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D I C I A S S E T T E

Alessandro contemplaba la luna.

Mientras la miraba trataba de pensar en cómo sería estar parada en ella.

Gianna le había dicho que quería estar allá arriba, ¿siquiera era posible?

Habían pasado sólo dos días desde que supo el nombre de la mujer con velo y, aquel dos de agosto, la luna era más clara que nunca.

Gianna, era un nombre que le había parecido hermoso y, cuando supo su significado, le parecía incluso gracioso.

Dios es misericordioso... ese era su significado.

Había pasado un día entero repitiéndolo en su mente, estaba tan metido en ello que, un día cuando estaba hablando con Donato, se le salió por accidente.

Donato le había preguntado quien era, a lo que mintió. Le había dicho que había conocido a una niña que se había confesado y ese era su nombre. Invento una pobre historia sobre ella siendo graciosa a la hora de su confesión y por eso no podía sacarla de su mente.

Donato no lo cuestiono y le dijo que su nombre era poco común y, hermoso. Así que, curiosos, fueron a hablar con la madre. Haberle mentido a su amigo había sencillo, pero haberle mentido a la madre se le hizo difícil. Por suerte, quien repitió su patética historia inventada fue su amigo, salvándolo de meter la pata y equivocarse en su ya ficticia historia. Por suerte y sorpresa de Alessandro, la madre había sacado un libro  antiguo de nombres italianos; era como un pesado y viejo diccionario.

Mencionó que, cuando los niños llegaban al orfanato, solo muy pocos tenían un nombre. La mayoría estaba de acuerdo en que necesitaban uno y trataban de ponerle el más italiano que se oyera. Con el largo de los años, habían creado ese libro con el fin de hacer la tarea de nombrar a una persona más sencillo.

Y resultó que Gianna si estaba en aquel libro. Después de una breve búsqueda y el encontrar el significado, Alessandro había estado sorprendido y, emocionado.

Tenía el significado de un nombre que de ahora en adelante pasaría mucho por su mente y trataría de que fuera igual con sus labios.

También se enteró que su nombre significaba "El defensor" o "El protector". Le gustaba, mucho. A pesar de que jamás había defendido o protegido algo, estaba seguro de que algún día le haría honor a su nombre. También buscaron el de su amigo. Resultó que Donato era "Dado por Dios", y así, fueron curioseando a través de aquel libro y algunas veces se divertían encontrando nombres feos o con significado un tanto tontos.

Se alegraban de tener sus nombres.

Y, cuando la diversión termino y fue hora de la cena, fue cuando Alessandro quiso mirar la luna.

Apena estaba en el cuarto menguante, según el libro que había tomado de la biblioteca aquella tarde. Había estudiado el calendario lunar y sabía que dentro de siete días —el nueve de agosto— habría luna nueva.

Era gracioso como nunca le había tomado importancia a algo como la luna. Después de hablar con Gianna, tuvo la urgencia de mirar al cielo y observarlo detenidamente.

Le gustaban las estrellas y el espacio. Pensó en ello.

Su capacidad de aprender lo había llevado a la biblioteca del convento y sacar algunos libros. Había tomado un poco de todo, desde Astronomía para principiantes hasta cuentos infantiles sobre la Luna. Había leído un poco sobre el espacio y ahora comprendía la fascinación de Gianna por él.

Era enorme, lleno de misterios y lleno de belleza.

Alessandro empezaba a sospechar de que también, muy pronto, estaría metido de lleno en todo lo relacionado del espacio.

Incluso le pidió a Donato que le ayudara a entender un poco sobre el internet y le pregunto —muy a su pesar— que era un rayo láser. Como el buen amigo que era, no cuestionó su falta de conocimientos sobre el tema, solo le contestó como el pretendía saber aquella información.

Eran cosas que se suponía que debía de saber, pero a parte de comprender otros idiomas y saberse salmos y oraciones, no tenía idea de nada. Lo poco que aprendía de herbolaria o datos del mundo, lo había aprendido en libros que él mismo había tomado y estudiado.

Recordaba que las clases a las que iba dentro del convento, eran para enseñarle matemáticas básicas y el arte de la literatura y escritura. Eran las clases a las que se le permitía ir y se le iba a dejar; todo lo demás era sacado de su rutina.

Se había perdido de todo lo demás.

No era secreto que estuviera tan atrasado en información.

Leer aquellos libros había abierto su mente en más de un sentido. Sabia que las cosas que brillaban en el cielo eran las estrellas y la luna, pero ahora, había aprendido que las estrellas estaban compuestas de gases, mismos que se formaban en bolas luminosas de plasma con su propia gravedad y que estaban a miles de kilómetros lejos. Estaba fascinado en su luminosidad, porque a pesar de lo lejanas que estaban; brillaban con intensidad.

Hasta ahora amaba las estrellas.

Pequeñas cosas que él no sabía, poco a poco estaba aprendiéndolas por sí mismo. Donato le había dicho que en internet encontraría aún más información, pero como no podía utilizar los computadores del Vaticano; tendría que salir a buscar un lugar en donde poder hacer una investigación minuciosa.

Ya tenía la llave para poder hacerlo, solo le faltaba el encontrar el momento adecuado.

Quería saber todo lo que pudiera sobre el espacio, tal vez así podría tener un poco más de cosas sobre el que hablar con Gianna a parte de la biblia y los pecados.

Por primera vez, quería alejarse de los temas de la iglesia y el señor, para poder nutrir su mente con más información.

Y estaba decidió a hacerlo.

[...]

—Mira el cielo—le dijo la voz de Gianna.

Alessandro lo contempló.

»Aquella estrella brillante y enorme, es la estrella polar. Se dice que en el tiempo de Jesús, esa fue la estrella que Maria y José siguieron en el desierto para no perderse y salvar a su hijo. En ese entonces le decían la estrella de Belén.

Alessandro río.

—Estas mal, no fueron Maria y José, fueron los tres Reyes magos. Se supone que fue la estrella quien los guió a Jesús para dejar los regalos y conocer al salvador que había nacido. Además, la estrella de Belén estaba al oeste, no al norte.

Gianna calló. Después de un rato, bufó.

—Sabelotodo.

Alessandro no dijo nada, pero una sonrisa estaba plenamente dibujada en su rostro.

—Si una estrella se apareciese en tu camino, mostrando lo que más anhelas, ¿la seguirías?

Alex asintió.—Lo haría, sería como una señal divina a que siguiera mi camino hasta allá. Los reyes magos creyeron en ella y llegaron a su destino, con Jesús. Si una estrella me dice a donde ir, la seguiría. Tal vez me muestre el verdadero camino que debo seguir.

Gianna lo miró, Alessandro le regresó su mirada pero frunció el ceño al notar que su rostro no podía verse. Siempre estaba borroso.

—Bésame—pidió Gianna.

Y Alessandro, fue justo lo que hizo...

[...]

Dentro del confesionario Alessandro seguía pensando en aquel sueño que había tenido.

Sus labios hormigueaban cada vez que recordaba, como si aquel beso realmente hubiera sucedido y ahora, una sensación fantasma persistiera.

Estaba frustrado por ello.

No debía de pensar en Gianna besándolo, mucho menos dentro de un confesionario. Aún así lo hacía y estaba empezando a darle un dolor en la cabeza.

Aquel tres de agosto había resultado ser uno de los más aburridos para Alessandro. En todo el día solo había tenido que hacer una confesión, había tenido que soportar estar encerrado y aburrido por mucho tiempo; estaba empezando a hartarse y apenas era la una.

Con cansancio se recostó en la pared de madera dentro del confesionario y cerró los ojos.

Un carraspeo sonó antes de que empezara a relajarse.

Suspirando recitó como todos los días—: Ave María Purísima.

—Sabe, por su tono harto y el hecho de que ha suspirado fuertemente, preferiría que saliera y hablara conmigo en vez de tratar con una confesión que realmente no lo es—bromeó la voz.

—¿Gianna?

—¿Esperaba a a alguien más? Es realmente insultante que me interrogue llamado por mi nombre, ha este paso supuse que al menos sabría mi nombre.

Alessandro sonrió.

—En seguida salgo.

Y eso hizo.

Se sorprendió un poco a la ver a Gianna en algo más que un vestido negro. Aquel día estaba vestida con un par de pantalones vaqueros de color negro y una blusa color amarillo resplandeciente llena de diminutas flores bordadas. El velo, era lo único que no traía diferente.

—¿Me va a mirar todo el tiempo padre o podemos tener una conversación civilizada?

Alessandro negó con la cabeza y miró al templo. Solo había un anciano al fondo del mismo y podía jurar que estaba dormido —era eso o roncha despierto. Cuando había empezado a estar en el confesionario, le habían dicho a Alessandro que, cuando viera a una persona usando el templo para holgazanear o dormir; debía evacuarlos inmediatamente. Sin embargo, él no tenía corazón para ello. Sabia lo que se sentía el cansancio y, a juzgar por cómo lucia aquel señor, no era cansancio por un trabajo; tal vez ya era un cansancio de la vida.

No quería molestarlo, pero tampoco creía correcto estar hablando de cosas no religiosas en el templo.

Tuvo una idea.

—¿Le temes a las alturas?—Pregunto a Gianna.

Esta negó con la cabeza.

»Sígueme.—Podio amable Alex.

Alessandro no se perdió de ningún detalle. Gianna lo seguía hacia la entrada trasera del templo, aquella conducía a unas escaleras; mismas que llevaban hasta el campanario de la iglesia de San Pedro.

Mientras subían, puso atención a los pasos de Gianna y notó lo delicados que sonaban contra las viejas escaleras de hierro y madera. Si ponía atención, podía escuchar sus suspiros de asombro en cada paso que daban y él como trataba de mirar todo su alrededor.

Pocas personas podían subir al campanario —tal vez era el hecho de que muy pocos eran lo suficientemente valientes para ello. Las escaleras eran viejas y hacían sonidos chirriantes ante los pasos sobre ellas. Además de ello, todo era bonito.

Las paredes del campanario estaban adornadas de pinturas de los apóstoles y algunas de ángeles y arcángeles. Algunas eran demasiado detalladas para su bien, parecían personas saliendo de la pared.

—Es muy bonito aquí—comentó Gianna—, ¿viene seguido?

Alessandro negó.

—Muy pocas veces vengo o siquiera pienso en venir, no es que no me guste el campanario; es solo qué hay demasiadas aves atrapadas aquí arriba y a veces es demasiado sucio. El campanario no se ha usado en una buena cantidad de años—explicó señalando hacia arriba a los nidos de palomas que se arremolinaban en el mismo.

—Si es demasiado sucio, ¿por que estamos subiendo?

—Porque al llegar a la copula del campanario hay una puerta, por ahí podemos salir. Se ve casi toda la ciudad desde aquí arriba y es hermoso.

Gianna no pregunto ni hablo más, hasta que lo recordó.

—Padre, usted sabe mi nombre, ¿puedo preguntar sobre el suyo?

Alessandro se detuvo.

Se había estado preocupando por tantas cosas, que había olvidado presentarse a él mismo. Era curioso como a veces memorizaba todo, pero cuando se trataba de datos personales; no los recordaba siempre.

El tenía el nombre por el que estaba curioso, pero solo hasta que estuvieron en la cima del campanario —frente a aquella puerta que mencionó— fue que respondió—: Alessandro.

Gianna le tendió su mano.—Un gusto padre, ahora si podemos tutearnos.

—¿Tutear?

Gianna sonrió.—Dado que ambos sabemos nuestros nombres y de alguna manera estamos escapando, considero que somos amigos. Los amigos se llaman por sus nombres de pila.

Alessandro miró su mano estirada hacia a él y la estudió.

Era delicada, pálida y tenía salpicado un ligero lunar en el inicio del pulgar. No perdió el tiempo y le tendió la suya en un apretón.

Nadie sabría que ese apretón cambiaría sus vidas para siempre.

Tal vez fuera el echo de que, ambos al tocarse de las manos, habían sentido una descarga eléctrica que decidieron ocultar para no romper aquel pequeño contacto que se convirtió en un hechizo de miradas.

Gianna trataba de saber todos los secretos de Alessandro y Alessandro, trataba de ver la vida normal a través de Gianna.

Ambos acaban de enlazar su destino en algo peligroso.

Demasiado, peligroso.

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