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porque yo te amo.

Holaaaaa

Vamos que se acerca el final, disfruten.

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Pov Sofía.

Desperté temprano, antes de que el sol se levantara completamente, y me encontré abrazada a Ale, que estaba tapada con una manta. Ella estaba desnuda bajo las sábanas, y me hizo sentir una mezcla de ternura y protección. No quería despertarla, así que me levanté con cuidado, tratando de no hacer ruido.

Me vestí con algo cómodo y me dirigí a la cocina. En estos momentos difíciles, hacer algo tan simple como preparar un buen desayuno me ayudaba a sentir que tenía algún control sobre las cosas. Quería que Ale sintiera un pequeño respiro de normalidad en medio del caos que nos rodeaba.

Mientras preparaba huevos revueltos, tostadas y un poco de fruta fresca, no podía evitar pensar en la última semana. La noticia sobre nuestra relación había estallado como una bomba, y aunque el revuelo mediático había sido intenso, habíamos decidido apagar nuestros celulares para proteger nuestra salud mental. Los constantes mensajes y las noticias virales nos estaban afectando más de lo que imaginábamos.

La cocina estaba en calma, solo el suave zumbido del refrigerador y el aroma de la comida que empezaba a cocinarse. Puse atención en cada detalle, asegurándome de que todo estuviera perfecto para Ale. La idea de que pudiera tener un pequeño momento de paz y disfrute en la mañana me daba algo de esperanza.

Cuando todo estuvo listo, me dirigí de nuevo a la habitación con una bandeja llena de comida. Ale aún dormía, y me senté en la cama, colocándola suavemente sobre las sábanas para no despertarla bruscamente. La miré mientras dormía, su rostro relajado, y sentí una oleada de cariño.

La desperté con un beso en la mejilla, y le dije en un susurro: "Buenos días, amor. Preparé un desayuno especial para ti." La vi abrir los ojos lentamente, y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro al ver la comida. Por un momento, la carga del mundo exterior pareció desvanecerse, y todo lo que importaba era este pequeño acto de cuidado y amor que compartíamos.

Me reí al ver que Ale no quería levantarse, así que decidí usar una táctica que siempre había funcionado: las cosquillas. Me acerqué a ella con una sonrisa traviesa y empecé a hacerle cosquillas en el costado, esperando que eso la despertara. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos, Ale seguía resistiéndose y protestando con risitas dormidas.

"Vamos, despierta," le decía entre risas, "no quiero que te pierdas el desayuno que preparé con tanto cariño."

Pero, mientras seguía haciéndole cosquillas, empecé a notar que Ale no parecía estar en su mejor estado. Su piel estaba más caliente de lo habitual, y al tocarla me di cuenta de que tenía un poco de fiebre. Mi risa se desvaneció de inmediato y me preocupé. Me acerqué más a ella, con el corazón acelerado por la preocupación.

"¿Ale, te sientes bien?" pregunté, tratando de mantener la calma mientras me sentaba al borde de la cama y le acariciaba la frente.

Ale abrió los ojos con dificultad y me miró con una mezcla de cansancio y malestar. "Me siento... un poco mal," murmuró, su voz apenas un susurro.

Me levanté rápidamente para buscar un termómetro y verificar su temperatura. Mientras esperaba a que el termómetro diera la lectura, intenté tranquilizarla. "No te preocupes, solo quiero asegurarme de que estés bien. Esto puede ser solo el estrés y el cansancio acumulado."

Cuando el termómetro mostró que tenía fiebre, me sentí aún más preocupada. Sabía que esto no era un buen signo y que probablemente necesitaba descansar y cuidarse. Me senté de nuevo junto a ella y tomé su mano, tratando de darle algo de confort.

"Voy a preparar algo para bajar la fiebre y luego te haré una bebida caliente," le dije suavemente. "Solo quédate aquí y descansa. Lo más importante es que te recuperes."

Ale asintió débilmente y se acomodó de nuevo en la cama. Mientras me levantaba para ir a la cocina, me prometí a mí misma que haría todo lo que estuviera en mis manos para que se sintiera mejor. Estábamos atravesando un momento complicado, pero lo único que podía hacer era estar a su lado y cuidarla en lo que necesitara.

Le llevé el desayuno a la cama con cuidado, tratando de no hacer mucho ruido para no molestarla. La desperté suavemente, colocando la bandeja a su lado y dándole un beso en la mejilla.

"Despierta, amor," le dije con ternura, "he preparado algo especial para ti. Espero que te haga sentir un poco mejor."

Ale abrió los ojos lentamente y miró el desayuno con una sonrisa débil. "Gracias, mi vida," susurró. "Eres la mejor."

Después de que Ale empezó a comer un poco, me preocupaba mucho su fiebre, así que decidí llamar a un amigo que era médico. Sabía que la situación no era lo suficientemente grave como para ir al hospital, pero me sentía más tranquila teniendo la opinión de un profesional.

Me aseguré de que Ale estuviera cómoda y luego llamé a mi amigo, Martín. Le expliqué la situación rápidamente: la fiebre de Ale, el estrés reciente y la noticia viral que nos había puesto a todos en el ojo público. Martín se mostró comprensivo y me ofreció su ayuda.

"Claro, Sofía. Puedo pasar por ahí en un par de horas para revisarla. Mientras tanto, asegúrate de que esté bien hidratada y que descanse lo suficiente. Si la fiebre sube mucho o si ves algún síntoma grave, llámame de inmediato."

Le agradecí y colgué, sintiéndome un poco más aliviada al saber que tendría ayuda profesional pronto.

Ale, aún acurrucada bajo las mantas, me miró con una mezcla de gratitud y preocupación. "¿Qué te dijo Martín?"

"Vendrá a revisarte en unas horas," le expliqué mientras me sentaba a su lado. "Mientras tanto, solo sigue descansando. Estoy aquí para ti."

Ale asintió y se acomodó un poco más en la cama. Sabía que la situación era estresante, especialmente con la atención de los medios y la presión adicional, pero quería asegurarme de que Ale estuviera bien cuidada. Mientras tanto, me mantendría alerta y preparada para cualquier cosa que pudiera necesitar.

Cuando escuché el timbre de la puerta, el corazón me dio un salto. La última cosa que necesitábamos en este momento era más tensión. Dejé el desayuno a un lado y me dirigí a la entrada, preguntándome quién podría ser a esta hora tan temprana. Al abrir la puerta, me encontré con Paulina y Daniela, que estaban allí con expresiones preocupadas pero amigables.

—Hola, Sofía —saludó Paulina con una sonrisa algo forzada—. ¿Cómo estás?

—Hola, Paulina, Daniela —respondí, tratando de mantener la calma—. Estoy bien, gracias. ¿Qué las trae por aquí tan temprano?

Daniela, siempre directa, respondió:

—Vimos la noticia y queríamos asegurarnos de que todo estuviera bien. ¿Cómo está Ale?

—Está descansando en la habitación —dije, tratando de sonar tranquila—. Tiene fiebre, pero ya llamé a un amigo que es médico para que venga a revisarla.

Paulina y Daniela se miraron brevemente antes de entrar al departamento. Paulina, con una mirada preocupada, me preguntó:

—¿Podemos pasar a verla?

—Claro —asentí, abriendo un poco más la puerta para que pudieran entrar—. La situación es un poco complicada, pero está en buenas manos.

Mientras las guiaba hacia la habitación, noté que su mirada se mantenía atenta, como si esperaran ver algún signo de problemas adicionales. Me sentí un poco incómoda, ya que sabía que sus visitas probablemente tenían más que ver con verificar que no hubiera conflictos entre Ale y yo que con una preocupación genuina por su bienestar.

Entramos en la habitación, y Ale levantó la vista desde la cama al oírnos. Su rostro, aún pálido por la fiebre, se iluminó un poco al ver a Paulina y Daniela.

—Hola, Ale —dijo Paulina con una sonrisa amable—. ¿Cómo te sientes?

—Hola, Paulina, Daniela —dijo Ale, su voz sonando cansada—. No me siento muy bien, pero Sofía ha estado cuidándome.

Daniela se acercó con una expresión más seria. Aunque intentó parecer comprensiva, su mirada revelaba una evaluación crítica.

—Sofía, ¿podemos hablar un momento en la sala? —preguntó Daniela con un tono que no dejaba lugar a discusión.

—Claro —dije, con un suspiro, y seguí a Daniela y Paulina fuera de la habitación.

Una vez en la sala, Paulina se dirigió a mí, cruzando los brazos con una mezcla de preocupación y determinación.

—Sofía, entendemos que esta situación es difícil para todos ustedes. Pero, como sabes, hay una gran cantidad de presión sobre Ale en este momento, y queremos asegurarnos de que ella esté realmente bien cuidada.

—Lo estoy haciendo lo mejor que puedo —respondí, intentando mantener la calma—. ¿Hay algo específico que les preocupa?

Daniela se adelantó, con un tono más directo:

—Solo queremos asegurarnos de que Ale esté en un ambiente seguro y que no haya conflictos entre ustedes. Sabemos que lo de la noticia ha sido muy estresante, y no queremos que las cosas se compliquen más.

Sentí un nudo en el estómago, reconociendo que sus preocupaciones también estaban relacionadas con la posibilidad de que la situación se volviera más conflictiva. Me dolía que pensaran que pudiera hacerle daño a Ale en un momento tan vulnerable.

—Estoy aquí para apoyarla —dije con firmeza—. La última cosa que quiero es que Ale pase por más estrés. No sé qué más puedo hacer para demostrarles que solo quiero lo mejor para ella.

Paulina se acercó y me dio una palmada en el hombro, tratando de aliviar la tensión.

—Sabemos que te importa, Sofía. Solo estamos tratando de hacer lo mejor para Ale y para todos nosotros. Es una situación difícil, pero la prioridad es su salud y bienestar.

Agradecí la comprensión, aunque sentía que la confianza se había visto afectada por la situación.

A medida que Paulina y Daniela se preparaban para salir, me quedé con una sensación de inquietud. La conversación había sido tensa, pero al menos había servido para aclarar algunas cosas. A medida que me dirigía hacia la cocina, me detuve al recordar a Valentín, el primo de mi familia que no había tenido contacto conmigo desde que salí de la cárcel. La última vez que lo vi, la situación no era la mejor, y ahora, con todo lo que estaba pasando, me preguntaba cómo estaba.

—Daniela —dije, antes de que se dirigiera a la puerta—, una última cosa. Quisiera saber cómo está Valentín. No hemos hablado desde hace un tiempo, y me preocupa saber cómo está.

Daniela se detuvo y me miró con una mezcla de sorpresa y comprensión. Parecía que la pregunta la había tomado por sorpresa, pero no me dio la impresión de que estuviera molesta.

—Bueno —comenzó Daniela—, Valentín ha estado lidiando con bastante estrés últimamente. Su trabajo ha sido abrumador, y he notado que está más cansado de lo habitual.

Me sentí inquieta. No sabía mucho sobre el trabajo de Valentín, pero sabía que el estrés podía afectar mucho la salud de una persona.

—¿Y cómo ha estado manejando todo esto? —pregunté, con sincero interés.

Daniela suspiró, y su expresión se volvió más seria.

—Trata de mantener el control, pero no siempre es fácil. El trabajo ha sido muy demandante, y a veces me preocupa que no esté manejando bien el estrés. Hablamos sobre ello de vez en cuando, pero hay cosas que no siempre comparte conmigo.

Noté un leve tono de preocupación en su voz, y entendí que el estrés de Valentín no solo afectaba a él, sino también a quienes estaban cerca de él.

—Lo siento mucho por eso —dije—. No quise interrumpir, pero quería saber si había algo en lo que pudiera ayudar, aunque sea indirectamente.

Daniela me miró con un destello de gratitud en sus ojos.

—Aprecio que lo digas. Valentín valora mucho tu preocupación, aunque no siempre lo exprese. Sabes que, a pesar de nuestras diferencias, él siempre ha estado en mi mente. Y creo que, a veces, la situación se vuelve más complicada cuando uno se siente aislado.

Me sentí un poco más aliviada de saber que Daniela estaba tan atenta a su esposo y que su preocupación era genuina. También me hizo pensar en cómo las cosas podrían haber sido diferentes si las circunstancias hubieran sido otras. A pesar de la distancia y las diferencias, aún había un deseo de apoyo mutuo en nuestra familia.

—Si alguna vez necesitas algo o crees que puedo hacer algo por Valentín, por favor, dímelo —dije—. Me gustaría poder ayudar de alguna manera.

Daniela asintió, sonriendo con un poco más de calidez.

—Lo tendré en cuenta. Gracias por tu preocupación, Sofía. En este momento, lo más importante es que todos estén bien y podamos manejar todo lo que está pasando.

Nos despedimos con un abrazo breve, y Daniela y Paulina salieron del departamento. Me quedé con la mente ocupada en el bienestar de Valentín, mientras regresaba a la habitación para estar con Ale. La noticia de los medios y el estrés de la situación me habían hecho recordar que, a pesar de los problemas y las tensiones, siempre había un espacio para el apoyo y la comprensión, incluso en los momentos más difíciles.

Después de despedir a Daniela y Paulina, me quedé un momento en la sala, tratando de procesar todo lo que había sucedido. Sus visitas siempre traían una mezcla de emociones, pero ahora tenía que concentrarme en lo que realmente importaba: Ale.

Caminé hacia la cocina y me preparé un café, esperando que la calidez de la taza en mis manos me diera algo de consuelo. El aroma del café llenó la habitación, y por un instante, me permitió alejarme de las preocupaciones. Pero rápidamente recordé a Ale, quien aún estaba en la habitación, probablemente descansando.

Con el café en la mano, subí las escaleras en silencio, cuidando de no hacer ruido para no molestarla. Al abrir la puerta, la vi. Estaba despierta, pero su mirada delataba el cansancio. Sus ojos, normalmente llenos de vida, ahora parecían apagados, cargados de la preocupación y el estrés de los últimos días.

Me acerqué despacio, sin decir nada al principio, solo observándola mientras tomaba asiento en el borde de la cama. Su cabello estaba desordenado, y su piel, que solía brillar con esa energía vibrante, se veía pálida y cansada. Dejé la taza de café en la mesita de noche y me incliné hacia ella, acariciando suavemente su mejilla.

—¿Cómo te sientes? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.

Ale suspiró, cerrando los ojos por un momento, como si le costara encontrar las palabras.

—Cansada —admitió finalmente—. No sé cuánto más de esto puedo aguantar, Sofi. Todo esto... la presión, las miradas, las críticas. Es abrumador.

Sentí un nudo en el estómago al escucharla hablar así. Quería hacer algo, cualquier cosa, para aliviar su dolor, pero sabía que lo único que podía hacer era estar a su lado, apoyarla.

—Lo sé, Ale —dije mientras me sentaba junto a ella y la abrazaba—. Pero estoy aquí contigo, no tienes que enfrentarlo sola. Vamos a superar esto juntas.

Ella asintió débilmente, recostando su cabeza en mi hombro. Podía sentir su cuerpo temblar ligeramente, como si estuviera luchando por mantener el control. La abracé más fuerte, deseando que mi cercanía le brindara al menos un poco de consuelo.

—No sé qué haría sin ti —murmuró Ale, su voz quebrada.

—No tienes que averiguarlo —respondí, besando su frente—. Siempre estaré aquí, a tu lado.

Ale se quedó en silencio después de nuestra breve conversación, pero no dejaba de mirarme con preocupación. Había algo más que quería decir, lo notaba en su expresión, en la forma en que sus ojos se movían inquietos.

—Sofi… —comenzó, dudando por un momento—, ¿has visto lo que dicen de nosotras en redes?

Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo al escuchar su pregunta. No quería saberlo. Lo había evitado deliberadamente. No me interesaba lo que la gente pensara o dijera sobre nosotras, al menos eso intentaba convencerme. Pero, la verdad es que tenía miedo de lo que podría encontrar, miedo de que los comentarios hirientes, los chismes y las mentiras pudieran afectar lo que habíamos construido.

—Prefiero no saberlo, Ale —le respondí sinceramente, evitando su mirada por un segundo. No quería que viera la duda en mis ojos, pero sabía que la decisión de ignorar todo era la correcta.

Justo en ese momento, el timbre sonó, interrumpiendo nuestra conversación. Me levanté rápidamente y me dirigí hacia la puerta. Al abrirla, me encontré con Martín, mi amigo de la universidad que también era médico. Su presencia me trajo un poco de alivio; confiaba en él y sabía que cuidaría bien de Ale.

—Martín, gracias por venir tan rápido —le dije mientras lo saludaba con una sonrisa, tratando de esconder mi preocupación.

—No te preocupes, Sofi. Sabes que siempre puedes contar conmigo —respondió él, entrando a la casa.

Lo llevé a la habitación donde estaba Ale, que ahora se había recostado nuevamente, visiblemente agotada. Martín se acercó a ella con cuidado y comenzó a revisarla. Mientras él hacía su trabajo, no pude evitar sentir un impulso repentino de revisar mi celular. Una parte de mí quería saber qué era lo que tanto preocupaba a Ale, aunque la otra parte se resistía a enfrentar esa realidad.

Con un suspiro resignado, desbloqueé mi teléfono y entré en Twitter. Lo primero que vi fue una serie de notificaciones interminables. Tragué saliva y, con un nudo en el estómago, empecé a leer los comentarios.

“¿Cómo Alejandra Villarreal terminó con alguien como Sofía Reyes? Siempre pensé que tenía mejor gusto.”

“No entiendo cómo alguien tan talentosa como Ale puede estar con una drogadicta. ¡Qué vergüenza!”

“¿Vieron la foto? Alejandra parece haber engordado un montón, ya no es la misma. Qué decepción.”

“Es increíble cómo alguien puede arruinar su vida tan rápido. Primero se pone con Belén, y ahora esto... La pobre Belén no se merece esta traición.”

“¿Alejandra? ¿Esa que era la bajista de The Warning? ¡Qué bajón verla así, se ve súper descuidada!”

“No sé qué es peor, que Ale se vea tan acabada o que esté con Sofía, que es una carga para cualquiera.”

Mis manos temblaban mientras leía cada uno de esos comentarios. Eran crueles, sin ningún tipo de empatía. Sentí un dolor en el pecho, una mezcla de rabia e impotencia. No podía entender cómo la gente podía ser tan despiadada, tan insensible. Ale, mi Ale, no se merecía esto. Ella era una persona increíble, fuerte y talentosa, y verla ser destrozada de esa manera me rompía el corazón.

Martín terminó de revisar a Ale y me sacó de mis pensamientos cuando me llamó.

—Sofi —dijo en voz baja para no alarmar a Ale—, parece que es solo un resfriado, pero su fiebre es un poco alta. Le recomendaría descansar mucho y mantenerse hidratada. Si no mejora en los próximos días, avísame.

Asentí, tratando de sonreírle a Martín, aunque la tristeza aún pesaba en mí. Después de despedirlo y acompañarlo a la puerta, volví a la habitación. Me acerqué a Ale, que ahora me miraba con ojos cansados pero preocupados.

—¿Estás bien? —me preguntó, como si ella no fuera la que estaba enferma.

—Estoy bien, amor. Solo preocupada por ti —le respondí, escondiendo la angustia que sentía. No quería añadir más peso a lo que ya estaba cargando.

Ale me observó por un momento, como si supiera que había algo más, pero decidió no insistir. En cambio, abrió sus brazos y me hizo una señal para que me acercara. Me tumbé a su lado, rodeándola con mis brazos, protegiéndola del mundo exterior.

—Va a estar bien, Sofi —me susurró al oído, como si tratara de convencerme a mí, y tal vez, a ella misma.

Cerré los ojos, aferrándome a ese momento, a ella, deseando con todas mis fuerzas que sus palabras fueran ciertas.

Mientras Ale se quedaba dormida en mis brazos, me sentí un poco aliviada al verla descansar. Sin embargo, la inquietud seguía presente en mí. No podía dejar de pensar en los comentarios que había leído antes, en cómo la gente estaba destrozando la imagen de Ale sin piedad alguna.

Con cuidado, me deslicé fuera de la cama para no despertarla y, sin poder resistir la tentación, volví a tomar mi celular. Entré nuevamente a Twitter, con la esperanza de que las cosas hubieran mejorado un poco, pero lo que encontré solo empeoró mi estado de ánimo.

“¿Alguien más notó lo descuidada que está Ale? Antes se veía genial, ahora parece que ni se preocupa por su apariencia.”

“Seguro está con Sofía porque es lo único que puede conseguir. Nadie más la querría ahora.”

“No es de extrañar que sus hijas prefieran quedarse con Belén. ¿Quién querría estar con una madre que no se cuida ni a sí misma?”

“¿Y esas fotos con las hijas? Pobres niñas, crecer con alguien como ella debe ser una pesadilla.”

“Se nota que sus hijas están mejor con Belén. Ale no está en condiciones de cuidar ni de sí misma.”

Cada comentario era como una daga en mi corazón. No solo estaban atacando a Ale por su físico, sino que ahora se estaban metiendo con nuestras hijas. El dolor y la rabia se mezclaban en mi interior, pero sobre todo, me sentía impotente. ¿Cómo era posible que la gente pudiera ser tan cruel? ¿Qué derecho tenían de hablar así de una persona a la que ni siquiera conocían?

Ale no merecía esto, y nuestras hijas tampoco. Quería protegerlas de todo, de los comentarios maliciosos, de las miradas de juicio, de las palabras hirientes. Quería hacer algo, pero ¿qué podía hacer? Sentía que el mundo estaba en nuestra contra, que no importaba lo que hiciéramos, siempre habría alguien dispuesto a criticarnos.

Respiré hondo, intentando calmarme. Necesitaba pensar con claridad. Sabía que no podía dejar que estos comentarios nos afectaran, pero era más fácil decirlo que hacerlo. Quería estar fuerte por Ale, por nuestras hijas, pero en ese momento me sentía más vulnerable que nunca. Me acerqué nuevamente a la cama y me senté en el borde, observando a Ale mientras dormía. La admiraba tanto, su fortaleza, su talento, su corazón. Sabía que todo esto la estaba afectando, aunque no lo dijera en voz alta.

Me prometí a mí misma que no dejaría que estos comentarios nos destruyeran. Ale y yo habíamos superado muchas cosas juntas, y esta sería una más. Pero en ese momento, no pude evitar que una lágrima solitaria cayera por mi mejilla, sintiendo el peso de la situación sobre mis hombros.

Al día siguiente......

Desperté temprano, y al ver a Ale acurrucada bajo la manta, supe que el día iba a ser complicado. Decidí prepararle un buen desayuno para empezar la mañana con energía, esperando que eso la animara un poco. Mientras estaba en la cocina, mi celular sonó. Era Isabella.

—Hola, mamá —dijo Isabella con un tono de voz melancólico—. He estado pensando mucho en mami. La extraño.

Sentí un nudo en la garganta al escuchar la voz de mi hija, que claramente estaba afectada por la situación. Miré hacia el salón, donde Ale todavía dormía, y traté de calmarme.

—Hola, Isa —respondí—. Entiendo que la extrañes. Ella también te extraña mucho.

Isabella suspiró.

—¿Cómo está ella? ¿Ya se siente un poco mejor?

—No tanto —admití—. Está enferma y necesita descansar. Pero me alegra que hayas llamado. Ale necesita saber que la amas.

Ale, que estaba despertando, escuchó la conversación. Se giró hacia mí y me miró con esos ojos llenos de tristeza.

—¿Qué pasa, amor? —me preguntó con voz débil.

—Estaba hablando con Isabella —le respondí—. Ella te extraña mucho.

Ale esbozó una sonrisa débil y me tomó de la mano.

—¿Puedo verlas? —preguntó, su voz apenas un susurro—. Me encantaría tenerlas aquí.

Miré a Ale y luego al teléfono. Tenía una idea.

—Isabella —dije—, ¿podrías decirle a Belén que te traiga Así podrás ver a mami. Y si Belén quiere quedarse, sería genial también.

Isabella tardó unos momentos en responder, pero finalmente dijo:

—Está bien, mamá. Voy a decírselo a Belén. Estaré allí pronto.

Cerré la llamada y, con el corazón en un puño, marqué el número de Ángela.

—Hola, Ángela —dije cuando contestó—. Es mamá. Ale está un poco enferma, y ella realmente necesita ver a sus hijas. ¿Podrías venir a casa? Si puedes traer a May, sería genial.

Entonces cansada Ale volvió a la habitación.

Ángela respondió con preocupación en la voz:

—Claro, mamá. Estaremos allí en cuanto podamos.

Colgué y me dirigí a la habitación donde Ale aún estaba en la cama. Me senté a su lado, acariciándole el cabello.

—Belen va a traer a Isabella y Ángela está en camino—le dije—. Ellas estarán aquí pronto.

Ale me miró con ojos brillantes.

—¿En serio? Eso es lo mejor que podría pasar —dijo, tratando de levantarse un poco—. Estoy ansiosa por verlas.

La sonrisa de Ale, aunque débil, me llenó de esperanza. Mientras me preparaba para recibir a las visitas, me sentí aliviada al saber que, a pesar de las dificultades, Ale estaría rodeada de su familia y eso la ayudaría en su recuperación.

Cuando la puerta de abajo sonó, bajé rápidamente para abrirla, sintiendo una mezcla de ansiedad y esperanza. Al abrir la puerta, vi a Belén con una expresión preocupada pero decidida, sosteniendo la mano de Isabella, que parecía ansiosa por ver a su madre.

—Hola, Belén —dije, sonriendo mientras intentaba ocultar mi preocupación—. Gracias por venir tan rápido.

Belén me saludó amablemente, pero antes de que pudiera decir algo más, Isabella se lanzó hacia mí en un abrazo. La sentí aferrarse a mí con fuerza, y me dio un pequeño empujón hacia atrás, pero lo recibí con cariño.

—¡Mamá, te extrañé tanto! —dijo Isabella.

—Yo también te extrañé, Isa —le respondí, abrazándola de vuelta—. Vamos, pasen. Ale está en la habitación de arriba.

Con un gesto, invité a Belén a entrar. Ella se movió con cuidado, comprendiendo la tensión del momento, y me siguió mientras arrastraba a Isabella, que no dejaba de abrazarme.

—¿Cómo está Ale? —preguntó Belén, su rostro lleno de preocupación.

—Está descansando, pero su fiebre no ha bajado —le respondí—. Está en la habitación de arriba. Me alegra que hayas venido.

Nos dirigimos hacia las escaleras, y mientras subíamos, pude escuchar a Isabella murmurando palabras de ánimo para su madre. Al llegar a la puerta de la habitación, me detuve y le dije a Belén:

—Ella está en la cama. Te agradecería si pudieras ir primero, yo me quedaré con Isabella en la sala.

Belén asintió y, con una expresión de ternura en su rostro, abrió la puerta con suavidad. La vi entrar y cerrar la puerta detrás de ella. Me volví hacia Isabella, que estaba mirando con ojos expectantes.

—¿Quieres quedarte aquí un momento? —le pregunté, dándole una suave palmadita en el hombro.

Isabella asintió y se sentó en el sofá. Mientras tanto, me dirigí a la cocina para preparar algo de té para Belén y para mí. Sentía una mezcla de alivio y ansiedad, pero sabía que ver a Ale y a las niñas juntas era lo mejor que podía hacer para levantar el ánimo de Ale.

En la cocina, preparé el té y recogí algunas galletas, tratando de mantenerme ocupada mientras escuchaba el murmullo bajo de voces desde la habitación. A pesar del caos que habíamos vivido en los últimos días, el amor y el apoyo de la familia era lo que realmente importaba en ese momento.

Mientras Belén hablaba con Ale me quedé con Isabella en la sala. La pequeña se acomodó en el sofá, y empecé a prepararle un vaso de jugo mientras ella me contaba animadamente sobre su día en la escuela.

—Mamá, hoy en clase de arte hicimos unos dibujos muy bonitos —dijo Isabella, sus ojos brillando con entusiasmo—. Pinté una gran mariposa con colores muy vivos. ¿Te gustaría verlos?

—¡Claro que sí, Isa! —le respondí con una sonrisa—. Estoy segura de que lo hiciste genial.

Isabella sacó un cuaderno de su mochila y empezó a pasarme las hojas, mostrándome orgullosa los dibujos que había hecho. Mientras lo hacía, me di cuenta de cuánto le gustaba compartir sus logros y cómo buscaba mi aprobación.

—¿Sabes, Isa? —empecé, mirando su dibujo con interés—. Me encanta que te guste el arte. ¿Te gustaría hacer una exposición de tus trabajos algún día?

Isabella se detuvo un momento, pensativa.

—¿De verdad crees que podría? —preguntó, con un brillo de esperanza en sus ojos.

—Por supuesto —dije con firmeza—. Tienes mucho talento y siempre haces cosas increíbles. Sólo tienes que seguir practicando y trabajando duro.

Isabella sonrió y se animó aún más, comenzando a contarme más detalles sobre su día y sus planes para el futuro. Mientras hablaba, me esforzaba por mantener la conversación ligera y positiva, sabiendo que Ale necesitaba todo el apoyo posible en este momento.

—Y hoy, en clase de ciencias, aprendimos sobre los planetas —continuó Isabella—. Quiero ser astronauta cuando sea grande. ¿Crees que podré hacerlo?

—¡Por supuesto que sí! —respondí entusiasmada—. Si trabajas en ello y sigues persiguiendo tus sueños, no hay nada que no puedas lograr. Solo recuerda siempre esforzarte y nunca rendirte.

Isabella asintió, satisfecha con la respuesta, y seguió hablándome de sus amigos y de lo que estaban haciendo en la escuela. Mientras la escuchaba, no pude evitar sentir una oleada de amor y admiración por la forma en que ella enfrentaba los desafíos y seguía adelante, a pesar de las circunstancias difíciles que vivíamos.

La conversación con Isabella fue un alivio en medio de la preocupación constante por Ale, y me recordó la importancia de estar presentes para nuestras familias, especialmente cuando más nos necesitan.

Tomé la mano de Isabella con suavidad y la guié hacia la habitación de Ale. Cuando llegamos a la puerta, le hice una señal para que entrara conmigo. Isabella, con su pequeño cuerpo cargado de energía y preocupación, entró corriendo al ver a su mamá recostada en la cama.

—¡Mami! —exclamó Isabella con voz temblorosa—. ¡Te extrañé tanto! ¿Ya te sientes mejor?

Ale, al escuchar la voz de Isabella, abrió los ojos y una sonrisa cansada se dibujó en su rostro. Aunque su aspecto seguía siendo frágil, la presencia de su hija parecía darle un nuevo aliento.

—Isa, cariño —dijo Ale, extendiendo los brazos para recibir el abrazo de su hija—. Te extrañé también. Estoy un poco mejor ahora que te tengo aquí.

Isabella corrió hacia la cama y envolvió a su madre en un abrazo cálido y reconfortante. La vi abrazar a Ale con toda su fuerza, aferrándose a ella como si el amor que le daba pudiera hacer que se sintiera completamente bien de nuevo. Ale la rodeó con un brazo y la sostuvo cerca, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

—¿Cómo está mami? —preguntó Isabella, su voz llena de preocupación mientras acariciaba el cabello de Ale.

—Estoy mejor, Isa —respondió Ale, con voz suave—. Solo necesito descansar un poco más. Pero tenerte aquí me hace sentir mucho mejor.

Observé la escena con una mezcla de emociones, viendo cómo el amor entre madre e hija se manifestaba en ese abrazo tierno. Me acerqué a la cama y me senté al lado de Ale, acariciando su cabello para mostrarle que estaba allí para ella también.

—¿Sabes qué? —dije, tratando de mantener un tono alegre—. Tal vez si te recuperas pronto, podríamos hacer algo especial juntas, como una tarde de manualidades o una película en familia.

Isabella levantó la vista, sus ojos brillando con esperanza.

—¿De verdad? —preguntó, mirando a su mamá con expectación.

—Claro —respondí, sonriendo—. Pero primero, necesitamos que mami se sienta completamente bien. ¿Qué te parece si le prometemos que la ayudaremos a sentirse mejor?

Isabella asintió con decisión, y volvimos a abrazar a Ale, quien pareció relajarse un poco más con el cariño de su familia. Mientras estábamos allí.

Mientras Belén abrazaba a Ale con ternura y le prometía que pronto estaría bien, me dirigí a la puerta para despedirla. La vi salir, su expresión de preocupación mezclada con la determinación de cumplir con su trabajo.

—Cuídate mucho —le dije con sinceridad—. Y si necesitas algo, no dudes en llamarme.

Belén asintió con una sonrisa agradecida.

—Lo haré. Tú también cuida de Ale. Nos vemos más tarde.

Mientras Belén se alejaba, vi un auto estacionarse frente a la casa y de él bajó Ángela. Con un paso rápido y decidido, Ángela avanzó hacia la puerta. Mi corazón se llenó de una mezcla de alivio y emoción al ver a mi hija llegar.

Ángela me vio y, sin perder tiempo, se lanzó hacia mí. En un movimiento ágil y lleno de energía, me levantó en un fuerte abrazo. Su entrenamiento y el boxeo habían hecho maravillas; el poder en sus brazos era evidente y me sorprendió gratamente.

—¡Mamá! —exclamó Ángela con una sonrisa que iluminaba su rostro—. ¡Te extrañé tanto!

—Yo también te extrañé, cariño —respondí mientras me abrazaba a ella, sintiendo la fuerza y el amor en su abrazo.

Ángela me sostuvo en el aire por un momento antes de bajarme suavemente. Me miró con ojos llenos de preocupación y cariño.

—¿Cómo está mami? —preguntó, su voz llena de ansiedad.

—Está descansando —le expliqué mientras la guiaba hacia la habitación de Ale—. Ha tenido fiebre y se siente débil, pero con el tiempo y el descanso, estoy segura de que mejorará.

Ángela asintió con comprensión y me acompañó hacia la habitación. En cuanto entramos, se acercó a la cama donde Ale estaba recostada. La expresión de Ángela cambió a una de profunda preocupación al ver a su madre en ese estado.

—Mami —dijo Ángela, acercándose con ternura—. ¿Cómo te sientes?

Ale levantó la vista, sus ojos cansados pero llenos de amor al ver a Ángela.

—Me siento mejor ahora que te veo —respondió Ale, extendiendo una mano hacia ella—. He estado descansando mucho, pero tu visita me hace sentir mucho más fuerte.

Ángela tomó la mano de su madre y la sostuvo con delicadeza, mientras la miraba con afecto.

—¿Puedo hacer algo para ayudarte? —preguntó Ángela, su voz llena de preocupación sincera.

—Solo quédate conmigo un rato —dijo Ale con una sonrisa débil—. Tu compañía es lo mejor que puedo tener ahora mismo.

Ángela se sentó en la silla al lado de la cama y tomó la mano de Ale en ambas de las suyas. Yo observé la escena con una mezcla de alivio y amor. La presencia de Ángela parecía darle a Ale un nuevo impulso de energía.

—¿Cómo va el entrenamiento? —pregunté, tratando de cambiar un poco el enfoque para levantar el ánimo.

Ángela sonrió, claramente orgullosa de sus avances.

—Va muy bien —dijo y hora le hablaba a Ale —. He estado trabajando duro y, como ves, ya puedo cargar a mamá sin problema. El boxeo me está ayudando mucho.

Me reí suavemente, sintiendo una oleada de gratitud por el progreso de Ángela.

—Estoy feliz de escuchar eso. Y estoy segura de que tu apoyo ayudará a tu madre a sentirse mucho mejor.

Ángela asintió, y continuó conversando con Ale sobre el entrenamiento y las cosas que había estado haciendo. La atmósfera en la habitación se volvió más ligera, y las preocupaciones parecían disiparse un poco con el amor y el apoyo de la familia reunida.

A medida que pasaba el tiempo, me sentí reconfortada al ver cómo el cariño de Ángela ayudaba a Ale. Me senté a un lado, observando con gratitud cómo el amor de nuestra familia se entrelazaba en ese momento, brindando fortaleza y consuelo a quienes más lo necesitaban.

Mientras estábamos en la habitación, Ale levantó la vista con curiosidad y preguntó:

—¿Cómo está May? No la he visto en un tiempo.

Ángela sonrió con un toque de tristeza en sus ojos y respondió:

—Tuvo que quedarse en casa por unas reuniones importantes. Pero te manda saludos, y también a mamá o en sus palabras a las "suegras"

Ale soltó una risa suave, pero se notaba que estaba algo cansada.

—No me gusta que me digan suegra. Mis hijas todavía son jóvenes para tener pareja —dijo, intentando aligerar el ambiente con su humor.

Ángela se rió y respondió:

—Pero mamá, ya tengo 19 años. Creo que ya es hora de que aceptes que tengo una pareja.

Ale arqueó una ceja, con una expresión juguetona, y añadió:

—Sí, bueno, tal vez tienes razón. Pero todavía me cuesta adaptarme a la idea.

Isabella, que había estado observando la conversación con interés, intervino con una sonrisa traviesa.

—Y no olvides que yo solo tengo 11 años. Por ahora, no tengo ni idea de lo que es tener una pareja.

Ale se rió nuevamente, su humor y amor por sus hijas evidente en su expresión.

—¡No mientas! - dijo ríendo - vos estás con Alexa.

Ángela y yo nos unimos a la risa, disfrutando del momento de ligereza y amor familiar. La presencia de Ángela y Isabella, con su cariño y apoyo, parecía traer un respiro de calma en medio de la tormenta de los últimos días.

Pov narrador.

Riendo, Sofía dijo que prepararía la comida. Ángela se ofreció a ayudarla, así que ambas bajaron a la cocina. Mientras picaban los ingredientes, Ángela le preguntó a su mamá cómo estaba con lo de las drogas.

Sofía suspiró, luego de un momento de silencio, comenzó a hablar. "Bueno, llevo casi dos semanas limpia. Es un proceso lento y difícil, pero estoy haciendo lo mejor que puedo."

Ángela, con una expresión de preocupación en el rostro, le dijo: "Me alegra que estés mejorando. Es importante que te cuides."

Sofía asintió. "Sí, estoy tratando. A veces es difícil, pero saber que tengo el apoyo de todos ustedes me da fuerzas."

Ángela sonrió, intentando aligerar el ambiente. "¡Eso es lo que necesitamos! Y mientras tanto, a disfrutar de la comida que vamos a preparar."

Mientras continuaban cocinando, la conversación se volvió más ligera, con Ángela contándole a Sofía historias divertidas de su entrenamiento de boxeo y el progreso que había logrado. La cocina se llenó de risas y la sensación de apoyo mutuo entre madre e hija.

Mientras Sofía y Ángela estaban en la cocina, el ambiente era ligero y lleno de risas. Sin embargo, la tranquilidad fue interrumpida por una noticia alarmante. Un periodista había comenzado a difundir rumores falsos y dañinos sobre la relación de Sofía y Alejandra.

En la cocina, mientras Sofía estaba ocupada picando verduras, Ángela recibió una notificación en su teléfono móvil. Frunció el ceño al leer el mensaje y le mostró a su madre la pantalla.

“Mamá, mira esto,” dijo Ángela, su voz cargada de preocupación.

Sofía se acercó para ver la pantalla. La publicación del periodista decía: “Rumores indican que Alejandra Villarreal, conocida bajista de la banda 'The Warning', estaría engañando a Sofía Reyes con alguien más. Además, se han visto señales de una relación tensa entre ellos.”

Sofía leyó el mensaje con calma, pero su expresión se tornó seria. “Es solo un rumor. No vale la pena darle demasiada importancia,” comentó con determinación.

Ángela miró a su madre con preocupación. “Pero mamá, estos rumores pueden dañarla. ¿No deberíamos hacer algo al respecto?”

Sofía trató de mantener la calma. “Sé que es difícil, pero si les damos importancia, solo alimentamos el problema. Lo mejor que podemos hacer es no permitir que esto nos afecte. Tenemos que concentrarnos en nosotros mismos y disfrutar el tiempo juntos.”

Ángela asintió, aunque aún preocupada. “Entiendo, mamá. Pero me duele ver que alguien está tratando de arruinar lo que tenemos.”

Sofía abrazó a su hija, tratando de transmitirle calma. “Lo sé, cariño. Pero recuerda, los rumores no definen la realidad. Lo que importa es cómo vivimos nuestra vida y cómo nos apoyamos mutuamente.”

Mientras continuaban con la preparación de la comida, Sofía se esforzaba por mantener el ambiente positivo y ligero. La conversación entre madre e hija giró en torno a anécdotas divertidas y planes futuros. Aunque los rumores seguían circulando en las redes sociales, Sofía y Ángela decidieron no dejarse afectar por ellos y aprovechar el tiempo juntas en la cocina.

Más tarde, mientras servían la comida, Sofía sonrió a su hija. “Gracias por estar aquí conmigo y ayudarme a mantener la perspectiva.”

Ángela sonrió de vuelta, aliviada de ver a su madre tan fuerte. “Siempre estaré aquí para ti, mamá.”

Después de un rato, la comida estuvo lista. Sofía y Ángela se aseguraron de que todo estuviera bien presentado y listo para servir. Con una sonrisa, Sofía llamó a Isabella y a Ale para que bajaran.

“¡Chicas, la comida está lista!” Sofía gritó desde la cocina, con entusiasmo.

Isabella, que estaba jugando con algunos juguetes en la sala, se levantó rápidamente y corrió hacia la cocina. Ale, aún recuperándose, bajó lentamente, pero con una expresión de alivio y alegría al ver la mesa preparada.

“Esto huele delicioso,” dijo Ale mientras se acercaba a la mesa.

“Espero que les guste,” respondió Sofía mientras ponía los últimos platos sobre la mesa. “Ángela y yo lo preparamos con mucho cariño.”

Isabella se sentó rápidamente en su lugar, emocionada. “¡No puedo esperar para probarlo!”

Ángela, que estaba sentada en su sitio, miró a su familia con una sonrisa de satisfacción. “Es bueno estar todas juntas así, ¿verdad?”

Sofía asintió, sintiendo un calor en el pecho. “Sí, es perfecto. A veces, lo que realmente importa es disfrutar de los pequeños momentos.”

Ale, que estaba sentada en el extremo de la mesa, miró a Sofía con ternura. “Gracias por hacer esto. Significa mucho para mí.”

Mientras comenzaban a servir la comida, la conversación fluyó naturalmente. Isabella hablaba entusiasmada sobre su día en la escuela, Ángela contaba historias divertidas sobre su entrenamiento de boxeo, y Sofía y Ale compartían miradas de complicidad y gratitud.

La atmósfera en la mesa estaba llena de calidez y amor. A pesar de los desafíos recientes y las dificultades que enfrentaban, ese momento era un recordatorio de la fortaleza de su vínculo como familia. Reían, compartían historias y disfrutaban de la comida, sintiéndose más unidas que nunca.

A medida que avanzaba la comida, Sofía sintió una profunda sensación de satisfacción. Ver a su familia reunida y feliz, a pesar de las adversidades, le daba fuerzas para enfrentar cualquier obstáculo que pudiera surgir. En esos momentos, lo que realmente importaba era la conexión y el amor que compartían.

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Acá reproduzcan la canción: baila morena.
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De repente, mientras la familia disfrutaba de la comida, el silencio se rompió cuando la casa se llenó con los primeros acordes de una canción bien conocida. Era "Baila Morena" de Héctor & Tito, un clásico del reggaetón que siempre lograba levantar el ánimo. Ángela fue la primera en reaccionar, levantándose de la mesa con una sonrisa traviesa.

"¡No puedo creerlo!" exclamó, empezando a mover las caderas al ritmo de la música. “¡Esta canción es una joya!”

Sofía la siguió rápidamente, riendo mientras se levantaba también. “No puedo quedarme sentada con esta canción sonando,” dijo, dejando su servilleta en la mesa antes de unirse a Ángela. Ambas comenzaron a moverse con el ritmo, sus cuerpos balanceándose al compás de la música.

Isabella las observaba con los ojos muy abiertos, entre asombrada y divertida por ver a su madre y a su hermana tan desinhibidas. Alejandra, por su parte, se apoyó en su silla, disfrutando del espectáculo, aunque sin poder evitar sonreír ante la energía de las dos.

Ángela y Sofía comenzaron a cantar, compartiéndose las líneas de la canción como si hubieran ensayado previamente.

"Ya tu mirada con la mía están saciándoce, tu piel rozando con mi piel y sofocándose," cantó Ángela, señalando dramáticamente a su madre.

Sofía siguió rápidamente, acercándose a Alejandra con una mirada juguetona. "Y en la noche me imagino devorándote, atrapándote, provocándote."

Alejandra se rió, poniéndose un poco colorada mientras Sofía se inclinaba hacia ella, cantando las palabras con un tono deliberadamente sexy.

Ángela continuó, señalando hacia su hermana con un guiño. "Y tu mirada con la mía están saciándoce," cantó, antes de girarse dramáticamente para que su madre tomara la siguiente línea.

Sofía, sin perder el ritmo, siguió cantando mientras se acercaba aún más a Alejandra. "Tu piel rozando con mi piel y sofocándose," murmuró, su voz suave pero cargada de intención, lo que hizo que Alejandra se cubriera la cara con la mano, riendo sin poder evitarlo.

Isabella, mientras tanto, observaba todo esto con una mezcla de confusión y diversión. "¿Esto pasa siempre?" preguntó, mirando a su madre, que ahora estaba siendo serenateada por Sofía.

“Sólo cuando mamá y Ángela están juntas,” respondió Alejandra, entre risas.

Finalmente, las dos entonaron juntas el estribillo, moviéndose al ritmo de la música y levantando las manos al aire. "Baila morena, baila morena, perreo pa' los nenes, perreo pa' las nenas," cantaron con entusiasmo. Ángela giró alrededor de la mesa, mientras Sofía se inclinaba hacia Alejandra para cantarle de cerca, asegurándose de que cada palabra estuviera cargada de una coquetería evidente.

Cuando llegó la parte de “Dale moreno que nos fuimos a fuegote,” Ángela levantó las manos como si estuviera en una discoteca, y Sofía se inclinó aún más cerca de Alejandra, cantándole directamente al oído. Alejandra, incapaz de contener su risa, finalmente se rindió y levantó las manos en un gesto de "me rindo."

“¡Están locas!” dijo Alejandra, riendo, mientras Ángela y Sofía continuaban cantando con toda su energía. “¡Pero locas de amor!” añadió, mientras Sofía le daba un beso rápido en la mejilla antes de seguir bailando.

Finalmente, la canción terminó, y Sofía y Ángela se dejaron caer en las sillas, ambas respirando agitadamente pero con enormes sonrisas en sus rostros. Isabella aplaudió emocionada, mientras Alejandra se secaba las lágrimas de risa.

“Bueno, eso fue inesperado,” dijo Ángela, aún recuperando el aliento.

Sofía, riendo, agregó: “Pero totalmente necesario.”

“¡Lo hicieron muy bien!” exclamó Isabella, aún aplaudiendo.

Alejandra sonrió, mirando a su familia. “Con ustedes dos, nunca hay un momento aburrido, ¿verdad?” preguntó, su voz llena de cariño.

Sofía y Ángela se miraron, compartiendo una sonrisa cómplice antes de volver a concentrarse en la comida, satisfechas de haber traído un poco de alegría inesperada a la mesa.

Después de disfrutar de la comida y las risas que trajo la improvisada sesión de baile, la familia decidió relajarse un poco en la sala. Sin embargo, Alejandra, que parecía estar mejorando, sugirió que hicieran algo divertido.

"¿Qué tal si bailamos un poco más?" propuso Ale, con una sonrisa que sugería que tenía algo específico en mente.

Sofía la miró con curiosidad. "¿Qué estás tramando?" preguntó, aunque ya podía ver en los ojos de Alejandra que algo divertido se avecinaba.

Ángela, siempre dispuesta a seguir la corriente, se unió a la conversación. "Estoy dentro, mamá. ¿Qué tienes en mente?"

Alejandra se incorporó un poco más en su asiento. "¿Recuerdan la escena de la batalla de baile de 'Y dónde están las rubias'?" preguntó, una chispa de travesura brillando en sus ojos.

Sofía se llevó una mano a la boca, riendo al recordar la icónica escena. "¡Claro que sí!" exclamó. "Esa es una de las mejores escenas de la película."

"Perfecto," dijo Ale, levantándose lentamente. "Entonces, ¿por qué no la recreamos?"

Ángela soltó una carcajada. "¿En serio, mamá? ¿Vamos a hacer eso?" Pero sus ojos ya estaban llenos de entusiasmo. No podía esperar para ver cómo se desarrollaba.

Sofía se levantó también, sintiendo que las energías del grupo volvían a subir. "¡Vamos a hacerlo! Será épico."

Encendieron la televisión y buscaron la escena en cuestión, dejando que los diálogos y la música llenaran la sala mientras se preparaban para actuar. Isabella, que nunca había visto la película, observaba con curiosidad, intrigada por lo que estaba por venir.

Sofía y Ángela se colocaron frente a Alejandra, quien decidió dirigir la escena y les dio instrucciones mientras se metía en el papel.

“¡Tú eres las rubias, mamá!” dijo Ángela, señalando a Sofía con una sonrisa burlona. “Yo seré las hermanas Vandergeld.”

Sofía asintió, ajustándose imaginariamente un collar de perlas, como si ya estuviera en personaje. “¡Muy bien, prepárate para perder!”

Alejandra, con el control en mano, dio la señal para que la música comenzara. La famosa pista de "It’s Tricky" de Run-D.M.C. comenzó a sonar, y Sofía y Ángela rápidamente se metieron en sus roles, moviéndose al ritmo de la música con exagerados gestos de superioridad, imitando a las protagonistas de la película.

“¡Vamos, chicas!” gritó Alejandra, animando a ambas mientras ellas seguían la coreografía casi a la perfección.

Sofía imitaba los movimientos de Tiffany, alzando las manos y lanzando miradas desafiantes, mientras Ángela, en su papel de las hermanas Vandergeld, imitaba cada paso con igual intensidad.

La sala se llenó de risas cuando ambas empezaron a intercambiar diálogos icónicos.

“¡Qué vergüenza! Ustedes no saben bailar,” dijo Sofía con una voz afectada, al estilo Tiffany.

“¡Por favor! Nosotras las vamos a destruir,” respondió Ángela, lanzando una mirada de desafío mientras giraba con precisión.

El duelo continuó, cada una tomando turnos para "ganar" la batalla, siguiendo el ritmo cambiante de la escena. Cuando llegó el momento de la canción "Crazy In Love" de Beyoncé, Sofía se lanzó al suelo para imitar el split de Tiffany, mientras Ángela trataba de igualarlo con su propio movimiento exagerado.

Isabella observaba con asombro, apenas pudiendo contener su risa al ver a su madre y a su hermana completamente entregadas a la actuación.

Finalmente, la batalla culminó con la escena donde las hermanas Vandergeld lanzan su último golpe de baile, y Ángela, sintiéndose triunfante, dio una vuelta dramática antes de caer al suelo, agotada pero satisfecha.

Sofía, fingiendo derrota, se dejó caer en el sofá, jadeando exageradamente. "¡Esto es imposible!" dijo, citando la última línea de Tiffany, antes de romper a reír junto a las demás.

Alejandra aplaudió, todavía riéndose. "¡Eso fue increíble! No puedo creer lo bien que lo hicieron."

Ángela, aún recuperando el aliento, asintió con una sonrisa de satisfacción. "Lo hicimos, mamá. ¡Somos las reinas del baile!"

Isabella, que había disfrutado cada segundo, corrió hacia ellas y se unió al grupo, abrazándolas. “¡Son las mejores! ¡Quiero aprender a hacer eso también!”

“Cuando tengas unos años más,” dijo Sofía, con una sonrisa, abrazando a su hija pequeña.

Finalmente, las cuatro se dejaron caer en los sofás, todavía riendo mientras la música terminaba y la sala volvía al silencio, pero con una energía vibrante que llenaba el espacio. Habían convertido una tarde normal en un recuerdo inolvidable, demostrando que, incluso en los momentos más difíciles, siempre podían encontrar la manera de disfrutar juntas y mantener vivo el espíritu de familia.

Isabella, aún riendo por la actuación, sacó su teléfono y lo levantó en el aire, llamando la atención de todas. "¡Lo grabé todo!" anunció con una sonrisa traviesa.

Sofía y Ángela se detuvieron, mirándola con sorpresa. "¿De verdad lo grabaste?" preguntó Sofía, tratando de no reírse de lo ridículo que debía haberse visto.

"Sí, y ya se lo mandé a May," dijo Isabella, su tono cargado de picardía. "¡Se está riendo un montón!"

Ángela soltó una carcajada al imaginar la reacción de su novia al verlas imitando la famosa escena de la película. "¡No puedo creerlo! May debe estar muriéndose de risa," dijo, llevándose una mano a la frente.

Sofía se unió a la risa, imaginando lo que May estaría pensando al ver a su novia y a su suegra en plena batalla de baile. "Bueno, al menos hicimos reír a alguien más," comentó con una sonrisa.

"Lo mejor es que ahora May tiene algo para burlarse de nosotras durante un buen rato," agregó Ángela, aún riendo. "¡Pero estuvo divertido!"

Isabella, orgullosa de su travesura, guardó su teléfono y se acercó a ellas. "¡Fue genial! Seguro que May se lo pasa mostrando el video."

Las tres se miraron con complicidad, sabiendo que, aunque el video pudiera ser motivo de bromas, también era un recordatorio de lo bien que lo habían pasado juntas, y de cómo, a pesar de las dificultades, siempre lograban encontrar la manera de mantenerse unidas y disfrutar del momento.

Sofía, todavía riendo, se acercó a Ángela y la abrazó con fuerza, sintiendo el calor y la familiaridad de su hija mayor. Ángela le devolvió el abrazo con la misma intensidad, ambas disfrutando del momento de conexión.

Sin embargo, Isabella, que observaba la escena desde el otro lado de la habitación, frunció el ceño ligeramente, sintiendo una punzada de celos. Rápidamente, se levantó del sofá y se dirigió hacia Ale, lanzándose a sus brazos. "Mami, ¡yo quiero un abrazo también!" dijo, acurrucándose contra Alejandra.

Ale, siempre dispuesta a consentir a su hija menor, la abrazó con una sonrisa, besando su frente. "Aquí tienes, mi pequeña Isa," dijo con cariño.

Isabella, con una chispa traviesa en los ojos, miró a Sofía y Ángela. "¡Oye, mami! ¿Qué tal si nos enfrentamos en una batalla de rap? ¡Mamá y Ángela contra nosotras!"

Alejandra soltó una risa sorprendida. "¿Una batalla de rap? Está bien, pero que quede claro que no seremos fáciles de vencer."

Isabella asintió, emocionada, y se alejó un poco para prepararse. Ángela levantó una ceja, mirando a Sofía con una sonrisa. "¿Estás lista, mamá? Parece que nos están desafiando."

Sofía, dispuesta a seguir con la diversión, se preparó. "Por supuesto, pero no te confíes, que Ale y Isa son un dúo poderoso."

Las dos parejas se enfrentaron, con Ale y Isabella comenzando con un ritmo improvisado que llenó la sala. Alejandra comenzó su rap, lanzando rimas ingeniosas sobre la vida en familia, sus habilidades de mamá y cómo nadie podía vencerla en una batalla de palabras. Isabella la siguió, con rimas rápidas sobre ser la más pequeña pero la más astuta, logrando sacar carcajadas de todos.

Sofía y Ángela respondieron con un rap que hablaba de ser las más cool, de cómo el boxeo había hecho a Ángela fuerte y cómo Sofía había superado todas las adversidades. Las palabras volaron, mezcladas con risas, gestos dramáticos y pasos de baile improvisados.

Finalmente, después de varias rondas, Isabella se acercó a Alejandra y ambas hicieron un cierre espectacular, rematando con rimas perfectas que dejaron a Sofía y Ángela sin palabras. La sala estalló en risas y aplausos cuando Isabella y Alejandra se abrazaron, celebrando su victoria.

"Está bien, lo admito, ustedes ganaron," dijo Sofía con una sonrisa, levantando las manos en señal de rendición.

"¡Es porque somos un equipo invencible!" exclamó Isabella, abrazando a Ale con orgullo.

Ángela rió, inclinándose hacia Sofía. "Creo que tenemos que practicar más para la próxima."

Sofía asintió, devolviendo la risa. "Definitivamente. Pero al menos lo intentamos, ¿no?"

Alejandra sonrió, mirando a su familia con ternura. "Eso es lo que importa, que lo intentamos y lo pasamos bien juntas."

Y así, entre risas y abrazos, la familia celebró su pequeña competencia, sabiendo que, independientemente de quién ganara, el verdadero premio era estar juntas, creando recuerdos llenos de amor y diversión.

La noche había caído, y la casa estaba sumida en una calma apacible. En el salón, Ale y las niñas, Isabella y Ángela, se habían quedado dormidas en el sillón, abrazadas. La escena era tierna, una imagen perfecta de paz familiar, pero dentro de Sofía, la tormenta seguía rugiendo.

Incapaz de soportar la inquietud que sentía, Sofía se levantó con cuidado, asegurándose de no despertar a su familia. Se deslizó hacia el perchero y tomó una chaqueta, abrochándosela mientras salía en silencio de la casa. La brisa nocturna la golpeó, clara y fresca, pero no logró apaciguar el nerviosismo que la dominaba.

Comenzó a caminar, sin un rumbo fijo en mente, hasta que sus pies la llevaron casi automáticamente al bar de Hugo. Un lugar que, en su peor momento, había sido su refugio oscuro. Cuando llegó, el letrero parpadeante del bar la saludó con una luz tenue y desvaída, como una sombra del pasado que no quería dejarla ir.

Hugo, el dueño del bar, la vio entrar. Él ya sabía por qué estaba allí. Se dirigió hacia ella con una expresión tranquila, casi condescendiente. Sin decir una palabra, extendió su mano, en la que sostenía un pequeño paquete envuelto en plástico. Sofía lo miró, la tentación luchando dentro de ella, pero había algo más fuerte esta vez: la determinación.

Con un movimiento rápido, Sofía le arrebató el paquete a Hugo. Él sonrió, seguro de que ella caería en la trampa una vez más. Sin embargo, la expresión de Sofía cambió; sus ojos, antes llenos de desesperación, ahora brillaban con furia. Sin pensarlo dos veces, lanzó el paquete contra el rostro de Hugo, haciéndolo retroceder por la sorpresa.

"No quiero esta mierda en mi vida," dijo Sofía, con la voz firme y clara. "Y no quiero que vuelvas a buscarme. Se acabó."

Hugo, aún en shock por la reacción de Sofía, intentó recomponerse. "Vamos, Sofía... Sabes que lo necesitas. No puedes simplemente dejarlo así. ¿Qué vas a hacer sin esto?"

Sofía sintió una oleada de rabia. Había escuchado esas palabras tantas veces antes, se había convencido de ellas en su peor momento, pero ya no. Sin dudarlo, le dio un fuerte empujón a Hugo, que lo hizo tambalearse hacia atrás. "¡No necesito nada de ti, Hugo! ¡Ni de esto!" gritó, señalando el paquete que ahora yacía en el suelo, esparciendo un polvo blanco.

Hugo intentó acercarse de nuevo, pero Sofía no se dejó intimidar. Con un movimiento rápido, su mano se cerró en un puño y lo golpeó en la mandíbula, haciéndolo retroceder aún más, esta vez con dolor y sorpresa genuina en los ojos.

"¡Vete al infierno, Hugo!" espetó Sofía, dándose la vuelta y saliendo del bar con pasos decididos.

Mientras caminaba de regreso a casa, su corazón latía con fuerza, pero ya no era por la ansiedad o el miedo, sino por la liberación. Sofía sabía que había tomado una decisión crucial. Había enfrentado uno de sus demonios más grandes y lo había vencido.

El camino hacia su recuperación no sería fácil, lo sabía, pero estaba lista para afrontarlo. Con cada paso que la acercaba a su hogar, sentía que se alejaba más y más de la oscuridad que había marcado su vida durante tanto tiempo.

Pero nececitaba algo ya y no podía aguantar.

Pov Alejandra.

Desperté en el sillón, con el calor de mis hijas a mi lado. Podría haberme quedado allí, acurrucada entre sus pequeños cuerpos, pero algo me inquietaba. Sentí que el lugar donde debería estar Sofía estaba vacío. Me incorporé lentamente, intentando no despertarlas, pero el movimiento hizo que Isabella y Ángela se removieran y abrieran los ojos, mirando a su alrededor con la confusión del sueño interrumpido.

Mi corazón empezó a latir con fuerza cuando me di cuenta de que la chaqueta de Sofía no estaba en su sitio, y tampoco las llaves. Una sensación de miedo me invadió de repente, paralizándome por un instante. "¿Dónde está Sofía?" pensé, con el miedo deslizándose por mi mente, planteándome lo peor: ¿Y si había tenido una recaída? ¿Y si había vuelto a las drogas? Intenté llamarla, pero mi teléfono solo devolvía un silencio inquietante, sin respuesta.

El pánico se apoderó de mí por un segundo, imaginando escenarios horribles. Quise correr hacia la puerta, salir a buscarla, pero antes de que pudiera moverme, escuché el sonido familiar de la puerta abriéndose. Mi corazón dio un vuelco cuando vi a Sofía entrar.

Estaba mojada, su cabello y ropa empapados por la lluvia que caía afuera. Su rostro estaba sombrío, triste, y mis peores miedos se intensificaron al verla así. "Sofía..." murmuré, intentando controlar el temblor en mi voz. "¿Está todo bien?"

Sofía se quedó quieta por un momento, y el aire entre nosotras se volvió tenso. Por un instante, mi miedo creció, pero luego, vi algo en sus ojos, un destello de lo que había sido nuestra complicidad. Tartamudeó, su expresión seria se quebró por un segundo, antes de romper en una sonrisa que llenó de luz la habitación. "¿Quién quiere helado?" gritó, sacando de su mochila unas bolsas con potes de helado.

Isabella y Ángela, que aún estaban adormiladas, saltaron del sillón con una alegría desbordante. "¡Yo, yo quiero!" gritó Isabella, corriendo hacia la cocina a buscar cucharas, seguida de cerca por Ángela.

Mientras las niñas celebraban, Sofía se acercó a mí, con su sonrisa aún en su rostro, pero con una intensidad en sus ojos que me hizo saber que las cosas no habían sido tan simples. Me tomó por la cintura y me besó suavemente, un gesto lleno de promesas y una firmeza que reconocí de los momentos en los que había decidido cambiar.

"No te preocupes, Ale," susurró contra mis labios, su voz suave pero segura. "No voy a volver a caer. Ya no."

Sentí que el alivio me invadía, las palabras de Sofía disipando mis miedos más oscuros. La miré, queriendo creer cada palabra que me decía, y en sus ojos encontré la determinación que tanto necesitábamos. "Confío en ti," le respondí, con una sonrisa que intentaba tranquilizarla también.

Juntas, nos dirigimos a la cocina, donde Ángela y Isabella ya estaban repartiendo el helado, hablando emocionadas sobre qué sabor querían probar primero. La tormenta había pasado, tanto afuera como dentro de nosotras, y en ese momento, rodeadas por nuestra familia, sentí que, tal vez, podríamos con todo lo que viniera.

Al día siguiente, los primeros rayos de sol se filtraban suavemente a través de las cortinas cuando desperté. Lo primero que vi al abrir los ojos fueron las caritas de mis hijas, todavía profundamente dormidas en los colchones que habíamos puesto en el suelo para la pijamada. La escena era tan tierna que no pude evitar sonreír, recordando cómo habían insistido en que nos quedáramos todas juntas en la sala la noche anterior.

Con cuidado, me levanté del sillón y caminé despacio hacia ellas. Aún sintiéndome un poco adormilada, me agaché y con suavidad empecé a despertarlas, riendo suavemente al ver cómo Isabella se aferraba a su manta mientras Ángela se revolvía entre las sábanas. "Despierten, dormilonas," les susurré, pasando una mano por sus cabellos despeinados.

Ambas soltaron pequeños quejidos mientras empezaban a despertar, sus ojos parpadeando contra la luz del día. "Mami, es demasiado temprano," murmuró Ángela, estirándose perezosamente antes de abrir los ojos completamente. Isabella se acurrucó más en su colchón, intentando retrasar el inevitable momento de levantarse.

Yo me sentía mucho mejor, mi cuerpo ya no tenía esa pesadez que me había mantenido en cama el día anterior. Estaba lista para empezar el día con energía. Sin embargo, justo cuando iba a proponer que hiciéramos un desayuno especial, un estornudo sonó desde la entrada de la sala, haciéndonos a todas girar la cabeza.

Allí, envuelta en una manta hasta el cuello, estaba Sofía. Su cabello estaba enmarañado y su nariz roja como un tomate. Temblaba ligeramente mientras intentaba cubrirse más con la manta, y otro estornudo resonó en la habitación. "Buenos días," murmuró con voz nasal, claramente afectada por un resfriado.

Mis hijas soltaron una carcajada al verla así, y yo no pude evitar reírme también. "Parece que alguien se contagió," dije, acercándome a Sofía con una sonrisa burlona.

Sofía frunció el ceño, claramente no disfrutando de estar enferma. "No es justo," se quejó, su voz un poco ronca. "Yo te cuido cuando tú estás enferma... Ahora me toca a mí."

Isabella y Ángela se levantaron rápidamente, animadas por la idea de cuidar a su mamá. "¡Ahora te toca a ti descansar, mamá!" dijo Isabella, acercándose a ella y envolviéndola más con la manta. Ángela ya estaba buscando otra manta para arroparla mejor y asegurarse de que estuviera cómoda.

Mientras mis hijas se encargaban de Sofía, la ayudé a sentarse en el sillón y me aseguré de que estuviera bien arropada. Ella me miró con esos ojos brillantes por la fiebre, y a pesar de lo mal que se veía, pude ver una chispa de gratitud en su mirada. "Ale," dijo, su voz suave pero cargada de afecto, "¿por qué siempre insistes en cuidarme cuando me enfermo?"

Me acerqué a ella, inclinándome para estar a su altura, y con toda la ternura que sentía por ella, le acaricié la mejilla. "Porque te amo," le respondí, sin dudarlo ni un segundo. Esas palabras eran la verdad más simple y profunda que podía ofrecerle.

Sofía me sonrió, un gesto débil pero lleno de calidez, antes de que otro estornudo la sacudiera. "Bueno," dijo entre risas, "entonces creo que voy a aprovechar que me amas para pedir que me consientas mucho hoy."

"Eso ni se pregunta," le respondí, dándole un suave beso en los labios, a lo que Ángela e Isabella aplaudieron mientras bromeaban sobre lo cursi que nos poníamos.

Nos reímos todos juntos, y aunque Sofía estaba ahora enferma, el ambiente en casa estaba lleno de amor y calidez. Sabía que, juntas, podíamos superar cualquier cosa, incluso un simple resfriado.

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Holaaaaa.

Díganme la verdad, los asusté con lo de Sofía.

Bueno, fue un lindo capitulo.

Nos vemos pronto.

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