camino a la perdicion
Pov Alejandra.
Me desperté temprano, sintiendo los primeros rayos de sol filtrándose a través de las cortinas. Me estiré en la cama, tratando de despejarme, y decidí que un café era justo lo que necesitaba para comenzar el día.
Me levanté con cuidado para no despertar a Belén e Isabella. Caminé hacia la cocina, mis pasos eran suaves en el suelo de madera. Al llegar, encendí la cafetera y me apoyé en el mostrador, disfrutando del aroma del café recién hecho que llenaba la habitación.
Mientras esperaba, mis pensamientos viajaron a los eventos de la noche anterior. La fiesta, las risas, las conversaciones. Recordé cómo Belén me hizo sentir segura y apoyada, y una sonrisa se dibujó en mi rostro. Justo en ese momento, la cafetera terminó su ciclo y me serví una taza de café caliente. Di un sorbo y me sentí agradecida por este pequeño momento de paz.
Me senté en la mesa de la cocina, mirando por la ventana mientras disfrutaba de mi café. La tranquilidad de la mañana me envolvía, dándome un breve respiro antes de que comenzara el bullicio del día.
Me sirvo una segunda taza de café, esta vez para Belén, y me tomo un momento para preparar un té de frutilla para Isabella. La cocina se llena de un aroma dulce y afrutado mientras el agua caliente extrae la esencia de las frutillas del saquito de té.
Mientras espero que el té esté listo, decido limpiar un poco. Paso un paño sobre el mostrador, organizo los platos en el lavavajillas, Todo con la intención de crear un ambiente acogedor para nuestra tarde de película.
Con el té de frutilla y el café listos, los coloco en una bandeja junto con algunas galletas que encontramos la tarde anterior. Llevo la bandeja a la sala y la dejo sobre la mesa de centro. Luego, ajusto las cortinas para dejar entrar una luz suave y cálida, y acomodo los cojines en el sofá para que todo esté perfecto.
Finalmente, me siento en el sofá y tomo un momento para apreciar el trabajo hecho. La sala está lista, la bandeja con bebidas y galletas nos espera, y todo está en su lugar para una tarde de película perfecta. Ahora, solo falta despertar a Belén y a Isabella y disfrutar de un día tranquilo y especial juntas.
Estoy terminando de ajustar los cojines en el sofá cuando empiezo a escuchar unas voces cantando desde el pasillo. Son dos voces, llenas de energía y emoción, y no puedo evitar sonreír.
Belén e Isabella entran en la sala, cantando a todo pulmón canciones de desamor, sus voces se mezclan en un dúo improvisado que llena la habitación de alegría y risas. Belén, con su tono más profundo y firme, y Isabella, con su voz infantil y aguda, forman un contraste adorable.
No puedo evitar reírme ante la escena. Me levanto del sofá y aplaudo su actuación, fingiendo que soy parte de una audiencia entusiasta.
-¡Bravo, bravo! -digo, aplaudiendo y sonriendo de oreja a oreja-. ¿De dónde sacaron esas canciones tan dramáticas?
Belén me sonríe mientras Isabella hace una reverencia exagerada.
-Isabella eligió el repertorio -dice Belén, con una sonrisa divertida-. Y yo solo soy su corista.
Isabella asiente con orgullo.
-¡Sí! Nos estamos preparando para nuestra gran tarde de película, ¿verdad, mamá?
-¡Por supuesto! -respondo, acercándome a ellas y abrazándolas-. Tengo el café, el té de frutilla y las galletas listos. ¿Quién está lista para una maratón de películas?
Las dos levantan la mano, y juntas nos dirigimos al sofá, listas para comenzar nuestra tarde especial. El ambiente es perfecto, lleno de risas, amor y complicidad.
Narrador.
Mientras Alejandra, Belén, e Isabella disfrutan de su alegre mañana, en otra parte de la ciudad, Sofía se sienta a la mesa de su cocina, mirando fijamente su taza de café. Lisbeth, sentada frente a ella, intenta entablar una conversación.
-Sofía, ¿me estás escuchando? -dice Lisbeth, su tono empezando a reflejar impaciencia.
Sofía no responde. Sus pensamientos están lejos, atrapados en la confusión de sus emociones. Las palabras de Lisbeth parecen no penetrar el muro de sus preocupaciones.
-¡Sofía! -insiste Lisbeth, elevando la voz.
Finalmente, Sofía levanta la vista, parpadeando como si acabara de despertar de un sueño profundo.
-¿Qué? Lo siento, no te escuché.
Lisbeth suspira con frustración.
-Llevas todo el desayuno sin escucharme. He intentado hablarte sobre nuestros planes para hoy, pero parece que no te importa.
Sofía frunce el ceño, sintiéndose atacada.
-No es eso, Lisbeth. Simplemente tengo muchas cosas en la cabeza.
-¡Siempre tienes "muchas cosas en la cabeza"! -exclama Lisbeth, su tono lleno de reproche-. ¿Cuándo me vas a prestar atención a mí?
La tensión en la cocina aumenta, el aire se vuelve denso. Sofía se siente acorralada y responde con más dureza de la que pretendía.
-¿Y qué quieres que haga? ¿Que ignore todo lo demás y me enfoque solo en ti? No es tan simple.
Lisbeth se levanta de la mesa, su silla chirriando en el suelo.
-Sabes, a veces parece que ni siquiera quieres estar conmigo. Siempre estás pensando en Alejandra o en tus hijas, pero ¿y yo? ¿Cuándo voy a ser tu prioridad?
Sofía siente un nudo formarse en su estómago, pero su orgullo no le permite ceder.
-Eso no es justo, Lisbeth. Estoy haciendo lo mejor que puedo.
Lisbeth cruza los brazos, sus ojos llenos de desafío.
-Pues tu "mejor" no es suficiente.
La discusión se queda en el aire, ambas mujeres mirándose con una mezcla de enojo y dolor. La distancia entre ellas parece insalvable, una brecha que las palabras no pueden cerrar.
En medio de la tensa atmósfera, el teléfono de Sofía comienza a sonar. Ella mira la pantalla y ve un número desconocido. Suspira, aliviada por la distracción, y contesta.
-Hola, ¿Sofía Reyes? -pregunta una voz masculina al otro lado de la línea.
-Sí, soy yo. ¿Quién habla?
-Hola, Sofía. Soy Miguel Fernández, productor del programa "Sin Filtro." Estamos contactando a celebridades para una nueva edición en la que responderán preguntas incómodas y nos gustaría invitarte a participar.
Sofía se queda en silencio por un momento, sorprendida por la propuesta. Conocía "Sin Filtro" como un programa donde los famosos se enfrentaban a preguntas difíciles y reveladoras. La idea le resulta atractiva; un cambio de escenario y una oportunidad para distraerse de sus problemas personales.
-¿Cuándo sería? -pregunta finalmente.
-La grabación será el próximo jueves por la tarde. ¿Te interesa?
Lisbeth, al ver a Sofía hablar por teléfono, se acerca curiosa. Sofía la mira de reojo y, casi como un acto de desafío, decide aceptar.
-Sí, estoy interesada. Pueden contar conmigo.
-¡Excelente! Te enviaremos los detalles por correo electrónico. Gracias por aceptar, Sofía. Nos vemos el jueves.
Sofía cuelga el teléfono y se vuelve hacia Lisbeth, quien la mira con una mezcla de sorpresa y desaprobación.
-¿Qué fue eso? -pregunta Lisbeth, frunciendo el ceño.
-Es una oportunidad para salir de esta rutina, para hacer algo diferente. Voy a participar en un programa de televisión.
Lisbeth no parece convencida.
-¿Y qué clase de programa es?
-Se llama "Sin Filtro". Los famosos responden preguntas incómodas. Podría ser interesante.
Lisbeth suspira, pero no dice nada más. Sofía siente una chispa de emoción, algo que no había sentido en mucho tiempo. Tal vez esta sería una oportunidad para replantearse algunas cosas y, quién sabe, también para aclarar su mente.
La chispa de emoción que Sofía había sentido se apagó rápidamente cuando Lisbeth volvió a hablar.
-¿Y realmente crees que es una buena idea? -preguntó Lisbeth, cruzando los brazos y mirándola con desdén-. Te van a hacer preguntas incómodas, Sofía. ¿Estás preparada para eso?
Sofía frunció el ceño, irritada por el tono de Lisbeth.
-Sí, estoy preparada. No tengo nada que esconder.
Lisbeth soltó una carcajada sarcástica.
-¿Nada que esconder? ¿En serio? ¿Y qué pasa con todo lo que has hecho? ¿Con todas las decisiones que has tomado? ¿Con cómo has tratado a tus hijas?
Las palabras de Lisbeth eran como cuchillos, y Sofía sintió que su paciencia se agotaba.
-¡Ya basta, Lisbeth! -exclamó Sofía, levantando la voz-. No necesito que me recuerdes mis errores cada dos minutos. Estoy tratando de cambiar, de hacer las cosas bien.
Lisbeth se acercó, su rostro a centímetros del de Sofía.
-¿Cambiar? -murmuró, su voz cargada de veneno-. No has cambiado ni un poco, Sofía. Sigues siendo la misma egoísta de siempre, buscando la atención que crees que te mereces.
Sofía sintió un nudo en la garganta, pero no iba a dejar que Lisbeth la viera debilitada.
-Eso no es verdad -dijo con firmeza-. He cometido errores, sí, pero estoy tratando de ser mejor. Y si eso significa enfrentar preguntas incómodas en televisión, entonces lo haré.
Lisbeth se apartó, lanzando una última mirada despectiva.
-Haz lo que quieras, Sofía. Pero no te sorprendas cuando todo esto explote en tu cara.
Sofía se quedó en silencio, viendo cómo Lisbeth se alejaba. La conversación había dejado un sabor amargo en su boca, pero también una resolución firme. Participaría en el programa, enfrentaría las preguntas y demostraría que podía cambiar. Y, sobre todo, demostraría que podía ser una mejor madre para sus hijas.
Sofía sintió el impulso de seguir a Lisbeth, su corazón latiendo con fuerza. No podía soportar la idea de dejar las cosas así. Caminó rápidamente tras ella, llamándola.
-¡Lisbeth, espera!
Lisbeth se detuvo y se volvió lentamente, con una expresión de impaciencia en su rostro.
-¿Qué quieres ahora, Sofía?
-Haré cualquier cosa para que me perdones -dijo Sofía, su voz temblando de emoción-. No quiero que esto termine así. No quiero perderte.
Lisbeth la miró por un momento, como si estuviera evaluando su sinceridad. Luego, un brillo calculador apareció en sus ojos.
-¿Cualquier cosa? -preguntó, suavizando un poco su tono.
Sofía asintió con firmeza.
-Sí, cualquier cosa.
Lisbeth sonrió de manera astuta y sacó un pequeño paquete de su bolso. Al abrirlo, Sofía vio el contenido y sintió un nudo en el estómago.
-No, Lisbeth, no puedo... -empezó a decir, pero Lisbeth la interrumpió.
-Oh, vamos, Sofía. No es tan malo. Solo una vez, para demostrarme que realmente estás dispuesta a hacer cualquier cosa por nuestra relación.
Sofía retrocedió un paso, sintiendo el peso de la decisión. Sabía que estaba mal, pero la presión de la situación y el miedo a perder a Lisbeth eran abrumadores.
-Lisbeth, no sé si puedo...
Lisbeth se acercó más, susurrando suavemente.
-Confía en mí, Sofía. Solo una vez. No te va a hacer daño. Y te prometo que te perdonaré. ¿No vale la pena intentarlo?
La lucha interna de Sofía era evidente en su rostro. Finalmente, con un suspiro tembloroso, asintió.
-Está bien. Solo una vez.
Lisbeth sonrió con triunfo y comenzó a preparar todo. Sofía miraba, sintiéndose atrapada y nerviosa.
Sofía miró la pequeña píldora en la palma de su mano temblorosa. Su corazón latía con fuerza, una mezcla de curiosidad y miedo recorría su cuerpo. Lisbeth, con una sonrisa tranquilizadora pero persuasiva, le dijo que todo estaría bien, que solo quería que Sofía experimentara algo nuevo.
"Es solo una vez", murmuró Lisbeth, presionando la pastilla hacia Sofía. "Confía en mí, te sentirás increíble".
Sofía dudó por un momento, sus ojos encontraron los de Lisbeth, buscando desesperadamente alguna señal de advertencia. Pero la mirada de Lisbeth era pura convicción, una promesa de placer sin consecuencias. Así que, con un nudo en la garganta, Sofía tomó la píldora y la tragó.
El efecto llegó rápido, un torbellino de sensaciones que inundaron su cuerpo. Sofía se aferró a la realidad que se desvanecía rápidamente, pero Lisbeth la sostenía con palabras suaves y una mano que parecía guiarla por un camino desconocido pero emocionante.
"¿Ves? No hay nada de malo en esto", murmuró Lisbeth, acariciando el cabello de Sofía con ternura falsa. "Te dije que te gustaría".
Pero a medida que la noche avanzaba, la euforia inicial se desvaneció, dejando a Sofía con un vacío inquietante en el pecho y un miedo que no podía identificar. El mundo giraba a su alrededor mientras se aferraba a Lisbeth, quien continuaba animándola a tomar más, a dejarse llevar por la corriente.
Entre risas forzadas y palabras distorsionadas, Sofía se dio cuenta de que había perdido el control. La droga la había atrapado en un remolino oscuro y frío, y Lisbeth, su confidente y amante, era la responsable de empujarla hacia el abismo. En sus ojos vidriosos, Sofía vio la traición de su propia voluntad, la traición de una amistad que ahora se desvanecía en un laberinto de adicción.
Lágrimas silenciosas rodaron por las mejillas de Sofía mientras luchaba por encontrar una salida. Se aferró a su última hebra de cordura, deseando poder retroceder en el tiempo y negarse a sí misma ese primer trago amargo de la tentación. Pero ya era tarde. Lisbeth la había llevado demasiado lejos, y ahora, Sofía se encontraba sola en la oscuridad, con el frío eco de sus palabras resonando en su mente: "No hay nada de malo en esto".
El mundo se movía en un torbellino alrededor de Sofía. Lisbeth seguía ofreciendo más, una sonrisa brillante en su rostro mientras empujaba otra píldora hacia ella. "Vamos, cariño, solo un poco más. Te sentirás aún mejor", susurró, su voz resonando como un eco distorsionado en la mente de Sofía.
Sofía tomó la pastilla temblorosa, sintiendo cómo el éxtasis se mezclaba con la desesperación en su interior. Se sentía horrible y a la vez genial, una paradoja que la consumía desde adentro. No extrañaba a Alejandra, su ex esposa, pero el vacío que dejó su partida parecía estar llenándose ahora con algo mucho más oscuro.
Lágrimas silenciosas se deslizaron por las mejillas de Sofía mientras luchaba por mantenerse a flote en la marea de sensaciones. Cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear el arrepentimiento que amenazaba con inundarla. ¿Dónde estaba la promesa de felicidad sin consecuencias? Solo quedaba una angustia abrumadora que la envolvía como una niebla fría.
El rostro de Lisbeth se difuminaba frente a ella, transformándose en una máscara de decepción y manipulación. "Esto es lo que querías, ¿verdad?", preguntó Lisbeth, su tono ahora teñido de amargura. "No puedes culparme por esto, tú querías experimentar".
Sofía abrió los ojos, mirando a Lisbeth con una mezcla de incredulidad y dolor. La persona que una vez amó, ahora se había convertido en su carcelera en esta espiral descendente. El remordimiento la envolvía como una soga, apretándose cada vez más mientras luchaba por recordar quién era realmente.
Las pastillas empezaron a hacer efecto rápidamente. Sofía se sentía mareada, su visión se volvía borrosa y los sonidos a su alrededor parecían lejanos y distorsionados. Miró a Lisbeth, que también había tomado las pastillas, y notó que ella tampoco estaba en buenas condiciones.
-Lisbeth... no me siento bien -dijo Sofía con voz entrecortada, tratando de mantener el equilibrio.
Lisbeth se tambaleaba, su rostro pálido y sus ojos vidriosos.
-Yo tampoco... creo que tomamos demasiado...
Sofía se dejó caer en el sofá, intentando calmar su respiración. Su corazón latía con fuerza, y una sensación de pánico comenzó a instalarse en su pecho.
-¿Qué vamos a hacer? -preguntó, mirando a Lisbeth con desesperación.
Lisbeth intentó responder, pero sus palabras eran ininteligibles, apenas un murmullo. Se dejó caer junto a Sofía, su cabeza apoyada en el respaldo del sofá.
El tiempo parecía pasar lentamente, cada segundo estirándose en una eternidad. Sofía se sentía atrapada en su propio cuerpo, incapaz de moverse o pensar con claridad. Sabía que habían cometido un grave error, pero no podía hacer nada para revertirlo en ese momento.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Lisbeth logró articular algunas palabras.
-Tenemos que... esperar... que pase...
Sofía asintió débilmente, tratando de aferrarse a esa esperanza. Mientras tanto, se sumergía en un torbellino de sensaciones y pensamientos confusos, rezando para que el efecto de las pastillas desapareciera pronto y que ambas pudieran salir de esa situación ilesas.
Las pastillas comenzaban a surtir efecto en Sofía, que se sentía cada vez peor. La presión en su pecho era intensa y su mente estaba nublada. En contraste, Lisbeth, sintiéndose eufórica, empezó a hacer estupideces por la sala.
-¡Mira, Sofía! ¡Soy una estrella de rock! -gritó Lisbeth mientras fingía tocar una guitarra invisible y saltaba por el sofá, riendo sin control.
Sofía trató de concentrarse, pero las sustancias la desorientaban. Cada vez le resultaba más difícil pensar con claridad. Se llevó una mano al pecho, esperando que el dolor disminuyera, pero no lo hizo.
-Lisbeth, para... no me siento bien -murmuró Sofía, intentando mantenerse en pie.
-¡Vamos, Sofía! ¡Diviértete un poco! -respondió Lisbeth, totalmente ajena al sufrimiento de Sofía, mientras seguía con sus payasadas.
Sofía cerró los ojos, tratando de encontrar un momento de paz en medio del caos que la envolvía. Las drogas le hacían olvidar por momentos la gravedad de la situación, pero el dolor constante en su pecho la mantenía anclada a la realidad.
-No puedo... seguir así -susurró, sintiendo cómo sus fuerzas la abandonaban.
Lisbeth, en su estado de euforia, no notaba la gravedad de la situación. Continuaba riendo y haciendo tonterías, su comportamiento evidenciando claramente el efecto de las drogas.
-¡Sofía, mírame! ¡Soy un payaso! -dijo Lisbeth, riendo y moviéndose de manera ridícula por la habitación.
Sofía, con la vista borrosa y el cuerpo tembloroso, trató de pensar en qué hacer. ¿Llamar a una ambulancia? ¿Pedir ayuda? Cada intento de concentración se desvanecía rápidamente bajo el efecto de las sustancias.
-Ayuda... necesito ayuda -murmuró débilmente, con la esperanza de que alguien, cualquiera, pudiera escucharla.
Pero la casa estaba llena de risas y estupideces, y la gravedad de la situación quedaba oculta tras una cortina de euforia inducida por las drogas. Sofía solo podía esperar que esta pesadilla terminara pronto y que de alguna manera, ambas salieran de esto con vida.
Sofía dejó de escuchar y de sentir. Todo se volvía distante, una bruma que la aislaba del mundo real. Las risas de Lisbeth se desvanecían, y el dolor en su pecho se convertía en una vaga sensación, lejana e irrelevante.
-¡Sofía! ¡Sofía, reacciona! -gritó Lisbeth, su voz ahora teñida de pánico. Empezó a golpearle suavemente la cara, tratando de despertarla, de traerla de vuelta a la realidad.
Pero Sofía solo la veía. Sus ojos abiertos, pero vacíos, no mostraban signos de reconocimiento. Era como si estuviera atrapada en un lugar muy lejano, inaccesible para Lisbeth.
-Por favor, Sofía, ¡despierta! -insistió Lisbeth, sus golpes en la cara de Sofía volviéndose más desesperados. Las lágrimas empezaron a rodar por su rostro, mezclándose con la euforia que poco a poco se desvanecía, dando paso al miedo.
Sofía intentó decir algo, cualquier cosa, pero su cuerpo no respondía. Era como si estuviera en un sueño del que no podía despertar. La imagen de Lisbeth se desdibujaba, sus movimientos lentos y borrosos.
Lisbeth, en un arranque de desesperación, la abrazó fuerte, intentando transmitirle algo de su propia energía.
-¡No puedes dejarme sola, Sofía! ¡Por favor, no me dejes! -sollozó Lisbeth, apretando más fuerte, como si con su abrazo pudiera mantener a Sofía anclada al mundo.
Sofía sintió el calor del abrazo, pero no podía reaccionar. Sus pensamientos se desvanecían lentamente, y solo quedaba una profunda sensación de paz y resignación.
Lisbeth se separó un poco, mirándola fijamente a los ojos.
-Voy a llamar a una ambulancia -dijo, su voz temblando. Se levantó y corrió hacia el teléfono, sus manos temblorosas marcando el número de emergencias.
Mientras tanto, Sofía seguía allí, su mirada perdida en el techo, incapaz de moverse o de hacer algo. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad, una eternidad en la que la vida y la muerte parecían entrelazarse en una danza silenciosa.
Lisbeth volvió a su lado, el teléfono en la mano, esperando que alguien contestara, mientras intentaba mantener la calma.
-Van a venir, Sofía. Te van a ayudar. Solo aguanta un poco más, por favor -le dijo, su voz quebrándose con cada palabra.
Pero en los ojos de Sofía solo había una quietud impenetrable, una calma que ni siquiera el pánico de Lisbeth podía romper.
Los médicos llegaron rápidamente, y en cuestión de segundos, la habitación se llenó de una energía frenética. Abrieron su equipo médico, y dos de ellos se arrodillaron junto a Sofía, revisándola con una precisión profesional. Lisbeth, nerviosa y agitada, intentó mantener la compostura mientras observaba la escena.
-¿Qué ha pasado aquí? -preguntó uno de los médicos, sus ojos serios y atentos.
Lisbeth tartamudeó, tratando de encontrar las palabras adecuadas. -Ella... ella se sintió mal de repente. No podemos llevarla al hospital -dijo, su voz temblando.
El médico la miró con una mezcla de escepticismo y preocupación. -¿Por qué no? Necesita atención médica inmediata.
-Es... complicado -respondió Lisbeth, tratando de no delatar su ansiedad.
Los médicos intercambiaron miradas, pero siguieron con su trabajo. Uno de ellos sacó una máscara de oxígeno y la colocó suavemente sobre la cara de Sofía, mientras otro le tomaba el pulso y preparaba una vía intravenosa.
-Su pulso es muy débil -informó uno de los médicos a su colega-. Necesitamos estabilizarla aquí y ahora.
Lisbeth se acercó más, su rostro una máscara de desesperación. -Hagan lo que puedan, pero por favor, no la lleven al hospital. No podemos permitirnoslo.
Uno de los médicos se volvió hacia ella con una expresión dura. -Haremos todo lo posible aquí, pero si su condición no mejora, tendremos que llevarla. Su vida está en peligro.
El tiempo parecía estirarse mientras los médicos trabajaban, cada segundo una eternidad para Lisbeth. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, uno de los médicos se levantó y se acercó a ella.
-Hemos hecho lo mejor que hemos podido. Ahora necesitamos monitorearla de cerca. Si muestra cualquier signo de empeoramiento, llámenos inmediatamente. No podemos arriesgar su vida por ningún motivo.
Lisbeth asintió, agradecida pero todavía aterrada. Mientras los médicos recogían su equipo y se preparaban para marcharse, Lisbeth miró a Sofía, su respiración estabilizándose bajo la máscara de oxígeno.
-Gracias -murmuró Lisbeth, su voz rota por la mezcla de alivio y culpa que sentía.
Cuando los médicos se fueron, Lisbeth se quedó sentada junto a Sofía, sosteniendo su mano y esperando que, de alguna manera, todo mejorara.
Pov Isabella.
Estábamos acurrucadas en el sofá, rodeadas de mantas y con un gran tazón de palomitas de maíz en el centro. La película de suspenso que habíamos elegido estaba en su punto culminante, y la tensión en la habitación era palpable.
—Te digo que es el mayordomo —insistió Belén, sus ojos fijos en la pantalla—. Es siempre el mayordomo.
—No, no, no —replicé, agitando la cabeza en desacuerdo—. Es demasiado obvio. Tiene que ser la hermana de la víctima. Todas las pistas apuntan a ella.
Mi mamá, Alejandra, sonrió, disfrutando del debate entre nosotras. —Bueno, pronto lo descubriremos —dijo, su voz llena de expectación.
La película continuó, y la atmósfera en la habitación se intensificó. Cuando finalmente llegó la revelación del asesino, salté del sofá, señalando la pantalla con triunfo.
—¡Lo sabía! ¡Tenía razón! —exclamé, mis ojos brillando con emoción.
Belén se recostó en el sofá, cruzando los brazos y fingiendo estar molesta. —No puedo creer que hayas acertado. ¿Cuántas veces has visto esta película?
Me reí, abrazando a mi mamá con entusiasmo. —Es la primera vez, lo prometo. ¡Solo soy muy buena en esto!
Mamá se unió a la risa, feliz de verme tan contenta. —Bueno, parece que hemos perdido la apuesta. ¿Qué quieres de premio, pequeña detective?
Pensé por un momento, una sonrisa traviesa formándose en mis labios. —Quiero que me dejen elegir la próxima película. Y quiero helado. Mucho helado.
Belén se levantó y se inclinó hacia mí, dándome un beso en la frente. —Está bien, pequeña Sherlock. Helado para todos. Pero la próxima vez, no seré tan fácil de engañar.
Reí y abracé a Belén con fuerza. —¡Trato hecho!
Miré a mamá y a Belén con ternura, sintiéndome increíblemente afortunada de tenerlas en mi vida. Mientras las risas llenaban la habitación, me di cuenta de que estos momentos de simple felicidad eran los más valiosos de todos.
Miré a mamá y a Belén con ternura, sintiéndome increíblemente afortunada de tenerlas en mi vida. Recordé cómo eran las cosas cuando vivía con Sofía. Siempre había una sensación de tensión en el aire, una oscuridad que parecía envolver todo. Sofía siempre estaba ocupada, distraída, y las discusiones con Lisbeth eran constantes. No había risas compartidas, ni noches de películas en el sofá. La casa siempre parecía fría, incluso en los días más cálidos.
Pero ahora, estando cerca de mamá Ale, todo era diferente. La calidez en su mirada, el amor en cada gesto, hacían que me sintiera segura y querida. No tenía que preocuparme por gritos ni por sentirme ignorada. Cada momento con mamá y Belén era un recordatorio de lo afortunada que era de tenerlas en mi vida. Mientras las risas llenaban la habitación, me di cuenta de que estos momentos de simple felicidad eran los más valiosos de todos.
Un rato después, el timbre sonó y corrí hacia la puerta, abriéndola con entusiasmo. El repartidor me entregó la bolsa con el helado, y le di las gracias antes de cerrar la puerta de golpe.
—¡El helado está aquí! —grité, corriendo de regreso al salón con la bolsa en alto como si fuera un trofeo.
Belén y mamá se rieron mientras yo repartía los helados. Belén tomó el suyo y me sonrió.
—Entonces, pequeña Sherlock, ¿qué película deseas ver ahora?
Me mordí el labio, pensando por un momento. Había tantas opciones, pero quería algo que nos mantuviera despiertas y emocionadas.
—¿Qué tal una de terror? —sugerí finalmente, mis ojos brillando con anticipación.
Belén alzó una ceja, fingiendo miedo. —¿Estás segura? No quiero que tengas pesadillas esta noche.
Mamá se rió, dándome un abrazo. —Belén, no subestimes a nuestra pequeña detective. Ella puede manejarlo.
Asentí con firmeza. —Sí, ¡quiero ver algo realmente aterrador! Además, estamos juntas, no tengo miedo de nada.
Belén y mamá se miraron y se encogieron de hombros. —De acuerdo, una de terror será —dijo Belén, buscando en la selección de películas.
Nos acomodamos en el sofá nuevamente, rodeadas de mantas y con el helado en mano. La pantalla se oscureció y comenzó la película. El ambiente en la habitación se llenó de anticipación mientras los primeros acordes de música tenebrosa empezaban a sonar.
Durante la película, cada susto nos hacía saltar y reír al mismo tiempo. Belén y mamá se abrazaban cada vez que algo espeluznante sucedía, y yo me acurrucaba entre ellas, sintiendo la calidez y el amor que compartíamos.
En medio de una escena particularmente intensa, Belén gritó y derramó un poco de helado en la manta. Nos reímos tanto que tuvimos que pausar la película para limpiarlo.
—Esto es lo mejor —dije, mirando a mamá y Belén con una sonrisa—. No importa cuán aterradora sea la película, mientras estemos juntas, nada puede asustarme de verdad.
Mamá me dio un beso en la frente, sus ojos llenos de amor. —Y siempre estaremos juntas, cariño. Siempre.
Belén me abrazó con fuerza, y retomamos la película, disfrutando de cada momento. En esos instantes, sentí que no necesitaba nada más en el mundo. Solo el amor de mi familia y las risas que compartíamos.
Mientras veía a Belén y a mamá reírse y disfrutar, me preguntaba sobre su relación. No sabía exactamente qué onda había entre ellas, pero lo que sí sabía era que Belén era una buena persona. Ella hacía reír a mamá y eso me hacía feliz. Si mamá estaba feliz con Belén, entonces yo también lo estaba.
Al final de la noche, mientras la película terminaba y el helado se había acabado, me sentí agradecida por tener a Belén y a mamá en mi vida. Aunque no entendiera todo sobre su relación, sabía que juntas formábamos una familia llena de amor y risas. Y eso era lo único que realmente importaba.
La película terminó y antes de que pudiera decir algo, mi celular vibró en mi bolsillo. Saqué el teléfono y vi el nombre en la pantalla: Alex. Mi corazón dio un vuelco. Alex era como le gustaba que la llamaran, aunque su nombre completo era Alexa.
—Tengo que contestar esto —dije rápidamente a mamá y Belén antes de correr hacia mi habitación.
—¡No tardes! —gritó mamá mientras yo cerraba la puerta tras de mí.
—Hola, Alex —dije, tratando de sonar tranquila mientras me apoyaba contra la puerta.
—¡Hola, Isa! —Su voz era como música para mis oídos—. ¿Cómo estás? ¿Cómo va todo con tu mamá?
Me senté en la cama, sintiéndome más cómoda. Alex siempre sabía cómo hacerme sentir especial.
—Todo va bien. Estamos viendo películas y comiendo helado. Ya sabes, una noche tranquila en familia. ¿Y tú? ¿Cómo estás?
—Suena genial. Yo estoy bien, solo estaba pensando en ti y quería saber cómo te va —dijo Alex, su voz llena de calidez.
Sonreí, sintiéndome afortunada de tener a alguien como ella en mi vida. —Gracias por llamar. Es genial escuchar tu voz. Estar con mamá ha sido... diferente, pero en el buen sentido. Me siento más tranquila y amada aquí.
—Me alegra escuchar eso. Sabes que siempre me preocupo por ti. Si necesitas hablar de algo, estoy aquí para ti —dijo Alex, su voz suave y reconfortante.
—Lo sé, y eso significa mucho para mí. Estar con mamá y Belén es... bueno, se siente bien. Es diferente a estar con Sofía. Aquí me siento segura —admití, dejando salir un suspiro de alivio.
—Eso es lo más importante, Isa. Te mereces sentirte segura y feliz. Y estoy aquí para apoyarte en todo —respondió Alex, su tono sincero.
Nos quedamos en silencio por un momento, simplemente disfrutando de la compañía del otro a través del teléfono. Sentí una conexión especial con Alex, algo que me hacía sentir más fuerte y segura de mí misma.
—Gracias, Alex. Eres increíble, de verdad —le dije, con el corazón lleno de gratitud.
—Tú también eres increíble, Isa. No lo olvides nunca —dijo Alex con una sonrisa en su voz.
Terminamos la llamada poco después, pero no antes de prometer que nos veríamos pronto. Me quedé en mi habitación por un momento, abrazando mi teléfono y sintiendo una calidez en mi pecho. Alex tenía esa habilidad de hacerme sentir bien, sin importar qué.
Finalmente, volví al salón donde mamá y Belén estaban hablando en voz baja.
—¿Todo bien? —preguntó mamá, alzando una ceja con curiosidad.
—Sí, todo bien —respondí, sonriendo—. Alex solo quería saber cómo estaba.
Belén me dio una mirada comprensiva y mamá me abrazó.
—Nos alegra verte feliz, Isa —dijo mamá, y en ese momento supe que todo iba a estar bien. Con mamá, Belén y Alex en mi vida, sentía que podía enfrentar cualquier cosa.
Mi madre y yo estábamos en la cocina, el aroma delicioso de la comida del mediodía llenaba el aire mientras revolvíamos juntas la salsa en la estufa. Era un momento familiar y reconfortante, pero de repente, mamá me sorprendió con una pregunta que hizo que mi corazón saltara un latido.
"Oye, Isa", comenzó con una sonrisa juguetona, "he notado que últimamente hablas mucho de una chica llamada Alex. ¿Quién es ella?"
Mis manos se detuvieron un instante sobre la cuchara de madera, mi corazón comenzó a latir más rápido mientras buscaba desesperadamente las palabras adecuadas. "Uh, Alex...", murmuré, desviando la mirada hacia la salsa burbujeante. Me di cuenta demasiado tarde de lo cerca que estuve de revelar más de lo necesario.
"Es solo una amiga, mamá", continué rápidamente, luchando por mantener mi tono casual. "Nada más que eso, solo una amiga."
Sentí el rubor subir por mis mejillas, una mezcla de alivio por haberme corregido a tiempo y una punzada de decepción por no haber sido más valiente. Quería contarle a mamá sobre Alex, sobre cómo sus ojos brillaban cuando sonreía y cómo cada vez que está cerca, mi mundo parece más brillante y completo. Pero las palabras se atascaron en mi garganta, atrapadas entre el deseo de compartir y el miedo a la reacción de mamá.
Vi cómo mamá arqueaba una ceja con una expresión comprensiva, como si supiera que había algo más detrás de mi respuesta apresurada. Decidió no presionarme más en ese momento, dejándome espacio para procesar mis sentimientos a mi propio ritmo.
"Muy bien, Isa", dijo finalmente, cambiando de tema con suavidad. "Si alguna vez quieres hablar de algo más, estoy aquí para ti."
Asentí con gratitud, sintiéndome reconfortada por su comprensión silenciosa y por saber que tenía un apoyo incondicional en ella. Continuamos cocinando juntas en un ambiente de calidez y complicidad, con la promesa implícita de que mamá siempre estaría ahí para mí, incluso cuando no pudiera encontrar las palabras correctas.
Mi madre y yo estábamos concentradas en cocinar cuando de repente, Belén irrumpió en la cocina, cantando a pleno pulmón la canción de "Un Mundo Ideal" de Aladdín. Su voz resonaba con entusiasmo y nos tomó por sorpresa a ambas.
"Un mundo ideal...", cantaba Belén con una sonrisa radiante mientras hacía gestos exagerados, como si estuviera en un escenario.
Mamá y yo nos miramos y no pudimos contener la risa. No pasó mucho tiempo antes de que nos uniéramos a ella, nuestras voces llenando la cocina con risas y la melodía de la canción. Las tres improvisamos una pequeña coreografía, moviéndonos torpemente al ritmo de la música mientras continuábamos cocinando.
"Un mundo ideal...", cantábamos en armonía, nuestras voces entrelazadas en una mezcla de diversión y complicidad.
Entre risas, mamá hizo una pausa y me lanzó una mirada cómplice. "Y dime, Isa, ¿Alex también sería parte de tu mundo ideal?", bromeó, recordando nuestra conversación anterior.
Me sonrojé nuevamente, pero esta vez de felicidad. Miré a mamá y a Belén con cariño, agradeciendo su habilidad para sacarme de mi caparazón y hacerme sentir aceptada.
"¡Por supuesto, mamá!", respondí, jugando junto con el ambiente ligero y juguetón que habíamos creado. "Alex definitivamente sería parte de mi mundo ideal".
Las tres seguimos cantando y riendo juntas, disfrutando de ese momento de complicidad y alegría compartida. En ese instante, con la música de Aladdín de fondo y el aroma delicioso de la comida en el aire, supe que había encontrado mi mundo ideal justo allí, en la cocina con las personas que más quería.
La comida estaba casi lista y el ambiente en la cocina seguía siendo ligero y alegre después de nuestro pequeño interludio musical. Las risas aún resonaban en el aire cuando sentí un cosquilleo de nervios en el estómago. No era usual que tocáramos temas tan profundos, pero algo dentro de mí necesitaba respuestas.
"Mamá, Belén", comencé tímidamente mientras servía la pasta en los platos, "¿cómo se sabe si uno está enamorado?"
Ambas me miraron con curiosidad y complicidad, como si supieran que había algo más detrás de mi pregunta inocente.
"Mmm, eso es una pregunta profunda, Isa", respondió mamá, jugando con una sonrisa en sus labios. "Creo que cuando estás enamorada, lo sabes. Es como un sentimiento que te llena por completo, que te hace sentir viva y emocionada".
Belén asintió, agregando con un tono juguetón: "Y también te hace sonreír como idiota cuando piensas en esa persona. Es como tener mariposas en el estómago todo el tiempo".
Mis mejillas se colorearon mientras escuchaba sus respuestas, tratando de procesar mis propios sentimientos. Mamá me miró con una expresión suave, leyendo entre líneas como siempre hacía.
"Y dime, Isa", preguntó sin rodeos, "¿estás enamorada?"
La pregunta resonó en el aire, pesada y llena de significado. Me tomé un momento para pensar, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Miré a mamá y luego a Belén, sintiéndome abrumada por la necesidad de ser honesta.
"Sí", respondí finalmente con voz suave pero segura, encontrando valor en la complicidad y el apoyo que me rodeaba. "Creo que sí estoy enamorada."
Las miradas de mamá y Belén se iluminaron con una mezcla de alegría y ternura. Sentí un peso levantarse de mis hombros al compartir ese momento con ellas, sabiendo que no importaba lo que dijera, siempre estarían ahí para mí.
"Es maravilloso estar enamorada, ¿verdad?", dijo mamá con una sonrisa, rompiendo el silencio con calidez. "Te hace sentir viva de una manera que nada más puede igualar."
Asentí, sintiendo cómo un nudo se desataba en mi garganta. La cena continuó en un ambiente de confianza y amor compartido, con la promesa implícita de que siempre tendría un lugar seguro para explorar y expresar mis sentimientos, incluso los más profundos y difíciles de entender.
La comida ya estaba lista, con el delicioso aroma de la salsa flotando en el aire mientras Belén ponía la mesa y Alejandra servía los platos con una sonrisa. Nos sentamos juntas alrededor de la mesa, y pronto retomamos la conversación que habíamos dejado pendiente.
"¿Sabes, mamá?", comencé tímidamente mientras jugueteaba con el tenedor, "me siento tan extraña últimamente. Cuando estoy cerca de Alex, mi corazón late más rápido, mis ojos brillan cuando pienso en ella, y simplemente no quiero separarme de su lado."
Alejandra me miró con una mezcla de complicidad y diversión. "Oh, querida, ya tengo el diagnóstico para eso", respondió con una sonrisa traviesa. "Es amor. Enamoramiento, para ser exactos."
Mis mejillas se encendieron y solté una risa nerviosa. "¿Enamoramiento?", repetí, dejando que la idea se asentara lentamente en mi mente. "Supongo que sí... eso tiene sentido."
Belén, que había estado observando en silencio, intervino con una risita. "Ay, el amor joven. Es maravilloso, ¿verdad?"
Asentí, sintiéndome aliviada por poder compartir mis sentimientos abiertamente. "Es emocionante y aterrador al mismo tiempo", admití con una sonrisa tímida.
Alejandra colocó una mano sobre la mía con ternura. "No te preocupes, Isa. El amor es así, un poco confuso pero hermoso. Y siempre estoy aquí para ti, pase lo que pase."
Mis ojos se llenaron de gratitud mientras asentía. Sabía que tenía su apoyo incondicional, incluso en los momentos más inciertos.
La cena transcurrió entre risas y confidencias, cada bocado lleno de calidez y amor compartido. En ese momento, alrededor de la mesa con mi familia, supe que aunque el camino del amor podría ser complicado, tenía a las personas adecuadas a mi lado para ayudarme a navegarlo.
Narrador.
En la penumbra de su casa, Sofía empezó a sentir cómo los efectos de las drogas se desvanecían gradualmente. La habitación parecía dar vueltas a su alrededor, y el peso de la realidad comenzaba a golpearla con fuerza. Se sentó en el sofá, con la mente nublada y el corazón lleno de culpa y arrepentimiento.
En ese momento, Lisbeth entró en la habitación con una mezcla de preocupación y culpabilidad en su rostro. "Sofía, ¿cómo estás?", preguntó con voz temblorosa, acercándose con cautela.
Sofía la miró con ojos enrojecidos y la acusación brotó de sus labios antes de que pudiera contenerse. "¡Esto es todo culpa tuya, Lisbeth!", exclamó con amargura, su tono lleno de reproche. "Si no me hubieras presionado para probarlas, nada de esto habría pasado."
Lisbeth retrocedió como si la hubieran golpeado. Sus ojos se llenaron de lágrimas y sus manos temblaban. "Lo siento tanto, Sofía, de verdad lo siento", balbuceó, su voz quebrándose bajo el peso de la culpa. "No fue mi intención que terminaras así."
Sofía se puso de pie bruscamente, enfrentándola con furia creciente. "¡No quiero escuchar tus excusas!", gritó, sus palabras resonando en la habitación. "Me arrastraste a esto y ahora mírame, estoy hecha un desastre gracias a ti."
Las lágrimas de Lisbeth caían libremente ahora, mezclándose con sus disculpas sinceras y su dolor. "Sofía, por favor, entiéndeme", suplicó, tratando de acercarse a ella para consolarla.
Pero Sofía la apartó con brusquedad, su expresión endurecida por el dolor y la rabia. "No me toques", dijo con voz cortante, retrocediendo como si Lisbeth fuera la fuente de todo su sufrimiento. "Todo esto es culpa tuya. Me empujaste a esto."
Lisbeth se defendió, su voz ahora llena de desesperación y defensa. "¡No puedes culparme por tus decisiones, Sofía!", exclamó, las lágrimas en sus mejillas ahora eran de frustración y dolor. "Tú también tienes responsabilidad en todo esto. No puedes echarme toda la culpa."
La habitación resonaba con el sonido de sus voces elevadas y angustiadas. Las palabras afiladas y los reproches se intercambiaron entre ellas, cada una culpando a la otra por la situación desastrosa en la que se encontraban. Las emociones crudas y las verdades dolorosas salían a flote, transformando la atmósfera en un campo de batalla emocional.
La pelea continuó, cargada de resentimiento y remordimiento. Ambas mujeres se enfrentaron a la cruda realidad de las decisiones tomadas y las consecuencias que las perseguirían durante mucho tiempo.
La habitación resonaba con el sonido de sus voces elevadas y angustiadas. Las palabras afiladas y los reproches se intercambiaron entre ellas, cada una culpando a la otra por la situación desastrosa en la que se encontraban. Las emociones crudas y las verdades dolorosas salían a flote, transformando la atmósfera en un campo de batalla emocional.
De repente, en medio de la tensión, sus miradas se encontraron y algo cambió en el aire. Las lágrimas y las palabras se detuvieron, dejando espacio para un silencio cargado de significado. Sin saber exactamente cómo, se encontraron acercándose el uno al otro.
Lisbeth dio el primer paso, abrazando a Sofía con fuerza. "Lo siento tanto, Sofía", susurró entre lágrimas, su voz llena de arrepentimiento. "Te amo, a pesar de todo."
Sofía se dejó llevar por la calidez del abrazo, sintiendo cómo la ira se disolvía en la profundidad de sus emociones compartidas. "Yo también te amo", murmuró, su voz quebrándose. "No puedo soportar perderte."
Las palabras fueron seguidas por un beso apasionado, un intento desesperado de borrar el dolor y las heridas que se habían infligido mutuamente. Se besaron con intensidad, mezclando lágrimas y susurros de disculpas.
La pelea había dado paso a una reconciliación tumultuosa y apasionada, un reflejo de su relación compleja y contradictoria. Se amaban y se odiaban con la misma intensidad, y en ese momento, el amor parecía prevalecer.
Juntas, se desplomaron en el sofá, abrazadas y besándose, intentando encontrar consuelo en la cercanía del otro. Las disculpas continuaron entre besos y caricias, cada una prometiendo hacerlo mejor, a pesar de las dificultades que aún enfrentaban.
Horas después, la habitación estaba sumida en un silencio pesado. Sofía y Lisbeth yacían abrazadas en el sofá, sin decir una palabra. Sus cuerpos se tocaban, pero sus mentes estaban en lugares distantes. El calor de la reconciliación temporal comenzaba a desvanecerse, dando paso a una fría reflexión.
Sofía, con los ojos entreabiertos, miraba al techo, absorta en sus pensamientos. Lisbeth, a su lado, parecía dormida, su respiración suave y rítmica, pero Sofía sabía que el sueño era una fachada, un escape de la realidad que ambas evitaban enfrentar.
Mientras Lisbeth descansaba, los pensamientos de Sofía se volvieron hacia Alejandra. La imagen de su ex esposa era vívida en su mente: su risa contagiosa, su mirada amorosa, y la forma en que solía hacer que todo pareciera posible. La extrañaba con una intensidad que le dolía en el alma.
"¿Por qué te engañé, Alejandra?", pensaba Sofía, sintiendo una punzada de dolor y arrepentimiento. "¿Por qué te levanté la mano? ¿Por qué te denigré? No merecías nada de eso. Te amé... te amo todavía."
El remordimiento la envolvía como una niebla espesa, difícil de disipar. No entendía cómo había dejado que su relación con Alejandra se deteriorara tanto. Recordaba los momentos felices, cuando sus hijas eran pequeñas y su hogar estaba lleno de risas y amor. Ahora, todo eso se sentía como un sueño lejano, roto por sus propias acciones.
Sofía sabía que había sido abusiva, que había cometido errores imperdonables. Engañar a Alejandra una y otra vez, levantarle la mano en momentos de ira incontrolada, denigrarla hasta que no quedó nada de la mujer fuerte y segura que una vez había amado. Cada recuerdo era como una daga en su corazón.
Mientras reflexionaba, una lágrima solitaria rodó por su mejilla. Se volvió hacia Lisbeth, buscando consuelo, pero sabía que Lisbeth no podía llenar el vacío que Alejandra había dejado. Su relación con Lisbeth era una mezcla caótica de amor y odio, un ciclo de peleas y reconciliaciones que la dejaba más vacía que antes.
El arrepentimiento y la culpa la carcomían. Quería retroceder en el tiempo, corregir sus errores, pero sabía que era imposible. Alejandra estaba fuera de su alcance, su vida ahora marcada por el dolor y el resentimiento que Sofía había causado.
"Te extraño tanto, Alejandra", pensó Sofía con desesperación, mientras otra lágrima seguía el mismo camino que la anterior. "Si pudiera tener una segunda oportunidad, haría todo diferente. Te trataría con el respeto y el amor que siempre mereciste."
El silencio de la habitación se volvió abrumador, y Sofía se aferró a Lisbeth un poco más fuerte, buscando un ancla en la tormenta de sus pensamientos. Pero en el fondo, sabía que la única persona que realmente deseaba tener a su lado era Alejandra.
"Si ella se va, no queda nada", pensaba Sofía, sintiendo una punzada de dolor y arrepentimiento. Seguía cantando con la luz apagada en su mente, recordando cómo la guerra, la guerra interna que había creado con sus acciones, le había quitado la mirada de Alejandra. "La guerra me quitó su mirada", susurró para sí misma, la voz apenas audible.
Aunque Sofía sabía que se pasaría toda una vida esperándola, en su corazón, entendía que ya la había perdido. Alejandra se había ido, y con ella, se había llevado la última chispa de esperanza que Sofía tenía. "Y aunque me pase toda una vida, la esperaré", se dijo a sí misma, aferrándose a un último hilo de ilusión, aunque en el fondo sabía que era inútil.
El remordimiento la envolvía como una niebla espesa, difícil de disipar. No entendía cómo había dejado que su relación con Alejandra se deteriorara tanto. Recordaba los momentos felices, cuando sus hijas eran pequeñas y su hogar estaba lleno de risas y amor. Ahora, todo eso se sentía como un sueño lejano, roto por sus propias acciones.
Sofía sabía que había sido abusiva, que había cometido errores imperdonables. Engañar a Alejandra una y otra vez, levantarle la mano en momentos de ira incontrolada, denigrarla hasta que no quedó nada de la mujer fuerte y segura que una vez había amado. Cada recuerdo era como una daga en su corazón.
Mientras reflexionaba, una lágrima solitaria rodó por su mejilla. Se volvió hacia Lisbeth, buscando consuelo, pero sabía que Lisbeth no podía llenar el vacío que Alejandra había dejado. Su relación con Lisbeth era una mezcla caótica de amor y odio, un ciclo de peleas y reconciliaciones que la dejaba más vacía que antes.
El arrepentimiento y la culpa la carcomían. Quería retroceder en el tiempo, corregir sus errores, pero sabía que era imposible. Alejandra estaba fuera de su alcance, su vida ahora marcada por el dolor y el resentimiento que Sofía había causado.
"Te extraño tanto, Alejandra", pensó Sofía con desesperación, mientras otra lágrima seguía el mismo camino que la anterior. "Si pudiera tener una segunda oportunidad, haría todo diferente. Te trataría con el respeto y el amor que siempre mereciste."
El silencio de la habitación se volvió abrumador, y Sofía se aferró a Lisbeth un poco más fuerte, buscando un ancla en la tormenta de sus pensamientos. Pero en el fondo, sabía que la única persona que realmente deseaba tener a su lado era Alejandra.
La oscuridad de la noche se apoderó del lugar, y en ese momento de soledad compartida, Sofía comprendió la magnitud de su pérdida. Alejandra se había ido para siempre, y aunque Sofía pasara toda una vida esperándola, sabía que no regresaría. "Ya la perdí", se dijo en un susurro, aceptando finalmente la dura verdad.
Los pensamientos de Sofía comenzaron a vagar hacia sus hijas. Se preguntaba cómo estaría Ángela ahora que se había mudado con May. ¿Estaría feliz? ¿Encontraría en May el apoyo y el amor que ella misma no había sabido darle? La idea de que su hija mayor estuviera bien, al menos, le daba un pequeño consuelo en medio de la tormenta de su culpa.
"Espero que Ángela esté bien", pensó Sofía, con el corazón encogido. "Quizás May pueda darle la estabilidad y el cariño que yo no pude ofrecerle. Quizás, al menos, una parte de esta familia rota pueda encontrar algo de paz."
El silencio se hizo aún más denso, y Sofía se perdió en sus pensamientos, con la esperanza de que, aunque fuera tarde para ella y Alejandra, no lo fuera para sus hijas. Mientras tanto, Lisbeth seguía a su lado, enredadas en una relación que ambas sabían que no era amor, sino una confusa mezcla de necesidad y dependencia.
En ese torbellino de sentimientos, Sofía comenzó a repasar las influencias que la habían llevado a convertirse en quien era. Pensó en Marc, su ex entrenador de F1, que la había golpeado y humillado durante años. Él le había enseñado que el poder se imponía a través del miedo y la violencia. Marc había sido un modelo nefasto, distorsionando su visión del respeto y el amor.
Luego, su madre, una mujer amable en apariencia, pero que no dudaba en golpear a su padre cuando se enojaba. De niña, Sofía había crecido en un hogar donde el amor y el abuso coexistían de manera perturbadora. Su madre le había enseñado, sin querer, que la violencia era una respuesta aceptable a la frustración y el enojo.
El punto de quiebre, recordó Sofía, fue la muerte de su abuela. Perderla había sido como perder su último refugio de cordura y seguridad. Su abuela había sido la única persona que la había amado incondicionalmente, y su muerte desató una espiral descendente de ira y desesperación en Sofía. "Cuando perdí a mi abuela, perdí la cordura", pensó, sintiendo el dolor de aquella pérdida como si fuera ayer.
Ahora, mientras se aferraba a Lisbeth en la oscuridad, Sofía se daba cuenta de que todas esas influencias la habían moldeado, la habían llevado a ser la persona que era hoy. Pero también sabía que nada de eso excusaba el daño que había causado a Alejandra y a sus hijas. Tenía que encontrar una manera de sanar, de enmendar sus errores, aunque no estuviera segura de cómo hacerlo.
El silencio se profundizó, y en ese momento de reflexión, Sofía decidió que, por difícil que fuera, debía intentar cambiar. Por Alejandra, por Ángela e Isabella, y por ella misma. Porque si no lo hacía, seguiría atrapada en un ciclo de autodestrucción y dolor.
Pensó en ir a terapia. La idea se le cruzó por la mente fugazmente, como una posible solución a su caos interno. Había escuchado a muchas personas hablar sobre los beneficios de la terapia, sobre cómo ayudaba a comprenderse y a sanar. Pero, inmediatamente, un rechazo visceral surgió dentro de ella. "Odio a los psicólogos", pensó, casi con rabia. La idea de abrirse a un extraño, de exponer sus vulnerabilidades y sus demonios, le resultaba horrible. Prefería enfrentar su dolor sola, aunque eso significara seguir atrapada en su ciclo destructivo.
El silencio se profundizó, y en ese momento de reflexión, Sofía decidió que, por difícil que fuera, debía intentar cambiar. Por Alejandra, por Ángela e Isabella, y por ella misma. Porque si no lo hacía, seguiría atrapada en un ciclo de autodestrucción y dolor. Pero lo haría a su manera, buscando su propia forma de sanar, lejos de la ayuda profesional que tanto rechazaba.
Mientras se sumía en estos pensamientos, la noche avanzaba, y el peso de sus decisiones se asentaba sobre sus hombros. Sofía sabía que el camino sería largo y doloroso, pero tenía que intentarlo, por el bien de quienes aún amaba y por su propia redención.
Pov Alejandra.
La luz del televisor iluminaba suavemente la sala mientras Isabella, Belén y yo terminábamos de ver una película. Había sido una tarde tranquila, llena de risas y comentarios sobre la trama. Pero de repente, una escena en la que el esposo de la protagonista la golpeaba me golpeó a mí como un balde de agua fría.
Sentí que la habitación se cerraba a mi alrededor y mi corazón empezó a latir descontrolado. Las imágenes de Sofía levantando la mano contra mí, los gritos, el miedo, y la desesperación comenzaron a inundar mi mente. Era como si estuviera reviviendo esos momentos oscuros, sintiendo el dolor y la humillación de nuevo.
Intenté respirar profundamente, pero cada inhalación parecía más difícil que la anterior. Traté de mantener la calma por Isabella, pero era imposible ignorar el torbellino de emociones que me invadía.
Isabella, siempre tan perceptiva, se dio cuenta de inmediato de mi cambio de humor. Sin decir una palabra, se acercó a mí y me abrazó. Sus brazos pequeños y cálidos me rodearon, brindándome un consuelo que solo ella podía ofrecer. Sentí una ola de alivio al tenerla cerca, su ternura y amor eran un bálsamo para mi alma herida.
"Estoy aquí, mamá", parecía decir su abrazo. Cerré los ojos y me aferré a ella, agradecida por su presencia y su comprensión. A pesar de su corta edad, Isabella tenía una capacidad asombrosa para percibir lo que necesitaba y ofrecérmelo sin reservas.
Belén, que estaba sentada al otro lado, también notó lo que estaba sucediendo. Conocía mi historia, sabía del abuso y del dolor que había sufrido a manos de Sofía. Sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia mí y me abrazó desde el otro lado. Ahora, estaba rodeada por los dos pilares más fuertes de mi vida.
"Estamos aquí contigo, Ale", susurró Belén, su voz llena de compasión y solidaridad. En ese momento, las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a correr libremente por mis mejillas. No era solo el recuerdo del dolor físico lo que me afectaba, sino la tristeza de lo que había perdido y la lucha constante por mantenerme fuerte para mis hijas.
Me permití llorar, sabiendo que estaba en un lugar seguro, rodeada por el amor de mi hija y mi mejor amiga. Sentir sus abrazos me recordaba que no estaba sola, que tenía personas que me querían y me apoyaban incondicionalmente. Mientras las lágrimas seguían cayendo, sentí que una pequeña parte del peso que llevaba sobre mis hombros se aliviaba.
A través del dolor y los recuerdos, encontré un poco de consuelo en los brazos de Isabella y Belén. Y en ese momento, supe que, a pesar de todo, tenía la fuerza para seguir adelante. No solo por mí, sino por ellas, y por la promesa de un futuro mejor, lejos de la sombra de Sofía.
Seguíamos viendo la película, y pronto Isabella se quedó dormida apoyada en mi hombro. La miré con cariño, sintiendo una oleada de amor y gratitud por tenerla a mi lado. Con delicadeza, apoyé mi cabeza sobre la suya, disfrutando de la tranquilidad del momento.
Ver a Isabella dormir me hizo recordar el día en que llegó a nuestras vidas. Fue un día lleno de emociones encontradas, cuando Sofía y yo decidimos adoptarla juntos con Ángela. Isabella tenía apenas dos años, y desde el primer momento supe que sería una parte fundamental de nuestra familia.
Recuerdo claramente cómo llegó a nuestra casa, con sus ojos curiosos y su sonrisa tímida. Era pequeña y vulnerable, pero también radiante de inocencia y esperanza. Desde ese día, mi amor por ella creció cada vez más, y verla crecer y desarrollarse en una persona maravillosa me llenaba de orgullo y alegría.
Ahora, con once años, Isabella seguía siendo mi luz, mi razón para seguir adelante. A pesar de los desafíos que habíamos enfrentado como familia, ella siempre había sido mi fuente de fuerza y motivación. Sentir su calidez mientras dormía pacíficamente en mi hombro me recordaba lo afortunada que era de tenerla en mi vida.
Sonreí mientras acariciaba su cabello suavemente. En ese momento, en la quietud de la noche, me sentí llena de gratitud por el vínculo profundo que compartíamos. Sabía que, pase lo que pase, estaríamos juntas superando cualquier obstáculo que el destino nos presentara.
Así que me quedé allí, disfrutando de la paz y el amor que emanaba de Isabella mientras dormía, agradecida por cada momento que teníamos juntas, y prometiéndome a mí misma hacer todo lo posible para protegerla y amarla siempre.
Belén pausó la película y se levantó para ayudarme a llevar a Isabella a su habitación. Juntas la acostamos con cuidado en la cama y la tapamos con una manta ligera. Isabella se movió un poco al sentir el cambio, pero pronto volvió a dormirse profundamente.
Regresamos a la sala en silencio, ambas con una sensación de paz después de asegurarnos de que Isabella estuviera cómoda y segura en su sueño. Aunque aún era temprano, nos sorprendió ver la hora en el reloj de la pared: casi era de noche.
Nos sentamos juntas en el sofá y Belén rompió el silencio con una pregunta que flotaba en el aire: "¿Cómo se nos pasó el día tan rápido?"
Sonreí, pensativa, mientras pensaba en lo rápido que había pasado el tiempo desde que empezamos a ver la película.
Nos quedamos en silencio por un momento, contemplando la tranquilidad que llenaba la habitación. Aunque el día se había deslizado sin que nos diéramos cuenta, estaba agradecida por este momento de serenidad compartida con Belén. La calidez de su presencia era reconfortante, como un faro en medio de las incertidumbres que enfrentábamos.
En ese instante, supe que estos momentos sencillos, cuidando a Isabella y compartiendo conversaciones tranquilas con Belén, eran los que realmente importaban en nuestras vidas. Aunque el futuro seguía siendo incierto, encontraríamos la fuerza y el consuelo necesarios en nuestra amistad y en el amor que nos unía como familia, pase lo que pase.
Me acerqué a Belén con seriedad en la sala de estar, asegurándome de que nadie más pudiera escuchar nuestra conversación. "Belén, necesito hablar contigo", le susurré, y ella asintió, levantándose para seguirme a un lugar más apartado.
"Se acerca un evento en la escuela de Isabella", comencé con cautela. "Sofía y Lisbeth también estarán presentes". Vi cómo Belén fruncía el ceño, captando de inmediato la complejidad de la situación que se avecinaba.
"¿Qué propones que hagamos?" preguntó Belén, su preocupación reflejada en sus ojos mientras buscaba una solución.
Suspiré, pensando cuidadosamente antes de responder. "Creo que deberíamos considerar actuar como pareja nuevamente, al menos durante el evento", dije despacio. "No quiero que Isabella se sienta incómoda, y fingir esto podría evitar problemas innecesarios".
Belén asintió lentamente, procesando mis palabras mientras evaluaba nuestras opciones. "Está bien", dijo finalmente, su voz firme. "Pero... ¿crees que deberíamos dar un beso? Para que parezca más auténtico".
Reflexioné unos instantes, sopesando la idea con serenidad antes de responder. "Podríamos acordar que, si es absolutamente necesario mantener la apariencia, podríamos darnos un pequeño beso. Solo si no hay otra opción y solo durante el evento", propuse.
Belén asintió de nuevo, mostrando alivio al tener una estrategia definida. "De acuerdo", dijo con determinación. "Solo si es necesario".
Con el acuerdo hecho, regresamos a la sala, preparadas para enfrentar el evento escolar y las potenciales complicaciones que podrían surgir con la presencia de Sofía y Lisbeth.
Narrador.
Alejandra se acercó a Belén con seriedad en la sala de estar, asegurándose de que nadie más pudiera escuchar su conversación.
"Belén, necesito hablar contigo", susurró, llevándola a un rincón más apartado. Belén asintió, preocupada por la seriedad en el rostro de Alejandra.
"Se acerca un evento en la escuela de Isabella", comenzó Alejandra en tono cauteloso. "Sofía y Lisbeth también estarán allí". Belén frunció el ceño, entendiendo la complejidad de la situación.
"¿Qué propones que hagamos?" preguntó Belén, preocupada por cómo manejarían la situación.
Alejandra suspiró, pensativa. "Creo que deberíamos considerar actuar como pareja nuevamente, al menos durante el evento. No quiero que Isabella se sienta incómoda, y esto evitará problemas innecesarios".
Belén asintió lentamente, evaluando las opciones. "Está bien", dijo finalmente. "Pero... ¿qué tal si establecemos algunas reglas para asegurarnos de que todo sea claro y cómodo para nosotras?"
Alejandra asintió, agradecida por la sugerencia. "Por supuesto, creo que eso sería sensato. Aquí van algunas reglas que podríamos considerar":
1. No mezclar sentimientos verdaderos con la situación simulada, a menos que tengamos que hacer reír a Isabella y sus amigos.
2. Limitar los gestos de cariño públicos a algo discreto y breve, como un saludo amistoso o un abrazo casual.
3. Evitar cualquier interacción íntima que pueda malinterpretarse, a menos que sea para demostrar nuestro talento para el drama.
4. Mantener la comunicación clara y directa sobre nuestros roles, para evitar confusiones innecesarias.
5. No planear citas o eventos románticos juntas, a menos que sea para entretener a Isabella con una divertida actuación.
Con el acuerdo hecho y las reglas establecidas, ambas regresaron a la sala, preparadas para enfrentar el evento escolar y las complicaciones que podrían surgir con la presencia de Sofía
Sofía estaba en su casa, sumida en la tristeza al enterarse de que Alejandra había seguido adelante con otra persona. Las lágrimas le corrían por las mejillas mientras reflexionaba sobre la situación. Se culpaba a sí misma por haber dejado que Alejandra se alejara sin luchar, por no haber suplicado ni haber hecho más por mantener su relación. La sensación de pérdida y arrepentimiento la invadía, preguntándose si podría haber hecho algo diferente para evitar llegar a este punto.
Sofía, abrumada por la tristeza y el dolor de haber perdido a Alejandra, se levantó de la silla con los ojos enrojecidos y la mente nublada. Decidió buscar distracción en su casa, buscando algo que pudiera ayudarla a olvidar por un momento. Al abrir un armario, encontró el frasco de pastillas que Lizbeth había dejado .
Las manos de Sofía temblaban mientras tomaba el frasco y leía la etiqueta con indiferencia. Sabía que no era la solución a su dolor, pero en ese momento, solo quería apaciguar la tormenta de emociones que la atormentaba. Sin pensarlo demasiado, sacó dos pastillas y las tragó con un sorbo de agua, sintiendo cómo la amargura se deslizaba por su garganta.
Pasaron unos minutos y los efectos de las pastillas comenzaron a hacerse sentir. Sofía se recostó en el sofá, cerrando los ojos mientras la tranquilidad artificial se apoderaba de su cuerpo. La tristeza y la desesperanza se desvanecieron temporalmente, reemplazadas por una sensación de entumecimiento emocional. Pero bajo la superficie, el dolor seguía latente, recordándole que no podía escapar de sus emociones tan fácilmente.
------
Holaaa
Cómo están.
Que opinan de la Sofía ahora que probó algo nuevo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro