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¿darle celos?

En el capítulo Anterior....

La oscuridad de la noche envolvía la habitación con una atmósfera tensa y cargada de emociones turbulentas. Sofía, consumida por el fuego del enojo y la necesidad de liberar su furia, marcó el número de Lisbeth con manos temblorosas. Sin preocuparse por la presencia de Isabella, que yacía dormida en su habitación, invitó a Lisbeth a pasar la noche.

Poco tiempo después, Lisbeth llegó, con una energía seductora que llenaba la habitación con una tensión palpable. Sin detenerse a considerar las consecuencias de sus acciones, Sofía la recibió con ansias, deseosa de escapar de la tormenta de emociones que la consumía.

Lisbeth, hábil en el arte de la seducción, ofreció alcohol como una forma de aliviar las tensiones que colmaban el aire. Pronto, las risas y los susurros íntimos llenaron la habitación mientras se sumergían en una espiral de pasión desenfrenada.

La conciencia de Sofía se desvaneció en un torbellino de sensaciones, cada caricia y cada beso un destello de alivio momentáneo de la ira y la frustración que la atormentaban. En medio de la oscuridad de la noche, se entregó al éxtasis del momento, sin pensar en las consecuencias de sus acciones ni en el dolor que dejaría a su paso.

La luna observaba en silencio desde el cielo, testigo mudo de la pasión desenfrenada que se desataba en la habitación. Los susurros y gemidos llenaban el espacio, ahogando cualquier pensamiento de arrepentimiento o culpa que intentara abrirse paso en la mente de Sofía.

Para Lisbeth y Sofía, esa noche era un escape, una forma de huir de las complicaciones y responsabilidades que las ataban en la vida cotidiana. Cada roce de piel, cada suspiro compartido, era una promesa de liberación y satisfacción momentánea.

Pero en el calor del momento, cuando sus corazones latían al unísono y el éxtasis parecía envolverlos por completo, Lisbeth rompió el silencio con tres palabras que resonaron en la oscuridad de la habitación.

"Te amo", susurró Lisbeth, sus ojos brillando con sinceridad y vulnerabilidad.

El corazón de Sofía se detuvo por un instante ante esas palabras cargadas de significado. Por un momento, estuvo tentada a devolver el sentimiento, a abrir su corazón y confesar que también la amaba. Pero algo dentro de ella se detuvo, una barrera invisible que la hizo retroceder.

En lugar de responder con las mismas palabras, Sofía se limitó a sonreír con ternura, acariciando el rostro de Lisbeth con suavidad. En ese gesto silencioso, guardó sus sentimientos más profundos, manteniendo sus emociones bajo llave como siempre lo había hecho.

Porque, en el fondo de su corazón, Sofía sabía que su amor pertenecía a otra persona. Su corazón siempre había sido de Alejandra, y ninguna otra podría ocupar ese lugar. Y así, en medio del éxtasis del momento, Lisbeth y Sofía compartieron un amor que no podía ser expresado con palabras, un vínculo que trascendía las barreras del lenguaje y se manifestaba en los gestos más simples y en los momentos compartidos.

Mientras Lisbeth y Sofía yacían en silencio, Isabella dormía en su habitación, ajena al tumulto emocional que se desarrollaba a su alrededor. Sus sueños estaban llenos de esperanzas y deseos, anhelando un mundo donde el amor y la armonía reinaban supremos.

Aunque su madre estaba cerca, Isabella no podía evitar sentir un vacío en su corazón, un anhelo por una conexión más profunda y significativa. A menudo se preguntaba por qué las cosas no podían ser diferentes, por qué su familia no podía ser como las de los cuentos de hadas, donde el amor siempre triunfaba sobre la adversidad.

En la quietud de la noche, Isabella se retorcía inquieta en su sueño, su corazón lleno de anhelos y preguntas sin respuesta. Aunque no entendía completamente el tumulto emocional que rodeaba a su madre, podía sentirlo en el aire, como una sombra oscura que se cernía sobre ellas.

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Pov Sofía.

Desperté con un dolor punzante en la cabeza, resultado de la resaca que me recordaba cada maldita copa que tomé la noche anterior. Abrí los ojos lentamente y, al ver a Lisbeth a mi lado, el arrepentimiento me golpeó como una bofetada. ¿En qué demonios estaba pensando?

Me levanté con cuidado, tratando de no despertarla, pero era demasiado tarde. Lisbeth se movió y abrió los ojos, encontrándose con mi mirada llena de remordimientos.

—Buenos días —murmuró, aunque no había nada bueno en esa mañana.

No respondí. En mi cabeza, una voz gritaba sobre mi estupidez. Había traicionado a Alejandra, a Isabella y a mí misma. Había permitido que el resentimiento y el odio me llevaran a un lugar al que no pertenecía, a una cama donde no debería haber estado.

Lisbeth se levantó y comenzó a vestirse. Vi su expresión cambiar, reflejando un eco de mi propio arrepentimiento.

—Sofía, lo siento... no debí venir —dijo, evitando mi mirada.

—No importa —respondí bruscamente, deseando que se fuera cuanto antes.

Lisbeth terminó de vestirse y, sin decir una palabra más, salió de la habitación. Me quedé allí, sola, con el peso de mis acciones apretándome el pecho. Me llevé las manos a la cara, sintiendo el ardor de las lágrimas que no permití caer.

Me odiaba por lo que había hecho. No solo había traicionado a Alejandra, a quien siempre decía amar, sino que también había fallado como madre. Isabella, mi hija, estaba en algún lugar de la casa, y yo había estado demasiado ocupada entregándome al placer efímero para recordarlo.

Mi mente volvió a la noche anterior. Cada caricia, cada susurro con Lisbeth, cada copa de alcohol... todo había sido un intento desesperado de ahogar mi dolor y mi resentimiento. Un resentimiento que, en el fondo, sabía que era más hacia mí misma que hacia los demás. Había arruinado todo, y no podía culpar a nadie más.

Pensé en Alejandra. Siempre había dicho que la amaba, que quería volver con ella, pero ¿esto? Esto no era amor. Esto era destrucción, autodesprecio. Había dejado que mis demonios internos ganaran, y en el proceso, había perdido todo lo que alguna vez valoré.

Me levanté de la cama, tambaleándome un poco por el dolor de cabeza y el remordimiento. Necesitaba enfrentarme a Isabella, aunque sabía que no había palabras que pudieran arreglar lo que había roto. Cada paso que daba hacia su habitación era un recordatorio de mi fracaso.

"¿Qué he hecho?", me pregunté una y otra vez, sabiendo que la respuesta no cambiaría nada. Era una pregunta que no necesitaba respuesta porque la verdad era clara: había destruido todo lo que alguna vez amé, y ahora solo quedaba recoger los pedazos, aunque supiera que jamás volverían a encajar como antes.

Decidí que tenía que hablar con Isabella. No podía seguir evitando la realidad. Caminé hacia su habitación con el corazón pesado, intentando encontrar las palabras adecuadas para explicar lo inexplicable. Toqué suavemente la puerta y la abrí.

Isabella estaba sentada en su cama, su rostro aún hinchado por el sueño. Al verme, su expresión cambió de inmediato, y supe que ella sabía lo que había pasado.

—Isabella, tenemos que hablar —dije, tratando de mantener mi voz firme.

—¿Hablar? —replicó, su voz llena de amargura—. ¿Sobre qué, mamá? ¿Sobre cómo vi a Lisbeth saliendo de tu habitación esta mañana?

El dolor en sus ojos era evidente, y sentí como si una daga me atravesara el corazón. Intenté acercarme, pero ella se alejó, levantándose de la cama con una furia contenida.

—Isabella, lo siento. No fue lo que parece...

—¡No me digas eso! —gritó, las lágrimas brotando de sus ojos—. ¡Te vi, mamá! Vi cómo Lisbeth salía de tu habitación. ¡Dices que amas a Alejandra, pero esta no es la manera de recuperarla!

Cada palabra que decía era un golpe directo a mi alma. Intenté alcanzarla, pero ella se apartó, su dolor y decepción claros en cada movimiento.

—Sé que he cometido un error, pero quiero arreglarlo...

—¿Arreglarlo? —se burló, su voz temblando de rabia—. ¡Estás destruyendo todo lo que dices amar! Si de verdad quieres recuperar a Alejandra, esta no es la manera. No con mentiras, no con traiciones.

Me quedé allí, sintiéndome pequeña e indefensa, viendo cómo mi hija se alejaba de mí, llevándose con ella la esperanza de redención que aún albergaba. Las palabras de Isabella resonaban en mi mente, cada una de ellas una prueba irrefutable de mi fracaso como madre, como pareja, como persona.

Cuando la puerta se cerró de golpe, supe que había perdido algo irremplazable. Y mientras las lágrimas finalmente caían de mis ojos, entendí que las palabras vacías ya no tenían cabida. Solo quedaba enfrentar la realidad y buscar una manera de reconstruir, aunque las ruinas fueran todo lo que quedara de lo que alguna vez fue mi vida.

Mientras intentaba recomponerme tras la confrontación con Isabella, ella me miró con una mezcla de tristeza y decisión. Sus ojos, aún húmedos por las lágrimas, reflejaban una tormenta de emociones que me hizo sentir más culpable que nunca.

—Mamá —dijo con la voz temblorosa—, ¿puedo contarte algo?

Intenté suavizar mi expresión, aunque el peso de mis errores aún me oprimía el pecho. Asentí lentamente, tratando de ofrecerle un mínimo de seguridad en medio del caos que había creado.

—Claro, Isabella. Puedes contarme lo que sea —respondí, mi voz sonando más frágil de lo que quería.

Ella tomó una respiración profunda, sus manos temblando ligeramente mientras las juntaba en su regazo.

—Ya no puedo ocultarlo más —empezó, mirando al suelo—. Estoy enamorada, mamá. Conocí a alguien en mi escuela. Se llama Alex. Alex es... increíble. Pero tengo miedo.

Un nudo se formó en mi garganta. Traté de mantener la calma, pero la preocupación y el dolor en sus ojos me rompieron el corazón.

—¿Miedo de qué, Isabella? —pregunté suavemente.

Ella levantó la vista, sus ojos encontrando los míos con una intensidad que me hizo estremecer.

—Miedo de tratar a Alex como tú tratabas a Ale. —Su voz se quebró al decirlo—. He visto cómo tus acciones destruyeron nuestro hogar, cómo tu odio y resentimiento nos afectaron a todos. No quiero ser así, mamá. No quiero herir a Alex como tú heriste a Alejandra.

Cada palabra suya era como una daga en mi corazón. Sabía que tenía razón, que mis acciones habían dejado cicatrices profundas en todos nosotros. Me acerqué lentamente, queriendo abrazarla, pero sin estar segura de si ella lo permitiría.

—Isabella, lo siento tanto... —comencé, mi voz ahogada por el remordimiento—. Sé que he cometido muchos errores, que he dejado que mi resentimiento y mis miedos me controlen. Pero no tienes que ser como yo. Puedes elegir ser diferente, aprender de mis fallos.

Ella se quedó en silencio, sus ojos fijos en los míos, buscando algún atisbo de sinceridad y redención. Finalmente, dio un paso hacia mí, permitiéndome abrazarla. La rodeé con mis brazos, sintiendo su cuerpo temblar contra el mío.

—Prometo que intentaré ser mejor, por ti y por todos nosotros —dije, con el corazón lleno de dolor y determinación—. No quiero que repitas mis errores. Mereces amar y ser amada de la manera correcta.

Isabella sollozó suavemente contra mi pecho, y supe que este era solo el primer paso en un largo camino hacia la reconciliación. Pero, en ese momento, nos teníamos la una a la otra, y eso era un comienzo.

Isabella sollozó suavemente contra mi pecho, y supe que este era solo el primer paso en un largo camino hacia la reconciliación. Pero, en ese momento, nos teníamos la una a la otra, y eso era un comienzo.

Después de unos momentos, Isabella se apartó y me miró con seriedad.

—Mamá, quiero ir a terapia. Necesito hablar con alguien sobre todo esto. Sobre Alex, sobre nosotras... sobre todo.

Asentí, sintiendo una mezcla de alivio y preocupación.

—Por supuesto, Isabella. Haremos lo que sea necesario para que te sientas mejor. Te apoyaré en todo momento, lo prometo.

Ella asintió, y por primera vez en mucho tiempo, sentí una pequeña chispa de esperanza. Aunque el camino sería largo y lleno de desafíos, estaba decidida a hacer lo correcto por mi hija, por nosotras.

Asentí, pero por dentro mi mente era un torbellino de emociones contradictorias. Odio. Puro y ardiente odio hacia la idea de que Isabella estuviera enamorada. No podía soportarlo. En mi cabeza, ella era todavía una niña, demasiado joven para entender lo que era el amor verdadero, lo que era estar en una relación. Y aquí estaba, hablando de una chica llamada Alex como si supiera algo de la vida.

—Claro, Isabella, haremos todo lo necesario para ayudarte —dije con una sonrisa que no alcanzaba mis ojos.

Mientras ella asentía, vi un atisbo de esperanza en sus ojos. Pero en mi interior, sentía cómo crecía una nube negra de resentimiento. No quería que Isabella fuera feliz. No se lo merecía, no después de cómo me había desafiado. Y lo último que quería era llevarla al psicólogo, exponer mis propios fallos y debilidades a un extraño.

Isabella se levantó y se alejó, dejándome sola bajo el viejo roble. Observé cómo su figura se alejaba, y el odio que sentía aumentaba. No quería verla feliz, no mientras yo seguía sumida en mi miseria. Si Alejandra no podía estar conmigo, ¿por qué Isabella merecía encontrar amor?

La idea de que mi propia hija pudiera ser feliz mientras yo seguía atrapada en un ciclo de dolor y arrepentimiento era insoportable. Cada vez que pensaba en Alex, en la posibilidad de que Isabella pudiera escapar del sufrimiento que yo había soportado, sentía un ardor en el pecho.

No podía permitirlo. No podía dejar que Isabella fuera feliz cuando yo no lo era. Mientras tanto, tenía que mantener la fachada de la madre preocupada y comprensiva, aunque cada momento con ella me recordara lo mucho que odiaba su creciente independencia.

Más tarde, esa misma noche, me senté en el sofá de la sala, viendo pasar el tiempo. La casa estaba en silencio, salvo por los ocasionales ruidos de Isabella en su habitación. Pensé en la terapia, en llevarla al psicólogo, y cada vez que la idea cruzaba por mi mente, sentía una punzada de rechazo.

¿Por qué debería llevarla a terapia? ¿Para que un extraño le llenara la cabeza de ideas? No, no podía permitirlo. No quería que Isabella hablara con nadie más sobre nuestros problemas. No quería que alguien más supiera lo rota que estaba nuestra familia.

Finalmente, me levanté y fui a la cocina. Encontré una botella de vino y la abrí, sirviéndome un vaso lleno. Tomé un sorbo, sintiendo cómo el alcohol quemaba mi garganta, ahogando momentáneamente el odio y la frustración.

Mientras bebía, mi mente volvía una y otra vez a la imagen de Isabella y Alex. No podía soportarlo. No podía soportar la idea de que mi hija tuviera algo que yo no podía tener. Y cuanto más pensaba en ello, más clara se volvía una cosa: no iba a llevarla al psicólogo. No iba a darle la oportunidad de escapar de esta miseria.

Terminé mi copa y me serví otra, sintiendo cómo la embriaguez comenzaba a nublar mis pensamientos. Pero en mi interior, la resolución se hacía más fuerte. Isabella tendría que aprender a lidiar con sus problemas sola, igual que yo lo había hecho. No había lugar para la felicidad en esta casa, no mientras yo seguía atrapada en mi propio infierno.

A la mañana siguiente, encontré a Isabella en la cocina, preparándose el desayuno. Me acerqué con una sonrisa forzada.

—Buenos días, cariño —dije—. He estado pensando sobre lo de la terapia...

Ella levantó la mirada, esperanzada.

—¿Sí, mamá?

Tomé una profunda respiración, tratando de parecer calmada y razonable.

—He decidido que tal vez no sea la mejor idea. Creo que podemos resolver esto juntas, sin necesidad de involucrar a un extraño.

La decepción en sus ojos fue innegable, y una parte de mí se deleitó en ello.

—Pero mamá, yo...

—Isabella, confía en mí —la interrumpí, mi tono firme—. Haremos esto a nuestra manera. No necesitamos a nadie más.

Ella asintió lentamente, aunque pude ver la lucha interna en su mirada. Sabía que estaba rompiendo su esperanza, pero no me importaba. No iba a dejar que escapara tan fácilmente. No mientras yo seguía atrapada en esta espiral de odio y dolor.

Pov Alejandra

Me desperté en mi cama, con un nudo en el estómago y el peso de la culpa aplastándome al ver a Belén profundamente dormida a mi lado. Las heridas en su rostro eran una cruel prueba de la confrontación con Sofía la noche anterior. Miré hacia la pared, perdida en un mar de pensamientos turbulentos. Si no hubiera vuelto Sofía a nuestras vidas, Belén no estaría herida.

Fue entonces cuando Belén se movió, despertándose lentamente. Sus ojos se encontraron con los míos y una sonrisa somnolienta se formó en su rostro.

"¿Estás despierta?", le murmuré, incapaz de ocultar la angustia en mi voz.

"No es tu culpa, Ale," respondió con dulzura, aunque sus ojos aún estaban medio cerrados. "Lo sé. No te sientas así."

Me quedé atónita, sin palabras ante su capacidad para leer mi mente y mi corazón. Intenté protestar, pero Belén continuó antes de que pudiera hablar.

"No", dijo con más firmeza, abriendo un poco más los ojos para encontrarse con los míos. "No tienes la culpa de lo que pasó anoche. Sofía es responsable de sus acciones. Tú no hiciste que ella hiciera eso."

Un pequeño rayo de esperanza se abrió paso en mi corazón, aliviando ligeramente la carga de culpabilidad que me había consumido desde el incidente. Me esforcé por creer en las palabras reconfortantes de Belén, en su fe en mí cuando yo misma estaba luchando por encontrarla.

Ella sonrió suavemente y cerró los ojos nuevamente, volviendo a buscar la comodidad de las sábanas. La observé en silencio por un momento, agradecida por tenerla a mi lado, por su comprensión y por su amor inquebrantable incluso en los momentos más oscuros.

"Prométeme que no te castigarás por esto", murmuró antes de dejarse llevar por el sueño nuevamente.

Asentí, aunque ella ya no podía verme, prometiendo en silencio que intentaría seguir su consejo. Con Belén a mi lado, sentí que tal vez podríamos superar esto juntas, sanar nuestras heridas y encontrar una manera de avanzar.

Me quedé allí, junto a ella, dejando que sus palabras y su presencia reconfortante me llenaran de esperanza para el futuro.

Me quedé allí, contemplando en silencio el rostro sereno de Belén mientras respiraba tranquilamente en su sueño. Mis pensamientos seguían dando vueltas en mi cabeza, pero ahora se mezclaban con un sentimiento renovado de gratitud hacia ella y una determinación firme de hacer las cosas bien.

Belén había sido mi roca desde que volvimos a encontrarnos, apoyándome incondicionalmente a través de todos los desafíos que enfrentamos. Su amor y comprensión nunca vacilaban, incluso cuando yo misma dudaba de mí misma. Saber que me perdonaba, que no me culpaba por lo que había sucedido, era un bálsamo para mi alma herida.

Me prometí a mí misma que haría todo lo posible para protegerla, para asegurarme de que nada como lo de anoche volviera a suceder. Aunque sentía el peso de mis errores, también sentía un impulso renovado para enfrentar la situación con valentía y sabiduría.

Me acurruqué un poco más cerca de Belén, sintiendo su calor reconfortante. Cerré los ojos por un momento, respirando profundamente y tratando de calmar mi mente inquieta. Sabía que teníamos mucho por delante, que el camino hacia la sanación sería largo y difícil. Pero con Belén a mi lado, sabía que podíamos superarlo juntas.

Después de unos minutos de silencio, decidí levantarme con cuidado para no despertar a Belén. Caminé hacia la ventana y contemplé el amanecer que pintaba el cielo de tonos suaves y dorados. Era un nuevo día, una oportunidad para hacer las cosas bien, para aprender de nuestros errores y para fortalecer nuestra relación.

Prometí a mí misma que haría lo que fuera necesario para que Belén supiera cuánto significaba para mí, cuánto la amaba y cuánto valoraba su presencia en mi vida. Y aunque el camino sería difícil, estaba determinada a demostrarle a Belén que merecía todo el amor y la felicidad del mundo.

Con ese pensamiento reconfortante en mi corazón, me volví hacia Belén una vez más, sonriendo suavemente al verla dormir pacíficamente. Sabía que teníamos mucho trabajo por hacer, pero con amor, paciencia y apoyo mutuo, estábamos listas para enfrentar cualquier desafío que la vida nos presentara.

Después de una ducha rápida, preparé el desayuno con entusiasmo y organicé la habitación del hotel con energía renovada. Puse música suave de fondo y me encontré barriendo mientras tarareaba una canción. En un momento, escuché la risa de Belén desde el otro lado de la habitación. Valen estaba observando cómo movía los brazos de manera torpe al ritmo de la música mientras barria.

Al notar su risa, me sentí un poco avergonzada y detuve mis movimientos abruptamente. Me sentí patética por haberme dejado llevar de esa manera. Sin embargo, cuando me volví hacia Belén, ella me estaba mirando con una sonrisa cálida en su rostro.

"Es tan tierno verte así," dijo Belén suavemente, caminando hacia mí y colocando una mano sobre mi hombro. "Me gusta ver que estás de buen humor y disfrutando el momento."

Su comentario me hizo sonreír tímidamente. A veces, me olvidaba de permitirme disfrutar de las pequeñas cosas y de relajarme un poco. Belén siempre tenía esa capacidad de hacerme sentir aceptada y amada, incluso en los momentos más simples y espontáneos.

Con una sensación de ligereza en el corazón, retomé la tarea de limpieza, esta vez permitiéndome disfrutar de la música y de moverme al ritmo, sabiendo que Belén apreciaba esos momentos de autenticidad y alegría.

Belén empezó a desayunar mientras yo acomodaba algunas cosas en la habitación del hotel. Mientras trabajábamos juntas, surgió una conversación sobre cómo me imaginaba el momento de ir a buscar a Ángela a la universidad por primera vez en su vida. Aunque Ángela había comenzado la universidad hace tiempo, nunca antes había tenido la oportunidad de llevarla o traerla debido a que estábamos separadas en distintos países.

"Creo que será un día lleno de emociones encontradas", comenté, colocando unas cuantas prendas en la maleta. "Me alegra poder finalmente estar allí para apoyarla y experimentar este momento juntas."

Belén asintió con una sonrisa tranquilizadora. "Es normal sentir un poco de nervios, pero estoy segura de que Ángela estará feliz de verte allí. No tienes por qué tener miedo, Ale. Has hecho tanto por ella a pesar de la distancia."

Sus palabras me reconfortaron y me hicieron sentir más segura. Era cierto que, a pesar de la separación física, siempre había estado presente para Ángela de la mejor manera posible. Ahora, tener la oportunidad de compartir este hito significativo con ella significaba mucho para mí.

"Gracias, Belén", le dije sinceramente. "Es un gran consuelo tener tu apoyo en momentos como este."

Ella me sonrió con ternura. "Siempre estaré aquí para ti, Ale. Juntas podemos enfrentar cualquier cosa."

Continuamos desayunando y organizando nuestras cosas, compartiendo expectativas y emociones sobre el futuro cercano. Con Belén a mi lado, sentí una renovada sensación de optimismo y preparación para enfrentar el día que nos esperaba.

Después de terminar de desayunar, Belén y yo lavamos los platos juntas, disfrutando de nuestra colaboración en las tareas cotidianas. Conversamos animadamente mientras organizábamos la cocina y nos alistábamos para salir a recorrer.

"Creo que deberíamos visitar aquel parque que vimos ayer en el mapa," sugirió Belén, secando cuidadosamente los platos.

Asentí con entusiasmo. "¡Sí! Parecía un lugar encantador para pasear y relajarnos un poco."

Belén sonrió mientras guardaba los últimos utensilios limpios en su lugar. "Será bueno disfrutar de un tiempo al aire libre antes de ir a ver a Ángela. Además, nos ayudará a despejar la mente."

Terminamos de limpiar y nos preparamos rápidamente para salir. Mientras cerrábamos la puerta del hotel, sentí una mezcla de emoción y anticipación por el día por delante. Estaba agradecida por tener a Belén a mi lado, compartiendo este viaje y brindándome su amistad y apoyo constante.

Con el sol brillando en el horizonte, nos dirigimos hacia el parque con la promesa de explorar y disfrutar cada momento juntas.

"¿Qué te parece si empezamos visitando aquel monumento que vimos en el mapa?", sugerí mientras guardaba las tazas en el armario.

Belén asintió con entusiasmo. "¡Sí, me parece perfecto! De seguro nos divertiremos mucho."

Nos alistamos rápidamente y salimos a las calles bulliciosas de la ciudad. El sol brillaba en lo alto y la brisa fresca del día nos acompañaba mientras caminábamos hacia nuestro primer destino: un impresionante monumento histórico.

Al llegar, nos quedamos admirando la imponente estructura. "¡Qué grande es!", exclamó Belén, mirando hacia arriba con los ojos brillantes de emoción.

"¡Sí! Imagina las historias que este monumento podría contarnos si pudiera hablar", respondí, pensando en voz alta.

Decidimos subir las escaleras hasta la parte superior para obtener una vista panorámica de la ciudad. Mientras subíamos, Belén casi tropezó con uno de los escalones, lo que nos hizo reír a carcajadas. "¡Cuidado, Belén! No queremos que te lleves un recuerdo de este monumento en forma de moretón", bromeé.

Ella se rió, recuperando el equilibrio. "¡Gracias por el aviso! Aunque un moretón podría ser un recuerdo bastante original."

Después de disfrutar de la vista desde lo alto y tomar algunas fotos divertidas, descendimos y nos dirigimos hacia otro punto de interés: un mercado callejero famoso por sus artesanías y comida local.

Caminamos entre los puestos coloridos, probando algunos bocados deliciosos y admirando las habilidades de los artesanos locales. En un puesto de souvenirs, Belén encontró un sombrero extravagante y decidió probárselo, causando risas entre los vendedores y los transeúntes.

"¡Te ves fabulosa, Belén!" exclamé, tomando una foto de ella con el sombrero puesto.

Ella se rió y posó para la cámara. "¡Gracias, Ale! Creo que este sombrero debería ser mi nueva adquisición."

A medida que avanzábamos por la ciudad, nos detuvimos en varios puntos turísticos, tomando más fotos y disfrutando de la atmósfera. En un momento dado, algunos turistas me reconocieron y me pidieron fotos. Aunque al principio me sentí un poco incómoda, pronto me di cuenta de que no había nada de qué preocuparse. Belén estaba allí, animándome y asegurándose de que me sintiera bien.

"¡Alejandra, por favor, una foto!" exclamó una joven emocionada.

"Claro, con gusto," respondí con una sonrisa, posando para la foto.

A lo largo del día, notamos que algunos paparazzi nos seguían, capturando cada momento. Pero en lugar de dejarnos afectar, decidimos ignorarlos y disfrutar de nuestro día. Belén y yo nos sacamos fotos frente a cada monumento, y en cada una de ellas se podía ver nuestra alegría y complicidad.

En un momento, mientras estábamos sentadas en un banco tomando un descanso, Belén señaló a un grupo de paparazzi a lo lejos. "Mira, Ale, nuestros fans," dijo con una sonrisa burlona.

"Déjalos," respondí riendo. "Hoy es nuestro día, y no vamos a dejar que nada lo arruine."

Continuamos nuestro recorrido, visitando museos, parques y mercados locales. Cada lugar nos ofreció una nueva oportunidad para reírnos, aprender y disfrutar de la compañía mutua. Mientras caminábamos por un mercado colorido, Belén se detuvo en un puesto de sombreros y se probó uno ridículo, lo que provocó otra ronda de risas.

"¡Este es perfecto para ti!" exclamé, sosteniendo el teléfono para tomar una foto.

"No puedo creer que estés haciendo esto," respondió Belén entre risas, posando con el sombrero..

Después de comprar el sombrero ridículo, decidimos que no podíamos dejarlo atrás. Belén lo llevaba con orgullo mientras seguíamos caminando por las bulliciosas calles de la ciudad. Cada vez que alguien lo veía, no podían evitar sonreír, lo que solo añadía a la alegría del día.

"Este sombrero es nuestra nueva mascota," bromeó Belén mientras caminábamos hacia un restaurante cercano.

"Definitivamente le da un toque especial a nuestra aventura," respondí, riendo.

Elegimos un pequeño bistró con mesas al aire libre. Nos sentamos y pedimos un par de platos típicos del lugar. La conversación fluía naturalmente, como siempre, pero había algo que me rondaba la mente. Mientras esperábamos la comida, decidí que era el momento adecuado para hablar de ello.

"Belén," comencé, mirándola a los ojos, "quiero hacerte una pregunta seria."

Ella levantó una ceja, curiosa. "Claro, lo que necesites, Ale."

Respiré hondo, buscando las palabras adecuadas. "¿Por qué me defendiste a golpes de Sofía? Podrías haberte alejado, evitar la confrontación. ¿Por qué arriesgarte así?"

Belén se quedó en silencio por un momento, mirando su vaso de agua. Luego, con una expresión seria y reflexiva, comenzó a hablar.

"Cuando era adolescente," comenzó, "mis padres me echaron de casa por ser lesbiana. De repente, me encontré en la calle, sin apoyo, sin hogar. Los primeros meses fueron los más duros. Vivía con miedo, sin saber en quién podía confiar."

La escuché atentamente, sintiendo una mezcla de tristeza y empatía.

"Un día, cuando estaba en mi punto más bajo, conocí a una mujer en un refugio. Se llamaba Laura. Ella había pasado por cosas similares y me tomó bajo su ala. Me enseñó a defenderme, a no dejarme pisotear por nadie. Me dio el valor que necesitaba para seguir adelante."

Belén hizo una pausa, su mirada perdida en recuerdos lejanos.

"Un día, mientras caminábamos juntas por la ciudad, un hombre comenzó a acosarnos. Laura se enfrentó a él sin dudarlo, a pesar de que era mucho más grande y fuerte. Lo ahuyentó, pero no sin recibir algunos golpes. Cuando le pregunté por qué lo había hecho, me dijo algo que nunca olvidé: 'A veces, tenemos que luchar por aquellos que amamos, incluso si eso significa salir lastimados.'"

Una lágrima solitaria rodó por la mejilla de Belén. "Laura falleció poco después, pero su lección se quedó conmigo. Así que, cuando vi a Sofía levantando la mano contra ti, supe que no podía quedarme quieta. No podía dejar que alguien a quien amo sufriera, sin importar las consecuencias."

Sentí un nudo en la garganta, conmovida por su historia. Tomé su mano entre las mías, apretándola con fuerza.

"Belén, gracias. No sé cómo agradecerte lo suficiente por lo que hiciste. Eres increíble."

Ella sonrió, aunque sus ojos seguían brillando con lágrimas no derramadas. "No tienes que agradecerme, Ale. Solo prométeme que nunca más dejarás que nadie te haga daño."

"Lo prometo," respondí con firmeza. "Nunca más."

Nuestra comida llegó y, aunque el ambiente estaba cargado de emociones, continuamos hablando y compartiendo. La historia de Belén me hizo ver su valentía bajo una luz completamente nueva. Era fuerte, no solo por su capacidad de enfrentarse a los golpes, sino por su capacidad de amar incondicionalmente y defender a quienes le importaban.

Terminamos nuestra comida, y mientras salíamos del restaurante, me sentía más conectada que nunca con Belén. Sabía que, sin importar lo que el futuro nos deparara, siempre tendríamos esta amistad inquebrantable, forjada en momentos de risa y lágrimas, de lucha y cariño.

Después de que terminamos nuestra comida, nos levantamos del bistró, con el sombrero ridículo aún en la cabeza de Belén, atrayendo miradas curiosas y sonrisas de los transeúntes. Nos dirigimos a un pequeño parque cercano, donde nos sentamos en un banco bajo la sombra de un árbol. El aire fresco y el ambiente tranquilo eran perfectos para continuar nuestra conversación.

"Belén," dije, rompiendo el silencio que se había instalado cómodamente entre nosotras, "¿qué pasó con Laura? ¿Cómo murió?"

Belén suspiró, su mirada perdida en la distancia. Su mano se deslizó inconscientemente sobre el sombrero que ahora reposaba en su regazo. "Es una historia triste, Ale. Pero creo que necesitas saberla."

Asentí, preparándome para lo que estaba por venir.

"Laura era una persona increíble," comenzó Belén, su voz suave pero firme. "Después de haberme encontrado en el refugio, nos hicimos inseparables. Ella se convirtió en mi mentora, mi protectora, y en muchos sentidos, la hermana mayor que nunca tuve. Me enseñó a sobrevivir en la calle, pero también a encontrar belleza en las pequeñas cosas, incluso en los momentos más oscuros."

La voz de Belén tembló ligeramente, pero ella continuó. "Un día, decidimos mudarnos juntas a un pequeño departamento. Las cosas estaban empezando a mejorar para nosotras. Laura había conseguido un trabajo estable y yo estaba comenzando a recuperar mi vida. Pero entonces, todo cambió."

Hizo una pausa, tomando un profundo aliento. "Una noche, mientras caminábamos de regreso a casa después de su turno de trabajo, fuimos atacadas por un grupo de hombres. Nos insultaron, gritaron cosas horribles. Laura intentó defendernos, como siempre hacía, pero esta vez, fueron demasiados."

Sentí un nudo formarse en mi garganta mientras escuchaba. "¿Qué pasó?" pregunté en un susurro.

"Laura recibió varios golpes y puñaladas," continuó Belén, sus ojos brillando con lágrimas retenidas. "Intenté ayudarla, pero también me golpearon y me dejaron inconsciente. Cuando desperté, ella ya no estaba. La ambulancia había llegado tarde. Murió en mis brazos, Ale. Su última palabra fue mi nombre."

Una lágrima solitaria rodó por la mejilla de Belén, y yo sentí un dolor profundo en el pecho. "Belén, lo siento tanto," susurré, tomando su mano entre las mías.

Ella asintió, sus ojos encontrando los míos. "Por eso no podía quedarme de brazos cruzados cuando vi a Sofía lastimándote. Prometí que nunca dejaría que alguien a quien amaba sufriera de nuevo. No pude salvar a Laura, pero te salvaré a ti."

Nos quedamos en silencio por un momento, dejándonos envolver por el peso de sus palabras. La historia de Laura era una dolorosa pero poderosa lección de amor y sacrificio. Sentí una profunda gratitud por Belén y una conexión aún más fuerte con ella.

"Gracias por compartir eso conmigo, Belén," dije finalmente. "Y gracias por estar siempre ahí para mí."

Ella esbozó una pequeña sonrisa, secando las lágrimas de sus mejillas. "No tienes que agradecerme, Ale. Somos amigas, y las amigas siempre están ahí, en los buenos y en los malos momentos."

Nos levantamos del banco, decididas a no dejar que la tristeza definiera nuestro día. Mientras caminábamos de regreso al hotel, sentí una mezcla de emociones: tristeza por la pérdida de Laura, pero también una inmensa gratitud por tener a Belén en mi vida. Sabía que, sin importar lo que viniera, enfrentaríamos juntas cualquier desafío, con la fuerza y el amor que Laura nos había enseñado.

Rápidamente nos dimos cuenta de que ya era hora de ir a la universidad de Ángela. Ambas nos levantamos del banco y comenzamos a caminar hacia allí. Mientras caminábamos, decidimos que no íbamos a permitir que el día se volviera sombrío por los recuerdos tristes.

Con una sonrisa cómplice, Belén sacó su teléfono y puso una canción animada. Pronto, estábamos bailando y cantando por la calle, atrayendo más miradas curiosas y sonrisas de los transeúntes. Era imposible no contagiarse de la energía positiva que irradiábamos.

“¡Vamos, Ale! ¡Muéstrame tus mejores movimientos!” gritó Belén, girando sobre sí misma.

Reí y me uní a ella, improvisando pasos de baile torpes pero entusiastas. La gente nos miraba y algunos incluso se unieron, aplaudiendo y riendo con nosotras.

La caminata hasta la universidad se convirtió en una pequeña fiesta ambulante. Belén y yo nos tomamos de las manos y giramos, cantando a todo pulmón. No importaba si las notas eran perfectas; lo importante era la alegría del momento.

Finalmente, llegamos a la universidad de Ángela, ambas un poco sin aliento pero llenas de risa. Belén se detuvo y me miró con una gran sonrisa.

“Creo que hemos hecho nuestro propio desfile,” dijo, riendo.

“Definitivamente,” respondí, con el corazón ligero. “Gracias, Belén. Necesitaba esto.”

“Para eso están las amigas,” dijo, dándome un abrazo rápido.

Nos quedamos afuera del edificio de la universidad, sentadas en un banco mientras observábamos a los estudiantes salir y entrar. El sol de la tarde brillaba cálidamente, pero la conversación que manteníamos era cualquier cosa menos ligera.

"¿Qué crees que va a pasar ahora con Sofía?" preguntó Belén, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotras.

Suspiré, mirando mis manos. "No lo sé, Belén. Sofía siempre ha sido impredecible. Lo que hizo anoche... invitar a Lisbeth sabiendo que Isabella estaba en casa... no puedo perdonarlo."

Belén asintió, su expresión llena de preocupación. "Sofía ha cruzado una línea. Necesitamos pensar en lo que es mejor para las niñas."

"Exactamente," dije, mi voz temblando ligeramente. "Ángela está tan enojada y no la culpo. Isabella está confundida y lastimada. Necesitan estabilidad, y Sofía no se las está dando."

Belén me miró con ternura, poniendo una mano en mi hombro. "Ale, tienes que poner límites claros. No puedes seguir permitiendo que Sofía te manipule a ti y a las niñas."

Asentí, agradecida por su apoyo. "Tienes razón. Pero no sé cómo manejar todo esto sin que las niñas sufran más."

Belén suspiró, su mirada seria. "Es una línea delicada, pero si Sofía quiere ser parte de sus vidas, tiene que demostrar que está dispuesta a cambiar."

Justo en ese momento, las puertas del edificio se abrieron y un grupo de estudiantes empezó a salir, riendo y conversando. Entre ellos, vi a Ángela, y mi corazón dio un vuelco.

"Ahí está," susurré, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo.

Ángela nos vio y su rostro se iluminó con una gran sonrisa. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia mí y me abrazó con fuerza.

"Mamá, te extrañé tanto," dijo, su voz ahogada por la emoción.

La abracé con igual fuerza, sintiendo lágrimas de felicidad llenar mis ojos. "Yo también te extrañé, cariño. No sabes cuánto."

Belén observaba la escena con una sonrisa cálida, contenta de vernos reunidas. Ángela se separó un poco y me miró a los ojos.

"¿De qué estaban hablando?" preguntó, notando la seriedad en nuestros rostros.

"Solo de algunas cosas del día a día, nada importante," respondí rápidamente, intentando mantener la calma. "¿Cómo te fue en clase?"

Ángela me miró con sospecha por un momento, pero luego sonrió. "Fue bien. Teníamos un proyecto grupal y creo que lo hicimos genial."

"Me alegro mucho, querida," dije, aliviada por el cambio de tema.

Belén asintió, apoyándonos. "Vamos, ¿por qué no celebramos con un helado? Hace un día perfecto para eso."

Ángela sonrió ampliamente. "¡Sí, me encantaría!"

Mientras nos alejábamos de la universidad y nos dirigíamos hacia una heladería cercana, sentí una mezcla de alivio y preocupación. Sabía que las conversaciones difíciles sobre Sofía no podían posponerse para siempre, pero por ahora, lo más importante era disfrutar de este momento con mi hija. Con Belén a mi lado, me sentía un poco más fuerte y lista para enfrentar lo que viniera.

Mientras caminábamos hacia la heladería, noté lo bien que se llevaban Belén y Ángela. Ambas estaban enfrascadas en una conversación animada sobre MMA y el amor de Ángela por el boxeo, algo que siempre había sido una pasión compartida en nuestra familia.

"Entonces, ¿viste la última pelea de Amanda Nunes?" preguntó Belén con entusiasmo.

"¡Claro que sí!" respondió Ángela, sonriendo de oreja a oreja. "Fue impresionante, ¿verdad? Esa combinación en el tercer asalto fue brutal."

Belén asintió, claramente impresionada. "Definitivamente. Tiene una técnica increíble. ¿Sigues entrenando regularmente?"

"Sí," dijo Ángela con tono orgulloso. "Tengo entrenamiento tres veces por semana. Además, Clara, mi entrenadora, me está ayudando mucho a mejorar mis habilidades."

"¡Clara! He oído hablar de ella," dijo Belén. "Dicen que es una de las mejores entrenadoras de boxeo en la ciudad. Tienes mucha suerte de tenerla."

Ángela asintió, con los ojos brillantes. "Sí, lo sé. Es increíble. Me ha enseñado tanto en tan poco tiempo. Me encanta el boxeo, es mi verdadera pasión."

"Eso es genial," dijo Belén. "¿Has pensado en competir profesionalmente en boxeo?"

"Es una posibilidad," respondió Ángela. "Me encantaría, pero también quiero concentrarme en mis estudios de producción musical. Es difícil equilibrar ambas cosas, pero estoy determinada a hacerlo."

Observé su interacción con una mezcla de orgullo y gratitud. Ver a Ángela tan feliz y conectada con Belén me llenaba el corazón. A pesar de todos los problemas con Sofía, momentos como este me recordaban que había razones para seguir adelante y luchar por nuestra familia.

Cuando llegamos a la heladería, pedimos nuestros helados y nos sentamos en una mesa afuera. La conversación continuó mientras disfrutábamos de nuestros postres.

"Ángela, ¿has pensado en combinar tus dos pasiones? Tal vez podrías producir música para eventos de boxeo," sugirió Belén.

Ángela se encogió de hombros, pero sus ojos brillaban con la idea. "Nunca lo había pensado, pero suena interesante. Podría ser una forma de unir mis dos mundos."

"Lo entiendo," dijo Belén, asintiendo. "Pero estoy segura de que, con tu determinación, puedes lograr lo que te propongas."

Sonreí, sintiéndome afortunada de tener a Belén como amiga. Su apoyo y positivismo eran un pilar fundamental en estos momentos. Ángela también parecía valorar mucho su presencia.

"Gracias, Belén," dijo Ángela, su tono lleno de gratitud. "Significa mucho escuchar eso de ti."

Belén le sonrió. "Siempre estaré aquí para apoyarte, Ángela. Eres una chica increíble, y tienes un futuro brillante por delante."

Mientras terminábamos nuestros helados y seguíamos charlando, sentí que, a pesar de todas las dificultades, había esperanza. La conexión entre Ángela y Belén era un recordatorio de que el amor y la amistad podían superar cualquier obstáculo. Aunque la sombra de Sofía seguía presente, estos momentos de felicidad eran lo que realmente importaban.

Narrador

Angela respiró hondo antes de hablar, sabiendo que esta conversación con su madre sería crucial. Sentadas en el acogedor salón de la heladería, Angela buscó los ojos de Alejandra y comenzó con determinación.

Angela:Mamá, he estado pensando mucho y... May y yo hemos decidido mudarnos juntas.

Alejandra la miró con sorpresa pero trató de mantener la calma.

Alejandra: (con voz calmada) Eso es una gran decisión, cariño. Me alegra que hayas encontrado a alguien con quien quieres compartir tu vida. Pero, ¿qué te hizo tomar esta decisión ahora?

Angela: (seriamente) Mamá, hemos estado discutiendo mucho con Sofía últimamente. Las cosas entre nosotras están muy tensas, y no creo que pueda seguir viviendo en esa situación. Me duele decirlo, pero Sofía me echó de la casa.

Alejandra frunció el ceño, preocupada por su hija.

Alejandra:(con preocupación) ¿Te echó de la casa? ¿Qué pasó exactamente?

Angela: (suspirando) Discutimos fuertemente sobre muchas cosas pendientes entre ustedes dos. Ya sabes cómo es Sofía cuando se enoja. Dijo algunas cosas hirientes y finalmente me pidió que me fuera.

Alejandra: (frunciendo más el ceño) Lo siento mucho, cariño. No quería que te sintieras atrapada en medio de nuestras diferencias.

Angela:(con determinación) Mamá, esto no es tu culpa. May y yo hemos estado planeando esto desde hace tiempo. Necesitamos nuestro propio espacio y quiero estar con alguien que me haga feliz.

Alejandra asintió, sintiendo una mezcla de emociones. Estaba feliz por Angela pero también preocupada por cómo iban a manejar esta nueva etapa.

Alejandra: (comprensiva) Entiendo, cariño. Siempre estaré aquí para apoyarte en lo que necesites. Pero necesito saber, ¿cómo planean organizarse con la mudanza y todo?

Angela: (sonriendo levemente) Ya hemos hablado con el propietario y estamos organizando las cosas. Nos mudaremos en las próximas semanas.

Alejandra: (sonriendo) Eso suena como un plan sólido. Estoy feliz de que estés tomando control de tu vida y siguiendo tu corazón.

Angela:(agradecida) Gracias, mamá. Significa mucho para mí tener tu apoyo.

Las dos se abrazaron con cariño, sintiendo el peso de la conversación pero también la fortaleza de su vínculo madre-hija. Angela sabía que había tomado la decisión correcta al compartir esto con Alejandra, y Alejandra estaba orgullosa de la madurez y la honestidad de su hija.

Así, madre e hija continuaron hablando sobre los detalles prácticos de la mudanza, compartiendo momentos de complicidad que fortalecieron aún más su relación especial.

Pov Alejandra.

Belén y Ángela compartiendo helado mientras observo desde mi lugar. Es fascinante ver cómo su relación se desarrolla cada vez más. Belén, con su calidez y su forma de ser tan comprensiva, parece llenar un vacío en Ángela. Es como si encontrara en Belén la figura materna que ha estado ausente en su vida recientemente.

Desde mi perspectiva, es reconfortante ver cómo Ángela se relaja en presencia de Belén. Puedo notar cómo sus gestos se vuelven más suaves, sus risas más genuinas. A veces, la vida nos ofrece estas conexiones inesperadas que nos ayudan a sanar y a avanzar.

Mientras tanto, yo también me siento agradecida por Belén. Desde que volví, ella ha sido mi apoyo inquebrantable, mi ancla en medio de la tormenta emocional que ha sido mi regreso. Su presencia me da fuerzas para seguir adelante, para enfrentar las dificultades que aún tenemos por delante.

Observo a Belén y a Ángela, sabiendo que este momento es más que compartir helado. Es el inicio de algo nuevo, una relación que podría traer consigo sanación y entendimiento mutuo. A pesar de todo lo que hemos pasado, hay esperanza en este pequeño momento de conexión y calma.

Narrador.

En su casa, Sofía se encuentra sola con sus pensamientos tumultuosos. El ambiente está cargado de arrepentimiento y confusión. Se recuesta en su cama, repasando una y otra vez lo que ocurrió con Lisbeth esa noche.

Las imágenes se agolpan en su mente, tratando de encontrar una explicación lógica a sus acciones. El alcohol parece ser una excusa fácil, pero sabe en el fondo que hay más detrás de su encuentro con Lisbeth. Quizás fue la soledad, el deseo de sentirse deseada de nuevo después de todo lo que ha pasado.

Se siente perdida, incapaz de entender por qué se dejó llevar por ese impulso. La culpa la consume, especialmente cuando piensa en el daño que podría haber causado a otras personas, especialmente a Alejandra y a sus hijas.

Mientras reflexiona sobre su encuentro con Lisbeth, una parte de ella busca excusas y culpables externos. Entre lágrimas de frustración, Sofía encuentra consuelo en culpar a Alejandra por la distancia emocional que las separó.

—¿Por qué me dejaste, Alejandra? —murmura, con un nudo en la garganta—. Si no hubieras sido tan distante, si hubieras intentado más, tal vez no estaría aquí, sintiéndome vacía y perdida.

Sofía se aferra a esta narrativa, permitiendo que el resentimiento hacia Alejandra la consuma. Con cada lágrima caída, el peso de su propia responsabilidad se desvanece, reemplazado por una sensación de alivio momentáneo. Sin embargo, en lo profundo de su corazón, sabe que culpar a Alejandra es solo una forma de evitar enfrentarse a sus propias decisiones y a las consecuencias de sus acciones.

Sofía se consume por una mezcla de rabia y frustración, incapaz de entender cómo se dejó llevar por Lisbeth. La culpa pesa sobre sus hombros, pero en lugar de confrontar sus propios errores, su ira se desplaza hacia Alejandra.

—¡No puedo creer que Alejandra me haya abandonado así! —exclama, su voz llena de resentimiento—. Siempre fue ella la que tuvo que ser la perfecta, la que todo el mundo admiraba. Y yo, ¿qué? ¿Acaso no merecía también ser feliz?

La autocompasión de Sofía la lleva a buscar culpables externos, evitando así enfrentar la verdad incómoda de sus propias decisiones. Su enfoque en la injusticia percibida y su falta de autocrítica podrían alienar a quienes la rodean, pues parece incapaz de reconocer su papel en las dificultades que enfrenta.

Mientras se sumerge en sus emociones tumultuosas, Sofía se aleja de la introspección necesaria para sanar. En lugar de buscar soluciones constructivas, su enojo la consume, alejándola cada vez más de una reconciliación consigo misma y con aquellos a su alrededor.

En su casa, Sofía se siente abrumada por una ira intensa y desesperada. Las lágrimas de impotencia corren por sus mejillas mientras los pensamientos de traición y abandono por parte de Alejandra la inundan por completo. Sin poder contenerse más, la furia explota dentro de ella.

—¡No puedo creerlo! —exclama, con voz temblorosa, mientras se levanta de un salto de la cama. Sus puños se aprietan con tanta fuerza que las uñas de sus dedos clavan su piel—. ¡No puedo creer que me haya hecho esto!

Sofía comienza a caminar de un lado a otro en la habitación, respirando agitadamente mientras lucha por contener la tormenta emocional que la consume. Golpea con fuerza la mesita de noche, haciendo que el marco del cuadro que sostiene se tambalee. Los objetos en la habitación parecen representar el peso de su dolor y desesperación.

Las lágrimas mezcladas con gritos de frustración llenan el espacio mientras Sofía continúa desahogando su ira de manera intensa pero contenida. Cada movimiento es un reflejo del conflicto interno que la atormenta, aunque sabe que debe encontrar una manera de canalizar esta energía negativa de manera más constructiva.

El ambiente se vuelve tenso y cargado de tensión mientras Sofía lucha por contener la tormenta de emociones que la consume. Aunque sabe que esta explosión de ira no resolverá nada, en este momento es lo único que puede hacer para liberar la furia y el dolor que la atormentan.

En su casa, Sofía se debate entre el remordimiento y la necesidad de justificar sus acciones de la noche anterior con Lisbeth. Sus pensamientos la llevan a una espiral de racionalizaciones mientras busca una salida a su culpa abrumadora.

—¿Cómo pude llegar a esto? —se pregunta en voz alta, con los ojos llenos de lágrimas—. Quizás fue porque Ángela y Alejandra me hicieron sentir tan abandonada... tan despreciada.

Sofía busca desesperadamente excusas para lo que hizo, culpando a sus hijas y a Alejandra por haberla empujado hacia el borde emocional. Sabe que es injusto culpar a otros, pero la necesidad de aliviar su culpa la lleva a esta narrativa distorsionada.

—Ellas... ellas nunca entendieron lo que yo pasé —susurra con amargura—. Alejandra siempre fue la que recibía toda la atención, y yo... yo me sentía invisible.

El dolor y la autocompasión la envuelven mientras trata de justificar lo injustificable. Reconoce la responsabilidad de sus acciones, pero el peso de su dolor y su resentimiento la llevan a desviar la culpa hacia quienes más ama y quienes más la lastimaron.

En medio de esta lucha interna, Sofía sabe que enfrentar la verdad es el primer paso hacia la redención. Aunque sea difícil aceptar su propia responsabilidad, sabe que es necesario si quiere encontrar alguna forma de sanar y reconciliarse consigo misma y con aquellos a quienes ha herido.

Sofía se encuentra en un punto de su vida donde el deseo de cambio choca con una profunda falta de motivación. A pesar de reconocer la necesidad de mejorar y corregir sus acciones pasadas, se siente paralizada por la apatía y la desesperanza.

Cada intento de reflexión se ve ensombrecido por la magnitud de sus errores y la dificultad de rectificarlos. Aunque quiere desesperadamente transformarse y reconstruir las relaciones fracturadas, la carga emocional y el autojuicio la detienen en seco.

El proceso de cambio parece un camino empinado y sin fin, lleno de obstáculos emocionales que parecen insuperables. La falta de motivación se entrelaza con la culpa y el remordimiento, creando un ciclo negativo del cual es difícil escapar.

Sin embargo, en los momentos de claridad, Sofía encuentra destellos de esperanza. Aunque pequeños, estos destellos ofrecen un atisbo de lo que podría ser si lograra encontrar la fuerza interna para seguir adelante.

Aunque el camino sea difícil y oscuro, Sofía sabe que debe encontrar una manera de recuperar la motivación y el impulso para cambiar. Reconocer la necesidad de cambiar es el primer paso crucial; ahora, enfrentar los desafíos internos y encontrar apoyo externo pueden ser clave para su proceso de transformación personal.

Desde la heladería, Belén, Ángela y yo caminamos por el parque cercano. Ángela está radiante, con su energía juvenil en pleno efecto.

—¡Mira esos columpios, Belén! —exclama Ángela, señalando con entusiasmo hacia el área de juegos.

Belén sonríe, contagiada por la emoción de Ángela. Se acerca a los columpios y anima a Ángela a subirse. Yo me quedo atrás, observándolas con una mezcla de nostalgia y alegría.

—¿No te animas a jugar, Alejandra? —me pregunta Belén, notando mi reticencia.

—Creo que estoy un poco fuera de práctica con los columpios —respondo con una sonrisa, pero no puedo evitar sentirme como si estuviera asumiendo el rol de la supervisora.

Belén suelta una risita y se balancea en el columpio junto a Ángela. Sus risas llenan el aire y no puedo evitar reírme con ellas.

—¡Mira, Alejandra, estoy volando alto! —exclama Ángela, con una gran sonrisa en su rostro.

—¡Qué valiente eres, Ángela! —respondo, admirando su entusiasmo mientras la veo balancearse con energía.

Belén se acerca a mí y me susurra con complicidad: "¿Quién diría que terminaríamos en los columpios hoy?"

—No lo sé, pero me alegra verlas tan felices —respondo sinceramente, disfrutando de este momento sencillo pero lleno de conexión.

Ángela se detiene un momento para mirarnos a Belén y a mí.

—¡Vengan, únanse a mí! —nos insta, con los ojos brillantes de emoción.

Belén me mira con una sonrisa juguetona y yo me decido. Me acerco al columpio libre y me subo, tratando de recuperar la coordinación perdida.

—¡Aquí vamos! —exclamo, impulsándome hacia adelante.

El columpio se mueve con suavidad, y la risa escapa de mis labios de forma espontánea. Ángela y Belén me miran con diversión y complicidad.

—¡Lo estás haciendo genial, Alejandra! —dice Ángela, animándome.

Nos balanceamos juntas por un rato, compartiendo risas y pequeñas conversaciones. En ese momento, me doy cuenta de que este simple acto de jugar en el parque es mucho más que eso. Es un recordatorio de la importancia de estar presentes, de compartir momentos de alegría y de reconectar con las personas que amamos.

—Gracias por traerme aquí, chicas. Necesitaba esto más de lo que pensaba —confieso, sintiendo una calidez reconfortante en mi pecho.

Belén asiente con una sonrisa tierna y Ángela me abraza fugazmente.

—¡Siempre podemos volver a ser niños por un rato! —exclama Ángela, con una chispa de alegría en sus ojos.

El sol se pone lentamente mientras continuamos jugando y riendo juntas, sintiendo que, aunque hayan pasado por momentos difíciles, este momento en el parque nos ha unido de una manera especial.

En mi mente, el recuerdo se despliega como una escena vívida y dolorosa del pasado. Estoy de pie frente a Sofía en nuestra sala de estar, enfrentando sus palabras cortantes como flechas que perforan mi corazón.

—Eres tan infantil, Alejandra. Siempre tan inmadura —dice Sofía con tono de desprecio, su mirada clavada en mí como si estuviera señalando una falla fundamental en mi ser.

Me siento pequeña, vulnerada por sus palabras que hieren más que cualquier golpe físico. Las lágrimas amenazan con desbordarse, pero me obligo a mantener la compostura, a no mostrar cuánto me duele cada crítica afilada que Sofía lanza hacia mí.

—No soy una niñita, Sofía. Solo estoy intentando ser yo misma —balbuceo, mi voz temblorosa de emoción contenida.

Sofía rueda los ojos con fastidio, como si mi respuesta solo confirmara su punto de vista sobre mí. Su desdén se siente como un peso pesado sobre mis hombros, una constante recordatoria de mi incapacidad para cumplir con sus expectativas, para ser lo que ella espera que sea.

El flashback se desvanece lentamente, dejándome en el presente con el eco de esas palabras aún resonando en mis oídos. A pesar del tiempo transcurrido, el dolor de aquellos momentos sigue fresco en mi memoria, recordándome cómo las críticas de Sofía moldearon mi autoimagen durante tanto tiempo.

Respiro profundamente, forzando mi mente a volver al presente, donde estoy en el parque con Belén y Ángela. Agradezco internamente por este momento de conexión y alegría compartida, un contraste bienvenido a las sombras del pasado que todavía me persiguen.

—Gracias por estar aquí, chicas. Necesitaba esto más de lo que imaginaba —susurro para mí misma, encontrando consuelo en la diferencia entre el pasado doloroso y el presente esperanzador que estoy construyendo con quienes realmente me apoyan.

Belén me mira con preocupación en sus ojos mientras nos abrazamos. Su gesto cálido y reconfortante me hace sentir apoyada y comprendida, aunque solo sea por un momento.

—¿Estás bien, Ale? —pregunta con voz suave, su abrazo apretándose ligeramente.

Sonrío sinceramente, agradecida por su cuidado.

—Sí, estoy bien, Belén. Gracias por preguntar —respondo, intentando transmitirle que aprecio su preocupación genuina.

Ángela, a mi lado, se une al abrazo de manera espontánea, y su voz suave y dulce llena el aire.

—Mami, me alegra verte sonreír —dice, usando el apelativo cariñoso que ha usado desde que era pequeña.

Sus palabras me llenan de una calidez reconfortante. A pesar de que Ángela ya es una adulta joven de 19 años, el hecho de que todavía me llame "mami" es un recordatorio tangible del vínculo especial que compartimos, más allá de cualquier desafío o conflicto que hayamos enfrentado.

—Gracias, cariño. Me hace feliz estar aquí contigo, Belén, compartiendo este momento juntas —respondo con sinceridad, mis ojos brillando con gratitud y amor por estas dos personas tan importantes en mi vida.

Nos separamos del abrazo, pero la sensación de conexión y apoyo perdura. En este instante en el parque, entre risas y abrazos, encuentro una renovada esperanza de que, juntas, podemos superar cualquier obstáculo y construir un futuro lleno de amor y entendimiento mutuo.

Nos quedamos unos momentos más en el parque, disfrutando de la brisa suave y el sol que comienza a ponerse en el horizonte. Ángela y Belén intercambian risas mientras comparten anécdotas y chistes, creando un ambiente ligero y lleno de complicidad.

Me siento agradecida por este tiempo juntas, lejos de las tensiones y los conflictos que a veces nos han separado. Es un recordatorio poderoso de que, a pesar de todo, nuestra conexión sigue siendo profunda y significativa.

—¿Recuerdas cuando solíamos venir aquí cuando eras pequeña, Ángela? —pregunto, dejando que la nostalgia se cuele en mi voz.

Ángela asiente con una sonrisa nostálgica.

—Sí, mami. Siempre era divertido venir al parque contigo —responde con cariño, mirándome con esos ojos que reflejan tanto amor y confianza.

Belén nos observa con una sonrisa suave, entendiendo la importancia de estos momentos compartidos. Ella ha sido un apoyo invaluable, un puente entre nosotros en momentos difíciles.

—Estoy feliz de estar aquí con ustedes, chicas —comenta Belén, su voz tranquila y reconfortante.

Nos quedamos un rato más, absorbiendo la paz del parque y la compañía mutua. En silencio, agradezco por estas pequeñas alegrías que nos unen y nos fortalecen como familia, aunque nuestra estructura pueda ser diferente a la de muchos otros.

Mientras caminamos de regreso, el crepúsculo tiñe el cielo con tonos cálidos y dorados, y sé que, pase lo que pase, estos momentos de conexión y amor serán el ancla que nos mantendrá unidas, superando cualquier desafío que la vida nos depare.

—Mami, en unos días May y yo cumplimos cinco años juntas —me dice Ángela con una sonrisa radiante mientras caminamos de regreso del parque.

Sus palabras me llenan de alegría y orgullo por la mujer fuerte y amorosa en la que se está convirtiendo Ángela.

—¡Wow, cinco años ya! Eso es maravilloso, cariño. Estoy feliz por ustedes dos —respondo con una sonrisa afectuosa, sintiendo cómo mi corazón se hincha de emoción.

Belén asiente con entusiasmo.

—¡Eso es genial, Ángela! Definitivamente quiero estar allí para celebrarlo contigo y con May —dice con una sonrisa sincera.

Ángela asiente, sus ojos brillando con anticipación.

—¡Claro que sí! Será una pequeña reunión, pero significará mucho para nosotras. Quiero que estén ustedes dos allí con nosotras —expresa con afecto, mirándonos a ambas con gratitud.

Me siento honrada por la invitación de Ángela. Es un recordatorio de la importancia de celebrar los momentos de amor y conexión en nuestras vidas, sin importar cuán pequeños puedan parecer desde afuera.

—Nos encantaría estar allí, Ángela. Gracias por invitarnos —respondo sinceramente, tocando suavemente su hombro en un gesto de apoyo y cariño.

El camino de regreso a casa se siente más ligero y lleno de anticipación por la celebración por venir. Entre risas y conversaciones animadas, compartimos la emoción de prepararnos para unirse en un momento especial que celebra el amor y la perseverancia de Ángela y May.

Nos acercamos al edificio donde May vive, cada paso lleno de expectativa y alegría por la celebración que se avecina. Ángela no puede contener su entusiasmo, hablando animadamente sobre los planes para la reunión y lo emocionada que está de compartir este hito con May y con nosotras.

Al llegar frente al edificio, Ángela se detiene y me abraza con fuerza.

—Gracias por acompañarme hoy, mami. Y gracias, Belén, por todo —dice con gratitud, sus ojos brillando con cariño hacia nosotras.

Belén sonríe y la abraza también.

—Siempre, Ángela. Estamos aquí para ti en cada paso del camino —responde con ternura.

Nos despedimos con besos y abrazos, viendo cómo Ángela entra al edificio con una sonrisa resplandeciente. Nos quedamos un momento, observando hasta que desaparece en el interior.

—Es increíble lo fuerte y amorosa que es Ángela, ¿verdad? —comento, mi corazón lleno de orgullo maternal.

Belén asiente con una sonrisa cálida.

—Definitivamente. Está creciendo en una mujer maravillosa, y es un privilegio ser parte de su vida —dice con sinceridad.

Nos miramos por un momento, compartiendo el peso del amor y la conexión que nos une a Ángela y entre nosotras. Con el sol cayendo lentamente en el horizonte, nos despedimos con la certeza de que este día ha fortalecido aún más nuestros lazos y nos ha recordado la importancia de celebrar el amor y la alegría en nuestras vidas.

Nos volvimos hacia el camino del hotel, el sol poniente tiñendo el cielo de tonos cálidos que reflejaban nuestra calma interna después de un día lleno de emociones. Belén y yo caminábamos juntas, intercambiando pensamientos y reflexiones sobre lo que habíamos experimentado en el parque.

Belén me miró con una sonrisa traviesa, como si estuviera a punto de revelar un secreto emocionante.

—Alejandra, creo que podríamos hacer algo para mostrarle a Sofía que estamos bien sin ella. No se trata de jugar a su juego, pero podríamos darle una pequeña lección de nuestra propia fortaleza —dijo, sus ojos brillando con determinación.

Me detuve un momento, considerando sus palabras. No quería emular el comportamiento de Sofía, pero entendía el punto de Belén.

—No estoy segura, Belén. No quiero entrar en juegos de celos y manipulaciones. No quiero causar más conflicto del necesario —respondí con sinceridad, recordando las veces que Sofía había intentado provocarme.

Belén asintió, pero su expresión sugería que tenía un plan en mente.

—Lo entiendo, Alejandra. No se trata de venganza, sino de demostrarle que somos fuertes y unidas. Podemos hacer algo sutil pero efectivo, algo que no involucre a nadie más —explicó, tratando de convencerme.

Me quedé pensativa por un momento, mirando a Belén con aprecio por su perspicacia.

—Pero ¿con quién podríamos hacerle sentir celos a Sofía? No quiero usar a nadie más en nuestros asuntos —dije, expresando mis reservas.

Belén sonrió con complicidad, como si ya hubiera considerado eso.

—No te preocupes, Alejandra. No necesitamos involucrar a nadie más. Podemos encontrar la manera de mostrarle que estamos bien sin ella, simplemente siendo nosotras mismas —respondió, colocando una mano reconfortante sobre mi brazo.

Sus palabras resonaron en mí, y lentamente asentí con una sonrisa leve.

—Está bien, Belén. Hagámoslo, pero de manera elegante y sin causar más drama del necesario —respondí, aceptando la propuesta con precaución pero sintiendo el apoyo fuerte y seguro de Belén.

Juntas, continuamos caminando hacia el hotel, con la determinación renovada de defender nuestra unidad familiar con astucia y cuidado, preparadas para enfrentar lo que fuera necesario para mantenernos fuertes y unidas.

Llegamos al hotel y subimos al departamento, estando en el ascensor hablé .

- con quién podríamos darle celos, osea...con quién debería fingir.

- buena pregunta - dijo belen- buena pregunta....

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Buenassssss

Cómo estamos...

¿ Con quién podría Alejandra emparejarse falsamente?

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