moretones y vendajes, con tubos que ayudan a sus pulmones a respirar y a su corazón a seguir latiendo. Sus párpados cerrados y la palidez de su piel me llenan de un miedo profundo, un miedo que no había sentido jamás.
Estoy sentada al lado de su cama, sosteniendo su mano pequeña y fría. La sensación de su piel contra la mía es el único vínculo tangible que tengo con ella ahora. A veces, cuando el monitor de sus signos vitales emite un sonido más fuerte de lo normal, mi corazón se detiene un instante, temiendo lo peor. Belén está a mi lado, siempre presente, su apoyo es lo único que me mantiene entera en estos momentos.
"Ella es fuerte," dice Belén suavemente, tratando de infundir esperanza. "Lo sé, Ale. Isabella es fuerte."
Asiento, aunque las palabras se sienten como un consuelo lejano. Miro el rostro de mi hija, su expresión serena que parece tan lejana de la realidad cruel que está viviendo. Los médicos dicen que estamos en una fase crítica. Si Isabella no despierta pronto, las consecuencias podrían ser devastadoras.
Recuerdo su risa, su energía contagiosa. La forma en que solía correr por la casa, su curiosidad insaciable. Todo parece tan distante ahora, casi como un sueño. "Despierta, mi amor," susurro, apretando su mano con un poco más de fuerza. "Mamá está aquí. Necesito que vuelvas."
Belén me pasa un brazo por los hombros y me acerca a ella. "Lo hará, Ale. Tienes que creerlo."
Me quedo en silencio, las lágrimas quemando en mis ojos, incapaz de escapar. No puedo imaginar un mundo sin Isabella, sin su presencia vibrante llenando cada espacio. No puedo soportar la idea de perderla. Este es el momento en que todo se define. Si Isabella despierta, habrá esperanza. Si no...
No quiero pensar en lo que vendrá si no despierta. El peso de la incertidumbre es insoportable. Cada día, cada hora, cada minuto que pasa es una agonía.
"Por favor, Isabella," susurro nuevamente, con la voz quebrada. "Despierta."
Tomando la mano de Isabella con ternura, siento una oleada de emociones recorrer mi cuerpo. No puedo soportar la idea de perderla, y necesito hacer algo, cualquier cosa, para sentirme más cerca de ella. Con la voz temblorosa, empiezo a cantar una canción que solíamos escuchar juntas.
"I could stay awake just to hear you breathing, watch you smile while you are sleeping, while you're far away and dreaming..." Mi voz es baja y quebrada al principio, pero se va fortaleciendo con cada palabra. "I could spend my life in this sweet surrender, I could stay lost in this moment forever, well, every moment spent with you is a moment I treasure."
Belén me mira, sorprendida al principio, pero pronto una sonrisa suave se dibuja en su rostro. "Ale..."
No dejo de cantar, mis ojos llenos de lágrimas mientras sigo sosteniendo la mano de Isabella. "I don't wanna close my eyes, I don't wanna fall asleep, 'cause I'd miss you, babe, and I don't wanna miss a thing. 'Cause even when I dream of you, the sweetest dream will never do, I'd still miss you, babe, and I don't wanna miss a thing."
Cada palabra está cargada de desesperación y amor. Siento que la canción es una forma de comunicarme con ella, de recordarle lo mucho que la necesito. "Lying close to you, feeling your heart beating, and I'm wondering what you're dreaming, wondering if it's me you're seeing."
Las lágrimas fluyen libremente por mis mejillas, pero no me detengo. Sigo cantando, mi voz temblorosa pero firme, esperando que de alguna manera, estas palabras lleguen a Isabella y la traigan de vuelta.
Belén aprieta mi hombro, sus propios ojos llenos de lágrimas. "Ale, está escuchando. Lo sé."
La habitación se llena de mi voz, una mezcla de esperanza y tristeza. "Then I kiss your eyes and thank God we're together, and I just wanna stay with you in this moment forever, forever and ever."
Termino la canción con un susurro, mi voz quebrada por la emoción. "I don't wanna close my eyes, I don't wanna fall asleep, 'cause I'd miss you, babe, and I don't wanna miss a thing."
Silencio. Solo el sonido del monitor cardíaco y la respiración asistida de Isabella llenan la habitación. Sigo sosteniendo su mano, esperando, rezando, deseando con todo mi ser que este pequeño acto de amor pueda hacer la diferencia.
"Despierta, mi amor," susurro de nuevo, inclinándome para besar su frente. "Por favor, despierta."
Me recosté sobre la mano de Isabella, y el peso de la desesperación me aplastó. Las lágrimas caían sin cesar, empapando las sábanas blancas del hospital.
"Por favor, Isabella, no te rindas," susurré entre sollozos. "Te necesito, mi amor, todos te necesitamos."
Belén, siempre mi roca, se inclinó y me rodeó con sus brazos. Sentí su calor y su apoyo, pero ni siquiera su presencia podía aliviar el miedo que se enroscaba en mi corazón. Isabella yacía inmóvil, su cuerpo frágil y pálido bajo la luz fluorescente, sus labios casi tan blancos como el resto de su piel. Solo el débil pitido del monitor cardíaco indicaba que aún estaba con vida.
"Isabella, por favor, lucha," le rogué, mi voz quebrada. "No nos dejes, mi niña."
La visión de su cuerpo inmóvil era insoportable. Su rostro, que solía estar lleno de vida y alegría, ahora parecía el de una muñeca rota. Sus ojos cerrados, sus mejillas sin color, sus labios secos. Parecía tan frágil, tan vulnerable, como si un soplo de viento pudiera llevársela.
Belén acarició mi cabello con ternura, su voz suave y tranquilizadora en mi oído. "Ale, ella es fuerte. Siempre lo ha sido. Tiene tu espíritu, tu determinación. No se rendirá."
Pero no podía dejar de llorar. "Isabella," susurré de nuevo, apenas capaz de formar las palabras. "Por favor, despierta. Por favor, no nos dejes."
El tiempo parecía detenerse. Cada segundo era una eternidad de angustia, cada latido del monitor un recordatorio de lo que estaba en juego. Yacía allí, aferrada a la mano de mi hija, rogando al cielo por un milagro, esperando un signo, cualquier cosa que indicara que Isabella estaba luchando para regresar a nosotros.
"Te amo," susurré, apretando su mano con fuerza. "Siempre estaré aquí para ti. No importa qué pase, siempre estaré aquí."
Y así, en la penumbra de esa sala de hospital, con Belén consolándome y las máquinas zumbando suavemente a nuestro alrededor, esperé y recé por el regreso de mi pequeña, aferrándome a la esperanza de que, de alguna manera, ella pudiera sentir mi amor y encontrar el camino de vuelta a nosotros.
En ese momento, los brazos de Isabella se movieron ligeramente, seguidos por un espasmo en sus piernas. Belén y yo nos miramos, el pánico reflejado en nuestros ojos. ¿Era otra convulsión? Nos levantamos rápidamente, listas para correr por un médico.
Justo cuando dábamos el primer paso hacia la puerta, escuchamos un susurro débil pero claro.
"¿Es normal sentirse como si me hubiera atropellado un camión?"
Nos detuvimos en seco, y nuestras miradas se encontraron de nuevo, pero esta vez llenas de asombro e incredulidad. Volvimos la vista hacia Isabella, que tenía una pequeña sonrisa en sus labios. Mis lágrimas de desesperación se transformaron en lágrimas de alivio y alegría.
Belén soltó una carcajada nerviosa mientras yo, todavía en shock, me acerqué de nuevo a la cama de Isabella, tomándola de la mano.
"Isabella, ¿estás... estás despierta?" pregunté, mi voz temblando.
Isabella parpadeó lentamente, sus ojos enfocándose en mí con dificultad. "Sí, mamá... pero en serio, me siento como si me hubiera atropellado un camión."
Belén y yo rompimos a reír, la tensión acumulada en nuestros cuerpos desapareciendo de golpe. Era un pequeño milagro, un signo de vida, y aunque el camino hacia la recuperación sería largo, en ese momento, todo lo que importaba era que Isabella estaba volviendo a nosotros.
Entonces, sin poder contenerme más, me incliné y abracé a mi hija con toda la fuerza que pude reunir, mis lágrimas cayendo sobre su cabello.
"Te extrañé tanto, Isabella," susurré, mi voz ahogada por la emoción.
Isabella soltó una risa suave, su voz aún débil pero llena de vida. "Mamá, ¿podrías... aflojar un poco? Creo que tu abrazo duele más que el camión."
Solté una carcajada entre lágrimas, aflojando un poco mi abrazo pero sin dejarla ir del todo. Belén, a mi lado, sonreía mientras sus propios ojos se llenaban de lágrimas de alegría.
"Lo siento, cariño," dije, limpiando mis lágrimas y mirándola con una mezcla de alivio y amor infinito. "Solo tenía que asegurarme de que realmente estabas aquí."
Isabella sonrió, sus ojos brillando con una chispa de humor a pesar de todo. "Estoy aquí, mamá. Y creo que prefiero el abrazo a otra convulsión."
Belén y yo reímos juntas, el peso de los últimos días comenzando a disiparse. Isabella estaba con nosotros, y en ese momento, no necesitábamos nada más.
Justo en ese momento, el médico entró en la habitación y se quedó momentáneamente paralizado al ver a Isabella despierta.
"¡Isabella está despierta!" exclamó, casi incrédulo.
Alejandra y Belén se apartaron, permitiendo que el médico se acercara. Con voz firme pero amable, el médico dijo: "Necesito que todos salgan de la habitación para poder examinarla adecuadamente."
Aunque me costó soltar la mano de Isabella, sabía que era necesario. "Te veré en un rato, cariño," le dije, dándole un último apretón antes de soltarla.
Isabella asintió con una sonrisa, su expresión llena de esperanza y determinación. "No te preocupes, mamá. Estaré bien."
Belén y yo salimos de la habitación, cerrando la puerta detrás de nosotros. Afuera, nos abrazamos, ambas conscientes de que el camino aún era largo, pero llenas de alivio y gratitud por este pequeño milagro.
Al salir de la habitación, las lágrimas de felicidad brotaron de mis ojos. Mi hija estaba bien. Belén me abrazó, susurrándome con ternura: "Todo estará bien, Ale. Vamos a superar esto juntas."
Esperamos ansiosas en el pasillo, nuestras manos entrelazadas en un gesto de apoyo mutuo. Cada minuto se sentía eterno, hasta que finalmente el médico salió de la habitación. Su expresión era una mezcla de alivio y seriedad.
"Isabella ha mostrado una recuperación notable," comenzó, "pero debemos ser cautelosos. Aunque está despierta, todavía hay mucho que monitorear. Su estado sigue siendo delicado y habrá que esperar para ver cómo progresa."
Sentí una mezcla de emociones: alivio por las buenas noticias y preocupación por lo que aún estaba por venir. "¿Qué podemos hacer ahora?" pregunté, tratando de mantener la calma.
"Por ahora, asegurarnos de que descanse y esté bien cuidada," respondió el médico. "Las próximas 24 horas serán cruciales para evaluar su recuperación."
Belén me dio un apretón de mano. "Lo importante es que Isabella está aquí con nosotros," dijo, su voz llena de determinación. "Vamos a estar a su lado, pase lo que pase."
Asentí, agradecida por su apoyo incondicional. Isabella había superado una gran prueba, y aunque el camino por delante aún era incierto, tenía la certeza de que, con Belén a mi lado, podríamos enfrentar cualquier desafío.
Esperamos ansiosas en el pasillo, nuestras manos entrelazadas en un gesto de apoyo mutuo. Cada minuto se sentía eterno, hasta que finalmente el médico salió de la habitación. Su expresión era una mezcla de alivio y seriedad.
"Isabella ha mostrado una recuperación notable," comenzó, "pero debemos ser cautelosos. Aunque está despierta, todavía hay mucho que monitorear. Su estado sigue siendo delicado y habrá que esperar para ver cómo progresa."
Sentí una mezcla de emociones: alivio por las buenas noticias y preocupación por lo que aún estaba por venir. "¿Qué podemos hacer ahora?" pregunté, tratando de mantener la calma.
"Por ahora, asegurarnos de que descanse y esté bien cuidada," respondió el médico. "Las próximas 24 horas serán cruciales para evaluar su recuperación."
Belén me dio un apretón de mano. "Lo importante es que Isabella está aquí con nosotros," dijo, su voz llena de determinación. "Vamos a estar a su lado, pase lo que pase."
El médico asintió, pero su mirada se oscureció al continuar. "Hay algo más que debemos discutir. A pesar de su progreso, Isabella presenta complicaciones severas. Hay daño neurológico significativo y no podemos asegurar que recupere completamente todas sus funciones motoras. Es posible que requiera una larga rehabilitación y que enfrente limitaciones permanentes."
Mi corazón se hundió al escuchar esas palabras. Las lágrimas volvieron a aflorar, esta vez mezcladas con una profunda angustia. "¿Qué tipo de limitaciones?" logré preguntar, mi voz temblando.
"Es posible que tenga dificultades para caminar y moverse con normalidad," explicó el médico. "También podrían surgir problemas cognitivos que afecten su memoria y capacidad de aprendizaje. Necesitaremos tiempo para evaluar el alcance total del daño."
Belén me sostuvo con más fuerza, su mirada firme. "Vamos a hacer todo lo que sea necesario para ayudarla a recuperarse, Ale. No estamos solas en esto."
Asentí, tratando de asimilar la nueva realidad. Aunque el diagnóstico era desalentador, la determinación de Belén y el amor que sentía por Isabella me dieron la fuerza para enfrentar lo que viniera. Juntas, lucharíamos por cada paso de su recuperación, un día a la vez.
Quería y necesitaba ver a Ángela.
Al entrar en la habitación de Ángela, la vi llorando desconsoladamente en la cama, con May a su lado tratando de consolarla. La escena era dolorosa: los sollozos de Ángela eran silenciosos pero intensos, mientras que May le pasaba la mano por el cabello, su rostro reflejando preocupación.
Me acerqué lentamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Ángela levantó la vista, sus ojos enrojecidos por las lágrimas. Cuando me vio, su expresión cambió a una mezcla de esperanza y temor.
"Ángela," la llamé con voz suave, tratando de mantener la calma.
"¿Mamá, cómo está Isabella?" preguntó, su voz quebrada.
Me tomé un momento antes de responder, sintiendo la presión de la noticia que debía dar. "Isabella ha despertado," comencé, notando un atisbo de alivio en el rostro de Ángela. "Pero la situación es bastante complicada."
Ángela se incorporó en la cama, la preocupación creciendo en su mirada. "¿Qué quieres decir con 'complicada'?"
Miré a May, quien asintió en señal de apoyo, y luego me dirigí de nuevo a Ángela. "Ha pasado por mucho. Los médicos han estado trabajando duro, pero no podemos estar seguros de cómo será su recuperación. Hay daños significativos."
Ángela tragó con dificultad, el pánico empezando a apoderarse de ella. "¿Qué tipo de daños? ¿Podrá volver a caminar? ¿Podrá llevar una vida normal?"
"Es difícil decirlo en este momento," respondí, sintiendo la tensión aumentar. "El daño ha sido extenso. Hay problemas con sus movimientos y puede que enfrente dificultades cognitivas."
Ángela cubrió su rostro con las manos, sollozando con más intensidad. "¿Por qué está pasando esto, mamá?"
Me acerqué a ella, sentándome al borde de la cama y pasando una mano reconfortante por su espalda. "No tenemos todas las respuestas aún, pero Isabella está luchando. Y necesitamos estar a su lado, más que nunca."
May le apretó la mano con ternura, entendiendo la magnitud del impacto de la noticia. "Estamos aquí para ti, Ángela."
Ángela asintió, sus lágrimas aún fluyendo, pero con una determinación emergente en su mirada. "Voy a estar allí para ella, no importa lo que pase."
"Así es," confirmé, tratando de darle fuerza en medio de la angustia. "Isabella necesita toda nuestra fuerza y amor para superar esto."
Nos quedamos allí, juntos en ese momento de dolor, mientras enfrentábamos el desafío de lo que venía, apoyándonos mutuamente en la dura batalla que enfrentábamos.
"Ángela, quiero decirte que las cosas han sido complicadas," comencé, midiendo mis palabras. "Pero he estado en el hospital y he visto de cerca la situación de tu salud"
Sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo, y me di cuenta de lo difícil que debía ser para ella no saber qué había pasado con su hermana. "Dime," dijo Ángela con desesperación.
"Hoy, el médico compartió algunas actualizaciones importantes sobre tu estado," continué, tratando de mantener la calma. "En unos días, comenzarás la rehabilitación para tus piernas. Va a ser un proceso largo, pero es esencial para tu recuperación."
May me miró con apoyo, y yo vi que Ángela estaba intentando asimilar la noticia, luchando contra el miedo y la incertidumbre. "¿Y cuánto tiempo tomará?" preguntó Ángela, su voz llena de preocupación.
"El proceso será gradual," le expliqué. "Tendrás que tomarte un tiempo para relajarte y adaptarte. La rehabilitación es clave para recuperar la movilidad y fuerza en tus piernas."
Antes de que pudiera decir algo más, decidí compartir una noticia que, aunque no resolvía todos los problemas, ofrecía un pequeño alivio. "Ángela," dije, tratando de sonar lo más reconfortante posible. "También tengo una buena noticia. Sofía ya no tiene la custodia de Isabella."
Ángela levantó la vista, sorprendida y esperanzada. "¿Qué significa eso para Isabella?"
"Significa que ahora soy la tutora legal de Isabella," respondí con firmeza. "Eso nos da más control sobre su cuidado y bienestar. Aunque la situación sigue siendo complicada, al menos sabemos que Isabella estará en un entorno estable y cuidado."
May asintió, como si quisiera confirmar lo que estaba diciendo. "Sí, esto nos da una base sólida para empezar a trabajar en su recuperación y adaptarnos a la nueva situación."
Ángela trató de procesar la noticia, intentando encontrar algo de consuelo en medio de la incertidumbre. "Eso es un alivio," dijo con voz quebrada. "Necesitamos enfocarnos en ayudar a Isabella y en mi recuperación, aunque el camino será largo."
Me acerqué y la abracé, tratando de ofrecerle algo de consuelo en medio del dolor. "Sí, lo será. Pero estamos juntas en esto, y eso nos da una fortaleza enorme."
Con la noticia de la custodia de Isabella y el próximo comienzo de la rehabilitación de Ángela, había un pequeño rayo de esperanza entre las dificultades. Aunque el camino por delante era incierto, la presencia de apoyo y amor proporcionaba una base sólida sobre la cual construir el futuro.
Después de la noticia sobre la custodia de Isabella y la inminente rehabilitación de Ángela, me enfoqué en mimar a mi hija tanto como fuera posible. Pasé cada momento libre a su lado, ofreciéndole todo el consuelo y apoyo que podía brindarle.
Esa tarde, mientras la luz del sol se filtraba suavemente a través de las ventanas del hospital, Ángela yacía en la cama, mirando el techo con una expresión de profunda tristeza. Me senté junto a ella, sujetando su mano con ternura.
"Mamá," dijo Ángela con voz temblorosa, "me siento tan impotente. No puedo mover las piernas, y me siento... lisiada."
La angustia en su voz era palpable. Intenté encontrar las palabras adecuadas para consolarla. "Ángela, sé que es difícil ahora, y entiendo cuánto deseas recuperar la movilidad. Este es solo el comienzo del proceso, y la rehabilitación te ayudará a recuperar el control de tus piernas."
Ángela giró la cabeza hacia mí, sus ojos llenos de lágrimas. "Pero, mamá, a veces me siento como si ya no pudiera ser la misma persona que era antes. El boxeo, todo lo que he trabajado, parece tan lejano."
Me incliné hacia ella y la abracé con fuerza, intentando transmitirle todo el amor y la esperanza que sentía. "Eres increíblemente fuerte, Ángela. Aunque ahora te sientas así, no estás sola en esto. Vamos a enfrentar cada desafío. La rehabilitación tomará tiempo, pero cada pequeño avance es un paso hacia la recuperación."
Ella asintió lentamente, intentando asimilar mis palabras mientras yo continuaba acariciando su mano. A pesar de su dolor y frustración, había un pequeño rayo de esperanza en su mirada, algo que me decía que aún había fuerza dentro de ella para luchar por su recuperación.
"Gracias, mamá," dijo finalmente, su voz apenas un susurro. "No sé qué haría sin ti."
"Siempre estaré aquí para ti," le prometí, "y vamos a superar esto juntas. Eres más fuerte de lo que imaginas, y cada día es una oportunidad para acercarte a recuperar lo que has perdido."
Nos quedamos así por un largo rato, en silencio, con el tiempo pasando lentamente mientras nos aferrábamos a la esperanza de un futuro mejor. Aunque la situación era dura y el camino por delante estaba lleno de incertidumbres, el amor y el apoyo que compartíamos ofrecían una luz en medio de la oscuridad.
Ángela miró hacia el techo, sus ojos llenos de lágrimas mientras su mente luchaba con temores que no podía dejar de expresar. Finalmente, rompió el silencio con una pregunta que me partió el corazón.
"Mamá," dijo Ángela con voz temblorosa, "tengo miedo. ¿Y si May me deja porque soy lisiada? No voy a poder complacerla por un tiempo, y me pregunto si ya no le gustaré."
El miedo en sus palabras era palpable. Me senté más cerca de ella y la miré a los ojos con la mayor firmeza y cariño que pude reunir.
"Ángela," comencé suavemente, "no eres lisiada. Tienes una condición temporal que estamos trabajando para superar. May te ama por quien eres, no solo por lo que puedes hacer físicamente. El amor verdadero va más allá de las limitaciones físicas. May ha demostrado ser una persona increíble, y su amor por ti no se basa únicamente en tu habilidad para moverte o en lo que puedes hacer."
Ángela me miró con un rayo de duda en sus ojos. "Pero... ¿y si se cansa de esperar? ¿Y si ya no le atraigo?"
Tomé una profunda respiración, intentando transmitir toda la confianza que sentía en su relación. "Ángela, el amor verdadero no se mide por la capacidad de complacer a alguien en el momento presente. Se trata de compromiso, apoyo y estar juntos en los buenos y malos momentos. May ha estado a tu lado por una razón, y ese amor no desaparecerá porque ahora enfrentas un desafío."
Ángela asintió lentamente, sus lágrimas continuaban cayendo. "Espero que tengas razón. Solo quiero que todo vuelva a la normalidad y que May y yo podamos seguir adelante como antes."
La abracé nuevamente, sintiendo su cuerpo temblar en mis brazos. "Lo haremos, Ángela. Tendrás que ser paciente contigo misma y con el proceso de recuperación. May está contigo, y yo también lo estoy. Pasaremos por esto juntas, y te prometo que saldremos más fuertes al otro lado."
Nos quedamos así un momento, en silencio, con el amor y la esperanza como nuestro refugio en medio de la tormenta. Aunque el futuro era incierto y el camino sería largo, el vínculo entre madre e hija ofrecía un ancla firme en medio de las olas del miedo y la duda.
Pronto, Ángela se quedó dormida. El efecto de una de las pastillas para el dolor había hecho efecto, proporcionándole un merecido alivio temporal. Observé su rostro tranquilo, su respiración rítmica y suave, y sentí un peso enorme de responsabilidad y amor sobre mis hombros. La besé suavemente en la frente, acariciando su cabello con ternura.
"Descansa, mi amor," susurré. "Prometo que seré la mejor madre posible para ti y para Isabella. Haré todo lo que esté en mi poder para verte sonreír de nuevo, para verte fuerte y feliz."
Me levanté con cuidado, tratando de no hacer ruido para no despertarla. Miré una vez más a mi hija antes de salir de la habitación. Sabía que este era solo el comienzo de un largo camino de recuperación, tanto físico como emocional, pero estaba decidida a estar allí en cada paso del camino.
Al salir de la habitación, me encontré con Belén en el pasillo. Ella me sonrió con comprensión y apoyo, y sin decir una palabra, nos dirigimos juntas a la sala de espera. Sabía que, con Belén a mi lado, podríamos enfrentar cualquier desafío que se nos presentara.
"Vamos a lograrlo," le dije a Belén, mi voz llena de determinación. "Seré la mejor madre que pueda ser."
Belén me tomó la mano y asintió. "No tengo ninguna duda de eso, Ale. Estaremos aquí, juntas, para tus niñas."
Narrador.
En la cárcel, Sofía y Luna estaban listas para ir a ver a la presa que había solicitado hablar con Sofía. Era conocida como una de las más temidas de la prisión, y la tensión en el aire era palpable mientras se acercaban a su celda.
"¿Estás segura de esto?" Sofía preguntó, su voz reflejando la preocupación que sentía. La idea de enfrentarse a alguien tan peligroso la hacía sentir vulnerable, algo que no estaba acostumbrada a admitir.
Luna, percibiendo su inquietud, le dio una palmada en el hombro. "Escucha, Sofía," comenzó, su voz calmada pero firme. "Cuando entres allí, mantén la cabeza alta y no muestres miedo. La clave es mostrar respeto, pero también hacerles saber que no eres alguien fácil de intimidar."
Sofía asintió, tratando de absorber los consejos de Luna. "¿Y si se pone violenta?"
Luna sonrió ligeramente. "Primero, intenta mantener la calma y no responder con violencia. Usa tus palabras para desescalar la situación. Pero si llega a un punto donde tienes que defenderte, no dudes en hacerlo. Tienes que mostrar que puedes manejarte, pero sin buscar pelea."
Mientras caminaban por el pasillo oscuro y estrecho, los sonidos de la cárcel resonaban a su alrededor: los gritos, los murmullos, el ruido metálico de las puertas de las celdas. Finalmente, llegaron a la celda de la reclusa temida. Luna se detuvo, mirando a Sofía directamente a los ojos.
"Recuerda, no estás sola en esto. Yo estaré aquí, observando. Si necesitas ayuda, no dudes en pedirla. Pero sé que puedes hacerlo. Eres fuerte, más de lo que crees."
Sofía respiró hondo, asintiendo una vez más. "Gracias, Luna. Realmente aprecio tus palabras."
Con eso, Sofía se giró hacia la celda, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Dio un paso adelante y luego otro, entrando en el dominio de la prisionera más temida, preparada para enfrentar lo que viniera, sabiendo que Luna tenía su espalda.
Sofía se dirigió a la celda con miedo, cada paso aumentando la tensión que sentía en su pecho. Cuando llegó, vio que la reclusa temida ya la estaba esperando, rodeada por algunas de sus compañeras. El ambiente era denso, cargado de hostilidad.
Tratando de no mostrar su miedo, Sofía se paró firme y levantó la barbilla. "Hola," dijo, tratando de sonar más segura de lo que se sentía.
La reclusa, una mujer robusta con un tatuaje en la cara, la miró de arriba abajo, evaluándola. "Así que tú eres Sofía, ¿eh?" dijo con una voz rasposa.
Sofía asintió, sintiendo la mirada penetrante de la mujer. "Sí, soy yo. Me dijeron que querías hablar conmigo."
La mujer sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos. "Sí, quería verte. Escuché que has estado haciendo algunas cosas interesantes por aquí."
Sofía trató de mantener la compostura. "Solo estoy tratando de adaptarme, de encontrar mi lugar."
La mujer asintió lentamente, sus ojos nunca dejando los de Sofía. "¿Adaptarte, eh? ¿Y cómo planeas hacerlo? ¿Vas a buscar droga como todos los demás?"
Sofía se sintió atrapada. En un intento por mostrar que estaba dispuesta a integrarse, había cometido un error. "No... no estaba buscando problemas. Solo quería saber si hay algo que pueda hacer para ayudar."
La reclusa y sus compañeras la miraron con desprecio. "Aquí no estamos para hacer favores," dijo otra mujer, cruzando los brazos. "Si quieres sobrevivir, aprende a no hacer preguntas estúpidas."
Sofía se sintió humillada, pero trató de no mostrarlo. "Entiendo. Solo quería saber cómo funcionan las cosas aquí."
La reclusa principal se acercó un paso más. "Mira, Sofía, no sabemos quién eres ni qué quieres. Pero aquí las cosas son diferentes. Tienes que ganarte tu lugar, y eso no se hace preguntando por drogas."
Sofía asintió, sintiendo el sudor en sus palmas. "Lo entiendo. Gracias por decírmelo."
La mujer la miró por un momento más, luego hizo un gesto para que se fuera. "Vete. Aprende las reglas y vuelve cuando tengas algo de valor que ofrecer."
Sofía salió de la celda, su corazón latiendo con fuerza. Había cometido un error, pero ahora sabía un poco más sobre cómo funcionaban las cosas. Luna la esperaba afuera, su expresión de apoyo.
"¿Cómo te fue?" preguntó Luna.
Sofía suspiró. "Podría haber ido mejor. Pero aprendí algo."
Luna sonrió. "Eso es lo importante. Seguiremos adelante, paso a paso."
Sofía asintió, sintiendo un poco de alivio. No sería fácil, pero estaba decidida a encontrar su lugar en este nuevo y peligroso mundo.
Luna y Sofía salieron de la celda, caminando por los estrechos pasillos de la prisión. La tensión todavía se sentía en el aire, pero Sofía trató de sacudirse el encuentro y centrarse en lo que venía.
"Ya casi es hora de las visitas de los familiares," dijo Luna, rompiendo el silencio. "Necesitas estar preparada."
Sofía se detuvo y miró a Luna, confundida. "¿Preparada para qué?"
Luna le lanzó una mirada de comprensión. "Para lo que venga. A veces, las visitas pueden ser más duras de lo que imaginas. Las personas que vienen pueden traer recuerdos, expectativas o simplemente caos."
Sofía asintió lentamente. "¿Algún consejo?"
Luna sonrió, un destello de humor en sus ojos. "Mantén la calma. No dejes que te vean perder el control. Escucha más de lo que hablas y, sobre todo, recuerda que las palabras tienen poder. Usa las tuyas con cuidado."
Sofía tomó una profunda respiración. "Gracias, Luna. Aprecio los consejos."
Luna asintió. "De nada. Ahora, vamos a prepararnos. No queremos estar desprevenidas."
Juntas, caminaron hacia la sala de visitas. El ruido de la prisión se intensificaba con cada paso, y Sofía podía sentir la mezcla de miedo y anticipación en su estómago. No sabía quién vendría a verla, pero estaba decidida a enfrentar cualquier cosa que el día le trajera.
Cuando llegaron a la sala de visitas, Luna se giró hacia Sofía una vez más. "Recuerda, estamos en esto juntas. No estás sola."
Sofía sonrió, agradecida por el apoyo inesperado. "Lo sé. Gracias, Luna."
Con eso, entraron en la sala de visitas, preparadas para lo que fuera que el día tuviera reservado para ellas.
La sala de visitas estaba llena de mesas separadas. Sofía se sentó en una, mientras Luna se acomodaba en la otra esquina, observando todo con atención. Sofía intentaba calmar su respiración, pero su nerviosismo era palpable.
La puerta se abrió y entró Anna, la hermana de Sofía. Su expresión era dura y distante. No parecía feliz de ver a su hermana. Sin saludar, se sentó frente a Sofía, cruzando los brazos y mirando alrededor con desaprobación.
"Hola, Anna," dijo Sofía con una voz temblorosa.
Anna no respondió de inmediato. En su lugar, miró a Sofía con frialdad, sus ojos llenos de una mezcla de dolor y resentimiento. "¿Cómo has estado?" preguntó finalmente, su tono era seco y sin emoción.
Sofía tragó saliva. "He estado... sobreviviendo. ¿Y tú?"
"Bien," respondió Anna brevemente, sin ofrecer más detalles. Hubo un silencio tenso entre ellas, sólo roto por el murmullo de las otras conversaciones en la sala.
Sofía intentó romper la barrera. "Gracias por venir. Sé que no ha sido fácil para ti."
Anna levantó una ceja, su expresión no cambió. "No, no lo ha sido. ¿Sabes lo que esto ha hecho a nuestra familia, Sofía?"
Sofía bajó la mirada. "Lo siento, Anna. Lamento mucho todo lo que ha pasado."
"Lamentarlo no cambia nada," replicó Anna, su voz cortante. "Mamá y papá están devastados. Y yo... bueno, apenas puedo mirarte sin sentirme traicionada."
Sofía sintió un nudo en la garganta. "Sé que he cometido errores. Grandes errores. Pero estoy tratando de cambiar, de mejorar."
Anna suspiró y se recostó en la silla, cruzando los brazos con más fuerza. "Espero que de verdad lo estés intentando, Sofía. Porque, honestamente, no sé cuánto más podemos soportar."
Sofía asintió, sus ojos llenos de lágrimas no derramadas. "Lo entiendo. Haré lo que sea necesario para demostrarles que puedo ser mejor."
Anna no dijo nada, pero sus ojos suavizaron un poco. Había mucho trabajo por hacer, muchas heridas por sanar, pero tal vez este encuentro era un pequeño paso en la dirección correcta.
Anna miró a Sofía con una mezcla de enojo y tristeza. "Entonces, estabas drogada cuando chocaste el auto contra el taxi."
Sofía bajó la mirada, asintiendo lentamente. "Sí, lo estaba."
Anna frunció el ceño, visiblemente irritada. "¿Qué te dan las drogas que no te da la vida cotidiana? ¿Qué es tan importante que arriesgaste todo por ello?"
Sofía abrió la boca para responder, pero las palabras no salieron. Se quedó sin respuestas, sabiendo que nada podría justificar su comportamiento.
Anna se levantó de la silla, claramente afectada. "Sofía, las drogas te han consumido. Nos han consumido a todos. No quiero ver cómo mi hermana pequeña se hunde más y más. No quiero ver cómo caes en una posible sobredosis. Me duele decir esto, pero no puedo tolerar eso. Aunque te quiero, no puedo quedarme aquí y ver cómo te destruyes."
Sofía la miró con desesperación. "Anna, por favor, no te vayas. Dime, ¿hay alguna novedad sobre mis hijas? Necesito saber cómo están."
Anna suspiró profundamente, su expresión cambiando a una de resignación. "Ángela está pasando por una etapa difícil. Está en rehabilitación para sus piernas después del accidente, y se siente muy insegura. Está preocupada de que May pueda dejarla debido a su condición."
Sofía apretó los dientes, sintiendo un dolor agudo en su pecho. "¿Y Isabella? ¿Cómo está?"
Anna bajó la mirada, su voz temblando. "Isabella... está en coma. Afortunadamente, ha comenzado a mostrar signos de mejoría, pero aún no está fuera de peligro. La situación es crítica."
Sofía se quedó en silencio, sus ojos llenos de lágrimas. "Gracias por decirme. Espero que estén bien, que se recuperen."
Anna le dirigió una última mirada, llena de tristeza y decepción. "Te deseo lo mejor, Sofía. Pero tienes que entender que esto es más grande que nosotros. No puedo seguir viéndote hundirte más. Espero que encuentres la ayuda que necesitas."
Con esas palabras, Anna se dio la vuelta y se alejó, dejando a Sofía sola, enfrentando el dolor y la realidad de sus decisiones.
Sofía observó desde la distancia mientras Luna y una joven de alrededor de 25 años conversaban. La joven parecía estar consolando a Luna, y aunque no discutían, la atmósfera entre ellas era tensa. Luna lloraba mientras repetía una y otra vez que no encontró otra salida. La chica se levantó y la abrazó con cariño, como si intentara ofrecerle toda la comprensión y el consuelo posible.
Sofía sintió una punzada de dolor al ver la escena. A lo lejos, la imagen del abrazo entre Luna y su hermana le recordó el vínculo que ella misma había perdido con su propia familia. El deseo de tener a su hermana Anna cerca, de sentir ese abrazo reconfortante y esa conexión perdida, se intensificó.
Mientras veía a Luna y su hermana, Sofía sintió una oleada de tristeza y anhelo. Le hubiera gustado poder recibir ese tipo de apoyo de su hermana, estar en una posición en la que pudiera recibir consuelo y comprensión en lugar de estar sola en una celda de prisión. La soledad y el arrepentimiento se apoderaron de ella, deseando poder volver el tiempo atrás y arreglar las cosas con su propia familia.
Flashback
Sofía llegó a casa después de un largo día de trabajo, cansada y estresada. La comida que había preparado Alejandra no era de su agrado, y Sofía, cansada y frustrada, no tuvo la paciencia para lidiar con ello de manera tranquila. Con un gesto de desdén, la arrojó al suelo.
"¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡¿Cómo se supone que voy a comer esto?!" Sofía gritó mientras pateaba levemente el cuerpo de Alejandra que yacía en el suelo.
Alejandra, temblando de dolor, trataba de protegerse, pero las patadas seguían llegando. La voz de Sofía se mantenía fría y dura, sin muestra de arrepentimiento. En medio de este tumulto, el teléfono sonó, y Sofía, sin dejar de maltratar a Alejandra, contestó la llamada con una actitud sorprendentemente tranquila.
"Hola, Anna," dijo Sofía, tratando de sonar casual, "Todo está bien. No te preocupes. Sí, Ale también está bien. Solo, ya sabes, cosas normales."
Mientras hablaba con su hermana, Sofía le dio otra patada a Alejandra, esta vez con un poco más de fuerza. La conversación con Anna se mantuvo ligera, como si no estuviera en medio de una escena de violencia doméstica. A pesar de las quejas y la falta de apetito, Sofía estaba decidida a mantener la fachada de normalidad mientras trataba de ocultar lo que realmente estaba ocurriendo.
"Sí, sí, todo está bajo control," continuó, con un tono que intentaba sonar convincente. "Solo algunos problemas menores. Pero no te preocupes, todo está bien."
Finalmente colgó el teléfono, mirando a Alejandra con una mezcla de desdén y frustración. La tensión en el aire era palpable, y Sofía, sintiendo una mezcla de culpa y enojo, se alejó, dejando a Alejandra en el suelo, tratando de recomponerse después de la brutalidad que acababa de sufrir.
Fin del flashback
Flashback
Durante la luna de miel, Alejandra y Sofía estaban en la cama, acurrucadas en un ambiente de intimidad y felicidad. Las sábanas blancas y suaves estaban arrugadas alrededor de ellas, y la luz tenue de la habitación creaba un ambiente cálido y tranquilo. Alejandra miró a Sofía con una mezcla de ternura y amor.
"Te esperé tanto tiempo," dijo Alejandra en un susurro, su voz temblando ligeramente. "Hubo momentos en los que sentí que no iba a llegar este día, que algo iba a impedirnos estar aquí juntas."
Sofía, acariciando el rostro de Alejandra, sonrió con calma. "No te preocupes, amor. Ahora que estamos aquí, sé que vamos a tener un matrimonio feliz y sin problemas," dijo Sofía, sus palabras llenas de una promesa que parecía sólida y verdadera en ese momento.
Alejandra se acurrucó más cerca, sus ojos llenos de esperanza y confianza en el futuro. "Siempre quise esto, Sofía. Quiero que todo sea perfecto entre nosotras."
Sofía le dio un beso en la frente, tratando de transmitir todo el amor y la certeza que sentía. "Será perfecto. Nada nos separará. Te lo prometo."
Las dos compartieron un abrazo silencioso, disfrutando de la serenidad y la seguridad que les ofrecía ese instante. Parecía que el mundo exterior no tenía importancia; solo existía ese momento de unión y felicidad.
En la actualidad...
Sofía, en su celda, lloraba al recordar esos días felices, sintiendo un profundo dolor por la distancia entre el amor que una vez tuvo y la realidad dolorosa en la que se encontraba ahora. Mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, su mente vagaba por el contraste entre el amor idealizado de su luna de miel y la realidad desgarradora de su vida actual.
Flashback
Era un sábado por la mañana, y la cocina estaba en un estado de agitación tranquila. Alejandra, con unos anteojos de sol puestos, estaba de pie junto a la estufa, preparando la comida con movimientos automáticos. La luz del sol se filtraba a través de la ventana, pero la atmósfera en la cocina estaba cargada de una tristeza palpable.
Sofía, confundida, observaba a sus hijas, Ángela e Isabella, que le entregaban a Alejandra pequeños regalos y dibujos coloridos con sonrisas entusiastas. La escena era agridulce, llena de alegría genuina por parte de las niñas, mientras que Alejandra, con los anteojos de sol ocultando sus ojos, parecía sombriamente resignada.
Sofía se acercó a su esposa, intentando entender lo que estaba sucediendo. "¿Qué está pasando?" preguntó, tratando de sonar casual, pero con una evidente preocupación en su voz.
Alejandra, sin quitarse los anteojos, respondió con voz apagada. "No es importante ahora. Vamos a disfrutar del momento."
El timbre de la puerta principal sonó, y Sofía, aún confusa, fue a abrir. Allí estaban las hermanas de Alejandra, Daniela y Paulina, con un pastel en la mano. Sofía las miró, tratando de comprender la situación.
"Hola," dijo Sofía, forzando una sonrisa. "¿Qué hacen aquí con un pastel?"
Paulina, con una sonrisa cálida, respondió. "Es el cumpleaños de Alejandra. Pensamos en venir a celebrarlo."
Sofía frunció el ceño, sorprendida. "Pero no es hoy," dijo, con una mezcla de incredulidad y confusión.
Daniela sacó un calendario del bolso y le mostró la fecha a Sofía. "Sí, hoy es el día. ¿No sabías?"
El rostro de Sofía se puso pálido al darse cuenta de que no solo había olvidado el cumpleaños de Alejandra, sino que ni siquiera había estado al tanto de la fecha. Daniela, al notar la expresión de Sofía y los anteojos de sol que llevaba Alejandra, rápidamente entendió que algo más estaba ocurriendo. Sus ojos se llenaron de preocupación y un atisbo de comprensión.
"¿Qué está pasando aquí?" preguntó Daniela, mirando a Sofía con una mezcla de reproche y preocupación. La tensión en la habitación se volvió palpable cuando el ambiente alegre de la celebración chocó con la realidad sombría del momento.
Alejandra, aún sin quitarse los anteojos, se acercó a sus hermanas, que le dieron un abrazo afectuoso. El ambiente se volvió más tenso a medida que la verdad de la situación comenzaba a salir a la luz.
Sofía observaba, aún en shock, mientras Daniela y Paulina abrazaban a Alejandra. La atmósfera se cargó de una inquietante mezcla de alegría y tristeza.
"¿De verdad olvidaste el cumpleaños de Ale?" preguntó Paulina, con un tono de sorpresa mezclado con decepción.
Sofía, visiblemente incómoda, intentó mantener su postura. "Sí... no me di cuenta. He estado... distraída."
Daniela miró a Sofía con ojos que mostraban tanto preocupación como desaprobación. "Sofía, ¿qué está pasando? ¿Por qué está Alejandra usando esos anteojos de sol en la cocina? ¿Por qué tiene esa expresión?"
Sofía se encogió de hombros, tratando de encontrar palabras. "Es solo... estrés, creo. No es nada importante."
"¿Nada importante?" repitió Daniela, alzando una ceja. "Sofía, es evidente que hay algo más. Mira cómo está Alejandra."
Alejandra, aún con los anteojos de sol puestos, se giró hacia sus hermanas. "Deja, Daniela," dijo con voz cansada. "No es necesario hacer un drama."
Daniela no se dejó convencer. "Ale, tu hermana tiene que entender lo que está pasando aquí. No puedes seguir ocultando esto."
Alejandra, visiblemente cansada y dolorida, finalmente se quitó los anteojos de sol, revelando moretones y marcas visibles alrededor de sus ojos. El silencio en la cocina se hizo palpable, el dolor y la tristeza evidentes en las caras de todos.
"¿Qué te ha pasado?" preguntó Paulina, con la voz quebrada por la preocupación.
Alejandra desvió la mirada y se acercó al pastel que las hermanas habían traído. "Es solo un pequeño accidente," dijo, tratando de restarle importancia.
Sofía, sintiéndose cada vez más atrapada, intentó intervenir. "Esto no es lo que parece. Alejandra y yo hemos tenido... diferencias. No significa que..."
Daniela la interrumpió, claramente enojada. "No significa que está bien que la estés maltratando. ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?"
Alejandra, con una mezcla de tristeza y resignación, se giró hacia Daniela y Paulina. "No hace falta que se pongan así. Después de todo, creo que me lo merezco," dijo con voz quebrada.
Daniela se quedó estupefacta. "¿Cómo puedes decir eso, Ale? Nadie merece esto."
Alejandra se encogió de hombros. "No sé, tal vez he fallado en muchas cosas. Tal vez esto es solo el precio que tengo que pagar."
Paulina, con lágrimas en los ojos, miró a Sofía. "Sofía, esto tiene que parar. Tienes que buscar ayuda. No podemos permitir que esto continúe."
Sofía, sintiéndose abrumada, asintió lentamente. "Lo siento. Lo siento mucho. Solo... necesito tiempo."
Daniela, con el rostro cargado de enojo y tristeza, tomó a Alejandra del brazo y la llevó a un rincón apartado de la cocina. "Ale, vamos a hablar en privado."
Sofía, sola en la cocina, escuchó los murmullos de la conversación entre Daniela y Alejandra, llenos de emociones intensas. La celebración del cumpleaños de Alejandra se desvaneció, reemplazada por una sensación de tristeza y preocupación palpable.
Fin del Flashback
En el Presente
Mientras Sofía estaba en la cárcel, con la mente agitada por recuerdos, su mente viajaba al pasado. Recordó aquellos momentos en los que Daniela, con la firme intención de hacer justicia, había querido denunciarla. Los recuerdos de esos días pesaban sobre ella como una sombra persistente.
Sofía se encontraba en una de las áreas comunes de la prisión, sentada en una mesa de metal, rodeada de rejas y un aire denso de desesperanza. Miraba al suelo, perdiéndose en sus pensamientos mientras el eco de la conversación que tuvo con su hermana Anna aún resonaba en su mente.
Flashback:
Sofía recordaba una tarde particularmente amarga. Daniela había llegado a la casa con una expresión de determinación en el rostro, lista para enfrentarse a Sofía. Alejandra estaba a su lado, visiblemente cansada, intentando mediar entre su hermana y su esposa.
"Esto tiene que parar, Sofía," decía Daniela, su voz tensa. "No puedo seguir viendo cómo tratas a Alejandra así. Voy a denunciarte. Esto es abuso."
Sofía, irritada y defensiva, había intentado minimizar la situación. "¿De qué estás hablando, Daniela? No es tan grave. Alejandra y yo estamos pasando por un momento difícil. No es necesario exagerar."
Alejandra, con una expresión mezcla de cansancio y preocupación, intervino rápidamente. "Por favor, Daniela. No hagas esto. No es el momento ni el lugar. Sofía está pasando por mucho. Necesitamos resolver esto de otra manera."
Daniela, con la frustración a flor de piel, había intentado insistir. "Pero Ale, no puedes permitir que esto continúe. Estás en riesgo. Es tu vida."
A pesar de la determinación de Daniela, Alejandra había hecho todo lo posible para calmar la situación. "Déjame manejar esto. Prometo que haremos lo necesario para mejorar. Pero no lo hagas público. No quiero que esto se vuelva más complicado de lo que ya es."
Sofía, viendo a Alejandra intervenir, sintió una mezcla de alivio y resentimiento. La presión de las acciones pasadas parecía intensificarse cada vez que recordaba esos momentos. Sabía que había tenido oportunidades para cambiar, para buscar ayuda, pero en lugar de eso, había dejado que su vida y la de los demás se desmoronaran.
Fin del Flashback
En la cárcel, Sofía sintió un nudo en el estómago al recordar cuántas veces Alejandra había evitado que Daniela la denunciara. Sabía que su exesposa había hecho un esfuerzo desmedido por protegerla y mantener la fachada de su vida familiar, a pesar de lo que estaba sucediendo en su interior.
Ahora, en la prisión, con el peso de sus decisiones y la distancia de sus seres queridos, Sofía enfrentaba las duras consecuencias de sus acciones, preguntándose si alguna vez podría redimirse.
Flashback:
Era una noche particularmente fría cuando el timbre de la casa sonó con una intensidad inusual. Sofía estaba en la cocina, aún hirviendo de rabia después de una discusión reciente con Alejandra. En cuanto abrió la puerta, un oficial de policía entregó una carta de denuncia que había llegado a la casa. La denuncia era de Daniela, y Sofía se dio cuenta de que era por abuso a Alejandra.
Sofía miró el documento con una mezcla de furia y incredulidad. Su rostro se puso rojo y sus manos temblaron de ira. La carta caía al suelo mientras ella se dirigía al salón, donde encontró a Alejandra sentada en el sofá, con una expresión de temor y culpa.
"¿Qué es esto?" Sofía gritó, arrojando la carta sobre la mesa. "¿Cómo te atreves a hacerme esto?"
Alejandra, temblando, trató de explicar, pero Sofía no estaba dispuesta a escuchar. Su enojo se transformó en una furia descontrolada. La golpeó sin piedad, sus puños descargándose sobre la débil figura de Alejandra, que cayó al suelo, indefensa y llorando.
"¡Llama a tu hermana y dile que retire la denuncia! ¡Ahora mismo!" Sofía exigió, su voz cargada de furia y dolor.
Alejandra, apenas capaz de moverse, intentó hacerlo. Con lágrimas en los ojos, tomó el teléfono con dificultad y marcó el número de Daniela, mientras Sofía se mantenía cerca, observando cada movimiento con una mezcla de odio y desesperación.
La conversación entre Alejandra y Daniela fue angustiante y llena de súplicas. Daniela se mantuvo firme, sin ceder a las presiones de Sofía, y la llamada terminó sin la deseada retirada de la denuncia.
Sofía, furiosa por la falta de cooperación, golpeó a Alejandra nuevamente, dejándola ensangrentada y desorientada en el suelo. Sin un atisbo de preocupación, Sofía salió de la casa y se dirigió a un bar cercano. Allí, comenzó a fumar y a contactar con sus contactos para intentar eliminar la denuncia de Daniela, moviendo sus hilos y utilizando sus conexiones.
Esa noche, mientras se relajaba en el bar, sin ningún remordimiento o preocupación por el estado de Alejandra, Sofía estaba completamente enfadada y centrada en cómo manejar la situación a su favor, sin darle ninguna importancia a las heridas que había causado en su propia esposa.
Fin del Flashback
En el presente:
Sofía se encontraba en su celda, sus pensamientos sumidos en una espiral de arrepentimiento y desesperación. Mientras intentaba lidiar con la abstinencia, el recuerdo de sus actos pasados la atormentaba. Sabía que se había equivocado, pero su orgullo la impedía admitirlo.
En ese momento, Luna entró en la celda con una expresión de alivio en el rostro. "¡Sofía! ¡Buenas noticias! Logré hacer las paces con mi hermana, al menos medio...", comenzó a decir, pero notó que la expresión de Sofía no reflejaba la misma felicidad.
Sofía estaba al borde de un colapso, sus movimientos eran inquietos y su mirada errática. "¿Tienes cigarrillos? Necesito uno", exigió Sofía, con la voz temblorosa y desesperada.
Luna, visiblemente nerviosa, le respondió: "No, Sofía, no tengo. Por favor, cálmate."
Pero la desesperación de Sofía no conocía límites. Se levantó de un salto, y su grito de frustración resonó en el pasillo. "¡Dame un maldito cigarro! ¡Necesito uno ahora!" su voz se volvió cada vez más aguda y desesperada.
Luna retrocedió, asustada por la intensidad de la reacción de Sofía. "Por favor, Sofía, no me grites así..."
En la celda de enfrente, Andrea observaba la escena con creciente preocupación. "¡Sofía, deja en paz a Luna!" gritó, tratando de intervenir.
Pero Sofía estaba demasiado envuelta en su propia agonía para escuchar. Sus gritos se volvieron cada vez más frenéticos. "¡No te hagas la tonta! ¡Dame un cigarro!" acorraló a Luna contra la pared con una fuerza sorprendente, sus gritos llenando el espacio con un eco aterrador.
Luna comenzó a llorar, su ansiedad alcanzando niveles críticos. "¡Por favor, Sofía, para! ¡Detente!" suplicaba, tratando de alejarse, pero Sofía no cedía. Sus golpes contra la pared y su griterío hacían que Luna se sintiera cada vez más atrapada.
Andrea, desde la celda vecina, gritó con desesperación: "¡Nunca vuelvas a apoyar a Luna contra esa pared, Sofía!"
Pero Sofía estaba demasiado fuera de sí para detenerse. La furia y el deseo de escapar de su dolor la impulsaban. Con cada golpe, el pánico de Luna aumentaba, su llanto mezclándose con gritos de angustia.
Finalmente, los oficiales de seguridad, alertados por el caos, lograron abrir la celda. Entraron rápidamente y separaron a Sofía de Luna, que yacía en el suelo, temblando y sollozando. Los oficiales contuvieron a Sofía con firmeza, mientras ella continuaba gritando, su furia y desesperación aún sin calmarse.
Luna fue escoltada fuera de la celda, temblorosa y visiblemente afectada. Sofía, mientras tanto, fue puesta bajo control y llevada a una celda de aislamiento, donde su furia y desesperación pudieron finalmente ser contenidas, aunque su angustia apenas comenzaba a ser tratada.
Sofía se arrodilla en el suelo de la celda, con las manos temblorosas y manchadas de sangre. Su mirada se fija en las manchas rojas, su mente trabajando para comprender lo que ha sucedido.
"¡Por favor, alguien tiene que revisar a Luna!" grita Sofía, con una desesperación palpable en su voz. "¡No puede estar grave! ¡Necesito saber si está bien!"
Uno de los oficiales, aún con una actitud profesional pero cansado, le responde con frialdad: "No podemos hacer nada por ti ahora. Ella será atendida más tarde. Luna no parece necesitar atención inmediata."
Sofía, con el rostro lleno de lágrimas, le suplica: "¡No, no, eso no puede ser! ¡La lastimé! ¡Tengo que saber si está bien! ¡Esto es culpa mía!"
El oficial, manteniendo su tono impasible, insiste: "No hay nada que podamos hacer en este momento. Luna está bien según el informe. Ahora, tenemos que asegurarnos de que tú también estés en condiciones de ser atendida."
Sofía mira al vacío, con la desesperación reflejada en sus ojos. "¿Cómo pueden decir eso? ¡Yo la lastimé! ¡Saben que está herida!"
Otro oficial se acerca, con una mirada severa: "Sofía, cálmate. Te revisarán más tarde. La situación se está controlando y Luna recibirá atención si es necesario. Tienes que tranquilizarte."
Sofía se aferra a los barrotes de la celda, sus lágrimas fluyendo sin cesar. "¡No puedo esperar! ¡Por favor, solo revisen si está bien! ¡No puedo soportar pensar que la he lastimado gravemente!"
A pesar de la insistencia de Sofía, los oficiales se alejan, sin mostrar más interés. El médico que entra en la sala, con una actitud profesional pero distante, le dice: "Te atenderemos en cuanto podamos. Por ahora, necesitas calmarte para que podamos seguir con el procedimiento."
Sofía, con un sentimiento de impotencia, sigue esperando, con la esperanza de que Luna no esté gravemente herida, aunque sabe que no recibirán la atención que necesitan en este momento.
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Holaaaaa.
Cómo están.
Bien quiero que sepan que los amo y por eso no dejaré que Isabella se recupere.
Na mentira o puede que no sea mentira.
Chauuu.
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