Mientras me adentro en la casa, Nicholas y yo nos intercambiamos miradas de lo más incómodas. No sé qué hace él aquí, y ya el simple hecho de que esté solo a medio metro de mi hermana, y sentado en mi sofá, me hace querer darle un puntapié en el trasero. Eso es lo quiero hacer.
Me ha tomado poco sentarme en frente de él y fulminarlo con la mirada, pero como siempre, nada de lo que hago lo intimida. Louisa se sienta a mi lado con la botella de champán en la mano, y no quiero ver con la cara que mi hermana estará mirándola, a ella no, a mí. Por Dios.
-Hola, Jolie -dice Louisa a plenos tartamudeos. Sin percatarse de que le tiene puesta en bandeja la botella de champán, a mi hermana.
Mi hermana me hizo prometerle que no bebería. Debido a nuestra genética, mi abuelo Kurt, mi padre Flynn, eran bebedores hasta las trancas. Y entonces mi hermana me vio como el siguiente objetivo, de la enfermedad de los Carson. El alcohol.
-Buenas, Louisa -Le devuelve mi hermana el gesto y añade-: Es un milagro verte aquí en nuestra casa.
Aunque no quiero, no pierdo el tiempo y miro a Nicholas. Está tan calmado, que es muy difícil creérselo. Tiene una mano reposando en el brazo del mueble, y la otra sobre uno de sus muslos. Lleva un atuendo informal y no puedo evitar embobarme, debido a la forma en que su cabello se nota rebelde, enmarañado y más rizado que de costumbre. Lleva un pantalón de chándal y una sudadera de los Washington Redskins, y tampoco olvidar las deportivas.
-Solo vine a tomar unas copitas con Anna, solo eso. Pero ya me voy -dice Louisa a modo de retirada.
¿Ya se va? ¿Tan rápido?
-Ya el amigo de Anna se iba. Así puedes irte con él y no vagas sola a esta hora por la calle -dice Jolie, mirando a Nicholas. Pero él solo me está mirando a mí, fijamente, como si fuera un pintor y yo la modelo para su nueva obra de arte.
-Vengo en mi auto -Se apura a decir Louisa.
-Él solo vino a traer unos presentes, pero ya que has llegado Anna, creo que se quedará un rato más ¿Verdad? -dice Jolie, metiendo más el dedo en la llaga. Lo vuelve a mirar y él muy hijo de puta asiente con una media sonrisa en su semblante.
Lo mato, lo mato, lo mato, lo mato, lo mato, lo mato... Jodeeeer.
-¿¡Qué presentes!? -Le pregunto tajante a mi hermana.
-Ropa para Nanda, marugas, juguetes, biberones y chupetes de lo más chulos. Una cuna, un orinal y una trona -contesta con una sonrisa de felicidad que me lleva a punto del vómito.
-¡Ya entendí! -Le digo con filo en la voz, y ella lleva su mirada al suelo. Entonces añado-: Es decir, que tú has obligado a mi hermana a aceptar todo esto, y pensarás que así te vas a ir de rositas con todo lo que ha pasado. -El muy desvergonzado asiente con la cabeza, y no logra más, que cabrearme otro poco.
Se peina el cabello que tanto me gusta con los dedos y se humedece el labio inferior con la lengua. Después me vuelve a mirar con esos ojos verdes que me hechizaron desde el primer momento, que tuvo el descaro de colarse en mi corazón.
-¿Hay algún problema con el detalle? -Me pregunta con prepotencia.
No lo dices en serio, Nicholas.
-No, claro que no -Río con sarcasmo-. El problema en todo esto eres tú y solo tú, sinvergüenza. -Lo señalo, hastía de todo esto, de él.
-El problemilla entre tú y yo lo resolvemos después. Nadie se tiene que enterar de las mierdas que te dije antier -Me dice conteniéndose de soltar su verdadero yo-. Solo quiero que esa pequeñita tenga de lo mejor. Y te aseguro que en esto que he hecho, no tienes nada que ver.
¿Problemilla decía?
Joder. No tiene noción de la magnitud de todo lo que me ha gritado en aquel McDonald's, que antes era un recuerdo con mis padres, y ahora él lo volvió pesadilla.
-¡Ya! ¡Claro! -gruño.
Sé de las miradas que Louisa y Jolie nos están dedicando. Pero no puedo evitar sentirme incómoda con su sola presencia, con el sonido filoso de su voz, con la tranquilidad en la que se dirige hacia mí. Joder, me ha destruido y viene como si nada hubiera pasado y siempre fuésemos amigos, o no sé qué piensa que somos.
-Vale, vale -La voz dulce de Jolie intermedia en todo esto-. Solo ha tenido el bonito detalle de pensar en mi hija, cuando no lo conozco de nada. Ahora no te enfurruñes sin razón.
Increíble. Está defendiendo a este capullo.
¿No sabe que es quien me mando al carajo hace dos días? ¿En serio no lo sabe?
-¿Lo defiendes? -Señalo a Nicholas, y si la rabia fuera una espada, ya lo habría asesinado.
-No -responde y añade-: Pero lo que tengáis que resolver, que sea entre vosotros. No tenemos que escucharos lanzarse insultos, ni tampoco gritarse el uno al otro.
Sé que tiene razón. No tengo porque estar jugando al gato y al ratón, delante de ella y Louisa. Cuando éste embrollo es solo mío, y de él. Pero por sí o por no, se me hace imposible cerrarme la cremallera imaginaria de la boca, con tantas cosas que quiero gritarle, y el dolor que aquel día no me dejó hacerlo.
-Tienes razón -replico moderando mi tono y miro a Louisa-. El champán será para otra ocasión.
-Bueno, hasta entonces, guardas la botella y no te la zampes -Me dice entregándome la botella, y cuando la recibo, percibo que todavía está fría, tal y como la mirada de Nicholas.
Louisa se pone de pie con la intención de irse, y yo también lo hago, con la intención de acompañarle hasta la puerta, y verla abordar segura en su auto. Pero hay algo discordante, algo que me he olvidado. Ja, Nicholas.
-Tú también. Vamos -Le digo a Nicholas. Quien sigue sentado en el mueble, en posición pensativa.
Me mira y pone los ojos en blanco. Se levanta sin replicarme nada y se sube hasta el cuello, la cremallera de la sudadera. Camina hasta la entrada y se detiene en el umbral de la puerta. Me mira pensativo y regresa hasta donde estoy yo. Está tan cerca de mí, que su respiración hace que mi flequillo se agite ligeramente y sus ojos... sus ojos esta vez no me destruyen, no emanan falsedad.
«Anna, ¿Qué estás diciendo?»
-En serio necesito hablar contigo -dice después de un momento de estar mirándonos como dos idiotas.
-¿De qué? -Le inquiero hastiándome de nuevo.
-Ven conmigo -Me extiende su mano.
Lo miro insegura, pero el brillo de su mirada que me ofusca, me dice lo contrario. Rozo mi mano contra la suya y al instante sus dedos habilidosos le hacen un agarre fuerte a mi mano, y me atrae a su lado.
Salimos y las pequeñas luces exteriores que alumbran mi jardín, dan un toque más bonito a la noche fresca de febrero. El clima está tan fresco que el dióxido de carbono que suelto por la boca, sale en forma de vaho.
-¿Qué es eso que tienes que decirme? -Le pregunto tomando una posición rebelde, y me suelto.
-No sé cuántas veces más lo diré, pero quiero que sepas que lo siento, Anna -dice con la voz enronquecida, pero yo solo tengo sentidos para disfrutar de sus mejillas color melocotón.
«Anna eres rebelde, recuérdalo.» Me dice mi subconsciente
-¿Es todo? -Le pregunto levantando una ceja en fastidio, y poniéndome los brazos en cruz sobre el pecho.
Niega con la cabeza y me encuentro... atónita ante el intento de tomarme por la cintura, aunque me suelto antes de terminar tan pegada a él. Y podría jurar que el calentamiento global ha llegado antes de tiempo a la tierra.
-Eres mi nueva secretaria y... el viernes tengo un acontecimiento empresarial importante, con mis homólogos japoneses.
Asiento. Aunque no le encuentro una línea de concordancia a sus palabras.
-¿Y?
Mira hacia el suelo empedrado por un momento, y se muerde el labio inferior. Se lleva las manos a los bolsillos de su sudadera y no puedo evitar quedarme embelesada en el momento en que una brisa de aire seco, despeina su cabello rizado. Todo de él me ofusca, me deja sin habla.
-Es solo que... cada uno irá con sus esposas, pero yo no..., ya sabes -Parece de lo más nervioso, y todo eso lo ha dicho tartamudeando.
La piscina de la paciencia se me está agotando. Me gusta que la gente sea directa y que lo diga todo de una sola vez. Odio que se anden con rodeos y todo ese rollo.
-¡Ve al grano o esfúmate! -Lo amenazo retomando mi mal humor.
-¿Irías conmigo? -Me pregunta, aunque sus ojos me suplican.
¿De nuevo esto?
-No te daré una respuesta ahora. No puedo cambiar la opinión sobre un capullo así de fácil, y tú eres el capullo número uno en mi lista. Eso si no quieres que te recuerde lo que me dijiste antier -Enarco una ceja y él asiente despacio. Y yo adoro como su rostro se colorea de un rosa tenue en el invierno, y el verde se disfraza de gris en sus iris.
-Está bien, solo quería preguntarte y que supieras -Lo dice tan calmadamente que ni me lo creo. Este tío es lo más bipolar que me he encontrado, en los 24 años que llevo produciendo dióxido de carbono para las plantas, joder.
-Ya lo sé. Ahora adiós -Le digo aparentando ser lo más cruda que puedo.
-Vale. Pero lo piensas, Ann -dice con una media mueca, media sonrisa.
Sinceramente Nicholas es una cajita de sorpresas. No sabes que saldrá de la caja, un ramo de flores o un cuchillo. Un «te quiero.», o un «vete a la mierda.»
Espero a que aborde su auto y se vaya chillando gomas contra la calle. Me quedo así, viéndolo alejarse, hasta que se pierde a lo lejos, y los focos ambarinos de su auto, no se divisan desde la distancia.
En el trayecto hacía la puerta entreabierta de la casa, me rozo los labios con los dedos y reparo en que los tengo secos y adoloridos por el frío que se ha formado en la última hora. Este clima vuelve loco a cualquiera, y más a mí, que prefiero todo equilibrado. Ni tanto frío, ni tanto calor que uno sude la gota.
Cuando me logro abrir paso entre las cajas que hay en el suelo para lograr llegar al frigorífico y tomar una manzana, la muerdo sin peros y disfruto de la jugosidad de la fruta. Por supuesto, antes de que mi hermana comience a gritar, mientras abre todas las cajas esparcidas por el salón. El muy gilipollas, la ha comprado con cosas para mi sobrina, y ella de mensa, ha aceptado todos esos presentes que le han donado sin ningún "interés". Este Nicholas sí que maquina bien las cosas en su cabeza, joder, ahora me chantajeará con arrebatarle todo esto que ahora estorba en mi salón, a mi hermana.
-¿No está mono este vestidito para Fernanda? -Huelo soborno en sus palabras.
Enarco una ceja mientras mastico en mi boca un trozo de manzana, y tengo apoyado un brazo en la encimera.
Asiento sin ganas de soltar alguna palabra relacionada con esto.
Ahora mirando bien las cosas, sí que ha comprado mucha ropa de todos los tamaños y todas esas cosas, relacionada con los bebés. Un andador, una trona y la cuna de barandas metálicas. Las cajas me molestan, pero ver a mi hermana campante me hace no querer estropear el momento. Hasta hoy andaba como un jodido espíritu llorando y murmurando el nombre del capullo pelirrojo.
-¿Te apetece que haga lasaña? -Le pregunto a mi hermana y ella asiente mientras toma entre sus brazos un oso de peluche, blanco como copo de nieve.
-También ha reabastecido el frigorífico. Es un chico bastante bueno, Anna. Antier debió de estar drogado para tratarte como lo hizo, me ha demostrado todo lo contrario hoy -Me dice y si no fuera mi hermana, estuviera tomándole del cuello ahora mismo.
Ahora sí que estoy segura de que Jolie está más que en la bolsa.
-Me voy a cocinar -Le digo con la intención de no entrar en discusión.
Por lo menos de este día de encuentro sorpresa y reencuentro consecutivos, he podido sacar algo bueno. La lasaña me ha quedado para morirse, ¡tanto!, que me he quemado probándola acabada de sacar del horno. Esto me hace recordar los días en que mi madre preparaba lasaña para todos, y ravioli. El solo hecho recordar los cuadros de pasta rellenos y la salsa, hace que mi estómago se queje y quiera revivir los momentos en que todo era rosa, o en mejores términos, color pasta.
Durante la cena me hastío, con mi hermana enseñándome sus conjuntos favoritos para cuando dé a luz a Fernanda. Sí, se adelanta demasiado a las cosas y se la pasa pensando en todo antes de tiempo, puaj. Varias son las veces que he tenido que mandarla a callar, y se ha terminado su lasaña con el nombre del gilipollas trabado en la garganta. Es increíble como éste demonio disfrazado de hombre se ha colado en mi casa, y ha comprado a mi hermana con su hija. Ya casi lo veo, chantajeándome, recordándome que es mi jefe y que puede despedirme cuando le plazca.
• • •
Los próximos tres días no me han bailado de lo mejor. Resulta ser que, trabajar en una empresa es más arraigado de lo que yo imaginaba. Es tedioso estar a cada rato con el teléfono en la mano, escuchando las quejas e idioteces de los clientes de la firma. Es molesto cuando Nicholas se queja y me dice cosas como «Te pedí un americano, no un cortadito. Tráeme otro inmediatamente». En la vida real y cotidiana, no sirvo como sirvienta, y menos si a quien le debo lustrar las botas, se llama Nicholas Jefferson.
Louisa está campante por liderar el departamento de Economía, y ambas hemos hecho buenas migas, con la agradable mujer que nos recibió días atrás. Supe en un café que queda casi en frente al edificio, que su nombre es Sharon McAllen y tiene treinta años. Es bastante mayorcita en comparación conmigo. Tiene dos hijas pequeñas llamadas Mika y Ariana, es madre soltera y una cotilla hasta las trancas. También resulta ser una persona que anda de buen humor, no porque se lo exige su trabajo, sino porque así es su personalidad, campante y atrevida.
Si no fuera porque Nicholas ha estado como una jodida sombra, recordándome la propuesta que me ha hecho ese día que tuvo el descaro de aparecerse en mi casa, diría que este trabajo es lo grande. El salario es para morirse, hay tentempiés y café del mejor a mi disposición todos los días, gente alucinante y afable, y, por último, él. Es de afortunadas el hecho de verlo trabajar, ahincado en algún trámite o proyecto nuevo. Y lleva su propia manera de manejar la empresa. Se basa en sus propios principios para elevar hasta la cúspide las ganancias anuales. De hecho, Sharon me ha contado que un escritor se ha interesado en saber cómo hace que funcionen tan bien su empresa y sucursales, y ha escrito un libro biográfico sobre Nicholas. El que por supuesto, con su hermoso rostro de portada, recibió buenas reseñas por parte de la crítica.
• • •
Estoy terminando con unas planillas que me han entregado para que las ordene por orden alfabético, cuando siento un estruendo de algo que se quiebra, en la oficina de Nicholas. Mi corazón comienza a latir con más fuerza, y de momento los papeles se me riegan por el suelo cuando el estruendo llega a mis oídos.
Doy por alto el hecho de que todo mi trabajo se ha ido a la mierda y entro como si fuera la mismísima dueña de la empresa, a su oficina. Advierto cristales rotos, dispersos por todo el suelo de mármol, y, por último, su mano sanguinolenta.
-¡Mierda! -Se queja mientras se sostiene de la muñeca con la mano sana.
Se encuentra en gachas, a un lado de su escritorio, y noto que los cristales blancos provienen del hermoso búcaro que decoraba conjunto a unos girasoles, su oficina. Lo sé porque yo fui quien los puso ahí. Entonces... es mi culpa.
«Demonios.»
Corro hasta él y me agacho a su lado.
-¿Cómo ha pasado? -Le pregunto acercando mi mano a la suya.
La tomo y miro la herida profunda en su palma.
-He intentado recoger esos cristales y me he encajado uno en la mano -Me explica-. Demonios. -ladra cuando sin querer le rozo la herida.
-Lo siento, vale -Me disculpo aterrada por tanta sangre-. Siéntate en esa silla, iré a traer un vendaje, y alcohol para limpiarte. -Le indico con temor en la voz. No sé, la sangre me da pavor.
Mientras me aparto de su lado, me obedece y se sienta en la silla de piel en su escritorio. Pone la mano sobre la superficie de madera y se mira con dolor, tiene los ojos medio vidriosos.
Voy rápido en busca del botiquín que hay en un estante, y cuando lo encuentro, me apuro en ponerme en gachas delante de él. Saco el contenido que necesito, y le pido su mano para curársela. Me la da con inseguridad. Cuando vierto alcohol encima de la herida medio profunda en la planta de su mano, gruñe, y casi grita cuando restriego el algodón contra su palma.
-Shhh, ya pasa -Le digo para apaciguarlo y que no llore más como un crio.
Sonríe y sus ojos brillan, están vidriosos. Pero, aunque las lágrimas le llenan los ojos, no gimotea ni nada parecido.
-¿Por qué sonríes? -Le pregunto sin mirarlo. En estos momentos, ésta herida profunda es lo importante. No lo que me digan sus facciones.
Envuelvo su palma en una venda y respiro aliviada al ver, que la sangre no se filtra por la gaza. Lo miro y sonrío esperando su respuesta.
-Es solo que... quiero darte las gracias por esto -Señala con su mirada la herida que acabo de curar y vendar.
Suelta un quejido y me vuelvo a preocupar.
-¿Te ha vuelto a doler, Nicholas? -Lo miro con preocupación y niega con la cabeza en respuesta, mientras otra sonrisita vuelve a cobrar vida en su semblante.
-No me dolerá si sigo teniendo a la mejor enfermera a mi disposición -Me dice con zalamería y me dan ganas de apretarle la mano y que vuelva a sangrar su herida.
-En todo caso, sería la mejor secretaria -Le digo tajante, mientras me pongo de pie.
Las rodillas me duelen de tenerlas tanto tiempo apoyadas en el suelo, y me estiro el bajo de la falda, ya que se me ha subido al ponerme en gachas. Antes no lo he advertido, y me pregunto si mientras curaba a Nicholas, les habrá dado un vistazo a mis muslos casi al descubierto.
-Ya me debo ir, Nicholas -Le digo antes de que entremos en la fase: Propuesta-Respuesta.
-Bueno, al fin i...
-Si es lo del evento, iré contigo. Me has estado acosando últimamente esperando la respuesta, y ya la tienes, iré.
-Gracias -balbucea, evitando tartamudear.
-No me agradezcas -Lo miro-. Después de todo eres mi jefe, ¿no? -Enarco una ceja.
Es bueno que el trabajo se interponga entre nosotros. Ya que me apoyo en eso, para que no se haga ninguna ilusión, como aquella que, apuesto, se hizo en aquel McDonald's de las mil mierdas.
-Vale, lo pillo -dice poniéndose de pie.
Comienza a ajustarse el cinturón y no pongo peros a la hora de dirigir mi mirada a su entrepierna y darme un sorbo de mi propia saliva. Por Dios, que bueno está este diablo, creo que puedo llamarle Lucifer. Sí, Lucifer.
-¿Qué me miras? -Me pregunta con una mirada picante.
-Nada. Solo compruebo que haya puesto bien esa venda en tu mano -Miento.
Joder, tampoco puedo decirle «Nada precioso. Solo me fijaba en el paquete que tienes entre las piernas»
Se pasa la mano sana por el cabello y sus rizos se enmarañan aún más, y después cuelgan superpuestos a sus ojos verdes como la esmeralda.
-Y bien... ¿Seguirás ahí como una estatua? -Me pregunta con risa y morbo ligados en una sola expresión.
Pestañeo varias veces, mientras la imagen 3D de su entrepierna titila en mis pensamientos. El calor comienza a ocupar mis mejillas y me siento húmeda. Joder, estoy húmeda.
-Ya me voy. Siento quedarme así en shock -Le digo avergonzada y comienzo a caminar hacia la misma puerta por la que entré como una estrella de telenovela.
-Te entiendo si eso es lo que mirabas -dice riendo y se me encona el vello-. Le pediré a Sharon que te acompañe a Target, para que te hagas con más ropa. Así nos ahorramos tener que comprar un modelito cada vez que salgamos -Instante después veo como por sí solo se da cuenta de que la ha cagado.
-¿Y quién dice que saldremos más veces? -Le pregunto medio halagada, medio hastiada.
-Siento si dije algo inapropiado -No me esperaba esto. Esperaba más dinamita de parte de Mr. Arrogante.
-Yo... Joder, mejor yo... -espiro e inspiro tratando de salir del trance-, mejor voy a ver a Sharon, si es que me llevara a comprar ropa, ¿no? -Asiente y se pasa una mano por el cuello mientras tiene la otra abierta completamente y se mira el vendaje.
-Sharon lleva tarjeta de crédito -Me informa antes de que las puntas de mis tacones estén un centímetro fuera del espacio de su oficina.
-Vale -farfullo sin mirarlo y termino de sacar mi cuerpo de ese lugar en el que el oxígeno ha empezado a escasear.
-Adiós -Le digo antes de cerrar la puerta a mi paso
-No vengas a trabajar mañana. Te pasaré a buscar aproximadamente a las.... Ocho en punto-Me informa mirando su reloj de pulsera.
-Está bien -Me limito a decir y cierro la puerta.
Después de estar en el ascensor unos segundos que parecieron alargarse en horas, llego al primer piso. Sharon encuentra agradable mi presencia y noto que su cabello color cobre está peinado en una especie de nido en lo alto de la cabeza.
Me guía hasta el aparcamiento y abordamos en un auto color gris brillante. No es como el de Nicholas, pero debo decir que es bastante lujoso y me siento igual de confortable. Por
desgracia me atormenta con una música que no aprecio mucho. Y aunque intento entablar conversación con ella, la veo muy feliz tarareando la letra de un tema que hace que me erice y quiera esconderme del mundo. Llegamos al Target y casi agonizo al ver los precios de la ropa. Aunque todo de buena cálida. Sharon me hace comprar muchas faldas de distintos tonos y modelos. Blusas estrafalarias y zapatos de tacón alto. Varios vestidos y entre los cuales encuentro mi favorito. Uno dorado que me debe quedar un poco más abajo de la mitad de los muslos, con un escote ni tan pronunciado, ni tan recatado, el perfecto. Pasamos por Madyʼs y nos tomamos un café. Resulta muy agradable conversar con ella, entiende a las personas y no te acribilla con la mirada, tal y como lo haría Nicholas.
-Y bien, si no llamas tú, lo hago yo -dice Sharon en broma, y le da un sorbo largo a su café.
Le he contado sobre Morgan, y se ha encantado igual que Louisa. Me ha hecho varios comentarios picantes cuando le he mostrado una foto de él, que he tenido guardada en mi teléfono desde un largo periodo de tiempo. Aunque me insiste en que le llame, me encuentro insegura de si hacerlo o no. Todo esto para mí, es un torbellino que no puedo detener y no me gusta que las cosas vayan así de rápido. Aunque como Sharon dice: Siempre hay excepciones en la regla.
-No sé si deba, la verdad -Le digo haciendo un mohín, antes de pegarle el diente a un brognie delicioso que tengo delante de mis narices.
-Hombres como ese policía búscalos en las novelas, en la vida real escasean -Posiciona una mano en mi hombro y frunce el entrecejo.
-Es que ha... -Casi he mencionado a Nicholas. Me abofeteo imaginariamente por eso-, hace mucho que no nos vemos -rectifico y el aire entra más fácil en mis pulmones, al ver que ha colado.
-Por eso. Debes conocerle por segunda vez, y si no te place, lo mandas a volar -Casi rio cuando ella me toma por ambos hombros-. Querida, los hombres son como las olas, van y viene, unas impactan más fuertes que otras, pero siempre abran olas, aunque haya periodos en que la mar esté tranquila. -Sonríe y me siento tranquila ante su consejo y experiencia.
-Gracias -Le digo un poco avergonzada, porque nos han estado mirando últimamente.
-¡Hija no! Yo a tu edad era así también. Pensaba que sentir cosquilleos en el estómago era estar enamorada, pensaba que si me gustaba la sonrisa de un chico era que estaba enamorada -Se ríe de ella misma y fuerzo una risita casi parecida a una tos-, pero estaba equivocada. Ahora llámalo. -recalca con impaciencia y le da un sorbo largo al café humeante.
-Vale, ya lo llamo entonces -Suspiro y saco la tarjeta plateada de mi bolso.
Busco la aplicación del teclado telefónico en mí celular y tecleo el número plasmado en la tarjeta. Después de dar varios timbres su voz llega a mis oídos como una melodía suave y lenta:
-Hola, ¿quién habla? -pregunta su voz suave y tranquila.
-Soy yo tontito -Le digo sonriendo y miro a Sharon, quien me hace un gesto para que siga la conversación-. Espero no haber molestado, si estás ocupado, lo entiendo -La muy loca me da un puntapié por debajo de la mesa y casi suelto un grito de lo tanto que ha dolido sentir la punta de sus tacones golpearme en la pierna izquierda.
-Me alegra que hayas decidió llamarme, Annie -Su vos suena dulce y amable-. Ahora mismo ocupado no es la palabra para lo que estoy haciendo. Así que te dedicaré todo el tiempo del mundo si así lo decides tú.
¿Qué he hecho para merecer a este Dios de la dulzura y masculinidad?
-Yo tampoco tengo nada que hacer. Estoy sola tomando un café -Le digo e imagino la sonrisita que se debe traer en el rostro.
Sharon me murmura algo, pero no la entiendo.
-¡Qué bueno preciosa! Te puedo decir así, ¿verdad? -dice y noto lo nervioso e inseguro que está, en su voz.
Asiento, pero me abofeteo mentalmente al recordar que esto es una llamada y no puede verme hacerlo. Que tonta eres, Anna.
-Bueno... claro -contesto y miro mi café, pensativa en si darle un sorbo, o no.
-Ayer tuve un día cansón -Siento como suspira través de la línea y casi puedo, literalmente, sentir su aliento en mi oído.
-Vaya. Ese trabajo te debe tener bastante ocupado. Debe ser estresante ser policía -Le digo en el momento en que mi cerebro me manda a darme un trago del café fuerte.
-Sí. Ser policía no es nada fácil, menos cuando las piezas de un caso no encajan y debes comenzar todo desde cero -Vuelvo a escuchar otro estruendoso suspiro-. Pero bueno, he estado meditando algo para sacarme un poco de tensión de encima, y así pasar un poco de tiempo juntos, como en los viejos tiempos.
-¿Qué es lo que has estado meditando? -Me apuro a preguntar, casi rogándole que responda.
-Quisiera llevarte mañana a comer a algún sitio -responde con la mayor formalidad que puede, a través de la línea. Es muy correcto y me gusta que lo sea.
«Claro.» «Y yo no podré ir porque debo acompañar a Nicholas a su mierda de evento, sino me desplumará y hará caldo con mis huesos.»
-Mañana estoy complicada y no podré. Lo siento -Le digo con angustia
-Y ¿Eso por qué? -Me pregunta y siento tras sus palabras, el tono de incredulidad.
-Bueno... no lo sabías, pero he cambiado de trabajo.
-Eso es bueno -Me imagino su cara de alegría al escuchar mis palabras de pena.
-Esa es la razón de que no podamos salir -replico con suavidad-. Mañana hay un evento en el que debo estar sí o sí. Espero que me entiendas. -digo con voz seca y al final flaqueó el tono.
-Siempre te entiendo, incluso cuando no llevas la razón, ¿recuerdas?
Río un poco y miro a Sharon, quien tiene cara de fastidio al no poder escuchar ni pedacito de nuestra conversación.
-Lo recuerdo. Recuerdo muy bien, ese día que le hice el feo a Miller delante de todos en clases de Filología Inglesa, sin motivo. También recuerdo que había obtenido mucha rabia por los comentarios de Alexey, y descargué lo que me tenía a punto de explotar, con el pobre chico. Aun así, tu estuviste a mi lado cuando muchos me despotricaron por mi actitud injusta. -Las palabras logran sacarme un suspiro cargado de nostalgia.
Lo nuestro viene de años. De esos años en los que me defendían en el insti, o me apoyaba en la universidad, cuando el mundo parecía estar en mi contra. En los días grises, cuando rompía con algún novio solo por rechazar su petición de tener sexo, Morgan estaba ahí. Ha sido un apoyo y persona importante en mi vida, en mi historia.
-Vaya tiempos, pero ya valieron, cambiamos ¿Tienes el sábado libre? -Me pregunta olvidándose en un periquete de la universidad.
¿Cambiamos?
Yo lo hice. Todo me hizo cambiar y dejar de ser efusiva con todo y con todos. La parte violenta de mí, por la que me apañaba para que no saliera a luz, se ha vuelto parte de mi vida. Ya vosotros habéis visto como me he tomado lo de Jace y mi hermana.
-Sí ¿Cine o pizzería? -sonrío, e imagino que él también lo hace.
Lo conozco tanto. Vaya, sí que lo he extrañado con muchas ganas durante este tiempo que ha estado en Inglaterra, y no hago más que suspirar cuando escucho su voz cargada de ánimo y fuerza. Cuando lo veo a él, y su media sonrisa, perfecta y dorada.
Ríe con ganas y cuando terminar la risa, carraspea.
-Ambas cosas. Vemos una peli en el cine y vamos después a una pizzería -Propone y lo creo genial.
En serio necesito del tiempo con él. Necesito escuchar su risa cuando veamos una comedia, o verle devorarse una pizza napolitana, como le gusta.
Acepto al momento y después de chequear nuestras horas y planear el punto de encuentro nos despedimos y cuelgo la llamada. Vencedora, después de que discutiéramos por quien lo haría primero. Tal y como unos críos.
Me termino el café tibio y veo a Sharon repasándose el maquillaje con el espejo en la mano.
-Quedamos en noche de cine este sábado -Le digo a Doña Cotilla para que no se me muera de intriga.
-Es increíble dividirse el horario, así como tú lo haces, yo no podría. Viernes, reunión de trabajo con el jefe, y sábado, noche de cine y pizza con el poli de CSI ¡Eres una maniática total! -Reímos al unísono.
Le pedimos la cuenta al camarero que, por cierto, es bastante guapo y nos dirige un guiño a ambas. Cuando salimos, le doy la dirección exacta de mi casa y viajamos sin dejar de conversar. Sharon es buena tratando a la gente, carismática y con un buen sentido del humor. Me alegra que no haya subido la radio y reventado mis tímpanos, con esa música horrenda. Solo en eso discrepamos, en el gusto musical, ah, y en eso de estar de cotilla.
Me deja en frente de mi casa de tamaño medio y me ayuda con la carga de la ropa. En primera, no sé ni el porqué de aceptar estos regalos de él. Las cosas para mi sobrina. La ropa para mí. A veces siento que me está tratando de comprar, pero sus ojos verdes desprenden cualquier hostilidad que tenga en mente. Él tiene la propiedad de revertir mis pensamientos.
Saludo a mi hermana, pero evito entablar una conversación con ella. Ahora que lo pienso, me tiene un poco molesta por no mandar a freír tacos a Nicholas. Sabiendo todo lo que me hizo pasar aquel día que llegué como una mendiga, descalza y echa polvo.
Llego a mi habitación y esparzo la ropa en la cama. Miro la ropa y zapatos de marcas reconocidas y me siento una mierda. Compruebo que el vestido dorado me quede bien y decido llevarlo mañana en el evento tan importante del que me habla Nicolás. Tener a este hombre cerca de mí me resulta tan difícil como alejarlo.
«Somos como dos imanes que rompen las leyes de la física y se rozan sin consentirlo.»
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