Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 3. "Pasado pisado".

Termino otra vez en la agencia, contra mi voluntad, y luego de una gran reprimenda por intentar escabullirme de mis “obligaciones”. No me estaba escabullendo, solo tomando un descanso, pero el grandioso Maxwell pretende que me pase las veinticuatro horas del día junto a él y Alexandra, y no creo poder tolerar tanto tiempo. Prefiero buscar pistas por mi cuenta, es mucho más fácil así.

—Ella es Rossane Dawnd, y formará parte del equipo a partir de hoy —explica el mandón para el resto de personas en la habitación donde me encerró de mala gana.

Luego de volver del museo, comenzaron a enseñarme cada uno de los cuatro departamentos que conformaban la agencia: Campo, Tácticas, Casos Menores y el Dto de Informática. Podíamos variar de trabajo según nuestras habilidades y desempeño, pero también dependía del compañero con el cual te tocase trabajar; según me iban explicando.

Por el momento, estoy bajo la supervisión directa de Maxwell, según órdenes de Leandro, el cual no acaba de hacer acto de presencia para darle la bienvenida a su sobrina.

—Emm… un gusto —digo sin mucho interés, en lo que miro las uñas de mis manos, las cuales necesitan un corte y pintura urgente.

Hay demasiados ojos curiosos sobre mí y eso me molesta un poco, y me intriga al mismo tiempo. No entiendo qué puede tener de especial esta agencia, salvo su forma un poco complicada pero eficaz de resolver las cosas. Sin embargo, debo integrarme lo antes posible, aunque no me haga demasiada ilusión. Pero, primeramente, debo tener unas palabras con Leo y aclarar unas cuantas dudas sobre los “bichos raros” que componen esta agencia.

—Ross entró aquí bajo mi cuidado, así que les exijo que la traten como alguien más de esta familia. —Leandro entra en ese momento por el pasillo, con un vaso de Starbucks en la mano y unos lentes oscuros que traen en evidencia su falta de descanso.

Siempre igual, este viejo no cambia por más que pasen los años.

—¿Ya fue a recursos humanos? —pregunta una del personal de oficina, Selene Carter.

—No hace falta —le responde Maxwell—, ya llené su planilla y comprobamos sus datos y antecedentes.

Dudo que lo haya hecho en realidad, o por lo menos no a fondo. Al parecer Leo me tiene demasiada confianza como para no indagar de más. Eso es bueno, quiero contarle todo lo sucedido en persona.

—Ok —dice Leandro a Maxwell—, necesito que ambos me acompañen a mi despacho. Hay algo de este caso que debo consultarles.

Asiento a la par que Maxwell y camino junto a él, hasta la puerta, donde se encuentra Leo obstaculizando. Como acto reflejo le tiendo la mano para estrechar la suya, como gesto de respeto a mi nuevo jefe, pero mi sorpresa se hace ver en el momento en que este lo ignora y me termina abrazando con fuerza, sin preocuparle derramar un poco de café en el suelo.

—Leo, estamos trabajando —le reclamo un poco avergonzada.

—No seas tan seria, Ross. Esta agencia es una familia, y hoy comienzas a formar parte de la misma —se justifica tras romper el efusivo abrazo—, aquí lo más importante no son los modales o las etiquetas, sino la confianza.

—Ya veo que Alexandra y Maxwell siguen tu misma política —le dedico una sonrisa sincera. Leandro es casi un padre para mí, y ya lo extrañaba demasiado—, pero dame un poco de tiempo para adaptarme. Acabo de llegar.

—Todos aquí seguimos esa regla como un mantra, chica nueva —dice uno de los trabajadores en mi espalda mientras el resto ríe por la situación.

—¡Ya veo…! —exclamo con tono de burla.

—Ya le agarrarás el gusto a este trabajo y al ambiente laboral, Ross. —Mi jefe revuelve mi cabello y se echa a un lado, dejando libre la puerta para salir de la habitación—, por algo somos la mejor agencia de todo el estado de California.

Camino detrás de él y Maxwell, mientras lo escucho contar sobre un caso anterior suyo fuera de Pasadena y la forma tan épica en que lo resolvió. Sigo dándole vueltas a ciertos detalles que me llaman la atención de este lugar, y siento que lo más extraño no es en sí la atmósfera que desprende, sino el hecho de que nadie parezca notarlo.

Llegamos al despacho de Leo y entramos, tomamos asiento frente a su escritorio y esperamos en lo que él cierra la puerta y las cortinas de los dos ventanales de cristal que dan al pasillo. Luego se sienta con despreocupación, deja su café en la mesa y comienza a buscar unos papeles en unas gavetas.

Al encontrarlos no los tiende y yo agarro el mío. Se trata de información personal sobre Norton Simon y Jennifer Jones, su viuda. Además de información sobre los trabajadores del museo y los respectivos horarios de cada uno. Es bastante trabajo de mesa y mucho que investigar y enlazar.

—Alexandra y Mateo se encargarán de otro caso a partir de mañana. Estamos cortos de personal y tenemos demasiada demanda de contratistas, así necesito que comiencen ustedes a investigar con la información que tiene —nos explica el jefe.

—¿Ya hablaste con Cristopher sobre el hueco de esta noche en la morgue? —pregunta Maxwell.

—No se hará sino hasta mañana —le responde Leo. Yo sigo entretenida, leyendo y memorizando toda la montaña de información que me dio—, y me entregó los permisos para que puedan entrar a ver los resultados.

Termino con mis documentos y agarro los de Maxwell de sus manos. Él me mira extrañado, pero hago como que no lo noto. Necesito extrema concentración para guardar tantos datos importantes en poco tiempo.

—Rossane tiene la certeza de que la víctima no murió por asfixia, sino que le inyectaron alguna sustancia que fue la causa real de su deceso. Yo no estoy tan convencido, así que es mejor salir de dudas.

—No hace falta. —Cierro la carpeta y se la vuelvo a tender, él la agarra y hace un gesto de molestia, que me invita a cortarle el rollo. Mi ego vuelve a salir a flote junto a mis ganas de aplastar el suyo—, es la causa real. Estoy totalmente segura.

—Ah, ¿sí? —me reta—, ¿qué pruebas tienes del modus operandi del asesino?

—Maxwell, está bien que mañana hablen con Cristopher, pero te aseguro de Rossane no hace una afirmación tan rotunda a la ligera —le aclara Leandro antes de que yo diga nada.

Mi insoportable “compañero” traga grueso y asiente sin decir más que un simple «Entiendo». Y vuelve nuevamente la atmósfera extraña y el presentimiento. No sé describirlo, pero mi don me alerta sobre algo que me están ocultando, y eso me incomoda un poco. Por ahora no preguntaré, confiada de Leandro y su cariño hacia mí, pero pronto intentaré indagar más sobre el asunto.

Quedarme con dudas no es lo mío, definitivamente. No hay espina que se me quede clavada nunca, y es algo de lo que me siento orgullosa… a veces.

Me levanto del asiento con intensión de marcharme a almorzar algo, pero Maxwell me agarra por el brazo rápidamente.

—No hemos visto bien la información. Terminemos esto y luego pedimos algo para almorzar —me dice con tono autoritario.

—Ya memoricé todo lo que necesito saber y descarté lo que no nos interesa. Puedes dejarme este caso a mí y tomarte unas vacaciones, no me haces ninguna falta —le dije cortante.

El hambre me pone de muy mal humor, y él está comenzando a agotar mi paciencia.

—Rossane, más respeto a tu compañero —me regaña Leo, pero en su voz no noto recriminación o advertencia, sino una simple petición.

—¿Cuál es tu don, exactamente? —suelta Maxwell, lo que provoca que lo mire de golpe. Otra sorpresa más en el día, ya esto comienza a asustarme.

—Ella es quien me ayudó en su momento a descubrir al asesino de tu madre. Ni yo sé decirte cual es su talento real, pero abarca muchas aristas.

—¡Un momento! —exclamo al enlazar ciertos detalles que acaban de revelarme. Me resulta más interesante el hecho de haber encontrado algo increíble, de que supieran sobre mi secreto—. ¿Él es tu hijo?

Maxwell se levanta bruscamente y comienza a dar vueltas en círculo por todo el despacho. Ríe a carcajadas, como si estuviese poseído o algo parecido, pero sus ojos no presentan el brillo que debería contrastar con su carcajada anterior.

—Y tu eres la niña del funeral, la que Leandro visitaba los fines de semana —me responde algo diferente a lo que le pregunté, pero de igual forma confirma mi inquietud.

—Si y sí —nos responde Leo a ambos—. No esperaba que les afectara tanto este detalle, si al final no llegaron a hablar nunca.

En realidad…

—En realidad si hablamos, y bastante —le confiesa Maxwell antes de que yo lo hiciera—, tanto en el funeral como tiempo después, antes de que me mandaras a Milán. Solo no pensé que fuera la misma. Mírala, Leandro ¡No tiene nada que ver con esa chica! —exclama, señalándome.

—¡Ey! —exclamo también, ofendida por su tono—, los años no pasan por gusto, y ya han pasado quince, Maxwell, quince años. —Respiro profundamente antes de soltar mi veneno—, y tú tampoco te pareces en nada al adolescente llorón y consentido de aquel entonces.

—Repite eso y te quedas sin almuerzo, chica tonta —me amenaza.

—Vuelve a amenazarme y tus huevos serán víctimas de mis botas, imbécil —devuelvo la amenaza.

Leo golpea la mesa con fuerza y se levanta. Le da la vuelta a la mesa y pasa por nuestro lado. Abre la puerta y nos hace un gesto para que salgamos.

—Arréglense afuera, pero no quiero peleas tontas entre compañeros. Maxwell, eso no es lo que intento enseñarles a todos ustedes, así que compórtate.

—Como digas —le responde mi compañero, pero no hace movimiento alguno más que apretar sus puños.

Al parecer Maxwell no es de los que aceptan un regaño…

Hago caso a mi jefe y salgo con la cabeza baja, evitando mirarlo. Al otro lado de la puerta siento mi nombre salir de su boca con un deje de molestia en la voz.

—Rossane, espero que te adaptes pronto, y no crees problemas con nadie.

Asiento, sin mirarle aún. Prefiero salir de ahí cuanto antes y relajarme un poco. Parezco algo subida de tono, pero simplemente soy un poco explosiva. Eso no me hace mala persona y espero que Leo lo tenga claro, tienen que sacar paciencia conmigo y lo admito, pero, ¿qué le puedo hacer a eso? No es como que me guste ser así. Simplemente… lo soy.

Ya yo conocí a Maxwell una vez, efectivamente, hace tanto tiempo que lo había borrado de mi memoria. Quizás mi mente lo vio como algo innecesario y decidió desocupar ese espacio para cosas más importantes, o qué sé yo. Tengo una memoria envidiable y casi mágica, pero hay cosas que están fuera de mi alcance entenderlas. Pero era él, sin duda, aunque muy diferente del hombre serio y recrudecido que tenía delante de mí. Mi recuerdo era sobre un chico mucho mayor que yo, vulnerable tras la muerte de su madre, que se aferraba con fuerza a una muñeca de trapo mientras lloraba gritando el nombre de su progenitora.

Ese mismo chico que seis días después me regaló dicha muñeca en el funeral, luego de haberse descubierto que el supuesto accidente de aquella pobre señora fue en realidad un homicidio, provocado por la ira de un cornudo expuesto que no aceptaba que su mujer lo dejase por culpa de una detective contratada.

Y aquella muñeca, que había dado por olvidada su precedencia, era justo la misma que cargaba Odethe en sus brazos en la escena del crimen hace pocas horas.

Demasiadas coincidencias y emociones fuertes en un día. Y todavía voy por la mitad, siento miedo de descubrir que se avecinan muchas más tormentas a partir de ahora.

Camino a trompicones por el pasillo, entre el gentío. Siento mi nombre de varias bocas, pero no me siento bien, no me interesa quien pueda necesitar de mí en ese momento. Bajo apresurada los cuatro pisos hasta el recibidor del edificio y paro un segundo para coger aire. Me duele demasiado la cabeza, a un punto agobiante.

Si no como algo voy a desmayarme, lo veo venir. Mis pies se encuentran un tanto entumidos, pero salgo a la calle como puedo e intento coger un taxi que me deje por el supermercado. Me apetece tomar algo frío y un poco de calorías. Buscar un café o restaurante en “horario pico” va a ser peor. Prefiero comprar y comer, directamente sin esperar por un mesero malhumorado o gastar demasiado.

—¡No te montes! —siento el grito de Maxwell, quien está al otro lado de la calle, en la entrada del edificio, inclinado hacia adelante como agarrando aire. Al parecer bajó por las escaleras detrás de mí. Cruza en mi dirección e impide que me vaya de ahí. Me agarra del brazo y cierra la puerta del taxi que había logrado parar, el mismo se va y ya no tengo fuerzas ni para darle una contesta que valga la pena.

Solo resoplo.

—¿Qué quieres ahora? —le pregunto, pero termina sonando más a una súplica—. Déjame ir a comer algo, por favor. No puedo ni pensar bien del hambre, hoy no desayuné nada.

—Te llevaré a un buen lugar, no te preocupes. Quiero que sigamos hablando.

Levanto una ceja, extrañada por su cambio de tono al dirigirme la palabra. No me hace mucha gracia de igual porfa, pero agradezco que me haya dado tregua.

—Necesito pasar por el super primero —le digo—, luego vamos a donde tú quieras.

Volvemos a cruzar la calle y doblamos por el costado del edificio, donde se encuentra su auto aparcado. Un bonito deportivo rojo y negro, bastante moderno y nuevo. Me ayuda a subirme y luego monta él, enciende el motor y, muy precavido como si se tratase de una manía por controlarlo todo, gira su cuerpo hacia mí y extiende su mano por encima de mi regazo, pegando su cuerpo al mío.

Huele a Hugo Boss, uno de mis perfumes favoritos.

Agarra el cinturón de seguridad y me lo coloca bien. Y yo nerviosa por su cercanía, es para matarme. Luego de coloca el suyo y por fin salimos del aparcamiento.

El super se encuentra a unos quince minutos en auto, en los cuales no hablamos de absolutamente nada. Prefiero mirar por la ventanilla e intentar destensarme un poco, con el fin de controlar mi migraña y el mareo. En un semáforo en rojo aprovecha para tocar mi frente, quizás preocupado por mi cara de mierda y el silencio incómodo, pero al notar que mi temperatura es normal, sigue en lo suyo y continúa manejando.

Al llegar al super me bajo sin mediar palabra. Él no me sigue. Entro por la puerta corrediza y paseo por los pasillos, mirando los estantes en busca de lo que sacie mi antojo. Y lo encuentro. Agarro un carrito y meto dentro varias provisiones, para guardarlas para otras ocasiones. Termino agarrando doce, demasiado.

Camino a la caja registradora encuentro chicles de canela, mis favoritos, y los compro también. Un paquete entero para mí y varios sueltos para compartir con Maxwell. Pago y vuelvo a salir en busca del auto, con un té con leche a medio consumir en una cajilla parecida a las de jugo. Es mi bebida favorita por mucho, y con once más en la bolsa del super, me siento relajada al fin. Aunque sigo con hambre.

—Llamé a Leandro y me contó tu problema. Fue por tus ataques que me pidió tenerte vigilada —me dice Maxwell una vez entro al auto y me acomodo el cinturón, sin su ayuda esta vez.

—Desde siempre ha sido quien me saca de las crisis antes de que me de una convulsión —le explico—, entiendo su preocupación, pero de todas formas no necesito que nadie se meta en lo que no le importa.

Ya comencé de nuevo con mis agresiones verbales. El té con leche hizo algo de efecto, por lo visto.

—¿Y tu familia? —inquiere. Mantiene la vista fija en la calle en lo que salimos a la avenida en el auto y nos desplazamos a saber dios donde.

—Gil me ayuda —le explico, con los ojos cerrados para minimizar el dolor, en lo que doy pequeños sorbos a lo que queda del té en la cajilla— pero siempre está trabajando. Ya mi madre y mi padrastro son un asunto aparte. Si es por ellos es mejor encontrarme muerta.

—No quiero preguntar mucho sobre tu vida familiar, pero, ¿es en serio? —pregunta, incrédulo.

No tengo fuerzas para responderle algo que me molesta tanto. Sí, mi relación familiar es pésima, y todo porque fui concebida producto de una relación sexual no consensuada, como si tuviese la culpa de que el malparido de mi padre biológico fuese un asco de persona, o que mi madre escogiera mal a sus parejas.

Abro al fin los ojos y miro a mi compañero con desgana, y la intensión de cambiar de tema. Y algo muy obvio pasa por mi mente en el preciso instante en que detallo, de manera inconsciente, la vestimenta de Maxwell.

He estado toda la santa mañana mirando esa misma gabardina oscura, y no se me pasó por la cabeza enlazar las casualidades. O sea, ¿seré estúpida? Hoy mi cabeza no está funcionando del todo bien y eso no me gusta para nada.

Resoplo por segunda o tercera vez en el día, sin ánimos para abrir otra discusión, y menos antes de haberle dejado la billetera vacía y mi estómago complacido. Por eso intento buscar las palabras adecuadas, lo menos agresivas posible. Ya en otra ocasión podré dejarlo sin posibilidades de preñar de la patada que estoy vislumbrando en sus pobres testículos.

—Esta mañana eras tú quien me espiaba en la calle en frente de mi casa, ¿no? —interpelo con cautela.

Él sonríe y un hoyuelo nace debajo de su mejilla, pero no me mira.

—No te espiaba. Ya te dije que mi padre me encomendó a vigilarte, solo quería saber quién eras antes del trabajo, pero no pude.

—Eres pésimo detective, Max.

Espera, ¿Max? Ahora sí creo que me volví loca. No más té con leche para mí por hoy.

—El problema es que eres demasiado perspicaz. Tienes muchísimos dones: buena vista… —comienza a enumerar con los dedos de una mano, sin despegarla del timón—, buena memoria, una inteligencia y un poder deductivo increíble…

—¿Qué más? —le pregunto al ver como hace una pausa para pensar.

—Y el rojo te sienta demasiado bien —suelta sin más, como si pudiera salir impune a esa revelación.

Siento calor, muchísimo calor en este momento. Termino abriendo y tomando otro té más, y solo soy capaz de soltar un «Jódete» poco convincente.

En varias ocasiones he tenido que mostrar mi cuerpo al desnudo por trabajo, y si hay algo que no tengo es pudor, pero resulta diferente a que alguien abiertamente haga esas confesiones. No estoy acostumbrada a tanta sinceridad, o tanto descaro al mismo tiempo.
 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro