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Si vuelves a tocarla te mato.

"como la vuelvas a tocar o si quiera molestarla, yo misma te mato" - Belén -

Créditos a Joselin_tapia, gracias por las ideas.

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Pov Alejandra.

Desperté en la fría silla del hospital, sintiendo el cansancio acumulado en cada músculo. Me giré y vi a Ángela, mi hija, descansando en la cama. El ataque de pánico que sufrió anoche la había dejado agotada. Me incliné para acariciarle suavemente la cabeza, buscando consolarla, y noté el calor anormal en su frente.

—¿Fiebre? —murmuré, preocupada. Llamé a una enfermera y le pedí que revisara a Ángela.

La enfermera llegó rápidamente y tomó la temperatura de Ángela, confirmando que tenía fiebre. Comenzó a preparar un tratamiento para bajarla y nos pidió que saliéramos de la habitación mientras trabajaba.

Me quedé de pie en el pasillo, observando a través del vidrio con el corazón en un puño. Belén se acercó y me rodeó con un brazo.

—Todo estará bien, Ale —dijo, con una voz calmante que solo ella sabía usar en momentos de crisis.

May, la novia de Ángela, estaba al otro lado del vidrio, visiblemente nerviosa. Sus ojos no se apartaban de Ángela, llenos de preocupación.

—¿Cómo está? —preguntó May, su voz temblando ligeramente.

—La están cuidando bien, May —le respondí, tratando de mantener mi voz firme y serena—. Ángela es fuerte. Superará esto.

Belén me apretó el hombro suavemente. Me giré para mirarla y encontré en sus ojos el apoyo y la fuerza que tanto necesitaba en ese momento.

—Tienes razón, Belén. Todo estará bien. —dije, más para convencerme a mí misma que a nadie más.

Esperamos en el pasillo, con la vista fija en Ángela, apoyándonos mutuamente mientras tratábamos de encontrar un poco de calma en medio del caos.

La médica salió de la habitación y nos dirigió una sonrisa tranquilizadora.

—Ya le hemos dado medicamento para la fiebre —dijo—. Debería bajar en un rato. Pueden volver a la habitación, pero intenten no despertarla.

Asentí, agradecida. Abrí la puerta suavemente y entramos. May se adelantó, acercándose a Ángela con una expresión de alivio y ternura. Se inclinó sobre ella y le plantó un beso suave en la frente.

Observé la escena con el corazón apretado, sintiendo una mezcla de emociones. Ver a Ángela rodeada de tanto amor me reconfortaba, pero la preocupación seguía ahí, latente.

—Gracias por estar aquí, May —dije en voz baja, para no despertar a Ángela.

—No hay de qué, Ale —respondió May, sin apartar la mirada de su novia—. Haría cualquier cosa por ella.

Me acerqué a la cama y acaricié la mano de Ángela, sintiendo el calor de su piel. Belén se quedó a mi lado, su presencia calmante siempre tan necesaria.

—Vamos a salir de esto juntas —murmuré, más para mí misma que para nadie más. Y en ese momento, supe que, pase lo que pase, estaríamos ahí para Ángela, para apoyarla y ayudarla a superar cualquier obstáculo.

La médica se acercó a May, su rostro serio pero sereno.

—Necesitamos hacerle estudios a Ángela —le explicó—. Ha tenido tres desmayos en su vida, y queremos asegurarnos de que no haya nada grave.

May asintió, su preocupación evidente en sus ojos.

—Gracias, doctora.

Observé la escena desde un rincón de la habitación, mi corazón apretado por la preocupación. Me acerqué a Belén y le dije en voz baja:

—Necesito que una de mis hermanas se contacte con Sofía. Pero ninguna ha podido localizarla.

Belén asintió, su rostro reflejando comprensión.

—¿Quieres que lo intente yo?

Negué con la cabeza, suspirando.

—No, gracias. No quiero hablar con ella, pero parece que no tengo opciones. Es la madre de Ángela y tiene derecho a saber lo que está pasando.

Belén me dio un apretón reconfortante en el hombro.

—Lo entiendo. Es difícil, pero es lo correcto. Si quieres, puedo estar contigo cuando hables con ella.

Asentí, agradecida por su apoyo.

—Gracias, Belén. Aprecio mucho que estés aquí conmigo.

Mientras Ángela descansaba, su respiración tranquila y constante, May no se apartaba de su lado, velando por ella con una dedicación inquebrantable. Me acerqué nuevamente a la cama, acariciando suavemente la mano de mi hija. Sabía que necesitábamos toda la fuerza y el amor para superar esto juntos.

Con un nudo en la garganta, saqué mi teléfono y marqué el número de Sofía, esperando que esta vez respondiera.

Intenté llamar a Sofía una vez más, pero no respondía. Mi frustración crecía con cada tono de llamada sin contestar. No tuve más remedio que agarrar mi bolso y dirigirme a su casa. No podía dejar a Ángela en esta situación sin informar a su otra madre.

Belén salió detrás de mí, su rostro decidido.

—No puedes ir sola, Ale. Te acompañaré para cuidarte.

Me detuve y la miré, mi corazón dividido entre la preocupación por Ángela y el temor de que Sofía volviera a agredir a Belén.

—Belén, por favor, quédate en el hospital. Si Sofía te ve, podría volver a lastimarte. No quiero que te pongas en peligro.

Belén negó con la cabeza, su determinación inquebrantable.

—No, Ale. No te dejaré ir sola. No me importa el riesgo, quiero estar a tu lado y protegerte. No te enfrentarás a esto sin mí.

Suspiré, sabiendo que no la convencería de quedarse. La fuerza de su apoyo era reconfortante, pero también me llenaba de preocupación.

—Está bien, pero prométeme que mantendrás la calma y no te expondrás demasiado.

—Lo prometo —dijo Belén, su voz firme.

Nos dirigimos hacia la salida del hospital, mi mente llena de pensamientos y preocupaciones. Aunque temía el encuentro con Sofía, sabía que no podía evitarlo. Con Belén a mi lado, me sentía un poco más fuerte, preparada para enfrentar lo que viniera.

En el camino, Belén y yo seguimos fingiendo ser pareja. Nos tomamos de la mano, nos sonreímos y hablamos en susurros como si estuviéramos profundamente enamoradas. Era una actuación que ambas habíamos perfeccionado con el tiempo, pero ahora se sentía más pesada, más cargada de preocupación y tensión.

Al llegar a la casa de Sofía, mi corazón comenzó a latir con fuerza. Le indiqué a Belén que se escondiera entre los árboles cercanos, para mantenerla a salvo y fuera de la vista de Sofía. Ella asintió, su mirada firme y decidida, pero llena de una preocupación que no podía ocultar.

—Ten cuidado, Ale —me dijo, su voz apenas un susurro.

—Lo haré, lo prometo —le respondí, tratando de transmitir una confianza que no sentía del todo.

Me acerqué a la puerta de la casa de Sofía y toqué con fuerza, esperando que esta vez respondiera. Con cada segundo que pasaba, la tensión crecía. Finalmente, la puerta se abrió y Sofía apareció, su expresión una mezcla de sorpresa y desdén.

—¿Qué haces aquí, Alejandra? —preguntó, cruzando los brazos.

—Necesitamos hablar, Sofía. Es urgente —dije, tratando de mantener mi voz firme.

Ella me miró durante unos segundos antes de dar un paso atrás y dejarme entrar. Mientras lo hacía, eché un vistazo hacia los árboles, asegurándome de que Belén estaba bien escondida.

Una vez dentro, cerré la puerta detrás de mí y me volví hacia Sofía, lista para enfrentar lo que viniera. La preocupación por Ángela y la determinación de proteger a Belén me daban la fuerza que necesitaba.

Sofía se veía rara, con los ojos rojos y las palabras incoherentes, y la casa estaba desordenada, reflejo de su estado. Me armé de valor y le dije:

—Ángela se desmayó por un ataque de pánico anoche. Estamos en el hospital.

Sofía me miró con indiferencia.

—Ya lo sabía, pero no me interesó ir al hospital.

Sentí una ola de furia recorrer mi cuerpo. ¿Cómo podía ser tan indiferente? La miré fijamente, tratando de controlar mi rabia.

—¿Cómo puedes decir eso, Sofía? —le reclamé, recordando los tiempos en que éramos diferentes—. Cuando decidimos adoptar a Isabella y Ángela a los 21, prometimos ser maduras y estar siempre presentes en sus vidas. ¿Dónde está esa mujer ahora?

Sofía parecía apenas escucharme, sus ojos vidriosos y sus movimientos lentos daban señales de estar drogada. No había interés en su mirada, solo un vacío preocupante.

—Sofía, debes ser parte de la vida de tus hijas. Ellas te necesitan —insistí, tratando de hacerla reaccionar.

Pero Sofía no mostraba ninguna señal de interés. En cambio, se dejó caer en el sofá y miró al techo, murmurando incoherencias. La situación era peor de lo que había imaginado.

Tomé un respiro profundo, intentando calmarme. Necesitaba pensar en Ángela e Isabella. Sofía no estaba en condiciones de cuidar de nadie, y eso solo reforzaba mi determinación de luchar por la custodia de Isabella. Miré a mi alrededor, tomando nota del estado caótico de la casa. Esto sería parte de las pruebas que necesitaría.

—Voy a luchar por la custodia de Isabella —dije con firmeza, mirándola a los ojos—. Y voy a ganar.

Sofía, en lugar de responder, me miró con una sonrisa torcida y dijo:

—No dejaré que me quites la custodia de Isabella.

Antes de que pudiera reaccionar, cerró la puerta con llave y la guardó en su bolsillo. Se acercó a mí con una mirada peligrosa en sus ojos. Sentí un nudo en el estómago y retrocedí instintivamente.

—¿Estás drogada? —le pregunté con la voz temblorosa.

Ella no lo negó. En cambio, avanzó más, acorralándome contra la pared. En un movimiento brusco, me empujó, y mi espalda chocó contra la pared con un golpe sordo. Sofía intentó besarme, sus manos aferrándose a mis brazos con fuerza.

—¡Déjame ir, Sofía! —grité, luchando por liberarme.

Pero ella estaba demasiado cerca, su aliento impregnado de un olor acre. Forcejeé con todas mis fuerzas, tratando de empujarla. Mis pensamientos se arremolinaban en mi cabeza. Necesitaba salir de ahí, necesitaba protegerme. En un momento de desesperación, levanté una rodilla y la golpeé en el estómago.

Sofía retrocedió, soltando un gruñido de dolor. Aproveché la oportunidad y corrí hacia la puerta, tratando de abrirla, pero la llave estaba en su bolsillo. Sentí una oleada de pánico, sabiendo que estaba atrapada.

—¡Belén! —grité, con la esperanza de que pudiera escucharme desde afuera.

Sofía se recuperó rápidamente y se lanzó hacia mí de nuevo. Me giré justo a tiempo para esquivar su embestida, pero no por mucho. Me agarró del brazo y me empujó al suelo. El miedo me consumía, pero sabía que no podía rendirme. Tenía que salir de ahí y buscar ayuda.

En ese momento, escuché un fuerte golpe en la puerta y la voz de Belén llamándome. Sofía se distrajo por un segundo, lo suficiente para que yo pudiera liberarme de su agarre y correr hacia la puerta, golpeándola con todas mis fuerzas.

—¡Aquí, Belén! ¡Ayúdame!

Belén intentaba abrir la puerta desde afuera, pero estaba cerrada con llave. Mientras tanto, Sofía me empujó contra la pared, sujetándome con una fuerza que me hizo llorar de miedo. Intentaba besarme, sus manos rompiendo mi chaqueta en un intento desesperado de aprovecharse de mí. Las lágrimas corrían por mi rostro mientras luchaba para mantenerla alejada.

Desde afuera, podía escuchar a Belén gritando mi nombre, tratando de abrir la puerta a la fuerza. Pero Sofía no le daba importancia y seguía con su intento de controlarme.

De repente, la puerta se abrió de golpe. Solo alcancé a ver un borrón cuando Belén entró como una tormenta, y en un instante Sofía estaba en el suelo. Belén la golpeaba con una furia contenida, cada golpe lleno de la desesperación y el miedo que nos consume.

Vi con sorpresa y alivio mezclados mientras Belén agarraba a Sofía por el cuello de la camisa y la lanzaba brutalmente contra la pared más cercana. El sonido sordo del impacto llenó la habitación, seguido por un silencio tenso que solo era roto por los jadeos de Sofía luchando por respirar.

- "¡Te dije que te mantuvieras alejada de ella!" gritó Belén, su voz rugiendo con una furia contenida mientras se acercaba lentamente a Sofía. "Eres un monstruo. ¿Crees que puedes salirte con la tuya?"

Aturdida y bajo el efecto de las drogas, Sofía intentó levantarse, pero Belén la agarró del cuello con una mano y la alzó del suelo como si fuera una muñeca de trapo. La fuerza en los brazos de Belén era impresionante, y vi el miedo reflejado en los ojos desesperados de Sofía mientras apenas podía articular palabras.

- "Vas... a... pagar por... esto..." balbuceó Sofía, sus palabras entrecortadas por la falta de aire y el pánico.

Belén apretó aún más, sus dedos apretando el cuello de Sofía con una fuerza amenazante. La adrenalina y la ira la consumían, y por un momento, parecía que no se detendría hasta que Sofía se disculpara, hasta que reconociera el dolor que había causado.

- "¡Detente, Belén!" grité, mi voz llena de angustia y desesperación mientras corría hacia ellas. "Ya basta, por favor."

Belén se detuvo abruptamente, sus ojos cargados de furia encontrando los míos. El agarre sobre Sofía se aflojó lentamente mientras Belén dejaba escapar un suspiro pesado. Las lágrimas amenazaban con caer por sus mejillas, una mezcla palpable de frustración y el peso de lo que estaba a punto de hacer.

Las lágrimas quemaban mis mejillas mientras me encontraba en el suelo, mi mente girando en un torbellino de emociones después del intento de Sofía de cruzar una línea irreparable. Sentí el frío del suelo bajo mis manos temblorosas, recordando la sensación de terror cuando Sofía se había acercado demasiado, con una mirada que prometía todo menos seguridad.

Belén irrumpió en la habitación como un tornado, su presencia imponente llenando el espacio con una autoridad que eclipsaba incluso mi miedo. Vi cómo Sofía, bajo los efectos de las drogas y el deseo distorsionado, había roto mi campera en su intento de... ¿qué? ¿Aprovecharse de mí? El pensamiento solo alimentó mi repugnancia y temor.

- "¡Maldita sea, Sofía!" exclamó Belén con una voz que reverberó en la habitación. Se quitó rápidamente su propia campera y me la ofreció, sus ojos centelleando con determinación y protección. "Póntela. Y escúchame bien."

Tomé la campera, agradecida por el gesto de Belén mientras me envolvía en ella, sintiendo su calor reconfortante mezclado con el aroma familiar.

Belén miró a Sofía.

- "Si alguna vez te acercas a Alejandra de esa manera de nuevo," continuó Belén, su tono serio y amenazador, "te aseguro que no habrá lugar donde puedas esconderte. Entendido?"

Sofía asintió rápidamente, sus ojos llenos de miedo y arrepentimiento mientras retrocedía lentamente, consciente de la furia contenida de Belén.

- "Lo siento, Ale," murmuró Sofía, su voz quebrada por la culpa y las lágrimas que amenazaban con caer. "No quería... No debería..."

Mis manos temblaban mientras luchaba por procesar lo que acababa de suceder. Miré a Belén con gratitud y asombro, sintiéndome protegida y vulnerable al mismo tiempo. Ella extendió una mano hacia mí, ayudándome a levantarme del suelo frío y lleno de recuerdos oscuros.

- "Gracias, Belén," dije con voz entrecortada, sintiendo la emoción amenazando con desbordarse. "No sé qué habría hecho sin ti aquí."

Belén me sostuvo con firmeza mientras caminábamos juntas hacia la puerta, el aire fresco de la noche envolviéndonos en un abrazo tranquilizador. Aunque el peligro inmediato había pasado, sabía que las heridas emocionales tardarían mucho más en sanar.

El aire fresco no fue suficiente para calmar mi agitación interna. Belén me guió fuera de la casa, alejándonos de la tensión cargada que había quedado atrás. Caminamos por un callejón cercano, buscando un lugar apartado donde pudiera reunirme con mis emociones desbordantes.

Mis lágrimas seguían cayendo en silencio mientras el miedo y la repulsión se mezclaban dentro de mí. Belén se detuvo, colocando sus manos firmes sobre mis hombros temblorosos.

- "Estás a salvo ahora, Ale," dijo Belén con voz suave pero firme. "Ella no volverá a lastimarte."

Intenté respirar profundamente, pero el aire me llegaba entrecortado. Sentía mi pecho apretado, las imágenes de Sofía acercándose demasiado aún frescas en mi mente, como una pesadilla que se negaba a desaparecer.

- "No... puedo... respirar," balbuceé entre sollozos, mis manos aferrándose a la campera que Belén me había dado como si fuera mi única ancla en la realidad.

Belén me rodeó con sus brazos, sosteniéndome con seguridad mientras el ataque de pánico alcanzaba su punto máximo. Sus palabras de consuelo se perdieron en el zumbido ensordecedor en mis oídos, pero su presencia era reconfortante y real.

- "Estoy aquí, Ale," murmuró Belén, acunándome contra su pecho. "Solo respira conmigo. Lo peor ya pasó."

Intenté seguir su ritmo de respiración, luchando por encontrar el equilibrio entre el miedo que me consumía y la seguridad que Belén me ofrecía.

Mis lágrimas continuaban cayendo sin control, mi respiración agitada resonando en mis oídos como un eco de mi propia desesperación.

Belén se detuvo en un rincón sombrío, buscando refugio lejos de miradas curiosas. Me rodeó con sus brazos fuertes, intentando contener el torbellino de angustia que me consumía. Pero nada parecía suficiente para calmar el caos que bullía dentro de mí.

- "No... no puedo..." balbuceé entre sollozos, mis manos agarrando con fuerza la campera que Belén me había dado como un salvavidas. "No puedo... respirar..."

El pánico me envolvía como una manta pesada, apretando mi pecho con una fuerza implacable. Mis piernas cedieron bajo el peso abrumador de la ansiedad, y caí al suelo del callejón, mis sollozos convirtiéndose en gemidos ahogados de dolor y desesperación.

Belén se arrodilló a mi lado, sus manos buscando las mías con desesperación mientras intentaba guiarme de nuevo a la realidad.

- "Estoy aquí, Ale," murmuró Belén con voz entrecortada por la emoción, su tono lleno de una preocupación palpable. "Solo respira conmigo. Vamos a superar esto juntas."

Intenté seguir su consejo, luchando por encontrar un ápice de tranquilidad en medio del huracán emocional que me envolvía. Mis pulmones quemaban con cada bocanada de aire, mi mente una nebulosa de miedo y recuerdos dolorosos.

Después de lo que pareció una eternidad, mi agitación comenzó a ceder lentamente. Mis sollozos se volvieron más suaves, aunque seguían resonando en el silencio del callejón como un eco lastimero de mi desesperación.

- "Gracias..." susurré débilmente, mis palabras apenas audibles entre el temblor de mi voz y el suspiro entrecortado.

Belén tomó mi mano con firmeza mientras intentaba recuperar el control sobre mis respiraciones entrecortadas. Mis lágrimas seguían fluyendo, pero su presencia era como un ancla en medio de la tormenta emocional que me arrastraba.

- "Tenemos que ir a la policía, Ale," dijo Belén con voz decidida pero comprensiva. "No podemos dejar que esto pase. Tienes que denunciar lo que ha sucedido."

Acepté con un movimiento débil de cabeza, mi mente aún girando en espirales de miedo y confusión. Lentamente saqué algo de mi bolsillo, envuelto cuidadosamente en una bolsa para preservar la evidencia.

- "Estas son las pastillas que Sofía usa," murmuré, entregándoselas a Belén con manos que aún temblaban. "Las he guardado como prueba."

Belén tomó las pastillas con seriedad, su expresión endurecida por la determinación.

- "Has hecho lo correcto, Ale," dijo Belén con voz suave pero firme. "Vamos a asegurarnos de que esto se lleve ante la justicia."

Juntas, nos apoyamos mutuamente mientras avanzábamos hacia el próximo paso, hacia la luz que parecía tan distante pero ahora más alcanzable. Aunque mi corazón aún latía con miedo, sentía un destello de esperanza por primera vez desde que todo comenzo.

Narrador.

Sofía se encontraba sentada en el sofá de su lujosa sala, con la mente aturdida por las imágenes perturbadoras de lo que acababa de ocurrir. La escena de cómo había casi abusado de Alejandra seguía reproducéndose en su cabeza, cada detalle resaltando su propio horror y sorpresa.

No podía entender cómo había llegado a ese punto. Su corazón latía con fuerza, y una mezcla de vergüenza y confusión se apoderaba de ella. La sensación de shock era abrumadora. Nunca antes se había visto a sí misma capaz de algo así.

En su interior, una tormenta emocional se desataba. Quería desaparecer, perderse en algo que la adormeciera, pero cuando buscó en la mesa auxiliar sus pastillas habituales, no estaban allí. Pánico. Buscó frenéticamente en otros lugares, en los cajones, en su bolso, pero nada. Las pastillas no aparecían.

El deseo de consumir se volvía más intenso a medida que el miedo y la culpa crecían. ¿Qué había hecho? ¿Cómo podía enfrentar lo que había hecho? Lágrimas de frustración y autorrepudio rodaban por sus mejillas mientras se tambaleaba hacia el espejo del vestíbulo.

Al mirar su reflejo, se sintió ajena a sí misma. La persona en el espejo no era la exitosa y respetada Sofía que todos conocían. Era una extraña, una sombra de lo que solía ser, atormentada por impulsos y acciones de las que ni siquiera se reconocía responsable.

Se dejó caer de rodillas, sintiéndose abrumada por la enormidad de lo que había perdido esa noche. Las lágrimas continuaban fluyendo mientras la realidad de sus actos se asentaba de manera implacable. No solo había perdido el control de sí misma, sino también la confianza y el respeto de aquellos a quienes amaba.

El silencio de la casa resonaba con su dolor y arrepentimiento. Estaba sola con sus pensamientos, enfrentándose a la cruda verdad de quién era ahora y qué significaba para su vida el camino que había elegido esa noche.

En un momento de crisis, Sofía sintió una intensa necesidad de aliviar su angustia. Desesperada, tomó el teléfono y marcó el número de Lisbeth. Cuando Lisbeth contestó al otro lado de la línea, Sofía apenas pudo contener la urgencia en su voz.

- "Lisbeth, necesito que traigas algo para mí", dijo Sofía, su tono cargado de desesperación.

Lisbeth, preocupada por la situación de Sofía, trató de entender qué pasaba. "¿Qué necesitas, Sofía? ¿Estás bien?" preguntó con cautela.

- "Trae algo para consumir. Lo necesito ahora", respondió Sofía, su voz temblorosa revelando su estado emocional frágil.

Hubo un silencio incómodo antes de que Lisbeth respondiera con calma pero firme: "Sofía, no puedo hacer eso. No es bueno para ti."

Sofía sintió un nudo en la garganta mientras la realidad de su solicitud resonaba. "Lisbeth, por favor...", suplicó, su voz al borde de las lágrimas.

Lisbeth suspiró, sabiendo que no podía ceder. "No puedo ayudarte de esa manera, Sofía. Pero estoy aquí para ti. Podemos hablar de lo que sea que estés pasando."

Sofía se quedó en silencio por un momento, luchando con sus emociones. Finalmente, asintió con resignación, agradeciendo en silencio la preocupación genuina de Lisbeth.

La conversación continuó, y aunque Lisbeth no pudo cumplir con la solicitud de Sofía, estuvo allí para ofrecer apoyo emocional y comprensión en su momento de necesidad.

En el hospital, May se sienta junto a Ángela en la cama, observando cómo sus manos nerviosas juegan entre sí. El ambiente está cargado de tensión y ansiedad mientras esperan los resultados de los estudios médicos. A pesar de sus 19 años, ambas parecen vulnerables y jóvenes, compartiendo risas forzadas que apenas logran ocultar el miedo que sienten.

Ángela, aunque intenta distraerse jugando con May, no puede evitar que la sombra de la reciente pérdida de Lucas, su mejor amigo, la invada. El dolor se refleja en sus ojos durante un breve momento antes de que la puerta se abra y Belén y Alejandra entren tomadas de la mano, tratando de transmitir calma con sus miradas preocupadas.

Belén: (con voz temblorosa) "Ángela, cariño... ¿cómo te sientes hoy?"

Ángela: (tragando saliva, con voz débil) "Mejor ahora que están aquí."

Alejandra se acerca lentamente, sintiendo cómo su corazón se aprieta ante la situación tan frágil de su hija.

Alejandra: "Ángela, cariño, hemos estado pensando mucho en lo que podría significar todo esto..."

La médica entra en la habitación, su semblante grave y profesional.

Médica: "Ángela, he revisado tus resultados. Lamento decirte que hemos encontrado una condición cardíaca grave que está causando tus desmayos y problemas respiratorios. Necesitas una cirugía urgente para corregirlo."

El silencio pesado cae sobre la habitación mientras May aprieta la mano de Ángela con fuerza, temiendo por lo que podría pasar.

May: (con la voz quebrada) "¿Qué tan riesgosa es la cirugía?"

Médica: "Es una operación delicada. Hay riesgos significativos asociados, incluyendo complicaciones graves."

Ángela mira a May con determinación, aunque sus ojos revelan el miedo que siente por lo desconocido.

Ángela: (con determinación) "Lo entiendo... pero no tengo otra opción. Necesito hacer esto."

Belén y Alejandra intercambian miradas llenas de preocupación y tristeza, sabiendo que Ángela está decidida a seguir adelante a pesar del peligro.

Alejandra: (con voz entrecortada) "Cariño, ¿estás segura de esto?"

Ángela asiente lentamente, tratando de mantener la compostura a pesar del miedo que la consume por dentro.

Ángela: "Sí, mamá. Quiero tener la oportunidad de seguir viviendo mi vida, incluso si eso significa enfrentar esta cirugía."

La médica discute los detalles del procedimiento y el plan de tratamiento, asegurando que con el tiempo y el cuidado adecuado, Ángela podría recuperarse y retomar sus sueños. La habitación se llena de una mezcla de resignación y esperanza mientras todos enfrentan juntos la difícil realidad que tienen por delante.

Después de que la médica se retiró, May y Ángela quedaron solas en la habitación del hospital, enfrentándose a una decisión que podría cambiar sus vidas para siempre. Ángela estaba decidida a seguir adelante con la cirugía, convencida de que era la única manera de resolver sus problemas de salud y continuar con su pasión por el boxeo.

Ángela: (mirando fijamente a May) May, sé que esto te asusta. Pero no puedo simplemente renunciar a mi sueño. No puedo dejar que esto me detenga.

May: (con los ojos llenos de lágrimas) Ángela, no quiero perderte. No puedo soportar la idea de que te arriesgues de esta manera.

Ángela: (frunciendo el ceño) Pero ¿qué otra opción tengo? Si no hago esto, ¿cómo podré seguir adelante? El boxeo es mi vida, May. Si no lo hago, no sé quién seré.

May: (con voz temblorosa) Pero... ¿y si algo sale mal? No sé si puedo soportarlo.

Ángela: (con determinación) May, escúchame. Sé que es arriesgado, pero también sé que si no lo intento, siempre me arrepentiré. No puedo vivir con eso.

May: (sintiéndose impotente) Ángela, te amo más de lo que puedo expresar. No quiero que esto nos separe.

Ángela y May se quedaron en silencio por un momento, ambas con lágrimas resbalando por sus mejillas mientras luchaban con sus emociones y miedos. Finalmente, May rompió el silencio.

May: (susurrando) No puedo forzarte a renunciar a tu sueño. Pero... prométeme que te cuidarás. Que no tomarás decisiones apresuradas.

Ángela: (tomando la mano de May) Te lo prometo, May. Haré todo lo posible para estar bien. Pero necesito hacer esto.

May asintió lentamente, sabiendo que no podía disuadir a Ángela de su determinación. Aunque temerosa por lo que el futuro podría deparar, decidió apoyar a Ángela en esta difícil decisión. Abrazadas, decidieron enfrentar juntas los desafíos que se avecinaban, prometiéndose mutuo apoyo sin importar el resultado.

En la habitación del hospital, las lágrimas fluían sin control. May y Ángela se abrazaron con fuerza, sus cuerpos temblando por la intensidad de sus emociones. Los sollozos resonaban en la habitación mientras se aferraban una a la otra, compartiendo el peso abrumador de la decisión que acababan de tomar.

May: (entre sollozos) No puedo creer que tengamos que pasar por esto.

Ángela: (aferrándose a May) Lo siento tanto, May. Esto es mucho para ti, para nosotros.

May: (acariciando el cabello de Ángela) No tienes que pedir perdón, Ángela. Solo... no quiero perderte.

Ángela: (besando la frente de May) No me perderás, lo prometo. Estaremos bien, juntas.

Sus lágrimas continuaron cayendo, mezclándose en un mar de emociones compartidas. En ese abrazo, encontraron consuelo y fortaleza para enfrentar lo desconocido que les esperaba.

En la sala de espera del hospital, Alejandra estaba reunida con sus abogados, discutiendo los detalles del caso. Belén permanecía a su lado, tomándole la mano con firmeza como señal de apoyo.

Alejandra:¿Cómo van las cosas con la custodia de las niñas?

Abogado:Estamos preparando la documentación para el próximo tribunal. Parece que Sofía está dispuesta a pelear cada paso del camino.

Belén: No permitiremos que te haga más daño del que ya ha hecho, Ale. Estamos contigo en esto.

Alejandra: Gracias, Belén. No sé qué haría sin ti a mi lado.

Horas después....

La cirugía se programó para dentro de dos meses, lo que le daría a Ángela tiempo para prepararse mentalmente. Mientras tanto, Sofía, en su casa, se arrepentía profundamente de no estar presente para Ángela en este momento tan crucial. Isabella, por otro lado, se estaba quedando con Alex, muy contenta ya que ambas se gustaban.

Ángela y May regresaron a la habitación tras la discusión. Habían llegado a una tregua temporal, pero la tensión aún era palpable. Ángela se preparaba para enfrentar el desafío que tenía por delante, consciente de que el apoyo de May sería crucial.

Ángela: (suspirando) Solo quiero que esto pase ya, May. No quiero que siga afectándonos así.

May:Lo sé, Ángela. Estoy aquí para ti, aunque me asuste. Vamos a salir adelante juntas.

Mientras tanto, en casa, Sofía se sentía cada vez más atrapada en su remordimiento. Pensaba en cómo casi había arruinado todo con Alejandra y en cómo su adicción la había alejado de sus hijas. Quería cambiar, pero no sabía por dónde empezar.

Sofía:(sollozando) He cometido tantos errores... No sé si podré arreglar esto.

Isabella, por otro lado, se sentía feliz y segura con Alex. Estaban en la sala de estar de la casa de Alex, riéndose y disfrutando de la compañía mutua. Isabella se sentía agradecida por tener a alguien como Alex en su vida durante estos tiempos difíciles.

Isabella: Alex, gracias por estar aquí conmigo. Realmente lo necesito.

Alex:No tienes que agradecerme, Isa. Estoy aquí porque quiero estar contigo. Me haces feliz.

Isabella:(sonriendo) Tú también me haces feliz. No sé qué haría sin ti.

Alex la abrazó, proporcionando un respiro de la turbulencia que rodeaba a su familia. En medio de toda la confusión y el dolor, la familia se mantenía unida de formas inesperadas, encontrando fuerza en su amor y apoyo mutuo mientras enfrentaban los desafíos que les aguardaban.

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Presten atención ahora.

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Pov Alejandra.

El abogado se fue dejándome con un montón de pensamientos y una mezcla de esperanza y preocupación. Sentada en la sala de espera, me apoyé en Belén, quien no había soltado mi mano. Tomé mi teléfono para distraerme un poco y comencé a revisar Twitter. Al principio, solo estaba buscando una forma de despejar mi mente, pero lo que encontré fue sorprendente.

Había una ola de apoyo hacia mí que no esperaba. Gente compartiendo mensajes de ánimo, expresando su solidaridad y condenando las acciones de Sofía. Mi nombre estaba en tendencia, y los mensajes eran abrumadoramente positivos.

—Belén, mira esto —le dije, mostrando la pantalla de mi teléfono—. Hay tantas personas apoyándome.

Belén se inclinó hacia adelante para ver mejor y asintió.

—Es increíble, Ale. La gente está de tu lado. Saben por lo que has pasado y están aquí para apoyarte.

Mientras continuaba leyendo, vi que había muchos rumores sobre la infidelidad de Sofía y su comportamiento abusivo. La opinión pública se estaba volviendo en su contra.

Un tweet decía: "No puedo creer lo que Alejandra ha tenido que soportar. ¡Sofía es una desgracia! #ApoyoParaAlejandra". Otro comentario resaltaba: "Siempre admiré a Alejandra, pero ahora más que nunca. Nadie merece lo que Sofía le hizo. #JusticiaParaAlejandra". Un tercero comentaba: "¿Seis infidelidades? Sofía es una persona horrible. Espero que Alejandra recupere a sus hijas. #FuerzaAlejandra".

Había incluso debates acalorados entre usuarios. Uno de ellos escribía: "¿En serio hay gente que aún apoya a Sofía después de todo esto? Qué vergüenza". Alguien respondió: "Siempre hay dos lados en una historia, pero esto es indefendible. Sofía perdió todo mi respeto".

Me detuve en un hilo particularmente largo donde discutían las infidelidades de Sofía: "¿Alguien más ha escuchado que Sofía estuvo con al menos seis personas diferentes? Esto es simplemente inaceptable. #TeamAlejandra". A esto, otro usuario contestaba: "Si esto es cierto, entonces no hay justificación alguna. Alejandra merece toda la custodia". Y alguien más añadió: "Sofía debería estar avergonzada. Qué ejemplo le está dando a sus hijas".

—Mira esto —dije, señalando el hilo—. La gente está empezando a odiar a Sofía. Están hablando de sus infidelidades y de cómo me trató.

Belén frunció el ceño.

—No me gusta que la gente odie a nadie, pero es bueno ver que la verdad está saliendo a la luz. Esto podría ayudarnos en el caso.

Asentí, aunque una parte de mí se sentía triste al ver cómo la reputación de Sofía se desmoronaba. A pesar de todo lo que había hecho, todavía había momentos en los que recordaba el amor que una vez compartimos.

—Es un arma de doble filo —dije finalmente—. Quiero recuperar a mis hijas, pero también quiero que Sofía se recupere, que se convierta en una mejor persona.

—Lo sé —respondió Belén suavemente—. Y esa es una de las razones por las que eres tan fuerte, Ale. Porque a pesar de todo, todavía tienes compasión.

Suspiré y apoyé mi cabeza en su hombro.

—Gracias, Belén. No sé qué haría sin ti.

—Siempre estaré aquí para ti, Ale. No importa lo que pase.

Miré la pantalla de mi teléfono una vez más, leyendo los mensajes de apoyo y sintiendo un poco de esperanza crecer dentro de mí. Sabía que el camino sería difícil, pero con Belén a mi lado y con el apoyo de tantas personas, sentía que podía enfrentar cualquier cosa.

Apagué el celular y me levanté, sintiendo el peso de los pensamientos que había intentado evitar. Mientras caminaba por los pasillos del hospital hacia la habitación de Ángela, mi mente se llenó de recuerdos y emociones.

Pensé en Sofía, en los momentos felices que habíamos compartido y en cómo todo se había desmoronado. Había sido un amor tan intenso, tan apasionado, pero también tan destructivo. A medida que reflexionaba sobre todo lo que había sucedido, una pregunta persistente se formó en mi mente: ¿seguía enamorada de Sofía?

Recordé nuestras primeras citas, los momentos de risa y complicidad, y cómo solíamos hablar sobre nuestro futuro juntas. Pero también recordé las peleas, las infidelidades, y el dolor que había soportado. Había amado a Sofía con todo mi ser, pero ese amor había cambiado, se había transformado en algo que ya no podía reconocer.

Llegué a la puerta de la habitación de Ángela y me detuve un momento antes de entrar. Cerré los ojos y dejé que los recuerdos me inundaran una vez más. Sí, había amado a Sofía profundamente, pero ahora ese amor se sentía distante, como un eco de lo que una vez fue. Lo que quedaba era una mezcla de tristeza y desilusión.

Abrí los ojos y respiré hondo. La conclusión se hizo clara y dolorosamente obvia: ya no estaba enamorada de Sofía. Había una vez un amor verdadero, pero había sido destrozado por la traición y el sufrimiento. Lo que sentía ahora era una mezcla de pena y liberación. Pena por lo que habíamos perdido y liberación al saber que podía seguir adelante.

Caminé por el pasillo del hospital, perdida en mis pensamientos. Al llegar a la puerta de la habitación de Ángela, me detuve y tomé una respiración profunda. Quería asegurarme de que mi hija estaba bien, que supiera que estaba allí para ella, siempre.

Abrí la puerta lentamente y, al hacerlo, me encontré con una escena íntima. Ángela y May estaban besándose, una imagen de amor y apoyo mutuo en medio de la tormenta que estábamos atravesando. Mi primer instinto fue retroceder y darles privacidad, pero me detuve. Esta era mi oportunidad de hablar con Ángela, de apoyarla y asegurarme de que sabía cuánto la amaba.

—Lo siento —dije, mi voz suave pero firme—. May, ¿puedes dejarnos un momento a solas, por favor?

May se separó de Ángela con una sonrisa comprensiva y asintió. Se levantó de la cama y, con una última mirada a Ángela, salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella.

Me acerqué a Ángela, sentándome en la silla junto a su cama. Ella me miró con ojos interrogantes, todavía brillantes por las lágrimas recientes.

—Mamá, ¿qué pasa? —preguntó, su voz llena de preocupación.

Tomé su mano y la apreté suavemente, buscando las palabras adecuadas.

—Ángela, hay algo que necesito contarte. —Respiré hondo, sintiendo la intensidad de mis emociones—. Hoy pasó algo muy difícil con Sofía. La encontré intentando... —Mi voz se quebró, pero seguí adelante—. Intentando aprovecharse de mí mientras ella estaba drogada. Belén llegó a tiempo y la detuvo, pero tuve que denunciarla.

Ángela me miró con incredulidad y dolor en sus ojos. Las lágrimas comenzaron a brotar mientras trataba de procesar lo que le había contado.

—¿La denunciaste? —susurró Ángela, su voz temblorosa.

Asentí, sintiendo las lágrimas correr por mis mejillas.

—Sí, Ángela. No tuve otra opción. No podía permitir que algo así volviera a suceder.

Ambas nos abrazamos, llorando juntas. Sentí su cuerpo temblar contra el mío, y todo lo que podía hacer era sostenerla con fuerza, tratando de transmitirle todo mi amor y apoyo.

Después de un rato, Ángela se apartó ligeramente y me miró con ojos llenos de tristeza y confusión.

—Mamá, ¿por qué Sofía no me quiere? ¿Por qué hace esto?

Mi corazón se rompió al escuchar su pregunta. No tenía una respuesta que pudiera consolarla completamente.

—Ángela, no es que no te quiera. Sofía está perdida en su adicción y eso la hace actuar de formas que no entiende. Eso no tiene nada que ver contigo. Tú eres increíble, fuerte y valiente. Nada de esto es tu culpa.

Pero Ángela no se detuvo ahí. Se apartó un poco y me miró con una mezcla de tristeza y determinación.

—Mamá, no puedo evitar sentir que Sofía no me ama. En estos últimos tres años, lo he sentido tantas veces. —Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas, y su voz temblaba con la emoción—. Recuerdo cuando olvidó mi cumpleaños el año pasado. Y cuando no fue a mi primera pelea importante. Ni siquiera estaba ahí para consolarme cuando Lucas murió. Siempre parece que soy su última prioridad.

Cada palabra de Ángela era como una puñalada en mi corazón. Sabía que Sofía había fallado como madre en muchas ocasiones, y ver a mi hija sufrir por ello me destrozaba.

—Ángela, lo siento tanto. —La abracé con más fuerza—. Sé que ha sido muy difícil para ti. Sofía tiene sus propios demonios, y desafortunadamente, eso ha afectado su capacidad para ser la madre que necesitas y mereces. Pero eso no significa que no te ame. Está perdida y enferma, y a veces, eso hace que las personas actúen de manera horrible.

Ángela sollozaba en mis brazos, y yo solo podía sostenerla, esperando que mi amor pudiera de alguna manera mitigar el dolor que sentía. Después de un rato, ella levantó la cabeza y me miró con ojos hinchados y rojos.

—¿Por qué tiene que ser así, mamá? —preguntó, su voz apenas un susurro—. ¿Por qué no puede amarme de la manera en que tú lo haces?

Mi corazón se rompió de nuevo al escuchar su pregunta. No tenía una respuesta fácil, solo el profundo deseo de que Ángela supiera cuánto la amaba y cuánto haría por ella.

—No lo sé, mi amor. Pero quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti. Siempre. Y haremos todo lo posible para que las cosas mejoren.

Nos abrazamos de nuevo, ambas llorando por las heridas que el tiempo y las circunstancias habían infligido. En ese momento, prometí en silencio que haría todo lo que estuviera a mi alcance para que Ángela supiera cuánto la amaba, para que nunca más tuviera que cuestionar su valía o su lugar en el mundo.

Pero Ángela seguía insistiendo, su voz cargada de dolor y frustración.

—Mamá, no es solo una o dos veces. En estos últimos tres años, han habido tantas ocasiones en las que Sofía me ha hecho sentir que no le importo. —Enumeró con dedos temblorosos—. Olvidó mi cumpleaños el año pasado. No vino a mi graduación de la secundaria. No estuvo presente en mi primera pelea importante. Y cuando Lucas murió, ni siquiera se molestó en consolarme. Siempre parece que soy la última en su lista de prioridades.

Cada palabra era como una herida abierta que se agrandaba con cada ejemplo que Ángela daba. Sabía que Sofía había fallado repetidamente, y el dolor en la voz de mi hija me destrozaba.

—Ángela, sé que ha sido increíblemente difícil. No hay excusas para lo que ha hecho Sofía. Solo puedo decirte que, a pesar de todo, ella está enferma y sus acciones son el resultado de su adicción. Pero entiendo que eso no quita el dolor que sientes. —La abracé nuevamente, con la esperanza de ofrecerle un poco de consuelo.

Ángela se acurrucó en mis brazos, sollozando. Mi corazón se rompía más con cada lágrima que derramaba. Sabía que esta era una herida profunda, una que no se sanaría fácilmente. Pero estaba decidida a estar allí para ella, a apoyarla y amarla con todo lo que tenía.

Finalmente, Ángela levantó la cabeza y me miró, sus ojos llenos de lágrimas y desesperación.

—Mamá, solo quiero saber por qué. ¿Por qué no puede amarme de la manera en que tú lo haces?

La miré, sintiendo la intensidad de su dolor y sabiendo que no tenía una respuesta satisfactoria. Pero prometí en silencio que haría todo lo posible para llenar ese vacío, para darle a Ángela el amor y el apoyo que merecía.

—Ángela, no lo sé. Solo sé que siempre estaré aquí para ti. Siempre. Y haremos todo lo posible para que las cosas mejoren.

Nos abrazamos nuevamente, llorando juntas, y en ese momento, prometí en silencio que haría todo lo que estuviera a mi alcance para que Ángela supiera cuánto la amaba, para que nunca más tuviera que cuestionar su valía o su lugar en el mundo.

Mientras Ángela seguía llorando en mis brazos, sentí una profunda tristeza y una ira creciente por todo lo que había pasado. Quería consolarla, darle todo el amor y apoyo que necesitaba. Empecé a acariciar suavemente su cabello, tratando de calmarla.

—Ángela, mi amor, estoy aquí. —Susurré, besando su frente—. Te amo más de lo que puedes imaginar. Siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase.

Ángela sollozaba en mis brazos, su cuerpo temblando con cada respiración. Seguí acariciando su cabello, susurrándole palabras de consuelo. Quería que sintiera mi amor, que supiera que no estaba sola en esto.

Después de un rato, cuando sus sollozos comenzaron a calmarse un poco, decidí preguntarle algo que me había estado preocupando desde hace tiempo.

—Ángela, hay algo que necesito saber. —Dije suavemente, sin dejar de acariciar su cabello—. ¿Sofía alguna vez te ha golpeado?

Ángela se tensó en mis brazos y, por un momento, temí que no quisiera responder. Pero finalmente, asintió lentamente, sus ojos llenándose de lágrimas nuevamente.

—Sí, mamá. —Dijo, su voz apenas un susurro—. Ha pasado algunas veces... especialmente cuando estaba muy enfadada.

Mi corazón se rompió en mil pedazos al escuchar sus palabras. La ira y la tristeza me consumieron, pero sabía que tenía que mantener la calma por Ángela.

—Ángela, lo siento tanto. —Dije, apretándola más fuerte contra mí—. No tenía idea de que esto estaba sucediendo. Lamento no haber estado allí para protegerte.

Ángela empezó a hablar, su voz temblorosa mientras recordaba los momentos dolorosos. Me contó sobre las veces que Sofía había perdido el control, gritando y golpeándola. Mi corazón se hundía más con cada palabra, sabiendo que mi hija había sufrido tanto.

—Nunca supe qué hacer, mamá. —Dijo Ángela, sus lágrimas cayendo de nuevo—. Solo quería que todo terminara.

La abracé con más fuerza, queriendo absorber todo su dolor.

—Ángela, te prometo que esto nunca volverá a suceder. Voy a hacer todo lo posible para que estés a salvo.

Nos quedamos así, abrazadas, mientras Ángela desahogaba todo su dolor. Sabía que este era solo el comienzo de un largo camino hacia la sanación, pero estaba decidida a caminar cada paso con ella.

Ángela empezó a temblar, su cuerpo sacudido por un miedo profundo. La sentí aferrarse a mí con fuerza, como si temiera que al soltarme, todo su mundo se desmoronaría. La desesperación en sus ojos era palpable, y supe que tenía que hacer algo para calmarla.

Entonces, recordé una canción que siempre había funcionado cuando Ángela era pequeña. Era una melodía suave y reconfortante que le cantaba cuando tenía pesadillas o estaba enferma. Sin pensarlo dos veces, empecé a cantarla en voz baja, esperando que la familiaridad de la canción la ayudara a sentirse segura.

—"Duerme, mi niña, que el sol ya se va, la luna en el cielo te viene a cuidar..." —canté, mi voz temblando un poco al principio, pero luego encontrando fuerza.

Ángela se quedó quieta por un momento, sus ojos fijos en los míos, y pude ver un destello de reconocimiento en su mirada. Continué cantando, acariciando suavemente su cabello y sintiendo cómo su respiración empezaba a calmarse.

—"Los sueños más dulces te van a encontrar, y siempre, mi niña, te voy a cuidar..."

La canción parecía tener el efecto deseado. Ángela cerró los ojos, dejándose llevar por la melodía, y poco a poco, su temblor comenzó a disminuir. Seguí cantando, mi voz llena de amor y promesa, recordando los tiempos en que solía cantarle esta misma canción cuando tenía ocho años.

—"Estaré a tu lado, no te dejaré, siempre, mi niña, te protegeré..."

Ángela se relajó contra mí, sus lágrimas secándose lentamente mientras la canción la envolvía en un manto de seguridad. Acaricié su rostro, sintiendo un profundo amor y una necesidad feroz de protegerla.

—"Mamá, gracias..." —murmuró Ángela, su voz apenas un susurro—. Necesitaba esto.

—Siempre estaré aquí para ti, Ángela. —respondí, besando su frente una vez más—. No importa lo que pase, nunca estarás sola.

Nos quedamos así, abrazadas, mientras la canción llenaba la habitación con una calma renovada. Sentí cómo el amor y el apoyo entre nosotras se fortalecía, sabiendo que, juntas, podríamos superar cualquier obstáculo.

Narrador.

En su casa, Sofía estaba enojada. Miraba el reloj cada pocos minutos, el tic-tac resonando en su mente como un martillo. Lizbeth se había pasado de la hora de llegada, y la paciencia de Sofía se agotaba rápidamente. Sabía que Lizbeth la estaba hundiendo poco a poco desde que le ofreció las pastillas de droga. Había tomado una decisión: era hora de terminar esa relación tóxica.

Cuando finalmente oyó la puerta abrirse, Sofía se levantó del sofá y se dirigió al pasillo. Lizbeth entró, cargando una bolsa que seguramente contenía más de esas malditas pastillas.

—¿Dónde has estado? —preguntó Sofía, su voz gélida.

—Tranquila, Sofía. Solo me retrasé un poco —respondió Lizbeth con indiferencia, quitándose la chaqueta.

Sofía apretó los puños, su cuerpo tenso de frustración.

—Ya no puedo más, Lizbeth. Esto tiene que terminar. No quiero seguir viviendo así —dijo, su voz temblando de rabia contenida.

Lizbeth se detuvo, sus ojos llenos de sorpresa y algo de burla.

—¿Terminar? ¿Estás bromeando? No puedes simplemente terminar conmigo así de fácil, Sofía. Nos necesitamos.

—No, Lizbeth. Tú me necesitas para tus propios fines. Pero yo no te necesito a ti, ni a las pastillas. Me has estado hundiendo desde que empezamos con esto, y ya no puedo más —respondió Sofía, alzando la voz.

Lizbeth dio un paso hacia ella, su rostro torcido por la ira.

—No vas a dejarme. Te he dado todo lo que necesitas, ¿y así me lo pagas?

—¡Lo único que me has dado es más problemas! —gritó Sofía—. Necesito recuperar mi vida, mi dignidad. No puedo seguir con esto.

Lizbeth intentó agarrar el brazo de Sofía, pero ella se zafó violentamente.

—No voy a dejarte ir así de fácil, Sofía. No sabes con quién te estás metiendo —amenazó Lizbeth, su voz baja y peligrosa.

—Lo sé muy bien, Lizbeth. Y es precisamente por eso que esto se acaba aquí y ahora —dijo Sofía, firme en su decisión.

La tensión en el aire era palpable, y ambas sabían que esto no terminaría bien. La pelea verbal se intensificó, las palabras hirientes volando de un lado a otro. Finalmente, Sofía encontró la fuerza para tomar la bolsa de Lizbeth y lanzarla fuera de la puerta.

—¡Vete, Lizbeth! ¡Y no vuelvas nunca más! —gritó Sofía, su voz quebrándose al final.

Lizbeth la miró con odio puro, pero finalmente salió de la casa, dejándola sola en el pasillo, temblando de la mezcla de adrenalina y desesperación.

Sofía cerró la puerta y se apoyó contra ella, sintiendo que un peso enorme se había levantado de sus hombros. Sabía que no sería fácil, pero había dado el primer paso hacia su libertad.

Pov Alejandra.

Estoy sentada junto a la cama de Ángela en el hospital, observando cómo duerme tranquilamente. Las luces tenues y el zumbido constante de los equipos médicos crean una atmósfera de calma tensa a mi alrededor. Ángela rompe el silencio con una pregunta que me hace reaccionar internamente.

"¿Mamá, cómo supiste que estabas lista para casarte?", me pregunta con esa seriedad y curiosidad tan propia de ella.

Respiro hondo, tratando de reunir mis pensamientos mientras tomo su mano con ternura entre las mías. Recuerdo cómo fue, hace tanto tiempo ya. "Bueno, hija, es una pregunta difícil", empiezo, dejando que los recuerdos fluyan libremente. "Cuando me casé con Sofía, pensé que era lo correcto en ese momento. Estaba enamorada, sí, pero ahora... a veces desearía nunca haberme casado."

Ángela me mira sorprendida, probablemente no esperaba esa respuesta. Sigo hablando, buscando las palabras adecuadas para explicarle mi perspectiva. "Supongo que supe que estaba lista porque en ese momento no podía imaginar mi vida sin ella. Pero con el tiempo, las cosas cambiaron, y ahora veo las cosas de manera diferente."

Mi mirada se pierde en el recuerdo amargo de los últimos años, las peleas, las desilusiones, los secretos revelados demasiado tarde. "Ángela, el matrimonio es algo serio. A veces no es solo amor y felicidad. Hay decisiones difíciles que tomar, sacrificios que hacer. Y no siempre se eligen bien."

Ella asiente lentamente, absorbiendo mis palabras con una seriedad inusual para sus 19 años. "Pero, ¿qué pasa si sientes eso por alguien y eres joven? ¿Es posible saberlo a los 19?"

"El amor no entiende de edades, cariño", respondo sinceramente, sintiendo una mezcla de nostalgia y sabiduría acumulada. "Lo importante es estar segura de tus sentimientos y de la persona con la que quieres compartir tu vida. No tengas prisa en tomar decisiones tan grandes."

Ángela parece más tranquila después de nuestra conversación. Me siento agradecida por haber tenido esta oportunidad de hablar con ella, de compartir mis experiencias y mis arrepentimientos. "Gracias, mamá", me dice con una sonrisa suave.

Le devuelvo la sonrisa con ternura. "Siempre estaré aquí para ti, Ángela, pase lo que pase."

Miro por la ventana del hospital, viendo las luces de la ciudad parpadeando en la distancia. En este momento, todo lo que quiero es que mi hija encuentre la felicidad que merece, que no cometa los mismos errores que yo.

Ángela respira profundamente antes de hablar, su voz apenas un susurro en la habitación silenciosa. "Mamá, he estado pensando en casarme desde que Lucas murió", confiesa, su mirada buscando la mía en busca de comprensión.

Un nudo se forma en mi garganta mientras escucho sus palabras. Lucas, su mejor amigo desde la infancia, cuya partida tan prematura aún pesa en nuestros corazones. "No quiero perder a May", continúa Ángela con determinación. "No puedo imaginar una vida sin ella. Cada día que pasa, me enamoro más de ella. Hemos estado juntas durante cinco años y ya vivimos juntas."

Mis pensamientos se vuelven hacia May, la persona que ha sido un apoyo constante para Ángela durante estos años difíciles. "Hija, May es una parte importante de tu vida", le digo con sinceridad, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar mis sentimientos. "Si sientes que ella es la persona con la que quieres construir tu futuro, entonces debes seguir tu corazón."

Ángela asiente, una mezcla de alivio y nerviosismo en su expresión. "Gracias, mamá", dice con voz emocionada. "Nunca pensé que tendría que tomar decisiones tan importantes a esta edad, pero no puedo ignorar lo que siento por May."

La miro con orgullo y ternura. "Eres fuerte y sabia, Ángela. Confío en que tomarás la decisión correcta para ti misma y para May."

Nos quedamos en silencio por un momento, cada una perdida en nuestros pensamientos. La habitación del hospital se siente más tranquila ahora, como si el peso de nuestras conversaciones se hubiera disipado un poco.

Finalmente, Ángela rompe el silencio. "¿Crees que May estaría de acuerdo?", pregunta con una pequeña sonrisa nerviosa.

"Creo que May quiere lo mejor para ti, Ángela", respondo con sinceridad. "Y si eso significa casarse contigo, estoy segura de que ella estará feliz de compartir ese camino contigo."

Ángela me mira con gratitud, sus ojos brillando con determinación y amor. "Gracias, mamá. Por todo."

Nos abrazamos con ternura, madre e hija unidas en el vínculo profundo de amor y comprensión. En ese momento, sé que pase lo que pase, Ángela encontrará su camino hacia la felicidad con May a su lado.

Mi teléfono interrumpe la calma de la habitación del hospital con un suave zumbido. Es Isabella. Respiro hondo antes de contestar, esperando escuchar su voz.

"¿Hola, Isabella?", digo con un nudo en la garganta.

"Mamá, solo quería decirte gracias", responde Isabella al otro lado de la línea.

"¿Gracias? ¿Por qué, cariño?", pregunto, sintiendo curiosidad por lo que tiene que decirme.

"Por dejarme estar aquí estos tres días", explica Isabella con sinceridad. "Alex es increíble, mamá. Cada día que pasa, me enamoro más de ella. Gracias por permitirme estar aquí y conocerla."

Las lágrimas llenan mis ojos mientras escucho la emoción en la voz de mi hija menor. "Estoy feliz de que te sientas bien allí, Isabella", le digo con voz entrecortada. "Espero que Alex te haga sentir especial y amada. Siempre mereces eso."

Isabella suspira suavemente. "Sí, mamá. Creo que podría ser algo realmente bueno."

"Recuerda siempre ser honesta contigo misma y con Alex", le aconsejo con voz temblorosa, deseando transmitirle toda mi experiencia como madre. "El amor es algo hermoso, pero también puede ser complicado. Ama con valentía y cuidado, Isabella."

"Lo haré, mamá", responde Isabella con determinación. "Gracias por todo. Cuídate."

"Cuídate también, Isabella", le digo con cariño antes de colgar, sintiendo un profundo orgullo y amor por mi hija menor mientras observo la pantalla del teléfono.

Me vuelvo hacia Ángela, quien me observa con atención. "¿Todo bien, mamá?", pregunta con suavidad.

"Así es, cariño", le digo con una sonrisa forzada, luchando contra las emociones que amenazan con desbordarse. "Todo está bien."

Nos quedamos en silencio, pero mi mente está llena de pensamientos sobre el amor, la pérdida y la esperanza. En este hospital, entre momentos de angustia y alegría, encuentro la fuerza para ser la madre que mis hijas necesitan, aunque mi corazón esté lleno de cicatrices del pasado.

Ángela descansaba en la cama del hospital, abrazada a May mientras dormía plácidamente. Mañana recibiría el alta, pero por ahora, me encontraba sumergida en mis pensamientos, reflexionando sobre cómo mi vida había tomado direcciones inesperadas.

Nada había salido como lo había imaginado. Recordaba con nostalgia cómo había esperado construir un matrimonio feliz con Sofía, cómo habíamos planeado envejecer juntas. Pero Sofía tenía otros planes y me engañó. Jamás imaginé que intentaría quitarme la vida, ni que enfrentaría el tormento de verme en coma durante un año, luchando por mi vida.

Tampoco anticipé que terminaría fingiendo una relación con mi mejor amiga, Belén, todo por culpa de Sofía. A pesar de la farsa, encontraba consuelo en nuestra amistad sincera y en el apoyo mutuo que nos brindábamos.

Después de tres largos años separadas, finalmente había podido reunirme con mis hijas. Nunca había previsto esta vida para mí, pero a pesar de las adversidades, sentía un profundo agradecimiento. Agradecida por tener la oportunidad de reconstruir mi relación con Ángela y con Isabella. Agradecida por la fortaleza que habían mostrado, y por el amor renovado que ahora compartíamos.

Me acerqué a Ángela con ternura, observando su rostro tranquilo en el sueño. Le acaricié suavemente el cabello, sintiendo una mezcla de amor y gratitud por la mujer en la que se estaba convirtiendo. Aunque nuestra vida había tomado giros inesperados y enfrentado desafíos inimaginables, me sentía agradecida por cada momento compartido con mis hijas, con May, y con las personas que me habían sostenido en los momentos más oscuros.

Besé con suavidad la frente de Ángela antes de retirarme de la habitación, dejando que el silencio del hospital me envolviera. Cada paso que había dado, cada lágrima derramada, me había llevado a este punto de aceptación y gratitud. A pesar de los desafíos, había encontrado paz en el amor incondicional que compartíamos.

Regresé al hotel exhausta después de otro día agotador en el hospital. Al abrir la puerta, el reconfortante aroma de la comida que Belén había preparado llenó la habitación. Ella estaba allí, sonriendo con ese brillo cálido en los ojos que siempre me reconfortaba.

"¡Hola, Ale!" exclamó Belén, extendiendo los brazos para abrazarme. "Estaba esperando que llegaras. Preparé tu comida favorita. Necesitas descansar y recargar energías."

La abracé con gratitud, sintiéndome aliviada de tenerla a mi lado en estos tiempos difíciles. "Gracias, Belén. No sé qué haría sin ti. Eres como una verdadera familia para mí."

Nos sentamos a la mesa y comenzamos a comer mientras compartíamos anécdotas del día. Las risas de mis hijas en el hospital resonaban en mi mente, recordándome cuánto habían llegado a querer a Belén durante estos días.

"Belén," comencé con voz suave pero llena de emoción, "quiero que sepas lo especial que eres para mí. Eres más que una amiga, eres parte de mi vida. Te valoro mucho."

Belén bajó la mirada por un momento, emocionada. "Alejandra, tú también significas mucho para mí. Estoy aquí para ti y para las niñas, siempre."

El amor y la gratitud llenaron la habitación mientras nuestras miradas se encontraban, compartiendo un entendimiento profundo y silencioso.

Después de la cena, nos acurrucamos juntas en el sofá, disfrutando de la serenidad del momento y la compañía mutua. En ese instante, supe que había encontrado en Belén algo más que una amiga genial sin querer.

Narrador.

Sofía estaba en su casa, acostada en la cama, pero el sueño se le escapaba entre los dedos. Los recuerdos de lo sucedido ese día la atormentaban sin descanso. Cerró los ojos, intentando alejar las imágenes que la acechaban.

No podía creer cómo las cosas habían llegado a ese punto. La noticia de que Alejandra estuvo al borde de la muerte la había sacudido hasta lo más profundo. Se sentía abrumada por la culpa. ¿Cómo había llegado todo a eso?

Las lágrimas asomaron en sus ojos mientras pensaba en el rol que las drogas habían jugado en su vida y en la de Alejandra. Se reprochaba a sí misma por haber caído tan bajo. Si no hubiera sido por Belén, ¿qué habría pasado? La sola idea de haber perdido a Alejandra la llenaba de horror y remordimiento.

Intentó justificar sus actos en su mente, buscando alguna manera de no sentirse tan culpable. Se repetía a sí misma que las drogas habían sido su escape, su manera de lidiar con el estrés y la soledad. Pero sabía que no había excusa suficiente para lo que había pasado.

A pesar de su tormento interno, una parte de ella temía las posibles consecuencias legales. Si Alejandra decidía denunciarla, estaría en su derecho. No podía evitar pensar en el daño irreparable que había causado, no solo a Alejandra, sino también a sus hijas y a todos los que las amaban.

Sofía se sentó en la cama, abrazando sus rodillas mientras las lágrimas caían sin control. Sabía que necesitaba enfrentar las consecuencias de sus acciones, incluso si eso significaba confrontar el lado más oscuro de sí misma.

Sofía yacía en la cama, tratando de conciliar el sueño, pero su mente estaba en un torbellino de emociones. La culpa la abrumaba, y buscaba desesperadamente justificar sus acciones. "Ella también tuvo su parte de responsabilidad en todo esto", murmuró para sí misma, tratando de encontrar consuelo en las excusas.

Decidió llamar a su hermana Anna, quien vivía en Argentina. Marcó el número con manos temblorosas y esperó ansiosamente mientras sonaba.

—Hola, Sofía. ¿Todo bien? —respondió Anna al otro lado de la línea, notando la urgencia en la voz de su hermana.

—Anna, necesito hablar contigo. Es urgente —dijo Sofía, tratando de contener las lágrimas.

—Claro, ¿qué sucede? —preguntó Anna, preocupada.

Sofía inhaló profundamente y comenzó a relatarle todo, desde el principio hasta el último detalle. Explicó cómo las cosas habían llegado a un punto crítico con Alejandra, el peso abrumador de la culpa que sentía y su lucha interna por encontrar alguna forma de justificación.

Anna escuchó en silencio, asimilando cada palabra. Cuando Sofía terminó de hablar, hubo un momento de silencio antes de que Anna respondiera con seriedad.

—Sofía, lo que hiciste no tiene excusa. Comprendo que estás pasando por un momento difícil, pero esto es grave. No puedo apoyarte en esto —dijo Anna con firmeza.

Sofía se sintió devastada por la respuesta de su hermana mayor. Había buscado consuelo y comprensión, pero Anna no estaba dispuesta a respaldar sus acciones.

—Anna, por favor, necesito tu apoyo —suplicó Sofía, sintiendo cómo se le quebraba la voz.

—Lo siento, Sofía, pero no puedo. Debes enfrentar las consecuencias de tus acciones. Busca ayuda profesional, habla con Alejandra, pero asume la responsabilidad —respondió Anna con calma, aunque con determinación.

Sofía colgó el teléfono con el corazón destrozado. Sabía que su hermana tenía razón, pero enfrentar la realidad era mucho más difícil de lo que había imaginado.

Sofía había estado evitando hablar sobre sus problemas con Anna durante semanas, pero finalmente decidió enfrentar la situación. Marcó el número de su hermana y esperó con nerviosismo mientras sonaba el teléfono.

—Hola, Sofía? , acabas de colgar la otra llamada y ya vuelves a llamarme, todo bien?—saludó Anna con preocupación en su voz cuando respondió.

—Anna, necesito hablar contigo. He estado teniendo problemas con las......drogas desde hace un mes y medio. He intentado dejarlas, pero no puedo —confesó Sofía con voz temblorosa.

Hubo un breve silencio antes de que Anna respondiera con calma: —Sofía, creo que deberías considerar hablar con un psicólogo. Podría ayudarte a entender por qué has estado luchando tanto.

Sofía frunció el ceño y respondió con desdén: —No creo en esos psicólogos. No van a entender lo que estoy pasando.

Anna suspiró profundamente, sintiendo la frustración y la tristeza por su hermana. Luego dijo con firmeza: —Sofía, escúchame bien. Con o sin mi ayuda, si no decides cambiar, podrías enfrentar consecuencias graves. La adicción es peligrosa. Podrías morir por una sobredosis si no haces algo al respecto.

Sofía se quedó en silencio, procesando las palabras de su hermana. Sabía que Anna tenía razón, pero admitirlo era doloroso y aterrador.

—Anna, no quiero ayuda profesional. No estoy lista para eso —respondió finalmente Sofía, con voz entrecortada por las lágrimas que comenzaban a caer.

Anna suspiró nuevamente, sintiendo el peso de la impotencia. Por más que quisiera ayudar a Sofía, sabía que la decisión final debía venir de su hermana.

—Entiendo, Sofía. Pero debes saber que te quiero mucho y siempre estaré aquí para ti cuando decidas pedir ayuda —dijo Anna con voz suave y comprensiva, resignándose a aceptar que solo Sofía podría tomar la decisión de cambiar su situación.

Sofía no podía soportar la presión y volvió a consumir drogas....

Mientras estaba bajo su influencia, recordó el día en que se casó con Alejandra. Ambas estaban radiantes con sus trajes, llenas de amor y promesas. Sofía se preguntaba por qué las cosas habían cambiado, por qué Alejandra la había engañado y a veces incluso la había maltratado. Sabía en lo más profundo que aún la amaba, pero también reconocía que sus propias inseguridades habían complicado las cosas. Sin embargo, por orgullo, nunca admitiría su parte de culpa en la situación.

La memoria de ese día, mezclada con el peso de las decisiones actuales, la dejó aturdida y llena de remordimientos.

Mientras sofia se drogaba maldiciendo a Alejandra, Alejandra se acurrucó suavemente contra el hombro de Belén mientras disfrutaban de la película. La habitación estaba envuelta en una suave penumbra, iluminada solo por la luz tenue de la pantalla, creando un ambiente acogedor y apacible. El sonido de la película se mezclaba con sus suspiros tranquilos, llenando el espacio con una sensación de intimidad y serenidad.

Belén, con ternura, pasó sus dedos por el cabello de Alejandra, acariciándola suavemente como si quisiera ahuyentar cualquier rastro de preocupación que pudiera estar en su mente. Alejandra se dejó llevar por la familiaridad reconfortante de ese gesto, permitiéndose relajarse por completo en los brazos de Belén. Sus respiraciones se sincronizaron en un ritmo tranquilo, como una melodía suave que los envolvía en un abrazo invisible pero reconfortante.

A medida que la película avanzaba, el cansancio acumulado de Alejandra se disipaba lentamente, reemplazado por una sensación de paz que solo la presencia de Belén podía traerle. En ese momento, no había preocupaciones ni tensiones, solo la calidez de estar juntas, compartiendo un espacio íntimo donde el tiempo parecía detenerse.

Finalmente, los párpados de Alejandra se volvieron pesados, y sin resistirse más, se dejó llevar por el sueño reparador que la envolvió mientras aún reposaba sobre el hombro reconfortante de Belén, sintiéndose segura y amada.

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Holaaaaaaa

Está historia los mandara al psicólogo.

Échenle la culpa a la película que acabo de ver que me dió flor de idea ( la película es: Beautifull boy )

Se acerca lo lindo y consigo los engaños.

Nos vemos.

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