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todo se termina hoy...

ESTO SE VA A DESCONTROLAR!

( Este capítulo será narrado por narrador para más emoción)

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A los días de la desaparición de Sofía, la policía seguía sin pistas concretas. La tensión en la sala de operaciones crecía con cada hora que pasaba sin avances. Los agentes, agotados y frustrados, sentían la presión de los medios y el público, que demandaban respuestas.

Sin embargo, esa mañana, la situación cambiaría drásticamente. En un escondite seguro, Sofía y su equipo se preparaban para llevar a cabo su plan. La cabaña en el bosque, oculta de miradas curiosas, estaba llena de actividad y concentración.

Sofía, con una expresión de determinación en su rostro, se movía entre sus compañeros. Cada uno de ellos estaba revisando su equipo y asegurándose de que todo estuviera en perfecto estado.

—Repasemos el plan una vez más —dijo Sofía, desplegando un mapa sobre la mesa. Sus palabras eran firmes y autoritarias, reflejando la seriedad del momento.

Lisa, una de las integrantes del equipo y conocida por su amabilidad oculta tras una fachada ruda, se acercó con una expresión tensa. —Las armas están cargadas y el equipo listo. No podemos permitirnos fallar —dijo mientras revisaba su propia arma.

Sofía asintió, observando a cada miembro del equipo. —Tenemos que ser rápidos y precisos. Marc no esperará que ataquemos hoy. Debemos aprovechar la sorpresa.

Lisa le dio una sonrisa de apoyo. —Lo haremos. Sabemos lo que está en juego. Vamos a traer a tus hijas de vuelta.

Sofía miró un pequeño altar en un rincón de la cabaña, donde había una foto de Alejandra e Isabella. Con una expresión de determinación y amor, tocó la imagen, sintiendo una oleada de emoción.

—Esto es por ustedes —murmuró, sintiendo que su resolución se fortalecía.

Lisa se acercó y colocó una mano en el hombro de Sofía. —Lo haremos bien. Marc no tendrá ninguna oportunidad.

El equipo comenzó a moverse hacia la salida, listos para la misión que tenían por delante. La atmósfera era tensa, pero también cargada de un sentido de propósito. El aire fresco de la mañana les dio una renovada energía mientras se dirigían hacia su objetivo.

Con las armas cargadas y el plan bien claro, sabían que no había marcha atrás. Era el momento de actuar. Mientras el sol comenzaba a elevarse en el horizonte, Sofía y su equipo se dirigieron con decisión hacia su destino, listos para enfrentar cualquier desafío en su camino.

La caza de Marc había comenzado, y Sofía estaba decidida a no detenerse hasta que la justicia se hiciera.

El equipo de Sofía manejó a través de caminos secundarios, manteniéndose alejados de las principales rutas para evitar ser detectados. Al llegar a la finca donde Marc había establecido su base, la tensión era palpable en el aire.

Sofía y su equipo se bajaron del vehículo en una pequeña zona boscosa cercana al edificio. Se acercaron con sigilo, utilizando la cobertura de los árboles y arbustos. El edificio se alzaba imponente, con un diseño robusto y una seguridad evidente. Las luces estaban encendidas, y había guardias patrullando en las entradas.

Sofía, con un enfoque meticuloso, observó la entrada principal. Había dos guardias en la puerta, hablando entre sí y sin prestar demasiada atención a su entorno. Sofía, con una mirada calculadora, hizo una señal a Lisa y al resto del equipo para que se prepararan.

—Recuerden, lo más importante es mantener el silencio y actuar con precisión —susurró Sofía. —No podemos permitirnos errores.

Lisa asintió y sacó una serie de herramientas de su equipo, incluyendo un silenciador para su pistola. Los miembros del equipo se movieron en posiciones estratégicas, listos para actuar en el momento adecuado.

Sofía, con una calma implacable, se deslizó hacia los guardias. Utilizando un cuchillo táctico, se acercó sigilosamente a uno de ellos, cubriendo su boca con una mano y apuñalándolo de manera precisa y rápida. El guardia cayó al suelo sin emitir un sonido, su cuerpo inerte antes de que pudiera reaccionar.

El segundo guardia, al escuchar el ruido, comenzó a girarse. Pero antes de que pudiera entender lo que estaba sucediendo, Lisa lo alcanzó desde un lado, aplicándole una técnica de estrangulamiento que lo dejó inconsciente en cuestión de segundos. Sofía y Lisa, sin dejar rastros de su presencia, arrastraron los cuerpos hacia una zona oculta detrás de unos contenedores.

Con los guardias neutralizados, Sofía se acercó a la puerta principal, que estaba cerrada pero no blindada. Usó una ganzúa para desbloquear la cerradura sin hacer ruido. La puerta se abrió lentamente, y el equipo se deslizó hacia el interior del edificio.

El interior estaba oscuro y se podía sentir la humedad del lugar. Las luces de seguridad parpadeaban en algunos pasillos, creando un ambiente inquietante. Sofía avanzó con cautela, guiando al equipo por los pasillos mientras revisaban las habitaciones en busca de información y pistas sobre la ubicación de Clara.

Cada paso estaba calculado, y el equipo se movía con la precisión de una máquina bien aceitada. Sabían que cualquier error podría comprometer la misión y poner en peligro sus vidas. Mientras avanzaban, Sofía sentía una mezcla de determinación y ansiedad, sabiendo que el éxito de la misión no solo significaba la liberación de Clara y Emma, sino también la oportunidad de redimir su propia vida y demostrar que aún había esperanza para recuperar lo perdido.

Continuaron moviéndose en silencio, listos para enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino hacia el objetivo. La operación estaba en marcha, y Sofía estaba decidida a hacer justicia, sin importar el costo.

Llegaron a la parte más grande de la fábrica, un vasto espacio con maquinaria oxidada y cajas apiladas. Las sombras se alargaban en las esquinas, y el lugar tenía un aire de abandono mezclado con el peligro palpable de las actividades clandestinas que ocurrían allí.

Sofía y su equipo se dispersaron, cada uno tomando un área diferente para buscar a Clara. Las linternas que llevaban apenas rompían la oscuridad, pero su entrenamiento y determinación los mantenían enfocados.

Lisa, avanzando con cautela, notó un movimiento rápido en su visión periférica. Giró rápidamente y vio a un hombre que intentaba huir tras haberlos visto. Sin perder un segundo, apuntó con su pistola equipada con un silenciador y disparó, alcanzando al hombre en la pierna. Este cayó al suelo con un grito ahogado, retorciéndose de dolor.

Lisa se acercó a él rápidamente y lo arrastró hacia una pequeña habitación lateral, cerrando la puerta detrás de ellos. Aseguró que el hombre no tuviera ninguna otra arma antes de acercarse a su oído.

—¿Dónde está Clara? —le susurró con firmeza, apretando la herida de su pierna para enfatizar su punto.

El hombre gimió y trató de retroceder, pero Lisa no le dio espacio.

—Habla ahora, y tal vez sobrevivas a esta noche.

El hombre, pálido por el dolor y el miedo, asintió rápidamente.

—E-está en el sótano... en una celda... cerca de la sala de control... —jadeó, apenas pudiendo hablar por el dolor.

Lisa le lanzó una mirada severa antes de golpearlo en la cabeza, dejándolo inconsciente. Salió de la habitación y rápidamente se reunió con Sofía y el resto del equipo.

—Tenemos la ubicación —dijo en voz baja, susurrando. —Clara está en el sótano, cerca de la sala de control.

Sofía asintió, sus ojos brillando con determinación. Se dirigieron hacia una escalera que descendía al sótano, moviéndose en formación, preparados para cualquier encuentro hostil.

El sótano era aún más oscuro y húmedo que el resto de la fábrica. Los pasillos eran estrechos y laberínticos, con tuberías que goteaban y un olor a moho en el aire. El equipo avanzó con cuidado, sus linternas iluminando el camino mientras se acercaban a la sala de control.

Finalmente, llegaron a una puerta pesada de metal que parecía conducir a una serie de celdas. Sofía se adelantó, usando una tarjeta de acceso que había encontrado en uno de los guardias para abrir la puerta. Al abrirla, un ruido metálico resonó por el pasillo.

Dentro, las celdas eran pequeñas y sombrías, con apenas suficiente espacio para que una persona se moviera. Clara estaba en una de las últimas celdas, su figura demacrada y herida era evidente incluso en la penumbra. Al ver a Sofía y su equipo, sus ojos se llenaron de lágrimas de alivio.

—¡Clara! —exclamó Sofía, corriendo hacia la celda y abriendo la puerta. La joven cayó en sus brazos, apenas capaz de mantenerse en pie.

—Vamos a sacarte de aquí —dijo Sofía con voz firme, ayudándola a levantarse.

Lisa y el resto del equipo se movieron rápidamente para asegurar la salida. Sabían que debían apresurarse antes de que alguien más descubriera lo que estaba pasando. Con Clara segura, comenzaron su retirada, moviéndose con la misma precisión y cuidado que habían demostrado al entrar.

Cada paso los acercaba más a la libertad, y Sofía no podía evitar sentir una chispa de esperanza. Sabía que la batalla no había terminado.

Estaban cerca de la puerta de salida, las sombras alargadas por la luz de las linternas jugando en las paredes, cuando un disparo resonó por el aire. El eco del estruendo llenó el espacio, haciéndolos detenerse en seco. Instintivamente, todos se agacharon y buscaron cobertura detrás de cualquier objeto que encontraran.

Desde la entrada principal, vieron a Marc y su batallón acercándose, armados y preparados para un enfrentamiento. Sus rostros mostraban una determinación fría y calculadora. Sofía, consciente del peligro inminente, rápidamente evaluó la situación.

—¡Cubran a Lisandro! —ordenó, señalando a uno de sus hombres más rápidos. —¡Que se lleve a Clara fuera de la fábrica!

Lisandro asintió, tomando a Clara con cuidado pero con urgencia. El equipo de Sofía se desplegó, posicionándose estratégicamente para ofrecer cobertura mientras Lisandro y Clara avanzaban hacia una salida secundaria.

Los disparos comenzaron a intercambiarse. El sonido de las balas rebotando y silbando llenaba el aire, creando una cacofonía de caos. Sofía, con su experiencia y habilidad, lideraba a su equipo con precisión, disparando y moviéndose con agilidad.

—¡Vamos, Lisandro! ¡Rápido! —gritó uno de los compañeros, mientras disparaba contra los hombres de Marc, obligándolos a retroceder momentáneamente.

Lisandro, con Clara apoyada en su hombro, corría a toda velocidad, zigzagueando para evitar las balas. Clara, aunque débil y herida, se aferraba a él con todas sus fuerzas, sabiendo que esta era su única oportunidad de escapar.

Marc, al darse cuenta de que estaban tratando de evacuar a Clara, gritó órdenes a sus hombres para que se enfocaran en ellos. Pero el equipo de Sofía se mantuvo firme, ofreciendo fuego de cobertura con una precisión mortal.

—¡No los dejen escapar! —vociferó Marc, su rostro torcido en una mueca de ira.

Finalmente, Lisandro y Clara alcanzaron una puerta lateral que conducía fuera de la fábrica. Con un último esfuerzo, Lisandro la abrió de una patada y salió al exterior, donde los esperaba un vehículo listo para huir.

—¡Vamos, Clara, estamos casi allí! —dijo Lisandro, ayudándola a entrar al vehículo.

Mientras tanto, dentro de la fábrica, la intensidad del tiroteo no disminuía. Sofía y su equipo continuaban cubriéndose mutuamente, cada uno moviéndose y disparando con una sincronización casi perfecta.

—¡Tenemos que salir de aquí también! —dijo Lisa, asomándose desde su posición para evaluar la situación.

Sofía asintió, sabiendo que el tiempo se les estaba acabando. Con un gesto, indicó al resto del equipo que se prepararan para la retirada.

—¡Vamos, ahora! —gritó, y todos comenzaron a moverse hacia la salida que Lisandro había utilizado.

Cubriéndose unos a otros, avanzaron rápidamente, dejando atrás el enfrentamiento con los hombres de Marc. Sabían que habían ganado una pequeña batalla, pero la guerra estaba lejos de terminar.

Con Clara segura y fuera del alcance de Marc, Sofía sentía una chispa de esperanza. Su determinación de recuperar el corazón de Alejandra y acabar con la tiranía de Marc se reforzó aún más. Sabía que la lucha sería larga y ardua, pero estaba dispuesta a todo, sabía que si Marc vivía todo sería malo.

Sofía, con la respiración agitada y las manos firmes sobre su arma, ordenó con determinación:

—¡Llamen a la policía y a una ambulancia! Díganles que estoy dentro de la fábrica. Cuando lleguen, escápense.

Uno de sus hombres rápidamente hizo la llamada, siguiendo sus instrucciones al pie de la letra. Mientras tanto, Sofía volvió a la fábrica, su mente enfocada en una sola cosa: acabar con Marc de una vez por todas. Sabía que dejar las cosas a medias no era una opción.

Al cruzar la puerta de entrada, se dio cuenta de que Lisa y dos más de sus hombres la seguían, armas listas y rostros determinados. Aunque ella prefería enfrentar a Marc sola, la presencia de su equipo le daba una sensación de apoyo y fuerza.

—No tienen que hacer esto —dijo Sofía, girando la cabeza hacia ellos mientras avanzaban por los oscuros pasillos de la fábrica.

Lisa, con una sonrisa desafiante, respondió:

—Estamos contigo, Sofía. No dejaríamos que te enfrentes a Marc sola.

Sofía asintió, agradecida, y juntos siguieron adelante, moviéndose silenciosamente por los corredores. La fábrica estaba en silencio, solo interrumpido por el eco de sus pasos y el crujir de sus botas en el suelo de concreto.

Finalmente, llegaron a una amplia sala en la parte trasera de la fábrica. Las luces parpadeaban, creando sombras inquietantes en las paredes. En el centro de la sala, vieron a Marc, rodeado de sus hombres. La tensión en el aire era palpable.

—Marc —dijo Sofía, su voz resonando en el espacio cavernoso—. Este es el final.

Marc se giró lentamente, una sonrisa torcida en su rostro.

—Sofía, ¿de verdad crees que puedes detenerme? —rió con desdén—. No sabes en lo que te has metido.

Sin perder un segundo, Sofía levantó su arma y disparó, el sonido del disparo reverberando por la sala. Uno de los hombres de Marc cayó al suelo, herido. La confrontación había comenzado.

Lisa y los otros dos hombres se dispersaron, buscando cobertura y devolviendo el fuego. La sala se llenó de destellos de luz y el sonido ensordecedor de los disparos. Sofía se movió con agilidad, disparando con precisión mientras avanzaba hacia Marc.

El enfrentamiento fue intenso, pero la determinación de Sofía y su equipo era inquebrantable. Poco a poco, fueron reduciendo el número de hombres de Marc, hasta que finalmente solo quedaron él y Sofía, enfrentándose cara a cara en el centro de la sala.

—Es hora de terminar esto —dijo Sofía, su voz firme y decidida.
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Alejandra respiró hondo mientras acariciaba suavemente el cabello de Ángela. Estaban sentadas en el sofá de la sala, la televisión apagada y las luces tenues. Ángela temblaba ligeramente, su rostro lleno de preocupación y confusión.

—Mamá... ¿y si Sofía está realmente detrás del secuestro de Clara? —preguntó Ángela con voz quebrada, sus ojos llenos de lágrimas contenidas.

Alejandra negó con la cabeza, tratando de transmitir la seguridad que sentía en su corazón.

—Ángela, escúchame —dijo con voz suave pero firme—. Sé que las cosas parecen confusas ahora, pero conozco a Sofía. Ella puede ser muchas cosas, pero no es una secuestradora. Nunca haría algo así.

Ángela cerró los ojos, dejando que las lágrimas rodaran por sus mejillas.

—Pero todo apunta a ella, mamá. Las pruebas, las circunstancias... todo.

Alejandra sostuvo el rostro de Ángela entre sus manos, obligándola a mirarla a los ojos.

—Las pruebas pueden ser manipuladas, las circunstancias pueden ser engañosas —dijo con determinación—. Sofía tiene sus problemas, pero no es capaz de un acto tan vil. Tienes que confiar en mí, Ángela. Vamos a encontrar la verdad y demostrar su inocencia.

Ángela asintió débilmente, aunque la duda seguía reflejada en su mirada. Alejandra la abrazó con fuerza, sintiendo el dolor y la incertidumbre de su hija como propios. Sabía que debía mantenerse fuerte por ella, aunque en el fondo también sentía la presión y la preocupación por lo que estaba sucediendo.

Mientras abrazaba a Ángela, sus pensamientos volaron a Sofía. Recordó los momentos difíciles que habían vivido juntas, las peleas, los errores... pero también recordó el amor y la devoción que alguna vez compartieron. Sabía que, a pesar de todo, Sofía no era capaz de un crimen tan atroz. La conocía demasiado bien.

—Encontraremos a Clara —susurró Alejandra—. Y demostraremos que Sofía no tuvo nada que ver con esto. Te lo prometo.

Ángela suspiró, aferrándose a la promesa de su madre, buscando consuelo en su seguridad.

Mientras tanto, Emma lloraba desconsoladamente, abrazada a sus rodillas en el rincón de la sala. May, su hermana, intentaba calmarla, acariciando suavemente su cabello y murmurando palabras de consuelo.

—Emma, va a estar bien. Vamos a encontrar a Clara —dijo May, aunque su propia voz temblaba por la incertidumbre.

De repente, se escucharon unos golpes en la puerta. May se levantó rápidamente y fue a abrir. Al otro lado, se encontraba un policía con una expresión seria en el rostro. May lo dejó pasar y lo guió hacia donde estaba Emma.

—Disculpe, ¿usted es Emma? —preguntó el policía, mirando a la joven que aún sollozaba en el rincón.

Emma levantó la cabeza, con los ojos hinchados y rojos por el llanto, y asintió.

—Sí, soy yo —respondió con voz quebrada.

El policía respiró hondo antes de hablar.

—Emma, hemos encontrado a Clara. Ha sido rescatada.

Las palabras del policía parecieron hacer eco en la habitación. Emma se levantó de un salto, su rostro mezclando esperanza y miedo.

—¿Está bien? —preguntó con desesperación, las lágrimas volviendo a llenar sus ojos—. ¿Dónde está? ¿Puedo verla?

El policía negó con la cabeza lentamente, su expresión compasiva.

—No lo sabemos con certeza. La encontramos en muy mal estado y ha sido trasladada al hospital. Puedo llevarlas allí para que puedan verla, pero no puedo garantizarles nada.

Emma sintió que las piernas le fallaban y estuvo a punto de desplomarse, pero May la sostuvo, abrazándola con fuerza.

—Vamos, Emma —dijo May suavemente—. Tenemos que ir al hospital. Clara te necesita.

Emma asintió débilmente, dejando que su hermana la guiara. El policía las acompañó hasta el coche patrulla, y durante el trayecto, Emma no dejó de pensar en Clara, rezando para que estuviera bien. Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas, pero había una chispa de esperanza en su corazón. Clara había sido encontrada, y ahora solo quedaba esperar y rezar por su recuperación.

Al llegar al hospital, Emma y May se apresuraron hacia la recepción. La desesperación de Emma era palpable, y apenas podía contenerse.

—Estamos aquí por Clara —dijo Emma, su voz temblando—. Nos dijeron que la trajeron aquí.

La recepcionista les dirigió una mirada comprensiva y asintió antes de hacer una llamada rápida. Momentos después, un médico salió por una puerta lateral y se acercó a ellas.

—¿Emma? —preguntó el médico, mirando a la joven—. Soy el doctor Hernández, y estoy a cargo del caso de Clara.

Emma asintió rápidamente, esperando ansiosa cualquier noticia.

—¿Cómo está? —preguntó, su voz llena de desesperación.

El doctor Hernández suspiró, preparándose para dar una noticia difícil.

—Por ahora, solo tenemos un informe parcial sobre su estado —empezó el médico, hablando con cautela—. Clara está en condiciones graves. Ha sufrido múltiples lesiones y está siendo atendida en cuidados intensivos.

Emma apretó la mano de May, buscando apoyo. Sus ojos no dejaban de buscar alguna señal de esperanza en el rostro del médico.

—¿Qué tipo de lesiones? —preguntó May, tratando de mantener la calma por su hermana.

El doctor vaciló un momento antes de continuar.

—Clara presenta signos de haber sido golpeada y... —hizo una pausa, su expresión se volvió aún más grave—, y también hay indicios de abuso sexual.

Las palabras cayeron como una bomba sobre Emma. Sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, y sus piernas casi no la sostenían. May la sujetó con fuerza, sintiendo el temblor en el cuerpo de su hermana.

—No... no puede ser —susurró Emma, las lágrimas corriendo por su rostro—. ¿Quién le hizo esto?

El doctor Hernández extendió una mano, tratando de ofrecer algún consuelo.

—Lo siento mucho, Emma. Estamos haciendo todo lo posible por Clara. Ella es fuerte y está luchando. Pero necesitará tiempo y apoyo para recuperarse, tanto física como emocionalmente.

Emma asintió lentamente, su mente todavía procesando la terrible noticia.

—Quiero verla —dijo finalmente, con voz firme—. Necesito estar con ella.

El médico asintió.

—Puedo llevarlas a la sala de espera de cuidados intensivos. Por ahora, solo pueden verla a través del vidrio, pero les aseguro que estamos haciendo todo lo posible por ella.

Emma y May siguieron al médico, cada paso llenándolas de temor y esperanza. Cuando llegaron a la sala de cuidados intensivos, vieron a Clara a través del vidrio, conectada a varios aparatos. Emma sintió que el corazón se le rompía al ver a su prometida en ese estado, pero también sintió una determinación renovada. Clara había sobrevivido, y Emma estaría allí para apoyarla en cada paso de su recuperación.

Entonces dejaron pasar a emma.

Emma estaba sentada junto a la cama de Clara, su mirada fija en los monitores que parpadeaban rítmicamente, marcando los signos vitales de Clara. El suave zumbido de los aparatos y el ocasional pitido de las alarmas eran un recordatorio constante de la gravedad de la situación. Clara estaba conectada a una serie de cables y tubos, que se entrelazaban con su cuerpo de manera inquietante. Su piel, antes vibrante, ahora estaba pálida y marcada por las heridas.

Emma observó con una mezcla de dolor y desesperación. Cada respiración de Clara parecía ser un desafío, y las vendas y apósitos cubrían partes visibles de su cuerpo. Los médicos se movían con una calma profesional, pero Emma podía ver en sus rostros la preocupación contenida. Cada vez que uno de ellos pasaba, Emma sentía que sus ojos buscaban algo en ella, tratando de leer su angustia y ofrecerle alguna palabra de consuelo o información.

En medio de su vigilia, una mujer se acercó a Emma. Tenía el cabello oscuro, lacio y recogido en un moño sencillo. Su rostro, aunque sereno, mostraba signos claros de preocupación y cansancio. Llevaba un abrigo largo y unas gafas de sol, que ocultaban parcialmente sus ojos. Emma, sumida en sus pensamientos, no la notó hasta que la mujer habló.

—Hola, soy Alicia —dijo la mujer, con una voz suave pero cargada de emoción—. Soy la madre de Clara.

Emma levantó la vista, sorprendida. Durante casi tres años de relación con Clara, nunca había oído mencionar a su madre, ni había tenido la oportunidad de conocerla. La presencia de Alicia era inesperada y desconcertante.

—¿Usted es la madre de Clara? —preguntó Emma, su voz temblando ligeramente—. No sabía... Clara nunca me habló de usted.

Alicia asintió, un toque de tristeza en sus ojos.

—Sí, hace años tuvimos una pelea. No fue por algo pequeño, y desde entonces no hemos hablado. Pero cuando me enteré de lo que le pasó, supe que tenía que estar aquí. Clara siempre ha sido mi hija, a pesar de todo. Me duele mucho verla así.

Emma estudió el rostro de Alicia, buscando en él alguna señal de mentira o pretensión, pero solo encontró una profunda tristeza y arrepentimiento.

—Lo siento mucho por lo que está pasando —dijo Emma, sinceramente—. Clara me ha hablado de sus luchas, pero nunca mencionó la pelea con usted. Solo sé que la amo profundamente y que haré todo lo posible por estar a su lado durante su recuperación.

Alicia se acercó a la cama de Clara, tomando la mano de su hija con delicadeza. La tristeza en su rostro era palpable, y Emma notó que sus ojos se llenaban de lágrimas.

—Sé que no puedo cambiar el pasado —dijo Alicia, su voz quebrada—. Solo espero que pueda encontrar en mi hija la misma fortaleza y amor que yo siempre he sentido por ella. Si necesita algo, si puedo hacer algo para ayudar, por favor, no dude en decírmelo.

Emma, sintiendo el peso de la situación, asintió con un gesto. Aunque su relación con Alicia era nueva y complicada, compartían un dolor común por el estado de Clara.

—Gracias, Alicia —dijo Emma, con una voz cargada de emoción—. Por ahora, lo más importante es que Clara se recupere. Estoy segura de que ella apreciará tener a su madre aquí con ella.

Ambas mujeres compartieron un momento de silencio, el tipo de silencio cargado de sentimientos no expresados. Mientras los médicos seguían trabajando y los aparatos continuaban su constante monitoreo, Emma y Alicia estaban unidas por el amor y la preocupación por Clara, decididas a enfrentar juntas el desafío que les esperaba.

Emma, con el corazón en un puño, se acercó a la cama de Clara, observándola detenidamente. La vista era desgarradora. Clara yacía en la cama de hospital con su cuerpo visiblemente magullado y adolorido. Su rostro estaba hinchado y morado, con cortes y moretones por todas partes. Los labios, notablemente hinchados y rasgados, eran un testimonio doloroso de los golpes que había recibido.

Emma notó que el cuello de Clara estaba torcido, con hematomas que se extendían desde la mandíbula hasta la clavícula. Las manchas moradas y el color irregular en su piel indicaban el impacto severo que había sufrido. Sus brazos, envueltos en vendajes, estaban en un estado de fractura evidente, y las costillas de Clara se veían deformadas, con áreas hinchadas y dolorosamente inflamadas.

El médico, al ver la preocupación en los ojos de Emma, se acercó para brindar un informe detallado.

—Señoras, me gustaría proporcionarles una actualización completa sobre el estado de Clara —dijo el médico, su tono grave y profesional—. Clara ha sufrido múltiples fracturas en las costillas y en los brazos, como se puede ver. Además, tiene los labios rotos y muchas otras heridas superficiales.

El médico hizo una pausa para observar la reacción de Emma y de la madre de Clara, quien se había acercado silenciosamente. La madre, con los ojos llenos de lágrimas, se abrazaba a sí misma, tratando de mantenerse en pie mientras el dolor y el arrepentimiento se reflejaban en su rostro.

—También es importante mencionar que, lamentablemente, Clara ha sido víctima de abuso sexual —continuó el médico—. Según los protocolos, se le realizó una prueba de embarazo y de enfermedades de transmisión sexual. Los resultados preliminares muestran que no está embarazada y que no hay indicios de enfermedades de transmisión sexual.

La madre de Clara, al escuchar el informe, dejó escapar un sollozo incontrolable, su rostro enrojeciendo de dolor y angustia. Emma, por su parte, sintió que el mundo se tambaleaba a su alrededor. El peso de la noticia la abrumaba, y sus piernas temblaban mientras trataba de procesar la magnitud del sufrimiento que había atravesado su prometida.

—¿Cuánto tiempo llevará su recuperación? —preguntó Emma con voz temblorosa, luchando por mantener la compostura.

—Es difícil de precisar en este momento —respondió el médico—. Clara necesitará varias cirugías para reparar las fracturas y un tratamiento extensivo para recuperarse de las heridas y del trauma emocional. La recuperación completa tomará tiempo y dependerá de su respuesta al tratamiento.

Emma miró a Clara con una mezcla de desesperación y determinación. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras trataba de mantener la esperanza en medio de la desesperanza. La visión de Clara en tan mal estado le rompía el corazón, pero también encendía una furia y una determinación en ella. Emma sabía que debía ser fuerte por Clara, enfrentarse a lo que viniera y estar a su lado en cada paso del camino hacia la recuperación.

La madre de Clara, sollozando, se acercó a Emma y tomó su mano, buscando consuelo en la compañía de quien había sido el gran amor de su hija. Ambas mujeres compartieron un momento de dolor y comprensión mutua, preparándose para enfrentar juntas el largo y difícil camino hacia la recuperación de Clara.

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Sofía y su equipo llegaron a una puerta donde se escuchaba un ruido intenso. Al abrirla, vieron a un hombre agrediendo a una mujer en el suelo. Sin perder tiempo, Lisa disparó con precisión, eliminando al agresor de manera silenciosa.

Con el peligro inmediato neutralizado, Sofía y su equipo se acercaron a la mujer, que estaba temblando y levantó las manos en señal de rendición. La mujer se despojó de la capucha, revelando su rostro: era Mara.

—Mi nombre es Mara —dijo, temblando—. Sí, trabajo para Marc, pero no soy mala. He estado tratando de ayudar a Clara.

Lisa se acercó para revisar a Mara en busca de armas, pero no encontró ninguna. La mujer, visiblemente angustiada, explicó que había sido obligada a colaborar con Marc, pero había intentado ofrecer alivio a Clara y protegerla en la medida de lo posible.

Sofía, con una mezcla de desconfianza y desesperación, preguntó:

—¿Cómo has estado ayudando a Clara?

Mara respondió que, aunque estaba obligada a trabajar para Marc, había hecho lo posible por asistir a Clara durante su cautiverio. Había tratado de proporcionar cuidado y protección en la medida de lo permitido.

Sofía, al ver la sinceridad en los ojos de Mara, asintió y se preparó para la siguiente etapa de su plan, mientras Lisa y el equipo continuaban avanzando, listos para enfrentar cualquier desafío que se presentara.

Sofía y su equipo estaban por salir de la habitación cuando escucharon pasos apresurados y la voz de Marc acercándose. Inmediatamente se detuvieron y se ocultaron en las sombras, esperando a que Marc entrara.

—¡Mara! —gritó Marc con desesperación desde el pasillo—. ¿Dónde estás? ¡Contesta!

La voz de Marc estaba cargada de tensión y pánico. Sofía y Lisa se miraron, conscientes de que cualquier error podría arruinar su plan. Mara, visiblemente asustada, se encogió en una esquina de la habitación, mientras el equipo de Sofía se mantenía en silencio.

Marc continuó buscando, su voz cada vez más desesperada:

—¡Te ordené que estuvieras aquí! ¡¿Qué está pasando?!

Sofía, con el corazón acelerado, se dio cuenta de que Marc parecía estar descontrolado. La ansiedad en su voz revelaba que algo había salido mal en sus planes. Mientras Marc seguía buscando en el pasillo, Sofía aprovechó la distracción para preparar su próximo movimiento.

Finalmente, Marc se detuvo, su voz se suavizó un poco, aunque todavía estaba cargada de frustración:

—¿Dónde está Clara? ¿Qué está pasando con ella? ¡Maldita sea!

Con Marc fuera de la vista, Sofía y su equipo tomaron la oportunidad para moverse rápidamente, planeando su próximo paso con precisión. Mara, aliviada pero aún temerosa, les indicó que la salida estaba más cerca y que debían actuar rápido antes de que Marc recuperara el control.

Sofía y su equipo lograron salir de la habitación, pero ella sabía que no podía dejar que Marc se saliera con la suya. Sin dudarlo, Sofía regresó sigilosamente a la fábrica, con la determinación de terminar con Marc de una vez por todas.

Al llegar a una sala grande y desordenada, se encontró cara a cara con Marc. El ambiente estaba cargado de tensión. Marc, con su arma en mano, apuntó directamente a Sofía.

—¡Hasta aquí llega tu camino, Sofía! —exclamó Marc, su voz tensa y amenazante—. No puedes escapar de esto.

Sofía, sin inmutarse, se mantuvo firme. Miró el arma con desdén y luego fijó su mirada en Marc.

—Si vas a matarme, —dijo Sofía con frialdad— hazlo como un hombre. Sin armas, solo con tus manos.

Marc, sorprendido por el desafío, bajó el arma lentamente y la arrojó al suelo. El desdén en los ojos de Sofía solo avivó su furia. Se acercaron lentamente, cada uno midiendo al otro con atención.

Marc se preparó para el enfrentamiento físico, y Sofía, con una determinación feroz, se posicionó para la pelea. Las manos de ambos se prepararon para lo que iba a ser un enfrentamiento brutal.

El choque fue inmediato. Sofía se movía con precisión y fuerza, recordando todas las veces que había entrenado. Marc, aunque más pesado, era agresivo y rápido. Cada golpe y cada bloque eran una prueba de su determinación.

Sofía sabía que debía derrotar a Marc, no solo por Clara y su equipo, sino también para recuperar su propia libertad y redención. La batalla continuó con la sala resonando con los sonidos de sus enfrentamientos, cada uno dando lo mejor de sí mientras la pelea se intensificaba.

Las sirenas de la policía resonaban fuera de la fábrica, pero el verdadero caos se desarrollaba dentro. Marc y Sofía estaban enfrascados en una pelea feroz que no daba tregua.

Marc, dominando la situación, logró acorralar a Sofía contra una pared. Sus ojos ardían con furia mientras lanzaba golpes implacables. Cada puño que impactaba en el cuerpo de Sofía parecía estar cargado con toda la ira acumulada por años de resentimiento.

Sofía, herida y agotada, intentaba defenderse. Sus movimientos eran cada vez más lentos, y el dolor se reflejaba en su rostro. Marc la golpeaba con precisión brutal, enfocándose en sus puntos vulnerables: el estómago, el rostro y las costillas. La intensidad de los ataques dejaba a Sofía apenas capaz de mantenerse en pie, la pared fría y metálica a su espalda siendo su único soporte.

Marc no se detuvo, y cada golpe parecía tener un propósito más allá de simplemente herirla. Gritaba mientras golpeaba, describiendo en detalle cómo planeaba matarla, cómo cada golpe era una parte de su venganza.

—Te has creído una heroína, pero aquí está tu realidad —gritó Marc entre los golpes—. Vas a pagar por todo lo que has hecho.

Sofía, aunque intentaba bloquear algunos golpes, no podía evitar el torrente de dolor. Cada impacto le dejaba más débil, y sus intentos de contraatacar se volvían cada vez más desesperados.

Finalmente, Marc, exhausto pero satisfecho, se detuvo un momento para observar a Sofía, que estaba tambaleándose y apenas consciente. Con una sonrisa cruel, se acercó a ella para dar el golpe final. La amenaza de muerte era palpable, y el final parecía inminente mientras el enfrentamiento llegaba a su final.

Mientras Marc se preparaba para dar el golpe final a Sofía, ella, en un último acto de desesperación, logró darle una patada en la zona baja. Marc, sorprendido y adolorido, se inclinó hacia adelante. Aprovechando el momento, Sofía se dio la vuelta y vio una escalera de emergencia. Corrió hacia ella, subiendo rápidamente mientras Marc recuperaba el aliento y la furia.

Marc, enfurecido, se levantó con dificultad y siguió a Sofía, escupiendo amenazas mientras la perseguía. Al llegar a la azotea, se encontraron en un espacio reducido, con el bullicio de la ciudad abajo y el cielo nocturno encima.

La pelea en la azotea comenzó con Sofía dominando la situación. Utilizó su agilidad y fuerza restante para esquivar los golpes de Marc y contrarrestar con patadas y puñetazos certeros. Cada movimiento era calculado, cada golpe lleno de determinación. La escena era como algo sacado de una película: la luz de la luna iluminaba sus caras sudorosas, y el viento agitaba sus ropas mientras combatían.

Sin embargo, la ventaja no duró. Marc, herido pero lleno de rabia, logró recuperar el control. Su fuerza bruta se hizo evidente mientras empezaba a golpear a Sofía con renovada ferocidad. Las palabras que lanzó eran como cuchillos: “Nunca debiste ser madre. Mira cómo dejaste a tus hijas. ¿De verdad creíste que podrías salvarte de tus pecados?”

Sofía, herida y con dificultad para mantenerse de pie, le respondió con un golpe certero, pero Marc contraatacó con una brutalidad aún mayor. Cada golpe que recibía Sofía parecía cargar más odio y resentimiento, el impacto resonando en el metal de la azotea.

La batalla continuó, ambos luchadores exhaustos pero determinados. La pelea era un torbellino de golpes, patadas y gritos, con el destino de Sofía y Marc colgando en el aire mientras la noche se desvanecía en el horizonte.

Marc, con una furia que parecía consumirlo desde dentro, sacó su arma con una determinación helada. “Hoy se acabó, Sofía. Dejaré de lado todo esto de ser un hombre”, rugió, sus ojos fijos en ella. “Te mataré aquí y ahora.”

Sofía, con el corazón acelerado y el miedo nublando su mente, cerró los ojos, preparándose para el golpe final. La tensión en el aire era palpable, casi tangible. El sonido de un disparo resonó en la azotea, atravesando el silencio con un estruendoso retumbar.

Sofía permaneció inmóvil, conteniendo la respiración, esperando el dolor. Finalmente, abrió los ojos lentamente, y lo que vio la dejó helada. Marc estaba desplomado en el suelo, su cuerpo inerte después de recibir un disparo certero en la cabeza. La imagen de su caída parecía en cámara lenta, un espectáculo macabro que se desarrollaba ante sus ojos.

De repente, Sofía sintió una mezcla de alivio y confusión. Giró la cabeza y vio a Lisa detrás de ella, con una sonrisa en el rostro que irradiaba un alivio casi surrealista. Lisa había salvado el día, parecía decir su sonrisa. Pero esa sensación de seguridad se desmoronó instantáneamente.

Un disparo más rompió el aire, un rugido cruel que atravesó la azotea y perforó el pecho de Lisa. La escena se tornó un caos absoluto. Lisa cayó al suelo con un grito de agonía, su rostro distorsionado por el dolor y la sorpresa. La sonrisa en sus labios se desvaneció, reemplazada por una expresión de terror y sufrimiento.

Sofía, horrorizada, se lanzó al suelo, su cuerpo sacudido por la desesperación. Observó con ojos desorbitados mientras un hombre armado se acercaba, con una mirada cruel en su rostro. Sin pensarlo, Sofía se levantó y, con una precisión mortal, eliminó al agresor con un disparo certero. El eco del disparo resonó en la azotea, un grito de venganza en la oscuridad.

Sofía se arrodilló junto a Lisa, su respiración entrecortada y su mente en un torbellino de angustia. “¡No, Lisa, por favor!” gritó, su voz rota por el dolor mientras intentaba detener la hemorragia. La azotea, antes un campo de batalla frenético, se transformó en un lugar de desesperación y tragedia. La escena se llenó de gritos y el estrépito de sirenas en la distancia, mientras Sofía luchaba contra el tiempo, aferrándose a la esperanza de que no fuera demasiado tarde.

Lisa, con el aliento entrecortado y una sonrisa de resignación, miró a Sofía. “Gracias… por todo”, susurró, su voz debilitada por el dolor. "Fue una aventura... increíble." Sus ojos se cerraron lentamente mientras su cuerpo se relajaba, y su respiración se desvanecía. En un último aliento, Lisa se dejó llevar, su vida apagándose mientras Sofía observaba, paralizada por el horror y la impotencia.

Justo entonces, los policías entraron en la azotea con una precisión implacable, sus armas apuntando directamente a Sofía. "¡No te muevas! ¡Manos arriba!" ordenaron con firmeza, rodeándola de inmediato. Sofía, aún en shock, obedeció, sintiendo las esposas cerrarse alrededor de sus muñecas con un clic frío y metálico.

Mientras Sofía era controlada, vio a los paramédicos apresurarse hacia Lisa. La ambulancia llegó con urgencia, y los rescatistas intentaron salvar a Lisa, pero sus esfuerzos fueron en vano. Los paramédicos, con rostros de preocupación, colocaron el cuerpo de Lisa en la camilla. Sofía, atrapada entre la desesperación y la resignación, pidió una ambulancia para ella con desesperación, pero sus súplicas fueron ignoradas mientras los agentes la bajaban por las escaleras de emergencia, cuatro pisos en total.

Cuando finalmente salieron de la fábrica, el bullicio era ensordecedor. La entrada estaba abarrotada de periodistas y cámaras, todos ansiosos por captar la primera plana de la historia. Sofía fue empujada hacia el patrullero, las luces de las cámaras parpadeando y los flashes iluminando su rostro. Fue colocada en el vehículo, sus ojos aún buscando a Lisa.

Mientras esperaban en el patrullero, Sofía pudo ver cómo sacaban el cadáver de Lisa de la fábrica. El cuerpo estaba cubierto completamente por una manta blanca, sólo visible el contorno sombrío que delataba la tragedia. El macabro desfile de la manta cubriendo a Lisa fue un golpe final para el ya quebrantado espíritu de Sofía, quien observó, desolada, mientras el cadáver de su amiga era transportado hacia la ambulancia, su vida extinguida en un momento cruel y definitivo.

Lisa y Sofía se habían conocido en la secundaria, donde forjaron una amistad profunda y duradera. Su vínculo se había mantenido fuerte a pesar de la distancia cuando Sofía se mudó a España. Durante años, intercambiaron mensajes, compartieron confidencias y se apoyaron mutuamente a través de las dificultades. Ver a Lisa, su amiga de tantos años, yaciendo muerta debido a las circunstancias que Sofía había desencadenado, era una visión desoladora y devastadora.

La realidad golpeó a Sofía con una crudeza insoportable. La imagen de Lisa, que había sido su compañera y confidente durante tanto tiempo, ahora yacía inerte bajo una manta, víctima de la violencia que ella misma había enfrentado. El peso de la culpa y la impotencia la aplastaban mientras observaba la escena desde el patrullero. Cada flash de las cámaras y el bullicio de los periodistas parecían intensificar su dolor. Sofía sabía que la muerte de Lisa no sólo era una tragedia personal, sino también una consecuencia directa de las decisiones y acciones que ella había tomado.

El auto patrullero comenzó a moverse lentamente, llevando a Sofía hacia la comisaría. El trayecto estuvo lleno de un silencio tenso, con Sofía hundida en sus pensamientos, atrapada entre la culpa y la resignación.

Al llegar a la comisaría, Sofía fue conducida a una sala de interrogatorios. Los oficiales estaban listos para desentrañar la verdad detrás de la masacre en la fábrica. A pesar de la evidencia en su contra, Sofía se mantuvo firme en su versión de los hechos.

Cuando los detectives empezaron a interrogarla, Sofía los miró a los ojos con una determinación desesperada. “Lisa y Mara no tenían nada que ver con esto,” dijo con voz firme, tratando de mantener la compostura. “Lisa fue capturada y quedó en la emboscada. Ella era una rehén, igual que Mara. No eran parte de mi plan, no querían nada más que ayudar.”

Los detectives intercambiaron miradas de escepticismo, pero Sofía continuó con su defensa. “Lisa murió porque la situación se volvió incontrolable. Ella no estaba allí por voluntad propia. Mara también estaba atrapada en todo esto, y lo único que yo quería era rescatar a Clara.”

Mientras Sofía explicaba su versión, las imágenes de Lisa yaciendo en el suelo, yaciendo debajo de una manta, se repetían en su mente. Cada palabra que decía estaba impregnada de la tristeza y la desesperación por no haber podido salvar a su amiga. Sabía que proteger a Lisa y a Mara, incluso después de todo lo ocurrido, era lo único que podía hacer para honrar la memoria de su amiga y buscar algo de redención en medio del caos.

Mientras Sofía estaba en la sala de interrogatorios, un policía se acercó con un dossier en la mano, su expresión severa. “¿Quién estaba detrás de todo esto?” preguntó, su voz resonando en la sala.

Sofía respiró hondo, su mente aún llena del caos reciente. “Marc estaba detrás de todo,” comenzó, su voz cargada de frustración. “Era mi entrenador en la Fórmula 1. Pero después de una pelea, nos distanciamos. Marc se sentía eclipsado por mi éxito y empezó a resentirse. Cuando salí de la cárcel, él se acercó a mí, ofreciéndome ayuda en mi momento más bajo. Yo no sabía que era una trampa. Pensé que podía usar su influencia para limpiar mi nombre, pero todo se volvió en mi contra.”

El policía asintió, anotando la información. “Desde que salió de la cárcel, Marc ha estado involucrado en una serie de crímenes graves: tráfico de drogas, extorsión, secuestros y asesinatos. Su red es extensa y violenta.”

Sofía bajó la mirada, su voz temblando mientras respondía. “Acepto la responsabilidad por mis acciones desde que salí de la cárcel. Sé que he cometido errores graves, pero quiero dejar en claro que no estoy involucrada en el secuestro de Clara. Lo que pasó con Clara fue un giro inesperado y aterrador, pero no tengo nada que ver con eso.”

El policía observó a Sofía con un atisbo de comprensión, pero también con la dureza de quien sabe que las consecuencias deben ser enfrentadas. “Lo que has hecho es un paso hacia la verdad, pero los cargos y las acciones tienen sus consecuencias. Tendrás que enfrentarte a ellos y, por supuesto, colaborar con la justicia en lo que sea necesario para resolver los crímenes de Marc.”

Sofía asintió, aceptando el peso de su situación, con la esperanza de que su verdad pudiera ofrecer algo de redención.

En el hospital, el ambiente era tenso y silencioso, interrumpido solo por el constante zumbido de las máquinas y el murmullo de los médicos y enfermeras. Emma se encontraba al lado de Clara, en la habitación de cuidados intensivos, sus ojos fijos en el rostro de su prometida.

Los policías entraron con un equipo especializado, llevando consigo kits para la recolección de ADN. Con precisión profesional, comenzaron a tomar muestras del cuerpo de Clara. Con guantes puestos y herramientas estériles, recogieron muestras de la piel de sus brazos y de su rostro, cada movimiento hecho con cuidado para no causar más daño a la ya frágil condición de Clara. Mientras trabajaban, los policías se comunicaban en tonos bajos, conscientes de la gravedad de la situación y del impacto emocional que tenía para Emma.

Emma observaba cada paso con preocupación. Su corazón estaba hecho trizas por ver a Clara en ese estado, pero su determinación de estar a su lado nunca flaqueó. Las muestras fueron tomadas con rapidez y, una vez que los policías terminaron su tarea, se retiraron con la promesa de analizar los resultados lo antes posible.

El cuarto quedó en silencio, salvo por el sonido constante de los monitores que medían las funciones vitales de Clara. Emma se inclinó sobre la cama, tomando la mano de Clara en la suya. Con una voz suave y cargada de emoción, le habló.

“Clara, estoy aquí contigo. No sé cuánto tardará, pero estaré esperando a que despiertes. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar, y no me voy a mover de aquí hasta que abras los ojos.”

La espera se hizo larga y pesada, pero Emma se mantuvo firme, su amor y esperanza brillando en cada mirada hacia la cara de Clara. Confiaba en que, a pesar de las heridas y el dolor, su prometida despertaría y, juntos, podrían comenzar el proceso de curación y enfrentar lo que viniera.

Clara empezó a abrir los ojos lentamente, el parpadeo gradual revelando un entorno que parecía confuso y alienante. El ruido suave de las máquinas y el brillo tenue de las luces del hospital se mezclaban con la sensación de dolor y debilidad que sentía en su cuerpo.

Al principio, el miedo la envolvía. Su visión borrosa captó las sombras de los equipos médicos y las paredes del hospital, lo que la hizo sentir aún más desorientada. En un arranque de pánico, Clara intentó mover su cuerpo con urgencia, notando la presencia de los sueros y las agujas conectadas a sus brazos.

Con movimientos torpes y frenéticos, trató de arrancar los sueros de sus brazos. El pánico la empujaba a intentar liberarse de los tubos y cables que sentía como una amenaza más que como una ayuda. Su respiración se aceleró y su corazón latía con fuerza mientras trataba de liberarse.

Emma, al notar el repentino desasosiego de Clara, se acercó rápidamente. Con voz calmada y tranquilizadora, intentó apaciguarla. Se inclinó cerca de ella y colocó una mano suave sobre la de Clara, tratando de calmarla.

“Clara, soy yo, Emma. Estás en el hospital. No te sientas asustada, todo está bien. Estos son solo sueros para ayudarte a sentirte mejor. No te haré daño.”

Emma continuó hablando en un tono suave y reconfortante, tratando de calmar a Clara y disminuir su pánico. Mientras lo hacía, una enfermera llegó al cuarto y, con rapidez, comenzó a ajustar los sueros y a calmar a Clara, asegurándose de que no se lastimara en su agitación.

Clara, con el tiempo, comenzó a reconocer a Emma y a escuchar su voz tranquilizadora. Su respiración comenzó a estabilizarse, y, aunque el miedo aún permanecía, el consuelo de Emma y la presencia de los médicos ayudaron a que Clara empezara a calmarse y a entender la realidad de su situación.

Clara, mientras la calma empezaba a imponerse sobre su pánico, de repente se vio arrastrada por una oleada de recuerdos dolorosos. La angustia y el horror de la violación regresaron con una fuerza devastadora. Su rostro se distendió en una expresión de desesperación y lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

Emma observó cómo Clara comenzaba a llorar, su dolor claramente visible. No sabía exactamente qué decir ni cómo consolarla, pero su instinto le decía que debía estar ahí para ella. La impotencia la envolvía mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas para consolar a alguien que estaba atravesando un sufrimiento tan profundo.

Se acercó a Clara con suavidad, tomando su mano con ternura y frotándola con un gesto tranquilizador. Sus ojos mostraban una mezcla de tristeza y determinación. Emma se inclinó cerca de Clara, susurrando palabras de consuelo con voz temblorosa pero firme.

“Clara, lo siento tanto. No sé cómo te sientes, pero estoy aquí contigo. No tienes que pasar por esto sola. Te prometo que haremos todo lo posible para que estés bien. Estoy aquí para ti.”

Emma se aseguró de mantener el contacto físico, abrazando a Clara suavemente mientras las lágrimas seguían fluyendo. Aunque no podía borrar el dolor de Clara, su presencia y su intento de ofrecer apoyo incondicional buscaban, al menos, darle una pequeña medida de consuelo en medio de su tormento.

Después de un largo rato de sollozos y susurros, Clara reunió fuerzas para girarse lentamente hacia Emma, que estaba a su lado en la cama del hospital. Con una mezcla de miedo y alivio, Clara extendió sus brazos temblorosos y abrazó a Emma con una desesperación palpable.

Las lágrimas de Clara seguían fluyendo sin cesar mientras se aferraba a Emma, como si intentara aferrarse a un salvavidas en medio de una tormenta. Su voz, rota y quebrada por el llanto, apenas podía articular sus sentimientos. “Te he extrañado tanto, Emma… Cada minuto sin ti ha sido una eternidad. No puedo creer que estés aquí ahora. Me has hecho tanta falta...”

Emma, con el corazón desgarrado al ver el sufrimiento de Clara, la rodeó con sus brazos con una ternura y firmeza inquebrantables. Su abrazo era cálido y reconfortante, una promesa de que no estaba sola en esta lucha. “Yo también te he extrañado más de lo que las palabras pueden decir, Clara,” respondió Emma, su voz llena de emoción y amor. “Te prometo que no te dejaré sola. Vamos a superar esto juntas. Siempre estaré aquí para ti.”

Mientras ambas se mantenían en el abrazo, el calor y el consuelo mutuo parecían ofrecer a Clara un respiro de su dolor. Emma acarició suavemente el cabello de Clara, susurrándole palabras de aliento y amor. El momento de conexión entre ellas brindaba una luz en medio de la oscuridad, una esperanza de que, a pesar del sufrimiento, el amor y el apoyo que compartían les darían la fuerza necesaria para enfrentar lo que viniera.

Cuando el policía entró a la habitación, Clara, aún con el rostro pálido y la mirada temblorosa, levantó la vista. Su primer pensamiento fue asegurarse de que Emma permaneciera a su lado. Con una voz apenas audible, pero firme en su determinación, Clara pidió que Emma se quedara con ella durante la entrevista. El policía asintió, comprendiendo la necesidad de apoyo emocional para Clara en ese momento tan delicado.

Una vez que Emma se acomodó a su lado, Clara, aún abrazada a su prometida, empezó a relatar lo que había ocurrido. Su voz temblaba, pero se esforzaba por ser clara y precisa.

“Mi… mi padre, Marc, fue quien me secuestró,” comenzó Clara, su voz quebrándose a medida que recordaba los momentos dolorosos. “Me llevó a una fábrica abandonada... Allí me hizo... cosas terribles. Me golpearon, me… abusaron. Me trataron de manera brutal. Me hicieron creer que no había salida, que todo lo que había sido mi vida, mi amor por Emma, no tenía valor.”

Clara hizo una pausa, su respiración entrecortada por el dolor emocional. Emma la apretó un poco más, dándole el apoyo que necesitaba para continuar.

“Marc intentó convencerme de que lo que había hecho... lo había hecho por mi propio bien, para que cambiara, para que dejara de ser... quien soy,” agregó Clara con voz temblorosa. “Pero no lo era. Me trató de maneras indescriptibles. No sabía si iba a sobrevivir. Pensé que nunca volvería a ver a Emma, que nunca volvería a sentirme segura.”

El policía escuchaba atentamente, tomando notas mientras Clara continuaba, describiendo los eventos con una claridad dolorosa. Al terminar, Clara se quedó en silencio, agotada por la intensidad de la conversación, pero sintiéndose un poco aliviada por haber contado su verdad.

El policía asintió con comprensión y ofreció su apoyo. “Gracias por tu valentía, Clara. Lo que has pasado es horrible, pero tu testimonio ayudará a que se haga justicia.”

Emma, al escuchar la descripción de la tortura que Clara había soportado, sintió una oleada de tristeza y furia. Sin embargo, se mantuvo firme junto a Clara, sabiendo que su presencia y amor eran cruciales para su recuperación.

El oficial anotó rápidamente. “¿Y qué rol tuvo Sofía en todo esto?”

Clara, a pesar de su angustia, respondió con determinación. “Sofía no estuvo involucrada en el secuestro. Ella vino para ayudarme. Mi padre la tenía como rehén también, pero ella arriesgó todo para salvarme. Fue Sofía quien me encontró y luchó para sacarme de allí.”

El policía, asombrado por la valentía de Sofía, asintió lentamente. “¿Así que Sofía fue una aliada en tu rescate?”

“Sí,” confirmó Clara, con la voz temblorosa pero firme. “Ella se enfrentó a mi padre y a sus hombres. A pesar de todo el dolor que sufrí, Sofía arriesgó su vida para salvarme. Sin ella, no sé qué habría sido de mí.”

El oficial tomó nota y miró a Clara con una mezcla de respeto y comprensión. “Gracias por la información. Tendremos en cuenta que Sofía jugó un papel crucial en tu rescate.”

Emma, al escuchar la defensa de Clara, sintió un alivio mezclado con una profunda tristeza. Aunque Sofía había estado enredada en situaciones complicadas, su valentía en ese momento crítico era innegable. Clara, apoyada en Emma, trataba de encontrar algo de consuelo y esperanza mientras se enfrentaba a la dolorosa recuperación.

Mientras tanto, en otra sala de la comisaría, estaban interrogando a Mara. Según la declaración de Sofía, Mara era una rehén, y ahora tenía la oportunidad de corroborar esa historia.

“¿Cuál es tu relación con Marc?” preguntó uno de los detectives, mirándola fijamente.

Mara, con una expresión calculada y nerviosa, respondió: “Yo… yo trabajaba para él, pero no tenía opción. Marc me obligó a colaborar. Si me negaba, sabía que mi vida estaría en peligro. No tenía a dónde ir.”

El detective tomó nota, sin dejar de mirarla. “¿Entonces afirmas que eras una rehén? ¿Que Sofía te ayudó a escapar?”

Mara asintió con vehemencia, apoyando la versión de Sofía. “Sí, así es. Sofía y su equipo nos rescataron. Yo no quería seguir las órdenes de Marc, pero él me amenazó. Cuando Sofía llegó, me salvó. Si no hubiera sido por ella, no estaría aquí para contarlo.”

Los detectives intercambiaron miradas, evaluando la credibilidad de su testimonio. “¿Puedes describir cómo fue tu relación con Marc? ¿Alguna vez intentaste escapar?”

Mara tomó una profunda respiración, buscando mantener la coherencia en su historia. “Era una relación de miedo y control. Marc siempre tenía a alguien vigilándome, nunca me dejaba sola. Intenté escapar un par de veces, pero siempre me atrapaban. Cuando Sofía y su equipo irrumpieron, vi una oportunidad y la tomé. Me uní a ellos porque era mi única opción para sobrevivir.”

El detective hizo una pausa antes de continuar. “Bien, Mara. Vamos a verificar tu historia. Si estás diciendo la verdad, se reflejará en nuestra investigación. Pero si encontramos inconsistencias, las consecuencias serán serias.”

Mara mantuvo la calma exterior, pero por dentro estaba aterrada. Sabía que tenía que seguir la mentira de Sofía hasta el final, porque cualquier fallo podría costarle caro. Los detectives salieron de la sala, dejando a Mara sola, su corazón latiendo con fuerza mientras esperaba el próximo paso.

Mientras tanto, Sofía era trasladada de nuevo a su antigua cárcel. El viaje transcurrió en un silencio tenso, y al llegar, las prisioneras la miraban con una mezcla de enojo y respeto. Al bajar del vehículo, un oficial la escoltó por los pasillos que conocía demasiado bien, sus recuerdos reviviendo cada paso que daba.

El policía se detuvo frente a la puerta de su antigua celda. Sofía alzó la vista y vio a Luna, su antigua compañera de celda, esperándola con una sonrisa. Luna, con su cabello oscuro y ojos penetrantes, no había cambiado mucho.

"Vaya, mira quién ha vuelto," dijo Luna, su voz con un tono irónico pero cálido. "Nunca pensé que te vería de nuevo aquí."

Sofía trató de mantener la compostura, pero no pudo evitar sentir una mezcla de emociones al ver a Luna. "Hola, Luna," respondió, intentando sonar firme. "No esperaba regresar tampoco."

El guardia abrió la puerta y empujó suavemente a Sofía adentro. Luna se apartó para dejarla entrar, observándola con curiosidad. Una vez dentro, el guardia cerró la puerta tras ellas, dejándolas solas.

Luna se acercó, su expresión cambiando a una más seria. "¿Qué pasó allá afuera, Sofía? ¿Por qué volviste?"

Sofía suspiró, sentándose en el borde de la cama. "Es una larga historia. Muchas cosas salieron mal. Intenté arreglar algunas, pero... aquí estoy de nuevo."

Luna se sentó junto a ella, poniendo una mano en su hombro. "Siempre supe que tenías un espíritu luchador, pero parece que las cosas se complicaron demasiado esta vez. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?"

Sofía la miró, agradecida por el gesto. "Solo... estar aquí. Creo que es lo que más necesito ahora."

Luna asintió, entendiendo. "Bueno, aquí estoy. Y juntos, haremos lo que podamos para que tu tiempo aquí no sea tan difícil."

A medida que las luces del pasillo se apagaban, Sofía se permitió un momento de respiro. Sabía que enfrentaría desafíos, pero tener a Luna a su lado le daba una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.

Alejandra estaba en la penumbra de su dormitorio, luchando por encontrar descanso en medio de la tormenta de pensamientos que la abrumaban. En la tranquilidad de la noche, su mente se aferraba a la noticia de que Sofía había salvado a Clara. No era solo una hazaña heroica; era un acto que complicaba aún más el enmarañado de sus sentimientos hacia Sofía.

Mientras el reloj marcaba las horas, Alejandra se preguntaba si Sofía merecía una disculpa. La traición y el dolor que había causado no se desvanecían fácilmente, pero el sacrificio de Sofía en la fábrica y el hecho de que había arriesgado su vida para rescatar a Clara le hacían cuestionar si las cosas podrían ser diferentes.

"¿Merece una segunda oportunidad?" se preguntaba Alejandra, dándose vuelta en la cama, sin encontrar una respuesta fácil. El amor y el odio, el resentimiento y la gratitud, se entrelazaban en una danza caótica en su corazón. Recordaba las noches oscuras y los días llenos de conflicto que habían pasado, y se preguntaba si Sofía había cambiado realmente o si sus acciones eran solo un reflejo de la desesperación.

Alejandra sabía que el perdón no era algo que se otorgara a la ligera. Aun así, sentía una pequeña llama de esperanza. Quizás, después de todo, había un camino para redimir los errores del pasado y construir algo nuevo a partir de las cenizas. Pero ese camino no sería fácil, y tendría que enfrentarse a sus propios miedos y emociones antes de poder tomar una decisión definitiva.

Con el corazón dividido y la mente en tumulto, Alejandra cerró los ojos, esperando que el sueño viniera para darle un respiro de las preguntas sin respuestas. En lo más profundo, deseaba encontrar paz y claridad, no solo para ella misma, sino también para las personas que amaba y para el futuro incierto que se desplegaba ante ella.

Alejandra se levantó rápidamente al escuchar a Isabella llamarla desde la habitación de al lado. Entró con paso apresurado y encontró a Isabella acurrucada en la cama, sus ojos aún abiertos en la oscuridad.

"No puedo dormir, mamá," susurró Isabella, su voz temblando ligeramente.

Alejandra se sentó al borde de la cama y, con suavidad, comenzó a cantar una canción que solía calmarla cuando era más pequeña. La melodía era suave y tranquila, un refugio en la noche.

"Cierra los ojos, mi amor, deja que la luna te guíe, 
En tus sueños encontrarás un mundo lleno de paz. 
Descansa ahora, cariño, el sol pronto saldrá, 
En el abrazo de la noche, todo estará bien."

La voz de Alejandra se mezclaba con el susurro de la noche, y poco a poco, Isabella comenzó a relajarse. Sus párpados se hicieron pesados, y la inquietud en su rostro se desvaneció, dando paso a una expresión serena mientras se sumía en un sueño tranquilo.

Alejandra, con el corazón apesadumbrado por las recientes revelaciones y la confusión que sentía acerca de Sofía, observó a Isabella dormir. Sabía que, aunque Sofía había mostrado valor al salvar a Clara, las heridas del pasado y las decisiones difíciles aún necesitaban tiempo para sanar. En ese momento, Alejandra se permitió un breve respiro, apreciando la paz que la canción había traído a la habitación.

Mientras salía de la habitación, Alejandra se preguntaba si, algún día, podría reconciliarse con el pasado y encontrar un camino hacia el perdón y la comprensión. Por ahora, su prioridad era estar allí para su familia, especialmente para Isabella, que necesitaba su amor y apoyo incondicional..

12 de agosto de 2021.

Años atrás, Sofía tomó la mano de Ángela antes de ir a la escuela, con una sonrisa forzada para disimular su agitación interna.

—Mamá, ¿y Ale? —preguntó Ángela, mirando con curiosidad a Sofía.

Sofía, nerviosa, respondió mientras trataba de mantener un tono tranquilizador:

—Ale está cansada, cariño. Decidió dormir un poco más. No te preocupes, todo está bien.

Luego de dejar a sus hijas en la escuela, Sofía fue a su entrenamiento, tratando de concentrarse en el ejercicio para alejar sus pensamientos perturbadores. Pero al regresar a casa, el ambiente en su hogar estaba tenso. Alejandra estaba en la cocina, agachada, con la mirada fija en la mesa y en los ingredientes que estaba preparando.

Sofía, cargada de frustración, entró en la cocina y saludó con brusquedad:

—¿Ya estás lista para cenar? —dijo Sofía, tratando de ocultar su malestar.

Alejandra levantó la vista lentamente, sus ojos llenos de tristeza. Sofía se acercó para darle un beso, pero notó algo en la mirada de Alejandra que la hizo detenerse en seco.

—¿Qué pasa? —preguntó Sofía, con un toque de preocupación.

Alejandra, con voz temblorosa, respondió:

—Nada, Sofía. Solo estoy cansada.

Sofía se quedó quieta, sintiendo un nudo en el estómago mientras las imágenes de la noche anterior se le venían a la mente. Recordaba con claridad el momento en que, en un arranque de ira, había golpeado a Alejandra. La imagen de su esposa, temblando y llorando, se repetía en su mente.

—Ale, yo... —empezó Sofía, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. No sé qué me pasa. No puedo creer lo que hice anoche.

Alejandra, con los ojos llenos de lágrimas, susurró:

—Sofía, ¿por qué? ¿Por qué hiciste esto?

Sofía, con la voz quebrada por la culpa, respondió:

—No lo sé, ¿ Segura que no fuiste tu quien tuvo la culpa?

Alejandra, con la voz apenas audible, dijo:

—Sofía, no sé si puedo seguir así. Te he amado, pero esto... esto es demasiado.

El silencio en la cocina era abrumador, cargado con la dolorosa realidad de lo que había sucedido y con la desesperación de Sofía por redimir sus acciones. La atmósfera estaba cargada de un sentimiento de pérdida y arrepentimiento profundo.

Presente:

En el presente, Sofía se encontraba en una sala de interrogatorio en la comisaría, sentada frente a su abogado, un hombre de rostro serio y canoso llamado Daniel. La atmósfera en la sala estaba cargada de tensión, y el sonido de los papeles al ser movidos y el ruido de la pluma de Daniel rasgando el silencio marcaban el ritmo de la conversación.

Daniel miró a Sofía con preocupación y, tras una pausa, le dijo:

—Sofía, tengo que ser honesto contigo. La situación es bastante grave. La evidencia en tu contra es abrumadora, y lo más probable es que te enfrentes a una condena de cadena perpetua.

Sofía, con la mirada fija en el suelo, tragó saliva y se pasó una mano por el rostro, tratando de procesar las palabras de su abogado.

—¿Hay alguna posibilidad de reducir la sentencia? —preguntó Sofía, su voz temblando levemente.

Daniel se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa.

—Podemos intentar negociar un acuerdo con la fiscalía, pero, con los cargos actuales y la magnitud de lo que ocurrió, será difícil evitar una sentencia de cadena perpetua. La única esperanza es mostrar que has cooperado y que tu intención fue proteger a los rehenes, pero eso no garantiza que los cargos se reduzcan significativamente.

Sofía cerró los ojos un momento, luchando contra la ola de desesperación que sentía. Finalmente, con voz quebrada, dijo:

—Hice lo que creí correcto en ese momento, pero sé que no puedo deshacer lo que he hecho. Solo quiero que se haga justicia, tanto para Lisa como para Clara.

Daniel asintió lentamente, comprendiendo el peso de la situación.

—Lo entiendo, Sofía. Haré todo lo que esté en mis manos para ayudarte, pero debes prepararte para enfrentar las consecuencias de tus actos. La ley es implacable, especialmente en casos como este.

Sofía asintió con la cabeza, sintiendo el peso de sus decisiones y la dureza de la realidad que enfrentaba. Sabía que no había vuelta atrás, y ahora solo quedaba esperar el juicio y afrontar el futuro que le esperaba.

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Holaaaaa.

Cómo andamos.

Che que frío que hace.

Los dejo.

Chauuuu.

Pueden dejar sus preguntas a cualquier personaje o a la escritora aquí.

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