Ale...perdon
Holaaaaa.
Vamos con todo.
Créditos por ideas a: arctics_soul.
Aclaro que les conviene escuchar la canción que está arriba porque tiene un adelanto IMPORTANTÍSIMO.
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Pov Isabella.
el sofá de la sala de estar de Alex, sintiendo la suave textura de la manta sobre nuestras piernas mientras la luz tenue de la pantalla iluminaba la habitación. Pero para ser honesta, no estaba prestando mucha atención a la película que habíamos puesto. Mi mente, mi corazón, todo mi ser estaba concentrado en Alex, en su cercanía, en la forma en que sus dedos entrelazaban los míos con suavidad y en la calidez que irradiaba de su cuerpo.
Habíamos decidido adelantar nuestra noche de novias, para darle un poco de espacio a mamá Ale y Sofía. Sabía que ellas tenían cosas que hablar y necesitaban tiempo para resolverlo, así que estar aquí con Alex me hacía sentir más tranquila. Pero, más que cualquier cosa, me hacía sentir feliz.
Giré mi cabeza hacia Alex, que estaba sonriendo tímidamente mientras sus ojos brillaban con un amor que me derretía. Ella tenía esa sonrisa traviesa, esa que me hacía sentir como si fuera la persona más importante del mundo. Sin pensarlo, me acerqué un poco más y, sin decir una palabra, la besé.
El beso era suave, dulce, lleno de la promesa de algo nuevo y emocionante. Alex respondió con la misma ternura, como si este momento fuera algo que había esperado desde siempre. Nuestras manos seguían entrelazadas mientras nuestras bocas se movían al unísono, y el mundo exterior parecía desvanecerse, dejando solo este pequeño espacio donde existíamos solo nosotras dos.
Nos separamos solo un poco, nuestras frentes aún juntas, respirando entrecortadamente mientras el brillo de la pantalla nos bañaba con una luz suave. “Te amo, Isabella,” susurró Alex, sus palabras envolviéndome como una manta cálida.
Mi corazón dio un vuelco y sonreí, sin poder evitar la felicidad que me invadía. “Yo también te amo, Alex. Mucho.”
Volvimos a besarnos, más intensamente esta vez, pero siempre con esa mezcla de dulzura e inocencia que solo podíamos compartir nosotras dos. Los besos no eran más que nuestra manera de decirnos todo lo que nuestras palabras no podían expresar, y cada vez que nos separábamos, solo queríamos volver a acercarnos.
A veces, alguna escena de la película captaba nuestra atención por unos segundos, pero enseguida volvíamos a lo que realmente importaba: estar juntas, aquí y ahora. Nuestros cuerpos se acercaban más, nuestras manos recorriendo suavemente el rostro de la otra, como si quisiéramos memorizar cada detalle, cada sensación.
“No puedo creer que seas mi novia,” dije en un susurro, todavía sorprendida por cómo había cambiado todo tan rápido, pero también muy feliz por ello.
Alex sonrió y me dio un pequeño beso en la nariz. “Pues créelo, porque no pienso irme a ningún lado.”
Nos reímos suavemente, y aunque la película seguía corriendo en el fondo, ninguna de las dos parecía realmente interesada en lo que pasaba en la pantalla. Lo único que importaba era que estábamos juntas, que este momento era solo nuestro, y que teníamos todo el tiempo del mundo para seguir descubriendo lo que significaba ser novias.
Mientras seguíamos besándonos, no pude evitar pensar en cuánto había cambiado mi vida desde que conocí a Alex. Y ahora, aquí estábamos, empezando este nuevo capítulo juntas. La película podía esperar; nosotras teníamos toda una vida por delante para seguir escribiendo nuestra historia.
Mientras la película continuaba, la protagonista en la pantalla hizo algo que de inmediato captó nuestra atención: dejó un chupón en el cuello de su novio. Aunque ninguna de las dos lo dijo en ese momento, ambas sentimos la misma chispa de curiosidad y un poquito de travesura recorriéndonos el cuerpo.
Me giré un poco para mirar a Alex, y pude ver que ella estaba pensando exactamente lo mismo que yo. Había algo en su sonrisa, en la forma en que sus ojos brillaban con esa mezcla de diversión y picardía. Mi corazón latió un poco más rápido, y no pude evitar morderme el labio, pensando en cómo se sentiría si Alex hiciera lo mismo conmigo.
Alex se inclinó un poco más cerca, sus labios tan cerca de mi oído que podía sentir su respiración cálida en mi piel. "Creo que deberíamos intentarlo," murmuró, su voz suave pero cargada de emoción.
Sentí un cosquilleo recorrerme la columna. Antes de que pudiera responder, Alex tomó la iniciativa, como siempre lo hacía. "Déjame hacerlo primero," dijo con una sonrisa traviesa, y antes de que pudiera decir nada, ya se estaba acercando a mi cuello.
Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación. Alex apoyó sus labios suavemente en mi piel, y el toque fue tan delicado que me estremecí. Luego, con más firmeza, empezó a succionar suavemente, y no pude evitar soltar un pequeño suspiro. La sensación era nueva, un poco extraña pero increíblemente emocionante. Podía sentir el calor de su boca contra mi cuello, y la intensidad de su succión me hizo hundir los dedos en la manta que cubría nuestras piernas.
"Alex…" susurré, pero no podía terminar la frase. No quería que se detuviera.
Ella se separó un poco, admirando su trabajo con una sonrisa satisfecha en su rostro. "Perfecto," dijo con un guiño, y no pude evitar reírme, a pesar del cosquilleo que todavía sentía en la piel.
"Eso fue… diferente," admití, tocando ligeramente la marca que seguramente se estaba formando en mi cuello. La idea de llevar un recordatorio de este momento me hacía sentir una mezcla de emociones que no podía describir del todo.
"¿Te gustó?" Alex preguntó, y su voz tenía un tono de orgullo que me hizo sonreír.
"Me encantó," respondí sinceramente, y no pude evitar inclinarme hacia ella para darle un beso rápido en los labios.
Luego nos acomodamos de nuevo en el sofá, pero no pude evitar tocar el chupón en mi cuello de vez en cuando, una sonrisa tonta en mi rostro. Era nuestro pequeño secreto, algo que compartíamos solo nosotras dos. Y mientras la película seguía su curso.
Sentí la calidez en mi cuello donde Alex había dejado su marca, y una sonrisa juguetona se asomó en mis labios. "Ahora es mi turno," dije, mordiéndome el labio mientras la miraba con picardía.
Alex levantó una ceja, divertida. "¿Crees que puedes hacerlo mejor que yo?" me desafió, con esa chispa en sus ojos que tanto me gustaba.
"Ya lo veremos," le respondí, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. Me acerqué a ella, tomando su mano y girándola suavemente para tener acceso a su cuello. Sabía exactamente dónde quería dejar mi marca.
Con cuidado, acerqué mis labios a su piel, justo en el lugar más suave de su cuello. Sentí su respiración volverse más profunda mientras comenzaba a succionar suavemente. Al principio, fui despacio, saboreando el momento y disfrutando de la reacción de Alex, que suspiraba con cada movimiento.
"¿Te duele?" le susurré, deteniéndome un segundo para asegurarme de que todo estaba bien.
"No, para nada," respondió ella en un susurro, su voz cargada de suavidad. "Sigue..."
Sonreí contra su piel y apliqué un poco más de presión, dejando un chupón perfecto en su cuello. Pero no quería detenerme ahí. Moví mis labios hacia su oreja, notando cómo su piel se estremecía bajo mi tacto. Con delicadeza, comencé a succionar justo detrás de su oreja, un lugar más íntimo y personal.
Alex soltó un pequeño gemido, y su mano se aferró a mi brazo, lo que me hizo saber que estaba disfrutando. Terminé el chupón detrás de su oreja con un suave beso, antes de apartarme y admirar mi trabajo.
"Ahora sí, estamos a mano," dije, tocando suavemente las marcas que le había dejado.
Alex se llevó una mano al cuello, tocando la primera marca, y luego rozó la piel detrás de su oreja, donde sentía la segunda. Me miró con una sonrisa satisfecha. "Nada mal, Isa. Nada mal." Se inclinó hacia mí y me dio un beso en la frente, lo que me hizo sentir aún más cerca de ella.
Nos quedamos un momento en silencio, disfrutando de la cercanía, antes de que ella murmurara: "Me encanta que podamos hacer estas cosas juntas."
"Y a mí me encanta estar contigo," le respondí, sintiendo una calidez en mi pecho. No era solo el placer de los chupones; era la seguridad de que no importaba qué, siempre tendría a Alex a mi lado.
Cuando la película terminó, nos levantamos del sofá y nos dirigimos al espejo que colgaba en la pared. Nos miramos con curiosidad, queriendo ver el resultado de nuestro pequeño juego. Mis ojos se dirigieron primero a mi cuello, donde el chupón de Alex se había formado. Era una marca oscura, con un tono rojizo intenso en el centro y bordeada por un anillo más claro, como si el color se desvaneciera gradualmente hacia mi piel. No pude evitar sonreír al ver la evidencia de su afecto.
Luego miré detrás de mi oreja, inclinando la cabeza un poco para ver mejor. Allí, el chupón era más pequeño pero igual de notable, un pequeño círculo de piel enrojecida que se sentía cálido al tacto. La marca me hizo sonrojar un poco, pero también me sentí feliz de tener algo tan personal entre nosotras.
Alex, por su parte, estaba examinando su propio reflejo. En su cuello, justo donde mis labios habían estado, se veía un chupón similar, con el mismo tono rojizo intenso que destacaba sobre su piel. Detrás de su oreja, el pequeño chupón que le había dejado también estaba comenzando a oscurecerse, formándose lentamente en un símbolo de nuestro momento juntas.
Nos miramos en el espejo y de repente comenzamos a reír, una risa espontánea que llenó la habitación con una sensación de complicidad y alegría. "Nos hemos dejado buenas marcas," comentó Alex, todavía riéndose.
"Sí," respondí, sintiendo el calor subir a mis mejillas. "Ahora todos sabrán lo que estuvimos haciendo."
Nos sentamos en la cama, aún riendo un poco por la situación. Pero entonces Alex dejó de reír y me miró con seriedad. "¿Todo está bien, Isa?" me preguntó, su tono suave y lleno de preocupación.
Sentí que mi risa se desvanecía, y el peso de mis preocupaciones volvió a instalarse en mi pecho. Bajé la mirada, jugando con los pliegues de la sábana entre mis dedos. "No lo sé, Alex," comencé, tratando de encontrar las palabras adecuadas. "Desde la recaída de Sofía, Ale y ella no hablan mucho. Todo ha estado... raro."
Alex frunció el ceño, sus ojos mostrando una mezcla de comprensión y preocupación. "¿Crees que se van a separar?"
Sacudí la cabeza, aunque en mi interior temía que eso fuera posible. "No lo sé," repetí. "Lo único que sé es que Ale está decepcionada. La veo triste todo el tiempo, como si algo en ella se hubiera roto."
Alex se acercó más, tomando mi mano entre las suyas. "Debe ser difícil para ti," dijo, su voz suave y reconfortante. "Verlas así... y sentir que no puedes hacer nada para ayudar."
Asentí, sintiendo mis ojos llenarse de lágrimas. "Quiero que vuelvan a ser felices, Alex. Quiero que todo vuelva a ser como antes, pero no sé cómo."
Alex me apretó la mano con más fuerza, sus ojos fijos en los míos. "No estás sola en esto, Isa. Yo estoy aquí, y siempre voy a estar aquí para apoyarte. Vamos a pasar por esto juntas, ¿vale?"
Una pequeña sonrisa se formó en mis labios, agradecida por su presencia. "Gracias, Alex. Eso significa mucho para mí."
Nos quedamos en silencio por un momento, nuestras manos entrelazadas, compartiendo una conexión que me daba fuerzas para enfrentar lo que viniera. Sabía que, pase lo que pase, mientras tuviera a Alex a mi lado, podría superar cualquier cosa.
Pov Alejandra.
Estaba limpiando el departamento, aunque en realidad solo movía cosas de un lado a otro sin pensar realmente en lo que hacía. Cada vez que pasaba la escoba por el suelo o acomodaba algo fuera de lugar, sentía que el peso de mis pensamientos me aplastaba un poco más. No quería ver a Sofía, no aún. Sabía que si la miraba, me perdería en esos ojos que tantas veces me habían prometido que todo estaría bien, que ella no volvería a recaer. Pero en el fondo, tenía miedo. Miedo de que Sofía me mintiera una vez más.
Belén había salido temprano esta mañana, emocionada por comenzar el rodaje de una nueva película. Le deseé suerte, sonriendo como si todo estuviera bien, como si mi mundo no se estuviera desmoronando por dentro. Pero ahora, con ella fuera, me quedaba sola en el departamento. Sola con mis pensamientos. Sola con el miedo de que Sofía estuviera, en este preciso momento, consumiendo otra vez.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos mientras pensaba en ello, mientras imaginaba a Sofía, en algún lugar oscuro y solitario, con esas malditas drogas en sus manos. No podía soportarlo, el dolor era demasiado. La dejé de lado la escoba y me apoyé contra la pared, sintiendo cómo mis piernas comenzaban a temblar. Me deslicé hacia el suelo, abrazándome las rodillas mientras las lágrimas empezaban a caer, una tras otra, en silencio.
Quería confiar en ella, quería creer que esta vez sería diferente, que de verdad no lo haría más. Pero cada vez que intentaba convencerme, ese pequeño pero persistente miedo volvía a aparecer. ¿Y si Sofía me estaba mintiendo? ¿Y si, mientras yo estaba aquí, llorando y limpiando este maldito departamento, ella estaba destrozando todo lo que habíamos construido juntas?
Hundí la cara entre mis manos, dejando que el llanto me invadiera. No sabía qué hacer, cómo enfrentar todo esto. Quería ser fuerte, quería poder ayudarla, pero también sabía que no podía salvarla si ella no quería salvarse a sí misma.
El departamento estaba en silencio, excepto por mis sollozos ahogados. Sentía un vacío enorme en mi pecho, como si todo lo bueno que había en nuestra relación estuviera desapareciendo, siendo tragado por el miedo y la desconfianza. No quería perderla, no quería que las drogas se llevaran a la mujer que amaba. Pero cada vez era más difícil ver la luz al final del túnel.
Miré alrededor del departamento, viendo todos esos pequeños detalles que compartíamos: las fotos en las paredes, los recuerdos de los momentos felices que habíamos pasado juntas. Todo eso me parecía tan lejano ahora, como si perteneciera a otra vida, una vida donde Sofía no estaba atrapada en esta pesadilla.
"Por favor, Sofía," susurré entre lágrimas, sabiendo que ella no estaba allí para escucharme. "Por favor, no me mientas otra vez. No lo hagas..."
Pero no había respuesta, solo el eco de mis propias palabras resonando en el vacío de nuestro hogar.
Estaba sumida en mis pensamientos, con los ojos todavía húmedos y la garganta apretada, cuando escuché la puerta. Por un instante, el miedo me paralizó, pero luego me obligué a levantarme, a secar rápidamente mis lágrimas con el dorso de la mano antes de ir a abrir. Sabía quién estaba allí, lo sentía en el corazón. Y, efectivamente, al abrir la puerta, allí estaba Sofía.
Estaba parada con un ramo de flores en las manos, su expresión llena de arrepentimiento y angustia. "Ale, por favor..." comenzó a decir, su voz temblando mientras me ofrecía las flores, como si fueran un escudo contra todo el dolor que habíamos acumulado entre nosotras.
No dije nada. No quería hablarle, no quería dejarme llevar por el dolor ni por el miedo de volver a ser lastimada. Solo la miré, con los ojos todavía llenos de lágrimas, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza que me consumía. No podía aceptar ese ramo, no podía aceptar sus disculpas tan fácilmente.
"Ale, por favor, perdóname," continuó, su voz quebrada. "Ya no quiero volver a hacerlo, lo prometo. No puedo soportar la idea de perderte..."
Pero yo seguía llorando. Las lágrimas no se detenían, y mi voz salió rota cuando finalmente le pregunté lo que había estado atormentándome todo este tiempo. "¿Por qué, Sofía? ¿Por qué te drogabas? ¿Qué te llevó a esto otra vez?"
Ella se quedó en silencio por un momento, bajando la mirada como si las palabras se le hubieran atascado en la garganta. Luego, cuando levantó la vista, sus ojos estaban llenos de dolor. "No lo sé, Ale. No lo sé. Pero me arrepiento, te juro que me arrepiento."
"¿Sabes lo que pasó anoche?" le dije, mi voz temblando de ira y desesperación. "Isabella... Isabella se echó la culpa por tu recaída. Pasé más de una hora tratando de convencerla de que no era su culpa, de que nada de esto es culpa suya."
La expresión de Sofía cambió, y pude ver cómo el remordimiento la golpeaba de lleno. Dio un paso adelante, extendiendo una mano hacia mí, pero retrocedí, sin dejar que me tocara. No podía permitírselo, no cuando aún sentía tanto dolor.
"Lo siento, Ale... Lo siento tanto. No debí dejar que llegara a esto. Por favor, dame otra oportunidad. Esta vez no fallaré, te lo juro."
"No puedo seguir creyendo en promesas rotas, Sofía," murmuré, mis lágrimas cayendo más rápido ahora. "No puedo seguir viviendo con este miedo de perderte, de que te alejes de mí de esta manera."
"Pero no te voy a perder, Ale," insistió, su voz desesperada. "Esta vez será diferente. Haré lo que sea necesario para demostrarte que puedo cambiar. Piensa en todo lo que hemos construido juntas, en lo que aún podemos construir. No quiero que todo esto termine aquí."
Me miró con tanta determinación, con tanto amor, que por un momento sentí que mi corazón se derretía. Sofía comenzó a enumerar motivos, razones por las que deberíamos seguir juntas, por qué debería darle otra oportunidad: "Porque te amo más que a nada en este mundo, porque no puedo imaginar mi vida sin ti, porque sé que puedo ser mejor para ti, para Isabella, para nosotras. Porque no quiero que esto acabe, Ale. No puedo dejar que esto acabe."
Mis lágrimas seguían fluyendo, pero ya no sabía si eran de tristeza o de la pequeña chispa de esperanza que se estaba encendiendo en mi corazón. Todavía estaba rota, todavía dolida, pero mientras la escuchaba, mientras veía la sinceridad en sus ojos, sentía que tal vez, solo tal vez, había una posibilidad de que pudiéramos superar esto.
"Por favor, Ale," susurró Sofía, dando un último paso hacia mí, extendiendo sus brazos. "No me dejes. No me dejes ahora."
Me quedé inmóvil, con el corazón latiendo con fuerza, atrapada entre el miedo y el amor. Y en ese momento, supe que tenía que decidir si valía la pena arriesgarme otra vez, si podía encontrar la fuerza para confiar en ella una vez más.
Sofía es la mujer que amo. Y aunque cada fibra de mi ser se retuerce ante la idea de perderla, no puedo dejar que se destruya con las drogas. Pero tampoco quiero autodestruirme a mí misma en el proceso. No sé cómo hemos llegado hasta aquí, al borde de un precipicio, donde cada decisión parece un salto al vacío.
Mientras mis pensamientos giran en torno a esta maraña de emociones, veo cómo las lágrimas comienzan a caer por las mejillas de Sofía. Su fuerza, esa que siempre la ha caracterizado, parece desmoronarse ante mis ojos. Ella, que siempre ha sido tan fuerte, ahora está rota frente a mí.
"Ale, por favor..." su voz es apenas un susurro, cargado de desesperación. Me mira con esos ojos que tanto amo, y por un instante, siento que mi resolución se tambalea. Pero no puedo ceder tan fácilmente, no cuando he visto de lo que son capaces las mentiras y las promesas rotas.
"Solo quiero que no me vuelvas a mentir, Sofía. No me importa lo que pase, no me importa si recaes, solo... solo dímelo. No puedo soportar más mentiras," le digo, mi voz quebrándose con la carga de todo lo que siento.
Sofía me mira, y en ese instante veo la promesa en sus ojos, la promesa de ser honesta, de ser mejor. Y entonces, sin previo aviso, me besa. Es un beso lleno de necesidad, de amor, de arrepentimiento. Un beso que me quita el aliento y al que, pese a todo, no puedo resistirme.
Mis brazos caen, y sin decir una palabra más, la dejo pasar. Sofía entra, y con un movimiento rápido, cierro la puerta detrás de ella, sintiendo cómo el aire a nuestro alrededor cambia. Sin dejar de besarme, deja las flores a un lado, olvidadas en el suelo, y sin previo aviso me empuja suavemente contra la pared.
El choque me deja sin aliento, pero no es por el impacto, sino por la intensidad del momento. Sofía sigue besándome, su cuerpo pegado al mío, y siento cómo su desesperación se convierte en una necesidad ferviente, en un deseo de conectar, de demostrarme sin palabras que lo que siente es real, que no quiere perderme.
Y, por un momento, dejo que todo lo demás desaparezca. Porque en este beso, en este contacto, hay algo más fuerte que el miedo y la duda. Y aunque sé que las cosas no se resolverán con un simple beso, en este instante decido aferrarme a lo que hay entre nosotras, a esa chispa que todavía arde, esperando ser avivada.
Sofía, sin romper el contacto entre nuestras miradas, me levanta con suavidad, como si fuera lo más natural del mundo. Me sostiene firmemente en sus brazos y, en ese momento, siento cómo mi corazón late con fuerza, mezclado con una mezcla de deseo y temor. "¿Estás segura?" me pregunta, su voz cargada de ternura y preocupación.
La respuesta brota de mis labios sin pensarlo demasiado. "Sí," susurro, asintiendo, aunque en el fondo sé que mis dudas no se refieren a esto, sino a todo lo demás que nos rodea. Sin embargo, en este instante, decido que no quiero pensar más. Solo quiero sentirla, a ella, a nosotras.
Sofía me lleva hasta la cama, y con una delicadeza que siempre me sorprende en ella, comienza a desvestirme. Sus manos recorren mi cuerpo, desabotonando mi ropa lentamente, como si quisiera prolongar el momento. Mi piel se eriza con cada contacto, con cada gesto, y por un instante, me olvido de todo lo que nos ha llevado hasta aquí.
Pero justo cuando su boca se acerca a la curva de mi cuello, las palabras escapan de mi boca antes de que pueda detenerlas. "Sofía... no podemos solucionar todo con sexo," le digo, mi voz quebrada por la mezcla de placer y tristeza que me inunda.
Ella se detiene por un momento, su respiración cálida contra mi piel. "Tal vez no," admite en voz baja, pero hay una sonrisa en su tono, una mezcla de desafío y cariño que siempre he amado en ella. "Pero admítelo, Ale... es genial," susurra contra mi oído, antes de besarme justo allí, donde sabe que me hace temblar.
No puedo evitarlo, una risa suave escapa de mis labios, aunque las lágrimas aún amenazan con salir. Porque, en el fondo, Sofía tiene razón. No podemos solucionar todo con sexo, pero en este momento, en medio de tanto caos, aferrarnos a esta conexión física se siente como un refugio, un lugar donde las palabras sobran y solo existimos ella y yo.
Sofía desliza mis brazos hacia arriba, quitándome el top con un movimiento ágil. El aire frío de la habitación choca contra mi piel caliente, y siento cómo mis pezones se endurecen al instante, una reacción automática a su cercanía y al deseo que crece en mi interior. Ella me observa con una intensidad que me deja sin aliento, y cuando sus labios finalmente encuentran uno de mis pechos, no puedo evitar arquear la espalda, buscando más de ese contacto que me hace perder el control.
Sus labios se cierran alrededor de mi pezón, succionando suavemente al principio, luego con más firmeza, mientras su lengua dibuja círculos lentos y deliberados. La sensación es tan intensa que un gemido se escapa de mi garganta, y ella lo toma como una señal para continuar. Su mano libre viaja por mi cuerpo, bajando por mi vientre hasta que encuentra el borde de mi ropa interior. Con un tirón decidido, me la quita, dejándome completamente desnuda ante ella.
Sofía se deshace de su propia ropa con la misma eficiencia, dejándola caer al suelo sin prestar atención. Su cuerpo esculpido y firme se coloca sobre mí, y por un momento, simplemente nos miramos, respirando el mismo aire, compartiendo la misma necesidad.
Lleva dos de sus dedos a mis labios, sus ojos oscuros ardiendo con una mezcla de lujuria y ternura. "Prepáralos bien, preciosa," me dice en un susurro que envuelve todo en una promesa de lo que vendrá después. No es solo lo que dice, es cómo lo dice, el tono bajo y sucio que utiliza, lleno de esos apodos suaves que siempre logran encenderme. Me hace sentir deseada, amada, y en este instante, eso es todo lo que necesito.
Abro la boca y sus dedos entran, deslizando sobre mi lengua mientras los humedezco con mi saliva. Su sabor es familiar, y la sensación de tenerla tan cerca me hace desear aún más. Sofía sigue murmurando contra mi oído, palabras que hacen que mi corazón lata más rápido, llamándome por esos nombres que hacen que todo mi cuerpo responda a ella.
Cuando siente que sus dedos están listos, los retira lentamente de mi boca, con una sonrisa cargada de promesas. "Eso es, Ale... buena chica," susurra antes de bajar su mano por mi cuerpo, dejándome al borde de la desesperación. Entonces, sin más preámbulos, desliza sus dedos hacia mi zona más íntima y me penetra con una habilidad que solo ella posee.
Mi cuerpo se arquea hacia ella, un jadeo fuerte escapa de mis labios mientras sus dedos se mueven dentro de mí, encontrando el ritmo exacto que sabe que me llevará al borde. La mezcla de su tacto, su voz, y la intimidad del momento es abrumadora, y siento cómo mi cuerpo comienza a rendirse por completo a lo que ella me hace sentir.
Sofía empieza a mover sus dedos con una rapidez que me deja sin aliento, entrando y saliendo de mí con una intensidad arrolladora. Cada empuje es firme, decidido, y el sonido húmedo de su mano trabajando dentro de mí llena la habitación, resonando en mis oídos y en mi piel, que arde con cada palabra que sale de su boca.
“Te gusta, ¿verdad, Ale?” murmura Sofía, su voz baja y cargada de deseo. “Eres tan buena para mí… tan caliente y lista para mí. No puedes resistirte cuando te toco así, ¿verdad?” Su tono, sus palabras, todo en ella me hace hervir por dentro. Cada vez que me habla así, una ola de calor desciende por mi vientre, asentándose en mis entrañas, haciéndome desear más, rendirme completamente a su control.
Cuando sus dedos encuentran mi punto G, siento como un rayo atraviesa mi cuerpo, haciéndome arquear la espalda y apretar los dientes para no gemir. Pero es imposible, y cada vez que Sofía presiona ese lugar, un espasmo me sacude, más fuerte que el anterior, hasta que estoy temblando, mi respiración descontrolada, incapaz de pensar en nada más que en la intensidad de lo que ella me está haciendo.
No puedo soportarlo más, y justo cuando estoy a punto de romperme, me corro violentamente en sus dedos. Es un orgasmo tan intenso que apenas puedo respirar, mi cuerpo sacudido por oleadas de placer que parecen no tener fin. Sofía sigue moviendo sus dedos dentro de mí, prolongando mi éxtasis, y cuando finalmente retiro la cabeza hacia atrás, jadeando, ella retira sus dedos con una sonrisa de satisfacción.
Lleva sus dedos a su boca, probando mis jugos con una expresión de deleite en su rostro. “Te ves tan hermosa cuando te corres, Ale,” dice, antes de inclinarse y besarme, permitiéndome saborear un poco de mí misma en sus labios. El beso es lento, profundo, lleno de una pasión que parece consumirnos a ambas.
Pero entonces, cuando pienso que ha terminado, Sofía se agacha frente a mí, sus ojos fijos en los míos mientras se acomoda entre mis piernas. Mi respiración se detiene un segundo cuando comprendo lo que está a punto de hacer.
“Ale,” dice con una sonrisa traviesa, “si haces un solo ruido, voy a parar.”
Mi corazón late con fuerza mientras la observo, sabiendo que esto será una prueba de fuego. Sofía baja lentamente su cabeza, sus labios rozando la piel sensible de mi muslo antes de descender hacia mi centro. Cuando finalmente me alcanza, su lengua traza un camino ardiente sobre mi clítoris, y tengo que morderme el labio para no gemir.
Sofía continúa, su lengua moviéndose con una habilidad que me hace perder la razón. Cada vez que siento que un gemido está a punto de escaparse, aprieto los dientes, luchando por mantenerme en silencio, sabiendo que si emito un solo sonido, ella se detendrá. Es una tortura dulce, un juego que ambos sabemos que podría llevarme al borde del abismo.
Mi cuerpo se tensa, mis músculos temblando con el esfuerzo de mantenerme callada mientras Sofía me lleva más y más cerca del borde. Finalmente, cuando no puedo soportarlo más, siento otro orgasmo acercarse, más fuerte que el anterior, y hago todo lo posible por mantenerme en silencio, mis ojos cerrados con fuerza mientras me dejo llevar por la ola de placer.
Finalmente, Sofía me permite soltarme, y cuando lo hago, la ola de placer me envuelve por completo, sacudiendo todo mi cuerpo. Apenas puedo respirar cuando finalmente me relajo, y Sofía se incorpora, una sonrisa satisfecha en su rostro mientras se inclina para besarme una vez más.
“Lo hiciste bien, Ale,” murmura contra mis labios, “pero sabes que esto no soluciona todo. Sin embargo, te encanta, ¿verdad?”
No puedo evitar asentir, mi cuerpo aún temblando por el placer que Sofía me ha dado. Aunque sé que tenemos problemas por resolver, en este momento, todo lo que quiero es seguir en sus brazos, olvidando el mundo exterior por un rato más.
Así pasamos las siguientes cuatro horas....
Sofía cayó rendida a mi lado, agotada pero satisfecha. La habitación estaba en silencio, interrumpido solo por nuestras respiraciones entrecortadas. Ella se acomodó sobre mí como un koala, aferrándose a mi cuerpo mientras yo también me recuperaba de la intensidad que acabábamos de experimentar.
“Prometo que no volveré a drogarme,” dijo Sofía con voz suave, casi susurrante. La calidez de su cuerpo contra el mío me daba una extraña sensación de paz, pero también de preocupación. Aunque me decía que no lo haría, no podía evitar sentir una profunda inquietud. Sus palabras eran tranquilizadoras, pero había una ansiedad subyacente que no podía ignorar.
“A veces siento ansiedad,” continuó, su voz temblando un poco mientras me hablaba, “y siento que solo las drogas pueden calmarme. No quiero morir por una sobredosis, me da mucho miedo…”
Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras la escuchaba. Sofía siempre había sido fuerte, pero en ese momento, la vulnerabilidad en su voz y su confesión me rompieron el corazón. “¿Qué es lo que te da tanto miedo?” le pregunté, acariciando su cabello con ternura.
Ella casi empieza a llorar mientras me respondía, “Es la muerte, Ale. Me asusta mucho pensar que podría morir por esto. A veces siento que estoy al borde y que las drogas son lo único que me ayudan a calmar esa desesperación.”
Tomé un profundo respiro, intentando procesar lo que acababa de decir. “Entonces, Sofía,” le dije con firmeza y cariño, “tienes que parar. Tienes que ir a terapia, a rehabilitación. Hay ayuda disponible, y no estás sola en esto. Te amo y no quiero perderte.”
Sofía me miró con ojos llenos de lágrimas y asintió lentamente. “Lo sé, pero… me da miedo, Ale. No sé si podré hacerlo sola.”
“No tienes que hacerlo sola,” le aseguré, abrazándola con fuerza. “Yo estoy aquí contigo. Vamos a encontrar ayuda, vamos a superar esto juntas. Lo prometo.”
Sofía me abrazó más fuerte, sus lágrimas mojando mi pecho mientras se dejaba llevar por la emoción. “Gracias, Ale. No sé qué haría sin ti.”
“Lo haremos juntas,” le respondí, sintiendo una mezcla de alivio y determinación. “Vamos a encontrar la manera de superar esto. Te amo más de lo que puedes imaginar, y no voy a dejarte enfrentar esto sola.”
Mientras Sofía se aferraba a mí, supe que este sería un desafío largo y difícil, pero estaba decidida a hacer todo lo que estuviera en mis manos para ayudarla a encontrar el camino hacia la recuperación. La noche estaba tranquila, pero el trabajo que teníamos por delante era inmenso. Sin embargo, en ese momento, todo lo que podía hacer era sostenerla y darle el apoyo que tanto necesitaba.
Sofía me miró con una mezcla de desesperación y amor en sus ojos, y a pesar de lo sombría que era la situación, no pude evitar reír entre lágrimas. El sonido de mi risa sorprendió a Sofía, y cuando nuestras miradas se encontraron, ella también sonrió, aunque con los ojos aún llenos de lágrimas.
Nos acercamos, y nuestros labios se encontraron en un beso suave, cargado de emociones. Era un beso que hablaba de dolor, de miedo, pero también de amor y esperanza. Sentí el calor de sus labios en los míos, y de alguna manera, por un breve momento, todo el miedo y la ansiedad se desvanecieron.
Sofía, aún sin romper el beso, se movió lentamente sobre mí, colocándose entre mis piernas. Sentí su piel cálida contra la mía, su cuerpo tan cerca que era como si nuestros corazones latieran al unísono. Con suavidad, comenzó un vaivén lento, moviéndose despacio, casi con reverencia, como si quisiera grabar cada segundo de este momento en nuestras memorias.
“Te amo tanto, Ale,” susurró Sofía contra mis labios mientras continuaba moviéndose, su voz quebrándose por la emoción. Cada palabra que decía parecía penetrar directamente en mi corazón, llenándome de una calidez que no había sentido en mucho tiempo. No pude evitar que unas lágrimas más cayeran por mis mejillas, pero esta vez eran de amor puro y profundo.
La sensación de Sofía moviéndose dentro de mí era abrumadora, cada roce enviaba ondas de placer que se mezclaban con el torrente de emociones que corría por mis venas. Su vaivén era lento, cuidadoso, como si estuviera tratando de sanar nuestras heridas con cada movimiento.
El calor en mi cuerpo empezó a intensificarse, una presión creciente que se acumulaba en mi interior con cada suave embestida de Sofía. Cada vez que susurraba cuánto me amaba, sentía que mi corazón se derretía un poco más, hasta que todo mi ser se enfocó en la intensidad del momento.
Sentí cómo mi cuerpo comenzaba a tensarse, cada músculo en mi abdomen contrayéndose mientras el placer se acumulaba, envolviéndome en una ola de sensaciones que se volvían más y más intensas. Sofía me sostuvo con fuerza, sus movimientos manteniendo ese ritmo lento y constante que me estaba llevando al borde del abismo.
Cuando finalmente alcancé el clímax, fue como si todo el dolor y el miedo se desvanecieran en un instante. Sentí una explosión de placer que recorrió mi cuerpo, haciendo que me aferrara a Sofía con todas mis fuerzas, mis manos buscando su espalda mientras me arqueaba hacia ella. Cada espasmo era una liberación, una catarsis, y no pude evitar dejar escapar un gemido ahogado mientras me corría, sintiendo cómo todo mi ser se entregaba completamente a Sofía.
Sofía no detuvo sus movimientos, manteniendo ese vaivén suave mientras mi cuerpo temblaba debajo del suyo. Saboreé cada segundo de esa sensación, cada espasmo que recorrió mi cuerpo mientras sentía cómo todo mi ser se conectaba con el suyo de una manera tan profunda y significativa.
Cuando finalmente el placer comenzó a desvanecerse, Sofía se detuvo y me besó con ternura, sus labios suaves y reconfortantes contra los míos. Sentí sus manos acariciando mi cabello, susurrando palabras de amor y promesas que me hacían sentir segura, amada, y lo más importante, que no estábamos solas en esto. Estábamos juntas, y lo superaríamos, sin importar lo que el futuro nos deparara.
Mientras nuestros cuerpos estaban entrelazados, el ritmo pausado de nuestras respiraciones comenzó a sincronizarse, pero el deseo en el ambiente no había desaparecido. Mis manos temblorosas recorrían la espalda de Sofía, sintiendo la tensión en sus músculos, y sabía que algo más estaba por venir.
Con una sonrisa traviesa, Sofía me miró a los ojos y, sin decir una palabra, deslizó su mano hacia abajo, entre mis piernas, donde sabía que yo la esperaba. La familiaridad con la que sus dedos encontraron su camino dentro de mí me hizo jadear suavemente, mi cuerpo reaccionando al instante. Con cada movimiento, sentía la creciente tensión en mi abdomen, una mezcla de placer y anticipación que crecía más fuerte con cada segundo que pasaba.
“Eres mía, Ale,” murmuró Sofía en mi oído, su voz baja y ronca, mientras sus dedos comenzaban a moverse con mayor rapidez. Su ritmo aumentaba, cada embestida me llevaba más cerca del borde, haciendo que mi respiración se volviera errática.
Las palabras sucias que Sofía susurraba en mi oído solo añadían combustible al fuego que ardía dentro de mí. “Te sientes tan bien, tan húmeda... Sabes que esto es lo que querías, ¿verdad?”
No pude responder, mis labios se entreabrían con gemidos incontrolables, mi cuerpo ya no me pertenecía. Cada palabra suya me hacía sentir más caliente, más cerca del clímax. Mis manos se aferraron a las sábanas, y mis caderas comenzaron a moverse al compás de sus dedos, buscando ese punto que me haría perder la razón.
Y entonces lo encontró. Sentí un espasmo recorrer todo mi cuerpo cuando sus dedos tocaron ese lugar profundo dentro de mí, el epicentro de todo mi placer. Mis piernas temblaron, mis manos se crisparon en las sábanas, y mi cuerpo entero se arqueó bajo el peso de la oleada de placer que me invadía.
El clímax llegó como una explosión, y no pude evitarlo, un grito ahogado salió de mis labios mientras me corría intensamente. Sentí cómo los músculos de mi interior se contraían alrededor de los dedos de Sofía, un torrente cálido escapando de mí, cubriendo su mano y las sábanas debajo. Era como si mi cuerpo estuviera derramando toda la tensión acumulada en un solo momento, un alivio que me dejó jadeando, completamente entregada a ella.
Sofía no perdió un segundo, retiró sus dedos lentamente, casi con reverencia, y los observó, cubiertos por mi esencia. La lujuria en sus ojos era evidente mientras los llevaba a su boca, lamiendo con cuidado cada rastro de mí de su piel, saboreándome con una expresión de satisfacción profunda.
Después de eso, me besó con la misma pasión, sus labios presionando los míos, compartiendo ese sabor, esa conexión que solo ella y yo conocíamos. El beso fue un recordatorio de lo que compartíamos, un lazo que nos unía más allá de lo físico.
Pero Sofía aún no había terminado. Sin romper el contacto visual, se deslizó lentamente hacia abajo, sus labios dejando un rastro de besos en mi piel mientras se acercaba a mi entrepierna. “Ahora, Ale, quiero darte algo más… Pero si haces un solo ruido, pararé,” susurró con un tono juguetón.
Apenas pude asentir, mi cuerpo todavía temblando por el orgasmo anterior. Cuando sus labios finalmente llegaron a mi centro, sentí su lengua recorrerme con una suavidad que me hizo contener la respiración, tratando desesperadamente de no hacer ruido, aunque mi cuerpo me traicionaba con pequeños espasmos de placer. Sabía que ella estaba en control, y no quería que se detuviera.
Cada movimiento de su lengua era una tentación, una provocación, y mientras ella me llevaba al borde una vez más, supe que estaba completamente perdida en ella. No había nada más en el mundo que importara en ese momento, solo Sofía y yo, juntas en este acto de amor y redención.
Sofía estaba concentrada en su tarea, sus labios y lengua se movían con precisión sobre mi centro, cada caricia enviando oleadas de placer a través de mi cuerpo. No podía evitarlo; un grito escapó de mis labios, incontrolable, mientras la intensidad del momento aumentaba. Sentí a Sofía detenerse por un segundo, susurrando con un tono de advertencia, “No hagas ruido, Ale, o tendré que parar.”
Pero a pesar de sus palabras, no podía contenerme. Cada vez que Sofía tocaba mis pechos, acariciándolos y pellizcando suavemente mis pezones, el placer era demasiado intenso, demasiado abrumador. Mi cuerpo respondía instintivamente, buscando más, queriendo más.
Sin embargo, Sofía, fiel a su palabra, se detuvo. Levantó la cabeza y me miró con una mezcla de deseo y firmeza en sus ojos. “Te dije que no hicieras ruido,” dijo, su voz baja pero cargada de autoridad. “Ahora tendrás que rogarme, Ale.”
Me quedé allí, jadeando, mi cuerpo temblando de la necesidad que Sofía había despertado en mí. Pero ella simplemente se quedó inmóvil, su mirada fija en la mía, esperando.
"Sofía, por favor," supliqué, mi voz llena de desesperación. "No pares, por favor."
"¿Por qué debería continuar?" preguntó, arqueando una ceja. "Si no puedes seguir las reglas, Ale, tal vez no te merezcas este placer."
Me mordí el labio, mis pensamientos nublados por el deseo. "Lo siento," dije finalmente, sabiendo que Sofía no cedería fácilmente. "Por favor, no pares. Haré lo que quieras, solo... no pares."
Una sonrisa de triunfo apareció en el rostro de Sofía, y ella volvió a bajar la cabeza, retomando donde había dejado, pero esta vez con un nuevo propósito. Sus manos volvieron a mis pechos, acariciándolos y apretándolos con más insistencia, mientras su lengua se movía con más rapidez y precisión.
El placer era tan intenso que sentía que iba a perder la cabeza. Pero esta vez, me esforcé por mantenerme en silencio, mordiendo la almohada para ahogar los gemidos que amenazaban con escapar.
Finalmente, sentí que el orgasmo se acercaba, una oleada que comenzaba a formarse desde lo más profundo de mi ser. Mi cuerpo se tensó y, justo cuando estuve a punto de gritar, recordé las palabras de Sofía y me obligué a mantenerme en silencio.
El clímax llegó con una fuerza que me dejó sin aliento. Sentí cómo mi cuerpo se estremecía, cómo cada músculo se contraía, y un torrente de placer se desató en mi interior. No pude evitarlo, solté un gemido sofocado mientras me corría, sintiendo cómo el calor y la humedad brotaban de mí, cubriendo los labios y la lengua de Sofía.
Ella levantó la cabeza, sus labios brillando por el líquido que acababa de salir de mí. Me miró con una sonrisa de satisfacción antes de inclinarse y besarme, dejando que probara mi propio sabor en sus labios.
Sofía volvió a mirarme, su sonrisa llena de satisfacción, pero aún con una chispa de autoridad en sus ojos. "Eso estuvo mucho mejor, Ale," murmuró antes de volver a besarme con pasión.
Sofía me besó con una ternura que contrastaba con la intensidad de lo que acababa de suceder. Sentí sus labios suaves sobre los míos, y lentamente el temblor en mis piernas comenzó a ceder. Mis músculos estaban tensos, aún vibrando de la oleada de placer que acababa de atravesar mi cuerpo, pero el beso de Sofía fue como un bálsamo que me devolvía la calma.
Sofía se separó apenas lo suficiente para mirarme a los ojos, su respiración aún agitada. “No te preocupes, Ale,” dijo con una sonrisa suave, su voz llena de comprensión. “Lo hiciste increíble. No pasa nada.”
Yo asentí, sintiéndome un poco avergonzada. “Lo siento por gritar,” murmuré, mi voz un poco temblorosa, todavía recuperándome.
Ella me acarició el rostro con ternura, su pulgar pasando suavemente por mi mejilla. “No tienes que disculparte, amor,” me dijo, sus palabras reconfortándome. “Me encanta verte así, y sabes que no podría enojarme por eso.”
Nos quedamos así un momento, abrazadas, mientras mi respiración y el temblor en mis piernas volvían a la normalidad. La calidez de su cuerpo contra el mío, la suavidad de sus caricias, todo me hacía sentir segura y amada. Por un momento, todo lo demás desapareció, y solo quedamos Sofía y yo, juntas en ese instante.
Entonces, con una sonrisa juguetona y aún con el sabor del beso de Sofía en mis labios, me subí sobre ella, sintiendo su cuerpo cálido bajo el mío. La sensación de tener el control esta vez me llenaba de una nueva energía, y la mirada expectante de Sofía solo lo hacía más excitante.
“Ahora es mi turno,” le dije con una voz que intenté mantener firme, aunque mi corazón latía con fuerza. No estaba dispuesta a dejar que ella tuviera la última palabra esta vez.
Sofía me sonrió, una mezcla de desafío y deseo brillando en sus ojos. Se mordió el labio, claramente disfrutando del cambio de roles. “Estoy lista para lo que tengas en mente,” respondió, su voz ronca y llena de anticipación.
Me incliné hacia ella, besándola profundamente, mientras mis manos recorrían su cuerpo. La besé con una intensidad que sentí que nos consumía a ambas, y poco a poco, fui descendiendo por su cuello, su pecho, hasta llegar a sus caderas. Cada beso, cada caricia, estaba cargado de la misma pasión que ella me había mostrado antes, pero ahora yo era quien marcaba el ritmo.
Sofía jadeaba bajo mis atenciones, sus manos aferrándose a las sábanas mientras yo exploraba su cuerpo con mis labios y manos, dispuesta a hacerla sentir tanto o más que lo que ella me había hecho sentir a mí. La sensación de tenerla bajo mi control, de ser la que provocaba esos suspiros y gemidos en ella, era embriagadora. Estaba decidida a devolverle cada momento de placer que me había dado.
Sería una larga noche....
Pov Isabella.
Estaba pasando una de esas tardes perfectas con Alex, una de esas donde el tiempo parece detenerse y todo lo que importa es el ahora. Estábamos en su cuarto, riéndonos de alguna tontería mientras nuestras manos se entrelazaban, y en medio de un beso suave, me dejé llevar por la tranquilidad del momento. Todo era perfecto.
De repente, mi celular vibró en el bolsillo de mi pantalón. Pensé en ignorarlo, pero la vibración no cesaba, así que lo saqué y vi un mensaje de un número desconocido. Fruncí el ceño, un poco confundida, pero no pensé mucho en ello al principio. Lo abrí, solo para encontrar un mensaje que me hizo detenerme en seco:
“¿Ya sabes quién provocó tu accidente?”
Sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral. ¿Qué significaba eso? ¿Qué accidente? Mis manos empezaron a temblar ligeramente, pero traté de no mostrarlo. Apagué el celular, intentando olvidarlo y volviendo a los besos de Alex, que ahora bajaban lentamente hacia mi cuello. Sentí sus labios suaves contra mi piel, y por un momento, intenté concentrarme en eso, en el calor y la cercanía. Pero la inquietud seguía allí, como un zumbido persistente en el fondo de mi mente.
Entonces, mi celular vibró nuevamente, interrumpiendo el momento otra vez. Con el corazón acelerado, lo desbloqueé para ver otro mensaje del mismo número. Mi respiración se aceleró, y esta vez, no pude ignorarlo. Saqué capturas de pantalla rápidamente y se las envié a Ale, sin saber qué otra cosa hacer. El miedo estaba empezando a tomar el control.
Pasaron unos minutos, y cada segundo de espera se sentía eterno. Cuando finalmente mi celular sonó, era Ale llamándome. La atendí con las manos sudorosas, y antes de que pudiera decir algo, la escuché al otro lado de la línea, su voz llena de una desesperación que rara vez había escuchado.
“Isabella, bloquea ese contacto inmediatamente y no respondas a nada más. ¿Me escuchas? ¡No respondas!”
El tono de su voz me asustó aún más, y mi mente corría tratando de entender qué estaba pasando. “¿Pero qué significa esto, Ale? ¿Quién…?”
“No te preocupes por eso ahora. Solo haz lo que te digo, por favor.” La urgencia en su voz no dejó lugar a preguntas.
Con el corazón en la garganta, hice lo que me pidió. Bloqueé el contacto, pero las dudas no hicieron más que crecer dentro de mí. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué sabía Ale que yo no?
Después de colgar, miré a Alex, que me observaba con preocupación evidente en sus ojos. Traté de sonreír para no alarmarla, pero sentía que el suelo se estaba desmoronando bajo mis pies. La tarde que había comenzado con risas y besos ahora estaba teñida de una incertidumbre que no sabía cómo manejar.
Mientras Alex me abrazaba, tratando de consolarme sin siquiera saber por qué, mi mente no podía dejar de darle vueltas al mensaje. ¿Qué accidente? ¿Quién estaba detrás de todo esto? Y, lo más importante, ¿por qué Ale estaba tan asustada?
Los besos y las risas ya no podían ahuyentar las sombras que se cernían sobre mí. Las dudas se habían instalado en mi pecho, pesadas y frías, y aunque intenté no pensar en ello, sabía que nada sería igual hasta que obtuviera respuestas.
Alex intentó hablar conmigo, preocupada por mi repentina tensión. Sus ojos estaban llenos de esa dulce preocupación que siempre me hacía sentir segura, pero esta vez, su mirada no podía aliviar la tormenta que rugía dentro de mí.
"¿Estás bien, Isa?" me preguntó suavemente, acariciando mi brazo con ternura.
"Sí, estoy bien," respondí, pero mi voz sonaba tan hueca, incluso para mí. Sentía que si decía la verdad, todo lo que estaba tratando de contener se desbordaría, arrastrándome con ello.
Alex no parecía convencida. "Isabella, no me mientas. Sé que no estás bien."
Apreté los labios y traté de sonreír, aunque sabía que no era convincente. "De verdad, Alex, estoy bien."
Ella suspiró, y vi en su rostro una mezcla de frustración y tristeza. Sabía que quería ayudar, pero yo seguía encerrada en mi propio miedo, incapaz de abrirme. Entonces, Alex dio un paso más cerca, mirándome directamente a los ojos, con una determinación que rara vez mostraba.
"Isa, por favor… admite que no estás bien," insistió, su voz temblando un poco, como si se estuviera aferrando a la esperanza de que le dijera la verdad.
Pero la negación estaba demasiado arraigada en mí en ese momento. "Estoy bien," repetí, casi como si estuviera tratando de convencerme a mí misma.
Alex respiró hondo, y en un momento de desesperación, levantó la voz. "¡Isabella, admítelo! ¡No estás bien!"
Su grito resonó en la habitación, rompiendo la burbuja de silencio en la que me había refugiado. Me quedé paralizada, las palabras que estaba repitiendo una y otra vez finalmente se desmoronaron ante la realidad de su preocupación. Los ojos de Alex estaban llenos de lágrimas, y fue en ese instante que supe que ya no podía seguir ocultando lo que sentía.
Mis defensas se derrumbaron, y de repente, el peso de todo lo que había estado tratando de ignorar me golpeó de golpe. Sentí cómo las lágrimas empezaban a brotar, y antes de darme cuenta, estaba llorando, dejando salir todo lo que había intentado reprimir.
"Alex… yo…" traté de hablar entre sollozos, pero las palabras no salían como quería. Ella no esperó más, simplemente me envolvió en sus brazos, sosteniéndome mientras lloraba sin poder parar. En ese abrazo, sentí su calidez, su amor, y poco a poco, empecé a bajar las barreras que había levantado tan desesperadamente.
Finalmente, me di cuenta de que no estaba bien, y que quizás, al admitirlo, podía empezar a sanar. Pero en ese momento, lo único que podía hacer era aferrarme a Alex y dejar que mi dolor se liberara en su abrazo.
Las lágrimas corrían por mis mejillas, cayendo sobre el hombro de Alex mientras me sostenía en sus brazos. Apenas podía respirar, el dolor y la confusión estaban enredados en mi pecho como un nudo imposible de desatar. Sentía como si el peso del mundo se estuviera desmoronando sobre mí, aplastándome con una realidad que no quería enfrentar.
"Isa, ¿qué pasa? Por favor, dime," susurró Alex, su voz temblando por la preocupación.
Me aferré a ella con más fuerza, tratando de encontrar las palabras que apenas podía comprender yo misma. "Alex, es que... no lo sé... no sé cómo explicarlo...," sollozaba, las palabras se me escapaban entre los labios.
Ella me acarició el cabello, su paciencia y amor eran la única cosa que me mantenía en pie en ese momento. Finalmente, con un esfuerzo titánico, logré articular lo que me estaba carcomiendo por dentro. "Siento que... que Sofía tuvo algo que ver con el accidente."
La frase salió entrecortada, casi como si al decirlo en voz alta le estuviera dando vida a un monstruo que había estado acechando en mi mente. Alex se quedó en silencio, dejándome continuar.
"Es sólo que... no tiene sentido... pero algo en el fondo me dice que... que podría ser verdad," continué, temblando, mientras las imágenes del accidente se mezclaban con las dudas que me atormentaban.
"Pero al mismo tiempo, sé que no puede ser cierto. Sofía... ella no haría algo así, ¿verdad? Quiero decir, es mi madre. Me ama, lo sé, pero... parece un hecho que... que no puedo ignorar." Las lágrimas seguían fluyendo, como si una vez que había abierto la puerta a esa idea, no pudiera detener el torrente de emociones que venía con ella.
Alex me abrazó más fuerte, y en su silencio, supe que ella entendía la lucha interna que estaba enfrentando. No tenía respuestas, y la incertidumbre me estaba desgarrando. Sentía como si estuviera cayendo en un abismo, sin saber si Sofía era mi madre amorosa o si de alguna manera estaba conectada con mi dolor más profundo. La confusión y el miedo estaban casi paralizándome, y lo único que me mantenía anclada a la realidad era el cálido abrazo de Alex.
Ella no dijo nada, pero el hecho de que me sostuviera mientras desahogaba mi dolor era suficiente en ese momento. Había compartido mi temor más oscuro, y aunque la verdad seguía siendo incierta, al menos no estaba sola en mi lucha.
Pov Sofía.
El viento frío azotaba mi rostro mientras caminaba hacia casa, cada paso pesado con el peso de la culpa y el miedo que no podía sacudirme. Sentía que el aire se volvía más denso a mi alrededor, casi sofocante, mientras mi mente se revolvía con pensamientos oscuros y preocupaciones incesantes.
Una persona casi le revela a Isabella lo que hice.Esa frase no dejaba de resonar en mi cabeza, como un tambor que se golpeaba sin cesar. ¿Y si se entera? La sola idea de que Isabella descubriera la verdad me hacía estremecer. La culpa de haber sido la razón por la que mi hija estaba en una silla de ruedas me carcomía desde dentro, y ahora, con la posibilidad de que todo saliera a la luz, el miedo se multiplicaba.
El camino hasta la casa se sintió interminable, cada segundo estirándose como una eternidad. Finalmente, llegué, y al abrir la puerta, vi a Hugo esperándome. No esperaba encontrarme con él tan pronto. Su presencia, en este momento, no era algo que pudiera manejar fácilmente, pero ahí estaba, parado frente a la puerta con una expresión que era una mezcla de preocupación y cansancio.
“¿Qué haces aquí?” pregunté, tratando de sonar más fuerte de lo que me sentía. Hugo levantó las manos en señal de paz.
“No quiero pelear, Sofía. Solo quiero hablar,” dijo con una voz más suave de lo que esperaba. Dudé por un instante, pero finalmente asentí, abriendo la puerta para dejarlo entrar.
“¿Quieres tomar algo?” pregunté, más por cortesía que por verdadera hospitalidad. Hugo asintió, y le ofrecí un vaso de agua. Nos sentamos en el sofá, el silencio entre nosotros tenso y lleno de palabras no dichas.
Él fue el primero en romperlo, mirando su vaso como si fuera la cosa más interesante del mundo. “Quiero disculparme, Sofía... por lo de las drogas. No fue justo ni correcto lo que hice. Intenté manipularte para que volvieras a consumir, y eso está mal. No quiero ser ese tipo de persona.”
Sus palabras colgaron en el aire entre nosotros, y pude sentir el peso de su arrepentimiento. Aunque parte de mí quería gritarle, culparlo por empujarme de nuevo hacia esa oscuridad, la otra parte sabía que yo también tenía culpa en todo esto. Ambos habíamos tomado decisiones malas, decisiones que nos habían llevado a este punto.
“Te perdono,” respondí, mi voz apenas un susurro. No fue fácil decirlo, pero sabía que no tenía sentido aferrarme a ese rencor. Perdónarlo no iba a borrar lo que había pasado, pero quizás era un paso hacia la sanación, un paso para no seguir cayendo en el mismo ciclo de autodestrucción.
Mientras hablábamos, sentía que las palabras apenas raspaban la superficie de lo que realmente estaba pasando en mi mente y en mi corazón. La culpa por lo que le había hecho a Isabella, el miedo a que se descubriera la verdad, y ahora, la necesidad de encontrar una manera de seguir adelante sin perderme por completo.
El camino hacia la redención, si es que eso era posible, no iba a ser fácil, pero en ese momento, lo único que podía hacer era intentar, un paso a la vez, incluso si esos pasos estaban rodeados de sombras y arrepentimientos.
Hugo se levantó para irse, su rostro era una mezcla de arrepentimiento y resignación. “Tengo que irme,” dijo, su voz era baja. “Deja que te deje esto. Ábrelo cuando me haya ido.”
Me quedé mirando el pequeño paquete que dejó sobre la mesa antes de que él se fuera. La puerta se cerró detrás de él, dejándome sola en la oscuridad de la noche. La soledad era abrumadora, y el peso de mis acciones me aplastaba como una losa de piedra.
Antes de ir a la cama, le envié un mensaje a Ale para decirle que había llegado a casa. Luego, me deslicé bajo las sábanas, el frío de la noche se sentía más intenso que nunca. Las sombras del pasado comenzaban a hacerse más vívidas en mi mente, y cada pensamiento se arrastraba como un fantasma doloroso.
Recordé la noche del accidente. El momento exacto en el que mi vida cambió para siempre. El taxi, el sonido sordo del impacto, el caos de los gritos. Isabella sangrando, su rostro pálido y lleno de dolor, Ángela inconsciente en el suelo, su cuerpo tan frágil y vulnerable. Cada imagen se repetía en mi mente, como una película que no podía detener. El miedo me había atrapado, un terror paralizante que me hizo huir sin mirar atrás, dejando a mis hijas en un estado de emergencia. El amor que sentía por ellas no era suficiente para superar el miedo que me dominó en ese momento crítico.
Las lágrimas comenzaron a caer, y el dolor se convirtió en un torrente imparable. No podía borrar lo que había hecho, ni el daño que había causado. El peso de la culpa era tan grande que me sentía como si me estuviera hundiendo en una oscuridad sin fin.
Recorrí la habitación con la vista, mis ojos finalmente se posaron en el paquete que me había dejado Hugo. Temblando, lo abrí con manos nerviosas. Dentro, encontré una bolsa con drogas. El mismo veneno que había intentado dejar atrás, que había jurado nunca más consumir. El pensamiento de volver a caer en ese abismo era aterrador, pero el dolor y el vacío que sentía me hacían desesperada.
Me senté en la cama, la bolsa en mis manos, y mi mente luchaba entre el deseo de ceder y la necesidad de resistir. Conté hasta tres, esperando que el tiempo me diera claridad y fortaleza. Uno... dos... tres, pero en lugar de sentirme más fuerte, me sentí más perdida. El deseo de escapar de la realidad, aunque solo fuera por un momento, era demasiado fuerte.
Me detuve por un instante, el pensamiento de lo que estaba a punto de hacer me llenaba de una profunda tristeza. ¿Volver a hundirme en este ciclo? Pensé en lo que esto significaría para Ale, para mis hijas, para mí misma. Pero el dolor era demasiado abrumador y, en mi desesperación, cedí.
Abrí la bolsa, el contenido en mi mano parecía un objeto de traición. Me preparé, y el impulso de sumergirme en esa oscuridad me venció. Mientras lo hacía, me sentí desmoronada, y el remordimiento se instaló instantáneamente en mi pecho.
Mi mente se nubló, y las lágrimas continuaron fluyendo. La decisión que había tomado no podía deshacerse, y el vacío que había tratado de llenar con las drogas era ahora más profundo que nunca. La lucha entre el deseo de escapar y el reconocimiento del daño causado continuaba, dejándome atrapada en un ciclo doloroso y auto-destructivo.
Al principio, el remordimiento y el dolor eran abrumadores. Pero, conforme la sustancia comenzaba a hacer efecto, la culpa se disolvía en una nube de euforia. Mi mente se despejaba, y sentí una especie de alivio, como si hubiera encontrado un escape temporal de la tormenta interna que me atormentaba.
Empecé a disfrutar de la sensación, como si cada fibra de mi ser se reavivara. El vacío se llenaba con una sensación de calma y felicidad artificial. Era como si el mundo se volviera más brillante, y, por un breve momento, sentí que estaba viva nuevamente, libre de la angustia que me había dominado.
La culpa se desvaneció en el placer, y me entregué a la fugaz libertad que ofrecía la droga. El peso de la tristeza y el arrepentimiento se deslizaba lentamente de mis hombros, dejando solo una sensación de alivio y un respiro momentáneo de paz.
Pov Isabella.
Volví a casa después de estar con Alex, el corazón todavía agitado por la tensión. Me dirigí a la sala, donde encontré a mamá esperándome. Sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y determinación que no me gustaba. Me senté frente a ella, sintiendo cómo el peso de la situación se acumulaba sobre mis hombros.
—Isabella, ¿bloqueaste al contacto que te envió los mensajes? —preguntó mamá con una voz que intentaba ser tranquila.
Asentí, confirmando que había hecho lo que me pidió. Pero el peso de la incertidumbre seguía nublando mi mente. No podía evitar sentir que había algo más oculto, algo que necesitaba saber.
—Mamá, necesito saber la verdad sobre el accidente —dije, mi voz temblando a pesar de mis esfuerzos por mantenerme firme—. ¿Qué pasó realmente?
Mamá tomó un profundo respiro, como si estuviera reuniendo fuerzas para enfrentar una verdad dolorosa. —Fue un conductor ebrio, Isabella. Eso es todo lo que sé. No puedo decirte más, ni siquiera quién era.
Las lágrimas empezaron a acumularse en mis ojos mientras la miraba. —¿Estás diciendo que Sofía no tuvo nada que ver? —mi voz quebró mientras formulaba la pregunta que tanto temía.
Mamá negó con la cabeza, sus ojos llenos de una tristeza que no podía ocultar. —No, Isabella. Sofía no estuvo involucrada. En este momento, probablemente está en casa, descansando cómodamente.
Sentí un nudo en el estómago, incapaz de aceptar por completo lo que mamá estaba diciendo. La confusión y el dolor me hicieron preguntar de nuevo, con un temblor en la voz. —¿Y si Sofía...?
—No, no lo fue —interrumpió mamá, su voz firme pero cargada de emoción—. La amo, y sé que no ha estado bien, pero en este momento, solo quiero que sepas que te queremos a ti y a Ángela. Lo que pasó fue un accidente. No puedes seguir atormentándote con dudas.
Miré a mamá, sintiendo cómo la tristeza y la desesperación se entrelazaban en mi pecho. La verdad seguía siendo esquiva, y la incertidumbre me carcomía. Mi corazón deseaba creerle, pero algo dentro de mí seguía doliendo, sin poder encontrar paz. Me quedé en silencio, luchando contra las lágrimas y tratando de entender las palabras de mamá, mientras el miedo y la duda continuaban acechando en mi mente.
Mamá me miró con esos ojos llenos de preocupación y amor, y antes de que pudiera decir algo más, me envolvió en un abrazo. Sentí su calor y su fragancia familiar, pero incluso en sus brazos, la sensación de inquietud no desaparecía.
—Sofía no tuvo nada que ver con el accidente, Isabella —me susurró al oído, su voz temblando ligeramente, como si quisiera convencerme de algo que ella misma dudaba.
Me quedé inmóvil en su abrazo, queriendo creerle, deseando con todas mis fuerzas que sus palabras fueran la verdad. Pero en el fondo, algo dentro de mí sabía que no era así. Había algo en la forma en que mamá evitaba mirarme directamente a los ojos, en la manera en que sus palabras se sentían tan calculadas, tan medidas. No podía deshacerme de la sensación de que Sofía tenía mucho que ver con lo que había pasado.
Mientras mamá me abrazaba más fuerte, sentí cómo mi corazón se llenaba de una tristeza profunda. Quería confiar en ella, quería creer que Sofía era inocente, pero la duda seguía creciendo, oscureciendo cualquier rayo de esperanza que pudiera haber tenido. Sabía que había más en esa historia, más de lo que mamá estaba dispuesta a admitir. Y aunque deseaba con todo mi ser que las cosas fueran diferentes, una parte de mí ya sabía la verdad, y esa verdad dolía más de lo que jamás hubiera imaginado.
Aún así, dejé que mamá me abrazara, porque aunque la duda me corroía, necesitaba ese momento de consuelo. Pero en mi interior, una voz me repetía que la verdad no se podía ocultar para siempre, y tarde o temprano, saldría a la luz.
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Holaaaa.
Nos vemos pronto.
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