final ( falso )
⚠️⚠️⚠️⚠️este no es el final, es un final alternativo, prometo que el real les gustará ⚠️⚠️⚠️⚠️⚠️⚠️.
Además para el real falta.
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Sofía sentía el frío de la madrugada calar en sus huesos mientras se acurrucaba en el banco del parque, el lugar donde solía refugiarse cuando el mundo se volvía demasiado pesado. A su lado, Hugo encendía otro cigarrillo, su sonrisa torcida iluminada por la tenue luz del encendedor.
El aroma acre del humo se mezclaba con el aire fresco, y Sofía lo inhaló profundamente, dejando que el dolor se disipara, aunque solo fuera por un momento. Hugo, siempre tan dispuesto a ayudarla a olvidar, le ofreció una pastilla. La misma oferta de siempre, que ella ya no era capaz de rechazar.
- Hugo:(con una risa suave) Vamos, Sofía. Sabes que esto te hará sentir mejor. Sólo una más, y olvidarás todo.
Sofía asintió, sintiendo cómo sus manos temblaban al tomar la pastilla. Su conciencia la golpeaba, recordándole las promesas rotas y las lágrimas de Alejandra. Pero en este instante, todo lo que importaba era silenciar esos pensamientos, acallar esa voz que le decía que estaba destruyéndolo todo.
- Sofía: (con un susurro casi inaudible) Sólo una más...
Hugo la observaba, sus ojos brillando con una mezcla de simpatía y complicidad. Sabía lo que hacía, y Sofía también, pero no le importaba. Al menos, eso intentaba decirse a sí misma.
El efecto de la droga era casi inmediato. El parque, con su decadencia y sombras, comenzó a desvanecerse. Sentía cómo el dolor se alejaba, reemplazado por una sensación de ligereza, como si flotara sobre la realidad. Los recuerdos de Alejandra, las discusiones, los momentos de desesperación, todo se diluía en una neblina que la envolvía con suavidad.
Pero en algún rincón de su mente, una pequeña voz seguía susurrando su nombre. Alejandra. Alejandra. Ella había prometido cambiar, prometido ser mejor, pero aquí estaba, hundiéndose más y más, y sabiendo que con cada pastilla, cada inhalación, se alejaba más de la mujer que amaba.
- Hugo: (rompiendo el silencio) No pienses tanto, Sofía. El pasado ya no importa. Vive el ahora.
Pero la voz de Hugo no podía ahogar los pensamientos que se arremolinaban en su mente. "¿Cuántas veces más puedo hacer esto antes de que Alejandra me deje definitivamente? ¿Cuántas noches más como esta soportará ella antes de que no haya más oportunidades?"
Sofía se giró hacia Hugo, notando la facilidad con la que él vivía su vida, sin ataduras, sin el peso de la culpa. En ese momento, lo envidió, pero también lo odió. Quería esa libertad, pero sabía que su corazón aún estaba con Alejandra, y eso la mantenía encadenada a la realidad que intentaba desesperadamente evitar.
- Sofía: (susurrando) Hugo, ¿alguna vez te has sentido como si estuvieras ahogándote? Como si no pudieras escapar...
Hugo la miró con indiferencia, ofreciendo otra pastilla, como si esa fuera la respuesta a todo. Pero esta vez, Sofía la miró, dudando por primera vez en mucho tiempo. ¿Era esto todo lo que quedaba de ella? ¿Una sombra de la persona que alguna vez fue, atrapada en un ciclo interminable de autodestrucción?
Las lágrimas comenzaron a arder en sus ojos, y con un movimiento brusco, empujó la mano de Hugo, tirando la pastilla al suelo.
- Sofía:No más, Hugo. No esta noche.
Hugo la observó con sorpresa, pero no dijo nada. Sofía se levantó del banco, sintiendo que sus piernas apenas podían sostenerla. Con pasos tambaleantes, comenzó a alejarse del parque, dejando atrás la neblina de su adicción, aunque fuera solo por esta noche.
Mientras caminaba hacia la oscuridad, la voz de Alejandra resonaba en su mente, más fuerte que nunca. "Una última vez, Sofía. Si realmente quieres luchar, lo haremos juntas." Pero ¿podía ella realmente luchar? ¿O ya era demasiado tarde para salvar lo que quedaba de su amor?
Sofía no tenía las respuestas, pero esa noche, por primera vez en mucho tiempo, no quería seguir corriendo de ellas.
Sofía no recordaba cómo había llegado a casa. Sus pasos eran torpes, su mente nublada. Lo último que podía evocar era la risa de Hugo resonando en sus oídos, mientras el mundo a su alrededor se convertía en una masa amorfa de luces y sombras. Ahora estaba en el umbral de su hogar, sintiendo el familiar calor que contrastaba con el frío de la noche afuera.
Tropezó al entrar y se apoyó en la pared, tratando de orientarse. Todo se sentía surrealista, como si estuviera caminando en un sueño del que no podía despertar. El eco de la televisión provenía de algún lugar de la casa, pero lo que la sacó de su aturdimiento fue el sonido de la cocina. Alejandra estaba ahí.
Por un instante, la culpa la invadió, pero la droga que aún corría por sus venas la adormecía, amortiguando el peso de su conciencia. Se dirigió a la cocina, donde la luz cálida bañaba a Alejandra, que estaba de espaldas, concentrada en la cena.
-Sofía: (con voz arrastrada) Ale... estoy en casa.
Alejandra se giró al escuchar su voz, y su expresión, que al principio fue de alivio, cambió al instante al notar el estado en el que se encontraba Sofía. Los ojos de Sofía estaban vidriosos, la mirada perdida. El olor a drogas aún flotaba en el aire, y Alejandra no necesitaba ninguna otra prueba para saber lo que había pasado.
Sofía se acercó tambaleante, tratando de alcanzar a Alejandra, deseando ese contacto, ese amor que siempre había encontrado en sus brazos. Pero cuando intentó besarla, Alejandra se apartó, girando su rostro con una mezcla de dolor y resignación.
- Sofía:(desesperada) Ale, lo siento. No quería... No sé cómo terminó así...
Alejandra no dijo nada. Se limitó a asentir lentamente, sus ojos fijos en el suelo, como si no pudiera mirarla. Ese silencio dolía más que cualquier palabra, como un abismo que se abría entre ellas, creciendo con cada segundo que pasaba. Sin palabras, Alejandra se dio la vuelta y continuó sirviendo la cena, colocando un plato frente a Sofía sin siquiera mirarla.
- Sofía: (tratando de justificarse) Fue solo esta vez... Hugo me insistió... No puedo evitarlo... Estoy tan... tan cansada, Ale...
Pero Alejandra no respondía, su silencio era impenetrable, una barrera que Sofía no podía atravesar. Sirvió la comida de manera mecánica, como si sus manos supieran lo que tenían que hacer, mientras su mente estaba a miles de kilómetros de ahí. Cuando terminó, dejó el plato frente a Sofía y se dirigió hacia la puerta de la cocina.
- Sofía: (con la voz quebrada) Ale... ¿no vas a cenar conmigo?
Alejandra se detuvo solo un segundo, su espalda rígida, antes de continuar caminando. La puerta se cerró tras ella con un suave clic, dejándola sola en la cocina. Sofía se sentó, mirando el plato frente a ella, su apetito desapareciendo con cada segundo que pasaba. El aroma de la comida era casi nauseabundo en su estado, y el dolor de la soledad comenzó a hundirse en su pecho.
No se trataba solo de esta noche, y Sofía lo sabía. No era la primera vez que llegaba a casa en ese estado, y cada vez que lo hacía, Alejandra se alejaba un poco más, construyendo un muro de silencio y resignación entre ellas. Pero a pesar de saberlo, a pesar de sentir cómo su relación se desmoronaba lentamente, Sofía no podía cambiar. No quería cambiar. No sabía cómo.
Se quedó sentada en la mesa, sola, mientras el tic-tac del reloj llenaba el silencio de la casa. Finalmente, empujó el plato a un lado, sin tocarlo, y se levantó para ir a su habitación. Al llegar, encontró a Alejandra ya dormida, la luz tenue de la lámpara iluminando su rostro. Sofía se deslizó en la cama, sintiendo la distancia entre ellas como un abismo, aunque estuvieran a solo centímetros de distancia.
Mientras se recostaba, la culpa volvía, pero esta vez con más fuerza, más intensa que la droga que aún corría por sus venas. Sofía cerró los ojos, deseando que el sueño la llevara lejos, a un lugar donde no tuviera que enfrentar las consecuencias de sus actos. Pero sabía que, cuando despertara, la realidad seguiría ahí, implacable, esperando que finalmente decidiera cambiar... si es que alguna vez lo hacía.
Al día siguiente..
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte cuando Sofía finalmente regresó a casa. La puerta se abrió con un crujido, y Sofía, tambaleándose, entró sin preocuparse por el ruido. El día había sido una neblina de drogas y humo, y apenas recordaba cómo había llegado allí. Su ropa estaba desaliñada, y el olor a alcohol impregnaba su piel. Pero no le importaba. Apenas podía mantenerse en pie, pero había algo en ella, un vacío, que solo lograba llenar con el olvido de las sustancias.
Alejandra estaba en la cocina, de pie junto al fregadero, cuando escuchó la puerta. Se tensó, sabiendo exactamente en qué estado llegaba Sofía. No era la primera vez, pero eso no hacía que doliera menos. Respiró hondo, intentando mantener la calma que había cultivado a lo largo de los años, esa calma que siempre le decía que debía ser fuerte por las dos, que tenía que ayudar a Sofía a superar su adicción. Pero esta vez, algo en ella se rompió. El cansancio, la desesperación, la frustración... todo se acumuló en su pecho.
Sofía tropezó al entrar en la sala, con la mirada vidriosa y una risa floja escapando de sus labios cuando vio a Alejandra. Se apoyó en la pared, intentando encontrar equilibrio.
-¿Dónde demonios estuviste todo el día, Sofía? -preguntó Alejandra con la voz fría, pero temblorosa. Su intento de mantener la compostura estaba fallando.
Sofía rió de nuevo, un sonido vacío que resonó en la sala. Se apartó de la pared y avanzó torpemente hacia Alejandra, haciendo un gesto amplio con las manos.
-¡Oh, Ale! Estaba por ahí... divirtiéndome, ¿qué más da? -respondió Sofía con un tono sarcástico-. ¿Por qué te importa tanto?
Alejandra sintió que algo se encendía en su interior, una llama que no había sentido en mucho tiempo. No podía soportarlo más, no podía seguir fingiendo que todo estaba bien, que todo podría mejorar si tan solo tenía suficiente paciencia.
-Me importa porque me importas tú, Sofía. Pero ya no sé quién eres. Esta... esta no eres tú. La droga te está consumiendo, y te estás llevando todo lo que amo contigo -las palabras salieron con una mezcla de tristeza y enojo, cada una golpeando el aire con un peso que Alejandra ya no podía soportar.
Sofía, sin embargo, no lo vio así. Para ella, las palabras de Alejandra eran una provocación, una acusación que no estaba dispuesta a aceptar. Dio un paso hacia Alejandra, su expresión cambiando, endureciéndose, mientras una chispa de ira se encendía en sus ojos.
-¿Sabes qué? Estoy harta de que intentes salvarme todo el maldito tiempo, Ale. ¡No necesito que me salves! -espetó, sus palabras cargadas de veneno-. ¿Crees que eres mejor que yo? ¿Es eso? Siempre tan perfecta, tan correcta... ¡No eres más que una santa hipócrita!
Alejandra dio un paso atrás, sorprendida por la intensidad del ataque verbal. Las palabras de Sofía la golpeaban como puñaladas, abriendo viejas heridas que nunca habían sanado del todo. Apretó los puños, intentando contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse.
-No soy perfecta, Sofía. Pero estoy intentando ayudarte porque te amo. Siempre te he amado... -su voz se quebró al final, pero intentó mantenerse firme.
Pero Sofía no escuchaba, o no quería escuchar. Sus propias inseguridades, alimentadas por la droga, se transformaron en una ira ciega que necesitaba liberar. Se acercó más a Alejandra, su respiración pesada, su cuerpo temblando de rabia y desesperación.
-¡Cállate! ¡Solo cállate! -gritó, alzando la mano sin pensar.
El golpe fue rápido y brutal. La mano de Sofía conectó con la mejilla de Alejandra, enviándola tambaleándose hacia atrás. El dolor fue inmediato, agudo, pero lo que más dolió fue la traición. Alejandra se llevó la mano a la mejilla, sintiendo el ardor, la piel sensible bajo sus dedos.
-Sofía... -susurró, su voz quebrada por la incredulidad. No podía creer que Sofía lo hubiera hecho de nuevo, después de todo lo que habían pasado.
Pero Sofía no había terminado. Su furia la cegaba, y la culpa que empezaba a asomar en su conciencia solo la enfurecía más. No quería sentir, no quería pensar en lo que acababa de hacer.
-¡Siempre tienes que ser la víctima, ¿no?! -gritó, levantando la mano de nuevo-. ¡Siempre tienes que ser la maldita mártir!
Otro golpe cayó, y luego otro. Cada uno parecía más fuerte que el anterior, como si Sofía estuviera tratando de borrar el dolor que sentía dentro, de castigar a Alejandra por no ser capaz de arreglarla, por no poder salvarla de sí misma. Alejandra intentó protegerse, levantando los brazos para cubrirse la cara, pero la furia de Sofía era imparable.
El cuarto se llenó con el sonido de los gritos de Sofía, las súplicas de Alejandra y el eco sordo de los golpes. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Sofía se detuvo, su respiración pesada, sus manos temblando. Miró a Alejandra, que estaba en el suelo, tratando de recuperarse, lágrimas silenciosas corriendo por su rostro.
Algo en Sofía se rompió en ese momento, pero no lo suficiente para detener lo que ya estaba hecho. Alejandra la miró, con los ojos llenos de una tristeza infinita. No había más que decir. Lentamente, se puso de pie, tambaleándose ligeramente mientras intentaba recuperar el equilibrio. Miró a Sofía por última vez, viendo a la persona que una vez amó y que ahora apenas reconocía.
Sin decir una palabra, Alejandra se giró y subió las escaleras. Cada paso le dolía, no solo por los golpes, sino por el peso del final inevitable que sabía que había llegado. Entró en la habitación, el lugar que había compartido con Sofía, y empezó a sacar su ropa del armario. Tiró todo en una maleta, sin preocuparse por el orden. No podía quedarse más. No podía seguir permitiendo que Sofía la destruyera, no después de todo lo que había pasado.
Alejandra terminó de empacar con manos temblorosas, cada prenda que guardaba en la maleta parecía pesarle más que la anterior. El dolor físico de los golpes se mezclaba con el dolor emocional, creando un nudo en su pecho que apenas la dejaba respirar. Con la maleta lista, caminó hacia la puerta, sintiendo el peso de su decisión en cada paso.
Cuando llegó al umbral, se detuvo un momento, mirando alrededor de la casa que había sido su hogar, el lugar donde había compartido tantos momentos con Sofía. Sabía que estaba a punto de cruzar un punto sin retorno, y la angustia se reflejaba en sus ojos llenos de lágrimas.
Pero antes de que pudiera abrir la puerta, la voz de Sofía resonó con una mezcla de rabia y desesperación desde el fondo de la sala.
-¡Si te vas, no vuelvas! -gritó Sofía, su voz temblorosa y llena de ira.
Las palabras atravesaron a Alejandra como un cuchillo. Se quedó congelada por un instante, su mano aferrada al pomo de la puerta, incapaz de moverse. El dolor que había estado reprimiendo se desbordó, y las lágrimas comenzaron a caer sin control por sus mejillas. Sabía que Sofía no lo decía en serio, que era la droga hablando, la desesperación... pero dolía igual. Sabía que si se quedaba, ese ciclo tóxico nunca terminaría.
-Lo siento, Sofía -susurró, aunque sabía que Sofía no podía escucharla a esa distancia.
Alejandra finalmente abrió la puerta y salió de la casa, con las lágrimas todavía corriendo por su rostro. Caminó hasta su auto, cada paso sintiéndose más pesado que el anterior. Una vez dentro, se permitió sollozar, apoyando la frente contra el volante. La frase de Sofía seguía resonando en su mente, desgarrándola por dentro, pero sabía que tenía que irse, que esta vez no podía mirar atrás.
Arrancó el motor y, con un último suspiro tembloroso, condujo lejos de la casa que había sido su hogar, lejos de la mujer que amaba, sabiendo que esta vez, el adiós era definitivo.
Al día siguiente, Sofía despertó con un fuerte dolor de cabeza, la resaca y los efectos de la droga aún presentes en su cuerpo. Todo estaba borroso, y le costó unos segundos recordar los eventos de la noche anterior. Se frotó los ojos, sintiendo la boca seca y la mente nublada. Pero algo la sacudió por dentro, un mal presentimiento que no podía ignorar.
Miró el calendario que colgaba en la pared. La fecha le pareció extrañamente significativa: 4 de septiembre. Al ver la fecha, las imágenes de la noche anterior empezaron a volver, desordenadas y confusas, pero claras en su brutalidad. Recordó los gritos, el dolor en los ojos de Alejandra, y finalmente, su propia voz llena de veneno diciendo aquellas palabras que no podía borrar de su mente.
"Si te vas, no vuelvas."
Las palabras la persiguieron mientras se levantaba de la cama, tambaleándose, sintiendo una creciente desesperación apoderarse de ella. Con manos temblorosas, buscó su teléfono y marcó el número de Alejandra. Cada tono de llamada que sonaba sin respuesta hacía que su corazón latiera más rápido, el miedo apoderándose de ella.
-Vamos, Ale... contesta... -susurró Sofía, con la voz quebrada por la angustia.
Pero no hubo respuesta. Lo intentó de nuevo, y de nuevo, pero cada vez el resultado era el mismo. Alejandra no contestaba. El pánico comenzó a crecer dentro de ella, mezclándose con la culpa y el arrepentimiento. No entendía por qué Alejandra no contestaba, por qué no volvía a casa como había hecho tantas veces antes.
Sofía se dejó caer en el sofá, su mente girando, la realidad de lo que había hecho comenzando a asentarse en su corazón. Las palabras que había dicho en un ataque de furia y desesperación se repetían en su mente, cada vez más fuerte, hasta que sintió que la estaban volviendo loca.
"Si te vas, no vuelvas."
Sofía se cubrió el rostro con las manos, sus lágrimas cayendo sobre sus palmas. Sabía que esta vez, Alejandra no volvería. Y la culpa la estaba consumiendo.
Desesperada, Sofía continuó marcando el número de Alejandra sin éxito. La ausencia de respuesta era un golpe más a su ya destrozado corazón. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados, así que, con manos temblorosas y el teléfono aún en la mano, decidió llamar a las personas que podían tener información: las hermanas de Alejandra, Paulina y Daniela.
Primero llamó a Paulina. Conocía su carácter fuerte y protector, pero ahora mismo no le importaba enfrentar su furia. Lo único que deseaba era escuchar algo, cualquier cosa, que le indicara dónde estaba Alejandra.
-¿Qué quieres, Sofía? -la voz de Paulina llegó fría y cortante al otro lado de la línea.
-Paulina, por favor... necesito hablar con Ale... -empezó Sofía, su voz temblorosa, cargada de desesperación.
-¡¿Hablar con Ale?! -interrumpió Paulina, su tono subiendo en intensidad-. Después de lo que le hiciste, ¿realmente crees que te voy a decir algo?
-Por favor... solo dime si está bien... necesito saberlo... -suplicó Sofía, las lágrimas comenzando a asomarse de nuevo.
-¡No tienes derecho a saber nada sobre ella! -gritó Paulina, la furia claramente reflejada en su voz-. Alejandra te dio demasiadas oportunidades, Sofía, y tú lo arruinaste todo. No me vuelvas a llamar.
Antes de que Sofía pudiera responder, Paulina colgó. La llamada había sido breve, pero cada palabra había sido como un latigazo para Sofía. Sabía que Paulina estaba en lo cierto, pero eso no hacía menos doloroso el rechazo.
Sin rendirse, decidió llamar a Daniela. Quizás, pensó, Daniela sería más comprensiva, quizás podría conseguir alguna información. Pero en cuanto la voz de Daniela sonó en el teléfono, Sofía supo que se equivocaba.
-¿Qué quieres, Sofía? -preguntó Daniela, su tono cansado y sin paciencia.
-Solo quiero saber si Alejandra está bien... -murmuró Sofía, sintiendo cómo el nudo en su garganta se hacía más grande-. Por favor, Daniela, dime algo...
-¿Saber si está bien? -repitió Daniela con incredulidad-. ¡Cómo te atreves! Después de todo lo que le has hecho, después de lastimarla una y otra vez. ¡Tú no tienes ningún derecho de preguntar por ella!
-Lo sé, Daniela... lo sé... -sollozó Sofía, las lágrimas cayendo libremente-. Pero no sé qué hacer sin ella...
-Pues acostúmbrate, porque no la vas a ver más. ¡Y no vuelvas a llamarme! -gritó Daniela antes de colgar.
Sofía dejó caer el teléfono, sus manos temblando incontrolablemente. El vacío en su pecho se hizo más grande, la desesperanza la envolvía completamente. Las palabras de Daniela y Paulina resonaban en su mente, duras y llenas de desprecio, pero lo que más la destrozaba era el silencio de Alejandra, ese silencio que significaba que, esta vez, realmente la había perdido.
Pasaron los días y la angustia en Sofía crecía con cada minuto que pasaba sin noticias de Alejandra. Cada rincón de la casa le recordaba a ella, su aroma aún impregnado en las almohadas, las pequeñas cosas que habían compartido ahora eran fantasmas que la atormentaban. El arrepentimiento era como una sombra que la seguía a todas partes, y la soledad se sentía más densa, más sofocante con cada amanecer.
El siete de septiembre llegó y, con él, una desesperación renovada. Sofía ya no sabía qué más hacer. Había agotado todas las posibilidades: las llamadas a las hermanas de Alejandra, los mensajes sin respuesta, las noches en vela esperando oír el sonido de la puerta abriéndose. Pero nada. Ni una palabra, ni una señal. Alejandra se había desvanecido de su vida, y la incertidumbre la estaba consumiendo.
Desesperada, Sofía comenzó a considerar la idea de llamar a la policía. Sabía que era una medida extrema, pero el miedo de que algo malo le hubiera pasado a Alejandra la estaba volviendo loca. Se imaginaba escenarios horribles, cada uno más aterrador que el anterior, y el terror de que Ale pudiera estar en peligro era incontrolable.
Con el teléfono en la mano, estaba a punto de marcar el número de emergencias cuando su celular sonó de repente. Al ver el nombre de Paulina en la pantalla, su corazón dio un vuelco. Con manos temblorosas, contestó la llamada.
-¿Paulina? -preguntó Sofía con voz entrecortada, su corazón latiendo con fuerza.
-Sofía, no llames a la policía -la voz de Paulina sonó firme y autoritaria-. Ale está con Daniela. Está a salvo. No vuelvas a llamar a la policía ni a intentar nada. Y no intentes buscarla.
Sofía sintió un alivio momentáneo al escuchar que Alejandra estaba bien, pero al mismo tiempo, el tono frío de Paulina la golpeó como un cubo de agua helada.
-¿Puedo hablar con ella? -Sofía apenas pudo preguntar, su voz temblando por la mezcla de alivio y miedo.
-No, Sofía. No vas a hablar con ella. -Paulina fue tajante antes de cortar la llamada abruptamente, sin darle tiempo a responder.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Sofía dejó caer el teléfono, su cuerpo colapsando sobre el sofá mientras las lágrimas empezaban a correr de nuevo. Por un lado, sentía alivio de saber que Alejandra estaba a salvo, pero por otro, la confirmación de que Alejandra no quería tener ningún contacto con ella la devastaba.
A pesar de la dureza de la situación, Sofía intentaba aferrarse a una esperanza diminuta. Se repetía a sí misma que tal vez, con el tiempo, Alejandra podría perdonarla. Que si podía demostrarle que estaba dispuesta a cambiar, a dejar las drogas, a ser la persona que Alejandra necesitaba, tal vez habría una oportunidad de reconciliación.
Pero en el fondo, sabía que era imposible. Sabía que el daño estaba hecho, que las palabras que había dicho y los golpes que había dado no podían ser deshechos. Y aunque intentaba mantener la fe, cada día que pasaba la realidad se hacía más clara: había perdido a Alejandra, y esta vez, era para siempre.
El tiempo continuó avanzando, y la vida de Sofía se volvió un ciclo interminable de días grises y noches solitarias. La esperanza de reconciliación con Alejandra se fue desvaneciendo lentamente, y sin mucho que aferrarse, Sofía comenzó a refugiarse en el alcohol, buscando en el fondo de las botellas una forma de anestesiar el dolor.
Un día, mientras estaba en medio de una de sus borracheras, su teléfono sonó inesperadamente. Era Daniela, llamándola para informarle que habían decidido pasar por las cosas de Alejandra. Sofía sintió una mezcla de alivio y nerviosismo. Era una oportunidad para estar cerca de las cosas de Alejandra, para quizás encontrar algo que pudiera recordarle a su exesposa que aún había alguien que se preocupaba por ella.
Determinada a estar en su mejor comportamiento, Sofía se esforzó por limpiar su casa y mantener una apariencia de normalidad. Sabía que Daniela y las demás no verían con buenos ojos el estado en el que se encontraba si aún seguía con el mismo comportamiento destructivo. Se duchó, se vistió con ropa limpia y se preparó para la visita.
Finalmente, el timbre de la puerta sonó, y Sofía se apresuró a abrirla, con la esperanza de ver a Alejandra o al menos algo que la conectara con ella. Pero, al abrir la puerta, no encontró a Alejandra. En cambio, se quedó sorprendida al ver a Ángela y a Belén de pie en el umbral. La presencia de Ángela, su hija de 19 años, y Belén, la mejor amiga de Alejandra, la tomó completamente por sorpresa.
Ángela estaba seria, sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y determinación. Belén, a su lado, tenía una expresión de firmeza que dejaba claro que no estaba dispuesta a tolerar ninguna distracción emocional.
-Hola, Sofía -dijo Ángela con voz controlada, pero su tono no era cálido-. Venimos a pasar por las cosas de mamá.
Sofía intentó sonreír, tratando de ocultar el nerviosismo, pero la sonrisa le salió forzada.
-Ángela, Belén... No esperaba verlas. -Dijo Sofía con un esfuerzo por mantener la calma. Intentó acercarse para abrazar a su hija-. Ángela, ¿cómo estás?
Ángela no respondió a la pregunta, su mirada se desvió y se enfocó en el interior de la casa, ignorando el intento de Sofía de acercarse. Su actitud era un reflejo de todo el dolor que había acumulado durante los años y el profundo rechazo que sentía hacia su madre.
-Necesitamos revisar las cosas de mamá -dijo Ángela, sin mirar a Sofía-. Por favor, haznos espacio.
Belén se mantuvo en silencio, observando la situación con una expresión que reflejaba su preocupación y su disposición a intervenir si era necesario. Aunque no lo dijera en voz alta, su presencia allí era un claro indicio de que estaba dispuesta a proteger a Ángela en todo momento.
Sofía, con el corazón encogido por la mezcla de arrepentimiento y dolor, se apartó para dejarles el paso. Cada movimiento de Ángela y Belén, cada palabra que decían, era un recordatorio doloroso de lo lejos que se había ido su relación con su hija y con Alejandra.
Mientras Ángela y Belén comenzaban a revisar las cosas de Alejandra, Sofía se quedó en un rincón de la sala, observando en silencio. Sus lágrimas estaban a punto de desbordarse, pero se esforzaba por mantener una fachada de control. Sabía que no tenía derecho a pedir nada, no tenía derecho a interrumpir el proceso de separación de las pertenencias de Alejandra. La realidad era dura y evidente: había perdido a su familia y, aunque todavía albergaba una pequeña chispa de esperanza, la posibilidad de recuperar lo que había perdido parecía cada vez más remota.
Mientras Ángela y Belén terminaban de revisar las pertenencias de Alejandra, Ángela se detuvo un momento y se giró hacia Sofía. Sus ojos, aunque llenos de dolor, también mostraban una determinación implacable.
-Sofía -dijo Ángela con una voz firme pero cargada de tristeza-. Antes de irnos, quiero decirte algo. Si realmente quieres hacer algo por ti misma y por los que todavía te importan, deberías considerar empezar una rehabilitación.
Sofía se quedó paralizada, el peso de las palabras de su hija se sintió como un golpe seco en el estómago. Miró a Ángela, tratando de captar la profundidad de sus palabras y el gesto de preocupación en su rostro.
-Lo intentaré -respondió Sofía con un nudo en la garganta-. Quiero hacerlo, pero...
Ángela levantó una mano para interrumpirla.
-No quiero escuchar excusas, solo quiero que lo hagas. Alejandra está tratando de seguir adelante, y tú también necesitas hacerlo. Esto no es solo por ti, sino por la gente que aún te quiere.
Belén, de pie al lado de Ángela, asintió en acuerdo con las palabras de su amiga. Su silencio apoyaba el mensaje que Ángela trataba de transmitir.
Ángela continuó, su voz un poco más suave, pero aún cargada de seriedad.
-También quiero que sepas que no le contaremos a Isabella el verdadero motivo de la separación. Ella es demasiado joven para entender todo esto. Vamos a decirle que mamá y tu simplemente decidieron tomar caminos separados, sin entrar en detalles dolorosos.
Sofía asintió lentamente, entendiendo la decisión de su hija. La idea de que Isabella, su pequeña, no tendría que cargar con el peso completo de los errores de su madre le dio una leve sensación de alivio, aunque no disminuyó su propio tormento interno.
-Gracias por decírmelo -dijo Sofía, su voz quebrada pero agradecida.
Ángela no respondió más y, con un último vistazo hacia Sofía, comenzó a salir de la casa, seguida por Belén. Sofía quedó sola, observando cómo se cerraba la puerta tras ellos. La recomendación de Ángela y la decisión de proteger a Isabella eran recordatorios dolorosos de la realidad que enfrentaba.
Mientras la casa volvía al silencio, Sofía se dejó caer en una silla, reflexionando sobre las palabras de su hija. La idea de la rehabilitación parecía, en ese momento, una luz débil en medio de la oscuridad, pero al menos era una dirección a seguir. Con el corazón lleno de un dolor incesante y la mente atormentada por el arrepentimiento, Sofía sabía que el camino hacia la recuperación y el perdón sería largo y arduo.
A medida que pasaban los meses, Sofía cayó aún más en la espiral de autodestrucción. Lo que había comenzado como un intento de redención se transformó en una dependencia aún mayor al alcohol y las drogas. La promesa de rehabilitación y cambio se desvaneció, sustituida por una rutina diaria de consumo compulsivo. Las noches se volvieron interminables, llenas de resacas y arrepentimientos, mientras el día transcurría entre borracheras y estados de intoxicación.
En el ámbito público, la situación era evidente. Las apariciones de Sofía en eventos y lugares públicos se convirtieron en un espectáculo preocupante. Sus fans, que antes la admiraban por su talento y carisma, ahora la veían tambalearse, con la mirada perdida y una conducta errática. La preocupación era palpable; las redes sociales se llenaban de comentarios de fans inquietos, preguntando qué le estaba pasando y lamentando la transformación de su ídolo.
El golpe más duro llegó cuando Sofía, mientras navegaba por las noticias en línea, vio un titular que hizo que su corazón se detuviera: "Alejandra Villarreal comienza una nueva relación." Los detalles del artículo seguían, pero Sofía, incapaz de soportar más dolor, apagó su celular antes de conocer más. El simple hecho de saber que Alejandra estaba con alguien más fue suficiente para desatar una tormenta de emociones.
La noticia la dejó devastada. No podía soportar la idea de que Alejandra había avanzado en su vida, mientras ella misma se hundía más en el caos. La angustia y el sentimiento de derrota se apoderaron de ella, llevándola a una noche de consumo aún más descontrolado. El celular apagado no podía borrar el dolor ni cambiar la realidad de que había perdido a la mujer que una vez había amado y a la que había hecho daño.
Mientras el tiempo continuaba avanzando, la vida de Sofía se convertía en una serie de momentos borrosos y dolorosos. Su salud y bienestar se deterioraban, y la esperanza de redención se desvanecía cada vez más. Cada intento fallido de cambio, cada promesa rota, solo profundizaban el vacío que sentía. La noticia de la nueva relación de Alejandra era un recordatorio brutal de las consecuencias de sus actos y de lo lejos que había llegado desde aquellos días en que alguna vez tuvo una familia y una vida que aún valía la pena.
El sol estaba a punto de ocultarse cuando el timbre de la casa de Sofía sonó, rompiendo el silencio gris de sus días. Ella, en un estado de semi-inconsciencia, tambaleó hasta la puerta, sin imaginar la sorpresa que le esperaba.
Al abrir, Sofía se encontró con Anna, su hermana mayor, quien había llegado desde Argentina. La expresión de Anna, mezcla de preocupación y sorpresa, rápidamente se transformó en desilusión al ver a Sofía en un estado tan deplorable. La preocupación de Anna por su hermana menor se tornó en una furia protectora.
-¡Sofía, ¿qué te ha pasado?! -gritó Anna, su voz cargada de dolor y enojo-. ¡Mírate! ¿Qué estás haciendo contigo misma?
Sofía, con la mirada perdida y tambaleándose, intentó responder, pero las palabras se enredaban en su lengua. La tensión entre las dos hermanas pronto se convirtió en una discusión acalorada.
-No tienes idea de lo que he pasado -protestó Sofía, intentando defenderse-. No es tan fácil como lo ves desde afuera.
-¿No es tan fácil? ¡Te estás matando, Sofía! -Anna exclamó, su voz rompiendo el aire-. ¡No puedo quedarme de brazos cruzados y verte destruirte!
La discusión se intensificó, las palabras se lanzaban como dagas entre ellas. Anna estaba furiosa, preocupada por la vida de su hermana, mientras Sofía, al borde del colapso, se sentía incapaz de encontrar una salida a su desesperación.
En medio del conflicto, Anna lanzó una bomba emocional.
-He venido para decirte algo importante, Sofía. -dijo Anna con voz temblorosa-. Estoy embarazada. Vas a ser tía, y no podía dejar de intentar ayudarte antes de que fuera demasiado tarde.
Sofía se quedó paralizada, las palabras de Anna flotaban en el aire como un eco lejano. La noticia la golpeó con una fuerza inesperada. El mundo pareció detenerse un momento mientras absorbía la realidad de que iba a ser tía. La magnitud de la revelación, combinada con el remordimiento y la desesperación, la abrumó.
Sin poder contener las lágrimas, Sofía se hundió en el suelo, las lágrimas comenzaron a fluir sin parar. Anna, al ver la desesperación de su hermana, se acercó y la abrazó con fuerza. La dureza de la discusión se desvaneció, reemplazada por un abrazo de consuelo y comprensión.
-Por favor, Sofía, tienes que pedir ayuda -le dijo Anna, mientras acariciaba su espalda-. No puedo soportar verte así. No quiero perderte.
Sofía, con el rostro enterrado en el hombro de su hermana, sollozó con intensidad. Las lágrimas de arrepentimiento, tristeza y desesperación se mezclaban en su llanto. Sabía que necesitaba ayuda, que el cambio no podía esperar más.
-Lo siento... -murmuró entre sollozos-. Lo siento tanto, Anna. Ayúdame, por favor.
Anna asintió, sus propios ojos llenos de lágrimas. Sabía que la tarea de ayudar a su hermana no sería fácil, pero estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para salvarla. Juntas, se abrazaron en un momento de frágil esperanza, con la promesa de enfrentar los desafíos que vendrían, con la firme intención de encontrar una salida a la oscuridad en la que Sofía se había sumergido.
Pocos días después de la emotiva reconciliación con su hermana, la noticia de la decisión de Sofía se volvió oficial: Sofía Reyes había ingresado en una clínica de rehabilitación. La decisión fue un paso crucial, pero el camino por recorrer era arduo y lleno de desafíos.
Los primeros días en la clínica fueron especialmente duros para Sofía. El entorno clínico, aunque diseñado para ayudar, le parecía frío e impersonal. La desintoxicación inicial fue un proceso tortuoso; el cuerpo de Sofía reaccionó con intensas convulsiones y sudores fríos a la falta de las drogas que había consumido durante tanto tiempo. Las noches se llenaron de insomnio y pesadillas, mientras su mente y cuerpo luchaban con el desarraigo de las sustancias a las que se había vuelto adicta.
En las sesiones de terapia, Sofía enfrentó una montaña de emociones que había estado enterrando bajo capas de alcohol y drogas. La lucha contra la adicción también significaba enfrentarse a los sentimientos de culpa y arrepentimiento por el daño que había causado a sí misma y a sus seres queridos. Las sesiones grupales le permitieron compartir su experiencia con otros pacientes, pero la sensación de vergüenza y el dolor de recordar las pérdidas y fracasos hicieron que cada encuentro fuera una batalla.
El personal de la clínica, compuesto por terapeutas y consejeros especializados, intentó brindarle apoyo constante, pero el proceso de rehabilitación no era sencillo. La rutina diaria incluía terapia individual, grupos de apoyo y actividades diseñadas para ayudar a los pacientes a reconstruir su vida. Aunque Sofía entendía la importancia de estos pasos, se sintió agobiada por el proceso y el ritmo implacable de la recuperación.
A medida que pasaban los días, Sofía intentó adaptarse al entorno, encontrando momentos de claridad en medio de la tormenta. Los pensamientos sobre su familia y el futuro se convirtieron en motivaciones para seguir adelante, aunque las recaídas y los momentos de debilidad seguían siendo parte del proceso. La presencia constante de Anna, quien visitaba regularmente a su hermana y la alentaba, fue un rayo de esperanza en medio de la oscuridad.
El camino hacia la recuperación de Sofía estaba lleno de desafíos y momentos de desesperación, pero con el apoyo adecuado y una determinación creciente, comenzó a vislumbrar una posible salida a la espiral en la que se había hundido. La noticia de su ingreso en la clínica era solo el comienzo de una larga y complicada jornada hacia la sanación, pero al menos ahora había un rayo de esperanza en el horizonte.
Después de meses en la clínica de rehabilitación, Sofía salió con un renovado sentido de propósito. La experiencia había sido dura, pero también le había proporcionado las herramientas necesarias para empezar de nuevo. A medida que reintegraba la normalidad en su vida, se dedicó a compartir su historia y ayudar a otros que luchaban con problemas similares. Comenzó a dar charlas sobre motivación y recuperación, convirtiéndose en una voz de esperanza para aquellos que estaban en las mismas circunstancias que ella había enfrentado.
Sofía se enfocó en reconstruir su vida con una determinación nueva. Su jornada hacia la recuperación le enseñó la importancia de la autoayuda y el apoyo comunitario. A pesar de sus esfuerzos, las relaciones con su familia seguían siendo frágiles. Hablaba ocasionalmente con Isabella por teléfono, manteniendo la comunicación a un nivel mínimo, ya que las heridas del pasado todavía estaban frescas.
Su relación con Ángela y Alejandra seguía distante. Aunque había intentado establecer contacto, el dolor de la traición y el sufrimiento causado por su adicción hicieron que la reconciliación completa fuera difícil. Sin embargo, Sofía no dejó que eso la desanimara. Su enfoque principal era su propia sanación y la construcción de una nueva vida.
El tiempo pasó, y cuatro años después, Sofía había transformado su vida. La nueva rutina le permitió equilibrar su tiempo entre el trabajo, las charlas motivacionales y el tiempo con su sobrina pequeña. Esta nueva adición a su vida, la presencia de su sobrina, le brindó una fuente constante de alegría y propósito. El amor y la conexión que sentía al pasar tiempo con ella ayudaron a fortalecer su compromiso con una vida saludable y significativa.
Sofía había aprendido a encontrar la paz en los pequeños momentos y en las relaciones más simples. Aunque su pasado seguía siendo una parte de su historia, había hecho todo lo posible para aprender de él y seguir adelante. La recuperación era un proceso continuo, pero Sofía ahora caminaba con la cabeza erguida, llena de esperanza y resiliencia, decidida a aprovechar al máximo el futuro que tenía por delante.
Sofía estaba en su estudio, una habitación que había convertido en su santuario personal, llena de libros inspiradores y recuerdos de su proceso de rehabilitación. En ese momento, se encontraba en medio de una videollamada con Isabella, su hija menor, quien estaba emocionada por el inminente evento de su quinceañera.
-Mamá, no puedo creer que se está acercando mi fiesta de quince -dijo Isabella, su rostro iluminado por una sonrisa radiante. La emoción en su voz era palpable mientras hablaba de los preparativos, el vestido y los detalles de la celebración.
-Lo sé, cariño -respondió Sofía, tratando de mantener la calma a pesar de la oleada de nostalgia y deseo de estar presente en ese momento especial-. Parece que fue ayer cuando eras una niña pequeña.
Isabella se rió y comenzó a hablar sobre las últimas actualizaciones para la fiesta: el lugar, la decoración, y los invitados. Sofía escuchaba con atención, sintiendo una mezcla de orgullo y tristeza. Había pasado mucho tiempo desde que había estado cerca de su familia, y aunque estaba haciendo todo lo posible por mantenerse conectada, sentía que había perdido mucho.
-Mamá, hay algo más que quería decirte -dijo Isabella, con un tono más serio-. La fiesta es el 14 de enero. Me encantaría que estuvieras aquí. Aunque no ha sido fácil para nosotros tenerte lejos, me gustaría que vinieras a España para la fiesta.
El corazón de Sofía se hundió en una mezcla de emoción y preocupación. Había estado pensando en el viaje, considerando cómo podría hacerlo dado su actual estado financiero y logístico. Sabía que el viaje a España no sería sencillo, pero también era consciente de cuánto significaba para Isabella.
-¿En serio, hija? -preguntó Sofía, su voz temblando ligeramente-. Estás segura de que quieres que esté allí. No quiero causarte problemas ni hacerte sentir incómoda.
-Por supuesto, mamá -aseguró Isabella-. Te echo mucho de menos, y quiero que estés allí para compartir este día especial conmigo. No importa lo que tengas que hacer para llegar aquí; solo quiero que estés presente.
Sofía se quedó en silencio unos momentos, considerando la oferta. La idea de ver a su hija celebrar su quinceañera y tener la oportunidad de estar allí para ella era un sueño que había mantenido en su corazón a lo largo de los años.
-Déjame pensarlo, pero estoy bastante segura de que haré todo lo posible para estar allí -finalmente dijo Sofía-. Quiero que sepas que estoy muy emocionada por verte y celebrar contigo.
La conversación continuó con más detalles sobre la fiesta, pero Sofía estaba perdida en sus pensamientos. A medida que la llamada se acercaba a su fin, Isabella envió una invitación formal a Sofía por correo electrónico, un gesto que hizo que las lágrimas de emoción y tristeza se acumularan en los ojos de Sofía.
-Mamá, te amo mucho. Gracias por considerar venir -dijo Isabella antes de colgar.
Después de cerrar la videollamada, Sofía se quedó mirando el correo electrónico con la invitación, su corazón palpitando con una mezcla de ansiedad y esperanza. Sabía que el viaje no sería fácil, pero también entendía que era una oportunidad para sanar viejas heridas y reconectar con su familia. La posibilidad de estar presente en la vida de su hija de manera significativa la llenaba de una determinación renovada.
-Lo haré -se dijo a sí misma, tomando una respiración profunda-. Haré lo que sea necesario para estar allí y apoyar a mi hija en su día especial.
Así, Sofía comenzó a planificar su viaje, enfrentando los desafíos con una mezcla de esperanza y determinación. A medida que el 14 de enero se acercaba, su emoción crecía, sabiendo que este evento no solo marcaría un momento importante en la vida de Isabella, sino también una oportunidad para reconstruir y fortalecer los lazos familiares que había estado luchando por recuperar.
El día antes de su viaje a España, Sofía se preparaba para un encuentro con su hermana Anna. Había estado ocupada organizando su viaje y eligiendo cuidadosamente su traje para la fiesta de quince años de Isabella. Aunque estaba emocionada por ver a su hija, también sentía una creciente ansiedad por el reencuentro con su familia, especialmente con Alejandra y Ángela.
Sofía llegó a la casa de Anna por la tarde. El cielo estaba nublado y la brisa fresca le recordó la tranquilidad que había encontrado en el hogar de su hermana durante su tiempo de rehabilitación. Al estacionar su coche y abrir la puerta, fue recibida por la calidez de Anna, quien estaba en la cocina preparando té.
-¡Sofía, me alegra verte! -dijo Anna, abrazando a su hermana con cariño-. ¿Cómo estás? ¿Ya todo listo para el viaje?
-Sí, ya todo está listo -respondió Sofía, sonriendo con cierta tensión-. Solo que no puedo evitar sentirme nerviosa.
Anna la condujo al salón y le ofreció una taza de té. Ambas se sentaron en el sofá, y Sofía tomó la taza con manos temblorosas, tratando de calmar sus nervios.
-¿Qué te preocupa? -preguntó Anna, notando la inquietud en el rostro de su hermana.
-Es que... -Sofía comenzó, su voz vacilando-. Tengo miedo de volver a ver a Alejandra y Ángela. No sé cómo reaccionarán. La última vez que nos vimos fue tan doloroso. Me preocupa que, a pesar de todo el tiempo que ha pasado, las heridas todavía estén frescas.
Anna la miró con comprensión, sabiendo que el pasado de Sofía estaba lleno de complejidades emocionales.
-Es normal sentir miedo -dijo Anna suavemente-. Las cosas no son fáciles, pero el hecho de que estés dispuesta a enfrentar tus miedos es un gran paso. Tal vez el tiempo haya cambiado algunas cosas, y este viaje puede ser una oportunidad para sanar y reconstruir.
Sofía asintió lentamente, pero su ansiedad no disminuyó del todo. Sabía que enfrentarse a su pasado sería complicado, pero también entendía la importancia de estar presente para Isabella y para ella misma.
-Gracias, Anna -dijo Sofía, tratando de sonreír-. No sé cómo será todo, pero quiero que sepas que estoy haciendo esto con la esperanza de que pueda ser una nueva oportunidad para todos.
-Eso es lo que importa -afirmó Anna-. Lo que hagas será un paso hacia adelante, sin importar lo que pase. Solo recuerda que tienes a tu familia que te apoya.
La conversación continuó con recuerdos y anécdotas sobre la infancia de Sofía y Anna, proporcionando un momento de distracción y consuelo antes del viaje. A medida que la tarde avanzaba y el sol comenzaba a ocultarse, Sofía sintió un alivio momentáneo al compartir sus inquietudes con su hermana.
Cuando finalmente se despidió de Anna, Sofía se sintió un poco más preparada para enfrentar el desafío que le esperaba. El viaje a España y el reencuentro con su familia eran inciertos, pero con el apoyo de su hermana y la determinación de hacer lo correcto, Sofía se sentía lista para dar el siguiente paso hacia la reconciliación y el crecimiento personal.
Al día siguiente, Sofía se despertó temprano, llena de nervios y emoción por su viaje a España. Con el equipaje ya listo y el traje cuidadosamente empaquetado, se dirigió al aeropuerto. El vuelo sería largo, y Sofía esperaba que el tiempo pasara rápidamente mientras pensaba en el reencuentro con su familia.
Después de abordar y encontrar su asiento en el avión, Sofía se acomodó, tratando de relajarse. Desafortunadamente, el vuelo estaba lleno y había un bebé llorando cerca. El llanto constante no ayudaba a calmar sus nervios, pero Sofía intentó distraerse mirando por la ventana.
Poco después, una joven se sentó en el asiento de al lado. Era una chica de unos veinte años, con el cabello oscuro y un estilo casual. La chica sacó un libro, pero pronto el llanto del bebé interrumpió su concentración.
Sofía la miró y, con una sonrisa comprensiva, le dijo:
-Parece que el pequeño pasajero no está teniendo el mejor día, ¿verdad?
La chica, que estaba claramente un poco frustrada pero mantenía su buen humor, asintió y respondió:
-Sí, parece que no le gustan mucho los aviones. Mi nombre es Mariela, por cierto. ¿Y tú cómo estás lidiando con esto?
Sofía se relajó un poco con la conversación.
-Estoy un poco nerviosa. Este es mi primer vuelo largo en mucho tiempo, y estoy viajando para ver a mi hija. Hace años que no la veo, así que tengo un montón de emociones encontradas.
Mariela la miró con curiosidad.
-Eso suena intenso. ¿Qué ha pasado para que no la hayas visto en tanto tiempo?
Sofía dudó un momento antes de abrirse.
-He pasado por una serie de problemas personales. Adicciones, tratamientos, cosas así. Ahora estoy tratando de reconectar con mi familia y arreglar las cosas. A veces, el pasado parece una carga pesada.
Mariela asintió, su expresión se volvió más comprensiva.
-Yo también he tenido mis altibajos. De hecho, estaba en mi primer año de universidad cuando empecé a tener problemas con las materias y con mi vida social. Hubo un momento en que todo me parecía un caos.
Sofía se interesó en la historia de Mariela.
-¿Y qué pasó? ¿Cómo lo superaste?
Mariela sonrió, aunque un poco melancólica.
-Bueno, me fui a vivir sola durante un tiempo, lo cual fue bastante duro, pero aprendí mucho sobre mí misma. En lugar de enfocarme en los problemas, empecé a escribir un blog sobre mis experiencias. No es que sea famoso ni nada, pero me ayudó a canalizar mis emociones y a entender mejor lo que estaba pasando. Ahora estoy intentando estudiar diseño gráfico y hacer algo productivo con mi tiempo.
Sofía rió suavemente, reconociendo la similitud en su propio viaje.
-Es genial que hayas encontrado una forma de canalizar lo que sentías. Yo también estoy tratando de encontrar un nuevo comienzo. Hacer esto por mi hija es un gran paso para mí.
Mariela asintió con simpatía.
-Sí, a veces las cosas más difíciles nos llevan a lo mejor. Bueno, espero que todo vaya bien con tu hija. Y si alguna vez necesitas alguien con quien hablar, o incluso si solo quieres recomendaciones para pasar el tiempo en España, no dudes en llamarme.
Sofía se sintió aliviada y un poco más optimista por el próximo encuentro con su hija.
-Gracias, Mariela. Realmente ha sido un alivio hablar contigo. Espero que tus estudios vayan bien y que tu blog siga ayudándote.
Mariela sonrió, y el resto del vuelo transcurrió con una conversación más ligera. Antes de que el avión aterrizara, Sofía y Mariela intercambiaron números de teléfono.
-Fue un placer conocerte, Sofía. Espero que todo salga bien con tu hija.
-Igualmente, Mariela. ¡Buena suerte con todo! -respondió Sofía.
El avión comenzó su descenso y Sofía se sintió un poco más preparada para el desafío que le esperaba, sabiendo que había hecho una conexión inesperada en el camino.
Sofía llegó al hotel en el que se alojaría durante su estancia en España, con el corazón acelerado por la mezcla de nervios y emoción. Se apresuró a cambiarse, eligiendo un elegante traje que había elegido cuidadosamente para la ocasión. Mientras se arreglaba, el reloj marcaba la hora de partir hacia la fiesta de quince años de Isabella.
Salió del hotel y tomó un taxi que la llevaría al lugar de la celebración. Aunque el trayecto no era largo, su mente estaba ocupada en mil pensamientos sobre el reencuentro con su hija y las posibles reacciones de Alejandra y Ángela. De repente, su teléfono vibró con una notificación: era un mensaje de Mariela, la joven con la que había conversado en el avión.
Mariela: "Hola, Sofía, ¿cómo va todo? ¿Ya estás en España?"
Sofía sonrió y comenzó a teclear una respuesta mientras el taxi avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad.
Sofía: "¡Hola, Mariela! Sí, ya llegué. Estoy en camino a la fiesta de mi hija. Estoy un poco nerviosa, pero todo va bien."
Mariela: "Qué emocionante, ¡me imagino! ¿Cómo te sientes ahora que estás allí?"
Sofía: "Un poco abrumada. No sé cómo será el reencuentro. Han pasado años y muchas cosas han cambiado."
Mariela: "Entiendo. A veces, los reencuentros pueden ser tan impredecibles como emocionantes. ¿Tienes algún plan para la fiesta?"
Sofía: "Solo intentar ser yo misma y mostrarles que he cambiado. Quiero que vean que estoy tratando de hacer las cosas bien."
Mariela: "Eso suena genial. No olvides que ya has dado un gran paso al estar allí. Sea cual sea el resultado, es un comienzo."
Sofía asintió, reconociendo que Mariela tenía razón. Su conversación la ayudaba a mantener la calma y a enfocarse en el presente. La llegada al lugar de la fiesta se aproximaba, y el taxi pronto se detendría frente al elegante salón de eventos donde se celebraría el cumpleaños.
Mariela: "Por cierto, espero que te diviertas en la fiesta. Yo estaré pensando en ti. ¡Mucha suerte!"
Sofía: "Gracias, Mariela. Tu apoyo significa mucho para mí. Espero que nos mantengamos en contacto."
Mariela: "Claro, estaré esperando escuchar cómo te va. ¡Disfruta y cuídate!"
Sofía guardó el teléfono justo cuando el taxi se detuvo frente al lugar de la fiesta. Miró a su alrededor, respiró profundamente y salió del vehículo. La entrada del salón estaba decorada con luces y flores, creando una atmósfera festiva y elegante. Sofía se dirigió hacia la entrada, sintiendo una mezcla de ansiedad y esperanza.
Al entrar, la vista del salón lleno de gente y de las decoraciones le hizo sentir una oleada de nostalgia. Buscó con la mirada a su hija y a su exesposa, tratando de anticipar cómo sería el encuentro. Con el corazón en la garganta, se acercó a la mesa de recepción y esperó, lista para enfrentar este importante momento de su vida.
Sofía entró al salón y se quedó asombrada por la belleza de la decoración. Las luces brillaban suavemente, y las mesas estaban elegantemente dispuestas con flores y velas. El ambiente era festivo, pero también había un aire de sofisticación que reflejaba la importancia del evento.
Mientras se acostumbraba a la atmósfera, Sofía vio a lo lejos a una mujer de espaldas, dando instrucciones a los encargados de la ambientación. La postura y el movimiento eran inconfundibles. Era Alejandra. Sofía notó que su exesposa parecía estresada, corriendo de un lado a otro y dando órdenes con una expresión de concentración.
Cuando Alejandra terminó de coordinar los detalles, se dio vuelta y sus ojos se encontraron con los de Sofía. Fue un momento cargado de emociones. Sofía notó cómo los ojos de Alejandra se abrieron con sorpresa, y luego se suavizaron en una leve sonrisa. La misma sonrisa contenida apareció en el rostro de Sofía, llena de nerviosismo y esperanza.
Alejandra se acercó lentamente a Sofía, y las dos se saludaron cordialmente. A pesar del pasado complicado, el encuentro fue respetuoso y educado.
-Sofía -dijo Alejandra con una voz suave, aunque cargada de emoción-. No esperaba verte aquí.
Sofía intentó mantener la calma, aunque su corazón latía con fuerza.
-Hola, Alejandra. Sí, me decidí a venir. Era importante para mí estar aquí para Isabella.
Alejandra asintió, dándole una mirada sincera. La tensión entre ellas era palpable, pero el ambiente festivo ayudaba a suavizar el momento.
-Entiendo. Isabella estará muy feliz de verte. También, quiero decirte que me alegra verte bien.
Sofía sonrió con gratitud, reconociendo el esfuerzo de Alejandra por mantener una conversación amable.
-Gracias, Alejandra. He estado trabajando en mí misma. Espero que podamos hablar más tarde, cuando la fiesta esté en pleno apogeo.
Alejandra asintió y miró alrededor, notando que había muchas cosas por hacer para preparar todo antes de la llegada de los invitados.
-Claro. Si necesitas algo o quieres hablar más, estaré alrededor. Te mostraré dónde está la mesa para los familiares.
Mientras se dirigían hacia la mesa, Sofía sintió una mezcla de alivio y ansiedad. El reencuentro con Alejandra había sido cordial y educado, pero aún quedaba mucho por resolver. Con la ayuda de Alejandra, Sofía se dirigió a la mesa de los familiares, esperando ver a Isabella y encontrar el momento adecuado para conectar con su hija en medio de la celebración.
La fiesta comenzó a llenarse de invitados y la música empezó a sonar, creando un ambiente animado. Sofía trató de relajarse y disfrutar del momento, sabiendo que el verdadero desafío sería el reencuentro con Isabella y enfrentar el futuro con la esperanza de reconstruir las relaciones que habían sido fracturadas por el tiempo y las dificultades.
Sofía estaba en la puerta de la sala de eventos, mirando cómo los invitados llegaban y se acomodaban. La celebración ya estaba en marcha, y la atmósfera estaba llena de risas y música. A medida que el tiempo pasaba, Sofía sentía que la ansiedad se mezclaba con una creciente esperanza.
De repente, vio a su hija mayor, Ángela, entrar en la sala. Ángela llevaba un elegante vestido de gala que resaltaba su presencia, y estaba acompañada de su novia, May. Ambas se veían radiantes y llenas de vida. Ángela se dirigió hacia la entrada con una sonrisa en el rostro, y Sofía no pudo evitar sentir una oleada de emoción al verla.
Ángela se acercó rápidamente a Sofía, y sin vacilar, la abrazó con calidez.
-¡Mamá! -dijo Ángela, su voz temblando ligeramente-. Qué bueno que estés aquí. Lo hemos estado esperando.
Sofía se aferró al abrazo, sintiendo lágrimas de alivio y felicidad en sus ojos.
-Ángela, no sé cómo agradecerte por darme esta oportunidad. Te he extrañado tanto.
Ángela se apartó un poco, mirándola con una mezcla de comprensión y cariño.
-No tienes que agradecerme. A veces, es hora de dejar ir el pasado y empezar de nuevo. Ahora, quiero presentarte a May, mi novia.
Ángela llamó a May, que se estaba acercando con una sonrisa amigable. May llevaba un elegante vestido que complementaba perfectamente el de Ángela. Cuando se encontraron, Ángela hizo las presentaciones.
-Sofía, esta es May. May, esta es mi madre, Sofía.
May extendió la mano con una sonrisa cálida y sincera.
-Es un placer conocerte, Sofía. Ángela ha hablado mucho sobre ti.
Sofía aceptó el apretón de manos, sintiendo un toque de alivio al notar que May era tan amable y accesible.
-El placer es mío, May. Estoy feliz de conocerte también.
May le sonrió, y Sofía se sintió un poco más tranquila al ver la conexión positiva entre su hija y su novia. A pesar de los desafíos y el tiempo perdido, el hecho de que Ángela y May se llevaran bien con ella era un pequeño consuelo.
Ángela tomó la mano de May y la dirigió hacia la pista de baile, invitando a Sofía a unirse.
-Vamos a disfrutar de la fiesta. La noche es para celebrarte y a Isabella. ¡Vamos a hacerla memorable!
Sofía asintió, sintiendo que la oportunidad de reconstruir su relación con su hija y compartir momentos especiales estaba finalmente a su alcance. A medida que se unía a la celebración, Sofía sentía una mezcla de esperanza y gratitud, lista para enfrentar el futuro y hacer todo lo posible por enmendar el pasado.
De repente, las luces del salón se apagaron, sumiendo la sala en una penumbra expectante. La música se detuvo por un momento, creando un silencio anticipado que llenó el aire. Los invitados se quedaron en silencio, esperando el próximo acto. Sofía, Ángela y May miraron hacia el centro del salón, donde la atención se centraba en la entrada principal.
De pronto, el sonido de fuegos artificiales llenó el aire, iluminando el cielo nocturno con colores brillantes y chispeantes. Los destellos reflejaban en las ventanas del salón, creando un espectáculo visual que hizo que los rostros de los invitados brillaran con asombro y emoción.
Mientras los fuegos artificiales continuaban su danza en el cielo, una majestuosa carruosa apareció en la entrada del salón. Estaba adornada con detalles dorados y plateados, y su diseño era elegante y llamativo. La carruosa, tirada por dos caballos blancos, avanzaba lentamente hacia el centro del salón, creando una atmósfera de cuento de hadas.
Dentro de la carruosa, Isabella se veía radiante. Llevaba un vestido de quince años que resaltaba su belleza y su juventud. Su rostro estaba iluminado por una sonrisa de pura felicidad mientras saludaba a los invitados. El efecto dramático de la entrada hacía que todos los ojos estuvieran puestos en ella, y la emoción en la sala era palpable.
Sofía, conmovida por la entrada espectacular, no pudo evitar sentir una oleada de emoción al ver a su hija en ese momento tan especial. Ángela y May también miraban con admiración, sabiendo cuánto significaba este día para Isabella.
Isabella bajó de la carruosa con gracia, y los aplausos y vítores de los invitados llenaron el salón. La música comenzó a sonar nuevamente, y el ambiente se llenó de una energía alegre y festiva.
Sofía, emocionada, se unió a la multitud para felicitar a Isabella. Se acercó a su hija con una sonrisa, deseándole un feliz cumpleaños.
-¡Isabella, estás hermosa! -dijo Sofía, con lágrimas de felicidad en los ojos.
Isabella, aún deslumbrada por la entrada y la emoción del momento, abrazó a su madre con cariño.
-¡Gracias, mamá! Me alegra que estés aquí. Ha sido un día increíble.
Sofía se sintió aliviada y contenta al ver la felicidad en el rostro de Isabella. El ambiente festivo, la impresionante entrada y el amor palpable entre madre e hija le dieron la esperanza de que, aunque el pasado no se podía cambiar, el presente ofrecía nuevas oportunidades para fortalecer los lazos familiares y celebrar los momentos que realmente importan.
En medio de la fiesta, mientras los invitados disfrutaban de la música y los bailes, Alejandra se acercó a Sofía con una expresión decidida. Aunque el ambiente era festivo, Alejandra había decidido que era el momento de hablar con Sofía. La aproximación de Alejandra hizo que Sofía sintiera una mezcla de nervios y anticipación.
-Sofía, ¿podemos hablar un momento? -preguntó Alejandra con tono serio pero amable.
Sofía asintió, sabiendo que la conversación era inevitable. Alejandra la condujo a un rincón tranquilo del salón, alejado del bullicio de la fiesta. Mientras caminaban, Alejandra miró hacia atrás, asegurándose de que Belén, su esposa, se uniera a ellas.
-Sofía, quiero que conozcas a Belén -dijo Alejandra, señalando a la mujer que se acercaba.
Belén se acercó con una sonrisa cordial, aunque su mirada reflejaba una mezcla de cautela y simpatía. Sofía ya conocía a Belén del pasado, y el encuentro era un recordatorio de cómo las relaciones habían cambiado con el tiempo.
-Hola, Sofía -dijo Belén, extendiendo la mano-. Es un placer finalmente conocerte en persona.
Sofía tomó la mano de Belén y le dio un apretón firme. Aunque su relación con Belén había sido tensa en el pasado, Sofía intentó mantener una actitud abierta.
-Hola, Belén. El placer es mío.
Alejandra observó el intercambio, sintiendo una leve tensión en el aire, pero también un deseo genuino de resolver los malentendidos del pasado.
-Sofía, sé que el pasado ha sido complicado para nosotros. Quiero que sepas que lo importante hoy es Isabella. Me alegra que hayas venido a su fiesta.
Sofía asintió, reconociendo la sinceridad en las palabras de Alejandra.
-Gracias, Alejandra. También me alegra estar aquí. A veces, el tiempo y las circunstancias pueden cambiar, y es importante intentar enmendar las cosas.
Belén, viendo la oportunidad de suavizar el ambiente, intervino con una sonrisa amable.
-Creo que todos estamos aquí para celebrar a Isabella y hacer de su día algo especial. ¿Qué te parece si volvemos a la fiesta y disfrutamos juntos?
Alejandra asintió, aliviada por el intento de Belén de hacer que el ambiente fuera más relajado.
-Sí, vamos. Hablemos más tarde si es necesario, pero por ahora, disfrutemos de la celebración.
Sofía, agradecida por el gesto de Belén, asintió y sonrió, tratando de dejar atrás las tensiones del pasado. Juntos, volvieron a la pista de baile y se unieron a los demás invitados, con la esperanza de que, a pesar de las dificultades, el presente ofrecía la oportunidad de crear nuevos recuerdos y fortalecer las conexiones familiares en medio de la celebración de Isabella.
Después de un tiempo en el que todos se reunieron para disfrutar de la fiesta y celebrar a Isabella, Alejandra se acercó nuevamente a Sofía con un tono más relajado y una expresión de sinceridad en su rostro.
-Sofía, me alegra que hayas podido estar aquí -dijo Alejandra-. Me gustaría hablar contigo sobre algo más.
Sofía, reconociendo la seriedad en la voz de Alejandra, asintió y se dirigió a un rincón tranquilo donde pudieron hablar sin interrupciones. Belén, entendiendo la importancia de la conversación, decidió darles un poco de espacio y se unió a los otros invitados en la pista de baile.
-Sofía, -empezó Alejandra-, he estado pensando en cómo podríamos mejorar nuestra relación y la de Isabella contigo. A pesar de todo lo que ha pasado, creo que es importante que tú y ella puedan verse más a menudo.
Sofía la miró con ojos agradecidos, sintiendo una mezcla de alivio y emoción al escuchar esas palabras.
-Alejandra, me alegra mucho escuchar eso. Quiero pedirte disculpas por todo el dolor y las dificultades que causé en el pasado. Reconozco mis errores y lamento profundamente cómo afectaron a nuestra familia.
Alejandra asintió, observando a Sofía con una expresión de comprensión.
-Te agradezco tus disculpas, Sofía. Sé que no es fácil enfrentar el pasado y asumir la responsabilidad. Lo más importante es que estés dispuesta a intentarlo de nuevo. Isabella merece tener una relación con su madre, y me gustaría que podamos trabajar en eso juntos.
Sofía se sintió aliviada al escuchar la apertura de Alejandra para mejorar la situación. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras hablaba.
-Haré todo lo posible para ser parte de la vida de Isabella de manera positiva. He aprendido mucho durante estos años y realmente quiero estar allí para ella.
Alejandra sonrió levemente, viendo el esfuerzo genuino en las palabras de Sofía.
-Eso es todo lo que pedimos, Sofía. A partir de ahora, podemos ir construyendo una nueva dinámica, una en la que Isabella pueda sentir el apoyo de ambas partes.
Las dos mujeres se miraron durante un momento, reconociendo que el proceso de sanar y reconstruir las relaciones sería gradual, pero estaban dispuestas a hacer el esfuerzo. La conversación, aunque cargada de emociones, marcó un punto de partida para un nuevo capítulo en sus vidas.
Sofía se sentía esperanzada mientras se dirigía nuevamente a la fiesta. Aunque el camino por delante podría ser desafiante, sabía que la oportunidad de reconciliación y el deseo de mejorar su relación con Isabella eran pasos importantes hacia un futuro mejor.
La fiesta de los quince de Isabella concluyó con una nota alegre, pero también con un toque de nostalgia para Sofía. Tras despedirse de su hija, de Alejandra y de todos los presentes, Sofía se preparó para regresar a México. Aunque su corazón estaba lleno de gratitud por la oportunidad de reconectar con su familia, el regreso también traía consigo la vuelta a una rutina que ya no se sentía tan familiar.
Durante el vuelo de regreso, Sofía se mantuvo en contacto con Mariela, la chica argentina que había conocido en el avión. Mariela se había mostrado como una amiga comprensiva y atenta, y sus conversaciones se habían vuelto una fuente importante de apoyo emocional para Sofía.
Con el tiempo, la relación entre Sofía y Mariela se fue profundizando. Sus charlas se volvieron más íntimas, y ambos descubrieron una conexión genuina. La relación evolucionó naturalmente, y lo que comenzó como una amistad se transformó en algo más significativo. A medida que sus sentimientos se fortalecían, Sofía comenzó a considerar un cambio importante en su vida.
Unos meses después, Sofía tomó la decisión de mudarse a Argentina para estar más cerca de Mariela. La mudanza no fue sencilla; implicó dejar atrás su vida en México y adaptarse a un nuevo país y una nueva cultura. Sin embargo, Sofía estaba decidida a hacer de esta transición un nuevo comienzo.
Cuando Sofía llegó a Buenos Aires, Mariela la recibió con calidez y entusiasmo. Juntas, comenzaron a construir una vida compartida. La adaptación a un nuevo entorno fue desafiante, pero la compañía y el apoyo de Mariela hicieron que el proceso fuera más llevadero.
El tiempo pasó y Sofía, con Mariela a su lado, comenzó a sentirse más en casa en Argentina. Aunque la distancia seguía separándola de su hija y de su vida anterior, la conexión con Mariela y el nuevo capítulo en su vida le ofrecieron una renovada sensación de propósito y felicidad.
Sofía se mantuvo en contacto con Ángela e Isabella, buscando maneras de estar presente en sus vidas a pesar de la distancia. La relación con su hija seguía siendo una prioridad, y el esfuerzo por mantener el vínculo era una parte esencial de su nueva realidad.
Así, Sofía, con un corazón renovado y una vida que se redibujaba, encontró en Argentina una oportunidad para construir un futuro lleno de nuevas posibilidades y redención personal.
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Holaaaa.
Nos vemos pronto
Recuerden que este no es el final.
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