Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

FINAL ( parte 2)

Buenasssssss.

------------------
Pov Sofía.

Llevo casi cuatro meses en este centro de rehabilitación, pero parece que fue ayer cuando vi a Ale por última vez. La imagen de su rostro sigue tan clara en mi mente como si estuviera justo frente a mí. Le prometí que volvería limpia, que dejaría atrás las drogas para siempre. Le prometí que volvería a ser la Novia y madre que ella y nuestras hijas merecen. Pero cumplir esa promesa ha sido más difícil de lo que jamás imaginé.

Recuerdo el día que me despedí de mis hijas como si hubiera sido esta mañana. Sus caras llenas de preguntas y su tristeza me partieron el alma. No podía permitirles ver a su madre en este estado, luchando contra los demonios que yo misma dejé entrar en nuestras vidas. Me prometí que regresaría más fuerte, que las abrazaría con el corazón libre de esa carga oscura.

Los primeros días en el centro fueron extrañamente fáciles. Era como si estuviera en una especie de burbuja, protegida del mundo exterior y de mis propios pensamientos. Pero esa burbuja no tardó en estallar. Con el paso de los días, la abstinencia comenzó a apoderarse de mí. El vacío, la desesperación, las ganas de escapar... Todo eso me golpeó como una tormenta. No había un solo minuto en el que no pensara en Ale, en lo que estaría haciendo, en cómo estarían nuestras hijas.

A veces, me aferraba a la idea de que pronto podría verla. La necesidad de sentirla cerca, de escuchar su voz, se volvió casi insoportable. Pero sabía que tenía que esperar. Tenía que completar este proceso, tenía que vencer esta batalla antes de regresar a ella. Ale no merece menos que eso.

Ahora, después de casi cuatro meses, empiezo a ver la luz al final del túnel. Siento que falta poco, lo sé. Lo siento en lo más profundo de mí. Pronto podré volver a casa, volver a los brazos de Ale y nuestras hijas. Volver a ser la madre y Novia que ellas necesitan. Pero hasta entonces, seguiré luchando, un día a la vez, hasta que pueda cumplir mi promesa.

A veces, en medio de esta dura rutina, recibo cartas de Ángela. Esos momentos son como un rayo de sol en un día nublado, me llenan de esperanza y fuerza. Ángela siempre ha sido fuerte, y eso se refleja en cada palabra que escribe. Me cuenta que en el boxeo ya es casi mundialmente reconocida, algo que me llena de orgullo. Firmó un contrato importante, y su nombre está volviéndose cada vez más famoso. Imaginarla en ese ring, tan segura de sí misma, me da la certeza de que todo este esfuerzo valdrá la pena.

Pero no es solo eso. Ángela también me habla de Ale, de cómo sigue dando shows con la banda y cuidando de Isabella y de ella. Me dice que Ale se esfuerza por mantener todo en orden, pero que hay algo que no puede evitar: la tristeza que siente por mi ausencia. Extraña a la Ale que siempre ha sido su compañera, y aunque está rodeada de gente que la ama, nada puede llenar ese vacío.

Cada vez que recibo una de esas cartas, me tomo mi tiempo para responder. Le cuento a Ángela que estoy mejorando, que cada día me esfuerzo más por salir adelante. Le hago saber cuánto la extraño, cuánto deseo estar allí para apoyarla en cada logro, en cada pelea. Le prometo que pronto estaré de vuelta, que esta separación solo es temporal y que regresaré más fuerte que nunca.

Saber que Ale, y nuestras hijas me están esperando me da la fuerza para seguir adelante. Planeo salir de aquí pronto. Estoy más determinada que nunca a cumplir mi promesa. No solo por mí, sino por ellas, que han sido mi ancla en medio de esta tormenta. Cada día, me acerco un poco más a ese momento en el que podré regresar a casa, libre de todo lo que me ha mantenido alejada de ellas.

Un mes después, el día finalmente llegó. Por fin, salí de rehabilitación. No podía creerlo, me sentía libre, como si una pesada carga se hubiera levantado de mis hombros. Era como si estuviera respirando aire fresco por primera vez en mucho tiempo, con el alma renovada. El camino había sido duro, pero aquí estaba, una persona nueva, lista para enfrentar lo que viniera.

Mientras caminaba por la ciudad, todo parecía diferente, más brillante. Había cambiado mucho desde la última vez que estuve aquí, no solo en el mundo exterior, sino dentro de mí. Pensaba en Alejandra, en nuestras hijas, en todo lo que había dejado atrás. Me habían contado que Belén, la mejor amiga de Alejandra, había vuelto a España, así que Alejandra estaba viviendo sola en el departamento con Isabella. Ángela, al ser mayor de edad, vivía con su novia. La idea de volver a casa y verlas me llenaba de una mezcla de nervios y emoción.

Decidí que no podía llegar con las manos vacías. Me dirigí a una floristería y compré un ramo de rosas rojas, las favoritas de Alejandra. Mientras elegía las flores, me imaginaba su sonrisa al recibirlas, y esa imagen me llenaba de calidez. Sabía que esta vez, las cosas serían diferentes. Tenía una segunda oportunidad, y no la iba a desperdiciar.

Con el ramo de rosas en mis manos y el corazón palpitando, me preparé para regresar a casa, para ver a mi novia, a la mujer que había estado esperando todo este tiempo. Sabía que el camino hacia la reconciliación no sería fácil, pero estaba lista para enfrentar lo que fuera necesario. Porque ahora, más que nunca, estaba segura de lo que quería: estar con ella y nuestras hijas, y reconstruir lo que habíamos perdido.

Caminé lentamente hacia el departamento de Alejandra, cada paso se sentía como una eternidad. Mi mente estaba llena de recuerdos, de momentos que habíamos compartido, de todo lo que habíamos perdido y todo lo que estaba dispuesta a recuperar. Cuando finalmente llegué, mi corazón latía tan fuerte que casi podía escucharlo. Me quedé frente a la puerta, con las rosas en una mano, y levanté la otra para tocar.

Golpeé suavemente, y después de lo que parecieron minutos interminables, escuché pasos al otro lado. La puerta se abrió, y allí estaba ella, después de casi seis meses, el rostro que había estado esperando ver todo este tiempo. Alejandra.

Sus ojos se llenaron de lágrimas en cuanto me vio. Antes de que pudiera decir una palabra, me rodeó con sus brazos, abrazándome tan fuerte que sentí que no quería dejarme ir nunca más. Me aferré a ella con la misma intensidad, sintiendo cómo su cuerpo temblaba ligeramente mientras sollozaba en mi hombro. Nos quedamos así, en la puerta, abrazadas durante un buen rato, sin decir nada, simplemente sintiendo la presencia de la otra, dejando que las emociones fluyeran.

Después de un rato, cuando el nudo en mi garganta comenzó a deshacerse, me aparté un poco y le entregué las rosas. Alejandra las tomó con una mano, mientras con la otra se limpiaba las lágrimas. Sus ojos aún estaban brillantes, y su voz temblaba cuando finalmente habló.

—¿Por qué no me avisaste que habías salido de rehabilitación? —me preguntó, con una mezcla de alivio y reproche en su voz.

Le sonreí, intentando calmarla un poco.

—Quería que fuera una sorpresa —le respondí suavemente.

Alejandra me miró, como si intentara procesar lo que estaba pasando. Entonces, esbozó una pequeña sonrisa, y supe que, aunque el camino por delante sería largo, habíamos dado el primer paso para reconstruir lo que habíamos perdido.

Mientras Alejandra y yo seguíamos abrazadas en la puerta, escuché el sonido de pasos rápidos provenientes del interior del departamento. Antes de que pudiera reaccionar, la pequeña Isabella apareció en el pasillo, con una expresión adormilada pero curiosa.

—¿Por qué tanto escándalo? —preguntó, frotándose los ojos.

Pero en cuanto me vio, su rostro cambió por completo. Sus ojos se abrieron de par en par y, sin pensarlo dos veces, corrió hacia mí.

—¡Mamá! —gritó, su voz llena de emoción.

Me agaché justo a tiempo para recibirla en mis brazos, levantándola en un abrazo fuerte. Sentí cómo su pequeño cuerpo temblaba contra el mío, mientras ella me abrazaba con todas sus fuerzas. Las lágrimas que había contenido hasta ese momento finalmente cayeron, y la abracé aún más fuerte.

—Estoy aquí, Isabella —le susurré, besando su cabello—. Mamá está aquí.

Alejandra se quedó a un lado, observando la escena con una sonrisa mezclada con lágrimas. Había tanto que decir, tanto que explicar, pero en ese momento, todo lo que importaba era que estábamos juntas de nuevo. El tiempo, las distancias, las dificultades... todo eso se desvaneció mientras abrazaba a mi hija.

Isabella, todavía aferrada a mí, se apartó un poco para mirarme a los ojos. Su expresión se volvió seria, y con una voz llena de reproche, me dijo:

—Te perdiste mi cumpleaños número 12, mamá. Estuve esperando todo el día, pero no llegaste.

Sus palabras me atravesaron el corazón como una flecha. El dolor en su voz era innegable, y me sentí destrozada por no haber estado allí para ella en un momento tan importante. Las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas.

—Isabella... lo siento tanto, mi amor —dije, mi voz quebrada—. No hay nada que me duela más que haberte fallado.

La abracé de nuevo, más fuerte, como si eso pudiera borrar el tiempo que estuve lejos.

—Te prometo que no me volveré a perder nada de tu vida. Estaré en cada cumpleaños, cada logro, cada momento importante. Estoy aquí ahora, y no me voy a ir a ningún lado.

Isabella me miró por un momento, sus ojos llenos de emoción. Luego, lentamente, asintió y volvió a abrazarme, esta vez con menos reproche y más amor.

—Te extrañé mucho, mamá —murmuró contra mi cuello.

—Yo también te extrañé, más de lo que te puedes imaginar —respondí, besando su mejilla—. Nunca más estaré lejos de ti, lo prometo.

Mientras me acomodaba en el sillón, no podía evitar sentirme abrumada por todo lo que estaba sucediendo. Después de meses de estar lejos, de luchar contra mis propios demonios, por fin estaba de vuelta en casa. Las paredes, los muebles, el aroma familiar... todo me resultaba tan reconfortante. Pero nada era más importante que estar de nuevo con mi familia.

Isabella, después de nuestro emotivo reencuentro, se había ofrecido a ir por un vaso de agua para mí. La observé mientras se alejaba con esa determinación en sus pasos que siempre me recordaba a su madre. Justo en ese momento, Ale terminó de llamar a Ángela, pidiéndole que viniera a visitarnos sin mencionar la sorpresa que le esperaba. No pude evitar sonreír pensando en cómo reaccionaría cuando me viera.

Y entonces, Ale se acercó. Nuestros ojos se encontraron y sentí que el tiempo se detenía. La veía luchar contra las emociones que desbordaban en su mirada, al igual que las mías. Lentamente, sin decir nada, se inclinó y nuestros labios se encontraron en un beso que parecía capaz de sanar todas las heridas, borrar los días oscuros y recordarnos por qué siempre habíamos luchado por esto. Por nosotras.

El sabor de sus labios era un recordatorio de lo que había estado ausente, un ancla que me mantenía en el presente, aquí, en casa. No había palabras, no hacían falta. Ese beso, suave y profundo, lo decía todo: amor, perdón, esperanza.

Cuando nos separamos, me quedé mirándola a los ojos, notando cómo su respiración se entrecortaba ligeramente.

—He soñado con esto todos los días —le susurré, acariciando su mejilla.

—Yo también, Sofía —respondió Ale, con la voz llena de emoción—. Te amo tanto.

La rodeé con mis brazos y la acerqué a mí. Estábamos juntas de nuevo, y no importaba lo que el futuro nos deparara, lo enfrentaríamos como siempre lo habíamos hecho: juntas.

Con el corazón latiendo con fuerza y los nervios aún presentes, tomé la mano de Ale con suavidad. La miré a los ojos, esos ojos que tantas veces me habían visto en mis peores momentos y que ahora me miraban con una mezcla de esperanza y amor. Sentí que era el momento de decirlo, de afirmar lo que tanto había luchado por lograr.

—Ale, quiero que sepas que estoy oficialmente libre de drogas —dije con firmeza, aunque mi voz tembló ligeramente al pronunciar las palabras—. He cumplido mi promesa. Ya puedo ser la novia y la madre que siempre debí ser, la que te prometí que sería.

Los ojos de Ale se llenaron de lágrimas nuevamente, pero esta vez eran lágrimas de alivio, de felicidad. Antes de que pudiera decir algo más, se inclinó hacia mí y me besó de nuevo. Fue un beso cargado de emoción, de amor, pero también de una súplica silenciosa que sentí en lo más profundo de mi ser.

—No vuelvas a irte, Sofía —me susurró contra los labios cuando nos separamos, con la voz quebrada—. No podría soportar perderte otra vez.

La envolví en mis brazos, acercándola lo más que pude, queriendo transmitirle todo el amor y la seguridad que sentía en ese momento.

—No me voy a ir a ninguna parte, Ale. Estoy aquí, contigo, para siempre...
.
.
.
Una noche, poco después de mi salida, Ale me llevó a cenar a un restaurante lujoso. El lugar era precioso, con luces suaves que creaban un ambiente íntimo y acogedor. Las velas sobre la mesa parpadeaban, y podía sentir el calor del amor de Ale sentado frente a mí. Estaba radiante, con una sonrisa que no había visto en mucho tiempo. Esa noche, todo parecía perfecto.

La cena transcurrió tranquila, entre risas y conversaciones ligeras. Era como si, por un momento, el mundo exterior no existiera y solo estuviéramos nosotras dos, disfrutando de estar juntas. Pero entonces, Ale me tomó la mano sobre la mesa y me miró con una expresión que me hizo saber que estaba a punto de decirme algo importante.

“Sofi,” comenzó con un tono suave, sus ojos brillando con emoción, “hay algo que quiero compartir contigo.”

Asentí, intrigada, mientras apretaba su mano en señal de apoyo. “¿Qué es, mi amor?”

Ale sonrió, pero sus ojos se humedecieron ligeramente, como si las palabras que estaba a punto de decir la llenaran de orgullo y alegría. “Ángela... se comprometió.”

Por un momento, el mundo se detuvo. Sentí cómo mi corazón se aceleraba y, sin poder evitarlo, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. La noticia me golpeó con una mezcla abrumadora de felicidad y emoción. Nuestra pequeña Ángela, esa niña a la que vimos crecer, ahora iba a casarse. Era difícil de creer, pero al mismo tiempo, no podía estar más feliz.

“Ale... ¡Dios mío!” exclamé mientras me llevaba una mano a la boca, tratando de contener las lágrimas que ahora corrían libremente por mis mejillas. “¡Ángela se va a casar!”

Ale asintió, su propia voz temblando un poco. “Sí, lo hará. Nuestra pequeña se está haciendo mayor, Sofi.”

Me dejé caer contra el respaldo de la silla, la emoción inundándome completamente. “No puedo creerlo. Parece que fue ayer cuando estaba enseñándole a atarse los cordones de los zapatos... y ahora va a casarse.” Reí suavemente entre lágrimas, maravillada por cómo el tiempo había pasado tan rápido.

Ale se inclinó hacia adelante, secándome una lágrima con la yema de su dedo. “Está tan feliz, Sofi. Dice que quiere que estemos ahí con ella, en cada paso de este nuevo capítulo de su vida.”

La idea de que Ángela quería que estuviéramos tan involucradas en su boda me conmovió profundamente. “Por supuesto que estaremos ahí. No me lo perdería por nada en el mundo.” Tomé la mano de Ale, apretándola con fuerza mientras intentaba procesar todo. “Quiero que sepa cuánto la amamos y lo orgullosas que estamos de ella.”

Ale asintió, su propia voz un poco ronca por la emoción. “Lo sabe, Sofi. Lo sabe.”

Nos quedamos en silencio por un momento, simplemente disfrutando de la idea de que Ángela había encontrado a alguien con quien quería pasar el resto de su vida. Me sentí abrumada por la gratitud, no solo por haber salido de la rehabilitación, sino por tener a mi lado a una mujer como Ale, que siempre me apoyaba y me amaba incondicionalmente, y por tener una hija que estaba a punto de embarcarse en una nueva y emocionante aventura.

“Estoy tan feliz por ella,” murmuré finalmente, limpiando las lágrimas de mis ojos y sonriendo a través de la emoción. “Ha crecido tanto... y no podría estar más orgullosa.”

Ale me sonrió, acercándose para besarme suavemente en los labios. “Hemos hecho un buen trabajo con ella, Sofi. Y ahora es su turno de ser feliz.”

Nos quedamos así, disfrutando del momento, de la idea de que nuestra hija estaba por comenzar su propia familia. La cena continuó, pero todo lo que podía pensar era en cuánto había cambiado nuestra vida y en lo afortunada que me sentía de poder estar allí, con Ale a mi lado, para ver cómo nuestra familia seguía creciendo.

Ale se acercó a mí, su mirada llena de esa intensidad que siempre me hacía sentir mariposas en el estómago. Sin decir una palabra, tomó mi rostro entre sus manos y me besó, un beso largo y profundo que me dejó sin aliento. Sentí cómo su amor y deseo se transmitían a través de ese contacto, haciéndome olvidar por completo dónde estábamos y quién podría estar alrededor.

Me perdí en el beso, dejando que cada segundo se prolongara, queriendo que ese momento durara para siempre. Solo nos separamos cuando escuchamos un ruido cercano, como si alguien estuviera a punto de entrar en nuestra pequeña burbuja de intimidad. Mi corazón dio un brinco, pero al darnos cuenta de que era una falsa alarma, ambas suspiramos aliviadas.

Antes de que pudiera decir algo, Ale se inclinó hacia mí, acercando sus labios a mi oído. Su aliento cálido y suave me provocó un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. "Esta noche," susurró con voz baja y seductora, "te voy a hacer mía de una manera que no podrás olvidar. Empezaré por besar cada rincón de tu piel, cada centímetro de ti será mío... y luego, te haré temblar de placer una y otra vez, hasta que no puedas más."

Su voz era tan suave y prometedora que apenas podía respirar. Me quedé quieta, asimilando cada palabra mientras mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Ale sabía exactamente cómo hacerme sentir deseada, cómo encender ese fuego entre nosotras que siempre estaba latente. No pude evitar sonreír, sintiendo cómo mi cuerpo respondía a sus palabras.

"Y eso solo será el comienzo," añadió, su voz aún más baja, como si fuera un secreto solo para nosotras dos. "Porque esta noche... no pienso dejar que cierres los ojos hasta que estés completamente satisfecha."

Cerré los ojos un momento, dejándome llevar por la anticipación, imaginando todo lo que vendría esa noche. Estaba segura de que sería una de esas noches inolvidables, en las que nos perderíamos la una en la otra, sin importar el mundo exterior. Solo nosotras dos, amándonos como si fuera la última vez.

Sonreí traviesa, viendo la expresión de Ale cuando fingí no entender lo que me acababa de decir. "No entendí bien, ¿qué es lo que planeas hacerme esta noche?" pregunté, manteniendo mi tono inocente mientras jugaba con el borde de mi copa de vino. Sabía perfectamente que la estaba provocando, y a juzgar por la chispa en sus ojos, estaba funcionando.

Ale, sin perder la compostura, deslizó su mano por debajo de la mesa, aprovechando el largo mantel que nos cubría de cualquier mirada curiosa. Sentí su mano acariciando mi muslo, subiendo lentamente por mi pierna, y no pude evitar estremecerme. Se inclinó hacia mí, su voz apenas un susurro mientras sus dedos rozaban la tela de mi ropa interior. "Déjame explicártelo mejor..."

Con una caricia ligera, comenzó a trazar círculos lentos y deliberados sobre mi entrepierna, aumentando la presión justo lo suficiente como para hacer que mi respiración se acelerara. "Primero," dijo con su tono suave y provocador, "voy a desnudarte lentamente, saboreando cada segundo, cada reacción tuya."

Sus dedos se movieron un poco más firmemente, provocándome. "Voy a besarte, en cada lugar que te haga estremecer, en cada lugar que te haga pedir más..." Sus palabras se mezclaban con sus caricias, su tono cada vez más bajo y cargado de promesas. "Y cuando estés rogando por más, cuando no puedas soportarlo más... me aseguraré de que llegues al límite una y otra vez."

Era difícil concentrarme en lo que decía con su mano moviéndose de esa manera, pero no quería perderme ni una palabra. "¿Así está más claro?" preguntó, su voz suave pero con un toque de malicia.

No podía encontrar las palabras. Solo asentí, mordiendo mi labio para no dejar escapar un gemido. Ale sonrió, satisfecha de ver cómo su explicación me había afectado, pero no retiró su mano. "Entonces, prepárate," susurró, "porque esta noche, Sofía, no vas a poder olvidarme."

Me incliné hacia Ale, mi aliento acariciando su oído mientras mi mano se deslizaba bajo la mesa para atrapar la suya. Estaba caliente, la tensión palpable en su piel. "¿Quieres saber lo que te haré esta noche?" susurré, mi voz un poco más grave, teñida de la misma anticipación que sentía recorrer mi cuerpo.

Ale no dijo nada, pero la forma en que sus ojos brillaron me dio toda la respuesta que necesitaba. Aproveché ese momento para girar un poco mi muñeca, entrelazando mis dedos con los suyos, guiándola para que me escuchara atentamente. "Primero, te despojaré de cada prenda... pero lo haré lentamente, quiero que sientas cada movimiento, cada segundo que pasa, como si el tiempo mismo se estirara para nosotros."

Le apreté la mano ligeramente, acariciando su palma con mi pulgar mientras mi voz apenas era un susurro. "Voy a empezar por tus labios, besándote tan profundamente que te olvidarás de todo lo demás. Voy a saborear cada rincón de tu boca mientras mis manos exploran tu cuerpo, acariciando tu piel hasta que estés temblando por completo."

Me acerqué un poco más, mis labios rozando su oído. "Cuando tus pechos estén expuestos, usaré mi lengua para recorrer cada centímetro de ellos, prestando especial atención a tus pezones. Los acariciaré, los lameré, y cuando estén tan duros que duelan, usaré un poco de hielo para intensificar la sensación... sólo para después calentarlos nuevamente con mi boca."

Vi cómo sus labios se entreabrían ligeramente, y supe que estaba captando cada palabra, imaginando cada paso. "Pero no me detendré allí, Ale. Te ataré las manos con esa bufanda de seda que tanto te gusta... para que no puedas moverte, para que no tengas más opción que dejar que yo tome el control."

Mi voz se volvió más baja, cargada de intención. "Voy a besar mi camino hasta tus muslos, y cuando llegue a tu punto más sensible, usaré mi lengua de una manera que te hará gritar mi nombre. No seré suave, Ale... quiero que sientas cada embestida, cada roce de mi boca en ti."

Me detuve un segundo para asegurarme de que me estaba siguiendo, y continué, mi mano apretando la suya con fuerza. "Y cuando sienta que estás al borde, cuando no puedas aguantar más, te penetraré con mis dedos, rápido y profundo, mientras sigo succionando con mi boca. Pero no voy a detenerme cuando te corras... no, Ale. Voy a seguir hasta que sientas que te desvaneces de tanto placer."

La vi tragar con dificultad, su respiración entrecortada. Supe que la estaba llevando justo al límite con mis palabras, pero no terminé ahí. "Y por último, cuando ya no tengas fuerzas, te llevaré a la cama, te acurrucaré a mi lado, y te haré el amor una y otra vez... hasta que pierdas la cuenta de cuántas veces hemos llegado juntas."

Me alejé un poco, dejando que mis palabras se asentaran en su mente. "¿Te quedó claro ahora, Ale?" pregunté, con una pequeña sonrisa en los labios, disfrutando del deseo reflejado en su mirada.

Ale me miró con una mezcla de deseo y agotamiento anticipado en sus ojos. Con una sonrisa juguetona, preguntó: "¿Y al menos podré descansar en algún momento?"

Me incliné un poco más cerca, dejando que nuestros rostros quedaran a apenas unos centímetros de distancia. "¿Descansar?" repetí en tono burlón, mi voz suave pero firme. "No, Ale. No te dejaré descansar. Porque cada vez que pienses que tendrás un respiro, encontraré una nueva forma de hacerte temblar."

Mis dedos todavía entrelazados con los suyos, apreté suavemente su mano, manteniendo el contacto visual mientras continuaba, mi voz cargada de promesa. "No voy a dejar que cierres los ojos, porque estarás demasiado ocupada disfrutando de lo que te estoy haciendo. Cada vez que tu cuerpo empiece a relajarse, voy a encontrar un nuevo punto en el que aplicar presión, un nuevo rincón de tu piel que explorar."

Mis labios rozaron su oído, apenas un susurro mientras le detallaba lo que vendría. "Voy a moverme de una parte de tu cuerpo a otra, sin dejar que recuperes el aliento, sin dejar que te adaptes. Cuando pienses que te estoy dando un respiro, te sorprenderé con un toque suave que te hará estremecer, y luego volveré a la intensidad hasta que te estés aferrando a mí para no perderte en el placer."

Ale parecía debatirse entre rendirse y seguir el juego, y aproveché ese momento para seguir explicando. "No habrá descanso, porque no quiero que pienses en nada más que en mí y en cómo te estoy haciendo sentir. No quiero que puedas concentrarte en nada más que en el siguiente toque, en la siguiente caricia, en la siguiente embestida."

Me aparté lo suficiente para mirar directamente a sus ojos, mi expresión seria y llena de deseo. "Cada segundo de esta noche será para ti, Ale. Pero no te engañes... no te daré tregua. Quiero verte rendida a mí, completamente agotada, y cuando finalmente no puedas más, te haré el amor una vez más, lentamente, para que no puedas olvidarlo."

Vi cómo su respiración se aceleraba, su cuerpo ya reaccionando a mis palabras. "Así que no, no habrá descanso, Ale. Porque no quiero que te escapes ni un solo segundo de lo que voy a hacerte sentir."

Ale me miró con curiosidad, su voz más suave, casi temerosa de la respuesta: "¿Por qué va a ser tan intenso, Sofía? ¿Qué es lo que has estado pensando?"

Tomé su mano entre las mías, notando cómo el calor de su piel parecía traspasar la mía. Mis ojos se encontraron con los suyos, y supe que tenía que ser honesta, que ella merecía saber lo que había pasado por mi mente durante esos meses en rehabilitación.

"Ale," comencé, mi voz apenas un susurro, "durante esas noches en rehabilitación, hubo momentos en los que la soledad me aplastaba, cuando sentía que no podía respirar sin ti a mi lado. Eran esas noches, esas malditas noches, en las que el deseo de hacerte el amor me consumía. No era solo el deseo físico, era todo... la necesidad de sentirte cerca, de reconectar contigo de la forma más íntima que conozco."

Hice una pausa, sintiendo que mi voz se quebraba por la intensidad de mis recuerdos. "Cada noche, mientras luchaba contra mis propios demonios, pensaba en ti, en nosotros. En cómo habíamos compartido tanto, en cómo habíamos superado tanto... y en cómo te extrañaba desesperadamente. Extrañaba todo de ti, desde tu risa hasta la forma en que me miras cuando estamos juntas."

Mis ojos se nublaron un poco al recordar lo difícil que había sido, pero me obligué a seguir. "Hubo noches en las que me quedaba despierta, deseando que estuvieras allí, deseando poder tocarte, besarte, hacerte el amor. Esos deseos se acumulaban dentro de mí, como una tormenta que no podía desatar. Y ahora que estoy aquí contigo, ahora que estoy libre de esa oscuridad, no quiero detenerme, Ale. No quiero parar hasta que hayamos recuperado cada segundo perdido, hasta que hayamos saciado ese hambre que siento por ti."

Ale estaba en silencio, sus ojos fijos en los míos, y pude ver que mis palabras la habían tocado profundamente. Me incliné un poco más cerca, dejando que mis labios rozaran los suyos mientras continuaba. "Por eso será tan intenso, Ale. Porque te extrañé más de lo que jamás podría poner en palabras. Y ahora que te tengo aquí, no quiero parar, no quiero que pase un solo momento sin que sientas lo mucho que te amo y lo mucho que te deseé todo este tiempo."

Sentí que su cuerpo se relajaba un poco en respuesta, como si entendiera la magnitud de lo que había pasado por mi mente y por mi corazón durante esos meses. "No voy a parar, Ale, porque no quiero. Porque quiero que te sientas tan amada, tan deseada, que olvides que alguna vez estuvimos separadas. Quiero que sientas cada beso, cada caricia, como si fuera la primera vez."

Finalmente, me separé solo lo suficiente para mirarla a los ojos, viendo cómo su expresión cambiaba, su deseo reflejado en su mirada. "Así que prepárate, Ale. Porque esta noche, y todas las que siguen, serán para recuperar lo que perdimos. Y no pienso dejarte descansar hasta que ambas estemos completamente rendidas, hasta que no quede ni un solo rincón de nuestro amor sin explorar."

El camarero estaba a punto de llevarnos nuestra cena cuando Ale, con una mezcla de urgencia y preocupación, levantó la mano y le pidió que cancelara el pedido. La mirada en sus ojos era intensa, y su voz firme no dejaba lugar a dudas. Yo podía sentir la presión en el aire y la creciente necesidad de salir de allí.

—Creo que deberíamos irnos —dijo Ale, mientras tomaba mi mano con una determinación que no podía ignorar. Sentí un nudo en el estómago mientras nos levantábamos de la mesa. Las miradas curiosas de los otros comensales parecían difusas, mi mente estaba concentrada en el momento y en lo que acababa de suceder.

Cuando salimos del restaurante, el aire frío me golpeó en la cara, y el silencio entre nosotras era denso y cargado. Cada paso hacia el taxi que nos llevaría a casa estaba lleno de la promesa de conversaciones no dichas y emociones a flor de piel. Sabía que necesitábamos este momento de privacidad para hablar y entendernos mejor.

El viaje en taxi fue breve pero lleno de pensamientos intensos. No podía dejar de pensar en cómo Ale había reaccionado y en lo que significaba para nosotras. Mientras el taxi avanzaba hacia nuestra casa, me di cuenta de que había mucho que necesitaríamos abordar. El deseo de recuperarnos y de reconectar era palpable. Me sentía aliviada al saber que pronto estaríamos solas, en un espacio donde podríamos enfrentar lo que acababa de suceder y prepararnos para lo que vendría.
.
.
.
Pasaron los meses, y el día que tanto habíamos esperado finalmente había llegado. Estaba frente al espejo, luchando con la corbata que Ale me estaba ajustando con precisión. Aunque era un día de celebración, mi mente estaba envuelta en una mezcla de emociones. No podía creer que ya fuera la boda de Ángela. Recordar a mi hija como una niña pequeña, llena de sueños, y verla ahora como una mujer a punto de casarse, me llenaba de orgullo y nostalgia.

—Ale, creo que está muy ajustada —me quejé, moviendo un poco el cuello, fingiendo incomodidad mientras aprovechaba la oportunidad para deslizar mis manos alrededor de su cintura. La tela suave de su vestido se sentía cálida bajo mis dedos, y no pude evitar acercarme más a ella.

Ale levantó la vista y, con una sonrisa divertida, me miró a través del espejo.

—¿De verdad está muy ajustada, o solo estás buscando una excusa para meter mano? —preguntó con una risa suave, mientras sus ojos brillaban con picardía. Sabía que me había pillado, y en lugar de apartarme, me quedé allí, disfrutando del contacto y de su cercanía.

—¿Y si te digo que es un poco de ambas? —le respondí con una sonrisa traviesa. Me acerqué más, mis manos todavía en su cintura, y la observé mientras ajustaba nuevamente la corbata. La concentración en su rostro era adorable, y no pude evitar pensar en cómo habíamos llegado hasta aquí, juntas, superando tantas cosas.

—Sofía, si sigues quejándote, nunca terminaré de ajustarte la corbata —me advirtió, aunque su tono era más juguetón que serio.

—Bueno, es que no puedo resistirme, Ale. Hoy es un día tan importante, y te ves tan... —dije, dejando la frase en el aire mientras la observaba de arriba abajo. Ale, siempre hermosa, parecía irradiar una energía especial hoy.

Ale dejó de lado la corbata y me miró directamente a los ojos, su sonrisa se suavizó, volviéndose más tierna.

—No puedo creer que ya sea la boda de Ángela —murmuré, finalmente dejando salir lo que había estado rondando mi mente todo el día. Sentí un nudo en la garganta, pero intenté mantenerme firme.

—Yo tampoco puedo creerlo, Sofía —respondió Ale, colocando sus manos sobre las mías en su cintura—. Nuestra pequeña Ángela, ya toda una mujer. Parece que fue ayer cuando la llevábamos al parque, cuando se caía de la bicicleta y venía corriendo hacia nosotras, buscando consuelo.

Asentí, sintiendo cómo la nostalgia me golpeaba de lleno. Recordé esos días, cómo Ale y yo habíamos estado a su lado en cada paso, y cómo habíamos hecho todo lo posible por darle el mejor hogar, lleno de amor y comprensión. Y ahora, aquí estábamos, en su gran día, viéndola dar un paso tan importante en su vida.

—Estoy tan orgullosa de ella —dije finalmente, mi voz temblando un poco—. Y también de nosotras, Ale. Porque sé que le hemos dado todo lo que pudimos, y más.

Ale se giró hacia mí y me abrazó, sus brazos envolviéndome en un cálido y reconfortante abrazo.

—Yo también estoy orgullosa de ella, y de nosotras, Sofía —susurró contra mi oído—. Y sé que Ángela estará bien, porque siempre ha tenido a dos mamás que la aman incondicionalmente.

Nos quedamos allí por un momento, abrazadas, sintiendo la conexión entre nosotras y la fuerza de todo lo que habíamos construido juntas. Luego, Ale se apartó un poco, con una sonrisa en los labios.

—Bueno, creo que es hora de terminar de ajustar esa corbata —dijo, y ambas reímos, aliviando un poco la tensión del momento.

Mientras me ayudaba a terminar de arreglarme, no pude evitar sonreír y pensar en lo afortunada que era. No solo por el día especial que estábamos a punto de vivir, sino por el hecho de que, a pesar de todo, Ale y yo seguíamos siendo un equipo, listas para enfrentar lo que fuera que la vida nos pusiera por delante.

El vestido que Ale llevaba era una obra de arte, un diseño negro entallado que acentuaba cada curva de su cuerpo. El tejido se ajustaba perfectamente a su silueta, resaltando su figura de una manera que me volvía loca. Cada vez que la veía así, me era imposible resistirme a la tentación de agarrar su cintura, de sentir la suavidad del vestido bajo mis manos mientras la rodeaba con firmeza.

Lo cierto es que Ale también disfrutaba de mis caricias, aunque siempre intentaba mantener un perfil más tranquilo, especialmente hoy. Podía ver cómo trataba de mantenerse seria, ajustándose la corbata y concentrándose en los preparativos, pero sabía que bajo esa fachada de calma, había una chispa que yo encendía cada vez que deslizaba mis manos por su cintura.

—Sofía, ¿vas a dejarme ajustarte la corbata en paz, o planeas torturarme todo el día? —preguntó Ale, su voz teñida de una mezcla de diversión y fingida exasperación. Sabía que intentaba mantener la compostura, pero no podía ocultar del todo la leve sonrisa que se asomaba en sus labios.

—Es que te ves tan bien en ese vestido que no puedo evitarlo —le respondí, apretando un poco más sus costados mientras mis dedos recorrían el contorno de su cintura. El contraste entre la dureza de mis manos y la suavidad del vestido me daba una especie de satisfacción que no podía explicar del todo. Era algo visceral, una necesidad de estar cerca de ella, de sentirla, de saber que era mía.

Ale soltó una risa suave, pero rápidamente trató de retomar el control.

—Recuerda que hoy es la boda de Ángela. Tenemos que mantener la compostura —dijo, aunque su tono dejaba entrever que no le molestaba tanto mi insistencia.

—Lo sé, lo sé —le respondí con una sonrisa, aunque no aparté las manos de su cintura. Estaba claro que, aunque ella intentara mantener un perfil tranquilo, disfrutaba tanto como yo de estos momentos. Y en ese vestido negro, entallado y ajustado, Ale era simplemente irresistible. Sabía que hoy sería difícil mantener las manos quietas, pero por Ángela, haría el intento.

—Sofía… —Ale susurró, un tono de advertencia en su voz, pero sus ojos brillaban con un destello que me decía lo contrario.

—Tranquila, mi amor, prometo comportarme… hasta que termine la ceremonia —le dije, levantando una ceja mientras le guiñaba un ojo.

Ale sacudió la cabeza, claramente entretenida por mi actitud, y finalmente logró ajustar la corbata a su gusto. Pero antes de dejarla ir, le di un último apretón en la cintura, disfrutando de cómo su cuerpo respondía al contacto.

Sabía que tanto Ale como yo estábamos deseando que llegara la noche, cuando finalmente podríamos dejar de lado las formalidades y simplemente ser nosotras mismas, sin reservas. Pero por ahora, el objetivo era mantenernos enfocadas en el gran día de Ángela.

Aunque, claro, eso no significaba que no podría divertirme un poco en el proceso.

Ale me miró con esa sonrisa encantadora que siempre me desarmaba y, en tono suave, me pidió:

—Sofía, mejor revisa si Isabella ya está vestida, ¿quieres?

Sabía que tenía razón. Hoy era un día crucial, y queríamos que todo saliera perfecto para Ángela. Asentí con una sonrisa, dejando su cintura con cierta reticencia, aunque sabía que lo mejor era asegurarnos de que todo estuviera en orden.

Caminé hacia el cuarto de Isabella y golpeé suavemente la puerta antes de entrar. Al abrirla, la encontré de pie frente al espejo, completamente lista. Llevaba un hermoso vestido que resaltaba su elegancia y su madurez. Parecía tan segura y serena, una imagen que me llenaba de orgullo.

Al verme, Isabella sonrió y, sin decir nada, caminó hacia mí y me envolvió en un abrazo cálido. Ese gesto simple y sincero me emocionó más de lo que podría expresar con palabras. La rodeé con mis brazos, disfrutando del momento y de la conexión que siempre habíamos tenido.

—Te ves hermosa, Isa —le susurré mientras la abrazaba con fuerza.

Isabella me apretó un poco más antes de separarse para mirarme a los ojos.

—Gracias, mamá. Estoy lista —me dijo con una sonrisa, esa sonrisa que siempre había sido mi refugio y mi orgullo.

Le acaricié el cabello suavemente y asentí.

—Lo sé, mi amor. Ángela va a estar tan feliz de verte así.

Isabella asintió, y en sus ojos vi una mezcla de emociones: alegría, nerviosismo, y sobre todo, amor. Amor por su hermana, por este día especial que estábamos a punto de vivir juntas como familia.

Nos quedamos unos segundos en silencio, disfrutando de ese momento único entre madre e hija. Luego, la solté con suavidad y le di un beso en la frente.

—Vamos, que ya casi es hora —le dije, tomándola de la mano mientras salíamos del cuarto.

Al volver con Ale, le informé que Isabella ya estaba lista, lo que pareció tranquilizarla. Nos sonreímos mutuamente, sabiendo que, aunque había sido un día largo y lleno de preparativos, todo estaba encaminado para que Ángela tuviera la boda perfecta que merecía.

Salimos de la casa rumbo a la boda, sintiendo la emoción en el aire. Cuando llegamos a la recepción, el lugar estaba lleno de invitados. La decoración era hermosa, pero lo que más me llamó la atención fue ver a Ángela, nuestra niña, en su día especial. Estaba de pie, luciendo impresionante en su traje, pero había una pequeña sombra de nerviosismo en su rostro mientras hablaba con un grupo de boxeadores famosos que habían venido a celebrar con ella.

No pude evitar sentir una mezcla de orgullo y ternura al verla así, tan fuerte y decidida, pero también vulnerable en su propio camino. Ángela siempre había sido un pilar para los demás, pero hoy, en su boda, la emoción del momento parecía estar alcanzándola.

Isabella, quien había estado caminando a mi lado, vio a su hermana mayor y, sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella con una energía contagiosa. Ángela la vio venir y, con una sonrisa que iluminó su rostro, la levantó en el aire en un gesto lleno de cariño y fuerza. Era una imagen que me llenó el corazón, verlas así, tan unidas.

Ángela giró a Isabella en el aire antes de bajarla suavemente, ambas riendo como cuando eran niñas. Esa muestra de fuerza y afecto dejó claro que, aunque Ángela pudiera estar nerviosa, su amor por su hermana la mantenía centrada. Era su forma de mostrar que, sin importar lo que viniera, siempre tendría ese pilar en su familia.

Nos acercamos Ale y yo, compartiendo una sonrisa mientras veíamos la escena. Ángela nos miró con un brillo en los ojos y, por un momento, todos sus nervios parecieron desvanecerse. Este era su día, su momento, y estábamos todos allí, listos para celebrarlo con ella.

—Mamá, Mami —dijo Ángela, soltando a Isabella y acercándose a nosotras—. No sé si estoy lista para todo esto.

Ale la tomó de las manos, apretándolas con cariño.

—Ángela, has estado lista para esto toda tu vida. Y no estás sola. Nos tienes a todos aquí, siempre.

Le sonreí a nuestra hija, viendo cómo el peso de las palabras de Ale la relajaba un poco más.

—Además, ya superaste retos más difíciles que este. Esto es solo el comienzo de algo hermoso —le dije, sintiendo el orgullo crecer en mi interior.

Ángela asintió, inspirando profundamente antes de exhalar con una nueva determinación en sus ojos.

—Gracias, de verdad. No sé qué haría sin ustedes —nos dijo, conmovida.

Isabella, todavía a su lado, sonreía con entusiasmo.

—¡Hoy es tu día, Ángela! ¡Vas a ser la novia más genial de todas! —exclamó con una chispa de alegría que solo un niño podría expresar.

Nos reímos todos, y ese pequeño momento de alegría pareció ser justo lo que Ángela necesitaba para afrontar el resto del día con la confianza que siempre había tenido. Sabía que, pase lo que pase, siempre estaríamos allí para apoyarla, y eso era todo lo que necesitaba para seguir adelante.

Entramos todos a la iglesia, el ambiente cargado de emoción y expectación. Isabella, con su vestido elegante, estaba al lado de Ángela, cumpliendo su papel como dama de honor. La veía sostener la mano de su hermana mayor, su carita seria mientras trataba de dar apoyo a Ángela, que no podía ocultar lo nerviosa que estaba.

Ángela respiraba profundamente, intentando mantener la compostura, pero sus ojos la delataban. Era un momento que había esperado toda su vida, y la enormidad de lo que estaba a punto de suceder comenzaba a alcanzarla. Yo también sentía el peso de la ocasión, pero había una calma en saber que estábamos todos juntos, enfrentando este momento como familia.

De repente, la música comenzó a sonar, resonando en las paredes de la iglesia. Todos los presentes giraron la cabeza hacia la entrada. Allí, de pie, estaba May, la novia de Ángela, en todo su esplendor. El vestido blanco que llevaba parecía hecho a medida para ella, realzando su figura con una elegancia simple pero impactante. En sus manos, un ramo de flores que parecía estar en perfecta armonía con el vestido.

Al ver a May, Ángela no pudo contener las lágrimas. Toda la tensión que había acumulado se liberó en un torrente de emoción pura. Era como si, en ese instante, todo lo que habían pasado juntas, todas las dificultades, alegrías, y desafíos, hubieran encontrado su culminación en ese momento perfecto. Isabella, que siempre estaba atenta a su hermana, le pasó rápidamente un pañuelo, sin decir una palabra, pero con una mirada llena de comprensión.

Mientras observaba a mis hijas, un sentimiento de orgullo me invadió. Alejandra, a mi lado, también lo sentía; lo sabía porque nuestras manos se apretaron instintivamente, como si compartiéramos un pensamiento común. Sabíamos en ese instante que habíamos hecho algo bien, que habíamos criado a nuestras hijas con todo el amor y la fuerza que podíamos ofrecerles.

Ángela tomó el pañuelo que Isabella le había dado y se secó las lágrimas, mirando a May con una mezcla de asombro y amor incondicional. May comenzó a caminar por el pasillo, sus pasos lentos y seguros, mientras toda la iglesia la observaba, pero sus ojos solo buscaban a Ángela. Era como si el mundo exterior se desvaneciera, dejando solo a las dos, unidas en un lazo indestructible.

Alejandra y yo nos miramos, sin necesidad de palabras. Este era el momento que habíamos soñado para nuestras hijas. Ver a Ángela llorar de felicidad, apoyada por su hermana menor, mientras la mujer de sus sueños caminaba hacia ella, nos confirmó que, a pesar de todos los desafíos y obstáculos, habíamos logrado lo más importante: criar a dos personas llenas de amor y bondad.

La ceremonia continuó, pero para mí, ese instante, ese primer vistazo de Ángela y May, fue el verdadero inicio de su vida juntas. Y mientras las lágrimas seguían rodando por las mejillas de Ángela, supe con certeza que había aprendido bien el valor del amor verdadero.

May llegó hasta donde estaba Ángela, con la misma serenidad que había mostrado al caminar por el pasillo. Sin embargo, en el momento en que Ángela la tomó de la mano, pude ver cómo esa calma exterior se rompía ligeramente; ambas parecían perderse en la mirada de la otra, dejando que el amor que compartían fuera el único lenguaje necesario en ese instante.

Se posicionaron frente al altar, tomándose de las manos con fuerza, como si de esa unión dependiera todo lo que vendría después. El cura, un hombre de edad avanzada con una voz profunda y calmada, les sonrió con calidez antes de comenzar con las palabras que marcarían el inicio de una nueva etapa en sus vidas.

—Queridos hermanos, estamos aquí reunidos hoy para unir en matrimonio a Ángela Villarreal Reyes y a May Emma Anderson —comenzó el cura, su voz resonando en la iglesia como un eco de solemnidad y amor.

Ángela y May apenas parpadearon, completamente absortas en la intensidad del momento. Parecía que solo existían ellas dos en la habitación, el mundo exterior reducido a un susurro distante. Desde donde estaba, podía ver cómo Ángela apretaba levemente la mano de May, un gesto que hablaba de la emoción que ambas contenían. May, siempre tan serena, tenía una ligera sonrisa en los labios, pero sus ojos, brillando con lágrimas no derramadas, reflejaban lo profundo de sus sentimientos.

Alejandra, a mi lado, suspiró con suavidad, y nuestras manos se entrelazaron en un acto reflejo. Ambas sentíamos el peso y la belleza de este momento. Era más que una boda; era la celebración de una vida que habíamos ayudado a construir, de un amor que habíamos visto crecer desde sus inicios.

—El matrimonio es un compromiso sagrado —continuó el cura—. No solo entre dos personas, sino ante Dios y todos los presentes. Es la promesa de amarse, respetarse y apoyarse mutuamente en todo momento, en lo bueno y en lo malo.

Mientras el cura hablaba, pude ver cómo Ángela y May se miraban con una mezcla de anticipación y ternura. Era como si cada palabra pronunciada reforzara el compromiso que ya habían asumido en sus corazones mucho antes de este día. Verlas así, tan unidas y seguras, llenó mi corazón de una alegría indescriptible.

—Ángela y May —prosiguió el cura—, al unir vuestras vidas hoy, recordad que el amor que os ha traído hasta aquí es solo el comienzo de una aventura que durará toda la vida. Este amor debe ser alimentado, cuidado y protegido, como un jardín que requiere atención constante.

En ese momento, Ángela soltó un suspiro tembloroso, y May, en un gesto casi imperceptible, acarició el dorso de su mano con el pulgar, calmando cualquier nerviosismo que pudiera sentir. Era un gesto pequeño, pero decía tanto sobre la profundidad de su relación, sobre la forma en que se complementaban y apoyaban mutuamente.

—Y ahora, si alguno de los presentes tiene alguna objeción a esta unión, que hable ahora o calle para siempre.

El silencio que siguió fue denso, pero no incómodo. Era como si todos los presentes comprendieran la importancia del momento y lo respetaran profundamente. Nadie se movió, nadie habló. Solo se escuchaba el leve susurro del viento afuera y la respiración contenida de los que estábamos allí, siendo testigos de este acto de amor.

El cura asintió, satisfecho con el silencio que siguió a su pregunta, y se preparó para continuar con los votos, esos que formalizarían lo que ya era evidente para todos los que conocíamos a Ángela y May: que estaban hechas la una para la otra.

Sentí una lágrima rodar por mi mejilla y no hice ningún esfuerzo por detenerla. Este era el momento que había soñado para mi hija, y verlo hacerse realidad superaba cualquier expectativa. Mientras miraba a Alejandra, supe que compartíamos el mismo sentimiento de gratitud y orgullo. Habíamos criado a una mujer fuerte y amorosa, y ahora, estábamos viendo cómo empezaba un nuevo capítulo en su vida, al lado de alguien que la amaba tanto como nosotros.

A sus 19 años, Ángela y May podían parecer pequeñas para casarse, al menos a los ojos de quienes no conocían la profundidad de su relación. Pero quienes habíamos visto su amor crecer y fortalecerse sabíamos que, aunque jóvenes, estaban preparadas para este compromiso.

Desde el momento en que comenzaron a salir, su conexión fue evidente para todos. Ángela, con su espíritu indomable y corazón fuerte, había encontrado en May a alguien que no solo la complementaba, sino que la entendía de una manera que pocos lo hacían. Y May, con su calma y sensatez, había descubierto en Ángela una fuente inagotable de inspiración y amor.

Durante los años que compartieron antes de decidir casarse, habían enfrentado desafíos que hubieran hecho tambalear a otras parejas. Sin embargo, en lugar de debilitarlas, cada prueba solo las acercó más. Eran jóvenes, sí, pero su relación estaba marcada por una madurez emocional que superaba con creces su edad.

El amor que se tenían era evidente en cada mirada, en cada gesto. No era una decisión tomada a la ligera; ambas habían hablado de sus sueños, de sus temores, y de lo que significaba para ellas dar este paso. Se conocían en profundidad, no solo en los momentos de alegría, sino también en las pruebas que les habían mostrado quiénes eran realmente.

Para Ángela y May, casarse no era una decisión apresurada ni una fantasía adolescente. Era el siguiente paso natural en un amor que ya se sentía eterno. Aunque solo tenían 19 años, ya habían experimentado lo que muchos tardan décadas en descubrir: el tipo de amor que trasciende la edad, las dificultades y las expectativas ajenas.

Mirarlas hoy, frente al altar, me hizo recordar que el amor verdadero no tiene edad. Estaba segura de que, juntas, enfrentarían lo que viniera con la misma fuerza y ternura con la que habían llegado hasta aquí. Y ese era el mejor regalo que podían darse mutuamente, un amor que, sin importar lo jóvenes que fueran, era tan sólido como cualquier otro.

Cuando el cura pasó a la parte de los votos, el ambiente en la iglesia se volvió aún más emotivo. May, con la voz temblando por la emoción, comenzó a hablar. Mirando a Ángela con una ternura inigualable, empezó a expresar sus sentimientos.

“Ángela,” comenzó May, “no hay palabras suficientes para decirte cuánto significas para mí. Gracias por amarme con todo tu corazón. Gracias por aceptarme tal como soy, con todas mis peculiaridades y desafíos. Eres la luz en mis días más oscuros y el refugio en los momentos de duda. Tu amor me ha dado fuerza, me ha hecho sentir comprendida y aceptada de una manera que nunca imaginé posible.”

Ángela, al escuchar las palabras de May, no pudo contener las lágrimas. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras su voz se quebraba al responder.

“May,” dijo Ángela, “te amo más de lo que las palabras pueden expresar. Desde el momento en que te conocí, supe que había encontrado a alguien especial. Has traído tanta alegría y paz a mi vida. Gracias por ser mi compañera, mi amiga y mi amor. Cada día a tu lado ha sido un regalo, y no puedo esperar para pasar el resto de mi vida contigo. Prometo amarte, respetarte y apoyarte en cada paso del camino. Eres mi todo, y no puedo imaginar mi vida sin ti.”

Mientras Ángela pronunciaba estos votos, sus lágrimas caían libremente. La emoción en su rostro reflejaba la profundidad de su amor por May. Era evidente que estos votos no solo eran palabras, sino una promesa sincera y profunda de un futuro compartido.

El cura, con una sonrisa cálida, observó el momento conmovido. Todos en la iglesia podían sentir la intensidad de sus sentimientos y el compromiso que ambos estaban haciendo el uno al otro. Este era un amor que había superado pruebas y desafíos, y estaba listo para enfrentar cualquier cosa que el futuro les deparara, juntos.

El ambiente en la iglesia estaba cargado de una mezcla de emoción y expectación. El cura, con una voz que transmitía la solemnidad del momento, llegó a la parte final de la ceremonia. Se dirigió a los asistentes con una pregunta que siempre marca un punto crucial en las bodas.

“¿Hay alguien presente que tenga alguna razón para que esta unión no se lleve a cabo?”

El silencio absoluto respondió a su pregunta. Ninguna voz se alzó en oposición, y todos los presentes se sintieron aliviados y emocionados al mismo tiempo. El cura, con una sonrisa de aprobación, continuó con las palabras que todos estaban esperando.

“Entonces, por el poder que me ha sido conferido, los declaro esposas. Pueden besarse.”

Ángela y May, con miradas llenas de amor y alegría, se acercaron lentamente el uno al otro. El mundo a su alrededor parecía desvanecerse mientras se concentraban únicamente en el otro. Sus miradas se encontraron, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse.

May, con los ojos brillando de felicidad, tomó el rostro de Ángela entre sus manos. Ángela, con una sonrisa que reflejaba tanto amor como alivio, se inclinó hacia May. Sus labios se encontraron en un primer beso suave, pero que pronto se transformó en algo mucho más apasionado.

El beso se intensificó rápidamente. Ángela rodeó la cintura de May con sus brazos, atrayéndola hacia ella con una fuerza y una ternura que se mezclaban perfectamente. May, con un gemido bajo, respondió con igual fervor. Sus labios se movían en un ritmo sincronizado, explorándose con una intensidad que hablaba de la profundidad de su conexión.

El beso se volvió más exigente, con las bocas entreabiertas y las lenguas danzando en un abrazo ardiente. Los cuerpos de Ángela y May se presionaban más cercanamente el uno al otro, como si quisieran fusionarse en ese momento de intimidad compartida. Las manos de Ángela se deslizaron a la espalda de May, mientras que May, con un suave suspiro, acariciaba el rostro de Ángela con sus dedos.

El beso continuó con una pasión que parecía no tener fin. Los murmullos y susurros de los invitados eran un ruido distante en comparación con el mundo que Ángela y May estaban creando entre ellas. Sus respiraciones se entrecortaban, y el calor del momento parecía envolverlos por completo.

Cuando finalmente se separaron, sus labios estaban rojos y sus caras estaban iluminadas por la alegría y el amor que irradiaban. Ángela y May se miraron a los ojos, compartiendo una sonrisa que decía más de lo que las palabras podrían expresar.

“Te amo,” murmuró Ángela, con la voz temblorosa de emoción.

“Y yo a ti,” respondió May, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

El beso que acababan de compartir era más que un simple gesto; era una promesa de un futuro lleno de amor, pasión y compañerismo. Era el inicio de una nueva etapa en sus vidas, y todos los presentes podían sentir la magia y la autenticidad de su amor.

La risa y los murmullos de los invitados me devolvieron a la realidad. Noté que los labios de Ángela y May estaban rojos, un signo visible de la pasión que acababan de compartir. La escena era tan perfecta, tan llena de amor y alegría, que me hizo sonreír entre lágrimas.

Ale y yo, con nuestras manos aún unidas, observamos cómo las recién casadas se separaban y se dirigían hacia la salida. Salieron tomadas de las manos, como si estuvieran listas para enfrentar el mundo juntas, sin importar lo que el futuro les deparara. La visión de su felicidad era contagiosa, y no pude evitar reír junto con todos los presentes.

“¡Mira cómo se miran!” exclamó Ale, apretando mi mano con cariño. “Son simplemente adorables.”

“Lo sé,” respondí, mi voz temblando con la emoción. “Son maravillosas. Estoy tan orgullosa de ellas.”

Y mientras las veía caminar juntas hacia la nueva vida que les esperaba, sentí una oleada de gratitud y amor. Este día, este momento, era un testimonio del poder del amor y de las bendiciones que puede traer. Ángela y May se habían unido en matrimonio, y yo sabía que estaban listas para enfrentar todo lo que viniera, juntas.

La fiesta estaba en su punto más alto, y no podía evitar sentirme emocionada al ver cómo todo había salido perfecto. La música llenaba el aire, vibrando en cada rincón del salón, y la atmósfera estaba cargada de alegría y celebración. Cada rincón de la sala parecía estar iluminado por una luz especial, reflejo del amor y la felicidad que se respiraba en el ambiente.

Desde mi lugar en la pista de baile, observaba a Isabella, mi hija menor, moviéndose con una energía y una vivacidad que eran imposibles de ignorar. La vi bailar sobre una mesa con una confianza desbordante, riendo y disfrutando mientras todos la vitoreaban. No podía dejar de reír al ver su entusiasmo; su felicidad era contagiosa, y me sentía increíblemente orgullosa de ella.

Ángela y May estaban en medio de la pista, completamente inmersas en su propio mundo. La forma en que se movían juntas, casi como si bailaran una coreografía que solo ellas conocían, era hermosa de ver. La felicidad en sus rostros, y el amor que irradiaban, era evidente para todos. Verlas así, tan enamoradas y felices, me llenaba el corazón de emoción.

Ale estaba a mi lado, bailando pegada a mí. Sentía sus manos en mi cintura y su cuerpo cerca del mío. La cercanía de su calor, el ritmo sincronizado de nuestros movimientos, y la forma en que me abrazaba con ternura me hacían sentir profundamente conectada con ella. Cada giro y cada paso eran un recordatorio de cuánto la amaba y apreciaba.

Dany, mi cuñada, estaba bailando con Isabella. A pesar de su barriga de ocho meses, se movía con gracia y disfrutaba de cada momento. La veía sonreír y reír con Isabella, y me daba cuenta de cuánto amaba a su sobrina. Dany estaba radiante, y su felicidad era palpable, incluso en medio de su embarazo.

Valentín estaba en la pista bailando, se movían con una sincronía que solo se logra con una profunda conexión. Me hizo sonreír ver cómo disfrutaban del momento, y sentí una gran satisfacción al ver a mi familia unida y celebrando juntos.

La música seguía, y el calor del ambiente y el bullicio de la fiesta eran casi abrumadores, pero en el mejor de los sentidos. Me dejé llevar por el ritmo, disfrutando de cada instante. Ale me susurraba palabras cariñosas al oído, y yo me sentía inmensamente feliz, rodeada de la gente que más amaba.

Mientras miraba a mi alrededor, me di cuenta de cuán afortunada era. La noche estaba llena de amor, risas y baile, y cada momento era una joya que atesoraría para siempre. La fiesta continuaba, y yo me entregaba por completo a la alegría del momento, disfrutando cada risa, cada abrazo, cada instante compartido.

Sabía que esta noche sería recordada como una de las más especiales, un testimonio del amor y la unión que compartimos como familia. Me sentía agradecida por cada momento, cada sonrisa, y cada abrazo, y no podía pedir nada más.

La boda había terminado, y la recepción estaba llegando a su fin. El salón estaba lleno de risas y conversaciones animadas mientras los invitados se despedían. Yo me encontraba hablando con algunos familiares cuando vi a Isabella acercarse con una expresión decidida.

“¿Puedo hablar con ustedes un momento?” preguntó Isabella con un brillo de emoción en sus ojos. Ale y yo nos miramos y le dimos permiso para continuar. Isabella nos explicó que quería quedarse en casa de Dany por la noche. Aunque la idea la emocionaba, entendíamos que podría ser una complicación dado el estado de Dany.

Al principio, nos mostramos reacios. La preocupación principal era que Dany, con su embarazo avanzado, podría no estar cómoda con la idea de tener a Isabella en su casa. Sin embargo, Valentín, que estaba cerca, intervino de inmediato. Con una sonrisa y un tono tranquilizador, nos aseguró que no había problema.

“No hay inconveniente,” dijo Valentín, “Dany está perfectamente bien con ello. Es solo una noche, y sabemos que Isabella también está emocionada por pasar tiempo con su tía.”

La respuesta de Valentín alivió nuestras preocupaciones, y finalmente le dimos a Isabella el permiso que deseaba. Ella saltó de alegría y corrió a darles las gracias a Dany y Valentín, quienes también estaban encantados con la idea.

Ale y yo nos miramos con una mezcla de satisfacción y cariño, felices de ver a Isabella tan entusiasmada y de que todo saliera bien. Nos despedimos de ella con un abrazo y le deseamos una buena noche, mientras ella se dirigía a la casa de Dany con una gran sonrisa en el rostro.

Mientras nos preparábamos para regresar a casa, no pude evitar sentirme agradecida por cómo había salido todo. La boda de Ángela había sido un evento hermoso y lleno de amor, y ver a nuestra familia unida y feliz era el mejor regalo que podríamos haber recibido.

Volvimos a casa después de esa noche mágica, y el silencio del hogar nos envolvía con una calma reconfortante. Mientras Ale comenzaba a deshacerse del maquillaje y los aros, y a soltar el elaborado peinado de la boda, me acerqué sigilosamente desde atrás. El suave sonido del agua corriendo mientras se lavaba el rostro creaba una atmósfera íntima y tranquila.

Sentí una oleada de ternura y deseo al verla en ese momento tan vulnerable. Me acerqué, envolví mis brazos alrededor de su cintura y, con delicadeza, comencé a besar su cuello. Su piel estaba cálida y su respiración se volvió más profunda bajo mis labios.

Ale se detuvo en lo que estaba haciendo y se giró lentamente hacia mí. Sus ojos se encontraron con los míos, y en ellos vi una mezcla de sorpresa y deseo. Sonrió con una ligera chispa traviesa en sus ojos. “Podrías hacer algo útil,” me dijo, su voz un susurro seductor. Luego, su mirada bajó hacia la corbata que había dejado a un lado.

“¿Te gustaría que te atara?” pregunté con una sonrisa juguetona, sabiendo exactamente a dónde quería llegar.

Ale asintió, y la forma en que su mirada se suavizó me hizo sentir aún más conectada con ella. Me acerqué a la corbata y la tomé con las manos, sintiendo su textura contra mis dedos. Con cuidado, empecé a atar sus manos con ella, ajustando el nudo con suavidad para que estuviera justo lo suficientemente apretado, sin ser incómodo.

Ale se inclinó hacia mí, sus labios apenas a un susurro de los míos, y el ambiente se cargó de anticipación. Mientras ataba la corbata, la miraba con una mezcla de ternura y deseo. Ella, a su vez, me observaba con una intensidad que me hacía sentir completamente cautivada. La noche prometía ser igual de mágica que el día, y no podía esperar para explorar cada momento con ella.

Ajusté la corbata lo más que pude, asegurándome de que estuviera bien sujeta pero sin causarle incomodidad. Luego, guié a Ale hacia la habitación, el silencio de la casa haciendo que el susurro de nuestros pasos resonara de manera íntima.

Cuando llegamos, la coloqué suavemente en la cama y me aseguré de que estuviera cómoda. Luego, con cuidado y precisión, acomodé sus brazos para que quedaran atados contra el respaldo de la cama. La corbata estaba firme, pero no lo suficiente como para ser incómoda.

Con todo listo, me incliné sobre ella y comencé a besar su cuello con una intensidad que mostraba cuánto la deseaba. Mis labios se movían con pasión, presionando y explorando cada centímetro de su piel. Ale respondió a cada beso con un suspiro y un leve gemido, y podía sentir cómo su cuerpo se relajaba bajo el contacto de mis labios.

El calor de su piel y el ritmo acelerado de su respiración me indicaban que estaba disfrutando de cada momento. Mientras seguía besando su cuello, me aseguré de mantener una presión constante, combinando suavidad con intensidad, para darle una experiencia tan apasionada como memorable.

En cada beso y caricia, me acercaba más a ella, disfrutando del poder que tenía al hacerla sentir así. La noche estaba llena de promesas, y yo estaba lista para cumplir cada una de ellas.

Ale intentaba liberarse de las restricciones, moviendo las muñecas con fuerza, pero la corbata no cedía. Yo me mantenía firme, disfrutando de cada instante mientras continuaba besando su cuello con fervor.

Mis labios recorrían su piel con una pasión incesante, dejando marcas suaves en cada beso. Sentía cómo su cuerpo respondía, sus gemidos llenaban la habitación, mezclándose con mi nombre que susurraba entre los susurros de placer.

Cada vez que Ale gemía mi nombre, lo hacía más intenso, aumentando mi deseo. Mis besos se volvían más insistentes, mi lengua jugando con su piel mientras mis manos se deslizaban por su cuerpo, explorando y provocando.

Ale se retorcía un poco, pero yo me mantenía firme, mi objetivo era claro. La sensación de tenerla completamente a mi merced, respondiendo a cada toque y cada beso, era increíblemente satisfactoria. La habitación estaba impregnada con nuestra mezcla de excitación y deseo, creando una atmósfera que solo prometía más momentos intensos por venir.

Narrador.

Sofía deslizó lentamente el vestido de Ale, revelando su piel desnuda a la suave luz de la habitación. Se tomó un momento para admirar la belleza de su novia, permitiendo que sus manos recorrieran su cuerpo antes de inclinarse hacia sus pechos.

Empezó a besar cada uno con dedicación, alternando entre suaves caricias con los labios y pequeños mordiscos que hacían que Ale se estremeciera. Notaba cómo sus pezones estaban tan duros que casi dolían, pero el dolor se mezclaba con el placer, provocando que Ale emitiera pequeños gemidos.

Sofía, sabiendo cómo intensificar aún más la experiencia, tomó un cubito de hielo y lo pasó lentamente por los pechos de Ale. El frío súbito hizo que su cuerpo se tensara, una sensación que contradecía el calor que había en su piel.

Luego, sin darle un respiro, Sofía volvió a sus pechos, besándolos y lamiéndolos con más fuerza. La mezcla del frío del hielo y el calor de su boca provocaba una ola de placer que recorría todo el cuerpo de Ale, haciéndola arquearse y gemir con más intensidad. El contraste entre el dolor leve y el placer profundo la llevaba cada vez más al borde, mientras Sofía continuaba, sin prisa, disfrutando de cada reacción, de cada suspiro de su novia.

Sofía, sintiendo la intensidad del momento, se despojó de su ropa con rapidez, dejando que la tela cayera al suelo. Su piel se rozó con la de Ale mientras se acomodaba entre sus piernas, sintiendo la cálida conexión entre ambas. Con un movimiento lento y deliberado, empezó a moverse en un vaivén suave, sus cuerpos sincronizándose en un ritmo que parecía hecho para ellas.

Ale, cada vez más cerca del borde, empezó a respirar más rápido. Sus gemidos se intensificaron, y en un momento de puro éxtasis, le avisó a Sofía que estaba a punto de correrse. Pero justo cuando ese clímax parecía inevitable, Sofía se detuvo de repente. Ale abrió los ojos, sorprendida, pero antes de que pudiera protestar, sintió cómo Sofía deslizaba dos dedos dentro de ella, llenándola de golpe.

El cambio abrupto de ritmo y la nueva sensación hicieron que Ale se arqueara, con su cuerpo temblando bajo el control firme de Sofía. La combinación de la pausa repentina y la nueva penetración la dejó sin aliento, intensificando cada pulsación de placer. Sofía la miraba con una sonrisa, disfrutando del control que tenía sobre el cuerpo de Ale, mientras sus dedos se movían dentro de ella con precisión, llevándola de nuevo al borde del abismo, pero esta vez sin intención de detenerse.

Sofía sintió cómo el cuerpo de Ale empezaba a tensarse, sus músculos contrayéndose bajo sus manos mientras la respiración de Ale se volvía errática y sus gemidos aumentaban en intensidad. Cada movimiento de los dedos de Sofía dentro de Ale la acercaba más y más al clímax, y cuando Ale finalmente se corrió, su cuerpo se arqueó con fuerza, sus manos atadas se aferraron al respaldo de la cama, y un grito sofocado escapó de sus labios.

Sofía no dejó de mirarla, observando con deleite cómo el placer recorría el cuerpo de Ale en olas intensas. Sus dedos seguían moviéndose, prolongando el momento, asegurándose de que Ale sintiera cada segundo de esa liberación.

Cuando las últimas sacudidas del orgasmo comenzaron a disminuir, Sofía no dio tregua. Se deslizó hacia abajo, separando más las piernas de Ale, y con un movimiento decidido llevó sus labios a la entrepierna de su novia. Su lengua se movió con habilidad, lamiendo y succionando, buscando intensificar la sensibilidad de Ale, que todavía estaba en ese estado post-orgásmico. Ale soltó un gemido profundo, todavía sensible y sobreestimulada, mientras las manos de Sofía la mantenían firmemente en su lugar, asegurándose de que el placer no disminuyera sino que se prolongara un poco más.

Ale gemía cada vez más fuerte, sus manos luchando contra la corbata que la mantenía atada mientras Sofía no le daba tregua. "Sofía... por favor..." suplicaba, su voz entrecortada por el placer abrumador. Pero Sofía, en lugar de detenerse, sumó sus dedos a la mezcla, penetrando con más intensidad mientras su lengua seguía trabajando con precisión.

"Te gusta, ¿verdad? No pares de gemir mi nombre, Ale," murmuró Sofía, disfrutando de cada sonido que arrancaba de los labios de Ale.

"Sofía, no puedo... me voy a... ¡me voy a correr!" Ale gritó, su cuerpo al borde de otro clímax.

"Eso es lo que quiero, que te corras para mí," respondió Sofía con un tono suave pero firme, sus dedos aumentando el ritmo mientras su lengua continuaba estimulando a Ale en el punto justo.

Ale ya no pudo contenerse más. Su espalda se arqueó mientras un grito desgarrador escapaba de su garganta, su cuerpo sacudido por la intensidad del orgasmo que Sofía le provocó. "¡Sofía!" gritó una vez más, su voz llena de placer.

"Así, mi amor, así... déjalo salir todo," le susurró Sofía, mientras seguía moviendo sus dedos lentamente, ayudando a Ale a superar las últimas olas del orgasmo. Ale, con la respiración entrecortada, solo podía gemir suavemente mientras Sofía la acariciaba con ternura, sus movimientos volviéndose más lentos pero no menos apasionados.

Sofía subió lentamente por el cuerpo de Ale, sus labios dejando un rastro de besos hasta llegar a su boca. Ale aún respiraba con dificultad, su cuerpo temblando ligeramente por la intensidad de lo que acababa de vivir. Sofía la besó profundamente, sintiendo cómo Ale le respondía, aún sumergida en el placer.

Sin apartarse, Sofía deslizó sus dedos hacia abajo, sintiendo la humedad que aún cubría a Ale. "Mira cómo te he dejado," murmuró Sofía contra los labios de Ale mientras la penetraba con sus dedos. Comenzó un vaivén rítmico, pero esta vez más intenso, buscando llevar a Ale al límite de nuevo.

"Mi pequeña... ¿te gusta cuando te hago esto, verdad?" susurró Sofía al oído de Ale, su voz baja y cargada de deseo. "Eres tan mía... tan jodidamente perfecta."

Ale solo podía gemir en respuesta, su cuerpo respondiendo a cada movimiento de Sofía, mientras los apodos susurrados la hacían perder la razón. "Te ves tan hermosa cuando estás así, toda mía," continuó Sofía, su tono ligeramente provocador mientras seguía penetrándola con más intensidad.

Cada palabra, cada apodo leve y susurro, hacía que Ale se sintiera más cerca de perderse en otro clímax. "Sofía..." gimió, su voz entrecortada por el placer, incapaz de articular más palabras mientras sus manos seguían atadas, su cuerpo rendido completamente al control de Sofía.

Sofía podía sentir cómo el cuerpo de Ale comenzaba a tensarse, los gemidos de su novia aumentando en intensidad mientras ambas se acercaban al clímax. Decidida a llevar ese momento a un punto más profundo, Sofía se colocó entre las piernas de Ale, presionando su cuerpo contra el de ella, generando una fricción que las hizo gemir al unísono.

Cada movimiento de Sofía era deliberado, calculado para mantenerlas al borde, sintiendo la electricidad que se generaba entre sus cuerpos. El calor se intensificaba, sus respiraciones se entrelazaban, y Sofía aceleró el ritmo, el vaivén volviéndose más urgente, más desesperado.

Ale jadeaba con fuerza, su cuerpo reaccionando a cada roce, cada empuje. Sabía que no podría contenerse por mucho más tiempo, y lo mismo sentía Sofía, quien notaba cómo la tensión en sus propios músculos también alcanzaba su punto máximo.

Entonces, justo en el borde de la culminación, Sofía se inclinó, susurrando entre gemidos: "Ale... ¿te casarías conmigo?"

La pregunta pareció encender algo más profundo en Ale, quien, en lugar de responder, soltó un gemido largo y fuerte, sintiendo cómo el placer la arrasaba. Sus músculos se contrajeron, sus caderas se alzaron buscando más contacto, y en ese instante, tanto Sofía como Ale alcanzaron el orgasmo al mismo tiempo.

El clímax fue explosivo, sus cuerpos temblando violentamente mientras el placer las inundaba. Ale gritó el nombre de Sofía, sintiendo cómo su interior se apretaba alrededor de ella, mientras Sofía gemía fuerte, su propio orgasmo derramándose por todo su ser. La fricción entre sus cuerpos, combinada con la intensidad del momento, las llevó a una cima tan alta que parecían perderse en ella.

Cuando finalmente el clímax comenzó a disiparse, dejando tras de sí una sensación de éxtasis prolongado, Sofía se dejó caer suavemente sobre Ale, ambas jadeando, sus cuerpos cubiertos de sudor y sus corazones latiendo al unísono.

Ale, aún recuperándose, acarició el rostro de Sofía, con una sonrisa suave pero emocionada. "Sofía... sí, me casaría contigo una y mil veces," dijo, su voz temblorosa, pero llena de amor.

Sofía sonrió, dejando un suave beso en los labios de Ale antes de responder, "No puedo esperar para pasar el resto de mi vida contigo, mi amor."
.
.
.
Meses después ambas se casaron, Sofía le fue fiel a Alejandra, la respeto , no la volvió a golpear, tampoco se drogo.

Lo más importante fue que la amo hasta el último día de vida de Sofía que murió a los 82 años por causas naturales.

La leyenda dice que fue tanta la tristeza de Ale que murió esa misma noche mientras dormía.

---------

Este no es el final, habrán algunas actualizaciones pero el final de la historia es este.

Gracias 🩶

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro