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Isabella y sus 11 años

sometimes you have to be bad to those who are not good

------ ( Pedro los saluda y les da la bienvenida a esta nueva historia)-------

El día amaneció con un cielo despejado y un sol radiante que anunciaba una jornada especial. Isabella Villarreal Reyes, la hija menor de Sofía y Alejandra, cumplía once años. Aunque la joven había aprendido a no esperar demasiado de los cumpleaños desde la separación de sus madres, este año sería diferente.

Isabella despertó temprano, con la emoción palpable en el aire. Aunque la tristeza siempre la acompañaba debido a la ausencia de su madre Alejandra, trató de mantenerse optimista. Ángela, su hermana mayor, siempre había sido su refugio, y hoy no sería la excepción.

Ángela se levantó decidida a hacer de este día algo especial para su hermana pequeña. Mientras preparaba el desayuno, su teléfono sonó. Era Sofía.

-Ángela, ¿podemos hablar? -preguntó Sofía con una voz que intentaba ocultar la tensión.

-Si es sobre Isabella, sí. -respondió Ángela, tratando de mantener la calma.

-Quería hablarte sobre el pastel de cumpleaños. Pensé que podríamos llevárselo juntas. -Sofía hizo una pausa, esperando una respuesta positiva.

Ángela respiró hondo. -Está bien, pero solo por Isabella. Esto no cambia nada entre nosotras.

A la hora pactada, Sofía llegó a la casa con el pastel en las manos. Ambas mujeres se miraron con una mezcla de resentimiento y determinación. Ángela abrió la puerta sin decir una palabra, permitiendo que Sofía entrara.

En la cocina, el pastel estaba listo, decorado con colores brillantes y la leyenda "Feliz Cumpleaños, Isabella".

-Se ve bien. -comentó Sofía, intentando romper el hielo.

-Sí, lo hice yo. -respondió Ángela, sin apartar la vista del pastel.

Ambas se quedaron en silencio por unos momentos, hasta que Ángela rompió la tensión.

-Mamá, esto es solo por Isabella. No creas que porque hagamos esto juntas voy a olvidar todo lo que pasó.

Sofía asintió, sintiendo el peso de sus errores. -Lo sé, Ángela. Solo quiero que Isabella sea feliz hoy.

Isabella llegó a la casa con una sonrisa radiante al ver el pastel. -¡Wow! ¡Es hermoso! -exclamó, corriendo hacia Ángela para abrazarla.

-¡Feliz cumpleaños, pequeña! -dijo Ángela, devolviendo el abrazo con cariño.

Sofía se acercó lentamente, tratando de no interrumpir el momento. -Feliz cumpleaños, Isabella. -dijo con una sonrisa tenue.

Isabella la miró por un momento, luego se lanzó a abrazarla también. -Gracias, mamá.

La tensión entre Ángela y Sofía era palpable, pero Isabella no parecía notarla, estaba demasiado feliz con su pastel y la atención de sus madres.

Después de cantar "Feliz Cumpleaños" y cortar el pastel, Isabella fue a jugar con sus amigos en el jardín. Ángela y Sofía quedaron solas en la cocina.

-Gracias por hacer esto por Isabella. -dijo Sofía, rompiendo el silencio.

-No lo hice por ti. -respondió Ángela fríamente. -Lo hice por ella.

-Lo sé, y te lo agradezco de todos modos. -Sofía hizo una pausa, buscando las palabras correctas. -Ángela, sé que cometí muchos errores, pero estoy tratando de cambiar.

Ángela la miró con desdén. -¿Cambiar? Después de todo lo que hiciste, ¿crees que puedes simplemente cambiar?

-Estoy intentándolo. -respondió Sofía con voz baja. -Por ustedes dos.

Ángela negó con la cabeza. -No sé si alguna vez podré perdonarte. Lo que hiciste nos destruyó.

Sofía sintió un nudo en la garganta, pero se obligó a mantener la calma. -Lo sé. Y cada día lamento mis acciones. Solo espero que algún día puedas ver que realmente estoy tratando de ser mejor.

Antes de que Ángela pudiera responder, Isabella entró corriendo a la cocina.

-¡Miren lo que encontré! -dijo, mostrando un trébol de cuatro hojas. -Es de la suerte, ¿verdad?

Ángela forzó una sonrisa. -Sí, lo es. Quizás hoy es un día afortunado después de todo.

Sofía sonrió tristemente, agradecida por el breve momento de tregua.

Al finalizar la fiesta, Isabella se fue a dormir con una sonrisa en su rostro, feliz por haber tenido a sus dos madres presentes en su cumpleaños. Ángela y Sofía, aunque seguían distantes, habían logrado compartir un momento de paz por el bien de Isabella.

Ángela observó a su hermana dormida, y sintió una mezcla de amor y tristeza. Sabía que el camino hacia la reconciliación sería largo y difícil, pero por el bien de Isabella, estaba dispuesta a intentarlo.

Sofía se fue con el corazón pesado pero esperanzado. Había mucho que reparar, pero el pequeño paso de hoy le daba fuerzas para seguir intentándolo. Al salir de la casa, miró al cielo estrellado y murmuró para sí misma:

-Feliz cumpleaños, Isabella. Prometo que haré todo lo posible para que tus próximos años sean mejores.

-Ángela, ¿cuándo vendrá May? -preguntó Isabella con curiosidad.

-Vendrá el sábado para tu fiesta, pequeña. Quiere verte también. -explicó Ángela.

Isabella asintió con entusiasmo y siguió jugando con sus amigos en el jardín. Ángela observó a su hermana con una mezcla de amor y nostalgia. Le costaba aceptar que Isabella ya fuera una preadolescente y, con cada día que pasaba, extrañaba más a Alejandra. Todavía recordaba esa tarde en el hospital cuando le dijeron que no lo había logrado. Sabía que Alejandra estaría orgullosa de ambas.

Sacó su teléfono y le escribió un mensaje a su novia, May:

-Hola amor, ¿te parece si nos vemos en la tarde después de que salga de la universidad? -Ángela envió el mensaje y esperó la respuesta mientras miraba a Isabella, prometiéndose a sí misma que haría todo lo posible para que su hermana tuviera una infancia feliz, a pesar de todo.

May respondió rápido que sí, que debían verse en la tarde después de la universidad. Ángela sonrió levemente, sintiendo un pequeño alivio en medio de la turbulencia emocional del día. Justo en ese momento, un flashback vino a su mente, arrastrándola de nuevo a uno de los momentos más dolorosos de su vida.

El ambiente en la sala de espera del hospital era abrumadoramente sombrío. Cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad de angustia y desesperación. Estábamos rodeados de un silencio tenso, interrumpido solo por el sonido ocasional de un suspiro ahogado o el crujir de un pañuelo siendo estrujado en la mano.

Finalmente, la puerta se abrió y entró la doctora, con una expresión grave y una carpeta en la mano. Nos levantamos con la esperanza y el miedo entrelazados en nuestros corazones, ansiosos por escuchar cualquier noticia sobre mamá. La doctora nos miró con compasión antes de comenzar a hablar.

"Lamentablemente," comenzó, y el aire pareció abandonar la habitación en un suspiro colectivo de desesperación, "no lo logró..." Su voz se desvaneció en el aire, y durante un momento eterno, el tiempo pareció detenerse por completo.

Ángela sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. La doctora siguió hablando, pero sus palabras se convirtieron en un eco distante mientras el dolor y la incredulidad la envolvían. La tristeza era evidente en sus ojos, pero ella no estaba sola; su tía Paulina estaba a su lado, tratando de consolarla.

"Su condición es crítica," continuó la doctora. "Cayó en coma y no podemos predecir cuándo o si despertará. Lo siento mucho."

Ángela y Paulina intercambiaron miradas llenas de horror y tristeza. La noticia fue un golpe devastador, y sabían que sus vidas nunca serían las mismas. Como Sofía tenía la custodia de las niñas, Ángela e Isabella no podían estar allí de manera regular, y la incertidumbre sobre la condición de Alejandra se volvió una constante en sus vidas.

Las tías de Ángela e Isabella, Paulina y Daniela, intentaron mantenerlas informadas, pero siempre con cautela. "Todo sigue igual," decían cada vez que preguntaban sobre su madre. Nunca les revelaron la verdad completa, intentando protegerlas del dolor insoportable. Ángela e Isabella crecieron pensando que Alejandra seguía en coma o que había muerto, y esa incertidumbre las acompañaba cada día.

De vuelta al presente, Ángela sacudió la cabeza, intentando despejar el doloroso recuerdo. Observó a Isabella jugando en el jardín y sintió una oleada de amor y protección. Se prometió a sí misma ser fuerte por su hermana, como lo había sido todos estos años.

Respondió rápidamente a May, confirmando su encuentro para esa tarde. Necesitaba el consuelo y la estabilidad que su relación con May le proporcionaba, especialmente en días como este.

Ángela se quedó con las ganas de saber qué había pasado realmente con Alejandra. Aunque intentaba mantener la esperanza, con el tiempo, se resignó a creer que su madre había fallecido. Era triste saber que podría haber fallecido sin que Ángela pudiera despedirse, y ese pensamiento la perseguía constantemente. Las últimas palabras de su madre, "Las quiero con todo mi corazón," resonaban en su memoria, dichas en aquel juzgado antes de que Sofía les quitara la custodia. Esas palabras eran un bálsamo y una herida al mismo tiempo, un recordatorio constante del amor que Alejandra siempre les tendría, a pesar de la distancia y el dolor.

Desde los dieciséis años, cuando Sofía le dijo que deberían olvidarse de Alejandra y le prohibió tocar sus instrumentos musicales como castigo por intentar contactarla, su relación con Sofía había sido tensa y distante. Ángela continuaba hablando con Sofía principalmente por Isabella. Sabía reconocer los límites y mantenía la comunicación estrictamente necesaria por el bienestar de su hermana.

Pov Ángela.

La tarde se deslizaba apacible mientras observaba a Isabella disfrutar con sus amigos en el jardín. Esta celebración era exclusivamente para sus amistades, reservando la verdadera fiesta para el sábado, cuando nos reuniríamos con la familia. Mientras tanto, Sofía se ofreció a buscar el pastel para los amigos de Isabela, y todos nos dirigimos hacia adentro mientras ella se preparaba para partir.

El timbre resonó por la casa, y aunque Isabella estaba ansiosa por correr hacia la puerta, Sofía la detuvo con una sonrisa, declarando que ella se encargaría. Mientras tanto, yo me quedé en la cocina, ocupándome en cortar el pastel.

Sofía regresó con dos maletines negros enormes que parecían contener instrumentos musicales. Los colocó sobre la mesa, y la emoción de los amigos de Isabela se elevó aún más al notar que cada estuche estaba etiquetado con un nombre. Uno decía "Isabella" y el otro "Ángela".

Me acerqué al maletín que llevaba mi nombre, mientras Isabella se apresuraba hacia el suyo. Con ansiedad, abrimos los estuches simultáneamente. El primer destello reveló un bajo de una calidad asombrosa en el estuche de Isabella. Su rostro se iluminó, y corrió hacia Sofía con un abrazo efusivo, pensando que ella había sido la artífice del regalo. Sin embargo, la mirada desconcertada de Sofía dejaba en claro que no era así.

Con cautela, abrí mi estuche y me encontré con un bajo de un azul profundo, adornado con detalles negros. Su belleza me dejó sin aliento. Dirigí una mirada interrogante hacia Sofía, quien respondió con gestos de confusión. Era evidente que ella no tenía ni idea de quién había sido el remitente, especialmente considerando su postura previa respecto a la música.

Entre las cuerdas del bajo, descubrí una nota doblada. La desplegué con cuidado, y mis ojos se fijaron en las líneas trazadas con tinta negra. Decían: "Para la música que habita en tu alma, de una amiga que siempre te ha observado desde las sombras. Con cariño, A.V.V."

El misterio se profundizaba. Las iniciales no revelaban nada sobre la identidad de la remitente, pero el tono de la nota sugería una conexión más profunda de lo que inicialmente había imaginado. ¿Quién podría ser esta misteriosa amiga, observándome desde las sombras? Mis pensamientos dieron vueltas en busca de respuestas, pero ninguna parecía encajar.

Tomé el bajo entre mis manos, sintiendo su peso reconfortante. Cada detalle hablaba de un cuidado y una dedicación excepcionales, y una sensación de gratitud llenó mi corazón. Aunque el enigma de la remitente permanecía sin resolver, la belleza del regalo no se veía empañada.

Mientras acariciaba las cuerdas del bajo, me perdí en un mundo de melodías y recuerdos. La música siempre había sido mi refugio, mi voz en medio del silencio. Y ahora, gracias a este regalo inesperado, sentía que mi conexión con ese mundo se fortalecía aún más.

-¿Qué dice la nota, Ángela? -preguntó Isabella, notando mi expresión concentrada.

-Es de una amiga que... aprecia la música tanto como nosotras -respondí, compartiendo una sonrisa con ella.

Aunque el enigma de la remitente permanecía sin resolver, la belleza del regalo no se veía empañada. Y en ese momento, rodeada de amigos y familia, sentí que la música era más que solo notas y melodías. Era un lazo invisible que nos unía a todos, un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, siempre había luz y belleza por descubrir.

Mientras sostenía el bajo en mis manos, me volví hacia Sofía, buscando alguna señal de complicidad en sus ojos. Pero lo único que encontré fue confusión y molestia.

-Mamá, ¿en serio no sabes quién envió esto? -le pregunté, esperando alguna explicación que diera sentido a todo esto.

Sofía frunció el ceño, cruzando los brazos con firmeza.

-No, Ángela. No tengo ni idea de quién pudo haber enviado estos instrumentos. Y sinceramente, creo que deberíamos devolverlos -respondió con un tono cortante, lleno de desaprobación.

Su respuesta y su expresión dejaban claro que estaba molesta. Pero cuando dio un paso adelante y trató de quitarme el bajo de las manos, supe que esto era más que simple desconfianza.

-¡Mamá, no! -exclamé, tratando de mantener la calma para no alarmar a Isabella, que seguía afuera con sus amigos.

Sofía volvió a intentar tomar el bajo, su rostro tenso de frustración y algo más oscuro que no podía identificar del todo.

-Esto no es apropiado, Ángela. No sabemos de dónde vienen ni quién los ha enviado. Deberíamos ser cautelosas y devolverlos -dijo, intentando sonar racional, pero su voz solo evidenciaba su enojo.

Apreté el bajo con más fuerza, sintiendo la tensión en cada músculo de mi cuerpo.

-No, mamá. No podemos simplemente devolver algo así sin saber más. Además, Isabella está feliz, y yo también. La música significa mucho para nosotras.

Sofía me miró con furia contenida, una chispa de algo más oscuro brillando en sus ojos.

-No se trata solo de la música, Ángela. Se trata de seguridad y de hacer lo correcto. No podemos aceptar regalos de desconocidos.

Respiré hondo, intentando controlar mi propia ira.

-Mamá, por favor, no hagamos esto aquí. Hablemos en privado -le sugerí, mirando hacia la puerta para asegurarme de que Isabella no estuviera escuchando.

Sofía pareció calmarse un poco, pero su expresión seguía siendo dura.

-Está bien. Pero esto no ha terminado -dijo, bajando la voz, pero con una firmeza que no dejaba lugar a dudas.

Nos movimos hacia el pasillo, lejos de los oídos curiosos de los niños.

-Mamá, ¿por qué estás tan en contra de esto? -le pregunté en un susurro urgente-. Sabes lo mucho que significaba la música para mí, para nosotras. ¿Por qué no puedes dejarme tener esto?

Sofía se frotó las sienes, claramente intentando mantener la calma, pero su voz se tornó más fría.

-Ángela, no se trata solo de ti. Se trata de protegernos a todos. Desde que tu madre se fue... -su voz se quebró ligeramente, pero se recuperó rápidamente-. Hemos tenido que ser cuidadosas. No podemos permitirnos sorpresas, especialmente no de alguien que no conocemos.

Sus palabras me golpearon, trayendo de nuevo el dolor de la pérdida de mamá, pero también me dieron una pista.

-¿No crees que podría haber sido ella...? -pregunté, casi sin aliento, mi corazón acelerándose ante la posibilidad.

Sofía me miró, y por un momento vi una mezcla de emociones en su rostro: sorpresa, incredulidad, y algo que casi parecía... odio.

-Eso es imposible, Ángela. Sabes que ella... -Sofía hizo una pausa, su voz llena de amargura-. Ella no está con nosotras. No podemos aferrarnos a fantasías -dijo finalmente, su voz un poco más suave pero aún firme.

Suspiré, sintiendo un nudo en la garganta.

-Lo sé, pero... solo quiero creer que de alguna manera ella sigue con nosotras. Solo por un momento, mamá -le dije, mi voz quebrándose ligeramente.

Sofía me miró durante un largo momento, y por un instante, pensé que podría ceder. Pero luego su expresión se endureció de nuevo.

-No, Ángela. No vamos a tener nada que nos recuerde a ella en esta casa. Esa mujer destruyó nuestra familia. Hablaremos más de esto después. Ahora, volvamos con Isabella y sus amigos -dijo, girándose hacia la sala.

La observé marcharse, sintiéndome atrapada entre la necesidad de respuestas y la realidad de nuestra situación. Apretando el bajo contra mi pecho, supe que no dejaría este misterio sin resolver. Había algo más detrás de estos regalos, algo que podría acercarnos nuevamente a la memoria de mamá, pese a la resistencia de Sofía.

Después de unas horas, la fiesta estaba llegando a su fin. Los niños ya se habían ido, dejando la casa en un relativo silencio. Isabella y yo nos sentamos en la sala, ella abrazando su nuevo bajo verde con una expresión de pura felicidad.

-Entonces, ¿quieres aprender a tocarlo? -le pregunté, sonriendo mientras miraba su entusiasmo.

-¡Sí! -respondió Isabella, sus ojos brillando de emoción-. ¡Es el mejor regalo de cumpleaños que he tenido!

Me reí suavemente y empecé a explicarle lo básico sobre cómo tocar el bajo, mostrándole cómo posicionar sus manos y cómo tocar algunas notas simples.

-Primero, debes aprender a afinarlo -dije, mostrándole cómo girar las clavijas para ajustar las cuerdas-. Luego, puedes empezar a practicar las escalas básicas.

Isabella asintió con entusiasmo, intentando seguir mis instrucciones. Cada vez que lograba tocar una nota correctamente, su rostro se iluminaba de alegría. Me sentí reconfortada al verla tan feliz, aunque una parte de mí seguía preocupada por el origen de los bajos.

De repente, Sofía entró en la sala, con una expresión que intentaba ser neutral, pero que no podía ocultar su incomodidad.

-Isabella, ¿qué te gustaría de regalo de cumpleaños? -preguntó, tratando de sonar casual.

Isabella se detuvo, mirando a Sofía con una mezcla de miedo y esperanza. Sus manos temblaron ligeramente mientras sostenía el bajo.

-Quiero... -dudó, bajando la mirada antes de continuar en voz baja-. Quiero volver a ver a Alejandra.

El ambiente se tensó de inmediato. Pude ver cómo el rostro de Sofía se endureció, sus labios formando una línea delgada y apretada. Se tomó un momento antes de responder, su voz fría y distante.

-No creo que eso sea posible, Isabella -dijo finalmente, su tono cortante-. Ahora, es tarde. Deberías ir a dormir.

Sin decir más, Sofía se giró y se fue a su habitación, dejando a Isabella con los ojos llenos de lágrimas y a mí con una sensación de impotencia.

-Isabella, mírame -le dije suavemente, tomando sus manos-. Algún día volveremos a ver a mamá. Te lo prometo.

Isabella asintió, intentando esbozar una sonrisa a pesar de las lágrimas que comenzaban a rodar por sus mejillas.

-¿De verdad crees eso, Ángela? -preguntó con voz temblorosa.

-Sí, hermanita -respondí, abrazándola con fuerza-. No sé cómo ni cuándo, pero sé que lo haremos. No estamos solas en esto.

Nos quedamos así por un momento, abrazándonos en la silenciosa sala de estar, con el nuevo bajo descansando entre nosotras como un símbolo de esperanza. Sabía que la promesa que le había hecho a Isabella no sería fácil de cumplir, pero estaba decidida a encontrar una manera. No importaba cuánto tiempo tomara, encontraría la verdad sobre lo que realmente le había sucedido a mamá, y algún día, de alguna manera, volveríamos a verla.

Narrador.

En casa de Paulina, el ambiente era tranquilo. La tarde avanzaba lentamente mientras los últimos rayos de sol se colaban por las ventanas. Hanna y Paulina estaban en la sala, disfrutando de un raro momento de calma juntos.

Hanna rompió el silencio, mirándola con preocupación.

-Paulina, ¿podrías llamar a esa persona? Ya sabes, la desconocida que solo nosotras sabemos quién es. Necesito asegurarme de que todo esté bien -dijo, su voz suave pero cargada de seriedad.

Paulina asintió, comprendiendo la importancia de la petición. Se inclinó hacia adelante, dejando un beso rápido en los labios de su esposa.

-Gracias por recordármelo -respondió con una sonrisa antes de sacar su teléfono.

Con dedos rápidos, marcó el número de esa persona, la desconocida que ambas habían decidido mantener en secreto por razones que solo ellas comprendían. El teléfono sonó una vez, dos veces, tres veces... pero no hubo respuesta.

Paulina frunció el ceño, sintiendo una ligera punzada de preocupación. Volvió a marcar, esperando que esta vez contestara, pero el resultado fue el mismo: silencio.

-No hay señal de ella -dijo, bajando el teléfono y mirando a Hanna con una mezcla de inquietud y determinación-. Esto no me gusta. Siempre contesta a la primera.

Hanna se mordió el labio, su preocupación reflejada en sus ojos.

-¿Crees que algo podría haberle pasado? -preguntó, su voz apenas un susurro.

Paulina suspiró, pasando una mano por su cabello.

-No lo sé. Pero tenemos que averiguarlo. No podemos quedarnos de brazos cruzados -dijo, su tono firme-. Voy a seguir intentando contactarla. No descansaremos hasta saber que está bien.

Hanna asintió, acercándose a Paulina y tomando su mano en un gesto de apoyo.

-Estoy contigo en esto. No importa cuánto tiempo tome, encontraremos la manera de asegurarnos de que esté bien -dijo, su voz llena de determinación.

Paulina apretó la mano de su esposa, agradecida por su apoyo incondicional.

-Gracias, amor. Juntas, podemos enfrentar cualquier cosa -respondió, sintiendo una renovada fuerza para enfrentar el desafío que se avecinaba.

Con un último vistazo de comprensión, Paulina volvió a intentar la llamada, decidida a no rendirse hasta obtener una respuesta.

Mientras tanto, en España, una chica estaba en su última sesión de rehabilitación por alcoholismo. La pequeña sala de reuniones estaba llena de rostros familiares, cada uno con su propia historia de lucha y recuperación. La chica se levantó, sintiendo una mezcla de nervios y orgullo al ser el centro de atención en ese momento tan crucial.

Con una respiración profunda, se preparó para hablar, mirando a las personas que habían sido su apoyo incondicional durante los últimos años. Había llegado el momento de despedirse y avanzar.

-Hola a todos. Esta es la última vez que me van a ver aquí ,Hoy celebro dos años sin tomar alcohol, después de muchas recaídas y momentos difíciles. Puedo decir con orgullo que he progresado mucho y estoy lista para retomar mi vida desde cero.

La emoción en su voz era palpable, y sus ojos brillaban con lágrimas que luchaba por contener. Un aplauso ensordecedor llenó la sala mientras todos los presentes celebraban su éxito y determinación.

-Gracias a todos por su apoyo incondicional -continuó, limpiando un par de lágrimas que rodaban por sus mejillas-. No podría haberlo hecho sin ustedes. Cada uno de ustedes ha sido parte esencial de mi recuperación, y siempre les estaré agradecida.

Varios de sus compañeros de grupo se acercaron para felicitarla, abrazándola y compartiendo palabras de aliento. Entre abrazos y palabras de aliento, se sentía rodeada de amor y apoyo.

-¡Lo lograste! -exclamó una mujer mayor, dándole un fuerte abrazo.

-Estoy tan orgulloso de ti -dijo un hombre, sonriendo ampliamente mientras le daba una palmada en la espalda.

Ella asintió, sintiendo el calor de su apoyo y la fuerza de sus propias convicciones.

-Gracias, de verdad. Esto es solo el comienzo de una nueva etapa en mi vida -dijo, su voz firme y decidida.

Con la promesa de un nuevo comienzo y la certeza de que podía superar cualquier obstáculo, la chica salió de la sala de reuniones, lista para enfrentar el mundo con una renovada esperanza y determinación. Aunque su identidad permanecía en secreto para muchos, aquellos que la conocían sabían que su fuerza y valentía la llevarían lejos.

Salió de ese lugar sintiéndose libre, como si un gran peso hubiera sido levantado de sus hombros. El sol de la tarde iluminaba su rostro mientras caminaba hacia su departamento, cada paso una afirmación de su nueva vida. La sensación de libertad era embriagadora, pero esta vez, no necesitaba recurrir al alcohol para celebrarlo.

Al llegar a su departamento, abrió la puerta y fue recibida por su mejor amiga, Belén, quien la esperaba con una sonrisa radiante.

-¡Lo lograste! -exclamó Belén, envolviéndola en un cálido abrazo-. Estoy tan orgullosa de ti.

-Gracias, Belén -respondió ella, sintiendo cómo la emoción llenaba sus ojos una vez más-. No podría haberlo hecho sin tu apoyo.

-Vamos a celebrar -dijo Belén, guiándola hacia la cocina, donde había preparado una pequeña sorpresa-. ¿Qué te parece un buen café?

Se rieron juntas, disfrutando del aroma del café recién hecho que llenaba el pequeño apartamento. Se sentaron en la mesa de la cocina, cada una con una taza humeante en las manos, listas para hablar sobre el futuro.

-Entonces, ¿qué planes tienes ahora que saliste de rehabilitación? -preguntó Belén, curiosa.

Ella tomó un sorbo de su café, reflexionando por un momento.

-Quiero empezar de nuevo, ya sabes -comenzó, sonriendo-

Belén asintió, su mirada llena de comprensión y apoyo.

-Me parece una excelente idea. Sabes que siempre estaré aquí para ayudarte en lo que necesites.

-Lo sé, y te lo agradezco mucho. Han sido años duros, pero me siento lista para enfrentar lo que venga. Estoy cansada de vivir con miedo y arrepentimiento. Es hora de construir algo mejor -respondió, con una firme determinación en su voz.

-¿Has pensado en volver a ver a tu familia? -preguntó Belén, su tono lleno de esperanza.

Ella suspiró, sus pensamientos viajando hacia sus hijas, Isabella y Ángela, y la complicada relación con Sofía.

-Sí, he pensado en ello. Quiero verlas, hablar con ellas, intentar reparar el daño -dijo, con un toque de tristeza y resolución-. Sé que no será fácil, pero ellas merecen saber que estoy bien y que estoy luchando por ser mejor.

-Tienes razón. Ellas merecen saberlo, y estoy segura de que, con el tiempo, podrán entender y aceptar todo lo que ha pasado -dijo Belén, dándole un apretón de manos de apoyo.

-Y también está la banda -continuó ella, con un brillo en los ojos-. La música siempre ha sido mi refugio, y quiero volver a tocar. Extraño esos momentos, las giras, los ensayos con mis hermanas.

Belén sonrió, animándola.

-Estoy segura de que lo harás. Tienes tanto talento y pasión. El mundo necesita escuchar tu música otra vez.

Se quedaron conversando durante horas, compartiendo sueños y planes para el futuro. Cada palabra y cada risa eran un recordatorio de que, aunque el camino había sido duro, el presente y el futuro estaban llenos de posibilidades.

-Gracias por estar siempre a mi lado, Belén -dijo finalmente, con una sonrisa sincera-. Significa mucho para mí.

-Para eso están los amigos -respondió Belén, levantando su taza en un brindis simbólico-. Por un futuro brillante y lleno de nuevas oportunidades.

-Por un futuro brillante -repitió ella, chocando su taza con la de Belén, sintiendo en su corazón que esta vez, todo sería diferente.

El teléfono de la chica volvió a sonar, y Belén le instó a contestar mientras se alejaba para darle privacidad. Con un nudo en la garganta, la chica respondió, encontrándose con la voz preocupada de Paulina al otro lado de la línea.

- ¿dónde estabas? -preguntó Paulina, su tono cargado de ansiedad-. Me tenías preocupada.

La chica se tomó un momento antes de responder, sintiendo la gravedad de la conversación que se avecinaba.

-Lo siento, Paulina. Acabo de salir de rehabilitación y no quise contestar antes -respondió con sinceridad.

Paulina dejó escapar un suspiro de alivio, pero su preocupación todavía era palpable en su voz.

-¡Dios mío! ¡Me asustaste! Sabes que siempre me preocupo por ti, eres mi hermana menor -dijo Paulina, con un tono cargado de emoción.

La chica se mordió el labio, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar. La emoción le abrumaba mientras escuchaba las palabras de su hermana.

-Lo sé, Paulina -respondió finalmente, su voz apenas un susurro lleno de gratitud y amor.

El silencio se extendió entre ellas por un momento, cargado de emociones no dichas. Pero antes de que la tensión pudiera crecer demasiado, Paulina dejó escapar una revelación que dejó a la chica sin aliento.

-Lo sé, pero no puedo evitarlo. Eres mi hermana y te amo mucho...Alita -dijo Paulina, con un tono emocionado que hizo que la chica contuviera el aliento.

Las palabras de Paulina resonaron en la mente de la chica, una revelación que sacudió su mundo por completo. La emoción inundó su ser mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Finalmente, con voz temblorosa pero llena de emoción, respondió:

-Ya lo sé, Paulina.

El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier palabra. Pero fue entonces, en ese momento de conexión profunda entre hermanas, cuando Paulina dejó escapar un sollozo ahogado, revelando sin duda alguna el nombre de la chica que acababa de salir de rehabilitación: Alejandra.

Paulina se armó de valor para abordar un tema delicado que la había inquietado desde que Alejandra regresó de rehabilitación.

-Alejandra, ¿cómo te fue en rehabilitación? -preguntó con voz suave, pero llena de preocupación.

Alejandra tomó una respiración profunda, sintiendo un nudo en la garganta mientras reflexionaba sobre su experiencia.

-Ya no tengo que volver, Paulina -respondió con calma, pero con un matiz de emoción en su voz.

Paulina contuvo el aliento ante esas palabras, sintiendo una oleada de emociones abrumándola. Las lágrimas llenaron sus ojos mientras absorbía la significación de la declaración de su hermana.

-Oh, Alejandra... -susurró con voz entrecortada, luchando por contener sus propias lágrimas-. Estoy tan orgullosa de ti.

Alejandra se conmovió por la reacción de su hermana, sintiendo un cálido abrazo emocional en sus palabras.

-Gracias, Paulina -respondió con gratitud, sus ojos brillando con afecto-. Tu apoyo ha significado todo para mí.

Pov Alejandra.

- ¿Cómo está Isabella? -pregunto con un nudo en la garganta, intentando contener las lágrimas que amenazan con brotar.

Saber que mi pequeña está celebrando su cumpleaños sin mí es una herida que no deja de doler.

_ Isabella está bien, está muy emocionada por su cumpleaños -responde Paulina con voz suave, tratando de transmitirme tranquilidad.

- Es difícil estar separada de ella en su cumpleaños -susurro con voz temblorosa, luchando por mantener la compostura.

Mi mente se llena de preocupación al pensar en Ángela, mi otra hija. Quiero saber cómo está, qué está haciendo, si está bien.

-¿Y Ángela? ¿Cómo está? -pregunto con un dejo de ansiedad en mi voz.

-Ángela está bien. Sigue adelante con May y ha tenido mucho éxito en el boxeo. Está muy orgullosa de ella -responde Paulina con un tono de admiración.

Un destello de orgullo se enciende en mi pecho al escuchar sobre los logros de mi hija mayor.

Sin embargo, la conversación toma un giro inesperado cuando Paulina revela la triste verdad sobre los instrumentos musicales de las chicas.

-Ángela solía tocar el bajo, pero Sofía se lo quitó cuando tenía 16 años. Nunca se lo devolvió. Y Isabella quiere aprender a tocar, pero Sofía se niega a comprarle uno -explica Paulina con pesar en su voz.

La ira y la impotencia se mezclan dentro de mí mientras escucho las palabras de Paulina. Pero también siento una chispa de determinación crecer en mi interior.

-Gracias por contarme todo, Paulina. Te prometo que haré algo al respecto. Nos veremos pronto. Te quiero -digo con voz firme antes de despedirme de mi hermana.

Corto la llamada y dejo el teléfono sobre la mesa. Sin perder un segundo, busco mi computadora portátil y la enciendo. Mientras espero que inicie, mi mente corre a mil por hora, planeando cada detalle de lo que estoy a punto de hacer.

Belén se acerca, notando mi determinación. -¿Necesitas ayuda con algo, Ale?

-Sí, Belén -respondo, levantando la vista hacia ella con una mezcla de gratitud y urgencia en mis ojos-. Quiero regalarle a mis hijas unos bajos. Sofía les ha quitado algo muy importante y no voy a permitir que siga así.

-Entiendo -dice Belén, sentándose a mi lado-. Vamos a encontrar los mejores.

Nos ponemos manos a la obra, buscando en línea los bajos más recomendados. Revisamos modelos, marcas, reseñas y características. Después de un rato, encontramos una selección de los mejores bajos posibles.

-Este se ve increíble -comenta Belén, señalando un bajo azul con detalles en negro.

-Perfecto para Ángela. Siempre le ha encantado el azul -digo, sintiendo una cálida ola de amor y nostalgia.

-Y este verde con negro para Isabella -añade Belén, mostrándome otro bajo que resplandece con un acabado pulido y elegante.

-Sí, a Isabella le encantará -afirmo, una sonrisa asomándose en mis labios.

Hago los pedidos, sintiéndome llena de esperanza y determinación. No importa lo que Sofía intente hacer; mis hijas tendrán algo que les pertenece, algo que las conecte conmigo y con su pasión.

-Gracias, Belén. Esto significa mucho para mí -le digo, tomando su mano con gratitud.

-Siempre estaré aquí para ayudarte, Ale -responde ella, sonriendo con calidez.

Mientras finalizamos la compra, siento que he dado un paso importante para reconectar con mis hijas. La lucha no ha terminado, pero estoy decidida a hacer lo necesario para que ellas tengan la vida que se merecen.

Mientras esperamos que se procese la compra, mis pensamientos vuelven inevitablemente al pasado, a cómo conocí a Belén y cómo se convirtió en una de las personas más importantes de mi vida.

Era hace casi tres años, poco después de que mi vida se había desmoronado por completo. Estaba recién llegada a España, buscando un lugar donde empezar de nuevo, lejos de los recuerdos dolorosos y de las personas que me habían hecho daño. Me inscribí en un grupo de apoyo para personas que luchaban contra el alcohol, sabiendo que necesitaba toda la ayuda posible para mantenerme sobria.

La primera vez que vi a Belén fue en una de esas reuniones. Ella era una presencia tranquila y reconfortante, siempre dispuesta a escuchar y a ofrecer una palabra amable. Recuerdo que durante una de las sesiones, después de escucharme contar mi historia, se me acercó con una sonrisa sincera y me dijo:

-Hola, soy Belén. Si alguna vez necesitas hablar o simplemente compañía, estaré aquí.

Sus palabras, tan simples y genuinas, fueron un ancla en medio de mi tormenta. Empezamos a encontrarnos fuera de las reuniones, tomando café y charlando sobre nuestras vidas, nuestras luchas y nuestros sueños. Con el tiempo, nuestra amistad se fortaleció, y Belén se convirtió en mi roca, alguien en quien podía confiar plenamente.

Recuerdo una noche en particular, cuando todo parecía demasiado abrumador y estaba al borde de recaer. Belén vino a mi departamento sin que se lo pidiera, trayendo una cena casera y una botella de agua. Se quedó conmigo, escuchando pacientemente mientras derramaba mis miedos y frustraciones.

-No estás sola, Alejandra. Vamos a superar esto juntas -me dijo, con una firmeza que me hizo creer en sus palabras.

Con el tiempo, nuestra amistad se transformó en algo más profundo. Belén se convirtió en mi roommate y, eventualmente, en mi confidente y mejor amiga. Compartimos risas, lágrimas y muchas noches largas hablando de todo y de nada. Ella me ayudó a encontrar la fuerza para seguir adelante, incluso cuando todo parecía perdido.

Y ahora, mientras ella me ayuda a buscar los bajos para mis hijas, siento una gratitud inmensa. Belén ha sido mi salvación en los momentos más oscuros, y no puedo imaginar mi vida sin ella.

-Gracias por todo, Belén -le digo, con una sinceridad que viene desde lo más profundo de mi corazón.

-No tienes que agradecerme, Ale. Estaremos juntas en esto, siempre -responde ella, apretando mi mano con cariño.

Mientras finalizamos la compra y nos preparamos para el siguiente paso, siento que, con Belén a mi lado, puedo enfrentar cualquier desafío. Juntas, encontraremos la manera de reconstruir nuestras vidas y de recuperar lo que hemos perdido.

Contrario a lo que muchos puedan pensar, jamás me enamoré de Belén ni ella de mí. Nuestra relación siempre ha sido una amistad profunda y sincera, una conexión basada en el apoyo mutuo y la comprensión. Después de encargar los bajos para mis hijas y asegurarme de que llegarían a la casa en México, volví a hablar con Belén.

-¿Cómo te sientes ahora? -me preguntó, notando mi mirada perdida.

-Mejor -respondí, tratando de sonreír-. Es un pequeño paso, pero es algo.

Belén asintió y luego me miró con curiosidad.

-¿Y qué hay de tus hijas? No hemos hablado mucho de ellas últimamente.

Suspiré, dejando que la nostalgia me envolviera.

-No las veo desde hace tres años. Ángela está con May y es campeona de boxeo. Isabella... -mi voz se quebró un poco-. Hoy es su cumpleaños.

-Debe ser difícil -dijo Belén con comprensión.

-Sí, lo es. Pero sé que algún día estaré con ellas de nuevo. Tengo que creer en eso.

Seguimos hablando un rato más, tratando de ponernos al día con nuestras vidas. De repente, mi celular volvió a sonar. Miré la pantalla y vi el nombre de Paulina.

-¿Puedes disculparme un momento? -le dije a Belén antes de contestar la llamada.

-Claro, no hay problema.

Me alejé un poco para tener privacidad.

-¿Paulina? -dije al contestar.

-Alejandra, tengo que decirte algo -la voz de Paulina sonaba seria-. Siéntate, por favor.

-¿Qué pasa? -me senté, el corazón latiéndome con fuerza.

-Isabella quiere verte. Me lo ha dicho hoy. Está realmente afectada, Alejandra.

Sentí un nudo en la garganta y las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos.

-¿De verdad lo dijo? -pregunté, intentando mantener la voz firme.

-Sí, lo dijo. Y me preguntó cómo podía ser posible. Para ellas, Alejandra, tú no despertaste del coma. -Paulina hizo una pausa-. Ángela vino a mi casa para decirme cuál era el regalo de cumpleaños que Isabella quería. Y para sorpresa de todos, era volver a verte.

Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Mis hijas pensaban que yo seguía en coma. El dolor y la culpa me golpearon con fuerza.

-Pero... ¿cómo? -pregunté finalmente, con la voz quebrada.

-Sé que es complicado, pero debemos encontrar la manera de que Isabella te vea. Ella te necesita. -Paulina hablaba con una urgencia que no podía ignorar.

-Paulina, no es tan sencillo. Sofía...

-Sofía no tiene por qué saberlo. Podemos hacerlo discretamente. Lo importante es que Isabella y Ángela sepan la verdad y puedan verte.

Seguimos hablando largo rato. Paulina me explicó cómo había notado el cambio en Isabella, cómo había estado más triste y reservada últimamente. Mi corazón se rompía con cada palabra.

-Alejandra, tienes que hacerlo. Por ellas. -Paulina insistía-. Esto no puede seguir así.

Finalmente, después de mucha discusión y lágrimas, me convencí.

-Está bien -dije con voz firme-. Lo haré. Necesito verlas, y ellas necesitan verme a mí.

Paulina suspiró aliviada.

-Gracias, Alejandra. Esto significará el mundo para ellas.

-No hay de qué. Gracias a ti por insistir. -Mi voz era un susurro lleno de gratitud y determinación.

Nos despedimos y colgué el teléfono, sintiéndome inundada de emociones. Volví hacia Belén, que me esperaba con una expresión preocupada.

-¿Todo bien? -preguntó.

-Tengo que encontrar la manera de ver a mis hijas. Isabella quiere verme y Paulina dice que está muy afectada.

Belén me abrazó.

-Lo lograrás, Alejandra. Estoy segura de que lo lograrás.

Sonreí a través de las lágrimas, agradecida por su apoyo incondicional. Sabía que, con amigos como Belén y el amor de mis hijas, tenía la fuerza para enfrentar cualquier desafío.

-Belén, necesito pedirte algo -dije, tomando sus manos.

-Claro, dime.

-Quiero que vengas conmigo a México. Necesito tu apoyo para enfrentar esto. No puedo hacerlo sola.

Belén me miró, sorprendida, pero luego asintió.

-Por supuesto que iré contigo. Sabes que siempre estaré a tu lado.

-Gracias, Belén. No sé qué haría sin ti.

Empezamos a planear el viaje juntas. Ella estaba decidida a ayudarme en cada paso del camino. Sabía que enfrentar a Sofía sería difícil, pero con Belén a mi lado, me sentía más fuerte y preparada para cualquier desafío.

Pov Sofía.

Miré por la ventana de la cocina, intentando calmar la furia que bullía en mi interior. ¿Cómo se atrevieron a traer bajos a esta casa? Cada nota que tocaban resonaba en mi mente, trayendo de vuelta los recuerdos que tanto me había esforzado en enterrar.

"¡No quiero que esos malditos bajos estén en esta casa!" murmuré entre dientes, apretando los puños. Las risas de Isabella y Ángela en la sala solo aumentaban mi frustración. Cada acorde que tocaban era un eco del pasado, un recordatorio de Alejandra y de la vida que habíamos compartido.

Me dejé caer en una silla, intentando recuperar la compostura. Sabía que no podía mostrar mi ira frente a mis hijas. Su felicidad, tan palpable, me hacía dudar. Siempre había querido lo mejor para ellas, pero esos bajos... esos malditos bajos eran una amenaza a mi paz mental.

A veces, en los momentos de soledad, me encontraba preguntándome qué hubiera pasado si nunca hubiera engañado a Alejandra. Si hubiera sido más fuerte, más fiel. Nuestra vida había cambiado tanto desde entonces, y no siempre para mejor.

Suspiré, cerrando los ojos mientras los recuerdos me inundaban. La risa de Alejandra, sus bromas tontas, las noches en que tocaba el bajo para las niñas antes de dormir. Eran recuerdos dulces, pero también dolorosos, una constante recordatorio de mis errores y de lo que había perdido.

De repente, la puerta de la cocina se abrió y entró Isabella corriendo, con una gran sonrisa en el rostro.

"Mamá, ¿puedes venir a ver? ¡Mira lo que aprendí a tocar!" exclamó, radiante de emoción.

Abrí los ojos y le devolví una sonrisa, aunque forzada. No quería que viera el conflicto interno que me consumía.

"Claro, cariño," dije, levantándome lentamente. "Muéstrame lo que has aprendido."

Mientras seguía a Isabella hacia la sala, intenté convencerme de que todo estaría bien. Quizás, solo quizás, podría aceptar los bajos en nuestra casa sin que los recuerdos de Alejandra me destrozaran.

Pero en el fondo, sabía que nunca sería tan simple. Alejandra siempre sería una sombra en mi vida, un fantasma del pasado que no podía olvidar. Y cada vez que veía la felicidad en los ojos de mis hijas, no podía evitar preguntarme si las cosas hubieran sido diferentes....

si no hubiera traicionado a la única persona que realmente me amó incondicionalmente.

Veo a Ángela grabando a Isabella con su teléfono, una sonrisa de orgullo en su rostro mientras Isabella toca el bajo. El entusiasmo en la cara de Isabella es innegable, y aunque no quiero admitirlo, hay algo en esa imagen que me afecta.

Recuerdo las muchas peleas con Ángela, el distanciamiento que se ha creado entre nosotras. Perdí tantos momentos importantes en su vida por estar enfrascada en disputas y resentimientos. Me duele darme cuenta de cuánto he perdido.

Isabella termina de tocar y me mira con ojos expectantes. Se acerca, con una sonrisa tímida, y me pregunta, "¿Qué te pareció, mamá?"

Por un momento, no sé qué decir. Las palabras se me atoran en la garganta. Quiero ser honesta, pero también quiero verla feliz. No quiero que sienta el peso de mis problemas con Alejandra.

"Fue... fue hermoso, Isabella," logro decir finalmente, tratando de mantener mi voz firme. "Tocas muy bien."

Isabella sonríe ampliamente y corre a abrazarme. Siento una mezcla de emociones, orgullo y tristeza entrelazados. Ángela nos observa desde el otro lado de la habitación, con una expresión que no puedo descifrar del todo.

Me quedo allí, abrazando a Isabella, tratando de mantener la compostura mientras mi mente sigue luchando con los recuerdos y las decisiones del pasado. A veces me pregunto qué habría pasado si nunca hubiera engañado a Alejandra. ¿Habríamos sido una familia más feliz? ¿Habría evitado tanto dolor y resentimiento?

Pero esas son preguntas sin respuesta, y ahora sólo puedo intentar hacer lo mejor para mis hijas, incluso si eso significa enfrentar los fantasmas del pasado.

Es la primera vez en mucho tiempo que Isabella me abraza así, con tanta alegría y cariño. El calor de su abrazo me inunda de una mezcla de emociones. Puedo sentir cómo se desmoronan, aunque sea un poco, las barreras que he levantado alrededor de mi corazón.

Después de unos momentos, Isabella se separa de mí y corre de nuevo hacia Ángela. Las veo a ambas volver a practicar, Isabella con su nuevo bajo verde y Ángela ayudándola a ajustar la postura y a afinar las cuerdas. Ángela siempre ha tenido esa habilidad para la música, un talento que heredó de... bueno, de Alejandra.

Me quedo observándolas desde la distancia. Es una escena que debería llenarme de alegría, pero en el fondo, también trae una punzada de dolor. Ángela y yo solíamos estar tan unidas, pero las peleas, los resentimientos, y las decisiones erradas nos separaron.

Isabella mira a Ángela con admiración y se esfuerza por seguir sus indicaciones. Es impresionante ver cuánto ha crecido y cómo se ha transformado en una preadolescente llena de energía y pasión. Ángela le corrige la postura de las manos, le muestra cómo mover los dedos con más precisión sobre las cuerdas.

"Así, Isa, exactamente así," le dice Ángela con una sonrisa alentadora. "Estás mejorando mucho."

Isabella asiente, concentrada, y vuelve a intentar la melodía. Esta vez, suena más clara y fluida. Ángela aplaude suavemente y le da una palmadita en el hombro.

Me doy cuenta de que, a pesar de todos los errores del pasado, hay esperanza en el presente. Mis hijas están aquí, juntas, felices. Aunque no pueda cambiar lo que sucedió, puedo intentar ser mejor para ellas ahora.

Decido no interrumpir su momento. Simplemente me quedo allí, mirando y escuchando, dejando que la música y las risas de mis hijas llenen la casa. Es un pequeño paso, pero tal vez, sólo tal vez, sea el comienzo de algo mejor para todas nosotras.

Isabella y Ángela vuelven a practicar, y yo me quedo inmóvil, observando sus movimientos. El bajo verde de Isabella resuena en la sala, un eco de tiempos pasados y promesas futuras. Ángela la guía con paciencia, su propia experiencia y amor por la música reflejándose en cada corrección y consejo.

Mientras las veo, mi mente empieza a divagar, sumergiéndose en recuerdos y preguntas que he evitado durante años. ¿Fue todo culpa mía? ¿Fue mi orgullo, mi inflexibilidad, lo que rompió nuestra familia? Me pregunto si Alejandra era verdaderamente feliz conmigo o si siempre había un vacío en su corazón, un anhelo de algo más, algo que yo no podía darle.

Recuerdo los buenos momentos, las risas compartidas, las miradas cómplices. Pero también recuerdo las peleas, las discusiones que parecían no tener fin. Las palabras hirientes que Ambas lanzábamos como dagas, sin pensar en las cicatrices que dejarían.

Me pregunto si alguna vez realmente entendí a Alejandra, si vi más allá de mis propios miedos e inseguridades. ¿Estaba ella contenta conmigo, o simplemente soportaba la situación por las niñas? ¿La hice feliz, aunque fuera por un momento, o siempre estuve destinada a perderla?

Mientras Isabella toca una nota perfecta, siento una punzada de dolor en el pecho. La música siempre fue el lenguaje de Alejandra, su forma de expresar lo que las palabras no podían. ¿Fue esa pasión la que me alejó, la que me hizo sentir insegura y amenazada?

Me pregunto si Alejandra pensó alguna vez en dejarme antes de que todo se desmoronara. Si alguna vez sintió que yo no era suficiente, que necesitaba algo más para ser verdaderamente feliz. La culpa se mezcla con la tristeza mientras contemplo estas preguntas sin respuesta.

"¡Mamá, mira!" La voz de Isabella me saca de mis pensamientos. "¡Estoy mejorando, ¿verdad?!"

Asiento, sonriendo a pesar del nudo en mi garganta. "Sí, Isa. Estás mejorando mucho."

Me pregunto si algún día encontraré la paz con estas preguntas, si podré dejar de culparme y aceptar que, aunque el pasado no se puede cambiar, todavía hay esperanza para el futuro. Por ahora, sólo puedo intentar ser la mejor madre posible para mis hijas y esperar que eso sea suficiente.

Isabella y Ángela vuelven a practicar, y yo me quedo inmóvil, observando sus movimientos. El bajo verde de Isabella resuena en la sala, un eco de tiempos pasados y promesas futuras. Ángela la guía con paciencia, su propia experiencia y amor por la música reflejándose en cada corrección y consejo.

Mientras las veo, mi mente empieza a divagar, sumergiéndose en recuerdos y preguntas que he evitado durante años. ¿Fue todo culpa mía? ¿Fue mi orgullo, mi inflexibilidad, lo que rompió nuestra familia? Me pregunto si Alejandra era verdaderamente feliz conmigo o si siempre había un vacío en su corazón, un anhelo de algo más, algo que yo no podía darle.

Alejandra fue la única persona que realmente me amó y me apoyó incondicionalmente. Recuerdo cómo estuvo a mi lado cuando decidí cambiar de carrera, apoyándome en cada paso del camino. "Tú puedes hacerlo, Sofía. Eres más fuerte de lo que crees", me decía, con esa mirada de determinación que siempre me reconfortaba.

Cuando me despidieron de mi primer trabajo, yo estaba devastada. Me sentía fracasada y perdida, pero Alejandra no me dejó caer. "Esto es solo un tropiezo, no el final del camino", me dijo mientras me abrazaba. Pasamos noches enteras hablando sobre mis opciones, y fue ella quien me ayudó a encontrar el valor para comenzar de nuevo.

Recuerdo cuando decidimos mudarnos juntas. Yo estaba llena de dudas y miedos, preocupada por cómo nos ajustaríamos a la nueva ciudad y si nuestras carreras prosperarían. Pero Alejandra me miró con sus ojos llenos de confianza y me dijo: "Donde sea que estemos, mientras estemos juntas, todo saldrá bien."

La primera vez que me enfermé gravemente, Alejandra estuvo a mi lado en cada cita médica, sosteniéndome la mano y asegurándome que todo estaría bien. Cocinaba mis comidas favoritas, me traía flores y hacía todo lo posible para hacerme sonreír, incluso en los días más oscuros.

¿Y qué hice yo? Le devolví su amor con inseguridad y celos. La música siempre fue su gran pasión, y yo, en lugar de apoyarla, me sentí amenazada por ella. Recuerdo las noches en las que se quedaba despierta hasta tarde, practicando y componiendo, y cómo eso me hacía sentir desplazada. En lugar de unirme a su alegría, respondí con resentimiento.

"Mamá, ¿me estás escuchando?" La voz de Isabella me saca de mis pensamientos. "¿Te gusta cómo estoy tocando?"

Asiento, sonriendo a pesar del nudo en mi garganta. "Sí, Isa. Estás mejorando mucho."

El amor que alguna vez sentí por Alejandra empieza a transformarse, virando hacia el odio. No hacia ella, sino hacia las circunstancias, hacia mí misma por permitir que todo se desmoronara. Si ella estuviera aquí, todo sería distinto. La casa estaría llena de risas, de música, de esa luz que sólo ella podía traer. En cambio, yo soy la que quedó con la responsabilidad de criar a nuestras hijas, la que tuvo que soportar la carga de ser la villana de esta historia.

Cada nota que Isabella toca es un recordatorio de lo que perdí, de lo que ellas perdieron. Alejandra, con su espíritu libre y su talento innegable, era el centro de nuestra familia. Y yo, con mis miedos y mi necesidad de control, lo destruí todo. Pero, ¿acaso no tuvo ella su parte de culpa? ¿Acaso no me abandonó también, dejándome sola para enfrentar las consecuencias de sus decisiones?

La verdad es que Alejandra fue la mejor esposa y novia que tuve. Su amor era incondicional, su apoyo, inquebrantable. ¿Y cómo le pagué? Con infidelidad y traición. La idea de que ella podría haber sido feliz con alguien más, alguien que la mereciera de verdad, me consume.

Mientras observo a mis hijas, mi amor por ellas se mezcla con una furia latente. Odio lo que Alejandra me hizo sentir, cómo me hizo dudar de mí misma y de mis capacidades. Odio que incluso ahora, después de tanto tiempo, su sombra aún se cierne sobre nosotros, afectando cada aspecto de nuestras vidas.

Me retiro a mi habitación para planear el cumpleaños del sábado de Isabella. Las hermanas de Alejandra, Paulina y Daniela, están invitadas, al igual que los abuelos de las niñas. Mientras reviso la lista de invitados, no puedo evitar sentir un nudo en el estómago. Sé que me odian, que me culpan por la muerte de Alejandra. Su suicidio dejó una marca imborrable, una herida que nunca sanará.

Ángela también me odia. Lo veo en sus ojos cada vez que me mira, en la frialdad de su voz cuando me habla. Hace unos días le pedí que me ayudara a organizar el cumpleaños de Isabella, con la esperanza de encontrar un momento de conexión entre nosotras. Su respuesta fue una excusa rápida y cortante: "Debo ir a ver a May."

La realidad es que he perdido a mi hija mayor. Ángela apenas me tolera, y cualquier intento de acercarme a ella es rechazado. Me pregunto si alguna vez podré reparar el daño, si algún día me perdonará.

Sigo trabajando en los detalles de la fiesta, tratando de concentrarme en lo que puedo controlar. Isabella merece una celebración especial, llena de alegría y amor, aunque sea difícil con la sombra de Alejandra siempre presente. La familia de Alejandra vendrá, y aunque su desaprobación será palpable, haré todo lo posible para que el día sea perfecto para Isabella.

Reviso la lista de invitados una vez más, asegurándome de no olvidar a nadie. Paulina y Daniela, las hermanas de Alejandra, confirmaron su asistencia. También vendrán los padres de Alejandra, aunque sé que su presencia traerá consigo una tensión inevitable.

Los recuerdos de Alejandra invaden mi mente. Fue la única persona que realmente me amó y me apoyó, y lo arruiné. Me pregunto constantemente qué hubiera pasado si nunca la hubiera engañado, si hubiera sido mejor esposa, mejor madre. Pero es inútil pensar en lo que pudo haber sido. Alejandra se fue, y yo me quedé con la culpa y el odio de todos los que alguna vez fueron nuestra familia.

Salgo de mi habitación y encuentro a Ángela e Isabella en la sala, todavía practicando. Isabella me ve y corre hacia mí. "Mamá, ¿qué te parece? ¿Estoy mejorando?" pregunta con una sonrisa radiante.

"Claro que sí, Isa. Lo estás haciendo muy bien," respondo, forzando una sonrisa. Isabella me abraza, y es la primera vez en mucho tiempo que siento su afecto.

Ángela se queda en silencio, observándonos desde la distancia. "Voy a ver a May," dice de repente, levantándose y tomando su bolso.

"Está bien, Ángela. Nos vemos luego," digo, aunque sé que nuestras interacciones siempre serán breves y tensas.

Vuelvo a la lista de tareas para la fiesta, tratando de enfocarme en lo positivo. Isabella merece lo mejor, y haré todo lo posible para que su cumpleaños sea especial, a pesar de las miradas y los juicios que enfrentaré el sábado.

Al final del día, lo único que importa es la felicidad de mis hijas. Isabella y Ángela son mi mundo, y aunque el pasado siempre estará allí, debo seguir adelante por ellas.

Sigo planeando la fiesta de cumpleaños de Isabella, y cada detalle que elijo me hace recordar a Alejandra. No puedo evitar sentir un vacío en mi pecho mientras selecciono el pastel y las decoraciones. Antes, ella y yo solíamos hacerlo juntas, riendo y disfrutando de cada momento.

Ahora, esos momentos son solo recuerdos que me llenan de melancolía. Me pregunto si Alejandra estaría orgullosa de cómo estoy manejando todo, o si me odiaría por lo que sucedió entre nosotros. A veces, ni siquiera recuerdo por qué la engañé. Tal vez fue la emoción de algo nuevo, o la sensación de que algo en nuestra relación no estaba funcionando.

Me siento abrumada por el peso de mis decisiones pasadas. ¿Cómo puedo celebrar el cumpleaños de nuestra hija sin su presencia? ¿Cómo puedo seguir adelante cuando una parte de mí anhela su compañía?

Pero debo mantener la compostura. No puedo permitir que mi dolor afecte la celebración de Isabella. Ella merece un día lleno de alegría y felicidad, y haré todo lo que esté a mi alcance para asegurarme de que así sea. Aunque en lo más profundo de mi corazón, deseo que Alejandra estuviera aquí para compartir este momento con nosotras.

Cierro los ojos y me sumerjo en un torbellino de recuerdos, reviviendo los momentos oscuros en los que me convertí en alguien que nunca quise ser.

Flashback:

Recuerdo aquella vez en la que, cegada por la ira, levanté la mano hacia Alejandra. Su rostro reflejaba el temor mientras retrocedía, tratando de escapar de mi alcance. Mi mano se estrelló contra su mejilla con un sonido sordo, y su cuerpo se tambaleó por el impacto. El silencio que siguió fue ensordecedor, roto solo por el eco de mi propia respiración entrecortada.

Otro flashback:

Recuerdo la sensación de mis manos apretando con fuerza su brazo, dejando marcas rojas en su piel. Recuerdo cómo sus ojos se llenaron de lágrimas mientras suplicaba por misericordia, mientras imploraba que me detuviera. Pero yo estaba cegada por la rabia, incapaz de escuchar sus súplicas sobre el rugido ensordecedor de mi propia furia.

Flashback final:

Recuerdo el momento en el que me di cuenta del daño que le había causado, cuando vi los moretones en su cuerpo y el dolor en su mirada. Fue entonces cuando el peso de mis acciones cayó sobre mí con todo su poder, cuando me di cuenta de la monstruosidad que había llegado a ser.

Estos recuerdos me atormentan, recordándome el daño que infligí a la persona que más amaba. Me pregunto si alguna vez podré perdonarme por haberme convertido en alguien capaz de cometer tales atrocidades, por haber abusado de la confianza y el amor de Alejandra.

flashback:

Era una tarde como cualquier otra, llena de tensión y resentimiento en nuestro hogar. Alejandra se preparaba para salir al escenario con su banda, mientras yo observaba con un nudo en el estómago, sintiendo la creciente ira en mi interior.

Vi cómo cubría cuidadosamente los moretones con maquillaje, tratando de ocultar las marcas de mis propias manos. Sus lágrimas silenciosas me perforaban el corazón, pero mi furia no conocía límites. Me acerqué a ella con paso firme, determinada a lanzar mis palabras como puñales.

"¿Qué estás haciendo?", pregunté con voz fría, aunque por dentro me estaba desmoronando.

Alejandra apenas levantó la mirada, pero su silencio me desafió. "Solo estoy tratando de arreglar esto", susurró, sus manos temblando mientras se aferraba al maquillaje.

"¿Arreglarlo?", repetí con incredulidad, dejando que el veneno de mis palabras se deslizara. "No puedes arreglar lo que te mereces. Cada golpe, cada moretón es un recordatorio de tu lugar en este mundo."

Sus lágrimas se intensificaron mientras intentaba mantener la compostura. "Por favor, Sofía, no empieces de nuevo", suplicó, pero mi ira estaba fuera de control.

"No puedes escapar de lo que eres", continué, ignorando su súplica. "Eres una vergüenza, un fracaso. Mereces cada golpe que recibes."

Mis palabras resonaban en la habitación, llenas de desprecio y amargura. Pero lo peor estaba por venir.

Veinte minutos antes de que Alejandra saliera al escenario, la rabia me consumió por completo. En un acceso de furia incontrolable, la golpeé con una violencia que me horroriza recordar. Sus gritos resonaban en mis oídos, pero estaba demasiado cegada por la ira para detenerme.

"¡Detente!", clamaba, mientras mis puños caían una y otra vez sobre ella.

Cuando finalmente me detuve, Alejandra estaba tendida en el suelo, su rostro marcado por mis manos. Aturdida y herida, se levantó con dificultad, sus ojos llenos de dolor y sorpresa.

"¿Por qué, Sofía?", susurró, su voz quebrada por el sufrimiento.

No pude enfrentar su mirada mientras me alejaba, dejándola atrás en un mar de lágrimas y desesperación. Y mientras ella limpiaba su sangre y trataba de ocultar las huellas de mi brutalidad, me enfrenté al espejo, confrontando la oscuridad que había tomado residencia en mi interior.

Días después..

El terror se apoderó de mí cuando Daniela me amenazó en la salida del trabajo. Sabía que lo sabía todo, y el miedo me paralizó mientras caminaba de regreso a casa. Cada paso que daba me acercaba más a la inevitable confrontación con Alejandra.

Cuando entré por la puerta, supe que no habría escapatoria. Alejandra estaba parada en la sala, su mirada llena de temor al encontrarse con la mía. El silencio se volvió espeso mientras nos mirábamos, ambos conscientes del inevitable estallido de ira que se avecinaba.

Alejandra: "¿Qué está pasando, Sofía? Daniela me llamó y me dijo que viniera a casa lo antes posible. ¿Qué está pasando?"

El terror en su voz me atravesó como una daga, pero no pude encontrar las palabras para responder. La ira rugía dentro de mí, amenazando con consumirme por completo.

Sofía: "Lo sabes muy bien, Alejandra. Sabes exactamente lo que está pasando."

Cada palabra que salía de mi boca estaba cargada de veneno, alimentado por el miedo y la culpa que me corroían por dentro.

Alejandra: "No, Sofía, no sé de qué estás hablando. ¿Qué está pasando?"

Su voz temblorosa solo alimentaba mi furia, y sin pensarlo dos veces, me lancé hacia ella con una ferocidad incontrolable.

Alejandra: "¡Sofía, por favor! ¡Detente! ¡Las niñas están arriba! ¡Para!"

Sus súplicas se perdieron en el tumulto de mi propia ira, cada golpe que caía sobre ella era un eco ensordecedor de mi propio tormento.

Sofía: "¡No te atrevas a hablar de las niñas! ¡Esto es todo por tu culpa, Alejandra!"

Cada golpe que le propinaba era un acto de traición hacia la mujer que más amaba en el mundo, pero no podía detenerme. Estaba atrapada en una espiral de dolor y desesperación, y ella era la única salida.

Finalmente, cuando cesaron los golpes, me encontré arrodillada junto a su cuerpo maltrecho. Sus súplicas habían cesado, reemplazadas por un silencio abrumador que llenaba la habitación.

Sofía: "Alejandra, mi amor, ¿estás bien? Por favor, dime que estás bien."

Mi voz temblaba con la angustia mientras tomaba su rostro entre mis manos, pero no había respuesta. Solo el silencio y el eco de mi propia desesperación.

En ese momento supe que había ido demasiado lejos. Había lastimado a la única persona que realmente importaba en mi vida, y no podía perdonarme por ello.

En ese hospital, rodeada por los pasillos fríos y los sonidos distantes de la vida que continuaba fuera de esas paredes, me encontraba esperando. Esperando por noticias sobre Alejandra, mi esposa, el amor de mi vida.

Cada segundo que pasaba era como una aguja clavándose más profundo en mi corazón. ¿Cómo pude dejar que las cosas llegaran a este punto? ¿Cómo pude lastimar a la única persona que realmente me amó?

Finalmente, un médico se acercó a mí, con una mirada que lo decía todo antes de que pronunciara una sola palabra.

"Mis disculpas, señora, pero Alejandra ha sufrido graves lesiones. Tiene múltiples fracturas, contusiones y heridas. Está inconsciente en este momento y la estamos estabilizando", dijo el médico con una voz serena pero cargada de gravedad.

Mi mundo se desmoronó en ese momento. Las palabras del médico resonaron en mi cabeza, un eco constante de mi propia culpa. Me levanté temblando, luchando contra el peso abrumador de mi arrepentimiento.

"¿Puedo verla? Por favor, necesito verla", murmuré, apenas capaz de mantener la compostura.

El médico asintió compasivamente y me guió hacia la habitación donde yacía Alejandra, conectada a una serie de máquinas y monitores.

Al verla, un escalofrío recorrió mi espalda. Su rostro estaba irreconocible, cubierto de moretones y sangre. Cerré los ojos con fuerza, luchando contra las lágrimas que amenazaban con caer.

"Lo siento, Alejandra. Lo siento mucho", susurré, con la voz quebrada por la culpa y el dolor.

Tomé su mano, sintiendo el frío de su piel bajo la mía. Prometí cambiar, prometí ser mejor. Pero en ese momento, sabía que mis palabras eran vacías, que nada podría deshacer el daño que había causado.

La noche pasó en un torbellino de emociones, mientras me quedaba junto a su cama, rezando por su recuperación y rogando por su perdón. Pero en lo más profundo de mi corazón, sabía que la verdadera batalla estaba apenas comenzando: la batalla por redimirme a mí misma.

Al día siguiente, cuando los primeros rayos del sol se filtraban por la ventana del hospital, Alejandra finalmente abrió los ojos. Su mirada se encontró con la mía, y en ese momento, el tiempo pareció detenerse.

"Lo siento, Alejandra. Siento tanto todo lo que te he hecho", murmuré, apenas capaz de contener las lágrimas.

Alejandra me miró con una mezcla de dolor y compasión en sus ojos. Su voz, débil pero llena de fuerza, rompió el silencio tenso que nos rodeaba.

"Sofía, sé que cometiste un error. Pero te perdono", dijo con una serenidad que me conmovió hasta lo más profundo de mi ser.

Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras me aferraba a su mano con fuerza. Nunca antes había sentido un alivio tan abrumador, una sensación de redención que me llenaba de esperanza.

"Prometo que cambiaré, Alejandra. Haré todo lo que esté en mi poder para reparar el daño que te he causado", le prometí con toda la sinceridad de mi corazón.

Alejandra asintió con una sonrisa débil. En ese momento, su perdón se convirtió en mi salvación, en la luz al final de un túnel oscuro y tormentoso.

Fin del flashback.

En la actualidad, me enfrento a la dura verdad de que no he cambiado, de que mis acciones continúan causando dolor a quienes más amo.

Recuerdo cómo, a pesar de los perdones de Alejandra y sus constantes ruegos para que buscáramos ayuda, nunca fui capaz de dar ese paso. Odiaba la idea de sentarme frente a un psicólogo, de abrirme y exponer todas mis miserias. Prefería enterrar mis problemas bajo una capa de negación y seguir adelante como si nada hubiera pasado.

Pero Alejandra siempre estuvo ahí, perdonándome una y otra vez, creyendo en mi capacidad para cambiar. Su amor y comprensión parecían infinitos, pero un día, llegó el punto de quiebre. Un día, su mirada ya no reflejaba perdón, sino decepción y resignación. Ese día, comprendí que había perdido algo irreemplazable.

Recuerdo las palabras que me dirigía cuando, en medio de su dolor, aún encontraba la fuerza para perdonarme. "Sofía, sé que puedes ser mejor. Sé que hay bondad en ti, pero tienes que dejar de reprimirlo. No puedo seguir soportando este ciclo de dolor y perdón. Necesitas buscar ayuda, necesitas enfrentar tus demonios".

Cada vez que recuerdo cómo la usé como un saco de boxeo, siento una mezcla de vergüenza y arrepentimiento. Me duele reconocer que fui capaz de lastimar a la persona que más amaba en este mundo. Alejandra merecía algo mejor, merecía a alguien que la valorara y la respetara, alguien que estuviera dispuesto a cambiar por ella.

Hoy, mientras me enfrento a las consecuencias de mis acciones, me doy cuenta de que el perdón tiene límites. Alejandra ya no está aquí para perdonarme una vez más, y eso es algo que tendré que llevar conmigo para siempre. Pero también sé que tengo la responsabilidad de enfrentar mi pasado y buscar la redención, aunque sea tarde.

Sé que el camino hacia la verdadera transformación será difícil, pero estoy dispuesta a enfrentarlo. Porque si hay algo que he aprendido de todo esto, es que el amor verdadero merece ser honrado con acciones, no solo con palabras. Y es hora de que comience a actuar.

El recuerdo de aquel día me sumerge en una vorágine de emociones oscuras y remordimientos insoportables. Fue una noche de desesperación y caos, cuando la angustia y la ira se fusionaron en un torbellino de violencia descontrolada.

Cuando Alejandra anunció su intención de escapar, algo dentro de mí se quebró irremediablemente. La rabia se apoderó de mí, y sin pensar en las consecuencias de mis acciones, me lancé hacia ella con una furia ciega. Los golpes llovían sobre su cuerpo indefenso, como una lluvia de puñetazos y patadas despiadadas.

Cada golpe era una manifestación de mi propia desesperación y autodesprecio. Mis manos, convertidas en instrumentos de destrucción, se estrellaban una y otra vez contra su frágil figura, dejando marcas indelebles en su piel. Los gritos de dolor resonaban en la habitación, mezclándose con el sonido sordo de mis propios sollozos ahogados.

No había compasión en mí, solo una furia ciega que me consumía por dentro. Los golpes se sucedían sin cesar, como una danza macabra de violencia y desesperación. Cada patada, cada cachetazo, era un intento desesperado de contener el vacío que amenazaba con engullirme por completo.

A medida que pasaban los minutos, mi furia no disminuía, sino que crecía en intensidad. La ira se había convertido en una fuerza incontrolable que me impulsaba a seguir golpeando, sin importar las consecuencias. El dolor y la desesperación se entrelazaban en un torbellino de violencia que amenazaba con devorarnos a ambos.

Cuando finalmente la tormenta de violencia se calmó y el silencio llenó la habitación, me encontré mirando el rostro desfigurado de Alejandra. Sus ojos, llenos de dolor y sorpresa, me perforaron el alma, recordándome la monstruosidad de mis acciones. Me horroricé al ver las marcas que había dejado en su cuerpo, como testigos mudos de mi propia depravación.

Pero incluso en medio de la agonía y el sufrimiento, Alejandra encontró la fuerza para perdonarme. Su voz, suave y llena de compasión, me instó a detenerme, a dejar atrás la ira y el dolor. Y en ese momento, su perdón fue más que una absolución: fue un rayo de luz en medio de la oscuridad, una esperanza de redención en un mundo marcado por la violencia y el dolor.

Ahora, mientras reflexiono sobre aquellos momentos de horror y desesperación, me doy cuenta del daño irreparable que causé. Mis acciones fueron un acto de pura crueldad, una manifestación de la oscuridad que reside en lo más profundo de mi ser. Y aunque el perdón de Alejandra sea un regalo que no merezco, haré todo lo posible por merecerlo, incluso si eso significa enfrentar el horror de mi propia monstruosidad.

Ese momento quedó grabado en lo más profundo de mi ser, como una cicatriz imborrable en mi alma. Mientras Alejandra limpiaba la sangre que brotaba de su propio rostro, me miraba con ojos llenos de compasión y perdón, y en ese instante supe que estaba presenciando un acto de amor y humanidad que me estremeció hasta lo más profundo de mi ser.

"Te perdono", fueron las palabras que salieron de sus labios, cargadas de una generosidad y compasión que no merecía. Pero lo que más me impactó fue su súplica, su ruego desesperado de que buscara ayuda, de que fuéramos juntas a terapia para sanar las heridas que yo misma había infligido.

Prometí que lo haría, juré que buscaríamos ayuda juntas, que haría todo lo posible por redimirme, por convertirme en la persona que ella merecía. Pero en el fondo, sabía que era una promesa vacía, una mentira piadosa que solo prolongaría su sufrimiento.

Jamás fui a terapia, nunca busqué ayuda, y con cada día que pasaba, el abismo entre nosotras se hacía más profundo y oscuro. Me aferré a mi orgullo, a mi miedo, y me sumergí más y más en la oscuridad de mi propia miseria.

Ahora, en la quietud de la noche, mientras recuerdo aquel momento con dolor y arrepentimiento, sé que fue mi cobardía la que me impidió cumplir mi promesa, la que me mantuvo alejada de la ayuda que tanto necesitábamos.

Y mientras miro hacia atrás, hacia aquellos días oscuros y tormentosos, sé que Alejandra merecía mucho más de lo que yo pude darle. Su perdón fue un regalo que nunca podré devolver, pero lo llevaré conmigo como un recordatorio constante de la persona que alguna vez fui, y de la que aún tengo la esperanza de llegar a ser.

Es una carga que llevo conmigo día tras día, una pesada losa que me pesa en el alma y me atormenta en cada momento de mi existencia. Reconozco que me equivoqué, que cometí errores terribles que nunca podré deshacer. Pero, ¿me arrepiento completamente de mis acciones? Esa es una pregunta que todavía me persigue, una duda que no puedo sacudirme.

Recuerdo esos momentos oscuros con una claridad desgarradora. El sonido de los golpes resonando en la habitación, el dolor reflejado en los ojos de Alejandra, la sangre manchando nuestras manos. ¿Cómo pude haber llegado tan lejos? ¿Cómo pude haber lastimado a la persona que más amaba en este mundo de esa manera?

Sí, sé que me equivoqué. Sé que debería sentirme arrepentida hasta lo más profundo de mi ser, pero aún así, una parte de mí se resiste a aceptarlo por completo. El orgullo, el ego herido, se interpone en el camino, impidiéndome reconocer plenamente mi culpa. Busco excusas, justificaciones, cualquier cosa que me ayude a negar la verdad incómoda que se esconde en lo más profundo de mi conciencia.

Y así sigo adelante, arrastrando el peso de mis acciones pasadas a cada paso que doy. Aunque sé que debería pedir perdón, que debería hacer todo lo posible por enmendar mis errores, una parte de mí se aferra al pasado, incapaz de liberarse de las cadenas de mi propia negación. Es un conflicto interno que me consume, una batalla que todavía estoy luchando por ganar.

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