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mis viejas Amigas...drogas.

Holaaaa.

Bien, este capítulo no es muy hermoso pero hey, Ale y Sofía están juntas.

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Pov Sofía.

Ale está profundamente dormida sobre mí, su cuerpo cálido y relajado descansando como un koala abrazado a mi pecho. Apenas se mueve, su respiración es suave y constante, lo que me hace pensar que está teniendo un sueño tranquilo. Se lo merece. Después de todo, anoche la llevé al límite, y ahora, su piel está decorada con los pequeños recordatorios de nuestra pasión: los chupones que dejé en su cuello y clavícula. Las marcas son un reflejo de la intensidad con la que nos entregamos la una a la otra.

Ale ha estado dormida durante más de dos horas, y aunque debería estar descansando junto a ella, mis ojos permanecen abiertos, clavados en el techo. No puedo dormir, y la razón es un monstruo familiar que ha comenzado a acechar en la oscuridad de mi mente: la abstinencia.

Sé lo que está por venir, y me aterra. Ya he sentido ese vacío antes, esa necesidad que crece y crece hasta volverse insoportable. Pero esta vez, no hay drogas para calmar el deseo, solo está Ale, y no puedo arrastrarla a este infierno conmigo.

Me siento atrapada entre el miedo y la determinación. No quiero volver a caer, no quiero que Ale se despierte y vea en mis ojos el reflejo de esa desesperación. Pero el sudor frío que recorre mi espalda me dice que no será fácil. La abstinencia se siente como una sombra oscura que se cierne sobre mí, y sé que el peor momento aún está por llegar.

Sin embargo, mientras miro a Ale dormir, me aferro a la idea de que puedo superar esto. Lo he hecho antes, y lo haré de nuevo. No por mí, sino por ella, por nosotras. Pero ese monstruo sigue rondando, y aunque trato de concentrarme en el suave ritmo de la respiración de Ale, no puedo evitar que el temor se enrede en mi mente.

Ale se merece paz, y yo quiero dársela. Necesito dársela. Pero, ¿cómo lo haré si ni siquiera puedo encontrar la mía?

Ale se acomoda aún dormida sobre mi pecho, sus brazos alrededor de mí como si intentara protegerme incluso en sus sueños. La calidez de su cuerpo debería reconfortarme, pero en lugar de eso, me siento atrapada en mi propia mente. No quiero fallarle drogándome, pero siento que no puedo más. Las lágrimas empiezan a caer sin que pueda controlarlas, rodando silenciosamente por mis mejillas y empapando la almohada.

Mientras trato de contener los sollozos, siento unos besos suaves en mi clavícula, luego en mi cuello y finalmente en mi frente. Abro los ojos y veo a Ale mirándome, sus ojos llenos de preocupación y miedo.

—¿Qué pasa, Sofi? —pregunta con voz temblorosa, tratando de calmarme mientras me acaricia el cabello.

Las palabras se agolpan en mi garganta, pero sé que no puedo seguir ocultando la verdad. Tomo una respiración profunda y trato de explicarle lo que me está ocurriendo, aunque me duele admitirlo.

—Ale, es la abstinencia... siento que está apareciendo —digo, mi voz quebrada por el miedo y la culpa—. Tengo miedo, Ale. Miedo de no poder resistir, de caer otra vez. No quiero fallarte, no quiero que veas cómo me derrumbo.

Ale me abraza con más fuerza, sus labios rozan mi frente una vez más. Sus ojos, aunque llenos de preocupación, reflejan una determinación que me sorprende.

—Sofía, no tienes que hacerlo sola. Es hora de ir a terapia y rehabilitación. No estás sola en esto, y juntas podemos superarlo —dice con firmeza, su voz llena de amor y apoyo.

Sus palabras me envuelven como un manto cálido. Me aferro a ella, dejando que su fuerza y su amor me den el valor que necesito.

—Lo siento tanto, Ale —susurro entre lágrimas—. No quería que esto te afectara, no quería que cargaras con mi problema.

Ale me mira a los ojos, su expresión suave pero resuelta.

—Sofi, somos un equipo. Lo que te afecta a ti, me afecta a mí. No voy a dejar que enfrentes esto sola. Te amo, y estoy aquí para ti, pase lo que pase.

Me dejo consolar por sus palabras, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una chispa de esperanza. Sé que con su apoyo, tengo una oportunidad real de salir adelante. Nos quedamos así, abrazadas en silencio, sintiendo la conexión y el amor que nos une, mientras me preparo mentalmente para enfrentar el desafío que tenemos por delante, segura de que, con Ale a mi lado, puedo superar cualquier obstáculo.

Ale se levantó lentamente de la cama, con cuidado de no despertarme del todo. Vi cómo se dirigía hacia su escritorio y encendía la computadora. La observé en silencio, sin querer interrumpir su concentración, pero mi corazón se llenaba de gratitud y amor por su dedicación.

—Ale, vuelve a la cama, necesitas descansar —le dije suavemente, intentando que dejara lo que estaba haciendo y se recostara nuevamente a mi lado.

Ella me miró con una sonrisa tranquilizadora, pero no se detuvo.

—No puedo, Sofi. Necesito encontrar ayuda para ti. No voy a dejar que enfrentes esto sola.

La vi navegar por páginas web, buscando terapias y grupos de rehabilitación. Su determinación me conmovió profundamente. Aunque estaba cansada, se veía resuelta a encontrar la mejor opción para mí. Pasaron minutos que se sentían como horas, y yo solo podía observarla, admirando su fuerza y su amor.

—Ale, por favor, solo unos minutos más —insistí, pero sabía que no iba a detenerse hasta que encontrara algo útil.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Ale se volvió hacia mí, con una lista de opciones en la mano.

—Encontré varios lugares que podrían ayudarte. Podemos llamarlos mañana y ver cuál es el mejor para ti. Pero ahora, volvamos a la cama, ¿sí? —dijo, acercándose y acariciando mi mejilla.

Asentí, aliviada de que finalmente estuviera dispuesta a descansar un poco. Se recostó a mi lado, envolviéndome en sus brazos una vez más. Su presencia me brindaba una seguridad que necesitaba desesperadamente. Sabía que con Ale a mi lado, tenía una verdadera oportunidad de superar este obstáculo. Nos quedamos así, abrazadas, mientras sentía que la esperanza comenzaba a florecer dentro de mí, segura de que, pase lo que pase, lo enfrentaríamos juntas.

Al día siguiente, me desperté con una mezcla de ansiedad y determinación. Miré a mi lado y vi a Ale durmiendo pacíficamente, su rostro relajado en un sueño profundo. Mi corazón se apretó al pensar en lo mucho que había hecho por mí. No quería decepcionarla de nuevo.

Me levanté con cuidado, tratando de no despertarla. Noté que había una nota en su escritorio. La leí rápidamente y me di cuenta de que Ale había llamado a un centro de rehabilitación para solicitar que me integraran. La simple acción me llenó de gratitud y una renovada sensación de responsabilidad.

Me vestí con ropa cómoda, algo que no llamara mucho la atención. Antes de salir, me incliné y le di un suave beso en la frente a Ale.

—Te prometo que lo haré por nosotras —murmuré, aunque ella no podía escucharme.

Salí del departamento con el corazón pesado pero decidido. Tomé un taxi hasta el centro de rehabilitación. Al llegar, me quedé un momento afuera, observando el edificio. Era un lugar tranquilo, con ventanas grandes que dejaban ver el interior. A través de una de ellas, vi a un grupo de personas que parecían relajadas, algunas incluso sonreían.

Respiré hondo y entré. Apenas crucé la puerta, sentí las miradas curiosas de todos los presentes. Me sentí incómoda y fuera de lugar, pero sabía que tenía que seguir adelante. Me dirigí a la sala donde todos estaban sentados en un círculo.

Busqué un lugar vacío y me senté. El silencio en la sala era palpable. Un moderador, un hombre de mediana edad con una sonrisa amable, me hizo un gesto para que hablara.

—Hola, soy Sofía —dije, mi voz temblando un poco—. Es la primera vez que vengo a una reunión como esta. He estado luchando con la adicción y no quiero seguir lastimando a las personas que amo.

Sentí un nudo en la garganta mientras hablaba. Las miradas a mi alrededor se volvieron más comprensivas. El moderador asintió.

—Bienvenida, Sofía. Aquí estamos todos para apoyarnos mutuamente. Cuéntanos más cuando te sientas cómoda —dijo, su tono cálido y alentador.

Me sentí un poco más aliviada. Aunque estaba nerviosa, sentía que había dado un paso importante. Recordé la cara de Ale, dormida y en paz, y supe que tenía que seguir adelante, no solo por mí, sino también por ella.

El moderador comenzó la sesión, invitando a todos a compartir sus historias. Empezó preguntando qué les habían echo estando drogados Las historias comenzaron a fluir lentamente.

Un hombre mayor, con el cabello canoso y la voz rasposa, habló de su soledad tras la pérdida de su esposa, lo que lo llevó a buscar consuelo en las drogas. Una mujer joven, con un tatuaje en el brazo, mencionó su lucha con la ansiedad y cómo comenzó a usar drogas para manejar su estrés.

Algunas personas compartieron experiencias de abuso y traumas personales, mientras que otras hablaron de la influencia de amigos y familiares que también usaban sustancias. Cada relato estaba cargado de dolor y arrepentimiento, y la atmósfera en la sala era de comprensión mutua.

Finalmente, llegó mi turno. Sentí una presión creciente en el pecho, pero sabía que debía ser honesta. Respiré profundamente antes de comenzar.

—Cuando estaba casada con Alejandra, las cosas no estaban bien. Era una relación tóxica; le pegaba y engañaba. En ese tiempo, me refugié en las drogas. Creía que era la única forma de escapar del dolor que causaba y sentía.

Pausé para controlar las lágrimas que amenazaban con escapar. Continué, sintiendo los ojos de todos en mí.

—Después de dejar a Alejandra, intenté cambiar. Pero recaí. Un día, subí a un auto después de haber tomado drogas. No era consciente de lo que hacía, y terminé chocando contra un taxi. Dentro de ese taxi viajaban mis hijas, Ángela e Isabella.

Mis manos comenzaron a temblar al recordar el impacto. Miré al suelo, tratando de mantener la compostura.

—Isabella, mi hija menor, quedó temporalmente en silla de ruedas y sufrió algunos problemas de aprendizaje. Ángela, mi hija mayor, terminó en silla de ruedas y tuvo que someterse a una cirugía de corazón para salvarle la vida. Aunque ahora camina, no es lo mismo que antes.

Sentí que una ola de culpa y dolor me abrumaba. La sala estaba en silencio, y el moderador se acercó a mí, su expresión era de empatía genuina.

—Sofía, gracias por compartir tu historia. Lo que estás atravesando es extremadamente difícil, pero estás dando un paso valiente al buscar ayuda —dijo suavemente.

Me sentí un poco más aliviada al expresar mi dolor, pero el peso de mis acciones seguía allí, un recordatorio constante de lo que debía cambiar. Sabía que este era solo el comienzo de un largo camino hacia la recuperación y la redención.

La reunión continuó, y el líder, con una actitud tranquilizadora, se dirigió al grupo.

—Es importante recordar que las recaídas son comunes en el proceso de recuperación. No es un signo de debilidad, sino una parte del camino hacia la curación. Todos estamos aquí porque queremos cambiar, y eso es lo que cuenta.

Luego, el líder hizo una pausa y miró a todos con seriedad.

—Para la próxima reunión, me gustaría que cada uno de ustedes trajera a una persona que los esté apoyando en su proceso de recuperación. Puede ser un amigo cercano, un familiar o alguien que esté dispuesto a ofrecer apoyo incondicional. Esta persona debe estar dispuesta a escuchar y ayudarles a mantenerse en el camino correcto.

El líder se dirigió hacia mí, con una mirada comprensiva.

—Sofía, es crucial tener una red de apoyo sólida. A veces, necesitamos a alguien que nos recuerde por qué estamos luchando y que esté ahí para levantarnos cuando tropezamos.

Asentí, comprendiendo la importancia de tener a alguien que pudiera ofrecerme apoyo emocional y práctico. Mi mente comenzó a pensar en quién podría ser esa persona para mí.

La reunión continuó con algunos más compartiendo sus historias y experiencias, y mientras escuchaba, me sentí un poco más esperanzada. Aunque sabía que el camino sería largo, el simple hecho de estar rodeada de personas que entendían mi dolor y mis luchas me daba una pequeña chispa de esperanza para el futuro.

Al salir del grupo, me dirigí a mi teléfono y le envié un mensaje a Ale.

“Salí del grupo. Ya estoy en camino a tomar algo para despejarme un poco. Regresaré pronto. ¿Cómo estás?”

Ale respondió casi de inmediato.

“Me alegra que hayas salido. Ya me fui a casa porque Isabella tiene rehabilitación de las piernas. Está todo bien, solo que nos lleva un rato. Cuídate.”

Me sentí un poco aliviada al saber que Ale estaba ocupada con Isabella, lo cual significaba que no podía estar en casa para recibirnos en este momento. Aproveché el tiempo para procesar lo que había vivido en la reunión, y mientras me dirigía a un pequeño café cercano para tomar algo, mi mente estaba llena de pensamientos sobre el futuro y sobre quién podría ser la persona que me apoyara en este proceso.

Pedí una bebida, me senté en una mesa junto a la ventana, y observé el tráfico de la calle mientras reflexionaba sobre los pasos que debía seguir. La sensación de no estar sola en este camino me daba una pizca de esperanza.

Después de la reunión, mi mente estaba centrada en Ale. Decidí que, sin importar lo que sucediera, ella era la persona que necesitaba a mi lado en la próxima sesión. Estaba a punto de escribirle cuando mi teléfono sonó, y vi que era Ale. La urgencia en su voz me hizo temblar.

—¡Sofía, por favor, ven al departamento ahora mismo! ¡Algo está pasando, no puedo explicarlo! —su voz estaba llena de pánico.

Mi corazón se disparó y, sin pensarlo dos veces, salí corriendo del café. La calle estaba llena de gente y mi taxi tardó en llegar, pero cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad. Cuando finalmente llegué al edificio, el reloj parecía moverse a cámara lenta. Corrí por las escaleras, mi mente girando en espiral de preocupación.

Al llegar a la puerta del departamento, no me detuve a tocar. Empujé la puerta con fuerza, el sonido del timbre resonando en el pasillo. Ale estaba allí, con el rostro enrojecido y lágrimas en los ojos. Antes de que pudiera decir una palabra, la tomé de las mejillas, mis dedos temblando mientras la revisaba de arriba a abajo.

—Ale, mi vida hermosa ¿estás bien? —le pregunté, con una mezcla de pánico y ternura en mi voz. Usé apodos de amor, tratando de calmarla—. Dime que estás bien.

Ale, con una sonrisa tímida y brillante, me señaló hacia la sala. Mi respiración se detuvo un instante. Allí, en el centro de la sala, estaba Isabella. La imagen me dejó sin palabras: ya no estaba en la silla de ruedas, estaba de pie, con los brazos abiertos hacia mí.

Me acerqué a Isabella con lágrimas en los ojos, mi corazón palpitando con fuerza. La abracé con una intensidad que parecía querer fusionar nuestras almas. El abrazo fue largo y profundo, lleno de una emoción que parecía romper todas las barreras. Ale se acercó y se unió a nuestro abrazo, susurrando palabras de alivio y felicidad.

La escena, tan cargada de emociones y amor, me hizo sentir que, a pesar de los desafíos y dificultades, este era el momento perfecto para comenzar un nuevo capítulo en nuestras vidas. La determinación de enfrentar mis problemas con Ale a mi lado se sentía más fuerte que nunca.

Cuando finalmente solté a Isabella, mi corazón estaba desbordante de alegría. La miré con lágrimas en los ojos y una sonrisa de felicidad que no podía contener.

—¿Hace cuánto puedes caminar? —le pregunté, mi voz temblando de emoción.

Isabella, con una sonrisa radiante, respondió:

—En la última sesión empecé a caminar, y ahora puedo caminar bien.

No pude evitarlo. La abracé de nuevo, sintiendo la calidez de su cuerpo y la firmeza de sus pasos. Las lágrimas de felicidad caían por mis mejillas mientras la envolvía en un abrazo apretado.

—Prometo que estaré en todo, —le dije con convicción—. Desde ahora, nada será igual. Vamos a enfrentar esto juntos, y yo estaré a tu lado en cada paso del camino.

Ale se acercó, y nos unimos en un abrazo grupal, celebrando el triunfo de Isabella. En ese momento, la esperanza y el amor llenaban el aire, y sentí que, a pesar de los desafíos, el futuro se presentaba con una luz brillante y prometedora.

Cuando me acerqué a Ale para darle un beso, el calor y el amor que sentía en ese momento me hicieron olvidar todo lo que había pasado. Pero justo cuando estábamos a punto de unir nuestros labios, Isabella, con su típica actitud juguetona, interrumpió con un chiste.

—¡Ugh! Qué asquito, ustedes dos —dijo, haciendo una mueca de desagrado y tapándose los ojos con las manos, como si no quisiera ver el espectáculo.

Ale y yo nos reímos al escuchar el comentario de Isabella. Era imposible no encontrarlo gracioso. Pero Ale, con una mirada cómplice y una sonrisa traviesa, no se quedó atrás.

—¿Asquito? ¡Vamos, Isabella! No te hagas la puritana. ¿Recuerdas lo que hiciste con Alex anoche? —dijo Ale, sacudiendo la cabeza de manera exagerada para enfatizar su broma.

Isabella se sonrojó de inmediato, y su sonrisa juguetona se transformó en una mueca de vergüenza. Tratando de defenderse, intentó hacer una expresión de desaprobación, pero su risa incontrolable lo arruinó todo.

—¡Mamá, eso no se dice! —exclamó Isabella, aunque no podía evitar reírse al mismo tiempo.

Ale se acercó a Isabella, aún riéndose, y la abrazó. Yo, al ver cómo Isabella trataba de evadir la situación con una sonrisa, no pude evitar unirme a la risa. La escena era tan divertida que, por un momento, sentí que el mundo se había reducido a nosotros tres, rodeados de risas y bromas.

—¡Bien, bien! No más chistes sucios —dije, tratando de calmar las risas. Pero no pude evitar dejar escapar una última carcajada al ver la expresión de Isabella mientras trataba de disimular su incomodidad.

Ale, con una mirada llena de ternura, me tomó de la mano y me llevó hacia el sofá, donde nos sentamos juntos, mientras Isabella se acomodaba en el otro extremo de la sala. La atmósfera estaba cargada de cariño y humor, y mientras Isabella hacía un gesto exagerado de desaliento, la sala se llenó de una cálida sensación de familia y amor.

—Prometo que estaré aquí para ustedes siempre —dije, mirando a Ale y a Isabella con una sonrisa sincera, sintiendo que, a pesar de los desafíos, este era el lugar donde quería estar.

Isabella, aún riendo, se fue a su habitación, y la puerta se cerró con un suave clic. Me volví hacia Ale, que aún tenía una sonrisa en el rostro.

—Oye, Ale, ¿qué pasó con Alex? —pregunté, curiosa y con una sonrisa juguetona en los labios.

Ale me miró con una expresión traviesa y un brillo en los ojos.

—¡Oh, eso! —dijo Ale, sacudiendo la cabeza en un gesto de desdén fingido—. Bueno, cuando fui esta mañana a dejar a Isabella para su sesión de rehabilitación, me encontré con Alex. Y, ya sabes, nos estaba dando un espectáculo un poco… subido de tono.

Mi curiosidad se avivó.

—¿Un espectáculo subido de tono? ¿Qué pasó exactamente?

Ale se inclinó hacia adelante, con una sonrisa más amplia y un tono de voz conspirador.

—Alex y Isabella estaban en la cocina —dijo Ale, haciendo una pausa dramática—. Pensé que estaban ahí para desayunar o algo, pero no. Resulta que estaban muy ocupados dándose unos besos apasionados, un poco más intensos de lo que uno esperaría a esa hora de la mañana. No pude evitar hacer un comentario al respecto.

Me eché a reír, imaginándome la escena. La idea de ver a Alex e Isabella en esa situación era bastante cómica.

—¡No puedo creer que hiciste eso! —dije, tratando de contener la risa. La imagen de Ale interrumpiendo a Isabella y Alex en ese momento íntimo era demasiado divertida.

Ale se rió también, disfrutando de la situación.

—Bueno, no podía dejar pasar la oportunidad de recordarles a Isabella lo que realmente significa tener privacidad. Aunque, debo admitir, me hizo reír mucho ver la cara de Isabella cuando me vio. Era como si hubiera visto un fantasma.

Mientras reíamos, me di cuenta de lo importante que era para nosotros mantener un sentido del humor, incluso en momentos complicados. A pesar de todo, estábamos aquí para apoyarnos mutuamente, y las bromas sobre Alex e Isabella solo nos recordaban que, en medio de todo el caos, había momentos de ligereza y alegría.

—Gracias por la risa, Ale —dije, dándole un abrazo cálido—. Creo que esto era justo lo que necesitábamos.

Ale sonrió y me devolvió el abrazo, mientras ambos sabíamos que, a pesar de los desafíos, siempre podríamos contar con el uno al otro.

Cuando la risa se calmó y el ambiente volvió a ser tranquilo, me volví hacia Ale, con una expresión más seria pero aún cargada de cariño.

—Ale, necesito hablar contigo sobre algo —dije, mientras me acercaba a ella—. Quiero que me acompañes a la próxima reunión del grupo de apoyo para adictos. Creo que tenerte a mi lado me daría un gran apoyo.

Ale me miró con un brillo decidido en los ojos y me besó suavemente en los labios.

—Claro que sí, Sofía —respondió, su voz cargada de compromiso—. Estaré contigo en cada paso del camino.

Sentí un alivio profundo al escuchar su promesa. Era justo lo que necesitaba, tener a alguien que realmente se preocupaba por mí a mi lado en esos momentos difíciles.

Ale se acomodó mejor en el sofá, y yo tomé un respiro profundo antes de continuar.

—Como podrás haber notado, ayer casi tengo una recaída. Fue muy difícil, y escuché que las recaídas son bastante comunes. Pero te prometo que estoy haciendo todo lo posible para no recaer.

Ale me miró con una mezcla de comprensión y determinación.

—Lo sé, Sofía —dijo—. Y si alguna vez te llegas a sentir tentada o en peligro de recaer, quiero que sepas que estaré aquí para ti, siempre. Pero también necesito que reconozcas cuando necesitas ayuda. Es fundamental para tu recuperación.

Asentí, sintiendo el peso de sus palabras. La honestidad y el apoyo incondicional de Ale eran justamente lo que necesitaba para enfrentar este desafío.

—Lo entiendo —le respondí—. Prometo que pediré ayuda cuando la necesite. Y sé que contigo a mi lado, no importa lo que pase, podré superar cualquier cosa.

Ale sonrió, y la calidez en su mirada me dio una sensación de seguridad. Nos abrazamos, sabiendo que, aunque el camino por delante sería difícil, no tendríamos que enfrentarlo solas.

Nos habíamos quedado abrazadas, disfrutando del momento de intimidad y tranquilidad después de la conversación seria. Ale estaba recostada contra el sofá, y yo me acomodé junto a ella, dejando que nuestros cuerpos se fundieran. Nos besamos durante lo que pareció una eternidad, perdiéndonos en la calidez de nuestros labios, hasta que escuchamos el ruido de una puerta abrirse.

—¡Ajá! ¿Qué están haciendo ustedes dos? —Isabella salió de su habitación con una sonrisa traviesa en el rostro.

Nos separamos rápidamente, aunque ya era demasiado tarde para disimular lo que habíamos estado haciendo.

—Isabella, ¿qué necesitas? —preguntó Ale, tratando de sonar seria mientras se acomodaba la ropa.

—Quería saber si Alex puede venir un rato. Ella aún no sabe que ya puedo caminar y quiero sorprenderla —respondió Isabella, haciendo un puchero inocente.

Ale se cruzó de brazos, adoptando su mejor pose de madre protectora.

—Está bien, pero hay algunas condiciones: la puerta de la habitación se queda abierta, nada de besos, y se quedan en el comedor. ¿Entendido? —dijo con firmeza, alzando una ceja.

Isabella hizo un gesto de fastidio, poniendo los ojos en blanco.

—¡Ay, mamá! ¿Por qué siempre tienes que ser tan estricta? —se quejó, cruzándose de brazos.

—Porque soy tu madre y me preocupo por ti —respondió Ale, sin ceder un centímetro—. Además, no olvides que aún eres joven y quiero que tomes decisiones responsables.

Isabella bufó, pero al final aceptó las reglas.

—Está bien, está bien. Haré lo que dices... aunque no me guste. —Y con eso, se giró y volvió a su habitación para llamar a Alex.

Mientras se alejaba, me acerqué a Ale con una sonrisa traviesa en el rostro.

—Ale, amor, ¿no crees que estás siendo un poco... estricta con Isabella? —le susurré, dejando un beso suave en su mejilla.

Ale se mantuvo firme, aunque pude notar que estaba intentando no sonreír.

—Sofía, quiero que Isabella tenga libertad, pero con límites. No quiero que haga nada de lo que pueda arrepentirse.

Puse mis manos en su cintura y empecé a dejar besos por su cuello, notando cómo su determinación empezaba a flaquear.

—Pero, amor, recuerda que nosotras también éramos adolescentes una vez... —le murmuré entre besos—. ¿Te acuerdas de todas las cosas que hacíamos? —Dejé un chupón en su cuello, justo en la parte donde sabía que era más sensible.

—Sofía, esto es diferente —intentó protestar, aunque su voz ya sonaba menos segura.

—Oh, claro que no es diferente. Es exactamente lo mismo. Isabella solo quiere disfrutar de su juventud, igual que nosotras lo hicimos. —Dejé otro chupón en su cuello, esta vez un poco más fuerte.

—Sofía... —empezó a decir, pero su voz se quebró mientras cerraba los ojos, disfrutando de los besos—. No puedes... convencerme así...

—¿No puedo? —le susurré al oído, con una sonrisa traviesa, mientras mi mano recorría su espalda y mis labios seguían su camino por su cuello—. Porque me parece que ya estás cediendo... Solo un poco más, Ale... Isabella se merece un poco de libertad.

Ale suspiró profundamente, sabiendo que ya estaba vencida.

—Está bien... está bien. Puedes dejar que Isabella esté un rato con Alex... pero me aseguraré de que no se pasen de la raya —finalmente aceptó, aunque su tono seguía siendo de advertencia.

—Sabía que lo verías desde mi punto de vista —dije con una sonrisa victoriosa, dándole un último beso en los labios antes de que se separara suavemente de mí.

—Sí, claro... —murmuró Ale, intentando mantener su dignidad mientras se dirigía a la puerta de la habitación de Isabella—. Pero si me entero de algo raro, la próxima vez no habrá negociaciones.

Llamó a Isabella, que salió de su habitación con curiosidad en el rostro.

—Isabella, he cambiado de opinión. Puedes estar con Alex, pero mantén la puerta abierta y no quiero ningún tipo de... contacto inapropiado. ¿Entendido? —dijo Ale, con la mejor expresión seria que pudo poner- bien está bien, solo besos tranquilos.

Isabella la miró con sorpresa y luego una gran sonrisa se extendió por su rostro.

—¡Gracias, mamá! ¡Prometo que seremos súper responsables! —dijo, antes de desaparecer nuevamente en su habitación.

Cuando Isabella se fue, Ale me lanzó una mirada divertida.

—No puedo creer que me hayas convencido de esto —dijo, con una sonrisa torcida.

Me acerqué a ella y la abracé, dándole un suave beso en la mejilla.

—Lo sé, soy irresistible —le dije en tono de broma.

—Sí, eso parece —respondió Ale, riendo suavemente mientras me devolvía el abrazo.

Nos quedamos ahí, disfrutando del momento, mientras esperábamos a ver qué haría Isabella. A veces, ser Madres requería un poco de persuasión... y de recordar nuestros propios días de juventud.

Horas después, cuando llegó el momento de irme, me acerqué a la habitación de Isabella para despedirme. Al abrir la puerta, me encontré con una escena que me hizo detenerme en seco: Isabella estaba sentada en la cama, y Alex estaba inclinada hacia ella, dándole un beso suave en los labios.

Isabella se dio cuenta de mi presencia primero, sus ojos se abrieron de par en par, y se separó de Alex con un rápido movimiento. Alex se puso rígida, claramente nerviosa por haber sido atrapada en un momento tan íntimo.

—Mamá... —comenzó Isabella, con un tono de voz que mezclaba preocupación y disculpa.

Levanté una mano suavemente para detenerla antes de que dijera más, esbozando una sonrisa cómplice.

—No te preocupes, Isa —le dije en un tono tranquilo—. No le diré a Ale.

Isabella dejó escapar un suspiro de alivio, y Alex también relajó un poco la tensión en sus hombros. Me acerqué a Isabella, la abracé con fuerza, y le di un beso en la frente.

—Cuida de ti misma y... disfruta de tu tiempo con Alex, ¿sí? —le susurré al oído, antes de soltarla.

—una cosa más cariño...jamás lastimes a Alex si la amas , es un consejo personal, si estás enojada no lo descargues con ella..recuérdalo..te quiero hija.

—Gracias, mamá —respondió Isabella con una sonrisa agradecida.

Luego, me giré hacia Alex, que todavía parecía un poco tensa. Extendí mi mano hacia ella con una sonrisa amable.

—Fue un placer conocerte, Alex —dije, mirando directamente a sus ojos.

Alex parpadeó, claramente sorprendida por mi gesto, pero rápidamente reaccionó y tomó mi mano.

—Igualmente, señora Sofía —respondió, esta vez con un tono más relajado y sincero.

Le di un apretón de manos firme y luego solté su mano, dándole una última sonrisa antes de salir de la habitación. Mientras me dirigía hacia la puerta principal para irme, no pude evitar sentir una pequeña satisfacción al ver que Isabella estaba feliz, y que Ale, aunque con su natural actitud protectora, estaba empezando a aceptar a Alex en la vida de nuestra hija.

Con un último vistazo a la puerta cerrada de la habitación de Isabella, me despedí mentalmente y salí del departamento, sabiendo que nuestra familia estaba avanzando en la dirección correcta.

Cuando cerré la puerta detrás de mí, una sensación de soledad me golpeó de lleno. Ale no estaba allí para sostenerme, para decirme que todo estaría bien. Mientras caminaba hacia mi casa, con cada paso sentía el peso de mis propios demonios acercándose. La culpa de haber golpeado a Alejandra, de haberla herido de maneras que ninguna disculpa podría reparar, comenzó a envolverme como una niebla espesa. Cada imagen de su rostro marcado por el dolor, cada recuerdo de su voz temblando por el miedo y la confusión, me atravesaban como puñaladas.

Intenté distraerme, enfocarme en los pasos que daba, en el frío aire de la noche que se pegaba a mi piel. Pero mi mente no me dejaba escapar. Era como si, en la quietud de la noche, todos los errores que había cometido, todas las decisiones que lamentaba, se alzaran para recordarme quién había sido y el daño que había causado.

Casi sin darme cuenta, mis pasos me llevaron hacia una esquina oscura de la calle, un lugar que solía evitar. Allí, en la penumbra, un hombre se apoyaba contra una pared, observándome con una sonrisa que me hizo estremecer. Conocía ese tipo de mirada, la había visto antes en personas como él. Sabía exactamente qué ofrecía.

Se me acercó con una lentitud calculada, sus manos metidas en los bolsillos de su chaqueta.

—Hola, preciosa —me dijo con una voz suave pero cargada de veneno—. Pareces necesitar algo para aliviar ese peso en tus hombros. Tengo justo lo que necesitas.

Mi corazón se aceleró, y un nudo de ansiedad se formó en mi estómago. Todo en mí gritaba que me alejara, que lo ignorara y siguiera caminando, pero no podía moverme. Mi mente estaba atrapada entre la lucha por mantenerme fuerte y el deseo casi desesperado de escapar del dolor, de volver a sentir esa falsa paz que las drogas solían darme.

—No... —murmuré, negando con la cabeza, aunque mi voz apenas era un susurro—. No quiero.

El vendedor de drogas se rió, una risa seca y burlona, y dio un paso más cerca, acercándose peligrosamente a mis límites.

—Vamos, sabes que lo necesitas. Solo un poco, lo suficiente para que te sientas mejor... más ligera. Nadie tiene que enterarse.

Mis manos temblaban, mis pensamientos eran un caos. Sentía que estaba al borde de un abismo, un lugar donde todo el esfuerzo que había hecho para salir de mi adicción podría desmoronarse con solo un paso en falso. Las palabras de Ale, su voz diciéndome que estaría a mi lado, que me apoyaría en mis momentos más oscuros, luchaban en mi mente contra los fantasmas que me susurraban que no merecía su amor, que no merecía ser feliz después de todo el daño que había causado.

—No... —repetí, esta vez con más firmeza, pero mis piernas aún no respondían. El deseo de escapar, aunque solo fuera por un instante, era abrumador.

El vendedor se inclinó un poco más, casi tocándome el hombro con la suya.

—Sabes que no puedes decir que no para siempre —dijo, y por un momento, casi creí que tenía razón.

Pero entonces, como un faro en la oscuridad, la imagen de Alejandra, de Isabella y de todo lo que había luchado por recuperar apareció en mi mente. No podía hacerlo. No podía tirar todo por la borda, no después de todo lo que había prometido, no después de lo que había decidido.

—Déjame en paz —dije con más fuerza, finalmente logrando dar un paso atrás—. No quiero nada de lo que ofreces.

El hombre me miró con una mezcla de frustración y desprecio, pero no insistió. En su lugar, me lanzó una última mirada desdeñosa antes de alejarse, desapareciendo en la oscuridad de la calle.

Me quedé allí, temblando, sintiendo como si hubiera corrido una maratón. Había resistido, sí, pero apenas. Sabía que no podía seguir así, tambaleándome al borde de una recaída. Necesitaba ayuda, y la necesitaba ahora más que nunca. Con pasos temblorosos, me alejé de la esquina, esta vez decidida a llegar a casa. Ale estaba esperando, y más que nunca, sabía que necesitaba estar cerca de ella.

Estaba tan cerca de llegar a casa,  Podía ver el edificio a lo lejos, el destello de las luces en las ventanas, y por un momento, me sentí aliviada, como si al cruzar esa puerta todo el dolor y la tentación quedarían atrás.

Pero el destino tenía otros planes. De repente, sentí una presencia detrás de mí, y antes de que pudiera reaccionar, el mismo tipo que me había abordado antes se apareció nuevamente, con esa sonrisa venenosa en los labios.

—Te dije que no podrías resistirte para siempre, muñeca —dijo, su voz suave y persuasiva mientras me cortaba el paso.

—Ya te dije que no quiero nada —respondí con firmeza, tratando de sonar más segura de lo que realmente me sentía. Sabía que estaba en un punto crítico, que un solo paso en falso podía llevarme al abismo del que tanto había luchado por escapar.

Pero esta vez, el hombre no se contentó con solo palabras. Sus ojos brillaron con una determinación oscura, y antes de que pudiera reaccionar, me agarró del brazo con una fuerza que me tomó por sorpresa.

—No es una petición —murmuró mientras me arrastraba hacia un callejón cercano.

Luché, intenté liberarme de su agarre, pero mis esfuerzos fueron en vano. Estaba demasiado débil, demasiado abrumada por la ansiedad y la culpa, para ofrecer una resistencia real. Mi mente estaba dividida entre la desesperación y el miedo, y en un instante, todo mi control comenzó a desmoronarse.

El tipo sacó una bolsita de su chaqueta y la agitó frente a mis ojos, como si estuviera mostrando un tesoro prohibido. Mi corazón latía con fuerza mientras intentaba apartar la mirada, pero la tentación, esa maldita tentación, comenzó a enredarse en mis pensamientos, sofocando cualquier intento de resistencia.

—Vamos, solo una vez más —dijo, su voz ahora más suave, casi amable—. Nadie lo sabrá, nadie tiene que enterarse.

Las palabras de Alejandra resonaban en mi cabeza, sus promesas de estar a mi lado, de apoyarme en mis momentos de debilidad. Pero esas promesas se desvanecían frente al deseo, frente a la necesidad casi física de escapar del dolor, aunque solo fuera por un instante.

—No puedo... —susurré, pero la duda ya se había colado en mi voz, en mi voluntad.

Él no necesitó más. Con movimientos rápidos, casi mecánicos, me forzó a consumir. Sentí la sustancia invadir mi cuerpo, ese viejo y conocido escalofrío recorriendo mi piel. Mi resistencia, mi fuerza de voluntad, todo se desmoronó en un instante. Fue como si un vacío se abriera dentro de mí, devorando todo lo que era bueno, todo lo que había intentado construir.

Y entonces, lo sentí: la recaída. Esa ola de alivio mezclada con la más amarga de las culpas. Mi mente se nubló, mis pensamientos se desvanecieron, y todo lo que quedaba era una sensación de derrota tan profunda que casi me hizo caer al suelo.

El tipo me soltó, satisfecho, y se alejó, dejándome sola en ese callejón oscuro, enfrentando la devastadora realidad de lo que acababa de suceder. No había marcha atrás, no ahora. Había fallado, otra vez.

Y lo peor de todo es que sabía que tendría que enfrentar a Alejandra, que tendría que mirarla a los ojos y admitir lo que había hecho. La culpa era insoportable, como una carga que amenazaba con aplastarme. Y en ese momento, mientras las luces del edificio parpadeaban a lo lejos, supe que estaba más perdida que nunca.

Después de lo que parecieron horas, finalmente me arrastré hasta el callejón. La droga estaba haciendo estragos en mi cuerpo, y la realidad se estaba desdibujando a mi alrededor. Me apoyé contra una pared fría y rugosa, tratando de recuperar un poco de control, aunque la sensación de aturdimiento era abrumadora. Mis pensamientos estaban mezclados, mi mente flotaba en una niebla densa.

Sentí el vibrar de mi celular en el bolsillo y, con dificultad, saqué el teléfono. La pantalla parpadeaba con los constantes mensajes de Alejandra. Mi corazón se hundió al ver las notificaciones. Cada mensaje era una mezcla de preocupación y cariño, y me sentí más culpable con cada uno que leía.

"¿Ya llegaste? Te estoy esperando."
"Sofía, por favor, contéstame. ¿Dónde estás?"
"Estoy empezando a preocuparme. No quiero que estés sola en la calle. ¿Puedo llamarte?"

Me esforzaba por concentrarme en las palabras, pero la droga hacía que todo se sintiera distante, como si estuviera viendo a través de una pantalla empañada. Sabía que tenía que regresar a casa, pero cada movimiento se sentía como una tortura, cada paso un desafío.

Finalmente, logré llegar a mi edificio. Mi andar era tambaleante, y tuve que aferrarme a la pared para no caer. Sentí que el tiempo se estiraba y encogía a su antojo mientras subía las escaleras, el sonido de mis propios pasos retumbando en mi cabeza. Al llegar a mi departamento, traté de respirar profundamente y reunirme con la mayor cantidad de compostura posible antes de abrir la puerta.

Entré tambaleándome en el apartamento. La casa estaba en silencio. Alejandra no estaba allí. Cerré la puerta con cuidado, mi mente tambaleándose mientras intentaba mantenerme erguida. En ese momento, el teléfono volvió a sonar. Era Alejandra.

Me apresuré a contestar, pero en lugar de una voz tranquila y serena, mi tono salió entrecortado y confuso.

—Hola... Ale... —dije, mi voz temblando. Traté de articular palabras, pero sentía que mi lengua era de plomo—. Estoy... en casa.

—Sofía, ¿dónde has estado? —preguntó Alejandra, su voz llena de preocupación—. Te he estado llamando durante horas. ¿Estás bien? ¿Por qué no has llegado antes?

La culpa me envolvió como una manta pesada. Intenté enfocar mis pensamientos, pero las palabras no salían de la manera que quería. Mi mente estaba enredada en una maraña de confusión.

—Sí, estoy... estoy bien. Solo... tuve que hacer algo... —respondí, intentando sonar coherente, pero no logré hacerlo—. No te preocupes, Ale, estoy en casa ahora. Solo... estaba... un poco retrasada.

—Sofía, tu voz no suena bien. ¿Estás segura de que estás bien? —Alejandra insistió, su preocupación creciendo—. ¿Puedo ir a casa? No me gusta cómo hablas.

Sentí un nudo en el estómago. No podía permitir que supiera la verdad, no ahora. Tenía que mantener la calma, aunque cada segundo se sentía como una eternidad.

—No, no hace falta —dije rápidamente, tratando de calmarla—. Solo... quiero descansar un poco. Estoy... cansada. Hablamos más tarde, ¿sí?

Antes de que pudiera decir más, colgué la llamada. Mi corazón latía frenéticamente mientras me desplomaba en el sofá. La confusión y el miedo eran abrumadores. Las imágenes de Alejandra y de lo que había hecho estaban en mi mente, y la realidad parecía distorsionarse aún más con cada minuto que pasaba.

Me recosté, intentando respirar con calma, pero cada respiración parecía más difícil que la anterior. Sabía que no podía seguir así, que tenía que enfrentar a Alejandra y admitir lo que había hecho, pero por ahora, todo lo que podía hacer era intentar mantenerme a flote en este mar de desesperación.

Pov Alejandra.

Algo en mi interior me decía que algo estaba mal. Las llamadas y mensajes de Sofía estaban llenos de incoherencias, y su tono no era el mismo de siempre. Aunque Isabella y Alex estaban en la sala, compartiendo un momento agradable y celebrando su reciente avance, sentía una inquietud creciente que no podía ignorar. Sabía que debía priorizar a Sofía, pero también me preocupaba dejar a Isabella y Alex solas. Sin embargo, la preocupación por Sofía era más fuerte. Algo me decía que tenía que ir a su casa.

Entré al cuarto de Isabella, donde la veía entusiasmada contándole a Alex cómo había logrado caminar nuevamente. La niña estaba radiante, y Alex escuchaba con admiración. Me acerqué con una sonrisa forzada y llamé a Isabella.

—Isabella, necesito hablar contigo un momento.

Isabella se volvió, y pude ver la expresión de sorpresa en su rostro. Me acerqué y le expliqué que debía salir de inmediato, pero le prometí que no estaría mucho tiempo.

—Isabella, necesito que me hagas un favor. No hagas nada que pueda meterte en problemas mientras no estoy aquí. Confío en ti, y sé que todo estará bien.

Ella asintió, un poco confundida pero comprensiva. Le di un abrazo rápido, intentando transmitirle toda la confianza que podía, y salí rápidamente de la casa. Mientras caminaba hacia la casa de Sofía, la inquietud crecía en mi pecho. No entendía qué estaba pasando, pero sabía que no podía ignorar mis presentimientos.

Al llegar a la puerta de Sofía, toqué varias veces, pero no obtuve respuesta inmediata. Mi corazón latía con fuerza mientras esperaba. Finalmente, la puerta se abrió lentamente y Sofía apareció. En ese momento, supe que algo no estaba bien. Su apariencia desarreglada, los ojos vidriosos y su manera de moverse errática me hicieron darme cuenta de inmediato. No estaba en su estado normal.

—Sofía, ¿estás bien? —pregunté, tratando de mantener la calma mientras mi mente corría a mil por hora.

Sofía me miró con una expresión de sorpresa y algo de confusión. La forma en que habló, arrastrando las palabras y mezclando frases sin sentido, me hizo aún más evidente lo que estaba ocurriendo.

—Ale, es... es tan... tan... —dijo, su voz tambaleándose—. Me alegra que estés aquí, pero... pero no sé qué... qué... estoy intentando decir...

La forma en que mezclaba las palabras y no lograba formar frases coherentes confirmaba mis sospechas. Sabía que había estado drogada y que sus palabras no tenían sentido. Todo estaba encajando. Sofía no estaba bien, y el sentimiento de pánico se apoderó de mí.

—Sofía, ¿qué has hecho? —le pregunté, intentando mantener la serenidad mientras me acercaba a ella para asegurarme de que estaba segura.

Ella trató de responder, pero sus palabras seguían siendo una mezcla incomprensible de sonidos y frases que no encajaban. Su comportamiento era un claro indicio de que había tenido una recaída, y mi preocupación por ella creció aún más. No podía dejarla sola en ese estado, y sabía que debía buscar ayuda de inmediato.

El enojo que sentí al ver a Sofía en ese estado era abrumador. Cuando la vi, me invadió una mezcla de furia y tristeza. ¿Cómo podía estar en esta situación después de todo lo que habíamos pasado? Sus movimientos erráticos y palabras incoherentes no solo me rompieron el corazón, sino que me enfurecieron. No podía entender cómo había recaído nuevamente, y mi frustración se convirtió en acción.

La agarré con firmeza y la arrastré hasta el mini parque del jardín. La manguera estaba allí, y no dudé en usarla. Abriendo el grifo con fuerza, el agua comenzó a salir en un chorro constante y frío. La rocié, sin importarme si estaba siendo dura. Necesitaba que reaccionara, que saliera de esa nube de confusión y desesperación.

Sofía, al principio, no entendía nada. Sus movimientos se volvían cada vez más erráticos, y sus ojos parecían buscar algo de sentido en la situación. Pero el agua fría la hizo temblar y, lentamente, empezó a reaccionar. Sus ojos se enfocaron un poco más, y su expresión se volvió menos confusa.

Finalmente, cuando vi que parecía empezar a despertar, dejé de rociarla con agua. Mi enojo no se había disipado, pero mis lágrimas comenzaron a fluir incontrolables. Me di la vuelta, luchando con el dolor que sentía, y empecé a caminar, intentando alejarme de la situación y de la rabia que me consumía.

Sofía, tambaleándose, trató de frenarme, pero yo la empujé con firmeza. Sin embargo, no pude mantenerme alejada. Sofía corrió detrás de mí y, con un grito ahogado de desesperación, me abrazó por la espalda. La sensación de su cuerpo pegado al mío me hizo colapsar emocionalmente.

—Ale, por favor, no te vayas —suplicó, su voz quebrada por el llanto—. No lo hice por voluntad propia. Alguien en la calle me obligó a hacerlo.

La confesión de Sofía me hizo detenerme en seco. Me volví lentamente para enfrentarla, mis lágrimas mezclándose con la lluvia. Miré sus ojos, buscando entender, y vi el arrepentimiento y el dolor que reflejaban. El peso de sus palabras me impactó profundamente, y sentí una mezcla de alivio y tristeza.

—¿Qué estás diciendo, Sofía? ¿Por qué no me lo dijiste antes? —pregunté, mi voz temblando.

—No quería preocuparte más —respondió—. No pude decirte nada en el momento. No sabía cómo...

Nos quedamos allí, El enojo había dado paso a la comprensión, aunque el dolor seguía presente. No podía permitir que Sofía siguiera sufriendo

Sofía estaba temblando en mis brazos, y cuando me prometió que no volvería a hacerlo, algo dentro de mí se quebró aún más. No era la primera vez que escuchaba esas palabras, y la incertidumbre de si serían las últimas me estaba matando por dentro.

—Sofía, no me mientas —le dije, con la voz rota, temblando de rabia y desesperación—. ¿De verdad te sentiste bien volviendo a eso? ¿Volviendo a ese maldito hábito?

Ella me miró, y por un momento, vi una chispa de duda en sus ojos. Esa chispa me lo dijo todo. Sofía no sabía qué responder, y eso me dolió más que cualquier cosa. Porque, en el fondo, sabía que había una parte de ella que aún era vulnerable a ese vicio.

—Ale... —empezó, su voz apenas un susurro—, no quería. De verdad, no quería. Me resistí al principio, pero... No pude evitarlo. No pude.

El enojo que había estado conteniendo explotó.

—¡No quiero perderte, Sofía! —grité, mi voz rasgándose por el dolor—. ¡No quiero que las drogas te aparten de mí, no quiero que eso destruya lo que tenemos! ¡No puedo soportar la idea de perderte por esto!

Mis lágrimas caían sin control, y la desesperación en mi voz resonaba en el aire. Pero Sofía no se quedó callada.

—¡No me vas a perder, Ale! —me gritó, su voz ahora cargada de rabia y desesperación—. ¡No me vas a perder! ¡Te estoy diciendo que no quería hacerlo, pero no entiendes lo difícil que es! ¡No entiendes nada!

—¿No entiendo? —repliqué, mi voz subiendo de volumen, llena de incredulidad—. ¡Sofía, soy yo la que ha estado contigo durante todo esto! ¡He visto cómo te destruye, cómo nos destruye a las dos! ¡No puedes decirme que no entiendo!

Ella dio un paso hacia mí, su cara enrojecida por la frustración.

—¡Entonces ayúdame, Ale! —gritó, su voz a punto de quebrarse—. ¡Ayúdame en lugar de gritarme! ¡No necesito que me juzgues, necesito que estés conmigo!

—¡Y lo estoy! —le grité de vuelta, sin poder contenerme—. ¡Estoy aquí, estoy contigo, pero no sé cuánto más puedo soportar! ¡No sé si puedo seguir viendo cómo te destruyes una y otra vez!

Sofía apretó los puños y dio un paso hacia atrás, como si mis palabras la hubieran golpeado físicamente.

—¡No me dejes, Ale! —gritó, ahora desesperada—. ¡No puedes dejarme! ¡Te necesito! ¡No puedo hacerlo sin ti!

Su desesperación me atravesó como un puñal, pero en lugar de calmarme, solo hizo que la rabia creciera en mi interior. Me sentía atrapada, impotente, y no podía soportar la idea de perderla, pero al mismo tiempo, la lucha constante me estaba destruyendo.

—¡¿Cómo puedes pedirme que no te deje cuando ni siquiera puedes prometerme que esto no volverá a pasar?! —le grité, sintiendo cómo mi voz se quebraba—. ¡Dime, Sofía! ¿Qué se supone que debo hacer?

—¡Luchar conmigo! —gritó, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡No quiero perderte, Ale! ¡Haré lo que sea, pero no me dejes, por favor!

Su desesperación, su miedo, me rompieron. Sofía intentó abrazarme, pero yo la aparté, incapaz de soportar la mezcla de emociones que sentía.

—¡No me toques, Sofía! —grité, intentando mantenerla a distancia—. ¡No puedo... no puedo seguir así!

Pero ella no me dejó. En un movimiento desesperado, me tomó del brazo y me abrazó con fuerza, sus lágrimas empapando mi cuello. Intenté apartarla, pero estaba demasiado agotada emocionalmente para seguir luchando.

—No te vayas... —susurró entre lágrimas, su voz temblando—. No te vayas, Ale. No me dejes sola. Te juro que no volverá a pasar, que voy a cambiar, pero no puedo hacerlo sin ti.

—Sofía... —murmuré, mi voz finalmente quebrándose—. Por favor, no me hagas esto de nuevo. No sé si podré soportarlo otra vez.

Ella me abrazó aún más fuerte, como si aferrarse a mí fuera la única manera de mantenerse en pie.

—No lo haré, Ale. Te lo prometo. No te voy a dejar sola en esto. Vamos a salir adelante, juntas. Pero no te vayas, no me dejes, porque sin ti, no tengo la fuerza para luchar.

Sus palabras me atravesaron, llenas de una desesperación que no había visto antes. Apreté mis brazos alrededor de ella, mis propias lágrimas mezclándose con las suyas.

—Sofía... —susurré, mis labios temblando—. Por favor, no me hagas esto de nuevo. No quiero perderte.

—No me vas a perder —me susurró—. No te voy a perder.

Nos quedamos allí, abrazadas, respirando con dificultad, intentando procesar todo lo que había pasado. Sentía su cuerpo temblar contra el mío, y por un momento, me permití creer que, tal vez, podríamos superar esto juntas.

El miedo seguía allí, latente, pero en ese momento, solo podía aferrarme a la promesa de que, de alguna manera, encontraríamos la manera de salir de este infierno. Porque, a pesar de todo, seguía amándola más que a nada en este mundo.

Pov Isabella.

Estaba besando a Alex cuando, de repente, ella se apartó un poco y me miró a los ojos, con una preocupación que me descolocó. Me conocía bien, mejor de lo que a veces me gustaría admitir, y no podía ocultarle cuando algo me rondaba la cabeza.

—¿Qué te pasa, Isa? —me preguntó suavemente, su voz llena de preocupación.

Intenté sonreír, intenté fingir que todo estaba bien, pero las emociones empezaron a burbujear en mi interior. No entendía por qué me sentía así. Sabía que Ale y Sofía estaban juntas, que se amaban, pero el miedo seguía allí, clavado en mi pecho como una espina que no podía arrancar.

—No sé, Alex... —le respondí finalmente, con la voz temblando un poco—. Es solo que... sé que Ale y Sofía están en pareja, pero no puedo evitar sentir miedo.

Alex frunció el ceño, acariciando mi mejilla con ternura.

—¿Miedo de qué? —preguntó, claramente preocupada.

Mis ojos se llenaron de lágrimas sin quererlo. Recordaba esas noches cuando era más pequeña, cuando Alejandra volvía a casa con moretones en la piel. Ella siempre me decía que se había caído, que no era nada grave. Pero yo no era tonta, sabía que algo más pasaba, aunque en ese momento no entendía bien qué. Ahora lo sabía, lo había descubierto con el tiempo, pero ese conocimiento solo hacía que el miedo se hiciera más grande.

—Miedo de que Sofía vuelva a hacerle daño —confesé finalmente, con la voz rota—. De pequeña, veía a Ale con esos moretones y decía que solo se había caído, pero... no era verdad. No quiero que vuelva a pasar. No quiero que Ale termine lastimada otra vez. La amo, Alex. Es mi mamá.

Me quebré un poco, y aunque intenté contener las lágrimas, sentí cómo mis ojos se llenaban aún más, nublando mi visión. Era ridículo, porque también quería a Sofía, la quería mucho, pero ese miedo seguía ahí, anidado en mi corazón, y no podía deshacerme de él. Sofía también es mi mamá, pero la idea de que vuelva a lastimar a Ale me destrozaba.

Alex me abrazó entonces, sin decir nada al principio, solo manteniéndome cerca, dándome el apoyo que necesitaba sin juzgarme. Sabía que era irracional, sabía que probablemente Sofía no lastimaría a Ale otra vez, pero el miedo seguía ahí, y eso era lo que no podía controlar.

—Isabella, escucha —me dijo finalmente, su voz suave y firme a la vez—, entiendo que tengas miedo, pero tienes que hablar con Ale, o incluso con Sofía, sobre esto. No puedes cargar con ese miedo sola. Ellas te aman, y si saben lo que sientes, podrán hacer algo al respecto.

Me aparté un poco para mirarla, y aunque sus palabras tenían sentido, me sentía demasiado vulnerable, demasiado asustada para siquiera pensar en enfrentarlo.

—¿Y si no puedo? —pregunté, mi voz apenas un susurro—. ¿Y si hablar de esto solo lo empeora?

Alex me miró con esos ojos sinceros que siempre me daban una sensación de seguridad.

—No lo hará, Isa. Lo prometo. Ale y Sofía te aman más que a nada en este mundo. Ellas querrán saber lo que sientes para poder ayudarte. No estás sola en esto.

La abracé con fuerza, buscando consuelo en su cercanía. No quería que Alejandra volviera a sufrir, no quería que nada rompiera la paz que habíamos construido. Pero también sabía que debía enfrentar esos miedos, por Ale, por Sofía, y por mí misma.

Me quedé un rato más en los brazos de Alex, intentando juntar las fuerzas para hablar con Alejandra, para confesarle el miedo que llevaba dentro. Sabía que no podía evitarlo para siempre, y con Alex a mi lado, sentía que quizás, solo quizás, podría encontrar la manera de superarlo.

Alex me miraba con esa mirada que siempre hacía que me sintiera especial, pero esta vez había algo más. Algo en la forma en que sus ojos brillaban me hizo sentir un nudo en el estómago. No estaba segura de lo que era, pero no me dio tiempo de pensar demasiado antes de que sus labios tocaran los míos otra vez.

Nos besamos suave, sin prisa, hasta que Alex se separó apenas lo suficiente para hablar. "No importa lo que pase con Alejandra y Sofía, yo siempre estaré aquí contigo, Isa", me susurró con una voz tan segura que casi creí que todo iba a estar bien.

Sentí un calor en mi pecho. Era reconfortante, como una manta suave en una noche fría. Sin pensar mucho, le devolví el beso, más corto esta vez, solo un toque en sus labios, pero sentí que era mi manera de agradecerle.

Alex me sonrió, pero de repente, su sonrisa se volvió traviesa, como si estuviera tramando algo. "Aprovechando que estamos solas...", dijo, y me tomó las manos. Yo fruncí el ceño, confundida. No sabía a qué se refería.

"¿Aprovechando qué?" le pregunté, sintiendo cómo mi confusión crecía.

Alex me miró directo a los ojos y su expresión cambió a una más seria. "Isabella, sé que somos jóvenes, y sé que no entiendes del todo lo que está pasando con nuestras mamás... pero quiero que sepas que me gustas. Quiero que seas mi novia, aunque solo tengamos 11 años... yo tengo 12, pero eso no importa, ¿verdad?"

Me quedé mirándola, procesando sus palabras. ¿Novias? Nunca había pensado en eso antes, al menos no de esa manera. Sentí que mi corazón latía más rápido, y el calor en mis mejillas me decía que probablemente estaba ruborizada. Era extraño, pero también emocionante.

"¿Novias...?" repetí, casi para mí misma. No sabía si estaba lista para algo así, pero cuando miré a Alex y vi la sinceridad en sus ojos, supe que no quería perderla.

"Sí," respondí finalmente, apretando un poco sus manos. "Quiero ser tu novia."

Alex sonrió de oreja a oreja, y antes de que pudiera decir algo más, me besó de nuevo, más largo esta vez. Era una promesa, o al menos eso quería creer.

El beso entre Alex y yo estaba alcanzando una intensidad que me hacía sentir una mezcla de emoción y nervios. Sus labios se movían con deseo, y mis manos, sin pensarlo mucho, subieron a su cuello. Lo apreté un poco, buscando una conexión más profunda mientras nuestros cuerpos se acercaban cada vez más. El calor y la pasión estaban en aumento, y estábamos completamente inmersas en nuestro momento.

Sin embargo, de repente, un sonido inesperado nos sacó de nuestro éxtasis. La puerta de la sala había sonado, y el eco nos hizo darnos cuenta de que alguien estaba entrando. Nos separamos de inmediato, con los corazones latiendo rápido y las mejillas encendidas. Rápidamente, nos acomodamos la ropa y el cabello, tratando de parecer lo más natural posible.

La puerta de la habitación se abrió y Belén, la mejor amiga de Alejandra, entró con una expresión amigable en el rostro. "Hola, chicas", saludó con una sonrisa. "¿Dónde está Ale? No la he visto por un rato."

Isabella, en un intento por desviar la atención, respondió rápidamente: "Oh, Ale ha salido. No estoy segura de a dónde fue exactamente, pero creo que tenía algo que hacer."

Belén asintió, aún con una sonrisa cálida, y se quedó un momento observándonos. "Bueno, si necesitan algo o si Ale regresa, avísenme, ¿vale?" dijo antes de dar media vuelta y salir de la habitación.

Alex y yo nos miramos con una mezcla de alivio y risa nerviosa. La situación había sido salvada por un simple cambio de tema, y decidimos que lo mejor sería distraernos hablando de algo completamente diferente. La física cuántica parecía el tema perfecto para mantener la conversación ligera y, sobre todo, para recuperar la compostura después de lo que acabábamos de compartir.

Mientras el beso con Alex escalaba en intensidad, nuestros cuerpos se movían juntos, perdiéndonos en el momento. Alex me sostenía con firmeza.

yo le apreté un poco el cuello, disfrutando la sensación de estar tan cerca de ella.

Sentía cómo su respiración se aceleraba, y todo parecía estar perfecto. Pero de repente, el sonido de la puerta interrumpió nuestro momento.

Nos separamos rápidamente, intentando acomodarnos y retomar una conversación que nos distrajera. El tema de física cuántica parecía ser lo más alejado de nuestra situación. La puerta de la sala se abrió, y Belén entró con una sonrisa amigable en el rostro.

"¡Hola, chicas!" saludó Belén, su mirada pasando de mí a Alex. "¿Dónde está Ale? Pensé que estaría aquí."

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió nuevamente, y Ale entró en la sala. Su rostro estaba pálido y sus ojos rojos y llenos de lágrimas. Sin una palabra, se lanzó hacia Belén, abrazándola con una desesperación que la hizo tambalear. Ale sollozaba incontrolablemente, como si toda la angustia que había estado conteniendo se hubiera liberado en ese momento.

Belén, sorprendida pero comprensiva, rodeó a Ale con sus brazos, intentando calmarla. "Ale, ¿qué pasa? ¿Qué ha sucedido?"

Ale, aún abrazada a Belén, logró articular algunas palabras entre sollozos. "Es... es Sofía... tuvo una recaída...y no sé qué hacer."

Mis manos empezaron a temblar al escuchar las palabras de Ale. Miré a Alex, que tenía una expresión de preocupación igual a la mía. "Esto no puede estar pasando," murmuré, mi voz quebrándose. "¿Porque justo ella?"

Alex se acercó, tratando de ofrecerme apoyo. "No podemos quedarnos aquí. Necesitamos averiguar más. Vamos a ver qué está pasando."

Ale levantó la cabeza de Belén y miró a ambas con ojos llenos de dolor. "Lo siento mucho, no quería que esto sucediera. Estaba tratando de ayudarla, pero no sabía cómo."

Belén acarició el cabello de Ale, tratando de consolarla. "Lo importante ahora es que estás aquí y que podemos hacer algo para ayudar. ¿Qué podemos hacer por Sofía?"

Ale, entre sollozos, explicó cómo la había encontrado en un estado lamentable y cómo había tratado de ayudarla, pero no había tenido éxito. "Yo... yo sólo quiero que esté bien. No puedo soportar verla así."

Con cada palabra de Ale, mi ansiedad crecía. "¿Qué sucede con Sofía ahora?" pregunté, mi voz llena de preocupación. "¿Está en algún lugar seguro?"

Ale asintió, limpiándose las lágrimas. "Sí, pero no sé qué hacer a continuación. No quiero que esto se repita."

La angustia en el aire era palpable. Mientras Belén seguía abrazando a Ale, Alex me tomó de la mano y dijo con determinación, "Vamos a encontrar una solución. No vamos a dejar que esto nos venza."

Me sentí reconfortada por las palabras de Alex, aunque la preocupación seguía en mi mente. La escena que estaba presenciando era demasiado intensa y dolorosa. Necesitaba saber que todo iba a estar bien, que Ale y Sofía encontrarían una solución a sus problemas, y que la situación no se saldría de control.

Con la sensación de que todo estaba colapsando a nuestro alrededor, me quedé esperando a ver qué pasos tomarían a continuación para ayudar a Sofía y a Ale, deseando que las cosas mejoraran pronto.

Horas después de que Alex se fuera, me senté en mi habitación, sumida en una profunda tristeza. Los eventos de ese día habían sido abrumadores, y no podía dejar de pensar en todo lo que había pasado. Alejandra entró en mi habitación con pasos suaves, y se sentó a mi lado en la cama. Su presencia era reconfortante, pero también me hacía sentir aún más consciente de lo que había sucedido.

Ale me miró con una expresión de preocupación. "Isabella, ¿todo está bien? Te ves triste."

Intenté forzar una sonrisa, pero no pude evitar que la tristeza se reflejara en mi rostro. "¿Sofía nos ama, verdad?" pregunté, mi voz apenas un susurro.

Ale asintió con firmeza. "Sí, Sofía te ama. Te ama a ti, a mí, a nuestra familia."

Miré hacia abajo, sintiendo que el peso de la culpa se acumulaba sobre mis hombros. "No parece que nos quiera mucho. La recaída... siempre dicen que es culpa de los hijos. Así que, en realidad, debe ser culpa mía."

Ale frunció el ceño, claramente sorprendida por mis palabras. "No, Isabella, no es culpa tuya. Las recaídas no son culpa de los hijos. Es un problema que Sofía tiene que enfrentar por sí misma."

Pero, aunque Ale intentaba consolarme, la culpa seguía apoderándose de mí. "Lo siento, pero no puedo evitar sentir que he fallado. Si no fuera por mí, tal vez Sofía no se habría recaído. Quizás si yo fuera una mejor hija, todo sería diferente."

Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, y a pesar de mis esfuerzos por detenerlas, no pude contener el llanto. Ale, viendo mi dolor, me rodeó con sus brazos en un intento de consolarme.

"No es tu culpa, Isabella," dijo con voz suave, acariciando mi cabello. "Nadie puede prever lo que va a suceder. Sofía está luchando con sus propios demonios, y eso no tiene nada que ver con lo que hayas hecho o dejado de hacer."

Pero sus palabras no parecían aliviar la carga de culpa que sentía. "¿Por qué no puedo dejar de sentir que es mi culpa? ¿Por qué siento que todo está desmoronándose a mi alrededor?"

Ale se acercó más, abrazándome con fuerza. "Porque eres una persona sensible y te preocupas profundamente por los que amas. Pero eso no significa que seas responsable de las acciones de los demás. Todos estamos haciendo lo mejor que podemos, y lo importante ahora es que sigamos adelante juntos."

A pesar de sus palabras reconfortantes, el dolor seguía muy presente. Mientras lloraba en los brazos de Ale, me di cuenta de que la culpa y la tristeza eran difíciles de sacudir. Solo podía esperar que, con el tiempo, las cosas mejoraran y que todos encontráramos una manera de sanar y seguir adelante.

Ale permaneció a mi lado, ofreciendo consuelo y amor en un momento en el que más lo necesitaba, y aunque la tristeza no se desvaneció por completo, me sentía un poco menos sola con su apoyo.

Alejandra me abrazó con fuerza, y en ese momento, el calor y el amor de su abrazo me envolvieron como una manta reconfortante. Sentí sus manos acariciar mi espalda, y su voz, suave y llena de ternura, me dijo: "Mi amorcito, te amo mucho. Eres lo más importante para mí, y no quiero que te sientas culpable por algo que no es tu culpa."

Sus palabras eran un bálsamo para mi corazón roto. Me aferré a ella con más fuerza, dejando que sus palabras me envolvieran. "Te quiero mucho también, mamá. Eres la mejor mamá del mundo, y no quiero que pienses que no estoy aquí para ti."

Ale me abrazó aún más fuerte, su calidez era un refugio en medio de mi tormenta emocional. "Eres mi tesoro, mi chiquita preciosa. No importa lo que pase, siempre estaré aquí para ti, y juntos lo superaremos todo."

Mientras nos abrazábamos, sentí cómo mi tristeza empezaba a desvanecerse un poco. Aunque aún estaba abrumada por la culpa, el amor incondicional de mi mamá me daba esperanza. "Gracias por estar siempre conmigo, mi corazón. Prometo hacer todo lo que esté en mis manos para que todo mejore."

Ale me sonrió con lágrimas en los ojos y me dio un suave beso en la frente. "No tienes que prometer nada, solo sigue siendo tú, mi amor. Eso es más que suficiente para mí."

Nos quedamos así, abrazadas en un momento de silencio compartido, en el que las palabras ya no eran necesarias para expresar el amor que nos teníamos. El simple acto de estar juntas, apoyándonos mutuamente, era todo lo que necesitábamos para afrontar los desafíos que se nos presentaban.

Con el abrazo de mi mamá aún cálido a mi alrededor, me sentí lo suficientemente segura como para compartir algo que había estado guardando en mi corazón. Miré a Ale con una mezcla de nerviosismo y emoción. “Mamá, hay algo que quiero contarte,” dije, mi voz temblando un poco pero llena de una emoción contagiosa.

Ale me miró con curiosidad y una leve sonrisa en sus labios. “¿Qué pasa, mi amor? ¿Qué es eso tan importante?”

Tomé aire y traté de calmar los latidos acelerados de mi corazón. “Bueno, Alex… la chica con la que he estado saliendo, me pidió que fuera su novia.”

Ale frunció el ceño, su sorpresa evidente. “¿Alex? ¿La misma que has estado viendo desde hace un tiempo? ¿Te pidió que fueran novias?”

Asentí con una sonrisa tímida. “Sí, justo antes de que tú llegaras. Fue un momento inesperado, pero fue muy dulce. Me dijo que, aunque tenemos solo once años, quería que fuéramos novias oficialmente.”

Ale sonrió ampliamente, su mirada se suavizó con un brillo de orgullo y ternura. “Oh, mi amor, eso es tan bonito. Me alegra que hayas encontrado a alguien que te haga feliz. ¿Cómo te sientes al respecto?”

Me sonrojé un poco, pero no podía esconder mi sonrisa. “Estoy muy feliz, mamá. Alex es increíble y me hace sentir especial. Pero también estaba un poco nerviosa, porque no quería que todo esto te preocupase.”

Ale me abrazó una vez más, esta vez con un aire de celebración en su abrazo. “No tienes que preocuparte por eso, Isabella. Estoy muy feliz por ti. Alex parece ser una buena persona y si te hace feliz, entonces me alegra por ustedes dos. Solo recuerda ser siempre honesta y respetuosa en tu relación.”

“Lo haré, mamá,” prometí, sintiendo una calidez en el corazón por el apoyo y la comprensión de Ale. “Gracias por estar siempre aquí para mí, incluso en los momentos que no son tan fáciles.”

Ale me dio un beso en la cabeza, sonriendo de oreja a oreja. “Siempre estaré aquí para ti, cariño. No importa lo que pase, siempre puedes contar conmigo. Y si Alex te hace feliz, entonces estoy feliz también.”

Nos quedamos allí un momento, disfrutando del vínculo especial que compartimos, y la noticia de mi relación con Alex parecía haber aliviado un poco la tensión que había estado pesando sobre nosotros.

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Holaaaaaaa.

Cómo andamos.

Bien, no fue el capítulo más feliz del mundo Pero bueno.

Nos vemos pronto.

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