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noticias muy inesperadas.

Hola, si vienen del cap anterior no me odien, en realidad ese era el final Pero decidí cambiarlo.

Este cap no es el más feliz Pero todo no es malo.

Pongan música triste para leer.

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Pov Sofía.

Desperté al lado de Ale, sintiendo su abrazo fuerte y reconfortante. El calor de su cuerpo contra el mío era una sensación de seguridad que me envolvía. Nos quedamos así un buen rato, disfrutando del silencio y del simple placer de estar juntas.

Mientras acariciaba suavemente su espalda y le daba pequeños besos en la mejilla y en los labios, nuestra conversación comenzó a fluir. Hablamos sobre cómo nos sentíamos, sobre los momentos felices que habíamos compartido y sobre nuestros planes futuros.

Después de un tiempo, me sentí inspirada a tocar un tema que había estado rondando en mi mente. Miré a Ale con ternura, intentando encontrar las palabras adecuadas para expresar mis pensamientos.

"Ale," comencé, con una voz suave pero firme, "hay algo de lo que quiero hablar contigo. No quiero que esto suene como una propuesta, sino más bien como una pregunta sobre nuestro futuro."

Ale me miró con curiosidad, alzando una ceja. "¿Qué pasa?" preguntó, ajustando su posición para prestarme toda su atención.

Me tomé un momento para formular mis pensamientos antes de hablar. "He estado pensando mucho en nosotros y en lo que significa estar juntas. No quiero apresurarme ni presionarte, pero me pregunto si alguna vez te has planteado la idea de volver a casarte. No estoy hablando de una propuesta ahora, solo quiero saber si eso es algo que te gustaría considerar en el futuro."

Ale se quedó en silencio por un momento, procesando mis palabras. Su expresión era seria pero llena de interés. "Sofía, nunca había pensado en eso de manera concreta," respondió con calma. "Pero me haces reflexionar. En nuestra vida juntos hemos pasado por muchas cosas, y nunca pensé en cómo eso podría encajar con algo como el matrimonio otra vez."

Asentí, sintiendo una mezcla de nerviosismo y esperanza. "Solo quería saber tu opinión. Creo que es importante que ambos estemos en la misma página sobre estos temas, especialmente cuando se trata de nuestro futuro."

Ale me miró con afecto y comprensión. "Entiendo lo que dices. Aunque no es algo que había considerado seriamente antes, me parece que podría ser una conversación valiosa para tener. Me gustaría hablar más sobre esto contigo, explorar lo que significa para nosotros y ver cómo nos sentimos al respecto."

Sentí un alivio profundo al escuchar su respuesta. Nos abrazamos aún más fuerte, disfrutando del momento de conexión y de la promesa de una conversación más profunda en el futuro. A pesar de que no era una propuesta formal, el simple hecho de poder hablar de estos temas importantes me hizo sentir más cerca de ella. Sabía que, sea cual fuera el camino que tomáramos, lo enfrentaríamos juntas, con amor y comprensión.

Ale se levantó con cuidado para no molestarme y comenzó a vestirse. La mañana ya estaba en pleno apogeo, y yo me quedé en la cama, observándola mientras se movía con una gracia natural.

-Voy a volver a mi departamento mañana -dijo Ale, mirando por encima del hombro mientras se ponía una camiseta.- La situación con los medios ya se ha calmado, y también extraño a Isabella.

La mención de Isabella me hizo sonreír. Aunque la pequeña no estaba aquí había un lugar especial para ella en nuestros corazones.

-Entiendo, Ale -dije, sentándome en la cama y estirando mis músculos aún adormilados.- La tranquilidad de tu hogar también es importante.

Ale se giró hacia mí y me dedicó una sonrisa cálida. Mientras se ponía los pantalones, su expresión se volvió un poco más seria.

-Solo quiero que sepas que te extrañaré, especialmente los momentos íntimos que compartimos. No puedo negar que disfruto mucho de estar contigo y de hacerte el amor cuando se nos antoja.

Mis mejillas se sonrojaron al escuchar sus palabras. Aunque no era una propuesta para el futuro inmediato, la idea de que nuestra conexión y nuestra intimidad eran tan importantes para ella me llenó de ternura.

-Lo sé -respondí con una sonrisa.- También te extrañaré, y esos momentos son especiales para mí. Pero entiendo que esto es necesario y, por supuesto, te apoyaré en lo que necesites.

Ale se acercó a la cama y se inclinó para darme un beso suave en los labios. Era un gesto lleno de cariño y promesa.

-Te amo, Sofía -dijo, mientras me miraba con una mezcla de afecto y determinación.

-Y yo a ti, Ale. Nos veremos cada vez más seguido, te lo aseguro y mientras tanto, disfrutaré cada momento que tenemos hoy.

Mejor dormiría un poco más.

Narrador.

Ale se movió con sigilo por la cocina, intentando no hacer ruido para no despertar a Sofía. Sabía que un desayuno especial sería una forma perfecta de comenzar el día, especialmente después de las dificultades recientes. Preparó con esmero huevos revueltos, tostadas con mermelada, y preparó una jarra de café recién hecho. Mientras trabajaba, Ale se sintió satisfecha al pensar en lo lejos que Sofía había llegado en su recuperación.

En la habitación, Sofía se despertó con una sonrisa, agradecida por el calor de los abrazos de Ale. Se levantó de la cama, sintiendo un renovado sentido de esperanza y fortaleza. Aunque el camino hacia la recuperación había sido arduo y lleno de desafíos, el amor y el apoyo de Ale habían sido su ancla.

Sofía se puso una camisa cómoda y unos pantalones de yoga, preparándose para el día con una determinación renovada. Sabía que cada día era una victoria, y el haber estado casi un mes libre de drogas era un testimonio de su esfuerzo y su compromiso. Se sintió especialmente agradecida por Ale, quien la había apoyado incondicionalmente a lo largo de este viaje.

Al salir de la habitación, el aroma del café y los deliciosos aromas de desayuno invadieron sus sentidos, y Sofía se dirigió a la cocina con una mezcla de curiosidad y alegría. Al entrar, vio a Ale trabajando con dedicación, y no pudo evitar sonreír al ver la cuidadosa disposición de la mesa.

-Buenos días, amor -dijo Sofía, acercándose a Ale y envolviéndola en un cálido abrazo desde atrás.- Huele increíble.

Ale giró la cabeza y le sonrió, su alegría evidente al ver a Sofía bien.

-Buenos días, Sofía -respondió Ale, con una sonrisa que mostraba tanto orgullo como amor.- Quería prepararte algo especial. Espero que te guste.

Sofía se sentó a la mesa mientras Ale servía el desayuno. El esfuerzo y el cariño que Ale había puesto en la preparación no pasaron desapercibidos.

-Todo esto es maravilloso, Ale -dijo Sofía, tomando un bocado y cerrando los ojos para disfrutar del sabor.- Gracias por estar a mi lado y por ayudarme a mantenerme en el buen camino.

Ale se sentó frente a ella, tomando la mano de Sofía en la suya.

-No hay de qué, Sofía. Estoy aquí para ti, y lo estaré siempre. Me alegra verte avanzar y sentirte mejor. Cada día es un paso hacia adelante, y estoy orgullosa de ti.

Mientras compartían ese desayuno, Sofía se sintió llena de gratitud y esperanza. Era un nuevo día, y con Ale a su lado, estaba lista para enfrentar lo que viniera, sabiendo que el amor y el apoyo de su pareja eran invaluables en su camino hacia la recuperación.

Mientras tanto, en Argentina, el ambiente en el hospital estaba cargado de tensión y preocupación. El equipo médico se encontraba en una carrera contrarreloj para salvar a un hombre que había ingresado de emergencia con un paro cardíaco. El hombre, que había sido trasladado con urgencia debido a sus problemas cardíacos preexistentes, estaba en una situación crítica.

A pesar de los esfuerzos intensivos del equipo médico, que incluían maniobras de resucitación y una serie de procedimientos de emergencia, la condición del hombre continuó deteriorándose. La sala de emergencias estaba llena de movimiento y actividad frenética, con médicos y enfermeras trabajando en coordinación para estabilizar al paciente.

Tristemente, a pesar de todos los esfuerzos por salvar su vida, el hombre no logró recuperarse. Los monitores de la sala de emergencias mostraron una línea plana, y el personal médico, con un sentimiento de resignación y tristeza, confirmó el fallecimiento del paciente. La noticia fue un golpe devastador tanto para el equipo médico como para la familia del hombre, que estaba esperando afuera, llena de ansiedad e incertidumbre.

La sala, que momentos antes había estado llena de frenético movimiento, ahora se llenó de un pesado silencio. Los médicos y enfermeras, con rostros serios y cansados, comenzaron a prepararse para informar a la familia sobre la triste noticia. La pérdida de una vida siempre deja un profundo impacto, y en el hospital, el luto y la reflexión seguían al triste desenlace de este día.

Mientras tanto, en la casa de Sofía, Ale y Sofía estaban acurrucadas en el sofá, con una película romántica proyectándose en la pantalla. A pesar de la trama de la película que se desarrollaba frente a ellas, sus atenciones estaban completamente centradas en el otro. Ale, con una sonrisa cálida, miraba a Sofía mientras se acurrucaban bajo una manta.

Sofía, sintiendo la cercanía de Ale, se giró lentamente hacia ella, sus labios encontrándose en un beso suave y lleno de ternura. El beso comenzó como un gesto de afecto, pero pronto se volvió más apasionado, ambos se entregaban al momento y se dejaban llevar por la conexión que compartían. La película en la pantalla parecía desvanecerse en importancia mientras se enfocaban en el otro, su amor palpable en cada toque y mirada.

Ale, con sus manos rodeando el rostro de Sofía, la besó con cariño, mientras Sofía respondía con la misma intensidad, sus brazos envolviendo a Ale en un abrazo estrecho. El calor de la manta y la comodidad del sofá solo acentuaban la intimidad del momento. Entre besos y suaves caricias, intercambiaban sonrisas y palabras tiernas, disfrutando de la tranquilidad y la cercanía que les ofrecía ese instante.

El tiempo parecía detenerse mientras se sumergían en su propio mundo, ajenos a todo lo que sucedía fuera de esas cuatro paredes. Para Ale y Sofía, esos momentos de conexión y afecto eran un recordatorio de su amor profundo y duradero, un refugio perfecto de las tensiones y desafíos externos que enfrentaban.

Mientras Sofía y Ale compartían un momento íntimo en el sofá, Sofía se levantó repentinamente, pidiendo a Ale que esperara. Ale, intrigada y ligeramente confundida, observó cómo Sofía se alejaba de la sala. No pasó mucho tiempo antes de que Sofía regresara, sin la camiseta puesta y mostrando sus abdominales tonificados. La visión provocó una sonrisa en el rostro de Ale.

Sofía se acercó con una expresión seductora, y, entre besos y caricias, la acostó a Ale en el sofá. Su piel desnuda rozaba la de Ale mientras le quitaba lentamente la remera. El ambiente se cargó de sensualidad, y Ale se abandonó a las caricias, disfrutando de cada momento.

Sin embargo, justo cuando estaban en el clímax de su intimidad, el celular de Sofía empezó a sonar, interrumpiendo el momento perfecto. Al principio, Sofía intentó ignorar las llamadas, tratando de mantener la atmósfera romántica. Pero el teléfono continuó sonando persistentemente, cortando el ritmo de lo que estaban haciendo.

"Lo siento, Ale. Déjame ver quién es," dijo Sofía, frustrada y con un tono de molestia. Se levantó del sofá, recogió el teléfono con desgana, y vio que era su hermana Anna quien llamaba.

Ale, irritada por la interrupción, se puso la remera rápidamente y se sentó, cruzando los brazos. "No puedo creer que justo ahora... ¿qué pasa?" murmuró para sí misma, tratando de controlar su enojo.

Sofía contestó la llamada con un tono áspero, "¿Qué pasa, Anna? Estoy ocupada."

La voz de su hermana al otro lado de la línea sonaba temblorosa y preocupada. "Sofía, lamento mucho tener que decirte esto... pero... papá ha fallecido. Lo siento, lo intentamos todo, pero no pudimos salvarlo."

Sofía se quedó paralizada, el teléfono casi se le cae de las manos. Las palabras de Anna resonaban en su cabeza, pero no podía procesarlas completamente. Su mirada se nubló, y sus lágrimas empezaron a fluir sin control. "¿Qué? ¿Cómo? No puede ser... ¿estás segura?"

Anna sollozaba al otro lado de la línea. "Sí, Sofía. Siento mucho tener que darte esta noticia de esta manera. Sabía que necesitabas saberlo."

Sofía colgó el teléfono con manos temblorosas. La noticia la golpeó con una fuerza devastadora. Se giró hacia Ale, quien la miraba con una mezcla de preocupación e incomprensión.

"¿Qué pasa, mi vida, que paso? ¿Qué te dijo?" preguntó Ale, acercándose con cautela.

Sofía, con la voz quebrada y llena de dolor, sollozó, "Mi padre... mi padre ha muerto. Anna acaba de llamarme para decírmelo. No... no sé qué hacer."
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Esa misma tarde, Sofía, con el corazón destrozado y lágrimas constantes en sus ojos, compró los boletos para ir a Argentina. El funeral de su padre sería al día siguiente, y aunque todo parecía ir demasiado rápido, Sofía sabía que tenía que estar allí. Cada paso que daba hacia el aeropuerto parecía pesar una tonelada, como si la gravedad hubiera aumentado de repente.

Cuando finalmente llegaron al aeropuerto, Sofía estaba completamente deshecha. Ale la acompañaba en silencio, respetando el dolor de su esposa, sin intentar calmarla ni hacer preguntas innecesarias. Comprendía que, en ese momento, lo que Sofía más necesitaba era su presencia y su apoyo incondicional.

Una vez en el avión, y ya instaladas en los asientos de primera clase, Sofía sintió que el peso del mundo la aplastaba aún más. La cabina estaba casi vacía, lo que le dio un respiro para dejar salir su dolor sin preocuparse por las miradas ajenas. Ale, al notar el temblor en los hombros de Sofía, la envolvió con un brazo, atrayéndola hacia su pecho.

Sofía no se resistió, se dejó llevar por la calidez del abrazo de Ale y las lágrimas comenzaron a fluir aún más intensamente. Era un llanto silencioso al principio, pero con cada recuerdo de su padre que le venía a la mente, los sollozos se volvieron más desgarradores.

Ale no dijo nada, no había palabras que pudieran consolar a Sofía en ese momento. Lo único que podía hacer era estar ahí, abrazándola fuerte, permitiéndole sentir su amor y su apoyo. Pasó la mano suavemente por el cabello de Sofía, mientras ella lloraba en sus brazos. Sabía que su padre había sido un pilar en la vida de Sofía, alguien que la había apoyado en sus peores momentos, que nunca la había juzgado por sus errores o decisiones. La pérdida era inmensa, y Ale comprendía que no podía hacer más que estar a su lado.

Sofía apretó con fuerza la mano de Ale, como si temiera que, al soltarla, perdería también a la única persona que la mantenía conectada a la realidad. "No sé cómo voy a soportar esto, Ale... él siempre estuvo ahí para mí, siempre... ¿cómo voy a seguir sin él?"

Ale acarició su espalda, hablando suavemente, "No tienes que ser fuerte ahora, Sofía. Llora todo lo que necesites. Estoy aquí contigo, no tienes que hacerlo sola."

Las horas del vuelo transcurrieron en ese abrazo silencioso, mientras Sofía lloraba hasta quedarse sin fuerzas. Su dolor era palpable, pero Ale se mantuvo firme, siendo el refugio que Sofía tanto necesitaba. En ese avión, en medio del cielo, Ale entendió más que nunca el valor de estar presente en los momentos más difíciles. Y aunque el camino por delante sería duro, sabía que juntas podrían enfrentarlo, un paso a la vez.

Cuando el avión aterrizó en Argentina, Sofía sentía el peso de la realidad volviendo a caer sobre ella. A pesar de estar agotada emocionalmente, sabía que tenía que mantenerse firme, al menos hasta que llegaran a un lugar donde pudiera estar sola con su dolor. Sin embargo, al salir de la zona de llegadas, ambas se encontraron con una multitud de periodistas esperando en el aeropuerto, cámaras en mano, listos para captar cualquier reacción.

Sofía se puso rápidamente unas gafas de sol, intentando protegerse tanto de los flashes como de las miradas indiscretas. Apretó la mano de Ale, su único ancla en ese momento, y trató de caminar sin llamar la atención, esperando que los periodistas las dejaran pasar. Pero sus esperanzas se desvanecieron en cuanto comenzaron a bombardearla con preguntas.

"¡Sofía! ¿Cómo te sientes después de la muerte de tu padre?", gritó uno de los periodistas desde el tumulto. "¿Qué pasó realmente? ¿Habías hablado con él antes de su fallecimiento?", continuaron otros, ignorando completamente el dolor visible de Sofía.

Ale intentó acelerar el paso, protegiendo a Sofía con su propio cuerpo mientras las rodeaba con un brazo. "Por favor, déjenla en paz," dijo Ale, su voz firme pero controlada. Sin embargo, los periodistas siguieron presionando.

"¿Es cierto que tu relación con tu padre estaba tensa por tus problemas con las drogas?", lanzó otro, sin ninguna consideración por la situación de Sofía.

Eso fue el detonante. Ale, que había estado conteniendo su frustración, se detuvo en seco, girando bruscamente hacia el periodista que había hecho la última pregunta. "¡¿Cómo te atreves a decir algo así?!" gritó, con una furia que sorprendió a todos. "¡No tienen ni idea de lo que está pasando y aun así inventan rumores como si fueran la verdad!"

El periodista retrocedió un poco, pero eso no detuvo a Ale. "Mi novia acaba de perder a su padre, y lo único que les importa es conseguir una maldita primicia. ¡Déjenla en paz, carajo!"

La multitud de periodistas se quedó en silencio, impactada por la explosión de Ale. Los flashes de las cámaras disminuyeron, y por un breve momento, todos se quedaron quietos.

Sofía, con lágrimas acumulándose detrás de sus gafas de sol, apretó más fuerte la mano de Ale, agradecida por su defensa pero también consciente de que la situación podría empeorar. Ale, dándose cuenta de que había perdido el control por un momento, tomó aire profundamente y trató de recuperar la calma.

"Vamos, Sofía," dijo más suavemente, alejándose del grupo de periodistas. "No merecen más de nuestro tiempo."

Los medios, aunque impactados por la reacción de Ale, continuaron tomando fotos y filmando, pero las preguntas se silenciaron. Finalmente, Sofía y Ale lograron llegar a un coche que las esperaba fuera del aeropuerto. Tan pronto como se sentaron dentro y las puertas se cerraron, Sofía se dejó caer contra el asiento, respirando profundamente mientras intentaba mantener la compostura.

"Gracias," murmuró Sofía, su voz temblorosa, mientras apoyaba la cabeza en el hombro de Ale.

"Siempre," respondió Ale, tomando la mano de Sofía y besándola suavemente. "Nadie tiene derecho a hacerte sentir peor en un momento como este."

El coche arrancó, alejándolas del caos del aeropuerto. Aunque sabían que el dolor y la tristeza aún las acompañaban, al menos ahora podían enfrentarlo juntas, lejos de las miradas y preguntas invasivas.

El auto finalmente se detuvo frente a la casa de Anna, la hermana mayor de Sofía. Habían sido horas agotadoras, y aunque Sofía había derramado muchas lágrimas en el vuelo, parecía que aún le quedaban más por soltar. Ale salió del coche primero, ayudando a Sofía a salir, aunque notó que sus piernas parecían temblar un poco.

Cuando Sofía tocó la puerta, su corazón latía desbocado. No había visto a Anna en persona desde hacía un tiempo, y ahora se encontraba frente a ella en un momento tan doloroso. La puerta se abrió rápidamente, revelando a una Anna con los ojos enrojecidos por el llanto, que al ver a su hermana menor, no pudo contener sus propias lágrimas.

Sofía dio un paso adelante, y en el instante en que sus ojos se encontraron con los de Anna, todo el dolor contenido durante las últimas horas explotó. Se lanzó hacia su hermana, rodeándola con los brazos y llorando con una fuerza que hizo que su cuerpo temblara. Anna la abrazó con la misma intensidad, murmurando palabras de consuelo que se ahogaban en su propio llanto.

Ale, que se había quedado un paso atrás, observó la escena sin saber exactamente cómo reaccionar. La imagen de Sofía, siempre tan fuerte y decidida, derrumbándose en los brazos de su hermana la conmovió profundamente. Quiso intervenir, consolar, pero sabía que ese era un momento entre hermanas, un momento donde el lazo de sangre era lo que Sofía necesitaba más que nada.

Después de un rato, Anna, aún sosteniendo a Sofía, hizo un gesto para que entraran en la casa. Ale cerró la puerta tras ellas y las siguió en silencio, tratando de brindar apoyo con su sola presencia.

Una vez dentro, Anna finalmente soltó a Sofía lo suficiente como para dirigir una mirada agradecida hacia Ale. Ale, aún insegura, decidió abrazar a su cuñada, compartiendo el dolor que sentían. Anna correspondió al abrazo, apretando los ojos cerrados mientras dejaba escapar un suspiro tembloroso.

En ese momento, el sonido de pasos ligeros llenó la habitación. Paola, la madre de Sofía y Anna, entró en la sala. Su expresión estaba marcada por el dolor, un dolor que sólo una madre podría sentir tras perder a su compañero de vida. Sus ojos, sin embargo, se suavizaron al ver a sus hijas reunidas.

Sofía, aún con los ojos llenos de lágrimas, se giró lentamente hacia su madre. No habían tenido la relación más cercana en los últimos años, pero en ese instante, todo parecía insignificante comparado con el vacío que ambas sentían. Sin decir una palabra, Sofía cruzó la sala en unos pocos pasos y se lanzó a los brazos de su madre.

Paola la recibió con un abrazo fuerte y protector, sus lágrimas cayendo silenciosamente mientras acunaba a Sofía como cuando era una niña pequeña. Sofía apoyó la cabeza en el hombro de su madre, llorando con el dolor compartido de haber perdido al mismo hombre que las había unido como familia.

Ale, observando la escena, sintió una mezcla de emociones. Sabía que Sofía necesitaba ese momento, necesitaba sentirse conectada con su familia en este instante de vulnerabilidad. Pero al mismo tiempo, no pudo evitar sentirse un poco fuera de lugar, sin saber exactamente cómo encajar en esa dinámica familiar.

Finalmente, Anna rompió el silencio. "Papá... él siempre estuvo tan orgulloso de ti, Sofi. Nos contaba a todos lo fuerte que eres... lo mucho que lograste superar," dijo, su voz temblando mientras intentaba mantenerse fuerte.

Sofía levantó la cabeza, mirando a su hermana con los ojos hinchados por el llanto. "Yo... yo solo espero haber hecho lo suficiente para que él estuviera orgulloso. No estuve tan presente como debería..." susurró, su voz quebrándose.

Paola negó con la cabeza, acariciando el cabello de Sofía con cariño. "Él sabía cuánto lo amabas, Sofía. Nunca lo dudó. Siempre supo que lo llevabas en tu corazón, sin importar la distancia," dijo, sus palabras llenas de consuelo.

Ale, acercándose un poco más, puso una mano en el hombro de Sofía. "Tu padre sabía lo importante que era para ti, Sofi. Estoy segura de que te llevaba con él en cada momento," agregó suavemente, esperando ofrecerle un poco de paz en ese momento tan difícil.

Sofía asintió ligeramente, sin dejar de abrazar a su madre. Aunque el dolor seguía presente, la compañía de su familia y el apoyo de Ale comenzaban a darle una pequeña sensación de consuelo en medio del duelo.
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El día del funeral estaba nublado, y la atmósfera era pesada. Sofía, vestida con un atuendo negro sencillo, se encontraba un poco apartada del grupo. Se había alejado para buscar un rincón tranquilo en una pequeña colina cercana al cementerio. Desde allí, podía ver a su familia y amigos reunidos alrededor de la tumba, pero no se sentía con fuerzas para acercarse.

El dolor en su pecho era profundo. Cada vez que pensaba en su padre, sentía una ola de tristeza y arrepentimiento. Las drogas, el tiempo perdido, los momentos en los que no estuvo presente. Se sentía como si hubiera fallado como hija, y la culpa la atormentaba.

Mientras se sumía en sus pensamientos, sintió una mano en su hombro. Inicialmente, pensó que era Ale, que había venido a buscarla y a ofrecerle consuelo, pero al mirar de reojo, vio que no era ella. Era Valentín, su primo. No se habían hablado en meses debido a las tensiones familiares, y la sorpresa de verlo en ese momento la tomó por sorpresa.

Valentín se sentó a su lado en silencio por unos momentos, compartiendo el espacio sin palabras. Finalmente, rompió el silencio con voz suave, pero firme. "Sofía, lo siento mucho. Sé que no hemos hablado en un tiempo, y me duele ver todo lo que estás pasando. Quiero que sepas que no es culpa tuya," dijo, mirando hacia el horizonte.

Sofía se quedó en silencio, luchando por contener las lágrimas. La presencia de Valentín era reconfortante, pero la culpa seguía pesando en su corazón. "Es difícil," dijo, su voz quebrada. "Me duele tanto saber que pude haber pasado más tiempo con él. Siento que no aproveché los momentos que tuve. El tiempo que perdí... me duele tanto pensar en ello."

Valentín la miró con comprensión. "Lo entiendo, Sofía. Todos hemos pasado por momentos difíciles y hemos hecho errores. Pero eso no define el amor que sentías por tu padre. El tiempo que pasaste con él, aunque no haya sido todo lo que quisieras, aún fue valioso. Tu padre sabía cuánto lo amabas y cuán importante era para ti."

Sofía respiró hondo, asimilando las palabras de Valentín. "No puedo dejar de sentir que podría haber hecho más, que podría haber estado más cerca... que podría haber cambiado todo."

"No podemos cambiar el pasado," dijo Valentín con firmeza, "pero podemos recordar los momentos buenos y honrar su memoria. Tu padre te quería y sabía que, aunque cometieras errores, siempre lo llevabas en tu corazón. Eso es lo que importa."

Sofía asintió lentamente, sintiendo un leve consuelo en las palabras de su primo. Aunque el dolor no desaparecía por completo, la empatía y el apoyo de Valentín le ofrecieron un pequeño respiro.

El tiempo pasó, y Valentín permaneció a su lado, brindándole compañía en silencio mientras el viento movía suavemente las hojas alrededor. En ese momento, Sofía comenzó a entender que el duelo no solo se trataba de lamentar lo que se perdió, sino también de encontrar una manera de seguir adelante y honrar la memoria de su padre de la mejor manera posible.

Valentín suspiró profundamente y, con un gesto automático, sacó un cigarro de su paquete. Sofía lo observó, sorprendida. No recordaba que Valentín hubiera empezado a fumar, y el contraste con el momento solemne del funeral le pareció extraño.

Al notar la mirada de Sofía, Valentín le dirigió una sonrisa irónica. "No le digas a Dany, ¿Si?" dijo, encendiendo el cigarro con una pequeña chispa que brilló en el aire. "Ella no quiere que fume"

Sofía lo miró, indecisa. "¿Desde cuándo fumas?" preguntó, un poco distraída por la sorpresa y por el acto mismo.

Valentín se encogió de hombros. "Hace un tiempo. A veces es solo una forma de manejar el estrés. No lo hago siempre, solo cuando realmente lo necesito."

Sofía, sintiendo la necesidad de un pequeño desahogo, le pidió, "¿Me das uno? No quiero que Alejandra lo sepa."

Valentín levantó una ceja, un poco sorprendido por la petición, pero luego asintió y le ofreció un cigarro. Sofía lo aceptó con una mezcla de curiosidad y gratitud. Observó el cigarro con detenimiento antes de encenderlo, y mientras el humo comenzaba a llenarle los pulmones, sintió una pequeña liberación de la tensión que la oprimía.

Sofía miró a Valentín y sonrió débilmente. "Gracias. Necesitaba esto más de lo que pensaba."

Valentín asintió, observando cómo el humo se disipaba en el aire. "No es la solución a todo, pero a veces ayuda a poner las cosas en perspectiva."

Sofía dio una última bocanada y apagó el cigarro en el suelo, dejándolo caer en una pequeña ceniza. El acto parecía una especie de liberación simbólica de parte del dolor que había estado sintiendo.

"Prometo no decirle a Ale ," dijo Valentín con una sonrisa comprensiva. "Y si alguna vez necesitas hablar o simplemente estar con alguien, aquí estaré."

Sofía asintió, agradecida por el apoyo y la compañía. Mientras continuaban en silencio, el peso del día parecía un poco más llevadero, y la conexión con su primo ofrecía un consuelo inesperado en medio de la tristeza.

Sofía, intentando distraerse del dolor y buscando una forma de conectar más con Valentín, le preguntó con curiosidad: "¿Qué es lo que te estresa tanto, Valentín? ¿Por qué has empezado a fumar?"

Valentín la miró, primero con sorpresa y luego con una expresión de felicidad que contrastaba con el tono sombrío del funeral. Después de un breve silencio, suspiró y dijo en un tono más bajo: "No quiero que le digas a nadie, especialmente a Alejandra, pero... Daniela está embarazada."

Sofía abrió los ojos, sorprendida. "¿De verdad? No lo sabía. ¡Felicidades!"

Valentín asintió lentamente, la sonrisa en su rostro se desvaneció al instante. "Gracias, pero no todo es tan simple. Estoy estresado porque... bueno, me preocupa mucho no ser un buen padre. Nunca pensé que estaría en esta situación y no sé si estoy listo para ello."

Sofía lo miró con comprensión, entendiendo la angustia en sus palabras. "No tienes que ser perfecto. Nadie lo es. Solo tienes que ser sincero y estar ahí para tu hijo y para Daniela. La paternidad es un desafío, pero también es una oportunidad para aprender y crecer."

Valentín asintió, pero su expresión seguía siendo preocupada. "Lo sé, pero... a veces no puedo evitar pensar en todas las cosas que podrían salir mal. Y con todo lo que ha pasado últimamente, el estrés se ha acumulado."

Sofía, movida por la empatía, le puso una mano en el hombro. "A veces, hablar de nuestras preocupaciones es un primer paso importante. No estás solo en esto. Si alguna vez necesitas hablar o solo alguien que te escuche, estoy aquí."

Valentín sonrió levemente, apreciando el gesto de Sofía. "Gracias, Sofía. Eso significa mucho para mí."

Sofía asintió, dándole un último apoyo antes de que ambos volvieran a observar el funeral, con una nueva comprensión y conexión entre ellos. El peso del día parecía un poco más ligero al saber que podían compartir sus preocupaciones y encontrar consuelo en la compañía del otro.

Sofía volvió a mirar hacia el funeral, su mirada fija en el ataúd mientras la ceremonia continuaba. Valentín, observando el dolor en su rostro, le dijo suavemente: "Sofía, deberíamos ir a despedirnos. Es importante que le demos el último adiós."

Sofía no desvió la vista, luchando contra las lágrimas. "No estoy lista para dejarlo ir. Aún lo necesito. No puedo..."

Valentín se acercó un poco más y, con un tono de comprensión y firmeza, le respondió: "Entiendo que es difícil. Pero a veces, dejar ir es un gesto de amor. Es nuestra forma de honrar a quienes hemos perdido, permitiéndoles descansar en paz."

Sofía lo miró, sus ojos llenos de lágrimas. "Es tan duro pensar en decir adiós. Siento que no lo he tenido suficiente tiempo."

"Sé que es difícil," dijo Valentín, "pero aferrarse al dolor solo te detiene. Tu padre siempre querría que estuvieras en paz, que siguieras adelante y vivieras tu vida plenamente."

Sofía asintió lentamente, reconociendo la verdad en las palabras de Valentín. Respiró profundamente, tratando de calmarse. "Tienes razón. Quizás es momento de decirle adiós."

Valentín le dio una ligera palmadita en la espalda. "Vamos juntos. No tienes que hacerlo sola."

Sofía se levantó, sintiendo el peso de la pérdida pero también el consuelo de la compañía de su primo. Juntos, caminaron de vuelta hacia el lugar del funeral. Aunque el dolor seguía presente, las palabras de Valentín le dieron una nueva perspectiva sobre cómo enfrentar la despedida. Al llegar, Sofía se unió al grupo para el último adiós, sintiendo que, aunque la pérdida era profunda, el acto de dejarlo ir era un paso importante en su proceso de sanación.

Alejandra se acercó a Sofía y la abrazó con fuerza, intentando ofrecerle todo el consuelo posible. El calor del abrazo le recordó a Sofía que no estaba sola en su dolor. Cuando se separaron, Sofía se dirigió con pasos pesados hacia el ataúd.

Con manos temblorosas, sacó del bolsillo de su campera una carta y una foto de su padre. La carta estaba cuidadosamente doblada, y la foto mostraba un recuerdo de tiempos más felices. Con una profunda tristeza en el corazón, Sofía colocó ambos objetos sobre el ataúd, sus lágrimas mezclándose con la lluvia que empezaba a caer.

La lluvia arremetió con fuerza, creando una cortina de agua sobre el funeral. Muchos asistentes sacaron sus paraguas negros, pero Sofía permaneció bajo la lluvia, inmóvil y perdida en sus pensamientos. Observó cómo el ataúd descendía lentamente hacia su última morada, el sonido del agua cayendo y el lamento de la ceremonia envolviendo el momento.

El cielo lloraba junto a ella, y cada gota parecía llevarse un pedazo de su dolor. Sofía no se movió, sus ojos fijos en el ataúd, sintiendo el peso de la pérdida y la tristeza abrumadora. En ese instante, el mundo parecía reducirse a ella y a la despedida de su padre.

Mientras la tormenta arreciaba, todos los presentes comenzaron a retirarse apresuradamente, buscando refugio de la lluvia. Pero Sofía no se movió. Permaneció de pie, como una estatua bajo la cortina de agua, observando el lugar donde descansaba su padre. Cada gota de lluvia que caía sobre ella parecía mezclarse con sus pensamientos y culpas, enredándose en una maraña de remordimientos que la atrapaban.

Alejandra, notando la obstinación de Sofía en quedarse, se acercó con cuidado y puso una mano en su hombro. "Nos quedaremos el tiempo que necesites," le dijo Ale con voz suave, intentando transmitirle fortaleza. No había prisa. Sabía que Sofía necesitaba este momento, y ella estaría allí para sostenerla, aunque fuera solo en silencio.

Anna, la hermana de Sofía, también se acercó, sin palabras, pero con una comprensión profunda en sus ojos. Paola, su madre, se unió a ellas, formando un pequeño círculo familiar alrededor de Sofía, todos compartiendo el dolor y la pérdida en silencio, dejando que el agua los empapara mientras brindaban apoyo incondicional.

Las horas pasaron lentamente, y aunque la mayoría de los presentes ya se habían marchado, Sofía permaneció en el mismo lugar, inmóvil, bajo el peso de su dolor y culpa. Alejandra y Valentín intentaron mantenerse junto a ella, pero la intensidad de la tormenta y el paso del tiempo los obligaron a retirarse. No sin antes asegurarse de que Sofía entendiera que estaban allí para ella, cuando estuviera lista.

Pero Sofía seguía atrapada en su propio infierno interno. Los pensamientos corrosivos se repetían en su mente, torturándola sin descanso. Se reprochaba no haber sido una mejor hija, recordando cada momento perdido con su padre mientras estaba sumida en las drogas. Se castigaba por ser una mala madre para Ángela e Isabella, por no haber estado presente como debería. Y se culpaba por ser una mala novia para Alejandra, sintiéndose indigna del amor que Ale le brindaba, especialmente en un momento tan crítico.

La lluvia, fría y constante, parecía querer lavar sus pecados, pero la culpa se aferraba a su alma como una sombra oscura. Sofía se quedó allí, sola en su tormento, sintiendo que se merecía cada gota de dolor que la lluvia le entregaba.

Pov Sofía.

La tormenta empezó a ceder lentamente, y con ella, las sombras que habían cubierto el cielo comenzaron a desvanecerse. Los primeros rayos de sol se filtraron a través de las nubes, iluminando el cementerio con una luz tenue y dorada. Sentí el cambio en el aire, como si la naturaleza misma intentara darme un respiro, un pequeño consuelo en medio de mi tormento interno.

Tomé una respiración profunda, sintiendo el frío de la lluvia que aún empapaba mi ropa, y di un paso más hacia la tumba. El lugar donde ahora descansaba mi padre estaba cubierto, una capa de tierra fresca que sellaba su descanso eterno. Me arrodillé, sintiendo el suelo mojado bajo mis rodillas, y mis manos temblorosas tocaron la tierra. Por fin, las palabras que había estado guardando en mi pecho salieron, entrecortadas por las lágrimas que no dejaban de caer.

"Papá... lo siento tanto," susurré, mi voz quebrada por la emoción. "Perdóname por haber sido una mala hija... por haberte fallado tantas veces. Me duele saber que no estuve cuando más lo necesitabas, que me perdí tantos momentos porque estaba perdida en mi propio infierno. Perdóname por las peleas, por cada palabra cruel que te dije cuando no podía controlar mis demonios."

Las lágrimas caían libremente ahora, mezclándose con la tierra bajo mis manos. "Gracias... gracias por nunca dejarme, por siempre estar allí, incluso cuando yo no lo merecía. Fuiste el mejor padre que podría haber pedido, y me rompe el corazón que no pueda decírtelo cara a cara. Espero... espero que en el cielo puedas cumplir tu sueño, y que finalmente conozcas a Michael Jackson. Sé que te habría encantado hablar con él, compartir tu amor por la música. Solo... solo espero que estés en paz."

Mientras hablaba, mi voz se fue apagando, consumida por el dolor y el arrepentimiento. Me sentía pequeña, insignificante frente a la inmensidad de la pérdida. Justo en ese momento, una sensación suave y ligera me hizo alzar la vista. Una mariposa blanca se había posado delicadamente sobre mi hombro, sus alas brillando a la luz del sol que ahora iluminaba el día.

Miré la mariposa con ojos llenos de lágrimas, sintiendo una calma inesperada. No sé si era una señal o simplemente una coincidencia, pero en ese instante, sentí una paz que no había sentido en mucho tiempo. Como si, de alguna manera, mi padre me estuviera diciendo que me perdonaba, que estaba bien, que él estaba en un lugar mejor.

La mariposa permaneció en mi hombro unos segundos más, y luego, con un batir de alas, se elevó hacia el cielo, volando hacia la luz. Observé su vuelo hasta que desapareció en el horizonte, y finalmente, me permití respirar. Me permití aceptar que, aunque el dolor no se iría pronto, tal vez algún día podría encontrar la paz que tanto necesitaba.

Entonces, con el corazón un poco más liviano, me levanté y caminé hacia Alejandra. La encontré de pie, esperando pacientemente a una distancia respetuosa, su mirada llena de preocupación y amor. Sin decir una palabra, me acerqué a ella y la abracé, envolviendo mis brazos alrededor de su cuerpo como si quisiera fundirme en su calor, en su apoyo incondicional.

"Ale," susurré contra su cuello, mi voz aún temblorosa por las emociones del momento, "te prometo que voy a ser mejor. Voy a ser una mejor madre para nuestras hijas, la mejor novia que puedas tener. Nunca más voy a lastimarte, nunca más."

Sentí sus brazos rodearme con fuerza, su amor dándome la fuerza que necesitaba para seguir adelante. No dijo nada, solo me sostuvo, y en ese silencio, supe que ella estaba conmigo, que estaba dispuesta a caminar a mi lado, sin importar cuán difícil fuera el camino.

Luego, me alejé suavemente de Ale y me dirigí hacia Valentín. Él estaba de pie, observando la escena, con una mirada que mezclaba tristeza y esperanza. Me paré frente a él, mi primo que había sido una figura tan importante en mi vida, y le hablé con sinceridad.

"Valentín, sé que no puedo cambiar el pasado, que no puedo corregir todos los errores que cometí, pero puedo aprender de ellos," le dije, mirándolo a los ojos. "Quiero que sepas que estoy dispuesta a luchar por ser la persona que solía ser, aquella que jugaba al fútbol contigo, la que venía a contarte sus problemas porque confiaba en ti más que en nadie."

Valentín me miró con una mezcla de sorpresa y gratitud, y luego, sin decir nada, me abrazó con fuerza. "Sofía," dijo suavemente, su voz cargada de emoción, "la persona que eras sigue ahí, dentro de ti. Y siempre estaré aquí para apoyarte, como lo hacía cuando éramos niños."

Me aferré a ese abrazo, sintiendo que, aunque había perdido mucho, aún tenía mucho por lo que luchar. Con el apoyo de Ale, Valentín, y el recuerdo de mi padre, sabía que podía encontrar el camino de vuelta a la persona que quería ser.

Me separé del abrazo de Valentín con un suspiro pesado, sintiendo cómo el vacío en mi pecho se hacía un poco menos profundo. Miré una última vez hacia la tumba de mi padre, luego levanté la vista hacia el cielo, y en ese instante entendí que él siempre estaría conmigo. Su amor, su apoyo, su voz en mi mente cuando más lo necesitara, siempre serían parte de mí.

Con ese pensamiento en mente, sentí que podía soltar, no con tristeza, sino con la aceptación de que la vida sigue, y que ahora me tocaba a mí honrar su memoria al vivir plenamente. Me di la vuelta, decidida a mirar hacia adelante, a construir un futuro en el que él estaría orgulloso de mí.

Al encontrarme con Ale, noté lo cansada que se veía. Su rostro, que siempre me daba paz, ahora reflejaba el agotamiento de los últimos días. Me acerqué y la abracé con fuerza, dejando que mi amor por ella hablara sin palabras.

-Ale, amor, ve al hotel a descansar -le pedí suavemente, acariciando su espalda-. Has hecho mucho por mí, y necesitas recuperar energías.

Ale me miró, sus ojos llenos de comprensión y amor, pero también de cansancio. Asintió, aunque no sin una pizca de duda. Sabía que no quería dejarme sola, pero también sabía que necesitaba ese descanso.

-Está bien, Sofía -me respondió en voz baja, tomando mi mano por un momento antes de soltarla-. Cualquier cosa, me llamas, ¿sí?

Le sonreí y asentí, sintiendo una inmensa gratitud por tenerla a mi lado. Mientras la veía alejarse hacia el coche que la llevaría al hotel, me sentí aún más comprometida a ser la mejor novia, la mejor madre... la mejor versión de mí misma.

Valentín, que había permanecido en silencio hasta entonces, se aclaró la garganta antes de hablar.

-Yo solo vine para el funeral, Sofi. Mi vuelo sale en cuatro horas. -Me miró con una mezcla de tristeza y resignación.

Lo miré y, sin dudarlo, le ofrecí lo único que podía en ese momento.

-Te acompaño al aeropuerto. No tienes por qué ir solo.

Él me miró por un instante, como si estuviera considerando protestar, pero finalmente asintió. Sabía que ambos necesitábamos esa última compañía antes de que cada uno siguiera su camino.

Caminamos juntos hacia el coche que nos esperaba, y mientras lo hacíamos, sentí que, aunque las cosas nunca serían iguales, la vida nos estaba dando una oportunidad para empezar de nuevo. Y esa oportunidad no la iba a desaprovechar.

Al llegar al aeropuerto, el ambiente parecía más ligero que antes, aunque aún había una pesadez que nos acompañaba a ambos. Había mucho tiempo antes de que Valentín tuviera que abordar su vuelo, así que lo miré con una pequeña sonrisa y le propuse lo que solíamos hacer en los viejos tiempos.

-¿Te invito un café? Como cuando éramos niños y nos escapábamos a la cafetería de la esquina de la casa de abuela.

Valentín sonrió, una sonrisa nostálgica que iluminó su rostro cansado.

-Claro, ¿por qué no? -aceptó, y nos dirigimos a la cafetería más cercana.

Pedimos nuestros cafés, y una vez que estuvimos sentados en una mesa junto a la ventana, me di cuenta de lo mucho que había cambiado desde esos tiempos en los que éramos simplemente dos primos que compartían confidencias y travesuras.

Lo observé por un momento mientras él se concentraba en remover el azúcar en su taza, como si intentara encontrar las palabras adecuadas para lo que estaba por decirle. Así que decidí ser yo quien rompiera el silencio.

-Valentín... -empecé, buscando sus ojos-, dime la verdad. ¿Realmente no estás listo para ser padre?

Él se quedó callado, la cucharita en su mano se detuvo. Sus ojos, que habían evitado los míos hasta ese momento, finalmente se encontraron con los míos. El silencio que siguió fue casi palpable, como si estuviera intentando reunir el valor para responder.

-Peleé con Dany por eso -admitió finalmente, su voz baja y cargada de emoción-. Ella tampoco se siente lista, especialmente después de haber discutido conmigo.

Sus manos temblaban ligeramente, y noté una lágrima que se formaba en el borde de su ojo. Valentín nunca había sido del tipo que mostrara sus emociones tan abiertamente, y verlo así me hizo darme cuenta de lo profundo que era su miedo.

-No es que no esté listo, Sofi... -Continuó, su voz quebrándose un poco-. Me invade el pánico. No quiero ser un mal padre como lo fue el mío cuando era pequeño. No quiero arruinar las cosas con Dany. Ella ya es una bola de estrés y yo solo... siento que no hago más que empeorar todo.

Mi corazón se apretó al escuchar esas palabras. Valentín siempre había sido una persona fuerte, el tipo de persona que todos en la familia admiraban por su determinación y su sentido del deber. Verlo así, tan vulnerable, me recordó que incluso los más fuertes tienen sus momentos de duda y temor.

Decidí ser directa. No había tiempo para rodeos.

-¿De cuánto tiempo está Dany? -le pregunté.

Él me miró, sorprendido por la pregunta, pero finalmente respondió.

-Está de... -murmuró algo, pero cuando lo dijo en voz alta, no pude evitar soltar una risa.

Valentín me miró confundido, sin entender por qué me estaba riendo en un momento tan serio.

-¿Qué pasa? -preguntó, arqueando una ceja.

Le tomó un momento darse cuenta de lo que había dicho, pero cuando lo hizo, una sonrisa traviesa apareció en su rostro.

-Espera... ¿me estás diciendo que...? -empecé a decir entre risas.

-Sí, según las fechas... -dijo él, sonriendo un poco más-. Parece que creamos al bebé en Semana Santa.

Solté una carcajada, y Valentín, por fin, se unió a mí. La risa era tan contagiosa que por un momento, nos olvidamos de las preocupaciones y el estrés. Era como si, por un breve instante, volviéramos a ser esos niños que se burlaban de todo y de todos, sin importar lo que el mundo les arrojara.

-¿Semana Santa? -repetí, entre risas-. Y pensar que se supone que es una semana de reflexión y paz...

Valentín se encogió de hombros, tratando de contener la risa.

-Dany estaba muy necesitada y yo también -admitió, riendo.

-¡Vaya manera de reflexionar! -bromeé, secándome las lágrimas de risa.

Después de que las risas se calmaron, lo miré con seriedad, aunque con una calidez en mi voz.

-Valentín, si amas a Dany con todo tu corazón, que sé que lo haces, entonces no te preocupes tanto. Hazte cargo del fruto de esa noche de pasión.

Él me miró, aún con una sonrisa en el rostro, pero ahora con un brillo de esperanza en sus ojos.

-Cuando vuelvas a México -continué, inclinándome un poco hacia adelante-, agarra a Dany de la cintura, bésala, y dile que vas a ser el mejor padre posible. Y dile que ella va a ser la mejor madre, porque ambos lo harán juntos, como el equipo que siempre han sido.

Valentín asintió lentamente, como si mis palabras estuvieran calando hondo en su corazón. Tomó un sorbo de su café y se quedó en silencio, procesando lo que le había dicho.

-Tienes razón, Sofi -dijo finalmente, con una determinación renovada en su voz-. Tienes toda la razón. No puedo dejar que el miedo me paralice. Dany y yo... podemos hacerlo.

Le sonreí, sintiéndome orgullosa de mi primo.

-Por supuesto que pueden. Y cuando nazca ese bebé, te prometo que seré la tía más genial que haya existido. -Bromeé, tratando de aligerar de nuevo el ambiente.

Valentín sonrió, su expresión más relajada ahora.

-Te tomo la palabra, Sofía. -Dijo, levantando su taza de café como si brindara.

Levanté la mía también y chocamos las tazas suavemente, sellando el acuerdo con una sonrisa.

Mientras terminábamos nuestros cafés, sentí que ese momento había sido necesario, no solo para Valentín, sino también para mí. Era un recordatorio de que, a pesar de las dificultades, siempre había una manera de seguir adelante, siempre había un motivo para sonreír, y sobre todo, siempre había una razón para mantener la esperanza viva.

Después de pasar horas juntos, conversando y recordando viejos tiempos, llegó el momento de despedirse. Valentín y yo caminamos hasta la puerta de embarque, donde él me dio un último abrazo fuerte, como los que solíamos darnos cuando éramos niños y no queríamos separarnos.

-Cuídate, Sofi -me dijo, con una sonrisa sincera, pero aún con un toque de nostalgia en su voz-. Y gracias... por todo.

-Tú también, Vale -respondí, devolviéndole la sonrisa-. Recuerda lo que hablamos. Y cuando llegues, no olvides besar a Dany.

Valentín asintió, con los ojos brillando de determinación y cariño.

-Lo haré. Y tú besa a tu novia.

Nos reímos suavemente, y después de un último abrazo, Valentín se dirigió al avión, girándose para darme un pequeño saludo antes de desaparecer por el pasillo.

Me quedé allí, observando hasta que lo perdí de vista, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio. Aunque la despedida fue difícil, me sentía más ligera, como si esa conversación hubiera aliviado una carga que llevaba desde hacía mucho tiempo.

Finalmente, suspiré y me di la vuelta para dirigirme hacia la salida del aeropuerto. Me sentía cansada, tanto física como emocionalmente, pero también sentía una nueva determinación. Era hora de volver al hotel, de regresar al lado de Alejandra, mi amada.

A medida que caminaba hacia la salida, no podía dejar de pensar en cómo sería el momento de verla, de abrazarla, de besarla. Había pasado por un día difícil, pero sabía que en cuanto la viera, todo estaría bien. Estaba lista para dejar atrás los remordimientos y enfocarme en ser la mejor versión de mí misma, tanto para ella como para nuestras hijas.

Y con esa determinación, salí del aeropuerto y me dirigí al hotel, con una sola cosa en mente: besar a Alejandra y recordarle cuánto la amaba.

Narrador.

El vuelo de Valentín fue largo, y cada minuto en el aire se sintió como una eternidad. Mientras el avión descendía, su corazón latía con fuerza, y la conversación con Sofía seguía resonando en su mente. Estaba nervioso, pero determinado.

Al llegar al aeropuerto, lo primero que vio fue a Dany esperándolo. Ella estaba de pie, con una media sonrisa en el rostro, como si tratara de ocultar la ansiedad que sentía. Valentín avanzó hacia ella con pasos firmes, dejando caer la valija a un lado sin prestar atención. Todo lo que importaba en ese momento era Dany.

-Hola -dijo Dany, su voz sonando algo débil, pero con cariño.

Sin responder con palabras, Valentín la rodeó con sus brazos, agarrándola firmemente por la cintura. Antes de que ella pudiera decir algo más, la atrajo hacia él y la besó con toda la pasión que había estado conteniendo durante esas largas horas de vuelo. El beso fue intenso, como una escena sacada de una película de romance. Las lenguas de ambos se entrelazaron en una lucha suave pero determinada, explorando, probando, sintiendo el amor que había entre ellos.

Dany no tardó en corresponder al beso, entregándose por completo a ese momento. Ambos se perdieron en la sensación, en el calor, en la conexión que no necesitaba palabras. Solo se separaron cuando el aire se hizo necesario, jadeando suavemente, sus frentes tocándose mientras intentaban recuperar el aliento.

Valentín no apartó sus manos de ella. Con una suavidad casi reverente, las llevó hasta el rostro de Dany, sosteniéndolo entre sus manos como si fuera lo más preciado en el mundo.

-Te amo muchísimo, Dany -dijo, su voz cargada de emoción-. Y estoy listo. Listo para ser padre. Prometo que seré el mejor padre posible. No te dejaré sola en esto.

Dany lo miró con ojos brillantes, sorprendida y conmovida por la sinceridad de sus palabras. Antes de que pudiera responder, Valentín continuó.

-Y tú -dijo, su voz firme y segura-, tú serás la única madre que nuestro hijo o hija podría desear. Lo sé con todo mi corazón. Seremos una familia increíble, Dany, y haremos esto juntos.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Dany, pero su sonrisa se amplió, llena de amor y alivio. Sin decir nada más, lo abrazó con fuerza, apretándose contra él como si nunca quisiera soltarlo.

El miedo y la inseguridad que ambos habían sentido antes comenzaban a desvanecerse. En ese abrazo, sintieron la certeza de que, aunque el camino no sería fácil, lo recorrerían juntos, con amor y apoyo mutuo. Y eso, para Valentín y Dany, era todo lo que importaba.

Dany, todavía abrazada a Valentín, lo miró con curiosidad y un toque de preocupación en sus ojos.

-¿Qué te hizo cambiar de opinión? -le preguntó suavemente, queriendo entender cómo, después de todo el estrés y la incertidumbre, Valentín había llegado a esta decisión tan firme.

Valentín respiró hondo, sus manos todavía acariciando suavemente el rostro de Dany.

-Hablé con Sofía -confesó, con una leve sonrisa en los labios-. Estuvimos juntos en el funeral de su padre, y nos tomamos un tiempo para ponernos al día. Sofía... se nota que ha cambiado. Ha pasado por mucho, pero está decidida a ser una mejor persona, una mejor madre, una mejor novia. Me hizo darme cuenta de que todos merecemos una segunda oportunidad, incluyendo nosotros.

Dany asintió, procesando sus palabras. Sabía lo difícil que había sido para Sofía superar sus demonios, y también sabía lo importante que era para Valentín su relación con ella.

-Si Sofía puede cambiar, podemos hacerlo nosotros también -continuó Valentín, apretando suavemente la mano de Dany-. No quiero vivir con arrepentimientos, Dany. Quiero enfrentar mis miedos, estar a tu lado y construir esta familia juntos. Si ella está dispuesta a darle otra oportunidad a su vida, ¿por qué no nosotros también?

Dany lo miró con ternura, sintiendo que el amor que tenían era más fuerte que cualquier duda o temor. Le sonrió, un gesto que llevaba consigo promesas de un futuro mejor, y volvió a abrazarlo con fuerza.

-Gracias, Val -susurró Dany-. Estoy contigo en esto, y sé que lo haremos bien.

En ese momento, ambos sintieron que habían dado un paso importante. No solo estaban comprometidos a ser padres, sino también a darse a ellos mismos una nueva oportunidad de ser felices, de crecer juntos y de enfrentar lo que el futuro les deparara, con la certeza de que el amor y el apoyo mutuo serían suficientes.

Ale estaba recostada en la cama del hotel, con el teléfono en las manos mientras esperaba a Sofía. La luz suave de la lámpara de noche creaba un ambiente tranquilo en la habitación. La puerta del baño se abrió y Sofía salió envuelta en una toalla, el cabello aún mojado, pero ya vestida con ropa cómoda. La expresión en su rostro reflejaba una mezcla de agotamiento y tranquilidad.

Sofía se acercó y se tumbó a su lado en la cama. Ale estiró el brazo, abriendo un espacio para que Sofía se acurrucara en su pecho. Con ternura, Ale empezó a acariciar suavemente el cabello de Sofía.

-¿Cómo estás? -preguntó Ale, su voz suave y llena de preocupación.

Sofía suspiró, acomodándose más cerca de Ale. Cerró los ojos mientras se dejaba llevar por la calidez y el confort que Ale le ofrecía. Finalmente, habló con una voz quebrada pero sincera.

-Estoy triste, Ale. Me duele saber que mi papá ya no está aquí... -La voz de Sofía se quebró ligeramente, pero continuó-. A veces siento que pude haber pasado más tiempo con él, que pude haber sido una mejor hija. Pero también sé que él está en un lugar mejor. No quiero pensar en su sufrimiento, solo en lo feliz que debe estar ahora, en paz.

Ale la abrazó con más fuerza, acercándola a su cuerpo en un gesto reconfortante. Pasó una mano por su espalda, intentando transmitirle todo el consuelo y amor que sentía.

-Lo sé, Sofía. Y estoy aquí contigo, para lo que necesites. Tu padre está en paz y siempre vivirá en tus recuerdos y en tu corazón. No te sientas culpable por lo que no pudiste hacer; lo importante es que estás aquí ahora, y eso es lo que cuenta.

Sofía levantó la cabeza para mirarla, sus ojos aún brillantes por las lágrimas que había derramado. Con una leve sonrisa, dijo:

-Gracias, Ale. Necesitaba escuchar eso. No sé qué haría sin ti.

Ale le dio un suave beso en la frente, susurrándole:

-Siempre estaré aquí para ti, Sofía. No importa lo que pase, enfrentaremos todo juntas.

Se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la cercanía y el apoyo mutuo. En ese instante, el mundo exterior parecía desvanecerse, y solo existían ellas dos, encontrando consuelo en el abrazo y el amor que compartían.

Ale sintió cómo el cuerpo de Sofía se estremecía mientras ella rompía a llorar. No hubo necesidad de palabras, solo el silencioso consuelo de un abrazo apretado. Ale besó la cabeza de Sofía y le acarició la espalda con ternura, dejándola liberar su dolor.

Sofía sollozaba en su pecho, y Ale no hizo más que aferrarla más fuerte, brindándole el apoyo que tanto necesitaba en ese momento. El llanto de Sofía era profundo y desgarrador, pero Ale se mantuvo firme y presente, dispuesta a sostenerla hasta que el dolor empezara a amainar.

Con el tiempo, el llanto de Sofía se fue apagando, y su respiración se volvió más lenta y regular. Ale, sintiendo cómo Sofía se relajaba en sus brazos, la acunó suavemente. La habitación se llenó de un silencio reconfortante, interrumpido solo por el sonido calmado de la respiración de Sofía.

Finalmente, Sofía se quedó dormida, agotada por la emoción y el llanto. Ale la mantuvo cerca, sin dejar de acariciarla, permitiendo que el sueño la envolviera.

Ale se quedó despierta, observando a Sofía dormir, asegurándose de que estuviera cómoda y tranquila. No podía evitar sentir una profunda tristeza por su dolor, pero también una gran admiración por la fortaleza que había mostrado al enfrentar sus emociones. Ale sabía que, a pesar de todo, lo importante era estar allí para ella, y así lo hacía, con el corazón lleno de amor y apoyo.

Ale observaba a Sofía mientras dormía, sintiendo cómo su amor por ella se profundizaba con cada instante. La paz en el rostro de Sofía contrastaba con el dolor que había mostrado anteriormente, y Ale se prometió a sí misma que haría todo lo posible para protegerla y mantenerla estable en este difícil momento.

Sabía que el camino hacia la estabilidad sería desafiante. El miedo de que Sofía pudiera tener una recaída la mantenía alerta, y la preocupación por su bienestar era constante. Ale estaba consciente de que el duelo por la pérdida de su padre podría ser un desencadenante para recaídas en el pasado, y quería estar preparada para enfrentar cualquier obstáculo que se presentara.

Se comprometió a estar a su lado, no solo como un apoyo emocional, sino también como un pilar sólido en su vida diaria. Haría todo lo que estuviera a su alcance para asegurar que Sofía se sintiera segura y amada. Ale planeaba acompañarla a cada paso, brindándole la fuerza y el amor que necesitaba para superar esta etapa.

Mientras Sofía seguía durmiendo en sus brazos, Ale sentía una mezcla de esperanza y determinación. Sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesta a luchar junto a Sofía y enfrentar cualquier desafío que surgiera, con el firme propósito de construir un futuro lleno de amor y estabilidad para ambas.
.
.
.
Sofía se despertó temprano, antes del amanecer, cuando la luz del sol apenas comenzaba a filtrarse a través de las cortinas. Sentía una mezcla de determinación y melancolía mientras se preparaba para el día. No quería que Ale se despertara sola ni que se preocupara por su ausencia, así que decidió dejarle una nota explicativa.

Con una mano temblorosa, Sofía escribió en una hoja de papel:

---

Querida Ale,

Hoy me siento en paz por fin. Voy a ir al cementerio a pasar un momento con mi padre. Quiero agradecerle por todo lo que hizo por mí y encontrar un poco de consuelo en su recuerdo. Después, tengo algo especial que hacer.

No te preocupes por mí, estaré de vuelta pronto. Quiero aprovechar este tiempo para hacer algo especial para ti también, como una forma de agradecerte por todo el amor y apoyo que me has brindado.

Te amo con todo mi corazón.

Sofía

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Sofía dejó la nota sobre la almohada de Ale y salió de la habitación con sigilo para no despertarla. Se puso un abrigo sencillo y se alisó el cabello, sintiendo un nudo en el estómago mientras se preparaba para la visita. Sabía que enfrentar la tumba de su padre sería una experiencia emocionalmente intensa, pero también un paso necesario para su sanación.

El aire fresco de la mañana la envolvió al salir del hotel, y el cielo comenzaba a iluminarse con tonalidades anaranjadas y rosas. Sofía tomó un taxi al cementerio, el trayecto se sintió largo, pero cada kilómetro la acercaba a un lugar que necesitaba visitar. Al llegar, caminó lentamente hacia la tumba de su padre, el suelo aún húmedo por la lluvia de la noche anterior.

Se detuvo frente a la tumba, observando el lugar donde yacía su padre. Sofía se arrodilló, sintiendo el frío del suelo a través de sus pantalones, y sacó de su bolso un ramo de flores frescas. Las colocó cuidadosamente en el pequeño jarrón que estaba junto a la lápida. Cada flor era un símbolo de amor y gratitud, un pequeño tributo a la memoria de su padre.

Se quedó allí un rato, en silencio, susurrando palabras de cariño y pidiendo perdón por los momentos perdidos. Sus lágrimas se mezclaban con la lluvia aún presente en la tierra, y el sonido de su voz se perdía en el viento. Sentía que, de alguna manera, su padre la escuchaba y la comprendía, y eso le brindaba un poco de consuelo.

Con el corazón aún pesado, Sofía se levantó, se dio un último vistazo a la tumba y se dirigió al mercado local cerca del cementerio. Quería comprar algo especial para Ale, algo que reflejara el amor y la gratitud que sentía. Encontró una floristería y entró, buscando el ramo perfecto. Optó por una mezcla de flores frescas y vibrantes: rosas rojas, lirios blancos y margaritas amarillas. Cada flor tenía un significado especial, y Sofía quería que el ramo transmitiera su aprecio y amor.

Con el ramo en mano, Sofía regresó al hotel, sintiéndose un poco más ligera. La visita al cementerio le había dado la oportunidad de decir adiós y encontrar una especie de paz. El sol ya estaba en lo alto cuando entró al vestíbulo del hotel y subió a la habitación.

Ale aún dormía cuando Sofía regresó, y con cuidado, colocó el ramo de flores en la mesa de noche junto a la cama. Luego, se deshizo de su abrigo y se acomodó junto a Ale, quien aún estaba profundamente dormida. Sofía le dio un beso suave en la mejilla y se recostó a su lado, deseando que el nuevo día les trajera paz y una nueva oportunidad para fortalecer su amor.

Sabía que, aunque el camino hacia adelante no sería fácil, tenía a Ale a su lado, y eso le daba la fuerza necesaria para seguir adelante. Mientras el sol entraba en la habitación, Sofía abrazó a Ale, sintiendo que, a pesar de la tristeza y el dolor, había un futuro brillante esperándolas.

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Holaaaa.

Capítulo no muy feliz.

Nos vemos pronto.

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