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tocar fondo.

No sé en qué me metí....

-------- ( Pedro los saluda y les da un pañuelo 🤧)

Pov Alejandra.

No había dormido en toda la noche. La luz del sol apenas empezaba a asomarse por las rendijas de las cortinas cuando decidí levantarme. Mis ojos ardían, cansados y pesados, pero sabía que no iba a poder descansar. No mientras Belén estuviera herida y yo sintiera esta mezcla de culpa y miedo.

Me dirigí al sillón donde Belén descansaba. Su respiración era lenta y constante, pero aún así, la preocupación no me dejaba en paz. La miré un momento, recordando todas las veces que ella había estado para mí, protegiéndome, ofreciéndome un refugio en medio de la tormenta que había sido mi vida con Sofía.

-Belén -susurré, acercándome para ver si estaba bien.

Ella se movió ligeramente, abriendo los ojos con esfuerzo. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios cuando me vio.

-Ale... -murmuró, su voz débil pero reconfortante.

-¿Cómo te sientes? -le pregunté, acariciándole suavemente la frente.

-He tenido mejores días -respondió, intentando bromear, pero noté el dolor en sus ojos.

Me senté a su lado, tomando su mano. Verla así me partía el alma.

-Lo siento tanto, Belén. Todo esto es mi culpa...

Ella negó con la cabeza, apretando mi mano.

-No es tu culpa, Ale. Sofía... ella... -Belén se detuvo, suspirando-. No pienses en eso ahora. Lo importante es que estamos juntas.

Asentí, aunque no podía dejar de sentirme responsable. Acaricié su mano, agradecida por su presencia y por todo lo que había hecho por mí.

-Voy a cuidar de ti, Belén. Prometo que esto no volverá a suceder.

Belén sonrió, cerrando los ojos de nuevo, y me quedé allí, vigilando su sueño, sintiendo el peso de la noche anterior y el temor de lo que vendría después. Pero en ese momento, lo único que importaba era que ella estaba a salvo, y haría todo lo posible por mantenerlo así.

De repente, Belén abrió los ojos y apretó más fuerte mi mano.

-Ale, necesito decirte algo.

-¿Qué pasa? -le pregunté, preocupada.

-Te juro que la pelea con Sofía no la inicié yo. Ella empezó a provocarme con comentarios sobre ti. Intenté ignorarla, de verdad que lo intenté, pero luego empezó a gritarme. Quise irme pacíficamente, pero Sofía me tiró al suelo.

Sentí un nudo en la garganta al escuchar sus palabras. Sabía que Belén no mentiría sobre algo así.

-Belén, lo siento tanto... -murmuré, con lágrimas en los ojos.

-No es tu culpa, Ale. Ella está fuera de control. Pero te prometo que no dejé que me afectara hasta que ella me atacó físicamente. Solo quería protegerte.

La abracé con cuidado, sintiendo una mezcla de gratitud y culpa. Belén siempre había estado allí para mí, y ahora más que nunca, necesitaba ser fuerte por las dos.

-Gracias por decirme la verdad, Belén. Vamos a superar esto juntas.

Ella asintió, cerrando los ojos de nuevo, y yo me quedé allí, con la determinación de que nunca más permitiría que Sofía nos hiciera daño.

Pov Belén.

Flashback...

Llegué al parque, la lluvia caía con fuerza, empapándome al instante. La oscuridad de la noche y el torrencial aguacero hacían que todo pareciera aún más desolador. Aún así, continué caminando hacia el lugar donde había quedado de encontrarme con Alejandra.

De repente, escuché mi nombre. Me di la vuelta y allí estaba Sofía, apenas visible entre la cortina de lluvia. Recordé la promesa que le había hecho a Alejandra: no volver a pelear con Sofía.

Sofía se acercó con esa sonrisa sarcástica que tanto odiaba. "Belén, qué coincidencia verte aquí. ¿Todavía jugando a ser la salvadora de Alejandra?"

Ignoré el comentario y seguí caminando, tratando de mantener la calma. Pero Sofía no se detuvo. "¿Sabes? Alejandra siempre ha sido una inútil. No entiendo cómo puedes estar tan cegada por ella. ¿Qué tiene de especial? Es solo una carga."

Cada palabra era como un golpe. Sentía la furia burbujear dentro de mí, pero me forcé a recordar la promesa. "Sofía, no voy a caer en tus provocaciones. No vine aquí para pelear."

Sofía se rió, una risa amarga y cruel. "¿De verdad, Belén? ¿Tan cobarde eres? Vamos, reta a una pelea. Demuéstrame que no eres tan débil como Alejandra."

Respiré hondo y la miré a los ojos. "No voy a ser una carta más para Alejandra, Sofía. No soy como tú."

En ese momento, Sofía me empujó con fuerza. Tropecé, pero logré mantenerme en pie. La situación se volvía cada vez más peligrosa. "Voy a irme, Sofía. No tiene sentido esto."

Intenté alejarme cordialmente, pero Sofía no me dejó. De repente, sentí su mano en mi espalda y me empujó al suelo. Caí en el barro, la lluvia continuaba cayendo, empapándome y embarrándome aún más.

"¿Qué pasa, Belén? ¿Ya te vas? Qué decepción," gritó Sofía, su voz llena de desprecio.

Me levanté del suelo, el barro resbalando por mi ropa, y supe que debía mantenerme firme. "Esto no es una pelea, Sofía. Es solo una muestra más de lo bajo que puedes llegar."

Sofía avanzó hacia mí nuevamente, pero esta vez estaba preparada. No iba a dejar que me intimidara más. "No más, Sofía. No caeré en tus juegos."

Me di la vuelta, saqué mi celular y llamé a Alejandra. "Linda, creo que mejor nos vemos en otro lado," dije, tratando de mantener la voz tranquila.

Esto enfureció a Sofía. La vi acercarse rápidamente, su rostro transformado por la ira. Agarró mi campera y me golpeó la cabeza contra un árbol. El dolor fue instantáneo y caí al suelo de nuevo. Intenté defenderme, pero la fuerza de Sofía era abrumadora.

"¡Suéltame, perra!" grité, luchando por liberarme de su agarre. Pero Sofía no cedía, sus golpes caían sobre mí con una violencia que nunca había visto antes. Sabía que debía resistir, pero cada movimiento era un esfuerzo titánico.

Intenté incorporarme y empujarla lejos, pero Sofía me lanzó un puñetazo al estómago que me dejó sin aliento. Sentí la lluvia mezclarse con el sudor y la sangre en mi rostro. Cada intento de defenderme era frustrado por otro golpe, otra patada.

"Sofía, por favor, detente," jadeé, intentando mantener la calma a pesar del dolor. Pero sus ojos estaban llenos de una furia ciega. Me tiró al suelo una vez más y esta vez, sentí un dolor agudo en la espalda al chocar contra una raíz sobresaliente.

"Esto es por todo lo que has hecho," gritó, levantando el puño para otro golpe. "Esto es por meterte en mis asuntos, por tratar de robarme a Alejandra."

La miré a los ojos, intentando ver algún rastro de la persona que alguna vez había sido. Pero no había nada, solo ira y odio. Sabía que debía resistir, que no podía dejar que me destruyera.

Con un último esfuerzo, levanté el brazo para protegerme del golpe, esperando que alguien, cualquiera, llegara para ayudarme. La oscuridad comenzó a envolverme, pero me aferré a la esperanza de que pronto todo esto terminaría.

Justo en ese momento, apareció Alejandra corriendo a través de la lluvia. Sin pensarlo dos veces, se lanzó sobre Sofía, empujándola con fuerza para separarla de mí. Sofía cayó al suelo, sorprendida y furiosa.

Paulina llegó apenas unos segundos después y se arrodilló a mi lado. "Belén, ¿estás bien?" preguntó, su voz llena de preocupación mientras intentaba ayudarme a incorporarme.

Alejandra, con la respiración entrecortada por el esfuerzo y la adrenalina, se acercó a mí también. Vi su rostro lleno de miedo y determinación. "Belén, lo siento tanto," empezó a decir, pero no la dejé continuar.

"Lo siento, Ale," dije rápidamente, mis palabras saliendo atropelladas entre los sollozos. "Intenté mantener la calma, intenté no pelear, pero ella... ella no me dejó otra opción."

Alejandra me miró con lágrimas en los ojos y negó con la cabeza. "No es tu culpa, Belén. Lo sé, no es tu culpa. No pudiste ni devolver un golpe. Todo estará bien."

Paulina, mientras tanto, nos miraba a ambas con una mezcla de preocupación y alivio. "Vamos, tenemos que salir de aquí," dijo, ayudándonos a levantarnos. "Suban al auto."

Mientras nos dirigíamos hacia el coche, pude ver a Sofía aún en el suelo, mirando con odio. Pero en ese momento, lo único que importaba era que Alejandra y Paulina estaban allí, y juntas, nos alejaríamos de esa pesadilla.

Dentro del coche, la lluvia seguía golpeando con fuerza contra las ventanas. Paulina condujo rápidamente, dejando atrás el parque y a Sofía. Alejandra me sostuvo la mano todo el camino, sus dedos temblando ligeramente.

"No más, Belén," dijo en voz baja. "No más peleas. Lo resolveremos, de alguna manera."

Asentí, sintiendo una mezcla de alivio y agotamiento. Sabía que aún nos quedaba un largo camino por recorrer, pero al menos, no estaba sola. Tenía a Alejandra y a Paulina a mi lado, y juntas enfrentaríamos lo que viniera.

Fin del flashback.

En la actualidad Estaba acostada en el sillón, sintiéndome más cómoda allí que en mi propia cama. Ale se había retirado un momento para descansar. Mientras miraba el techo, tomé una decisión. Siempre terminaba peleándome con Sofía y Alejandra siempre era quien me curaba. Me sentía como una carga para ella.

Con cuidado y dolor, me levanté y fui a buscar mi maleta. Empecé a empacar algunas cosas cuando escuché mi nombre. Me di vuelta y vi a Ale mirándome desde la puerta.

"¿Qué estás haciendo, Belén?" preguntó Ale, su voz cargada de preocupación.

Suspiré y dejé caer una camisa en la maleta. "Voy a volver a España, Ale. No quiero seguir molestándote."

Alejandra se acercó, con los ojos llenos de incredulidad. "¿Molestarte? Belén, no es tu culpa lo que pasó con Sofía. Tú no hiciste nada malo."

Negué con la cabeza, sintiendo el peso de todas las veces que Sofía y yo nos habíamos enfrentado. "No estoy de acuerdo, Ale. Cada vez que Sofía y yo nos enfrentamos, tú terminas sufriendo también. No puedo seguir haciendo esto."

Ale tomó mis manos, sosteniéndolas con firmeza. "No eres una carga para mí. Eres mi amiga, mi familia. No quiero que te vayas."

Intenté sonreír, pero mis ojos se llenaron de lágrimas. "No quiero irme, Ale, pero no puedo soportar seguir siendo el motivo de tus problemas."

Alejandra me abrazó con fuerza, y sentí cómo sus lágrimas mojaban mi hombro. "No te vayas, por favor. Lo resolveremos juntas. Siempre lo hemos hecho."

Me quedé en silencio por un momento, aferrándome a Ale como si mi vida dependiera de ello. Finalmente, asintiendo con mi voz quebrada por la emoción, dije: "Está bien, Ale. No me iré."

Alejandra suspiró aliviada, sin soltarme. "Gracias," murmuró. "Prometo que encontraremos una forma de superar esto. Juntas."

A pesar de mis dudas, sentí una chispa de esperanza en sus palabras. Estaba convencida de irme, pero ahora, abrazada a Ale, no podía imaginarme dejando atrás a la persona que siempre había estado a mi lado.

Ale seguía llorando, incapaz de detener las lágrimas que fluían sin cesar. Me acerqué con suavidad y le pregunté:

-¿Qué pasa, Ale?

Con la voz quebrada, ella respondió:

-Ángela me llamó... Su condición cardíaca ha empeorado. Van a tener que operarla antes de lo previsto.

Sin decir una palabra más, dejé caer mi maleta al suelo. Me senté junto a Ale en la cama y la abracé con fuerza. Ella finalmente se permitió llorar abiertamente, dejando salir todo el dolor y la angustia acumulados.

-Tranquila, Ale -murmuré, acariciándole el cabello-. Estamos aquí, juntas. Vamos a superar esto.

Ale apoyó su cabeza en mi hombro y yo sentí su angustia como si fuera mía. En ese momento, a pesar del miedo y la incertidumbre, comprendí que no podía dejarla sola. Ella necesitaba mi apoyo y yo necesitaba estar allí para ella.

Nos quedamos así, abrazadas, con la tormenta rugiendo afuera, pero con la certeza de que, pase lo que pase, no enfrentaríamos esta batalla solas.

Suspiré y miré al horizonte antes de comenzar.

-Mis padres, Mirtha y Teodoro, siempre estaban ocupados con sus trabajos. Muchas veces me compararon con mi padre, que era un importante empresario. Todo el tiempo me decían: "Tú eres la hija de Teodoro, debes ser como él". Sorprendí a todos cuando decidí que quería dedicarme al teatro. No tuve su apoyo, así que casi tuve que renunciar a mi sueño.

Ale me miraba con atención, sus ojos reflejando una mezcla de curiosidad y empatía.

-¿Y qué más? -preguntó con suavidad.

-Durante mi adolescencia, empecé a practicar MMA. Amaba esas peleas, pero las dejé por querer agradarle a mi padre. No lloraba, no me quejaba. "La nena no llora", decía una canción que me recordaba constantemente que debía ser fuerte. Y aunque llorara, no habría nadie para consolarme. Luego me mudé un tiempo a México, pero después volví a España.

Ale asintió, como comprendiendo el peso de mis palabras.

-entre en el mundo de las adicciones -continué-. Alcohol, nunca drogas. Un día toqué fondo, algo de lo que no quiero hablar. Empecé rehabilitación. Fue difícil, tuve muchas recaídas. Mi amiga murió en mis brazos por ser lesbiana, y a mí me echaron de casa por la misma razón. No tuve la vida que quería. Mis hermanos dejaron de hablarme por influencia de nuestros padres.

Ale se quedó en silencio por un momento, procesando todo lo que le había contado. Luego, con una voz suave, dijo:

-Gracias por compartirlo conmigo, Belén. Siento que te conozco un poco más ahora.

Nos quedamos así, sentadas en el balcón, respirando el aire fresco y disfrutando de ese momento de conexión.

Nos quedamos sentadas en el balcón, disfrutando del aire fresco y el silencio compartido. Mi mente comenzó a vagar, y los recuerdos de mi infancia inundaron mi mente.

Recuerdo cómo en primaria me hacían bullying. Los otros niños eran crueles y yo, una niña sensible, lloraba y corría a casa, buscando consuelo en mis padres. Pero como siempre, ellos no le daban importancia.

-Son solo niños, Belén. No hagas un drama de esto -decía mi madre mientras seguía con sus cosas.

En esos momentos, la única persona que siempre estuvo para mí fue mi abuela. Ella era joven, ya que fue madre joven, y siempre me ofrecía un hombro para llorar y palabras de consuelo.

-No te preocupes, mi niña. Eres fuerte, más de lo que crees -me decía mientras me abrazaba con ternura.

Pero un día, mis padres decidieron que mi abuela era una carga y la metieron en una casa de retiro. Nunca más la volví a ver. Ese día sentí que mi mundo se derrumbaba un poco más.

Alejandra, notando mi silencio y la tristeza en mis ojos, me preguntó con preocupación:

-¿Estás bien, Belén?

La miré y, con un suspiro, le conté lo que estaba pensando.

-Estaba recordando a mi abuela. Ella fue la única que realmente estuvo para mí cuando era niña. Mis padres no le daban importancia a lo que me pasaba, pero ella siempre estaba allí. Pero luego la metieron en una casa de retiro y nunca más la volví a ver.

Ale extendió su mano y tomó la mía, apretándola suavemente en un gesto de consuelo.

-Lo siento, Belén. Debió ser muy difícil para ti.

-Lo fue -admití, dejando que el dolor de esos recuerdos fluyera por primera vez en mucho tiempo-. Pero al menos ahora sé que no estoy sola.

Nos quedamos así, en silencio, compartiendo el peso de nuestras historias y encontrando consuelo en la presencia mutua.

Alejandra parecía perdida en pensamientos, y me di cuenta de que estaba lidiando con algo profundamente doloroso. Finalmente, la miré y le pregunté:

-¿Qué pasa, Ale? ¿Estás bien?

Alejandra suspiró y, tras un momento de vacilación, comenzó a hablar con voz temblorosa.

-A pesar de que estaba en rehabilitación, hubo una noche en la que toqué fondo -dijo, su voz quebrándose-. Había estado esforzándome por mantenerme alejada del alcohol, pero esa noche todo se desmoronó. Había salido con unos amigos, intentaba distraerme y evitar la bebida, pero al final la presión fue demasiado.

Su mirada se perdió en el horizonte, como si intentara reconstruir los fragmentos de esa noche en su mente.

-Todo comenzó con una botella que apareció de repente. Me resistí al principio, pero el ambiente y mis propias inseguridades me hicieron ceder. Tomé un trago, y luego otro, hasta que perdí el control completamente.

Alejandra hizo una pausa, su rostro reflejando la agonía de esos momentos.

-No recuerdo mucho después de eso. Solo que desperté en un lugar desconocido, en un callejón oscuro. Sentí que mi cuerpo no podía más, y el pánico me invadió. Me miré las manos y vi sangre, y rasguños en mis brazos. No sabía si eran de una pelea o simplemente resultado de mi caída. Me di cuenta de que había llegado al límite, que mi vida estaba en un espiral que no podía detener.

Me acerqué, sintiendo una oleada de tristeza y desesperación al escuchar su relato.

-En ese momento, me di cuenta de lo perdida que estaba. No había nadie para ayudarme, y estaba completamente sola. Ni siquiera pude comunicarme con Paulina, que estaba en México en ese entonces, porque no tenía fuerzas ni claridad para hacerlo. Fue una noche aterradora, y sentí que estaba al borde de la muerte.

Alejandra dejó escapar un sollozo, y yo la abracé con fuerza, tratando de transmitirle todo mi apoyo.

-Lo siento tanto, Ale -dije, mi voz temblando-. No puedo imaginar lo doloroso que debió ser. Pero estás aquí ahora, y eso es lo importante. No tienes que pasar por esto sola.

Alejandra asintió lentamente, sintiendo el consuelo en mi abrazo. Hablar de esa noche era un paso importante en su proceso de sanación, y saber que tenía alguien en quien confiar le daba una pequeña luz en medio de la oscuridad.

Alejandra me miró con un destello de tristeza en los ojos y dijo:

-Ahora entiendo a mi papá. Luis, mi padre, siempre estuvo en contra de mi relación con Sofía. Él decía que Sofía era una mala persona, que no era buena para mí. En ese momento, yo no le creí. Pensaba que él simplemente no entendía mi vida, que solo estaba siendo un padre sobreprotector.

La confusión en mi rostro probablemente era evidente, así que Ale continuó, tratando de aclarar sus pensamientos.

-Nunca le pedí disculpas a mi padre por no haberle hecho caso. Nunca le dije que tenía razón. Simplemente me sentí tan avergonzada de admitir que, tal vez, él sabía algo que yo no había visto. Sofía me arrastró a un torbellino que me llevó a la autodestrucción, y ahora, al mirar hacia atrás, me doy cuenta de que mi padre estaba intentando protegerme de todo esto.

Alejandra dejó escapar un suspiro profundo, su mirada perdida en algún punto lejano de la habitación.

-Mi papá siempre decía que Sofía no era buena para mí, que me iba a hacer daño. Y al final, de alguna manera, lo hizo. Yo estaba tan atrapada en mi propio mundo que no pude ver lo que él vio. Me arrepiento de no haber escuchado sus advertencias. No por él, sino porque, tal vez, podría haber evitado mucho dolor.

Me sentí conmovida por sus palabras y, mientras la abrazaba, traté de ofrecerle algo de consuelo.

-Ale, no tienes que cargar con toda esa culpa. A veces, las personas necesitamos vivir nuestras propias experiencias para entender ciertas cosas. Lo importante ahora es que estás aquí y estás tratando de sanar.

Alejandra asintió, agradecida por el apoyo, aunque el peso de su arrepentimiento parecía aún muy pesado para llevar.

Alejandra me miró con tristeza y preocupación, su mirada fija en el vacío. Sentí la necesidad de ofrecerle un consejo que pudiera aliviar su carga emocional.

-Ale, creo que deberías considerar hablar con tu padre. Aunque ahora te sientas avergonzada, él es alguien que te quiere y te ha apoyado siempre, incluso cuando no estabas en tu mejor momento.

Ale respiró profundamente, su expresión de ansiedad era evidente.

-Lo sé, Belén. Pero tengo tanto miedo. Mi papá y yo nos llevamos bien, pero siempre he mantenido una distancia por vergüenza. No es que no lo quiera, es que me duele admitir que él tenía razón sobre Sofía. Me avergüenza mucho.

Le di una mirada comprensiva y le respondí con sinceridad:

-Luis se enteró de lo que te estaba pasando después del divorcio, ¿verdad? Me imagino que se sintió devastado al saber que no pudo protegerte. Él llora porque siente que falló en cuidarte, y eso muestra cuánto te quiere. No es necesario que lleves todo este peso sola. Hablar con él podría aliviar parte de esa carga y tal vez ayudar a sanar la relación.

Ale se quedó en silencio, claramente procesando mis palabras. Finalmente, dijo:

-Luis lloró cuando se enteró de lo que Sofía me hizo. Me dolió saber que él se sintió tan impotente. A veces creo que no me perdonaría si no le dijera cuánto lo siento por no haber escuchado su advertencia.

-Ese es un paso hacia la reconciliación, Ale. Hablar con tu padre no solo te permitirá reconciliarte con él, sino también enfrentarte a tus propias emociones. No será fácil, pero puede ser el primer paso para sanar de verdad.

Ale se quedó pensando en mis palabras, con una mezcla de incertidumbre y esperanza en sus ojos.

Flashback narrado por Alejandra

Estaba sentada en la sala de espera, el aire cargado de anticipación antes del juicio de divorcio. Mis padres, Luis y Moni, estaban a mi lado. Mi madre me tomó de la mano, su tacto cálido tratando de calmar mis nervios. Mi padre, Luis, se inclinó hacia adelante y comenzó a hablar en su tono calmado pero firme.

-Ale, es bueno que hayas decidido separarte de Sofía. Ambas buscaban cosas distintas en la vida y, a veces, es mejor seguir caminos diferentes.

Asentí, aunque las palabras de mi padre resonaban con una verdad dolorosa. Sabía que tenía razón, pero también me sentía rota. Miré a mi madre, que me devolvió una mirada de apoyo incondicional. Sin embargo, sabía que había una verdad más profunda y oscura que aún no les había revelado. Una verdad que estaba a punto de salir a la luz.

Luis continuó, su voz llenando el vacío de la sala de espera.

-A veces, en las relaciones, uno puede perderse intentando cumplir con las expectativas de la otra persona. Es importante recordar quién eres y lo que realmente quieres en la vida.

Mi padre siempre había sido un pilar de sabiduría en mi vida, pero en ese momento, sus palabras no podían borrar el dolor que sentía. La separación no solo significaba el fin de mi matrimonio, sino también enfrentar la realidad de que había ignorado las advertencias de mi padre sobre Sofía.

A minutos de entrar a la sala, supe que no podía seguir guardando el secreto. Tomé una profunda respiración y miré a mi padre directamente a los ojos.

-Papá, antes de que entres y te enteres por otros, quiero que sepas la verdad. Una de las razones por las que me divorcio es por violencia doméstica.

Luis frunció el ceño, su confusión evidente.

-¿Violencia doméstica? -preguntó, su voz apenas un susurro.

Sentí un nudo en la garganta mientras me preparaba para revelar la verdad que había estado ocultando.

-Sí, papá. Sofía me golpeaba. No solo una vez, sino repetidamente. Nunca quise que supieras porque tenía vergüenza, pero no puedo seguir ocultándolo.

El silencio se apoderó de la sala. Podía ver la incredulidad en los ojos de mi padre, la forma en que sus labios temblaban mientras procesaba mis palabras. Y entonces, sin previo aviso, Luis rompió a llorar.

Ver a mi padre llorar por primera vez en mi vida me rompió el corazón en mil pedazos. Se levantó de su silla y me abrazó con fuerza, sus lágrimas mojando mi cabello.

-Mi pequeña hija... ¿Cómo no me di cuenta? -sollozó, su voz ahogada por la tristeza.

Mi madre, Moni, también lloraba en silencio, aún sosteniendo mi mano.

-Lo siento tanto, papá. No quería que sufrieran también por mi culpa -dije, tratando de contener mis propias lágrimas.

Luis me abrazó aún más fuerte, como si intentara protegerme de todo el dolor que había soportado.

-Ale, nunca es tu culpa. No eres responsable por lo que Sofía te hizo. Lo importante es que ahora estás aquí, y estamos contigo para ayudarte a sanar.

El recuerdo de esa conversación con mis padres me pesaba, incluso mientras me preparaba para enfrentar la dura realidad de mi divorcio. Sabía que tenía un largo camino por delante, pero con el apoyo de mi familia, tal vez encontraría la fuerza para seguir adelante.

Fin del flashback.

Pov Alejandra.

Me levanté del suelo de la terraza, el aire fresco de la mañana me rodeaba mientras miraba a Belén. Teníamos que ir por Isabella a casa de Alex, pero la preocupación por Belén me detuvo un momento.

-Voy a ir por Isabella -dije, tomando una decisión rápida.

Belén quiso acompañarme, pero sabía que aún no se había recuperado de la pelea de ayer. Sus ojos estaban cansados y sus movimientos lentos.

-Belén, no es necesario que vengas. De verdad, necesitas descansar -le dije con firmeza, pero con suavidad.

-Ale, puedo hacerlo. No quiero que vayas sola -insistió ella.

Negué con la cabeza, acercándome para ayudarla a levantarse.

-Estás exhausta y aún no te has recuperado. Quédate aquí, por favor.

Finalmente, aceptó a regañadientes. La ayudé a levantarse, nuestras manos se entrelazaron por un momento, y sentí una conexión profunda, una promesa de apoyo mutuo.

-Gracias, Ale -dijo Belén, su voz suave.

La miré a los ojos, queriendo decir tantas cosas, pero las palabras no salían. En ese instante, sentí un impulso repentino. Sabía que tenía que hacerlo, que era el momento de enfrentar mis miedos. Saqué mi teléfono y llamé a mi padre.

El sonido del timbre resonó en mis oídos, cada segundo se sentía eterno. Finalmente, la voz familiar de mi padre respondió.

-¿Alejandra? -dijo Luis, su tono lleno de sorpresa y preocupación.

Respiré hondo, tratando de mantener la calma.

-Papá... Necesito hablar contigo. Necesito... arreglar las cosas.

Hubo un silencio breve antes de que mi padre respondiera, su voz llena de comprensión y amor.

-Estoy aquí, Ale. Siempre estaré aquí para ti.

Colgué el teléfono, sintiendo una mezcla de alivio y miedo. Miré a Belén, quien me ofreció una sonrisa de apoyo.

-Todo estará bien, Ale -dijo, y supe que, con el tiempo, encontraríamos una manera de sanar.

Me dirigí a la puerta, lista para ir por Isabella. Sabía que tenía un largo camino por delante, pero con el apoyo de mi familia y amigos, estaba decidida a enfrentar cualquier desafío que se presentara.

Me levanté del suelo de la terraza, dispuesta a ir a buscar a Isabella. Belén quiso acompañarme, pero insistí en que se quedara descansando. Aún no se recuperaba del todo de la pelea de ayer. La ayudé a levantarse y, en un impulso, llamé a mi padre para contarle todo lo que había pasado.

Luego, esperé el taxi y me dirigí a la casa de Alex. Al llegar, la emoción crecía en mi pecho. Toqué el timbre y esperé, ansiosa por ver a Isabella. Los padres de Alex abrieron la puerta y me recibieron con una cálida sonrisa.

-Hola, Alejandra -dijo la madre de Alex-. Isabella ha estado esperando verte.

-Gracias -respondí, devolviendo la sonrisa-. ¿Está Alex por aquí?

Mientras hablábamos, Isabella apareció corriendo hacia mí y me abrazó con fuerza. Sentí una ola de alivio y felicidad al tenerla de nuevo conmigo.

-Te extrañé, Isa -le susurré, acariciando su cabello.

-Yo también, mamá -respondió ella, su voz llena de alegría.

Me giré hacia los padres de Alex para agradecerles.

-Gracias por cuidar de Isabella -dije sinceramente.

La madre de Alex sonrió y luego hizo una insinuación sutil.

-Sabes, Alex ha hablado mucho de Isabella. Creo que está bastante enamorada de ella.

Reí suavemente, mirando a Isabella, quien se sonrojó levemente.

-Pues, Isabella también ha mencionado mucho a Alex. Creo que los sentimientos son mutuos.

Los padres de Alex sonrieron, claramente complacidos con mi respuesta. Justo en ese momento, Isabella levantó la mirada y preguntó:

-¿Y Ángela? ¿Cómo está?

Le acaricié el rostro, tratando de mantener mi voz firme.

-Ángela está bien, cariño. Estamos esperando una cirugía para que se recupere.

Isabella asintió, mostrando una madurez que siempre me sorprendía. Nos despedimos de los padres de Alex y caminamos hacia el taxi. Mientras nos subíamos, Isabella me miró con sus grandes ojos llenos de preocupación.

-Mamá, ¿Ángela va a estar bien?

Sonreí, apretando su mano con cariño.

-Sí, Isa. Ángela es fuerte. Todo va a salir bien.

Con Isabella a mi lado, sentí que podía enfrentar cualquier cosa. Sabía que nuestro camino no sería fácil, pero con amor y apoyo, encontraríamos la manera de seguir adelante.

Nos despedimos de los padres de Alex y subimos al taxi. Isabella, aún emocionada, empezó a contarme sobre cómo había pasado el tiempo con Alex.

-Mamá, fue muy divertido. Jugamos, vimos películas, y Alex me enseñó a tocar una canción en la guitarra.

Sonreí, contenta de que se hubiera divertido tanto.

-Me alegra mucho, Isa. Me encanta que te lleves tan bien con Alex.

Isabella se quedó en silencio por un momento, luego me miró con una mezcla de curiosidad y timidez.

-Mamá... ¿es normal que Alex me haya dado un beso?

Mi corazón dio un pequeño brinco, y traté de mantener la calma mientras le preguntaba:

-¿Un beso? ¿Dónde te besó?

Isabella se sonrojó levemente y respondió:

-En los labios.

Respiré hondo y sonreí, queriendo tranquilizarla.

-Sí, Isa, es normal. A veces, cuando nos gustamos mucho y confiamos en alguien, queremos demostrarlo con un beso.

Isabella asintió lentamente, absorbiendo mis palabras. Luego, con una sinceridad que me conmovió, agregó:

-Mamá, creo que me gusta Alex. Mucho. Y no solo como amiga.

Le acaricié el cabello con ternura, admirando su valentía para ser honesta sobre sus sentimientos.

-Eso está bien, Isa. Es normal tener esos sentimientos. Lo importante es que siempre seas sincera contigo misma y con las personas que te importan.

Isabella sonrió, aliviada por mi respuesta. Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la paz y la conexión entre nosotras.

-Gracias, mamá -dijo finalmente, apoyando su cabeza en mi hombro.

-De nada, mi amor. Siempre estaré aquí para ti.

Mientras el taxi avanzaba por las calles mojadas, sentí una oleada de esperanza. A pesar de todas las dificultades, momentos como este me recordaban que siempre había motivos para seguir adelante.

Entonces le expliqué a Isabella que vamos a ir a casa de sus abuelos antes de volver al hotel. Isabella asiente, contenta por la oportunidad de ver a sus abuelos. Llegamos y, tan pronto como el taxi se detiene, Isabella corre hacia la puerta, donde Moni la espera con los brazos abiertos.

-¡Abuela Moni! -grita Isabella mientras se lanza a sus brazos.

Moni la recibe con una risa cálida y un abrazo fuerte. Verlas juntas me reconforta. Me giro hacia mi padre, Luis, que está parado en el umbral con una mezcla de preocupación y amor en su mirada.

-Papá... -digo suavemente mientras me acerco a él.

Luis abre los brazos y, sin dudarlo, me lanzo a su abrazo. Me sostiene con fuerza, como si no quisiera soltarme nunca.

-Alejandra, hija mía -murmura, su voz quebrándose un poco.

Nos quedamos así por un momento, dejando que la calidez del abrazo disipe cualquier temor o duda. Finalmente, me separo un poco y lo miro a los ojos.

-Papá, necesito hablar contigo. Hay algo que debo decirte.

Luis asiente, su expresión seria pero comprensiva.

-Lo que necesites, hija. Siempre estoy aquí para ti.

Entramos a la casa y nos dirigimos al salón. Moni e Isabella seguían riendo y charlando en la cocina, dejándonos tener un momento a solas. Nos sentamos en el sillón, el mismo donde, de niña, le contaba mis problemas. Solo que ahora soy adulta, y las palabras parecen costarme más.

Luis me mira con ternura, esperando pacientemente a que empiece a hablar. Tomo una respiración profunda, tratando de ordenar mis pensamientos.

-Papá, he estado pensando mucho sobre todo lo que ha pasado -empiezo, mi voz temblando un poco-. Y me doy cuenta de que nunca te pedí disculpas. Nunca te dije que tenías razón sobre Sofía. Por vergüenza, por orgullo... no lo hice, y lo siento mucho.

Luis me mira con comprensión y tristeza a la vez.

-Alejandra, siempre supe que estabas luchando con mucho. No tienes que disculparte. Lo importante es que estás aquí ahora y que estás tratando de arreglar las cosas.

Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, y me abrazo a mi padre de nuevo.

-Gracias, papá. Te quiero mucho.

-Yo también te quiero, hija. Siempre estaré aquí para ti.

Luis me sujeta con más fuerza, y siento sus lágrimas mezclándose con las mías. A través de su llanto, logra decir:

-Lamento no haber sido el mejor padre durante tu adolescencia. Cometí muchos errores, pero espero poder ser mejor ahora.

Nos abrazamos, compartiendo el dolor y la esperanza de un nuevo comienzo. Aunque me cuesta hablar, logro decir entre lágrimas:

-Papá, gracias por estar aquí. No sabes cuánto significa para mí.

Nos quedamos así, abrazados, mientras el tiempo parece detenerse. En ese momento, siento que, a pesar de todo, no estoy sola. Mi familia está aquí, y juntos podremos enfrentar lo que venga.

Luis se aparta un poco y me mira directamente a los ojos, su rostro lleno de emoción.

-Alejandra, quiero que sepas que siempre he estado orgulloso de ti, incluso cuando no entendía tus decisiones. Lamento no habértelo dicho más a menudo. Ver cómo has enfrentado todo esto con tanta fuerza me llena de admiración.

Sus palabras me conmueven profundamente, y siento una oleada de alivio.

-Gracias, papá. Eso significa mucho para mí. He pasado por momentos muy oscuros, y a veces me siento tan avergonzada de todo lo que ha pasado... de no haber escuchado tus advertencias sobre Sofía.

Luis niega con la cabeza, sus ojos brillando con lágrimas.

-No te castigues por eso, Ale. Todos cometemos errores, y lo importante es que has aprendido de ellos. Estoy aquí para apoyarte en lo que necesites, siempre.

Nos quedamos en silencio un momento, dejando que las palabras calen hondo. Luego, con un esfuerzo consciente, cambio de tema.

-Papá, ¿recuerdas cómo solíamos hablar aquí cuando era niña? Este sillón ha visto tantas lágrimas y risas...

Luis sonríe, nostálgico.

-Sí, lo recuerdo. Siempre estabas dispuesta a compartir tus problemas conmigo. Y ahora, como adulta, me alegra que sigas confiando en mí.

Me recuesto en su hombro, sintiendo una paz que hacía mucho no sentía.

-Gracias por estar aquí, papá. No sé qué haría sin ti.

Luis me da un suave beso en la frente.

-Y yo sin ti, hija. Juntos, vamos a superar todo esto.

Nos quedamos así, abrazados, mientras el tiempo parece detenerse. En ese momento, siento que, a pesar de todo, no estoy sola. Mi familia está aquí, y juntos podremos enfrentar lo que venga.

Mientras nos quedamos abrazados en el sillón, un silencio cómodo nos envuelve. Finalmente, me atrevo a hacer una pregunta que siempre me ha rondado por la cabeza.

-Papá, ¿cómo supiste desde el principio que Sofía me lastimaría? ¿Qué te hizo sospechar de ella?

Luis suspira profundamente, su expresión tornándose seria y reflexiva.

-Alejandra, no fue solo una corazonada -empieza, eligiendo sus palabras con cuidado-. Hay algo que no te he contado. Algo de mi pasado.

Lo miro con curiosidad y preocupación, sintiendo que lo que va a decirme cambiará muchas cosas.

-Hace muchos años, antes de conocerte a ti y a tu madre, tuve una relación con una mujer que... bueno, era muy similar a Sofía. Al principio, todo parecía perfecto. Pero con el tiempo, su comportamiento se volvió controlador y abusivo. Me aisló de mis amigos y familiares, y fue muy difícil salir de esa relación.

Me quedo boquiabierta, sin saber qué decir. No tenía idea de que mi padre había pasado por algo así.

-Papá, yo... lo siento mucho. No tenía idea.

Luis asiente, su mirada perdida en algún punto del pasado.

-Fue una época muy oscura para mí. Cuando te vi con Sofía, vi muchas de las mismas señales. Por eso, intenté advertirte, pero sabía que tenías que tomar tus propias decisiones.

-Entiendo -digo suavemente, sintiendo una nueva comprensión y respeto por mi padre-. No sabía que habías pasado por algo así.

Luis me da una sonrisa triste.

-No es algo de lo que me enorgullezca, pero es parte de mi historia. Quería protegerte, pero también sabía que debías aprender por ti misma.

Las lágrimas vuelven a llenarme los ojos, y me abrazo más fuerte a mi padre.

-Gracias por compartir eso conmigo, papá. Lamento no haberte escuchado antes. Ahora veo las cosas con más claridad.

Luis acaricia suavemente mi cabello.

-No te preocupes, hija. Lo importante es que estás a salvo ahora. Y estoy aquí para ayudarte a seguir adelante.

Nos quedamos así, en silencio, compartiendo un momento de profunda conexión. Ahora, más que nunca, siento que entiendo y aprecio a mi padre de una manera que nunca antes había imaginado.

Luis y yo nos mantenemos abrazados por un momento más, pero luego él se aparta suavemente y me mira a los ojos con una expresión seria, pero llena de cariño.

-Alejandra, tengo algo para ti -dice, levantándose del sillón.

-¿Qué es? -pregunto, sintiendo una mezcla de curiosidad y nerviosismo.

-Ven conmigo -responde, extendiendo la mano para ayudarme a levantarme.

Mientras caminamos hacia su oficina, Luis empieza a contarme una historia que desconocía.

-Hace poco me enteré de que a tu hija Ángela le habían arrebatado algo muy preciado para ella. Y también para ti. -Sus palabras me llenan de confusión y preocupación-. Cuando supe quién era la persona que se lo quitó, me enojé mucho y fui directamente a su casa. No me fui hasta que logré que lo devolvieran.

Nos detenemos frente a la puerta de su oficina, y Luis la abre con cuidado. Dentro, sobre un porta instrumentos, veo algo que me deja sin aliento.

-Papá... -digo, acercándome lentamente-. No puede ser.

Allí, en un lugar de honor, está mi bajo rojo, el mismo que me había acompañado durante tantos años antes de que Sofía y yo nos divorciamos luego se lo di a Ángela. Un torrente de recuerdos me invade, desde los días de ensayo hasta las noches de conciertos, y las veces en que Ángela había intentado aprender a tocarlo.

-Cuando te divorciaste de Sofía -continúa Luis-, tú se lo diste a Ángela. Pero luego Sofía se lo quitó. Supe que tenías que recuperarlo. Creo que este bajo te pertenece a ti, Alejandra.

Las lágrimas llenan mis ojos mientras toco suavemente el instrumento, sintiendo el peso familiar y la textura bajo mis dedos. No puedo contenerme más y me lanzo a los brazos de mi padre, abrazándolo con todas mis fuerzas.

-Gracias, papá. No sabes lo que esto significa para mí.

Luis me devuelve el abrazo con igual fuerza.

-Siempre estaré aquí para ti, hija. No importa lo que pase.

Nos quedamos allí, en su oficina, compartiendo un momento de profunda conexión y gratitud. Ahora, más que nunca, siento que he recuperado una parte importante de mi vida, y sé que, con el apoyo de mi familia, podré seguir adelante.

Narrador.

Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Sofía estaba en su casa, sumida en un caos de su propia creación. Drogada y desorientada, hacía estupideces sin ningún sentido, apenas consciente del tiempo que pasaba. Había pasado ya más de un mes desde la última vez que vio a Isabella, y aunque sabía que debía sentir algo por esa ausencia, no sentía nostalgia. Para ella, el tiempo simplemente se desvanecía entre las sombras de su adicción.

Ayer, sin embargo, había sucedido algo que la sacudió de su letargo: Ángela la había llamado. Sofía había sentido una mezcla de sorpresa y alivio al escuchar la voz de su hija después de tanto tiempo. La conversación no había sido larga ni profunda, pero lo suficiente para darle una esperanza frágil. Ángela había hablado sobre arreglar las cosas, sobre intentar recuperar algún tipo de relación.

Sofía, aún bajo los efectos de las drogas, había sentido una chispa de felicidad. Quizás, pensaba, su hija finalmente dejaría de ser hipócrita y admitiría que, a pesar de todo, aún había algo que las conectaba. Se aferraba a esa idea como a un salvavidas en medio de su océano de confusión y autodestrucción.

Mientras se tambaleaba por la sala, tropezando con muebles y objetos esparcidos, una parte de ella se aferraba a la esperanza de que esta conversación con Ángela podría ser el primer paso para salir del abismo en el que se encontraba. Pero otra parte, más cínica y acostumbrada a la decepción, dudaba de que algo realmente cambiara. Al fin y al cabo, había estado aquí antes, prometiéndose a sí misma que todo mejoraría, solo para volver a caer una y otra vez.

La sensación de felicidad era efímera, y pronto la incertidumbre y la paranoia comenzaron a filtrarse de nuevo. Pero, por ahora, se permitía un respiro. Tal vez, solo tal vez, había una posibilidad de que las cosas pudieran cambiar.

Sofía se sienta en el sillón, y los efectos de las drogas están a punto de pasarse. El teléfono suena insistentemente, su vibración incesante la aturde. Finalmente, con un gruñido de exasperación, contesta.

-¿Qué quieres? -su voz es áspera, el tono irritado.

-¡Perdimos el caso de Isabella! -grita su abogado al otro lado de la línea. Las palabras golpean a Sofía como un mazazo.

-¿Qué? ¿Cómo es posible? -balbucea, sintiendo el pánico que crece dentro de ella.

-¡Ve a Twitter y busca #soloeraunmes! -responde el abogado antes de colgar abruptamente.

Sofía cuelga el teléfono y se sienta en el sillón, todavía tratando de procesar la llamada. Abre Twitter y teclea el hashtag. La pantalla se llena de miles de publicaciones sobre un libro titulado "Solo Era Un Mes", escrito por su ex, Lisbeth. Sofía siente un nudo en el estómago mientras revisa los comentarios, casi todos criticando duramente a Sofía.

Los efectos de la droga ya se han disipado. Sofía se pone las zapatillas apresuradamente y sale de su casa, dirigiéndose a una librería cercana. Apenas puede articular las palabras cuando pide el libro. De vuelta en casa, se sienta en el sillón y comienza a hojearlo frenéticamente.

A simple vista, no encuentra nada especialmente alarmante. Pero entonces sus ojos se posan en un capítulo titulado "Sofía Reyes". Con manos temblorosas, comienza a leer.

El capítulo, de 45 hojas, resume dos meses de relación con detalles brutales y precisos.

"Sofía Reyes, una mujer que en público era encantadora, pero en privado se transformaba en un monstruo. Golpeaba a Alejandra sin piedad, dejando moretones que ella escondía con maquillaje. Hablaba mal de sus hijas, despotricando sobre cómo Ángela era una decepción y cómo Isabella nunca sería suficiente."

Sofía sintió una oleada de náuseas al leer esas palabras. Continuó, sus ojos deslizándose por cada línea con una mezcla de horror y autodesprecio.

"Recuerdo la noche en que se drogó tanto que tuve que llamar a una ambulancia. Su adicción la consumía, y sus engaños a Alejandra eran constantes. Mientras Alejandra pensaba que Sofía estaba en una reunión de trabajo, en realidad estaba con otra mujer."

Las lágrimas comenzaron a acumularse en los ojos de Sofía mientras seguía leyendo. Cada línea era una daga directa al corazón.

El capítulo terminaba con una reflexión devastadora:

"El plan solo era pasar un mes, pero por su manipulación fueron dos, y fueron horribles."

Sofía arrojó el libro al otro lado de la habitación, temblando de rabia y desesperación. Cada palabra de Lisbeth resonaba en su mente, una constante acusación de sus fallos y pecados. Sintió una mezcla de vergüenza y desesperación, dándose cuenta de que su vida estaba expuesta para que todos la vieran.

Se acurrucó en el sillón, sintiéndose más sola y perdida que nunca. Las lágrimas corrieron libremente por su rostro mientras el peso de sus acciones la aplastaba. No había nadie a quien culpar más que a ella misma.

Sofía escuchó el timbre de la puerta y se levantó con un sentimiento de pánico que le oprimía el pecho. Al abrir, se encontró con dos agentes de los servicios sociales, que la miraban con una mezcla de preocupación y autoridad.

-Buenas tardes, señora Reyes. Estamos aquí para preguntar por Isabella.

Sofía sintió un escalofrío recorrer su espalda. En ese momento, no tenía idea de dónde estaba Isabella, pero sabía que no podía mentirles durante mucho tiempo.

-Isabella no está aquí -dijo, tratando de mantener la calma mientras su mente se tambaleaba-. No sé dónde está en este momento.

Los agentes intercambiaron miradas y uno de ellos, un hombre alto con una expresión grave, dio un paso adelante.

-Necesitamos encontrar a Isabella. Hemos recibido información de que podría estar en un lugar no seguro. Es importante que colabore, señora Reyes.

Sofía intentó sostener la mentira, pero el nerviosismo comenzó a aflorar. Su voz temblaba mientras continuaba.

-Les estoy diciendo la verdad. No está aquí.

La agente mujer, con una mirada dura, no se inmutó.

-Si no nos dices dónde está, podríamos tomar medidas más severas. La seguridad de Isabella es nuestra prioridad.

El corazón de Sofía latía con fuerza. Sabía que no podía seguir ocultando la verdad. Isabella había estado viviendo con Alejandra, la exesposa de Sofía, y había perdido la custodia. Sofía estaba consciente de que lo que estaba haciendo era ilegal.

-Está bien -dijo finalmente, con un suspiro de derrota-. Isabella está con Alejandra. Ella ha estado cuidando de ella.

Los agentes se miraron entre sí con seriedad.

-¿Dónde está Alejandra? -preguntó el hombre, mientras la mujer tomaba nota.

Sofía miró hacia el suelo, sintiendo una mezcla de culpa y desesperación.

-No lo sé exactamente. Pero sé que ella ha estado en contacto con los servicios sociales anteriormente. Deben saber dónde encontrarla.

Los agentes asintieron con una mezcla de gratitud y determinación.

-Vamos a investigar esto de inmediato. Gracias por su cooperación, señora Reyes. Sin embargo, le advierto que esta situación podría tener serias repercusiones legales para usted si no se resuelve adecuadamente.

Sofía los vio salir, sintiéndose abrumada por el peso de la situación. Sabía que las cosas estaban fuera de control, y el futuro de Isabella estaba más incierto que nunca.

Dentro de la casa, Sofía se encontraba sumida en un estado de desesperación y confusión. La noticia de los servicios sociales, combinada con la revelación de Lisbeth en el libro, había desatado en ella una oleada de emociones abrumadoras. Su mente, nublada por las drogas, ya no podía distinguir entre la realidad y la locura. Se sentó en el suelo, con la mirada perdida, mientras las drogas se adueñaban de su cuerpo y mente.

Tomo un montón de drogas en ese momento.

En un impulso frenético, Sofía decidió hacer algo que no debería. Se levantó tambaleándose y, con manos temblorosas, agarró las llaves de su auto. No estaba en condiciones de conducir, pero el deseo de escapar, de despejarse de todo lo que la atormentaba, era más fuerte que su sentido común. Salió de la casa y se metió en el coche, sin prestar atención a las señales evidentes de que no estaba en condiciones de manejar.

El motor rugió al encenderse, y Sofía arrancó el vehículo con movimientos erráticos. La carretera frente a ella se desdibujaba, y el paisaje se convertía en una mezcla confusa de luces y sombras. La mente de Sofía estaba llena de ecos de las críticas del libro, las acusaciones y las pruebas en contra de ella. Se le repetía en la cabeza lo que Lisbeth había escrito: "Sofía no se detendrá hasta llevar todo a la ruina."

Mientras conducía sin rumbo, la realidad se distorsionaba. Los pensamientos de Sofía eran un caos; recordaba cada palabra dolorosa del libro, cada mensaje de sus hijas, y sentía una culpa aplastante. Los códigos para escanear los audios con pruebas la atormentaban, mostrándole pruebas de sus fallos como madre y pareja.

De repente, vio un auto acercándose, pero en su estado alterado, no pudo reaccionar a tiempo. Sus manos, aún temblorosas, no podían encontrar los frenos. La desesperación y el pánico se apoderaron de ella mientras trataba de detener el coche sin éxito. Las luces del otro vehículo se hicieron cada vez más intensas, y el impacto se volvió inevitable.

El choque final fue violento y brutal. El sonido del metal retorcido y el vidrio estallando llenó el aire. En ese momento, el mundo de Sofía se desvaneció en una oscuridad total, un final trágico para una vida que había sido marcada por la autodestrucción y la desesperación.

Sofía, aturdida y herida, logró salir del auto con dificultad. A pesar del caos en su mente y el dolor físico, el deseo de escapar de la escena y evitar consecuencias parecía ser más fuerte. Su mirada se dirigió al otro auto, que estaba completamente destruido. El horror la invadió al ver el estado del vehículo, y su corazón se hundió al darse cuenta de que el conductor estaba muerto.

Sus piernas temblaban mientras se acercaba al auto siniestrado, el cual había quedado convertido en un amasijo de metal retorcido. A través de la deformidad del chasis y los cristales rotos, Sofía logró ver a dos jóvenes atrapados en el asiento trasero. La visión la paralizó. A medida que el humo se disipaba y la oscuridad de la noche se despejaba, Sofía comenzó a distinguir características familiares en los jóvenes heridos.

El corazón le dio un vuelco cuando los identificó. En el tumulto de sus pensamientos y emociones, le costó procesar la realidad. Los rostros de los jóvenes se le hacían cada vez más claros, y el dolor en su pecho se hizo insoportable al reconocer a los jóvenes. La conexión era inconfundible, pero el pánico y la confusión nublaban su mente. ¿Cómo podía estar sucediendo esto? No podía aceptar que estuvieran involucrados en este desastre.

El sonido de sirenas a lo lejos la sacó momentáneamente de su estado de shock, pero el ruido de la noche y su incapacidad para pensar con claridad la dejaron sin poder llamar a la policía. Las manos temblorosas y el mareo la hicieron incapaz de recordar cómo hacer la llamada de emergencia. Su mente se debatía entre la desesperación y la culpa, mientras miraba impotente cómo los rescates llegaban a la escena.

Sofía se tambaleó de regreso a su auto, sin poder dejar de mirar el desastre frente a ella. La realidad del accidente y la devastadora verdad sobre los jóvenes se apoderaron de ella. La duda y el dolor la envolvieron mientras los primeros socorristas llegaban, y Sofía, en un estado de shock absoluto, se desplomó en el suelo, sin poder dejar de llorar y temblar, atrapada entre la culpa, el horror y una angustia indescriptible.

Pov Alejandra.

Nos despedimos de mis padres en la entrada de su casa, y me envolví en el abrazo de Luis, sintiendo cómo su amor y preocupación por mí se transmitían a través de su abrazo fuerte y cálido. Moni, con su sonrisa dulce, acarició mi cabello, y pude ver en sus ojos el orgullo y la ternura que sentía por mí. Después de las últimas palabras de cariño y buenos deseos, subimos al taxi con Isabella, lista para ir al hotel.

El trayecto en taxi fue sereno. Miré por la ventana mientras el paisaje se deslizaba, permitiéndome relajarme después de una semana llena de emociones y eventos abrumadores. Mi teléfono vibró en el bolsillo, y al ver el nombre de Ángela en la pantalla, no pude evitar sonreír. Contesté con entusiasmo, mi corazón latiendo un poco más rápido.

-Hola, Ángela, ¿cómo estás? -dije, tratando de mantener la calma en mi voz.

La voz de mi hija me llegó cargada de entusiasmo. Me pidió permiso para llevar a Isabella a un paseo y luego al cine. Estaba encantada con la idea. La posibilidad de que mis hijas pasaran tiempo juntas era justo lo que necesitábamos. Colgué la llamada con una sensación de satisfacción, sintiendo que finalmente había un respiro en medio de nuestras vidas agitados.

Al llegar al hotel, Isabella fue la primera en bajar del taxi. Su energía era contagiosa mientras corría hacia Belén, quien la recibió con un cálido abrazo. Observé con una sonrisa en el rostro cómo Isabella se precipitaba hacia su habitación para prepararse. Era hermoso ver cómo la emoción brillaba en sus ojos.

Me acomodé con Belén en el vestíbulo del hotel, donde la conversación fluía sin esfuerzo. Hablamos sobre cosas triviales y compartimos risas. El ambiente del vestíbulo era acogedor, con la música de fondo y el murmullo suave de los otros huéspedes creando una atmósfera tranquila y relajada.

Mientras esperábamos a que Isabella estuviera lista, me permití disfrutar del momento. Sentía una mezcla de tranquilidad y anticipación por lo que la noche tenía reservado. El paseo y la salida al cine eran una oportunidad perfecta para fortalecer los lazos familiares y disfrutar de algo sencillo pero significativo. Me sentía agradecida por este momento de calma después de todo lo que habíamos pasado.

Finalmente, Isabella apareció en el vestíbulo, lista para salir. Sus ojos brillaban con emoción, y pude ver lo feliz que estaba de pasar tiempo con Ángela. Se despidió de Belén con un abrazo, y nos dirigimos a la puerta del hotel. Mientras nos dirigíamos al taxi, sentí una profunda satisfacción por cómo las cosas estaban saliendo. La noche prometía ser especial, y me sentí llena de gratitud por esos momentos de normalidad y alegría en medio de nuestras vidas tan complicadas.

Un taxi paro y Ángela saludo para luego irse con Isabella , ambas estaban felices.

-¿Qué te parece si salimos un rato? Hay una cafetería cerca que me han dicho que es muy acogedora. Tal vez podríamos tomarnos un café y charlar un poco -le propuse.

Belén sonrió y asintió. -¡Me parece genial! Un paseo nos vendría bien.

nos dirigimos hacia la cafetería a pie. La lluvia había comenzado a caer, pero no era más que una llovizna ligera. La atmósfera era fresca y relajante, perfecta para una caminata tranquila.

Charlamos sobre la boda del hermano de Belén, que se celebraría en unas semanas. Me contó con entusiasmo sobre el vestido que había elegido y cómo había estado buscando el ajuste perfecto. La emoción en su voz era contagiosa, y me encontré riendo con ella mientras hablábamos de detalles y anécdotas familiares.

-Estoy tan emocionada -dijo Belén-. Aunque ha sido un poco abrumador planear todo, estoy deseando disfrutar del día y celebrar con todos.

Nos reímos juntas y compartimos historias sobre bodas y eventos familiares. La conversación fluyó naturalmente, y la noche parecía estar llena de promesas y posibilidades.

Finalmente, llegamos a la cafetería, un lugar acogedor con ventanas grandes desde las que se podía ver la lluvia caer. Nos sentamos en una mesa cerca del ventanal, y mientras tomábamos nuestro café, continuamos conversando sobre nuestras vidas. Hablamos sobre los planes futuros, los cambios recientes y cómo nos estábamos adaptando a todo lo nuevo que nos rodeaba.

Después de terminar nuestras bebidas, decidimos volver al hotel. La lluvia había cesado un poco, pero el aire seguía fresco y agradable. Caminamos lentamente, disfrutando del tranquilo paseo bajo la lluvia, mientras la ciudad a nuestro alrededor se iluminaba con las luces de la noche.

Al llegar al hotel, el ambiente cálido y acogedor nos recibió. Subimos a la habitación, y mientras la lluvia seguía cayendo suavemente afuera, nos acomodamos para relajarnos. La noche había sido una agradable pausa en el ritmo agitado de nuestras vidas, un momento para disfrutar de la compañía y de una conversación sincera en medio del bullicio de la ciudad.

Narrador , una hora antes.

Isabella y Ángela salían del cine. A pesar de que el plan original era regresar a pie, la lluvia empezó a caer con más intensidad, haciendo que el regreso a pie se volviera incómodo. Decidieron tomar un taxi, y mientras esperaban bajo un pequeño alero, Isabella observaba cómo la lluvia se deslizaba por el cristal del taxi.

Ángela recibió una llamada de May, su novia. Contestó con una sonrisa y se alejó un poco para hablar en privado. Explicó que estaba con Isabella después de una película, pero que planeaba llevarla a casa de Ale antes de regresar a la suya. La conversación fue cálida y afectuosa, y al colgar, Ángela le prometió a May que la vería pronto.

Isabella, entusiasmada, empezó a hablar sobre Alex, con quien había pasado el día. Sus palabras estaban llenas de emoción mientras describía las actividades que habían hecho juntas, desde un restaurante nuevo hasta una galería de arte. Su entusiasmo era evidente, y Ángela, feliz de ver a Isabella tan animada, escuchaba con interés.

El taxi en el que viajaban Ángela e Isabella estaba frenando suavemente cuando ambas se desabrocharon el cinturón de seguridad, preparándose para salir. La lluvia caía pesadamente, haciendo que el vidrio del taxi se volviera un velo borroso. De repente, un auto se acercó a gran velocidad y giró bruscamente hacia ellos.

El impacto fue brutal e instantáneo. El vehículo emboscó el lado donde estaba Isabella, y el taxi se volcó parcialmente por la fuerza del choque. Ángela sintió una sacudida violenta y, de inmediato, todo se volvió una maraña de luces y sombras. El metal retorcido y el estallido de vidrio llenaron el aire.

Ángela perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí, su mente estaba confusa y nublada. A su alrededor, la lluvia seguía cayendo a través de las ventanas rotas, y el dolor en su cuerpo era intenso. Intentó moverse, pero el dolor la mantenía inmóvil. Con gran esfuerzo, giró la cabeza y vio a Isabella a su lado, con el rostro pálido y el cuerpo torcido en un ángulo inquietante.

Un grito silencioso de desesperación emergió de su interior. Ángela trató de alcanzar a Isabella, pero su cuerpo no respondía como ella quería. El caos afuera del taxi parecía lejano, con sirenas de ambulancia y luces parpadeantes distantes, como si todo estuviera ocurriendo en un sueño.

Con lágrimas en los ojos y el corazón palpitándole en el pecho, Ángela intentó desesperadamente alcanzar a su hermana pequeña. Su mano temblaba mientras se extendía hacia el frío cuerpo de Isabella. La lluvia seguía cayendo y el sonido de las sirenas se acercaba lentamente, pero para Ángela, el tiempo parecía haberse detenido mientras luchaba por mantenerse consciente, aferrándose a la esperanza de que Isabella pudiera ser salvada.

Mientras Ángela luchaba por mantenerse consciente, sus ojos recorrían la escena con un terror indescriptible. El chofer del taxi estaba inmóvil, su cuerpo inerte y aplastado contra el volante. La visión del cuerpo de su hermana, Isabella, le partía el corazón. El temor de que ella también pudiera estar muerta se apoderaba de su mente. Con lágrimas incontrolables corriendo por sus mejillas, Ángela intentó moverse hacia su hermana, pero su cuerpo estaba demasiado dolorido y paralizado.

De repente, sintió un toque ligero en su mano, como una caricia etérea. Miró a su lado y vio a Lucas, su mejor amigo que había muerto recientemente. Sus ojos se encontraron con los suyos, llenos de una paz serena. Lucas le sonrió con una mezcla de tristeza y consuelo, como si supiera lo que ella estaba atravesando.

-Es hora de seguir adelante -dijo Lucas, su voz un susurro en el tumulto de la lluvia y el caos. Ángela intentó hablar, pero no pudo. Una presión en su pecho la hizo toser, y notó un pedazo de vidrio incrustado en su piel, un recordatorio doloroso del accidente.

Lucas extendió su mano hacia ella, invitándola a seguirlo. Ángela, con el corazón pesado y los ojos llenos de lágrimas, cerró los ojos lentamente. La lluvia seguía cayendo, y el sonido de las sirenas se hacía cada vez más fuerte. El mundo a su alrededor parecía desvanecerse, y la sensación de calma que Lucas le ofrecía era irresistible.

En el momento en que cerró los ojos, el destino de Ángela quedó envuelto en la incertidumbre. El lector queda con la duda.

Mientras May estaba en medio de su stream, charlando animadamente con sus seguidores, la preocupación comenzaba a instalarse en su mente. Había pasado ya bastante tiempo desde que Ángela le había dicho que iba a regresar a casa. La interacción con el chat estaba llena de entusiasmo, pero May no podía sacudirse el sentimiento de inquietud.

Comentarios del chat:

- @LunaStar77:"¡Hey, May! ¿Todo bien? ¿Ángela no ha vuelto a casa todavía?"
- @GamerGeek92:"¿Tal vez deberías llamarla para asegurarte de que está bien?"
- @MusicLover88: "Sí, deberías llamarla. Si ya es tarde y no ha vuelto, tal vez debería preocuparte."

May, inicialmente pensó que era simplemente un retraso, pero a medida que los comentarios se acumulaban, la preocupación creció. Decidió hacer una llamada rápida, pero no obtuvo respuesta. Intentó de nuevo, pero seguía sin éxito. Su ansiedad aumentó, y la gente en el chat notó su creciente inquietud.

Mientras intentaba mantener la calma, recibió una llamada de un número desconocido. Con las manos temblorosas, contestó el teléfono.

-Hola, soy de los servicios de emergencia. ¿Es usted May?

May sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La voz del otro lado era grave y profesional, pero para ella, cada palabra era una sentencia de miedo.

-Sí, soy yo. ¿Qué pasa? -preguntó, con el corazón acelerado.

-Lo siento mucho. Su novia ha tenido un accidente. Ella y su hermana están en el hospital en este momento. Necesitamos que venga lo antes posible.

Las palabras resonaron en su mente como un eco aterrador. El mundo a su alrededor se volvió borroso. Sin poder asimilar la magnitud de la noticia, May apagó abruptamente el stream, dejando a sus seguidores confundidos y preocupados.

Con el corazón en la garganta, corrió fuera de su casa, ignorando el frío y la lluvia, enfocada solo en llegar al hospital. La preocupación y el miedo la empujaban hacia adelante mientras las calles se deslizaban bajo sus pies, sin poder detenerse ni un momento.

En el hotel, Ale y Belén estaban sentadas en la sala, hablando sobre la lluvia que caía afuera y cómo había afectado el plan de Ángela para traer a Isabella. La conversación había comenzado a girar en torno a los planes futuros cuando el celular de Ale sonó, interrumpiendo la charla. Ale, que estaba recostada en el sofá, miró el teléfono con cierta incomodidad antes de decidir contestar.

-¿Sí? -dijo Ale, poniendo el teléfono en altavoz para que Belén pudiera escuchar también.

La voz al otro lado era grave y formal. Belén, que había estado mirando la televisión, bajó el volumen al notar la seriedad en el tono del policía.

-Buenas noches, ¿hablo con Alejandra Villarreal? -preguntó el policía.

-Sí, soy yo. ¿Qué sucede? -respondió Ale, su voz comenzando a temblar.

-Lamento informarle que ha habido un accidente de tránsito. Sus hijas Ángela y su hermana Isabella están involucradas. El estado de ambas es crítico. Necesitamos que venga al hospital lo antes posible.

Ale se quedó paralizada por un momento, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Belén, al percibir la gravedad de la situación, se acercó y tomó la mano de Ale para ofrecerle apoyo.

-¿Qué pasó? -preguntó Belén en voz baja, mientras Ale intentaba asimilar la noticia.

-El policía está diciendo que hubo un accidente... -dijo Ale, con lágrimas comenzando a formarse en sus ojos.

-¿Dónde están? -interrumpió Belén, con voz firme para ayudar a Ale a centrarse.

-En el hospital más cercano. -dijo el policía, proporcionando la dirección exacta. -Les recomiendo que vengan cuanto antes.

Ale colgó la llamada y se quedó sentada, tratando de reunir el coraje para actuar. Belén, dándose cuenta de la urgencia, rápidamente se puso en marcha para ayudar a Ale a prepararse para ir al hospital.

-Vamos, Ale. Necesitamos ir ahora. -dijo Belén, ayudando a Ale a levantarse y a tomar sus cosas.

Ambas se dirigieron rápidamente hacia la salida del hotel, el miedo y la preocupación reflejados en sus rostros. La noche se volvió aún más oscura y tormentosa mientras se apresuraban hacia el hospital, con la esperanza de que todo saliera bien.

Al llegar al hospital, Alejandra corrió hacia la recepción, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Con las manos temblorosas, se acercó al mostrador y, con voz entrecortada, preguntó:

-Disculpe, ¿dónde están mis hijas? Ángela Villarreal Reyes e Isabella Villarreal Reyes.

La recepcionista, con una expresión seria, tecleó rápidamente en su computadora. Justo cuando estaba a punto de responder, un médico se acercó a la recepción, con un rostro grave y preocupado.

-Soy el Dr. Martínez. -dijo el médico, dirigiéndose a Alejandra-. Soy el encargado de la cirugía de su hija Ángela. Ella ingresó a cirugía hace unas horas. Tiene un vidrio atravesado en el pecho y está sufriendo problemas cardíacos. Además de la cirugía que ya está realizando, necesitaremos operarla del corazón.

Alejandra sintió un nudo en el estómago, pero no pudo dejar de preguntar:

-¿Y Isabella? ¿Dónde está Isabella?

El médico hizo una pausa, su expresión se volvió aún más sombría.

-Isabella llegó sin vida al hospital. Los intentos de reanimación fueron infructuosos. Estamos esperando el consentimiento de la madre para proceder con cualquier procedimiento adicional.

En ese momento, un policía apareció en la recepción, y el médico continuó, con voz firme:

-El problema es que la madre de Isabella es Sofía Reyes, y Sofía está actualmente detenida. Ella es la responsable del accidente que causó esta tragedia.

Alejandra se quedó en shock, el impacto de la noticia la abrumó. Sus piernas comenzaron a temblar, y Belén, que había estado a su lado, la sostuvo para evitar que cayera.

-¿Qué significa esto? -preguntó Alejandra, su voz apenas un susurro.

-Necesitamos su consentimiento para proceder con la cirugía de Ángela -explicó el Dr. Martínez-. Y dado que Sofía no puede darlo, usted es la única que puede tomar decisiones en este momento.

Alejandra asintió lentamente, su mente todavía luchando por aceptar la realidad de lo que había sucedido. Se sentía como si el mundo estuviera girando alrededor de ella, y cada palabra del médico se sentía como un golpe más a su corazón roto.

-Sí -dijo finalmente-. Procedan con la cirugía. Por favor, hagan todo lo posible para salvar a Ángela.

El Dr. Martínez asintió y se alejó para continuar con el procedimiento. Alejandra, con lágrimas en los ojos, se abrazó a Belén mientras se dirigían a la sala de espera, la esperanza y el miedo coexistiendo en su corazón mientras aguardaban noticias sobre el estado de su hija.

El doctor se marchó rápidamente, dejando a Alejandra y Belén en la sala de espera. Alejandra intentaba asimilar la información mientras se sentía atrapada en una pesadilla interminable. De repente, la puerta se abrió de golpe y May entró corriendo, con los ojos desorbitados y la respiración agitada.

-¿Dónde está Ángela? -gritó May, casi sin aliento-. ¿Dónde está mi novia?

Alejandra se levantó y abrazó a May, tratando de calmarla mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

-Ángela está en cirugía, cariño -dijo Alejandra con voz temblorosa-. Tenía un vidrio atravesado en el pecho y tiene problemas cardíacos. Están haciendo todo lo posible para salvarla.

May se echó a llorar, sus piernas temblaban y casi se desplomó al suelo. Belén rápidamente la sostuvo, guiándola hacia una silla.

-¿Y Isabella? -preguntó May entre sollozos.

Alejandra cerró los ojos, tratando de reunir fuerzas antes de responder.

-Isabella... Isabella llegó sin vida al hospital -dijo finalmente, con la voz quebrada-. Los médicos hicieron todo lo posible, pero...

May se llevó las manos a la boca, ahogando un grito de desesperación. Alejandra se sentó a su lado, tomando sus manos y tratando de brindarle consuelo.

-Sofía fue la responsable del accidente -continuó Alejandra-. Está detenida ahora mismo. No sabemos más detalles, pero la policía está investigando.

May asintió lentamente, tratando de procesar toda la información. Se apoyó en Alejandra, buscando fuerzas en el apoyo mutuo mientras esperaban en la sala de espera, cada segundo sintiéndose como una eternidad.

El ambiente estaba cargado de tristeza y tensión, pero también de una fuerza silenciosa que surgía de su amor y preocupación por Ángela e Isabella. Se aferraban a la esperanza de que Ángela pudiera superar esta prueba y rezaban por un milagro en medio de la tragedia.

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Holaaa.

Cómo están.

Que opinan de Sofía.

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