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T R E N T A C I N Q U E

No era nada bonito y Alessandro se sentía un poco avergonzado.

Las habitaciones del ala oeste estaban... bien, eran viejas como todo lo demás, pero al menos eran acogedoras. Y, no dudaba que habían sido limpiadas recientemente al saber que aquellos jóvenes iban a venir. Aunque no había contado en que vendrían seis, en vez de cinco. Contrario a las del ala Este, la única habitación estable y en buenas condiciones era la de Alessandro.

Su habitación había sido limpiada, pintada y ordenada por el mismo desde que lo habían puesto en ella. Sin embargo, jamás se había preocupado por alguna otra. Había indagado en todas ellas, pero ni en sus más locos sueños, se imaginó que algún día alguien estaría cerca de él. Hasta hoy.

Las paredes estaban despintadas y llenas del maltrato del paso de los años. Lo que un día fue un blanco puro, se notaba amarillento y desquebrajado en lo que un día fue, su momento de gloria. Olía a humedad, los muebles dentro del mismo —una cama, pequeños muebles y un ornamento—, estaban llenos de polvo que se alborotaba con el más mínimo movimiento. El techo se veía más viejo y no dudaba en que podría haber goteras, y la alfombra... bueno, era un caso perdido en toda regla. Dios sabía que bichos podría haber alrededor o que cosas estaban escondidas.

—Bueno, iré a buscar ropa de cama limpia y cosas para limpiar—anuncio Donato yéndose de forma rápida.

Se habían quedado solos, nerviosos.

—Lamentó que tengas que quedarte aquí, no pensé que alguien fuera a venir en un tiempo.

Una risita pequeña salió de Gianna.—No importa. Solo le hace falta un poco de limpieza, no está tan mal.

Alex no quiso mirar más aquella habitación.

—No deberías de quedarte aquí, te daré mi habitación.—Anuncio de forma abrupta dirigiéndose a la misma.

Pasos se escuchaban seguirlo, pero no fue mucho tiempo hasta que el abrió la puerta y entró a lo que era su sitio de descanso.

Gianna lo siguió de forma cautelosa y a la vez, curiosa.

—Así que aquí duermes, y yo que creí que tu lugar de descanso era el confesionario.

Alex no pudo evitarlo, sonrió.

—Aquel día estaba cansado.

Gianna se burlo.—Lo que tú digas, cariño.

Alessandro borro su sonrisa de golpe.

De repente todo se sentía... extraño. Tenerla ahí, se sentía de otro mundo, de otra dimensión. Verla había sido toda una sorpresa, pero tenerla en su habitación...

Jadeo.

El sonido del clic de la puerta fue la única advertencia que tuvo, un par de manos lo tomaron desprevenido, enrollándose en su cintura de forma delicada. Su perfume flotó por todo su alrededor y escuchó un pequeño gemido.

—Te extrañe, mucho.—Dijo la voz de Gianna amortiguada por su espalda.

Aquello estaba mal, debería de alejar sus manos de su cuerpo; pero se sentía tan bien. Sería un pecado alejarla, después de días de anhelarla.

Sintió como su rostro se enterraba en su espalda y como de forma lenta y pausada, un suspiro era sacado de sus pulmones. Y a Alessandro le gusto como sonó aquello. Era como si después de tanto tiempo, ella pudiera darse un respiro —ambos lo hacían—.

De forma suave, quito sus manos de alrededor de él y se alejó de ella solo un poco, lo suficiente para poder darse la vuelta y quedar cara a cara con ella.

Es como si la culminación del cielo se estuviera dando en aquellas cuatro paredes de su habitación. Ella estaba ahí, sonrojada, indefensa y, tan hermosa, que se le hacía difícil respirar con normalidad. Le robaba el aire de los pulmones y se perdía dentro de aquellos ojos color chocolate que lo llamaban en sus sueños.

Y es que, era como si aquellos se hicieran realidad.

Hace una noche había soñado casi lo mismo: ambos, juntos, enfrentándose cara a cara; viendo en anhelo en sus rostros... besándose.

Y eso es exactamente lo que iba a hacer.

Bajando de forma lenta, se acercó a ella anticipando el momento con el cual había soñado hace tan solo unas horas. Por una vez en todo el tiempo desde que despertó, se había olvidado de todas aquellas razones malas e inmorales. Se olvido que era un hombre casado con Dios en busca de la salvación eterna y, también se olvido del significado de algo como lo era el pecado.

Todo olvidado.

Todo dejado a un lado.

Sus alientos se mezclaron cuando la distancia era solo de milímetros, anticipando el momento en el que ambos subirían al cielo. Y entonces, sucedió.

Era como encontrar paz y como si miles de cosas estuvieran molestándote desde adentro.

Era como si las estrellas fugaces, se detuvieran solo para admirar un poco de aquella escena, en donde un ángel caído, estaba entregándose a los más carnales deseos de un ser mortal que lo tentó.

Pecado, en forma de salvación.

¿Acaso no ya se habían pagado los pecados después de que Eva había probado el fruto prohibido? Era tiempo de que las personas empezaran a probar un poco lo prohibido... un poco de lo que hacía que dos almas fueran desterradas del Edén.

Y entonces, así como de rápido llego, se esfumo.

Un golpe en la puerta los hizo saltar a ambos cada uno muy lejos del otro.

—¿Sí?

—Oh, estas aquí, ¿puedo entrar?

Alex miro a Gianna, sonrojada, sus ojos brillando con algo desconocido.

Le hizo señales hacia el baño que ella comprendió de forma rápida, logrando moverse de forma rápida hacia el mismo y cerrando la puerta detrás de ella. Alessandro fue a abrir la puerta.

—Entra, solo estaba tratando de encontrar algo para llevarme mi ropa.

Donato lo miro confundido.—¿Te vas? ¿A dónde?

Alessandro abrió un cajón que se encontraba en lo más bajo de su armario, revelando una pequeña mochila que Donato recordaba bien, pues sabía que el se la había entregado haca algunas semanas cuando fueron a Venecia.

—Solo me mudaré a la habitación de a lado, Gianna no puede quedarse en ese lugar.

Donato asintió haciéndole saber que entendía.

—Hablando de ella, su valija sigue en la habitación vieja, pero ella no está ahí. ¿La has visto?

¿Alguna ves has estado entre la espada y la pared? Porque en aquellos momentos, Alessandro estaba entre ellas.

La espada era mentirle.

La pared decirle la verdad.

Pero, Donato no sabía nada. Su cara estaba relajada y sabía que solo estaba preguntando por curiosidad. Nada en su rostro revelaba que dudaba de él o de que sospechara algo. ¿Y como lo haría? Alessandro ante los ojos de Donato, era un Ángel. Un ser inocente lleno de dicha, virtudes y bondad. Jamás podría imaginarse que su amigo —aquel bellísimo hombre de rostro divino y ojos clarísimos— tenía a una mujer escondida dentro de su cuarto de baño. Jamás podría sospechar que esos labios demasiado rosas por si piel blanca, habían estado sobre otros labios; labios de una mujer que deseaba con fervor con tan solo un beso. ¿Cómo podría sospechar de él?

Siempre tan bello y tan noble a los ojos de cualquiera.

Y a que cualquier pronóstico, decidió agregar un pequeñísimo pecado más a la lista. ¿Qué era uno más?

—No lo se—respondió sin mirarlo a la cara—, le dije que vendría aquí por mis cosas, supuse que debí acompañarla no dejarla sola.—Mintió tan bien, empacando solo un poco de sus pertenencias.

—Deberías de llevar solo tu ropa para dormir, Alex. No creo que ella se moleste con que vengas cuando ella no esté y tomes tus pertenencias. Además, estas siendo muy amable al dejarle tu habitación.

—Soy un hijo de Dios, la amabilidad y la caridad debe ser antepuesta de nuestras necesidades; ella no debería quedarse en tan semejante lugar cuando yo estoy durmiendo plácidamente a su lado en un lugar mejor cuidado.

Donato rio.—Mi querido Alex, tu siempre tan noble. Es por eso que te respeto.

Se sintió a morir después de escuchar a su amigo y colega.

¿Qué clase de persona era en realidad? Estaba mintiéndole al único amigo que había estrado a su vida, al único hombre que había tenido el valor de estar a su lado a pesar de las habladurías a su alrededor. A pesar de su feo pasado. No cabe duda que su bolsa de pecados estaba llenándose cada vez más, haciéndole imposible la tarea de poder seguirla llenando en sus hombros.

—Tu crees que ellos sean libres aquí, después de que tu...

—Donato, no.—Lo tuvo que interrumpir Alessandro.

—Es solo que, ellos piensan que no hay nada malo aquí, pero ni tú ni yo sabemos lo que en realidad se esconde en este lugar.

El muchachos suspiró.—De cualquier forma, no es nuestro asunto. Dudo mucho que mis crucemos en su camino, yo debo estar la mayor parte del día en el confesionario y tú debes estar atento a las ceremonias religiosas que se hagan durante el día. Al menos que nos necesiten, no creo que estemos mucho alrededor de ellos.—Al menos así lo creía Alessandro.

Con ellos, su amigo callo tragándose todo lo que quería decir.

Internamente Alessandro estaba agradecido. Gianna había quedado en el olvido para Donato, pero no para él. Debía hacer que su amigo callara fuera lo que tendría que decir, porque ella estaba solo detrás de una fina puerta. Su amigo había estado solo a milímetros de sacar un poco de información que él no estaba dispuesto darle a ella, con el temor de asustarla y decirle de más.

—Bien, como sea, entonces, ¿te quieres quedar en la habitación sucia o te puedes ir conmigo a las habitaciones del albergue fuera del convento? Son cómodas las literas.—Comentó Donato tranquilamente.

Alex lo pensó, vaya que lo hizo. Analizó rápidamente sus posibilidades y no necesito para nada más tiempo.

Negó.—No, sería un lío venir tan temprano y tener que sacar mis pertenecías para el día. Tú lo has dicho, no debo empacar demasiado, puedo venir rápidamente por mis cosas. ¿Crees que ella se moleste si fijamos un horario para que pueda venir?

—No lo creo, ella se veía dulce, pero sus amigos...—hizo una pausa—, no tanto.

Alex soltó una risita.

—No deberías de juzgar a la gente.—Lo tuvo que corregir de forma divertida.

—No lo juzgó, tuve unos buenos quince minutos a su lado.—Fingió un estremecimiento de forma exagerada.—¿Algo peor que un hombre pecador? Unos niños mimados  terminando sus estudios.

Alex no pudo evitarlo más, soltó una carcajada.

—Basta, no debes ser así. Son un poco peculiares, pero todos lo fuimos.

—Tu eras bastante tranquilo. Ni siquiera te atrevías a hablar con tono fuerte.

Alessandro perdió la sonrisa de golpe.

Si, recordaba que era bastante callado, y el por qué, de que fuera así.

No era porque él lo quisiera, era por que lo habían obligado a cerrar la boca. Antes de ser mayor de edad, sus osos habían sido todos controlados. Era como un robot andante, yendo por todos lados de forma insegura. Mirando a todos de forma lejana, como si todos en vez de carne y hueso, fueran piezas de arte frágiles: solo podía verlos, pero no tocarlos.

Así que se mantuvo al margen por mucho tiempo, con miedo a acercárseles demasiado y decir algo incorrecto... ser castigado. Y nadie se atrevía a dirigirle la palabra a él, no hasta Donato; el único valiente que había ido en contra de todo y se había acercado el tímido chico bellísimo que siempre yacía en las esquinas, temeroso.

—Deberíamos limpiar rápidamente, al menos ver que no haya nada vivo debajo de esas sábanas viejas y polvorientas.—Dijo Donato mientras desaparecía por la puerta de su habitación.

Era más que obvio que había notado su cambio de humor.

Intentando no sentirse mal por haber arruinado un poco de diversión, siguió empacando de forma pausada.

De forma lenta, la puerta de su cuarto de baño se abrió.

—Eso estuvo cerca.—La voz baja de Gianna lo distrajo de su tarea.

Dirigiéndole su mirada, el sonrió inseguro.—No deberíamos de arriesgarnos así. Donato esta vez tocó, pero hay veces que se toma libertades.

Gianna lo miro de arriba abajo, pícaramente se encogió de hombros y, de forma veloz, le robo un último beso.

—Me pórtate bien, padre; pero cuando tenga oportunidad, usted será mío.

Alessandro trago.

¿Por qué la idea de rendirse a la muchacha la parecía tan lascivo y excitante a la vez?

2/2
Bueno, no hay nada que decir, ¿y ustedes?

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