Capítulo 7
Me quedo viendo el cielo matizado en un violeta oscuro. Los pequeños puntos centelleantes denominados «estrellas», titilan, pero más allá de esas estrellas está el lucero, lucero que brilla más que cualquier cuerpo celeste que pueda teñir el manto de la noche. Nicholas ha ganado un punto esta vez, me ha hecho sonrojarme con cosa tan bonita. Aunque muchas mujeres prefieren un collar de perlas, yo prefiero esto. Prefiero tiempo con la persona por la que he comenzado a sentir cosquilleos, esa persona con la que he tenido el primer «clic».
Después de lo que ha dicho Nicholas, está más sonriente y campante de lo normal, más de lo que estoy acostumbrada a verle. Sus hoyuelos no desaparecen y su cabello que cae en cascada por su frente, lo noto más brilloso. Puede que sea el brillo que emana la luna llena, o puede ser también la manera en la que estoy comenzando a verle. Una manera diferente a la otra, en la que lo veía como un canalla, un idiota en que el que nunca me fijaría. Pero el problema es simple, o eso creo, el punto en que la persona de la que menos lo esperas, comienza a cambiar con respecto a ti. La vida puede volverse brillante solo con su sonrisa, su picardía, su picante y sus hoyuelos, su personalidad que quiebra los límites de la compostura. Lo amo todo, completo, y quisiera que fuera solo mío, pero, más allá del orgullo de Darcy, el mío también está por delante de todo. Mucho lo he rechazado para venirme de rositas y decirle que me gusta, y que siempre me ha gustado.
La carretera por la que hemos estado transitando hace una hora aproximadamente, se termina. Y al final de una calle empapada se encuentra algo bello, algo que Nicholas sabía que me impresionaría, algo que me ha ofuscado desde el primer momento. Las ondas de luz de luna que se desplazan por el lago, el sonido del agua y los grillos cantando son algo que nunca quisiera dejar de escuchar. Es algo de admirar, como también es de admirar ese hermoso cerezo y los pétalos color rosa que caen en el suelo, pétalos que han llenado la banca de madera que descansa en donde se esparce la sombra del magnífico árbol. Un paisaje natural de lo más lindo, y esto me hace pensar, aunque solo sea en mi cabeza, que Nicholas lo ha planeado todo y que su idea de traerme era solo sorprenderme y tenerme comiendo de su mano.
-Es el sitio de fiestas, lo alquilé hace poco para este evento -dice Nicholas, señalándome la hermosa edificación de cuatro plantas en completo cristal.
A través de los paneles de vidrio se ven a las personas relacionándose, los camareros ataviados con sus respectivos uniformes, repartiendo entre los invitados bebida y bocadillos. Lo que en sí le da vida a este sitio son los candelabros, esos hermosos candelabros de cristal que penden del techo. La luz de los candelabros ofusca desde lejos, estoy impaciente por entrar y por fin ver toda la hermosa decoración del sitio.
-Es un sitio hermoso, Nicholas -Le digo casi sin aliento.
Sonríe y se peina el cabello con una mano, mientras que con la otra maniobra en el volante. Aparca junto a los otros autos, que son lujosos, pero que a su bestia negra no le pisan ni los talones. Hay autos muy lindos y de colores llamativos, pero adoro más el misterio del suyo. Creo que todo lo referente a Nicholas, me causa misterio.
En el porche hay un magnífico olor a rosas. El aire peina las flores y el agua que cae en cascada en una fuente, da un toque más bonito al pequeño jardín que le agrega más presencia a la edificación moderna. Unas cuantas esculturas se esparcen por el césped verde olivo en la noche, y un aspersor riega unas cuantas plantas un poco a lo lejos.
Sus pasos de hombre alfa dejan de escucharse en un momento, y me detengo. Ahora el jardín se ha vuelto la boca del mismísimo lobo si no le escucho andar a mi lado. Me giro hacia atrás y lo veo hurgándose en uno de los bolsillos de sus pantalones perfectamente planchados. Su cabello se agita desordenado, mientras él está un poco encorvado.
-¿¡Dónde carajos lo he metido!? -Se queja en voz baja.
El frío ha vuelto a llenar el ambiente, y tener un lago cerca ha bajado más la temperatura.
-¿El qué? -Le pregunto abrazándome por encima de la chaqueta.
-Si te lo digo, dejaría de ser sorpresa entonces -Me dice frunciendo el entrecejo y se hurga en el otro bolsillo.
Me quedo ahí, parada y pasando frío. Esperando a que este chico desordenado encuentre eso que llama «sorpresa», y que sé que es para mí. Me saca de mi ensoñación un suspiro de parte de Nicholas, y cuando lo miro, el alivio se evidencia en su rostro.
-Señorita Bennet, cierre los ojos -Me dice dulcemente, ocultando sus manos tras su espalda.
-Vale -Balbuceo mientras cierro las parpados y lo único que veo mientras lo hago, son sus ojos verdes como la Amazonía.
Sus pasos vuelven a sentirse en mi oído, tal como ecos. Su mano cálida me acaricia en la mejilla y desciende hasta encontrarse con la mía. Sus dedos se entrecruzan con los míos y un calor mayor que el del Sol se funde al contacto entre nuestra piel.
-Abre los ojos, Ann -dice en voz baja, y su aliento cálido se aferra a mi piel.
Abro los ojos lentamente y trago saliva al reparar en que nuestros rostros están tan cerca, que el calor de su respiración me despeina y su perfume me eriza.
Se supone que tenga algo delante de mí, con un lazo o papel de regalo que lo envuelva, pero no, sólo está Nicholas, los árboles y el hermoso lago que acompaña a la noche en un viaje mágico.
«¿Me está tomando el pelo?»
-¿Y? -pregunto un poco... solo un poco molesta.
-Que idiota soy... toma -dice con incomodidad y me muestra algo en su mano.
Solo me tardo unos segundos en dirigir mi mirada hacia la pequeña cosa que tiene atrapada entre su índice y pulgar. Y cuando lo hago, veo un hermoso anillo de esmeralda. Muy lindo, el aro de plata, y la piedra verde como sus ojos me dejan más que embobada, enamorada es lo que quisiera decir. De un millonario del que espero una exageración, sale algo tan pequeño, pero con gran valor y detalle. La piedra brilla al contactar con la luz de la luna, y debo decir que la plata es mi material favorito.
-Y, ¿es para mí? -Le pregunto casi sin habla.
-Por supuesto, Anna. Sino no te lo mostraría -dice poniendo los ojos en blanco-. Me pasé un buen rato decidiéndome, y lo hice al imaginarme lo lindo que se vería en alguna de tus preciosas manos -¡Estoy que me lo como!
Me inserta el anillo en el anular. El aro de plata está frío pero la piedra me hace olvidar cualquier tipo de incomodidad. Nicholas tiene la mayor de las razones al decir que se verá hermoso en mis manos. Mis manos que estaban desnudas han vuelto a nacer, con tan lindo accesorio.
-Gracias, Nicholas -Sonrío me vuelvo a mirar el anillo que decora mi dedo anular.
-¿Y?
-¿Y qué? -Le pregunto hostil, desconfiando hasta por los poros.
-Me esperaba, aunque sea un besito aquí -Con su índice me señala un punto cerca de sus labios rosados.
Lo beso en la mejilla, lo más lejos posible de la zona a la que se ha referido, y cuando lo veo, hace un puchero que me hace creer que es un pequeño gato en medio de un aguacero.
-No era ahí, era aquí -Me vuelve a señalar ese sitio tentador cerca de su boca.
-No me puedo arriesgar, y bueno, acabemos de entrar -Evito mirarlo, porque sé muy bien que sus ojos me matan y su rostro es una llama que hará que mi corteza se derrita.
-Bien -dice y advierto la decepción en sus palabras-. Coloca tu brazo por entre el mío, desde este punto debemos parecer una pareja -Me indica.
No sé exactamente qué es lo que he sentido cuando he cruzado mi brazo por el suyo y nuestra piel se ha rozado. Es algo más fuerte que el cosquilleo habitual en mi pecho, es un ardor, una llamarada interior. Un torbellino de brillo se desata en mi interior, cuando Nicholas me mira y sonríe.
Un hombre trajeado y con gafas abre la puerta para nosotros. Las miradas curiosas se abalanzan sobre nosotros, al instante un nudo se crea en mi garganta y el alma se me va a los talones. Nicholas se traslada por todo el salón conmigo a rastras como si fuera algo que hace every day. El nudo se desata cuando me suelta para tomar dos copas de champán que le ofrece un camarero perfectamente peinado.
Me brinda una copa esbozando una media sonrisa, y amo ver lo bien que le sientan las corbatas.
-Te dije ese maldito día, que no bebo -Le gruño en voz baja, mirando a todas partes menos a su hermoso rostro.
-Si bebes, porque tú y Louisa aquel día entraban como dos colegialas con aquella botella de champán, planeando bebérsela -Susurra.
-¡Sr. Jefferson, aquí! -Nos interrumpe una voz masculina, antes de que Nicholas me obligue a tragarme la bebida y la copa, es capaz.
-Toma la jodida copa y no hables -Me ordena y a punto de arañarle la cara, tomo la copa de estilo flauta.
¡Ese es Nicholas en su estado puro!
Ja.
Un jodido canalla de las mil mierdas.
Entrelaza su brazo con el mío y me pega a él. Caminamos mientras miro las burbujas que se mueven en la bebida en mi copa. En un sitio apartado, cerca de la mesa de bufé donde hay servidos varios postres-Entre los que veo los deliciosos canelés de origen francés que solía preparan mi abuela Taylor-, nos esperan varios hombres trajeados de lo más elegante que se puede apreciar en este sitio.
En cuanto llegamos, Nicholas comienza a darle un fuerte apretón de manos a todos aquellos hombres de negocios y a hablar de cosas sin sentido, como lo es el deporte, o el frío que pela en el mes de febrero.
Mientras él se une a esa bandada de estúpidos disfrazados de gente seria, yo le doy un sorbo a mi bebida chispeante. Disfruto el momento en que la bebida desciende por mi garganta y las burbujas me causan hormigueo. Mientras me doy el segundo sorbo, una mano se posa en mi hombro con fuerza, apretándome.
Cuando me giro hacia sea quien fuere que me está tocando el hombro, veo a un hombre alto y robusto, moreno y de ojos verdes. Tiene el cabello crespo y castaño oscuro. Una mirada que destruye muros y crea tsunamis.
-¡Vendrás conmigo, no puedes estar aquí! -Gruñe el desconocido, con una voz tan áspera y amenazadora que me quedo entumida.
-¡Sí que puede! ¿¡Quién te ha dicho que ella no puede estar aquí!? -dice, espera, es Nicholas.
Me toma del brazo hasta situarme detrás de él. Es obvio quiere mantener una posición de macho alfa y lo hace muy bien, demasiado en mi criterio personal.
-¿Le conoce, Sr. Jefferson? -Le pregunta el desconocido a Nicholas, buscándome con la vista, pero me refugio detrás de la amplia espalda de mi defensor.
-¡No, no la conozco de nada! -dice Nicholas con sarcasmo-. ¡Es mi jodida esposa, lárgate! -Le ladra y sin advertencia previa lo empuja.
El moreno cierra las manos, formando puños y lleva su mirada hacia abajo. De seguro que se traga un comentario, nadie quiere el despido. Bien que lo sé yo.
Pero más allá de cómo se sienta el chico, estoy acelerada por la manera en que Nicholas me ha identificado como su «esposa».
-Disculpe, no lo sabía -Le dice el chico, con los dientes apretados y con la mirada cuarteando el suelo.
-Bueno, ahora mismo lo sabes ¡Esfúmate! -Replica Nicholas, y el moreno asiente.
-Creo que has sido muy cruel. Solo h-hacia su trabajo -Balbuceo cuando el chico ya está a una distancia considerable de nosotros.
-¡Ni cojones! -Me espeta, mirándome a los ojos-. ¿¡Quién mierda se cree para decirte que desalojes este jodido lugar!?
-No hables así -lo reprendo. Tengo razón en que no debe estar hablando como un jodido mafioso, delante de toda esta gente fina.
-Anna, ¿cómo carajos quieres que me exprese, cuando te han querido sacar de un lugar que he pagado yo? -me pregunta con la mandíbula tensa, acariciándome el rostro con sus manos callosas.
-Tiene razón -Le espeto y me mira desconcertado e iracundo al mismo tiempo.
-Tengo fe en que no lo dices en serio -Se pasa una mano por la boca y me fulmina con la mirada-. ¿En qué te basas para decir que tiene razón?
-Tiene razón, Nicholas -Reitero-. No pertenezco a esto, a estos lugares de gente rica, estos vestuarios no son para mí. Ni siquiera el brillo de labios que estoy usando en estos momentos.
-¿Y qué te hace pensar que se refería a eso cuando quiso expulsarte? -Me pregunta en cólera-. Tú perteneces a lo que desees, y nadie decide en eso.
-Pe...
-¡Calla y ven conmigo! -Me acalla pegando el dedo índice de su mano derecha en mis labios.
Me toma de la mano y me lleva junto a los idiotas, que parecen no ser tan idiotas. Pero al parecer los empresarios hablan de idioteces antes de tocar territorio importante. Me presenta como Anna Jefferson, su esposa de años y todos aquellos hombres me desvisten con la mirada. Sus mujeres parecen hermosas Barbies, exceptuando que ninguna era rubia. Ainoa, Lucrecia y Mónica, eran los nombres de las tres mujeres bien formadas y educadas.
Mientras los hombres hablan de negocios, nosotras nos dedicamos a buscar algo interesante que ande con corbata y traje caminando por el salón iluminado. Nicholas de vez en cuando se acerca para haber que estamos cuchicheando y cuando escucha «futbol» se olvida de que estamos en plan de caza.
Por primera vez en mi vida pruebo Vermecelli de arroz, y también Köttbullar, un plato típico de la cocina sueca. Hay muchos postres deliciosos de diferentes orígenes, pero no puedo evitar volver a mis fieles canelés. Nos son tan buenos como los que preparaba la abuela, pero se pueden disfrutar.
Llega la hora de la bebida y la música ayuda a que olvide que no me debo exceder con la bebida. Después de tres copas de champán, un camarero me ofrece Vodka Sour de cereza y posiblemente, me haya acabado una botella entera mientras Nicholas husmeaba por la mesa con los canapés. El sabor a cereza, junto al ardor de la bebida escurriéndose por mi garganta, me han hecho querer más y más.
La cabeza me pesa y todo a mi alrededor se ve tan distorsionado, que no logro hilar las siluetas en formas concretas.
Alguien me carga en brazos y me lleva. No tardo tanto en ver más nítido su rostro, y también su cara de asco. No me mira, pero está mirando a alguien.
-Hola Riley, ¿me alcanzas un pañuelo? Es que mi mujer se ha excedido con la bebida, y ya sabes... -Me mira un instante, y entre el mareo que me traigo, caigo en que es lo que ocurre.
Lo he vomitado, de seguro.
-Claro, enseguida -dice una voz femenina y aunque trato de ver de dónde proviene ese sonido suave, no veo más nada que no sea él.
Nicholas me sonríe y aunque se ve un poco nubloso, puedo ver esa hermosa sonrisa.
-¿Yo te he vomitado? -Le pregunto incómoda.
-Sí, pero se resuelve ahora -responde con dulzura y extiende una de sus manos hacia algo, o alguien.
Miro a todas partes, hasta ver a una chica que parece ser camarera. Tiene el cabello de un rubio un poco más oscuro que el de mi cabello, ojos cafés y unos labios gruesos pintados de carmín. Ella me sonríe al notar que la estoy mirando, y escondo mi cara en el pecho de mi ángel, para evitar el momento embarazoso.
-No te avergüences muchacha. Todos nos achispamos de vez en cuando -Sonríe nuevamente y logró esbozar una tenue sonrisa.
-Gracias por el apoyo moral -Le digo, sintiéndome un poco cansada.
Nicholas debe de estar más avergonzado que yo, por el simple hecho de estar cargándome en brazos. De seguro que todos nos miran extraño, y que algunos se deben estar riendo de mí en el momento que lo he vomitado, y no recuerdo.
Decido quedarme mirándole, en el momento en que se frota un pañuelo contra el tejido de su chaleco negro como la turbia noche.
-¡Derroché este dinero para nada! -Se queja y un paréntesis de nervios me parece en la cabeza.
-Lo siento, Nick -musito.
-No pasa nada, Ann. Tengo más de estos en mi casa -Me sonríe, mientras sus brazos me sostienen con más fuerza.
Una de sus manos sostiene la parte trasera de mis muslos, mientras la otra cubre la parte baja de mi espalda. Todavía tengo el sabor de cereza añejada en la boca, y el recuerdo de los labios de Nick. Carnosos y de color cereza.
-¿T-te pu-puedo decir Nick? -pregunto, un poco esperando su respuesta negativa.
Sonríe y hace un movimiento rápido con la cabeza, para apartarse un mechón rebelde de la frente. Siento como el aire crudo y seco me golpea, y el cielo estrellado me llena los ojos. Pero que importa el frío, cuando tengo un cielo y protector tan lindos.
-Claro, Ann -musita en respuesta y me mira.
Ni el atardecer es tan lino cuando te encuentras con sus ojos.
-Y-yo... yo te quiero -digo a plenos tartamudeos.
-¿Qué me quieres dices? -pregunta asombrado, y siento el estruendo de las llaves de su auto cayendo al suelo.
Te quiero desde la primera vez que te vi, Nicholas. Te quiero porque la noche no es noche sin ti, y el corazón no siente si no estás. Te quiero porque sí, y me llevaría escribir varios pergaminos explicar el por qué, porque ese porqué, eres tú, mi amante.
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