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S E I

Pequeño aviso antes de comenzar:
Amo esta historia como si fuera mi hijo mismo, incluso la amo más que mis otras historias llenas de amor. Pero, debo decirles una cosa: ODIO LOS SPOILERS. Así que, persona que viene a preguntarme cosas de la historia sobre si Alessandro se enamora, que si Alessandro va a dejar de ser padre, que si es esto o es el otro; bla bla bla. NO LE VOY A RESPONDER. Nunca. Así que, si eres de las personas que quieren la historia rápida y sencilla; este no es tu lugar. Lo he hecho con mis otras historias (rápido y sin nudos); pero este, no será el caso. Será larga, querrás abandonarla y pasará demasiado antes de algo abrupto; actualizaré cuando quiera porque como este es mi hijo, quiero que sea Perfecto. Dicho esto, puedes tomar camino si no te va a gustar y sobre todo: SI NO TE VOY RESPONDER TUS PREGUNTAS TONTAS EN CUANTO EL DESARROLLO DE LA HISTORIA. Fin.
Pd. ¿Ya vieron la hermosa portada? 7u7
Me altere, love a todos. ❤️ (menos a los preguntones)

⚠️+18⚠️

Un cabello negro azabache se mecía en el viento.

Un rostro blanco y puro se escondía entre la espesa mata de cabello, pero se podía vislumbrar el indicio de una sonrisa cálida y bellísima.

Ojos grises observaban con embelesamiento la imagen.

Era lo más puro y divino que había visto.

Se acercó sólo un poco, tan solo una pequeña fracción de camino para, siquiera, poder ver más de cerca aquel rostro cubierto.

Pero no hubo éxito.

Una corriente larga sacudió todo y de repente, había un par de manos recorriendo una piel lisa de porcelana.

Un par de manos recorrieran las clavículas de la mujer —a la cual no se le veía el rostro—.

Era adictiva aquella piel.

Unos labios estaban a punto de acercarse a probarla, pero todo desapareció de golpe...

•••

Alessandro abrió los ojos sobresaltado.

No fue el dolor en su espalda lo que le asustó, sino, la tremenda erección que lo molestaba.

Era un hombre por supuesto, pero, ¿desde cuándo no le pasaba aquello?

La primera vez que le paso, fue cuando tenía trece años. Había estado asustado por aquello, hasta que la madre superiora le explicó todo sobre el cuerpo humano y los cambios a fondo sobre el cambio en su cuerpo y sexualidad —había sido una charla súper incómoda. Había sido un total alivio saber que era normal, pero fue un gran susto saber que pasaba por pensamientos... impuros.

Le habían explicado que la excitación era producto de pensamientos ilícitos.

¿Si quiera él tenía pensamiento de ese tipo?

Su cuerpo estaba bañando en sudor, su miembro palpitaba y su espalda le enviaba punzadas.

¿Era normal todo aquello?

El dolor en la espalda lo comprendía, el sudor también. Pero... ¿aquello?

Su mente era una neblina de pensamientos. Quería tanto creer que no fue por él, que temía lo peor.

Y entonces, sucedió.

Como un recuerdo de algo que haya pasado, simplemente la claridad le llego en forma de recuerdos.

Todo su cuerpo se calentó al recordar, aquel ilícito sueño. Muchas preguntas empezaron a pasar como una cinta: ¿Quién era? ¿Por qué soñó aquello? ¿Era alguna cosa de premonición? ¿Se estaba volviendo loco a causa de aquellas experiencias que había tenido en tan poco tiempo?

Nada tenía sentido. ¿Por qué él estaría soñando con... con una mujer? De todas las cosas con las que pudo soñar a causa de aquella aventura el día anterior, ¿por qué con una mujer?

Lo peor no era el hecho de que estaba soñando con una mujer —no claro que no— lo que le parecía increíblemente raro, era que no pudiera ver su rostro —ni un centímetro de aquel. Entonces, también era una atrocidad estar excitado. Sobre todo, sus sentimientos se redimían en un susto causado por aquella reacción en su cuerpo.

Dicho esto, también empezó sentir escozor y dolor un poco agudo. Ahora si que empezaba la claridad ante sus acciones de la noche anterior.

Las punzadas en su espalda se debían principalmente al hecho de que estaba acostado boca arriba, en vez de boca abajo como inicialmente lo hizo. El algodón en sus sábanas se sentían como espinas puntiagudas. Y nada de ello, ni siquiera el hecho de que sufriera de dolor; le impedía tener una gran erección. Porque, a pesar de los confundido que estaba; la maldita cosa no bajaba.

Soltó un bufido frustrado.

Bajo la mirada solo un poco y pudo notar que su miembro estaba erecto en su máximo esplendor. La cabeza, estaba de un fuerte color púrpura y, admitía que sus testículos se sentían apretados... con dolor, incluso un dolor más incómodo que el de su espalda.

Ya bajará. Trato de convencerse. Pero, ¿qué no eso debía pasar al minuto de sentir el dolor latiente en su espalda? ¿Quién en su sano juicio seguiría sintiendo aquella... excitación teniendo dolor encima?

El deseo carnal, era un pecado. Los pensamientos impuros, eran un pecado.

El soñar con alguien desconocido y mezclarlo con aquellos dos, era... una atrocidad. Algo impensable. Algo, que ni en sus más locos sueños había pasado.

Alessandro había soñado con volar, con ser un rey de algún reino. Había soñado tener alas y estar en los cielos, siendo la mano derecha de Dios... tal como Lucifer.

Su estómago se revolvió un poco ante la idea de ser desterrado de los cielos como aquel precioso Arcángel.

Dios lo ve todo y seguro estuvo viendo sus sueños. Y, no quería que fuera así. Porque, si Dios lo ve y sabe todo, ¿cuándo se podría tener intimidad? Ni siquiera en los pensamientos, se podía ser libre; ¿cómo algo de ello estaba bien? Una de las cosas que más apreciaba de estar encerrado, era su intimidad. Nadie podía quitarle aquello... o tal vez sí.

Alessandro no lo sabía, pero no tenía tiempo para pensar en aquello. Había cosas que hacer temprano. Ya no era solo un aprendiz de sacerdote; ahora era uno. Tenía que cumplir con sus tareas como tal y debía empezar ya.

Con rígidos movimientos se levantó de golpe y solo así, sintió un latigazo apoderarse de todo su ser hasta taladrar su alma de golpe. El movimiento fluido que había intentado hacer, se convirtió en un espasmo que lo llevó de nuevo, directo a la cama; cayendo sentado. Respiro pesadamente hasta tranquilizarse, para acto seguido, volver a intentarlo, más lento.

Todo el mal en sus pensamientos y, aquella incomodidad en su miembro habían desaparecido. Solo basto un poco de dolor causado por él mismo. Un dolor que no fue premeditado, pero que sin querer, se había infringido por aquello miles de pensamientos intrusos que lo habían atacado de forma cruel y despiadada. Odiaba el dolor, sí; pero en aquello momentos le estaba eternamente agradecido.

Por supuesto que también se iba a castigar más adelante otra vez por aquellas acciones, pero no creía que podía soportar otra ronda de latigazos con su piel tan lastimada y rota. ¿Tan siquiera era realmente consiente de todo el daño que se había hecho?

A veces, cuando uno recurre a acciones no planeadas, todo podrá salir mal, como ahora. Pero claro, era un castigo bien merecido.

En su puerta se escuchó un golpe.

Todo su cuerpo se congeló y, como si no tuviera ni una sola herida, se levantó completamente enderezando su torso por completo y se ocultó tras las puertas de su cuarto de baño. Tenía que después de aquel monólogo interno que tuvo sobre la intimidad, de nuevo todo se fuera por el desagüe y alguien maleducado irrumpiera sin permiso —aún también teniendo en cuenta que Dios lo estaba observando en aquel momento.

Como un chiquillo haciendo travesuras, logró encapucharse en aquella olvidada bata de baño, solo para volver a salir y abrir la puerta de manera discreta. Apenas asomándose.

Su mirada gris chocó con el Cardenal.

—Señor, Fiori.—Saludó de forma formal.

El Cardenal le dedicó una mirada despectiva ante su osadía de salir vestido solo con una bata de baño.

—Son las siete de la mañana, no estás duchado, vestido y pareciese que no has dormido en días. Hoy empiezas con tus deberes como sacerdote; ¿es que acaso no te lo tomas en serio?—Su voz era dura y despectiva.

El Cardenal Israel Fiori era lo peor de lo peor dentro de la iglesia. Sus votos eran los más duros y siempre tenía con lo que replicar. Cualquier cosa incorrecta, era castigada por él. Por insignificante que fuese. Fiori era un ser despiadado que odiaba a las personas tanto como odiaba los pecados; pero había algo que odiaba más sin razón alguna: Alessandro.

—No me dieron horario—le respondió Alessandro un poco molesto por empezar con regaños a primera hora de la mañana. Su horario empezaba a las ocho.

El Cardenal apretó los dientes y dijo—: Tienes quince minutos para prepararte y estar en el templo mayor. No me hagas castigarte.

Acto seguido, se dio vuelta y se marchó.

Alessandro se sentía confundido.

Su día empezaba a las ocho de la mañana. Solo le tomaban quince minutos para vestirse y bañarse, a las ocho treinta debían estar dichas sus primeras oraciones para, acto seguido, desayunar. Una vez tomado los primeros sagrados alimentos —que consistían en avena, té verde y un poco de pan— tendría que ir al templo mayor a limpiar la cera tirada por las velas de noche y, después pulir los sagrados instrumentos de la sagrada misa: Cáliz, Platón, Servilletas de Seda, Vinera, Jarra y, campana. Todo debía quedar reluciente.

Pero, recordó.

Ya no era aquel muchacho ayudante, ahora en un sacerdote. La vida de los mismos empezaba más temprano.

Contemplando aquello, rápidamente se duchó, vistió con esfuerzo y dolor para estar puntualmente en el templo mayor. En el mismo ya se encontraban cuatro cardenales —entre ellos Fiori—, además de otros sacerdotes —viejos y nuevos—. Cada uno de ellos estaban arrodillados frente al santísimo. El santísimo, era una exposición del cuerpo de Cristo —una hostia consagrada— dentro de un expositor de oro masizo y cristal.

Era algo tan sagrado, que no solo debía ser alabado por los siervos del señor dentro del Vaticano; también lo era por la gente que asistía a misa y era parte de la congregación dentro de la religión cristiana. El alabar al santísimo se hacía normalmente los segundos sábados de mes de noche —para la congregación—, y diariamente para los siervos de Dios. Era por ello, que a la gente voluntaria para adorar a él santísimo; se le llamaba: adoración nocturna. Misma, que era confirmada mayormente por la gente de la tercera edad dentro de la congregación; o aquellos demasiados fieles y jóvenes. Por supuesto también habían niños y niñas —tercisios e inecitas—, pero en un libro tan libre de religión como lo diseñadora es ahora; ya casi no existían niños fieles a Dios; al menos que les fuese impuesto por sus padres o abuelo.

Dicho aquello, Alessandro fue a tomar un lugar a lado de los Cardenales y padres, para empezar a hacer oración. Anotó en su mente el levantarse más temprano; también agregó un poco de lavanda —aquello para su espalda. Y su mente, se notaba a kilómetros.

Sus pensamientos no estaban en el santísimo, ni en sus deberes. Todo era un revoltijo y, sus nervios se crispaban cada vez que trataba de recordar con más claridad su sueño. Sueño que se estaba perdiendo cada vez más, con cada segundo que se iba; hasta convertirse en una bruma sin sentido al momento de acabar oración. Todo, a tal grado de que Alessandro se preguntara si en serio soñó eso o fue solo la tentación y caída en los poderes del demonio.

Rezaba para que no fuera este último.

Una vez terminada la oración, espero a que los cardenales salieran primero —por respeto—. El grado de servicio dentro de la iglesia, definía tu lugar de comedor y, tu menú.

Por ser parte de la servidumbre anteriormente, por eso comía en los comedores del convento junto con las monjas, monaguillos y más estudiantes del sacerdocio. Ahora, ya era parte del sacerdocio.

Iría a otra ala para comer. Estaba un poco nervioso por ello.

Siguió con la cabeza gacha a los demás sacerdotes más antiguos que él y algunos iguales de nuevos. El corredor que siempre recorría para el desayuno, se perdió en dirección contraria. Los estrechos pasillos, se volvieron gruesos y más decorados.

Jamás había estado en aquellos pasillos, no se le tenía permitido hasta recibir sus votos.

Sentía una extraña mezcla de curiosidad, emoción y miedo. De nuevo, estaba adentrándose en un nuevo mundo sin saber que le iba a esperar.

—¡Alex, por aquí!—Una voz masculina tan conocida para Alessandro se escuchó.

Nadie lo llamaba Alex más que el Cardenal... pero también lo llamaba así su mejor amigo.

Donato...

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