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supongo que tienes razón

Holaaaaa.

No me odien.

Hablara más que nada Sofía.

-----------( hola, soy Pedro y te doy un pañuelo 🤧 por las dudas) ------------------

Narrador.

Sofía despertó sobresaltada por los gritos que resonaban fuera de su celda. El frío nocturno se filtraba a través de las paredes, haciéndola temblar mientras se estiraba para desentumecerse. Vio a Luna sentada en un rincón, absorta en un libro, ajena al caos exterior.

Decidida a hacer las paces, Sofía se acercó a ella, tratando de romper el hielo.

-Lo siento por lo de ayer -dijo Sofía con un tono de arrepentimiento, aunque su voz temblaba por el frío.

Luna levantó la vista del libro, sus ojos fríos y desinteresados.

-Está bien -respondió con indiferencia, volviendo a sumergirse en su lectura.

Sofía, intentando entablar una conversación, dijo:

-Sé por qué estás aquí. He escuchado sobre tu caso. Felicidades, si eso te hace sentir mejor.

Luna levantó la vista de nuevo, esta vez con una mezcla de sorpresa y desdén. Su expresión se tornó de una frialdad aún más evidente.

-Gracias -respondió Luna con un tono seco-. Pero no estoy aquí para charlar.

Al ver que Andrea se acercaba a la puerta de la celda, Luna se levantó y se dirigió hacia ella. Sofía, aún temblando y sin saber cómo reaccionar, se quedó sola mientras Luna y Andrea se alejaban, dejándola con sus pensamientos y el frío que la envolvía.

Sofía se levantó de la cama, el frío aún la envolvía. Al salir de la celda, sus pensamientos volvieron a centrarse en Luna, quien le recordaba a Ángela cuando tenía 18 años. Con una sensación de desánimo, se dirigió al comedor.

El desayuno en la prisión era tan poco apetecible como siempre. Sofía se sentó sola, observando la comida con desdén, cuando Dolores se unió a ella en la mesa.

Dolores echó un vistazo a Sofía y a sus moretones, luego soltó una sonrisa sardónica.

-Bueno, parece que alguien te ha dado una paliza -dijo Dolores con tono burlón-. ¿Qué hiciste esta vez?

Sofía, con un tono cansado, respondió:

-Solo le hablé mal a Luna. No pensaba que eso me haría acabar así.

Dolores, con una risa amarga, continuó:

-Ah, así que Andrea mandó a alguien a golpearte porque te metiste con su novia. No es exactamente una sorpresa. En este lugar, si te cruzas con alguien importante, tienes que estar lista para enfrentar las consecuencias.

Sofía se hundió en su asiento, sintiendo que su situación solo podía empeorar. El humor negro de Dolores no ayudaba a levantar su ánimo. Con la cabeza gacha, trató de comer algo, aunque el desayuno no ofrecía mucho consuelo.

Sofía observaba la escena desde una esquina del comedor, donde las demás reclusas se mantenían al margen. Mientras comía su desayuno, un plato de aspecto desolador, no podía evitar notar el cariño entre Luna y Andrea. Luna, con su apariencia frágil y su aire de vulnerabilidad, parecía recibir un apoyo inmenso de Andrea, quien era significativamente más joven que la mayoría de las reclusas.

Dolores se sentó al lado de Sofía, rompiendo el silencio tenso:

-No digas que Andrea fue quien te golpeó. Si lo haces, la mandarán a aislamiento, y eso no es lo que quieres.

Sofía, sintiendo la presión, respondió:

-Andrea mandó a golpearnos. Se lo merece.

Dolores frunció el ceño y le advirtió con severidad:

-Si mandan a Andrea o a Luna a aislamiento, todas las reclusas se enojarán contigo. Piensa bien lo que haces.

Sofía, al observar cómo Luna y Andrea se abrazaban cariñosamente, sentía una mezcla de resentimiento y culpa. Luna parecía estar despidiéndose de Andrea, con lágrimas en los ojos, y Andrea la abrazaba con una serenidad que sólo acentuaba la tristeza del momento.

Un policía se acercó con una actitud autoritaria y exigió:

-Dime quién te golpeó.

Sofía, sintiendo una mezcla de pánico y arrepentimiento, miró a Luna y Andrea. La escena de Luna abrazando a Andrea, con un pesar palpable en su rostro, le afectó profundamente. Finalmente, cediendo a la presión y al miedo de represalias, Sofía señaló a Andrea.

El policía, sin mostrar compasión, ordenó que Andrea fuera llevada a aislamiento. Dolores, con la cabeza agachada, imploró:

-Por favor, no la lleven a aislamiento.

Luna abrazó a Andrea con desesperación, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Andrea, intentando consolarla, le dijo con voz tranquila:

-No te preocupes. Estaré bien. No será tan malo como la otra vez.

Un guardia, sin mediar palabra, arrastró a Andrea lejos de Luna, que la seguía con la vista mientras su llanto se hacía más intenso. Sofía, observando la escena, se dio cuenta de la magnitud de su error. Sentada sola, con el peso de su decisión aplastándola, entendió que había hecho una elección equivocada y que las consecuencias de su acción la perseguirían mientras permaneciera en la prisión.

Luna se acercó con paso firme a la mesa donde estaba Sofía, su rostro reflejaba una mezcla de furia y tristeza. Con un golpe seco, Luna impactó su mano contra la mesa, haciendo que el sonido resonara en el comedor. Todas las reclusas levantaron la vista, sus miradas llenas de curiosidad y desaprobación.

-¡No puedo creer que hayas hecho esto! -gritó Luna, su voz llena de emoción contenida-. ¡Mereces que te tiren de la cama por lo que hiciste!

Sofía, que estaba sentada en la mesa, sintió cómo el miedo se apoderaba de ella bajo la intensidad de la amenaza de Luna. Las demás reclusas comenzaron a murmurar, lanzándole miradas severas, y el ambiente en la sala se cargó de tensión.

Luna continuó, su voz temblando de enojo:

- Ángela seguro es igual de buena que cuando se la conocí, ella solo quería una buena familia.

-¿De verdad creías que podrías jugar con nosotras y salir ilesa? Andrea no es solo mi novia, es alguien que ha estado a mi lado, y ahora está en aislamiento por tu culpa. Si alguna vez intentas volver a tocar a alguien de mi círculo, te haré arrepentirte.

El rostro de Sofía se volvió pálido mientras las palabras de Luna calaban hondo. El desprecio y la furia en las miradas de las reclusas se hacía más evidente, y Sofía comprendió que había hecho una grave equivocación. Luna, con la furia aún visible en su rostro, se dio la vuelta y se alejó, dejando a Sofía sola, acorralada por el juicio de las demás reclusas.

Las reclusas comenzaron a levantarse, una tras otra, siguiendo a Luna con determinación. La sala se llenó de murmullos y voces enardecidas mientras las mujeres se dirigían hacia la salida del comedor.

-¡Vas a pagar por lo que hiciste! -gritó una reclusa mientras se alejaba.

-¡No olvides que aquí nadie te quiere! -añadió otra, su tono lleno de resentimiento.

Sofía se quedó sola en la mesa, sintiendo el peso de las amenazas y la presión de las miradas desafiantes que había dejado atrás. Cada una de las reclusas que se dirigió tras Luna le lanzó una última mirada cargada de odio, dejándola en un ambiente cargado de tensión y hostilidad.

Las puertas del comedor se cerraron tras las reclusas, dejándola en un silencio incómodo, mientras el eco de las amenazas resonaba en sus oídos. Sofía sabía que su situación había empeorado y que tendría que enfrentarse a las consecuencias de sus acciones en un entorno que ahora le resultaba más hostil que nunca.

Horas después, Dolores se acercó a Sofía, que estaba sentada sola en un rincón de la celda, aún afectada por las amenazas y el tumulto en el comedor.

-¿Te arrepientes de lo que pasó con tus hijas? -preguntó Dolores, su voz mezclando curiosidad con un tono de preocupación.

Sofía levantó la vista, su expresión vacía y distante. -No siento nada -respondió con un tono apagado-. Tal vez es porque aún no creo que realmente sea mi culpa. Estaba drogada, no estaba en control de mis acciones.

Dolores la miró con una mezcla de comprensión y escepticismo. -La adicción y el estado mental alterado no borran la responsabilidad, Sofía. Tienes que enfrentar la realidad, por dura que sea.

Sofía bajó la mirada, atrapada en un mar de confusión y negación. La realidad de sus acciones y el impacto de sus decisiones parecían demasiado abrumadores para aceptarlos completamente en ese momento.

Dolores se acercó a Sofía con una expresión grave, mientras la miraba con empatía.

-Mira, Sofía, no hiciste lo correcto al señalar a Andrea. Sí, ella mandó a golpearte, pero eso no significa que debas pagar con aislamiento.

Sofía frunció el ceño, desconcertada. -¿Por qué dices eso? ¿Qué más hizo Andrea?

Dolores respiró hondo antes de responder, su voz cargada de pesar. -Andrea no está aquí solo por ayudarte a Luna a escapar después de que mató a su padre. Ella cometió un delito mucho más complejo. Andrea fue condenada por asalto agravado. Cuando tenía 17 años, fue víctima de abuso sistemático por parte de su padrastro. Un día, en un arrebato de desesperación y defensa propia, Andrea agredió a su padrastro de manera tan severa que él resultó gravemente herido. La condenaron como adulta debido a la gravedad del ataque, aunque fue un acto de defensa en un contexto de abuso prolongado.

Sofía parpadeó, sorprendida por la información. -Entonces, ¿qué le pasará a Andrea si la envían a aislamiento?

-El aislamiento no es solo una medida punitiva -explicó Dolores-. En esta prisión, el aislamiento puede ser brutal. Las reclusas en aislamiento están completamente solas en una celda sin contacto humano. Puede llevar a problemas graves de salud mental, como ansiedad extrema, depresión y alucinaciones. Es una forma de castigo que puede tener efectos devastadores a largo plazo.

Sofía se quedó en silencio, asimilando las palabras de Dolores. La realidad del aislamiento y la comprensión del sufrimiento de Andrea hicieron que cuestionara sus propias decisiones y la moralidad de sus acciones. La complejidad de las vidas de las demás reclusas y las consecuencias de sus actos la hicieron reflexionar sobre el verdadero impacto de su denuncia.

Dolores prosiguió con su explicación, su tono cargado de preocupación:

-En aislamiento, las reclusas a veces regresan golpeadas. No es raro que reciban agresiones de otras prisioneras, incluso en ese espacio de aislamiento. El aislamiento no es solo una sanción solitaria; es también un lugar donde el odio y el resentimiento pueden desatarse, y eso puede llevar a que las internas sufran maltratos físicos. Así que si Andrea termina allí, no solo estará sola y angustiada, sino que también podría enfrentarse a violencia adicional.

Sofía, al escuchar esto, sintió un nudo en el estómago. Se dio cuenta de que su decisión de señalar a Andrea no solo había afectado a una joven que había intentado ayudarla, sino que también podría haber desencadenado una serie de consecuencias dolorosas y graves para ella.

Sofía se despidió de Dolores y caminó de regreso a su celda, sintiendo un peso en el pecho. Al llegar, se sentó en la cama y comenzó a reflexionar sobre todo lo que había pasado. Se preguntaba si Isabella habría sido curada y si Ángela aún estaba viva. El ruido de las alarmas y los gritos en el pasillo solo aumentaban su ansiedad. Las drogas habían nublado su juicio, y ahora se encontraba atrapada en la cárcel, enfrentando la realidad de sus acciones.

Luna entró en la celda y el guardia cerró las rejas tras ella. El sonido de las alarmas seguía resonando, y Luna notó el desconcierto en el rostro de Sofía.

-¿Por qué esas alarmas? -preguntó Sofía, su voz temblando un poco.

Luna se sentó en la cama de Sofía, encendiendo un cigarro. La luz tenue de la celda reflejaba en el humo que se elevaba.

-Esas alarmas se activan cuando alguien intenta escapar -respondió Luna con calma. La joven parecía tranquila, a pesar del caos afuera.

Sofía, inmersa en sus pensamientos, apenas escuchó a Luna. Después de un momento, se volvió hacia ella.

-¿Cómo conoces a mi hija Ángela? -preguntó Sofía, tratando de entender la conexión.

Luna exhaló una bocanada de humo y miró a Sofía con una mezcla de desdén y tristeza.

-Ángela y yo estábamos en el mismo centro de adopción -explicó Luna, con una voz monótona-. Éramos amigas. Luego, Ángela fue adoptada por tu familia, y al año siguiente me adoptaron a mí.

Sofía se sorprendió al escuchar la conexión. Luna siguió hablando mientras sacaba otro cigarro y se lo ofrecía a Sofía.

- no eres demaciado pequeña para fumar - dijo Sofía aceptando el cigarro.

-No -continuó Luna-. Me condenaron por homicidio a los 16 años. No soy pequeña para nada.

Luna encendió el cigarro de sofia y sofia lo llevó a sus labios, el humo llenando el aire. Sofía la observaba, perpleja. En ese momento, las realidades duras de la prisión y las vidas rotas de quienes la habitaban comenzaron a tomar forma en su mente.

Sofía miró a Luna, con la preocupación y el arrepentimiento reflejados en su rostro.

-Luna, lo siento mucho por lo de Andrea -dijo Sofía, su voz cargada de culpa-. Fue solo enojo del momento.

Luna exhaló una bocanada de humo antes de responder, su expresión seria.

-Aún no hay problema -dijo Luna con calma, pero su tono tenía una advertencia implícita-. Pero si Andrea vuelve del aislamiento golpeada o lastimada, deberías tener miedo.

Sofía tragó saliva, el peso de sus acciones comenzando a asentarse en su mente. Luna la miró con una mezcla de desafío y advertencia antes de quedarse en silencio. La tensión en la celda aumentó mientras Sofía se sumía en sus pensamientos, consciente de que su decisión había puesto en peligro a otra persona.

Sofía, con un tono de desesperación, se volvió hacia Luna y preguntó:

-¿Hay algún lugar en la prisión donde pueda conseguir drogas?

Luna soltó una risa seca y la miró con desdén.

-Estamos en una cárcel, Sofía. Los cigarrillos son cortesía de las visitas de las familias. Aquí no hay lugar para drogas.

Sofía, desalentada por la respuesta, se quedó en silencio, su mirada perdida mientras reflexionaba sobre lo lejos que había llegado y lo que había perdido.

Luna se desplomó en el suelo de la celda, acomodándose contra la pared con un libro en mano. El libro, un ejemplar desgastado y de aspecto polvoriento, se veía algo fuera de lugar en ese entorno hostil. Luna, ajena al entorno, se sumergió en la lectura, dejando que las palabras la absorbieran mientras el silencio invadía la celda.

Sofía, sin poder quitarse las imágenes de la mente, se sentó en la cama con la cabeza entre las manos. Su mirada se perdía en el pequeño ventanuco de la celda, a través del cual se filtraba la tenue luz del pasillo. A medida que sus pensamientos se arrastraban de un lado a otro, el dolor y la culpa la invadían.

Recordaba vívidamente el día del accidente. La noche estaba despejada y ella estaba eufórica, sintiéndose invencible después de una serie de eventos que la habían llevado a una euforia peligrosa. Había tomado las drogas sin pensar en las consecuencias, creyendo que podía manejarlo todo. Y entonces, el impacto. La sensación de choque, la frenada brusca, el estruendoso sonido de metal contra metal. Todo se había vuelto una serie de imágenes y sonidos distorsionados en su memoria.

El recuerdo más doloroso era el de Isabella, su pequeña hija, tendida en auto ensangrentada y con un aspecto tan frágil que parecía casi irreal. La imagen de su rostro, pálido y de ojos cerrados, yacía grabada en su mente. Cada vez que Sofía intentaba apartar esos pensamientos, la imagen regresaba con más intensidad, el sonido de las sirenas, el grito desesperado de las personas alrededor.

-¿Cómo llegué aquí? -murmuró Sofía para sí misma, su voz quebrada por la emoción contenida.

Sofía podía recordar las lágrimas en los ojos de Alejandra, el dolor de Belén, la desesperación en el rostro de May. Pero lo peor era la sensación de ser una espectadora impotente de su propia ruina, la incapacidad de cambiar el pasado o de redimir los errores que había cometido. Cada vez que intentaba pensar en el futuro, el peso de su pasado la arrastraba de nuevo a un ciclo interminable de culpa y desesperación.

El sonido de las páginas pasando le llegó a través del zumbido constante en su cabeza. Miró a Luna, que seguía inmersa en su libro, ajena a la tormenta emocional que se desataba a su lado. Sofía deseaba poder encontrar algo de consuelo, algo que aliviara el peso de su conciencia y le diera un poco de esperanza.

-¿Por qué hice esto? -se preguntó nuevamente, su voz llena de arrepentimiento.

Mientras los minutos se deslizaban lentamente, el reloj en el pasillo parecía marcar el paso de las horas de su pena. Sofía se preguntaba si alguna vez encontraría una forma de perdonarse a sí misma, si alguna vez podría ser libre de la carga que llevaba consigo. En ese momento, todo lo que podía hacer era enfrentarse a sus recuerdos, a sus decisiones y esperar que, de alguna manera, pudiera encontrar una forma de redención, aunque solo fuera en sus propios pensamientos.

Luna cerró el libro con un suspiro, notando el abatimiento en la figura de Sofía. La celda parecía aún más pequeña bajo el peso de los pensamientos y emociones que envolvían a Sofía. Luna, un tanto aburrida y sintiendo una mezcla de curiosidad y compasión, se levantó y se acercó a Sofía, dejando el libro de lado.

-¿Quieres hablar? -preguntó Luna, con un tono que denotaba algo más que simple cortesía.

Sofía, sorprendida por la oferta, alzó la vista y se encontró con la mirada de Luna. Un manto de confusión la envolvía; después de todo, había sido Luna la que la había amenazado y mostrado un desprecio palpable.

-¿Tú me quieres escuchar? -preguntó Sofía, la duda marcando cada palabra.

Luna dejó escapar una risa seca y se encogió de hombros. -Odiar es una palabra muy fuerte. Estoy enojada contigo, eso es cierto, pero eso no significa que no pueda escucharte. Después de todo, aquí estamos atrapadas y, a veces, hablar puede ayudar.

Sofía frunció el ceño, su mente luchando por entender las palabras de Luna. -Pensé que me odiabas. Me amenazaste con un montón de cosas y... -Su voz se quebró ligeramente-. No entiendo por qué ahora querrías escucharme.

Luna se sentó en el borde de la cama opuesta y cruzó los brazos. -Estoy enojada porque lo que hiciste afectó a alguien cercano a mí, y a pesar de todo, me doy cuenta de que aquí todos tenemos nuestras propias historias y problemas. Si quieres hablar, yo puedo escucharte. Puede que incluso te ayude a liberar un poco de ese peso que llevas.

Sofía, aún confundida pero sintiendo un atisbo de esperanza, se acomodó en la cama y miró a Luna. -No sé por dónde empezar. Todo esto, el accidente, lo que pasó con Isabella, Ángela... no sé cómo llegué aquí. Me siento tan perdida.

Luna escuchó en silencio, su expresión cambiando lentamente de indiferente a comprensiva. La tensión en su cuerpo se relajó un poco al notar la vulnerabilidad de Sofía.

-A veces, hablar sobre lo que ha pasado puede ser un primer paso para lidiar con ello. No te prometo que te hará sentir mejor de inmediato, pero puede ayudar a ordenar tus pensamientos. Así que, si te sientes lista, adelante, cuéntame lo que quieras.

Sofía tomó una respiración profunda, sintiendo que la oferta de Luna era una rara oportunidad para desahogar sus pensamientos. -Es difícil. No puedo dejar de pensar en lo que le hice a mis hijas, y en lo que podría haber hecho para evitarlo. Isabella estaba tan... herida, y Ángela... no sé si sobrevivirá. Me atormenta la idea de que todo esto es culpa mía, y no puedo encontrar una forma de perdonarme.

Luna escuchó atentamente, asintiendo de vez en cuando. Aunque no compartía el mismo dolor, entendía el peso del arrepentimiento y la culpa. -A veces, las personas cometen errores graves y tienen que enfrentar las consecuencias. Lo importante es cómo lidias con ello ahora. No puedes cambiar el pasado, pero puedes intentar hacer lo correcto en el presente.

La conversación continuó, con Sofía desnudando sus pensamientos más íntimos, mientras Luna ofrecía una perspectiva inesperadamente comprensiva. Aunque la relación entre ellas era tensa y complicada, en ese momento, la conexión humana parecía brindar un breve respiro en medio de la tormenta.

Sofía, intrigada por la historia de Luna, se acercó a ella con una mirada de interés genuino.

-¿Puedo saber más sobre ti? No quiero ser entrometida, pero realmente me gustaría entender tu historia.

Luna se quedó en silencio un momento, evaluando si valía la pena compartir su vida con Sofía. Finalmente, asintió y comenzó a hablar, su voz baja pero firme.

-Está bien, solo compartiré un poco. Mi nombre es Luna Rodríguez. Fui abandonada cuando era muy pequeña y me pusieron en adopción. El padre que me adoptó nunca fue el mejor. Desde que era niña, abusaba de mí de manera constante.

Hizo una pausa, claramente afectada por el recuerdo, pero continuó.

-A los 11 años conocí a Andrea en la escuela. Nos hicimos muy cercanas rápidamente, y a los 14 años nos enamoramos. Pero las cosas empeoraron cuando cumplí 16. Mi padre intentó abusar de mí otra vez, y no pude soportarlo. Me sentí completamente desesperada, y actué en un arranque de furia.

Luna se quedó en silencio un momento, recuperando el aliento antes de continuar.

-Lo maté. Llamé a Andrea, y ella me ayudó a huir. Nos atraparon poco después. Aunque yo tenía solo 16 años y Andrea 17, nos juzgaron como adultas por lo que hicimos. No importó que fuéramos tan jóvenes o que estuviera actuando en defensa propia.

Sofía, conmovida por la historia, asintió lentamente, su mirada llena de comprensión.

-Eso suena realmente duro. No puedo imaginar lo que pasaste.

Luna le dio una sonrisa triste, asentando con la cabeza.

-Sí, no fue fácil. Pero es lo que es. Aquí estamos, lidiando con lo que nos tocó.

La conexión entre las dos mujeres se hizo más profunda en ese momento, compartiendo un entendimiento mutuo de las duras realidades que enfrentaron.

Luna, con una expresión de resignación, dijo:

-Tengo que esperar hasta los 31 para salir de prisión. Andrea es todo lo que tengo aquí. Puede parecer agresiva, pero es una persona amable.

Sofía, con un nuevo propósito, se levantó de la cama y se dirigió a la puerta de la celda para llamar al guardia. Luna la observaba, confundida.

-¿Qué estás haciendo? -preguntó Luna, sin entender la intención de Sofía.

Cuando el guardia se acercó, Sofía le dijo:

-Quiero informar que Andrea no me golpeó. Me golpeé sola porque, para ser honesta, Andrea me caía mal. No quiero que ella sufra por algo que no hizo.

El guardia la miró con una mezcla de sorpresa y seriedad, y luego asintió antes de alejarse para verificar la situación.

Luna, preocupada y confundida, preguntó:

-¿Qué estás haciendo?

Sofía explicó:

-Consideré que esto sería una forma de disculparme por lo que hice ayer. No quería que Andrea sufriera por algo que no hizo.

El guardia regresó con Andrea, quien estaba claramente quejándose y visiblemente cansada. Andrea fue liberada y corrió hacia Luna, abrazándola con fuerza y mirándola con una mezcla de alivio y gratitud.

Mientras tanto, otro guardia se acercó a Sofía y le informó que sería llevada a aislamiento por su engaño. Sofía, con una expresión de resignación, aceptó su destino. Andrea, al notar la situación, miró a Sofía con una mirada de agradecimiento antes de volver a abrazar a Luna, aliviada por el retorno de su compañera.

Pov Alejandra.

En la sala de espera del hospital, mis manos temblaban mientras trataba de mantener la calma. Cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad, con la luz fría del pasillo y el constante murmullo de la actividad médica como telón de fondo. Mi mente no dejaba de dar vueltas, ansiosa por saber cómo estaba Ángela.

Finalmente, vi al médico salir de la habitación de Ángela. Mi corazón dio un vuelco. Me levanté de un salto, mi respiración acelerada. Me acerqué al médico, mi voz temblando mientras le preguntaba:

-¿Cómo está? ¿Cómo está mi hija?

El médico, con una expresión que intentaba ser tranquilizadora, me miró y respondió:

-Ángela ha despertado. Puede entrar a verla, pero le recomiendo que deje pasar primero a May. Ángela necesita estar con su pareja ahora mismo.

Mi corazón se hundió un poco. Aunque era un alivio saber que Ángela había despertado, la idea de no poder estar con ella de inmediato me llenaba de preocupación. Vi a May entrar en la habitación, su rostro reflejaba una mezcla de miedo y esperanza. Me dio una mirada silenciosa de agradecimiento antes de desaparecer dentro.

Me quedé en el pasillo, sintiendo un nudo en el estómago. Cada segundo fuera de la habitación se sentía interminable. Miraba la puerta con una mezcla de ansiedad y esperanza. Me preguntaba cómo estaría Ángela, si estaba consciente, si podía reconocer a May.

Finalmente, reuní el valor necesario y me acerqué a la puerta de la habitación. Mi corazón latía con fuerza mientras me preparaba para entrar. Sabía que debía enfrentar este momento, estar al lado de mi hija y ofrecerle el apoyo que necesitaba. Me armé de valor y crucé el umbral, decidida a enfrentar lo que viniera y a estar allí para Ángela.

Al entrar en la habitación, la imagen de Ángela en la cama me hizo detenerme un momento. Mi corazón se encogió al verla en ese estado. May estaba a su lado, sosteniéndole la mano con ternura mientras observaba a Ángela con una preocupación palpable.

Ángela yacía en la cama, su cuerpo parecía frágil y agotado. Su rostro estaba pálido, con sombras marcadas debajo de sus ojos que reflejaban el dolor y la fatiga. La piel de su rostro tenía un matiz verdoso, como si el cansancio y el sufrimiento hubieran dejado una huella indeleble. Su cabello, usualmente bien cuidado y brillante, estaba desordenado y enredado, añadiendo al aura de vulnerabilidad que emanaba.

Una venda blanca cubría parte de su frente, evidenciando una herida que había sido tratada. Sus labios estaban resecos y agrietados, y su respiración era irregular y ligera. A pesar de la debilidad evidente, había un brillo en sus ojos cuando May la miraba, una chispa de reconocimiento y afecto que me hizo sentir un leve consuelo.

El monitor a su lado pitaba suavemente, marcando los signos vitales que eran vitales para su recuperación. Las sábanas estaban arrugadas a su alrededor, y una de sus manos estaba inmovilizada con un pequeño aparato que la mantenía en una posición estable. Los hematomas y moretones en sus brazos y rostro eran evidentes, un recordatorio cruel de la batalla que había pasado.

May se inclinó más cerca, acariciándole el cabello con delicadeza. La expresión de May era una mezcla de alivio y dolor, reflejando la angustia de haber visto a Ángela en un estado tan lamentable. Se había convertido en el pilar de fuerza para Ángela, y a pesar de su propia preocupación, su amor y dedicación eran evidentes en cada gesto.

Me acerqué lentamente, sin querer interrumpir el momento entre ellas. Cada paso que daba hacia la cama de Ángela se sentía como un peso adicional sobre mis hombros. Sabía que debía ser fuerte, no solo por Ángela y May, sino también por mí misma. Ángela necesitaba todo el apoyo y la fuerza que pudiéramos darle, y yo estaba decidida a estar allí para ella, pase lo que pase.

Al ver a Ángela en ese estado, mi primer impulso fue acercarme y tomar su mano, pero May ya lo estaba haciendo, y su cercanía parecía ofrecer un consuelo silencioso. Ángela, a pesar de su debilidad, intentó hablar, pero de su boca solo salió un murmullo ahogado. La intubación era visible, un tubo que se extendía desde su boca hasta el aparato de respiración, y su pecho se movía rítmicamente con cada respiración asistida.

May, con una voz suave pero cargada de emociones, me explicó lo que había sucedido. "Está intubada", dijo, señalando el tubo. "La cirugía fue muy complicada. Tuvieron que estabilizarle varias fracturas en las costillas y reparar algunos daños internos. La recuperación será larga, y, por ahora, está en un estado muy delicado."

May se sentó en una silla al lado de la cama, acercando una lámpara para que pudiera ver mejor a Ángela. "La operación duró varias horas. Los médicos tuvieron que hacerle una serie de procedimientos para asegurarse de que todo estuviera en su lugar. Le colocaron varios drenajes para eliminar cualquier exceso de líquido que pudiera acumularse y evitar infecciones."

A medida que May hablaba, me fijé en los detalles de la cirugía. Los vendajes alrededor del torso de Ángela estaban visibles a través de las sábanas, y la máquina que monitoreaba sus signos vitales emitía un zumbido constante, recordándonos la fragilidad de su estado actual.

"Aún está bajo efecto de los sedantes," continuó May, "por eso no puede hablar. La intubación también ayuda a mantener sus vías respiratorias abiertas mientras se recupera."

Me senté en el borde de la cama, sintiendo la frialdad de las sábanas contra mis dedos. Miré a Ángela con una mezcla de tristeza y esperanza, sabiendo que cada pequeño signo de mejora sería una victoria en esta batalla que había comenzado.

May, con sus ojos aún fijos en Ángela, agregó, "Los médicos dicen que la recuperación tomará tiempo. Necesitamos estar aquí para ella, apoyarla mientras lucha por volver a su vida."

Sentí un nudo en la garganta, pero también una determinación creciente. Ángela necesitaba nuestra fuerza ahora más que nunca, y estaba dispuesta a ser la columna de apoyo que ella y May necesitaban para superar este momento.

Al observar a Ángela, noté que su inquietud se hacía cada vez más evidente. Su cuerpo, tan acostumbrado a moverse con agilidad y fuerza, parecía ahora atrapado en una inmovilidad que le resultaba desesperante. Intentó mover las piernas, pero no se movían en lo más mínimo. Su rostro se contorsionó en una mezcla de angustia y frustración al darse cuenta de la gravedad de su situación.

May, con la voz temblorosa y un semblante que intentaba mantenerse sereno, se acercó a Ángela y le tomó la mano. "Ángela, escúchame," dijo, tratando de calmarla. "Es algo temporal. Tienes ambas piernas lastimadas, pero los médicos creen que esto es solo una etapa en tu recuperación. No será así para siempre."

Ángela, con los ojos llenos de lágrimas, luchaba por contener el llanto. La desesperación era palpable en cada uno de sus movimientos, en cada esfuerzo por intentar mover las piernas que no respondían. May, con lágrimas en los ojos, continuó hablando con voz suave y comprensiva. "Te juro que esto no afectará tu carrera de boxeo. Vas a salir de esto, y vas a volver a pelear. Lo sé."

Sin embargo, las palabras de May no podían borrar completamente el dolor que Ángela sentía. Sus lágrimas se convirtieron en sollozos desconsolados, y May, con el corazón roto al ver a su pareja en ese estado, se abrazó a ella, intentando compartir su dolor y darle un mínimo consuelo.

Me acerqué más a la cama, sintiendo el peso de la preocupación y la tristeza. La visión de Ángela, tan fuerte y vital, ahora rota y vulnerable, era un golpe devastador. Me senté junto a May, buscando una manera de ofrecer apoyo en medio de la tormenta emocional que estábamos enfrentando.

Ángela, a través de sus lágrimas, miraba a May con una mezcla de miedo y esperanza. Era evidente que necesitaba algo más que palabras de aliento; necesitaba sentir que había una salida a esta situación, que su vida no había terminado, solo se había desviado temporalmente. Mientras la observaba, comprendí que nuestro papel en este momento era ser el pilar en el que Ángela pudiera apoyarse mientras enfrentaba su dolor y la incertidumbre que tenía por delante.

El médico nos pidió que saliéramos de la habitación para poder revisar bien a Ángela. May y yo nos quedamos un momento afuera, el silencio entre nosotras cargado de preocupación y miedo. Ambos sabíamos que este era solo el comienzo de un largo camino hacia la recuperación.

Finalmente, el médico salió y nos dijo que ya podíamos entrar. Entré primero, seguida de May. La escena que vi me desgarró el corazón. Ángela ya no tenía ese molesto tubo, pero ahora lloraba más fuerte, sus sollozos llenando la habitación. Trataba de hablar, pero su voz salía quebrada y apenas audible. La desesperación en sus ojos era inconfundible.

"Ángela, estamos aquí," le dije, acercándome a su lado y tomando su mano. Sentí su agarre tembloroso, la presión de sus dedos tratando de aferrarse a algo, a alguien, en medio de su dolor.

May se acercó también, susurrándole palabras de consuelo. "Amor, tranquila. Estamos contigo. Todo va a estar bien," decía, aunque su propia voz temblaba con cada palabra.

Ángela seguía llorando, su cuerpo sacudido por los sollozos. "Mis... piernas," logró decir, su voz ahogada por el llanto. "No... puedo..."

"Es temporal, Ángela," insistió May, con una desesperación en su tono que reflejaba su necesidad de que Ángela creyera sus palabras. "Los doctores dijeron que es temporal."

Pero Ángela no podía dejar de llorar. La frustración y el miedo eran demasiado grandes. Trataba de mover las piernas, de probar que aún podía hacerlo, pero no obtenía respuesta alguna. Su llanto se hacía más fuerte con cada intento fallido.

Me acerqué más y puse una mano en su frente, tratando de transmitirle algo de calma. "Ángela, escucha a May. Vas a salir de esta. Te lo prometo."

Ella asintió débilmente, pero sus lágrimas no se detenían. El dolor y la incertidumbre seguían ahí, tan presentes como siempre. Sabía que solo el tiempo y el apoyo constante podrían ayudarla a superar esta prueba. Y en ese momento, me prometí a mí misma que estaría a su lado, sin importar lo difícil que fuera el camino.

"¿Entonces soy una lisiada?", preguntó Ángela, su voz apenas un susurro entre sus sollozos. El dolor en sus ojos era casi insoportable de ver.

"No, Ángela, no lo eres," negó May rápidamente, con firmeza. "Es solo temporal, te recuperarás."

Pero Ángela no parecía escuchar. "Soy una lisiada," repitió, su voz quebrándose. "No puedo mover mis piernas. Soy una lisiada."

Verla en ese estado, tan vulnerable y derrotada, me rompía el corazón. Sabía que la recuperación física era solo una parte de la batalla que enfrentaba; la lucha interna sería igual de ardua, si no más.

Me acerqué más a ella, tomando su mano entre las mías. "Ángela, esto no te define. Eres fuerte y vas a salir de esto. Confía en nosotras, confía en ti misma."

May asintió, su voz suave pero firme. "Ángela, te juro que no afectará tu carrera de boxeo. Vas a volver más fuerte que nunca. Pero primero necesitas descansar y darte tiempo para sanar."

Ángela seguía llorando, su cuerpo temblando con cada sollozo. "No lo entiendo," murmuró. "No entiendo cómo llegué aquí..."

La abracé con cuidado, tratando de darle algo de consuelo. "Estamos aquí contigo, Ángela. No estás sola. Vamos a superar esto juntas."

Mientras la sostenía, su llanto se fue calmando lentamente, aunque las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas. Sabía que este era solo el comienzo de un largo y difícil camino, pero también sabía que, con amor y apoyo, Ángela podría encontrar la fuerza para seguir adelante.

Ángela seguía llorando, su cuerpo temblando con cada sollozo. "¿Dónde está Isabella?", preguntó entre lágrimas, su voz llena de desesperación.

"Isabella estará bien," traté de decir con la mayor calma posible, aunque sabía que mi voz temblaba. Pero Ángela no parecía entender.

"¡Quiero saber dónde está Isabella!", gritó, su voz subiendo en volumen y en intensidad. "¿Dónde está mi hermana?"

May y yo intercambiamos una mirada, sabiendo que la verdad era inevitable. Me acerqué más a Ángela, sosteniendo su mano con fuerza.

"Ángela," comencé, mi voz apenas un susurro. "Isabella... Isabella está en una situación crítica. Está luchando, pero los médicos están haciendo todo lo posible para salvarla."

Ángela me miró con ojos llenos de angustia. "¿Ella... ella va a morir?"

"No, Ángela," respondí rápidamente. "Los médicos están trabajando muy duro para asegurarse de que esté bien. Pero está muy grave y necesita tiempo para recuperarse."

Ángela soltó un grito de dolor, su llanto volviendo con una intensidad renovada. "¡No! ¡No puede ser! ¡Tiene que estar bien! ¡Tiene que estar bien!"

La abracé con fuerza, tratando de darle algo de consuelo en medio de su tormento. "Ángela, sé que es difícil, pero tenemos que tener fe. Isabella es fuerte, igual que tú. Ella va a pelear."

May se acercó, colocando una mano reconfortante en el hombro de Ángela. "Vamos a estar aquí contigo, Ángela. No estás sola. Vamos a superar esto juntas."

Ángela continuó llorando, su cuerpo sacudido por los sollozos. Sabía que esto era solo el comienzo de una larga y dolorosa recuperación, pero también sabía que, con nuestro amor y apoyo, Ángela encontraría la fuerza para seguir adelante.

Ángela no dejaba de llorar, su cuerpo temblando con cada sollozo. May trataba de consolarla, pero yo podía ver en sus ojos que ella también estaba al borde de sus fuerzas. Finalmente, después de lo que parecieron horas, May me miró con un dolor profundo en su mirada y dijo: "Necesito un momento, Ale."

"Está bien," respondí, asintiendo con la cabeza. "Yo me quedo con ella."

May salió de la habitación, visiblemente afectada. Me acerqué a Ángela y me senté en el borde de su cama, tomando su mano entre las mías. Sus lágrimas seguían fluyendo, su llanto llenando la habitación.

"Ángela, estoy aquí," le dije suavemente. "No estás sola. Sé que es muy difícil, pero vamos a superar esto."

Ángela apenas podía hablar entre sollozos. "¿Por qué... por qué nos está pasando esto, mamá?"

Sentí un nudo en la garganta, luchando por mantener la compostura. "No lo sé, hija. Pero somos fuertes, tú eres fuerte. Vamos a salir adelante."

Ella asintió levemente, aunque el dolor en sus ojos no disminuía. "Quiero... quiero que Isabella esté bien," murmuró, su voz quebrada.

"Lo sé, y ella también quiere estar bien," respondí, acariciando su cabello suavemente. "Isabella es una luchadora, igual que tú. Tenemos que tener fe en que va a salir de esta."

Ángela cerró los ojos, su llanto finalmente comenzando a calmarse un poco. Me quedé a su lado, sosteniendo su mano, sin apartarme ni un instante. Sabía que este era solo el principio de un largo camino, pero también sabía que, con amor y apoyo, podríamos enfrentarlo juntas.

Después de un rato, Ángela se quedó dormida, sus sollozos convirtiéndose en respiraciones suaves y entrecortadas. Me quedé sentada a su lado, velando su sueño, esperando que la paz la encontrara, aunque fuera por un momento.

Pero ahora tenía una cosa que hacer

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Pongan música de acción y dramática.

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Narrador.

En la cárcel, Sofía estaba a punto de ser trasladada a aislamiento cuando un policía la detuvo. Le dijo que tenía una visita pendiente, lo cual la tomó por sorpresa. La llevaron a una sala de visitas, donde encontró a dos abogados esperando, uno para ella y otro para su exesposa Alejandra. Alejandra la miraba con un odio palpable, y Sofía sintió un nudo en el estómago al ver su expresión.

Sofía se sentó en la silla, y el abogado que la representaba comenzó a explicar la situación. "Servicios sociales han determinado que lo mejor para Isabella es que se quede con Alejandra. La custodia será de Alejandra de manera permanente."

Sofía frunció el ceño, tratando de procesar la información. "Eso está bien, siempre y cuando, cuando yo salga de prisión, pueda volver con ella," dijo, intentando mantener la calma.

El abogado de Alejandra la miró con firmeza. "Parece que no estás entendiendo la magnitud de la decisión. A partir de ahora, la custodia de Isabella será de Alejandra de forma definitiva. No hay más opciones."

Sofía sintió que la furia comenzaba a hervir dentro de ella. "¡De ninguna manera aceptaré que me quiten a mi hija! ¡No es justo!"

Alejandra, con su mirada dura e implacable, no se contuvo. "¿Justo? ¿De verdad crees que es justo? Mira lo que le has hecho a Isabella. La has puesto en un estado crítico, Sofía. Ella ha sufrido por tu culpa."

Sofía se puso de pie, indignada. "¡No puedo creer que me hagas esto! ¡Ella es mi hija!"

"Y tú la pusiste en peligro," replicó Alejandra con frialdad. "¿O has olvidado el estado en el que estaba? Isabella casi muere por tus acciones. No voy a permitir que vuelva a exponerse a ti."

El abogado de Alejandra asintió en acuerdo. "La decisión es final. La custodia de Isabella será de Alejandra permanentemente."

Sofía golpeó la mesa con el puño, la frustración y el dolor inundándola. "¡Esto no se queda así! ¡No es justo!"

Alejandra se levantó, con una expresión de desdén. "Puedes gritar y patalear todo lo que quieras, Sofía. Pero la realidad es que Isabella estará segura ahora, lejos de ti."

El abogado de Sofía la miró con preocupación. "Comprende que esto es lo mejor para Isabella. Las circunstancias han cambiado, y la decisión de la corte es definitiva."
Sofía se negó a firmar los papeles que cedían la custodia de Isabella a Alejandra. Estaba sentada en la pequeña sala de visitas, su rostro pálido y tenso mientras miraba los documentos frente a ella.

"Debes firmar estos papeles, Sofía," dijo el abogado con una voz calmada pero firme. "No hay más opciones. Es el resultado de una revisión exhaustiva y las decisiones ya están tomadas."

Sofía sacudió la cabeza, desafiando la realidad. "No entiendo. ¿Por qué debo firmar esto? ¿No hay ninguna otra forma?"

El abogado miró a Sofía con una mezcla de pena y determinación. "Tu situación ha cambiado drásticamente. La F1 se enteró de tu implicación en el accidente y del hecho de que estabas drogada. No solo eso, también se descubrió que mataste a alguien en el incidente. Has sido desvinculada del equipo y ya no tienes trabajo. Esta es la consecuencia de tus acciones."

Sofía parpadeó, incapaz de procesar completamente la información. "¿Qué estás diciendo? Yo era la campeona mundial, la mejor. ¿Y ahora qué? ¿Ya no soy ni una competidora?"

Alejandra, con una sonrisa fría y casi sarcástica, se acercó un paso. "¿De verdad pensaste que tus acciones no tendrían consecuencias? Todo lo que hiciste, las mentiras, el daño... todo ha llevado a esto. No solo has perdido la custodia de Isabella, sino que también has perdido tu carrera. No eres más que una persona en declive ahora."

Sofía sintió un nudo en el estómago. La realidad de su situación se hizo evidente y dolorosa. "No puede ser. ¿Todo esto por un error?"

"Fue mucho más que un error, Sofía," dijo Alejandra, cruzando los brazos. "Tus decisiones y tu comportamiento han tenido consecuencias devastadoras. No solo has perdido a Isabella y tu carrera, sino que tu reputación también ha sido destruida. La gente no olvidará tan fácilmente lo que hiciste."

El abogado le pasó un bolígrafo a Sofía, esperando que aceptara la realidad y firmara los papeles. "Es hora de que enfrentes las consecuencias de tus actos. No hay vuelta atrás. Firmar estos documentos es el primer paso para que puedas intentar reconstruir tu vida, aunque sea desde el principio."

Sofía miró el bolígrafo y los papeles con una mezcla de desesperación y resignación. Sus manos temblaban mientras tomaba el bolígrafo, sintiendo el peso de todas las decisiones que la habían llevado a ese momento. Finalmente, con una profunda sensación de derrota, comenzó a firmar los papeles, sabiendo que estaba perdiendo más de lo que jamás había imaginado.

Alejandra pidió un momento a solas con Sofía. El abogado se retiró y las dejó en la sala de visitas, que quedó en silencio, interrumpido solo por el leve sonido de la ventilación.

"Antes de irme," comenzó Alejandra con voz fría y medida, "quiero saber algo. En el libro de Lizbeth, se mencionó que durante todo nuestro matrimonio, tú nunca me amaste. Que nuestras hijas, en especial Isabella, eran un estorbo para ti. ¿Es verdad todo eso?"

Sofía bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de la mirada de Alejandra. Su voz era apenas un susurro. "Lo siento, Ale. No sé qué decir. No puedo cambiar el pasado."

Alejandra la miró con una mezcla de dolor y furia. "¿De verdad creías que esas palabras no te seguirían? Si solo me hubieras dicho que no me amabas antes, que nuestras hijas eran una carga para ti, me habría ahorrado tanto sufrimiento. Habría ahorrado tiempo y dolor, en lugar de vivir en una mentira."

Sofía tragó saliva, sintiendo el peso de cada palabra. "Lo siento, Ale. De verdad lo siento. No era mi intención causarte todo este dolor."

Alejandra apretó los puños, conteniendo la ira. "Lo siento no lo cambia. Pero, al menos, ahora sé que Isabella ya no será un estorbo para ti. Ahora está en manos de alguien que realmente la cuidará y la amará."

Con esas palabras, Alejandra tomó sus pertenencias y se dirigió hacia la salida, sin volver a mirar a Sofía. La puerta se cerró con un estruendoso clic detrás de ella, dejando a Sofía sola en la sala, abrumada por la cruda realidad de las decisiones y sentimientos que la habían llevado a ese punto.

Sofía, mientras era escoltada de regreso a su celda, se quedó atrapada en un torbellino de pensamientos. No entendía en qué momento había dejado de amar a Alejandra. La pregunta la atormentaba. Había pasado de una sensación de amor profundo a una indiferencia y desprecio que ni siquiera había sabido reconocer a tiempo.

Recordó los últimos meses antes de su separación, cuando la relación con Alejandra se había vuelto cada vez más tensa. Recibía las miradas de desprecio de su esposa y se encontraba cada vez más irritada. Lo peor fue cómo se había convertido en una rutina constante, y su único deseo era evitar la confrontación o, en su peor momento, golpear a Alejandra. El amor que una vez fue fuerte y vibrante se había convertido en resentimiento.

Ahora, mientras la escoltaban de vuelta a su celda, Sofía sintió el frío metal de las esposas en sus muñecas y la dura realidad de su situación. El oficial le informó que aislamiento estaba con problemas y que tenía suerte de no ser trasladada de inmediato. La noticia no le ofreció consuelo; en cambio, resaltó la gravedad de su situación actual.

La celda se cerró tras ella con un sonido sordo. Sofía se dejó caer en el suelo, apoyando la espalda contra la pared, su mente en guerra con el pasado y el presente. La ira y la tristeza se mezclaban en su pecho mientras trataba de comprender cómo había llegado a este punto.

Sofía, arrodillada en el suelo de la celda, rompió en un llanto incontrolable. Luna, que estaba en el otro rincón, apagó su cigarro y la observó por un momento con una mezcla de curiosidad y distancia. Finalmente, se levantó lentamente y se acercó a Sofía, su mirada algo más suave que antes.

-¿Quieres hablar? -preguntó Luna, tratando de ocultar el interés genuino que sentía.

Sofía levantó la vista, sus ojos hinchados y llenos de lágrimas. La voz de Luna, aunque fría, parecía ofrecer un pequeño refugio de comprensión. Con dificultad, Sofía comenzó a hablar, sus palabras entrecortadas por el llanto.

-He perdido la custodia de Isabella -dijo Sofía, su voz temblando-. Alejandra la tiene ahora. Dijo que, si Isabella sobrevive, ella será la que cuide de ella permanentemente. Y yo... yo sólo quiero que vuelva conmigo.

Luna se sentó en el suelo al lado de Sofía, cruzando las piernas y apagando el cigarro con una brusquedad que dejaba claro su deseo de escuchar. La distancia que había mostrado antes se desvaneció lentamente mientras Sofía continuaba hablando.

-Hace unos meses -continuó Sofía, aún sollozando-, deseaba que Isabella se fuera, que me dejara en paz. Me sentía atrapada, cansada de todo... Y ahora, ahora que podría perderla para siempre, solo quiero tenerla de vuelta. Me doy cuenta de cuánto la necesito, cuánto la amo, pero ya es demasiado tarde.

Luna la miró con una expresión que mezclaba comprensión y tristeza. Era evidente que había algo en el dolor de Sofía que resonaba con sus propias experiencias. Finalmente, Luna habló, su voz suave pero cargada de una empatía sincera.

-A veces, uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde -dijo Luna, mirando a Sofía con una mezcla de compasión y resignación.

Sofía se quedó en silencio, asimilando las palabras de Luna. Miró hacia abajo, sus lágrimas disminuyendo lentamente mientras su mente procesaba el dolor y el arrepentimiento.

-Nunca pensé que llegaría a sentir esto -dijo Sofía, su voz apenas un susurro-. Quiero decir, siempre pensé que las cosas mejorarían, que podría manejarlo todo... pero ahora, no puedo soportar la idea de no tener a Isabella en mi vida.

Luna suspiró y se acomodó un poco más cerca de Sofía, rompiendo la barrera de distancia emocional que había mantenido hasta ahora.

-En mi caso, no era exactamente lo mismo, pero... -Luna comenzó, sus palabras lentas y meditadas-. También me he dado cuenta de lo que significa perder algo solo cuando ya es demasiado tarde. No es fácil, y a veces la vida parece jugarte sucio, pero aquí estamos, tratando de sobrevivir y encontrar un poco de paz en medio del caos.

Sofía la miró, sus ojos aún húmedos pero ahora con una chispa de entendimiento y conexión. Había algo en la experiencia compartida de dolor que parecía construir un puente entre ellas.

-Gracias, Luna -dijo Sofía, susurrando-. No esperaba encontrar comprensión aquí, pero... me alegra que estés dispuesta a escucharme.

Luna asintió lentamente, el rostro mostrando una mezcla de empatía y resignación.

-No es que me importe mucho, Sofía, pero todos tenemos algo que enfrentar aquí. Tal vez hablar de ello ayuda, aunque solo sea un poco.

Las dos mujeres permanecieron en silencio, cada una sumida en sus pensamientos mientras el ruido de la prisión parecía desvanecerse a su alrededor. Había algo en el momento compartido que parecía ofrecer un breve respiro a ambas, un recordatorio de que, a pesar de sus diferencias y sus circunstancias, el entendimiento mutuo podía surgir incluso en los lugares más inesperados.

Luna, con un gesto casual, sacó un cigarro de su paquete y lo ofreció a Sofía. Esta lo miró detenidamente antes de tomarlo con una mano temblorosa. Luna encendió el cigarro y le pasó el encendedor a Sofía, quien inhaló lentamente, el humo llenando sus pulmones y ofreciéndole un momento de calma en medio del caos.

-Gracias -dijo Luna, sus ojos fijos en el suelo mientras Sofía tomaba el primer calada-. Por lo que hiciste esta mañana por Andrea. No fue culpa tuya que la golpearan. Aunque Andrea tenía algunos moretones, no fue culpa tuya. Y algunas de las reclusas ahora te tienen respeto. Mañana, una de ellas quiere hablar contigo.

Sofía asintió, su mirada perdida mientras dejaba que el humo del cigarro se disipara lentamente. La idea de que las reclusas pudieran empezar a respetarla era una pequeña luz en medio de la oscuridad que estaba atravesando.

-No sé si lo que hice esta mañana fue suficiente para enmendar lo que he hecho -dijo Sofía, su voz aún temblando-. Solo traté de hacer lo correcto, pero a veces siento que nada de esto cambia lo que realmente importa.

Luna miró a Sofía con una mezcla de comprensión y dureza.

-A veces, hacer lo correcto es todo lo que podemos hacer, incluso si no resuelve todo -dijo Luna, con un tono que sugería una experiencia similar-. Lo importante es que te diste cuenta de que no estaba bien lo que estaba pasando y trataste de hacer algo al respecto. Eso cuenta, aunque no lo parezca.

Sofía asintió, el cigarro entre sus dedos proporcionando una pequeña sensación de normalidad. Aunque el humo no podía borrar el dolor o las decisiones pasadas, parecía ofrecer un breve respiro.

-No sé qué esperar de mañana -dijo Sofía-. Solo espero que tal vez pueda encontrar un poco de paz, o al menos entender mejor cómo salir de todo esto.

Luna se levantó lentamente, estirando las piernas y preparándose para volver a su rincón del pasillo.

-La paz es difícil de encontrar aquí -dijo Luna-. Pero si tienes suerte, tal vez encuentres algo de claridad. Mañana, si quieres, te puedo acompañar para hablar con la reclusa que quiere verte.

Sofía le lanzó una mirada agradecida, el cigarro ahora casi terminado en su mano.

-Gracias, Luna. No sé si esto hará que las cosas mejoren, pero aprecio que estés dispuesta a ayudar.

Luna asintió y se dirigió de nuevo hacia su rincón, dejando a Sofía en sus pensamientos. El cigarro se extinguió en el suelo, y Sofía, aunque todavía cargada con la pesada carga de sus errores y arrepentimientos, comenzó a encontrar un pequeño sentido de esperanza en el simple acto de conectar con otra persona en un lugar tan oscuro.

Rápidamente Sofía saco otro cigarro y lo encendió.

Sofía se encontraba en la celda, sentada en el borde de la cama, dándole vueltas a los recuerdos y los errores que la habían llevado a ese lugar. Mientras observaba el humo del cigarro disiparse en el aire, comenzó a reflexionar sobre su vida y las decisiones que había tomado. Sabía que gran parte de su comportamiento agresivo y su incapacidad para controlar sus emociones venían de su infancia.

Recordó cómo su madre, una mujer con un temperamento explosivo, solía estallar en ira sin previo aviso. Cuando su madre se enojaba, no había límites para su furia; golpeaba a su esposo, y el miedo se palpaba en el hogar. Sofía había crecido en un ambiente en el que la violencia era una reacción común a la frustración, y ese modelo de conducta se había arraigado en ella de una manera destructiva.

-Recuerdo cómo mi madre solía actuar -le dijo a Luna, que estaba escuchando en silencio-. Cuando se enojaba, no había quien la detuviera. Su esposo, mi padre, recibía golpes, y yo también veía esas peleas. La violencia era parte de la vida diaria.

Luna la miró con una mezcla de interés y compasión.

-¿Y qué pasó con tu madre? -preguntó Luna, con tono neutral pero curioso.

-Después de muchos años de vivir así, mi madre fue al psicólogo -respondió Sofía, su voz cargada de un tono melancólico-. Hizo un esfuerzo por cambiar, y al final, logró reconciliarse con mi padre. Pero para mí, fue demasiado tarde. Ya había aprendido a lidiar con la ira de la única manera que conocía, y eso me costó mucho.

Sofía miró a Luna, buscando alguna señal de comprensión.

-Cuando estaba casada con Alejandra, una gran parte de mi enojo y mi comportamiento violento venía de ese lugar -admitió-. No pude separar la forma en que había aprendido a manejar el conflicto de lo que realmente quería en mi vida. Golpeé a Alejandra porque era la única forma que conocía de lidiar con el dolor y la frustración, aunque sabía que no estaba bien.

Luna asintió lentamente, el silencio que siguió estaba cargado de una profunda reflexión.

-Es difícil romper con esos patrones -dijo Luna-. A veces, lo que aprendemos en casa sigue influyéndonos toda la vida, incluso cuando queremos cambiar. Pero al menos has empezado a reconocerlo, y eso es un paso importante.

Sofía asintió, los ojos llenos de lágrimas contenidas.

-Lo sé. Y ahora, al mirar todo lo que he perdido, me doy cuenta de cuánto daño he causado. Mi madre pudo cambiar, pero yo no he logrado hacerlo a tiempo para salvar lo que realmente importa en mi vida.

Luna la miró con una empatía dura pero sincera.

-Lo importante ahora es qué harás con lo que has aprendido -dijo Luna-. No puedes cambiar el pasado, pero puedes intentar ser diferente en el futuro. Es un camino largo, pero reconocer tus errores es el primer paso.

Sofía se quedó en silencio, reflexionando sobre las palabras de Luna. Aunque no podía deshacer lo que había hecho, escuchar esa perspectiva le proporcionó una pequeña chispa de esperanza. La conversación, aunque dolorosa, le ofreció una nueva forma de ver sus errores y el camino por delante.

Sofía miró a Luna con una mezcla de tristeza y resignación. Su voz temblaba mientras hablaba, y el humo del cigarro en la mano de Luna parecía girar lentamente en el aire, como si también envolviera sus pensamientos en un espiral de introspección.

-Tal vez tengas razón, Luna -dijo Sofía con voz quebrada-. Quizás merezco lo que me está pasando.

Luna, que estaba encorvada en el suelo mientras leía, apagó el cigarro y se volvió para enfrentar a Sofía. La mirada de Luna era suave, aunque aún cargada de un toque de distancia.

-No se trata solo de merecer o no lo que te pasa -respondió Luna con calma-. Todos cometemos errores y enfrentamos las consecuencias de nuestras acciones. Lo importante es qué haces con esas consecuencias.

Sofía asintió lentamente, su mirada perdida en el suelo.

-He pasado tanto tiempo sintiéndome víctima de mis circunstancias, pero ahora veo que he sido la causante de muchas de mis desgracias -murmuró-. La verdad es que estoy aquí por mis propias decisiones, por mi incapacidad de manejar mis emociones y mis problemas.

Luna observó a Sofía con un sentimiento de comprensión.

-Entiendo que te sientas así -dijo Luna-. A veces, aceptar lo que nos pasa es una forma de comenzar a cambiar. No es fácil enfrentar la verdad, pero es un paso necesario.

Sofía levantó la vista y la miró a los ojos, buscando alguna señal de esperanza.

-¿Y tú? ¿Cómo has manejado todo lo que te ha pasado? -preguntó Sofía, su voz llena de curiosidad genuina.

Luna suspiró, sus ojos reflejaban una mezcla de dolor y fortaleza.

-He aprendido a aceptar mi realidad, a entender que no todo está en mis manos -dijo Luna-. No puedo cambiar lo que me pasó, pero trato de encontrar una forma de seguir adelante. No es fácil, pero intento hacer lo mejor con lo que tengo.

Sofía se quedó en silencio, considerando las palabras de Luna. La conversación había abierto una ventana a una nueva perspectiva, y aunque la realidad de su situación seguía siendo dura, de alguna manera, estaba comenzando a aceptar la responsabilidad de sus acciones. En ese momento, la conexión que había encontrado con Luna no resolvía todos sus problemas, pero le ofrecía una pequeña chispa de entendimiento y esperanza en medio de su confusión.

Esa noche, la comida en la prisión era una mezcla de texturas y sabores cuestionables, como de costumbre. Los guardias empezaron a repartir las bandejas, y pronto, el comedor se llenó del ruido característico de los utensilios chocando contra los platos y las conversaciones entre las reclusas.

Dolores, con su carácter inconfundible y una expresión de curiosidad, se acercó a la mesa de Sofía y se sentó con una sonrisa amistosa. Sofía, aún abrumada por la conversación anterior con Luna, levantó la vista al escuchar la risa ligera de Andrea, que se acercaba con Luna.

-No te ilusiones demasiado -dijo Andrea con una sonrisa juguetona al sentarse-. Estamos aquí porque te debemos una, no porque te hayamos perdonado de inmediato.

Luna se rió ante el comentario de Andrea y le dio un ligero golpe en el hombro, como si intentara suavizar el tono.

-Andrea es un poco brusca, pero realmente no tiene mala intención -dijo Luna, mirando a Sofía con una mezcla de simpatía y desdén.

Sofía, aún confundida, observó a sus tres compañeras de mesa. La tensión que había estado sintiendo durante el día parecía desvanecerse un poco, y la presencia de Dolores, Andrea y Luna, a pesar de sus maneras duras, ofrecía una especie de consuelo inesperado.

-Agradezco que se queden a comer conmigo -dijo Sofía, tratando de sonar agradecida, aunque aún se sentía desconcertada por la situación.

Dolores miró a Sofía con un gesto comprensivo.

-No te preocupes, Sofía -dijo Dolores-. A veces, las cosas pueden parecer más oscuras de lo que realmente son. Estamos aquí para asegurarnos de que sepas que no estás completamente sola.

La conversación continuó en un tono más ligero, y mientras comían, Sofía sintió que, a pesar de los desafíos y las dificultades, había comenzado a encontrar un pequeño rincón de camaradería en medio de la dura realidad de la prisión.

Flashback.

La casa de Sofía estaba envuelta en un ambiente de tensa soledad. Tras el doloroso divorcio con Alejandra, las cosas no habían mejorado. Sofía sentía un peso abrumador sobre sus hombros, una carga que parecía crecer con cada día que pasaba. Sus hijas la evitaban, cada una de manera diferente pero igualmente dolorosa.

Ángela había dejado de estar en casa, pasándose casi todo el tiempo en casa de May, sin regresar durante días. Isabella, por otro lado, se había refugiado en su habitación. Solo salía para comer o ir a la escuela, y su habitación había comenzado a parecer más un santuario que un simple cuarto.

Una tarde, mientras Sofía intentaba mantenerse ocupada, el teléfono sonó. Era la escuela de Ángela, informándole que su hija no se había presentado a clases ese día. Sofía sintió una oleada de furia. ¿Cómo se atrevería Ángela a faltar a la escuela sin siquiera avisar? La rabia de Sofía se convirtió en una obsesión: su hija tenía que aprender una lección. En su mente, la única forma de hacer que Ángela entendiera era a través de un castigo severo.

Mientras Sofía seguía masticando su enojo, la puerta principal de la casa se abrió de golpe. Sofía se giró hacia la entrada, y allí estaba Ángela, por primera vez en mucho tiempo. Su presencia era una mezcla de esperanza y desdén, y llevaba una sonrisa que Sofía apenas podía tolerar en ese momento.

—Mamá —dijo Ángela con una voz vacilante—. Quiero hablar contigo. Quiero que intentemos arreglar las cosas.

El tono de Ángela y la sonrisa en su rostro intentaban transmitir una disposición para sanar las heridas, pero para Sofía, en ese momento, no había lugar para el perdón ni para las palabras amables. La furia acumulada y la desesperación se desbordaron de manera incontrolable.

Sin mediar más palabras, Sofía se acercó rápidamente a Ángela y, con una rapidez sorprendente, le dio una fuerte cachetada. El golpe resonó en la sala, y la sonrisa de Ángela se desvaneció de inmediato, reemplazada por una expresión de shock absoluto.

Sofía no se detuvo allí. La rabia acumulada a lo largo de los meses se convirtió en un torrente de gritos y golpes. Continuó dándole cachetadas, cada vez más fuerte, mientras gritaba palabras cargadas de resentimiento y frustración.

—¡¿Cómo te atreves a venir aquí después de todo lo que has hecho?! ¡¿Crees que puedes arreglar las cosas con una sonrisa y unas palabras?! ¡No puedes simplemente volver como si nada hubiera pasado!

Ángela, paralizada por el dolor físico y emocional, trataba de cubrirse y protegerse, pero no podía evitar sentir el peso abrumador de la decepción y el rechazo. Las lágrimas caían por sus mejillas mientras trataba de procesar el violento estallido de su madre.

Sofía, en medio de su furia, finalmente se detuvo, agotada por el esfuerzo y la intensidad de su propia ira. La sala quedó en silencio, roto solo por el sollozo de Ángela y el cansado respiro de Sofía. A pesar de la brecha abismal entre ellas, Sofía supo en el fondo de su corazón que sus acciones solo habían creado una separación aún mayor.

—¡¿Qué quieres decirme?! —gritó Sofía, su voz temblando con rabia—. ¡Dime ahora mismo qué quieres decirme!

Ángela, sollozando, trató de protegerse de los golpes, pero finalmente, con voz rota y temblorosa, dijo:

—Solo quería que supieras que quiero mejorar las cosas, mamá, que te quiero porque eres mi madre, Pero... no puedo soportar más esto.

Con un último sollozo, Ángela se giró y salió de la casa, sus pasos vacilantes y la marca en su cara ya evidente. Sofía, aún furiosa, no hizo nada para detenerla. La rabia en su corazón la cegaba, y la única cosa que podía pensar era en hacer que su hija pagara por lo que ella consideraba una falta imperdonable.

Sofía, en su furia, la siguió hacia la puerta y le gritó mientras Ángela se alejaba:

—¡Vuelve a la escuela! ¡No te vayas a escapar de tus responsabilidades!

A pesar del dolor y las lágrimas, Ángela se dirigió a la escuela, mientras Sofía la observaba con una mezcla de rabia y arrepentimiento, consciente de que sus acciones solo habían profundizado la brecha entre ellas. La marca en la cara de Ángela era una manifestación tangible del dolor emocional que se había infligido, una cicatriz que reflejaba la ruptura en su relación.

Sofía se quedó en la puerta, la mente en caos, sabiendo que lo que había hecho solo había empeorado las cosas. El grito de su hija, la imagen de su rostro marcado, y la sensación de haber cruzado una línea de no retorno la atormentaban, pero el enojo y la desesperación seguían nublando su juicio.

Fin del flashback.

En la actualidad:

Sofía estaba tendida en su cama en la prisión, mirando el techo con ojos vacíos. La fría luz de la celda apenas lograba iluminar el espacio, y el silencio nocturno solo era interrumpido por el ocasional sonido del cigarro de Luna encendiéndose en la cama cercana. La mente de Sofía estaba llena de recuerdos y arrepentimientos, y su corazón pesado con la culpa.

Luna, sentada en la cama de al lado, continuaba fumando mientras escribía en un pequeño cuaderno. El humo del cigarro se mezclaba con la penumbra de la celda, creando un ambiente denso y cargado. Aunque Luna no era mucho mayor que Ángela, su presencia, su actitud distante pero empática, le recordaba a Sofía a su propia hija. La diferencia de edad entre Luna y Ángela solo aumentaba la sensación de pérdida y desesperanza que Sofía sentía.

Los recuerdos de la vida antes de la prisión se arremolinaban en la mente de Sofía, y uno de los más dolorosos era el día en que echó a Ángela de su casa. La pelea había comenzado con palabras hirientes y rápidamente escaló hasta que Sofía, en un ataque de furia, le dijo a Ángela que se fuera de la casa.

Porque si, hubieron dos veces en las que Sofía echó a Angela de su casa solo que la primera duró unos días.

Flashback:

La casa estaba en caos, el eco de los gritos y las puertas golpeadas resonaban por toda la casa. Sofía y Ángela se enfrentaban en la sala, las palabras de Sofía se lanzaban como cuchillos, cortando el aire entre ellas.

—¡Ya no puedo más contigo, Ángela! —gritó Sofía, su rostro rojo de ira—. ¡Te di todo y solo me das problemas! ¡Fuera de mi casa!

Ángela, con lágrimas en los ojos y una expresión de desolación, trató de defenderse, pero sus palabras se perdieron en la tormenta de enojo de Sofía.

—¡Pero mamá, solo quiero arreglar las cosas! ¡No entiendes lo difícil que es para mí!, Ale y tu acaban de divorciarse , sabes lo difícil que es también para mí, ya no tengo una familia como antes!

Sofía, en su furia ciega, no escuchaba. La presión acumulada, el dolor y la frustración se desbordaron, y en un momento de rabia, Sofía comenzó a empujar a Ángela hacia la puerta.

—¡Fuera! ¡Ya no quiero verte más aquí!

Ángela, con el corazón roto y la cara llena de lágrimas, finalmente se dio vuelta y salió de la casa, dejando atrás una escena de destrucción emocional. La puerta se cerró con un golpe seco, y el silencio que siguió fue aún más doloroso.

Igualmente Sofía se disculpo y Ángela volvió a su casa, luego a los años , específicamente a los 19 Sofía echó a Ángela de verdad.

Fin del flashback.

En la celda, Sofía recordó aquel día con una tristeza que parecía aplastarla. La imagen de Ángela, sola y herida, se proyectaba en su mente, y Sofía se preguntaba cómo había llegado a ese punto. Se revolvía en la cama, intentando apartar los recuerdos, pero el peso de sus acciones la mantenía despierta, atrapada en un ciclo interminable de arrepentimiento.

Luna, consciente del estado de Sofía, apagó su cigarro y dejó de escribir. Se volvió hacia Sofía, con una expresión que mezclaba comprensión y preocupación.

—¿Todo bien? —preguntó Luna, rompiendo el silencio.

Sofía, con la voz quebrada, respondió sin mirarla:

—No... No puedo dejar de pensar en lo que le hice a Ángela. La última vez que la vi....

Luna, con un tono suave, le ofreció un poco de su empatía.

—A veces, la gente hace cosas de las que luego se arrepiente. No es fácil vivir con esas decisiones.

Sofía asintió lentamente, sus lágrimas cayendo libremente mientras el peso de su culpa se hacía más grande. En ese pequeño rincón de la prisión, con el humo del cigarro de Luna en el aire, Sofía enfrentaba el dolor de sus decisiones pasadas, luchando por encontrar una forma de reconciliarse con su propio pasado y con el daño que había causado a su hija.

Luna miró a Sofía, con una expresión que mezcla comprensión y desafío. La habitación, aún cargada con el humo del cigarro y la penumbra de la celda, parecía ser el escenario perfecto para una conversación sincera.

—Cada persona tiene su propia historia —dijo Luna, rompiendo el silencio—. No somos solo nuestras acciones, también somos nuestros intentos y fracasos. Pero me pregunto, ¿te vas a rendir en tratar de hacer las paces con Ángela?

Sofía, con la cabeza baja y los ojos llenos de lágrimas, sacudió la cabeza lentamente.

—No Pero... —murmuró—. Es imposible que Ángela me perdone. ¿Cómo podría intentarlo? Lo que le hice es imperdonable.

Luna la observó con atención, su mirada era profunda y sincera. Tras un momento de reflexión, habló nuevamente.

—Yo también tengo problemas... con mi hermana. Durante años, he intentado arreglar las cosas con ella, pero nunca lo he logrado. A pesar de todo, no me he rendido. Y te voy a hacer una oferta. Si tú te reconcilias primero con alguien de tu familia, te ganarás mi respeto. Pero si yo logro reconciliarme primero con mi hermana, yo gano. ¿Aceptas el reto?

Sofía levantó la vista, sorprendida por la propuesta. La idea de un desafío, por más simbólico que fuera, parecía un anhelo de esperanza en medio de su desesperación. La posibilidad de redención, aunque fuera a través de una competencia, le daba un pequeño rayo de esperanza.

—¿De verdad crees que puedo hacerlo? —preguntó Sofía, con una mezcla de escepticismo y curiosidad.

—Claro —respondió Luna, con una sonrisa tenue—. No es sobre ganar o perder, sino sobre intentar. Si yo puedo seguir intentando con mi hermana, quizás tú también puedas hacer lo mismo con Ángela. Y si al final no logras reconciliarte, al menos habrás intentado.

Sofía pensó en las palabras de Luna. Era un desafío, pero también una oportunidad para luchar por algo más allá de su propia desesperación. La idea de probarse a sí misma, de encontrar una manera de reparar el daño que había causado, parecía un pequeño consuelo en medio de su dolor.

—Acepto —dijo finalmente Sofía, con una resolución débil pero presente—. Haré lo que pueda para reconciliarme con Ángela.

Sofía se recostó en la cama, sintiendo el peso de la conversación que acababa de tener con Luna. La celda estaba en silencio, salvo por el suave crujido de la cama de Luna, que estaba al otro lado. Luna, con una sonrisa enigmática, se levantó y se dirigió hacia la salida.

—¡Eso! Sabía que aceptarías. Si no, ¿dónde quedó tu frase? —dijo Luna, su tono lleno de entusiasmo.

Sofía, confusa, levantó una ceja y preguntó:

—¿Qué frase?

—La que se rinde es un huevo podrido.

Sofía se quedó impactada. Esa frase no era común; era algo que había usado en varias entrevistas cuando era una campeona mundial. Solo alguien que conociera bien sus días anteriores a la prisión podría recordarla.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Sofía, su curiosidad creciendo.

Luna, visiblemente nerviosa, desvió la mirada y rápidamente cerró su cuaderno. Se dirigió hacia la puerta de la celda, tratando de evitar el contacto visual:

—Oh, eh, no sé. Solo... algo que escuché.

Sofía se quedó mirando a Luna mientras ella se preparaba para irse. La idea de que Luna podría ser una fan, especialmente alguien que había seguido su carrera, la inquietaba. Los pósters que había encontrado en la habitación de Luna tomaron un nuevo significado.

Luna se detuvo en la puerta, y, con una sonrisa forzada, dijo:

—Bueno, me voy a dormir. Buenas noches, Sofía.

—Buenas noches —respondió Sofía, todavía confundida.

Luna salió rápidamente de la celda, dejando a Sofía con sus pensamientos. Mientras la puerta se cerraba, Sofía intentó despejar su mente, pero la idea persistente de que Luna podía ser una admiradora seguía dando vueltas en su cabeza. La noche se hizo larga, y los pensamientos de Sofía sobre Luna y su misteriosa conexión con su pasado no la dejaban dormir.

En la fría habitación del hospital, Isabella permanecía inmóvil en la cama, rodeada de monitores que emitían un constante zumbido. La luz blanca del cuarto iluminaba su cuerpo, revelando la palidez de su piel y las vendas que cubrían sus extremidades. La manta que la envolvía estaba arrugada alrededor de sus piernas, parcialmente desplazada por la posición en la que se encontraba.

Su brazo izquierdo, parcialmente estirado, parecía estar inerte bajo las vendas. Las heridas y moretones visibles en su piel contaban la historia de una lucha reciente. Sus piernas, igualmente vendadas y protegidas, mostraban signos de fracturas y contusiones. La respiración de Isabella era lenta y regular, aunque sus párpados permanecían cerrados y su rostro aún mostraba el cansancio y el dolor.

De repente, un temblor comenzó a recorrer el brazo de Isabella. Al principio fue apenas perceptible, un leve movimiento que podría haber sido atribuido a una reacción involuntaria. Pero pronto, el temblor se convirtió en movimientos más pronunciados. El brazo se movía de forma errática, estirándose y contrayéndose sin control.

A continuación, sus piernas comenzaron a moverse. La pierna derecha se sacudía y se estiraba, y los movimientos de su brazo parecían sincronizados con los de su pierna. Las vendas se desplazaron ligeramente, revelando la piel pálida y las cicatrices que habían estado ocultas. Los dedos de sus manos se movían de una forma irregular, abriéndose y cerrándose en un patrón que parecía cada vez más frenético.

Los movimientos se volvieron más intensos, y el cuerpo de Isabella empezó a convulsionar. Su torso se arqueaba y se sacudía de un lado a otro, y las convulsiones parecían recorrer su cuerpo con una energía descontrolada. El monitor a su lado comenzó a emitir pitidos agudos y erráticos, reflejando la agitación interna de su cuerpo. Las alarmas comenzaron a sonar, el ruido cortante y persistente llenó la habitación, creando un ambiente de pánico y urgencia.

Los médicos y enfermeras, alertados por el sonido alarmante, se precipitaron a la habitación. La puerta se abrió de golpe, y el equipo médico entró en un torbellino de movimiento organizado. Las luces de emergencia parpadeaban en el pasillo, iluminando sus rostros tensos y decididos. Uno de los médicos tomó el control del monitor, ajustando los parámetros y administrando medicamentos con rapidez.

Mientras tanto, Isabella seguía convulsionando, su cuerpo en un estado de agitación intensa. Los movimientos se hicieron más erráticos y descoordinados, y su piel parecía sudar bajo el esfuerzo. Las enfermeras ajustaban los tubos y las vendas, tratando de estabilizarla, mientras los médicos trabajaban frenéticamente para controlar la crisis.

El ambiente en la habitación era de caos y desesperación. Los sonidos de las alarmas y el murmullo de voces ansiosas llenaban el espacio, creando una atmósfera de urgencia.

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Holaaaa.

Cómo están...

Que piensan de todo lo de Sofía.

Cómo les va cayendo luna.

Que piensan que pasara con Isabella.

Nos vemos pronto

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